DUELO IRLANDÉS EN LA SELVA
Mike Hoare, Ernesto Guevara Lynch, dos irlandeses en un duelo a muerte en la jungla africana |
A fines
de septiembre, el ejército mercenario de Mike Hoare, integrado por 2400
hombres, se puso en marcha desde Albertville hacia Baraka. Lanchas de
desembarco provistas por la CIA,
depositaron efectivos a 8
kilómetros al norte de Baraka, pero la fuerte resistencia
que encontraron los obligó a aferrarse al terreno y mantenerse inmóviles. Los morteros
y las ametralladoras pesadas a cargo de Marcos Abreu (“Genge”) barrieron la
playa, forzando a los sudafricanos a ponerse a cubierto y a la pequeña escuadra
a retirarse. Mientras tanto, al noroeste, una columna del 5º Comando proveniente
de Bendera atacaba Lulimba, intentando debilitar el dispositivo defensivo.
Cuatro
kilómetros al norte de Baraka, un segundo destacamento sudafricano chocó de
frente con la sección de Dreke, que intentaba mantener cerrados los pasos por ese
sector. La resistencia que ofrecieron los caribeños fue mayor de la esperada y
eso contuvo el avance varias horas.
Perdido
el factor sorpresa, Hoare se encontró frente a un dilema que debía resolver a
la mayor brevedad posible: o arremetía con energía para apoderarse de Baraka o
terminaba inmovilizado y hasta cercado por los 3000 efectivos del Ejército
Popular de Liberación que suponía desplegados entre Kibamba y Fizi.
Le
costó bastante doblegar la resistencia cubana y recién a la madrugada pudo
reiniciar el avance. Lo hizo a gran velocidad, apoyado por la aviación, que
operaba desde Albertville, al amparo de las penumbras que todavía dominaban el
área, entablando previamente un inesperado combate que le hizo suponer que se
enfrentaba a una fuerza defensora de al menos dos mil efectivos.
Los
sudafricanos ingresaron lentamente en Baraka, avanzando casa por casa, mientras
trepaban la pendiente que forma el terreno apoyados por la aviación.
Arremetieron
contra uno de los flancos del perímetro defensivo y eso les permitió
capturar
un punto en la costa denominado “Durban”, desde donde abrieron una vía
de
abastecimiento para surtirse de municiones. Mientras tanto, la flotilla
mercenaria, integrada por algo más de media docena de embarcaciones,
comenzó a
cañonear la costa, destruyendo los nidos de ametralladoras que frenaban
el
desembarco. “Genge” y sus catorce efectivos habían mostrado una
determinación
fuera de lo común, pero dado su número y la escasez de municiones,
comenzaron a
ceder y antes del medio día, se retiraron. En los días previos, habían
sembrado de minas de fragmentación el área situada entre la playa y las
alturas de Nganja, poblado de pastores tutsis próximo a la aldea de
Sele, a 15 kilómetros al sur de Kibamba. Los mercenarios pasaron por ahí
sufriendo las consecuencias pues al explotar bajo sus pies, los
artefactos mataron a varios de ellos e hirieron a otros. En vista de
ello, el mando sudafricano obligó a los campesinos a avanzar por
delante, precedidos a su vez por el ganado, que era su fuente de
sustento, en tanto la aviación bombardeaba Kabimba y Jungo (12.00).
No muy
lejos de ahí, tuvo lugar el gran conciliábulo entre el Che, los emisarios de
Fidel y los delegados africanos. La reunión se desarrolló sobre una loma
situada entre Fizi y Baraka y contó con la presencia de Masengo, Calixte,
Lambert, Mujumba, Machado, Aragonés, Dreke y “Papi”1.
El
clima imperante fue de extrema tensión pues por primera vez, el Che espetó a
los congoleños, echándoles en cara su cobardía y falta de actitud. Incentivado
por el mensaje de Fidel, a Lambert lo acusó de pretender ocuparse de todo pero
no estar nunca en nada, a Calixte le dijo que jamás se lo veía en la línea de
combate y de Kabila remarcó el hecho de estar completamente ausente de la
contienda y no servir como líder, de ahí el pedido formulado a Masengo, de
trasladarse a Tanzania y exigirle hacerse presente. Les lanzó en cara ser una
fuerza parasitaria, que solo cometía atrocidades con aldeanos y prisioneros
pero que a la hora de combatir, era la primera en salir huyendo.
Incluso
para los cubanos hubo reproches pues los tildó de combatientes buenos y disciplinados pero de hallarse
desgastados y completamente despojados de iniciativa.
Aragonés
y Fernández Mell creyeron excesivas las críticas y se lo hicieron ver,
entablándose entonces una furibunda discusión entre los tres que finalizó con
gritos y maldiciones. Creían, como recién llegados, que la situación se podía
revertir y para ello proponían intensificar la instrucción y hacer más rígida
la disciplina. En eso el Che estuvo de acuerdo y les permitió poner en marcha
ese programa porque sabía que en Cuba lo creían sumido en un pozo de pesimismo
y atribuían a eso el que la revolución no avanzase en esa parte de África.
Mientras
Aragonés y Fernández Mell se entregaban a la tarea de reorganizar los cursos de
entrenamiento y capacitación militar, le escribió una extensa carta a Fidel,
poniéndolo al tanto de la situación.
Congo, 5/10/65
Querido Fidel:
Recibí tu carta que provocó en mí sentimientos
contradictorios, ya que en nombre del internacionalismo proletario cometemos
errores que pueden ser muy costosos. Además, me preocupa personalmente que, ya
sea por mi falta de seriedad al escribir o porque no me comprendas totalmente,
se pueda pensar que padezco la terrible enfermedad del pesimismo sin causa.
Cuando llegó tu presente griego12 me dijo que una de
mis cartas había provocado la sensación de un gladiador condenado y el
Ministro, 13 al comunicarme tu mensaje optimista, confirmaba la opinión que tú
te hacías. Con el portador podrás conversar largamente y te dirá sus
impresiones de primera mano ya que recorrió una buena parte del frente; por tal
motivo suprimo el anecdotario. Te diré solamente que aquí, según los allegados,
he perdido mi fama de objetivo, manteniendo un optimismo carente de base frente
a la real situación existente. Puedo asegurarte que si no fuera por mí este
bello sueño estaría desintegrado en medio de la catástrofe general.
En mis cartas anteriores les pedía que no me mandaran
mucha gente sino cuadros, les decía que aquí prácticamente no hacen falta
armas, salvo algunas especiales, sino al contrario, sobran hombres armados y
faltan soldados, y les advertía muy especialmente sobre la necesidad de no dar
más dinero sino con cuentagotas y después de muchos ruegos. Ninguna de estas
cosas han sido tomadas en cuenta y se han hecho planes fantásticos que nos
ponen en peligro de descrédito internacional y pueden dejarme en una situación
muy difícil.
Paso a explicarte:
Soumialot y sus compañeros les han vendido un tranvía
de grandes dimensiones. Sería prolijo enumerar la gran cantidad de mentiras en
que incurrieron, es preferible explicarles la situación actual con el mapa
adjunto. Hay dos zonas donde se puede decir que hay algo de Revolución
organizada, esta en la que estamos y una parte de la provincia de Kasai, donde
está Mulele, que es la gran incógnita. En el resto del país solo existen bandas
desconectadas que sobreviven en la selva; todo lo perdieron sin combatir, como
perdieron sin combatir Stanleyville. Esto no es lo más grave, sino el espíritu
que reina entre los grupos de esta zona, única que tiene contacto con el
exterior. Las disensiones entre Kabila y Soumialot son cada vez más serias y se
toman como pretexto para seguir entregando ciudades sin combatir. Conozco a Kabila
lo suficiente como para no hacerme ninguna ilusión sobre él y no puedo decir lo
mismo de Soumialot, pero tengo algunos antecedentes, como son la ristra de
mentiras que les endilgara, el hecho de que tampoco se digna venir por estas
tierras malditas de Dios, las frecuentes borracheras que se pega en Dar es
Salaam donde vive en los mejores hoteles y la clase de aliados que tiene aquí
contra el otro grupo. En estos días un grupo del ejército tshombista desembarcó
en la zona de Baraka, donde un general–mayor adicto a Soumialot tiene no menos
de mil hombres armados y tomó el punto de gran importancia estratégica casi sin
combatir. Ahora discuten de quién es la culpa, si de los que no combatieron o
de los del lago que no les mandaron suficiente parque. El hecho es que
corrieron vergonzosamente, dejaron botado en la manigua un cañón de 75 milímetros sin
retroceso y dos morteros 82; todo el personal de esas armas ha desaparecido y
ahora me piden cubanos para que las rescatemos de donde estén (que no se sabe
bien) y combatamos con ellas. A 36 kilómetros se encuentra Fizi y no están
haciendo nada para defenderla, ni trincheras en el único camino de acceso,
entre montañas, quieren hacer. Esto da una pálida idea de la situación. Con
respecto a la necesidad de elegir bien los hombres y no mandarme cantidad, tú
me aseguras con el comisario que los que hay aquí son buenos; estoy seguro de
que la mayoría son buenos, si no estarían rajados hace mucho. No se trata de
eso, es que hay que tener el espíritu realmente bien templado para aguantar las
cosas que suceden aquí; no se trata de hombres buenos, aquí hacen falta
superhombres...
Y quedan los 200 míos; créeme que esa gente sería
perjudicial en este momento, a menos que resolvamos definitivamente luchar
nosotros solos, en cuyo caso hace falta una división y habrá que ver con
cuántas se nos enfrenta el enemigo. Tal vez, esto último será exagerado y se
necesite un batallón para volver a las fronteras que teníamos al llegar aquí y
amenazar a Albertville, pero el número no importa en este caso, no podemos
liberar solos un país que no quiere luchar, hay que crear ese espíritu de lucha
y buscar los soldados con la linterna de Diógenes y la paciencia de Job, tarea
que se vuelve más difícil cuantos más comemierdas que le hagan las cosas
encuentre esta gente en su camino...
Lo de las lanchas merece punto y aparte. Hace tiempo
que vengo pidiendo dos técnicos en motores para evitar el cementerio en que se
está convirtiendo el embarcadero de Kigoma. Llegaron tres lanchas soviéticas de
paquete hace poco más de un mes y ya dos están inservibles y la tercera, en la
que cruzó el emisario, hace agua por todos lados. Las tres lanchas italianas
seguirán el mismo camino que las anteriores a menos que tengan tripulación
cubana. Para esto y el asunto de la artillería hace falta la aquiescencia de
Tanzania que no se obtendrá fácilmente. Estos países no son Cuba para jugarse
todo a una carta por grande que sea (la carta que se está jugando es bastante
endeble). El emisario lleva el encargo mío de precisar con el Gobierno amigo el
alcance de la ayuda que está dispuesto a dar. Has de saber que casi todo lo que
vino en el barco está incautado en Tanzania y el emisario también debe
conversar sobre esto.
El asunto del dinero es lo que más me duele por lo repetida
que fue mi advertencia. En el colmo de mi audacia de «derrochador», después de
llorar mucho me había comprometido a abastecer un frente, el más importante,
con la condición de dirigir la lucha y formar una columna mixta especial bajo
mi mando directo, siguiendo la estrategia que me había trazado y que les
participé. Para ello calculaba, con todo el dolor de mi alma, 5000 dólares por
mes. Ahora me entero que una suma veinte veces más grande se les da a los
paseantes de una sola vez, para vivir bien en todas las capitales del mundo
africano, sin contar que ellos son alojados por cuenta de los principales
países progresistas que muchas veces les pagan los gastos de viaje. A un frente
miserable, donde los campesinos padecen todas las miserias imaginables,
incluida la rapacidad de sus propios defensores, no llegará ni un centavo, y
tampoco a los pobres diablos que están anclados en Sudán (el whisky y las
mujeres no figuran en el rubro de los gastos que cubren los gobiernos amigos y
eso cuesta, si se quiere de buena calidad).
Por último, con cincuenta médicos, la zona liberada
del Congo contará con la envidiable proporción de uno para cada mil habitantes,
nivel que han pasado la URSS,
Estados Unidos y dos o tres de los países más adelantados del mundo, sin contar
con que aquí se distribuyen de acuerdo con preferencias políticas y no hay la
menor organización de sanidad. Mejor que ese gigantismo es mandar un grupo de
médicos revolucionarios y aumentarlo, según mi pedido, con algunos enfermeros
bien prácticos y del mismo tipo.
Como en el mapa adjunto va una síntesis de la
situación militar, me limitaré a unas cuantas recomendaciones que les ruego
tomen en cuenta de una manera objetiva: olvídense de todos los hombres en
dirección a agrupaciones fantasmas, prepárenme hasta cien cuadros que no deben
ser todos negros y elijan de la lista de Osmany, más lo que descuelle por allí.
Como armas, la nueva bazuca, fulminantes eléctricos con su fuente de poder, un
poco de R–4 y nada más por ahora; olvídense de los fusiles, que si no son
electrónicos no resuelven nada. Nuestros morteros deben estar en Tanzania y con
ellos, más una nueva dotación de sirvientes, tendríamos de sobra por ahora.
Olviden lo de Burundi y traten con mucho tacto lo de las lanchas (no olvidar
que Tanzania es un país independiente y hay que jugar limpio allí, dejando de
lado el tarrito que metí yo).
Manden a la brevedad los mecánicos y un hombre que
sepa navegar para cruzar el lago con relativa seguridad: eso está hablado y
Tanzania lo acepta. Déjenme administrar el problema de los médicos pero dándole
algunos a Tanzania. No vuelvan a incurrir en el error de soltar dinero así,
pues ellos se acuestan en mí cuando se sienten apurados y seguramente no me
harán caso si el dinero corre. Confíen un poco en mi criterio y no juzguen por
las apariencias. Sacudan a los encargados de administrar una información veraz,
que no son capaces de desentrañar esta madeja y presentan imágenes utópicas,
que nada tienen que ver con la realidad.
He tratado de ser explícito y objetivo, sintético y
veraz. ¿Me creen?
Un abrazo.
Apenas
dos semanas tardaron Aragonés y Fernández Mell en darse cuenta que los
africanos eran un desastre y que Guevara tenía razón. Machado regresó a Cuba,
llevando consigo al congoleño Freddy Ilunga (se hallaba enfermo) y un mensaje
devastador sobre la realidad africana para Fidel. Antes de abordar la
embarcación con destino a Kigoma, se detuvo unos instantes a hablar con los
médicos que deseaban abandonar el frente y les pidió que permaneciesen ahí un
tiempo más.
El bote
que lo llevó de regreso a Tanzania era apenas una canoa provista de un pequeño
motor fuera de borda de 18 caballos de fuerza, en el que también viajaban Luis
Estrada, Noris Vernier, un radiotelegrafista y dos o tres congoleños. Partieron
a las 04.00, de la madrugada, cuando aún era de noche, para evitar las lanchas
patrulleras que bloqueaban el lago pero a mitad de camino se quedaron sin
batería y lo que era peor, a merced de la corriente. Debieron reemplazar el
motor para seguir y así alcanzaron la costa opuesta, donde “Changa” los estaba
esperando.
Mientras
tanto, en la selva, el duelo se intensificaba. Dos irlandeses frente a
frente,
uno al comando de una fuerza mercenaria, determinado, profesional,
nacido en Calcuta (India), aunque sudafricano por elección y el otro,
encabezando una partida de
cubanos suicidas y dos millares de africanos flojos y supersticiosos,
arrojado
también, valeroso hasta la inconciencia y extremadamente necio,
argentino de
nacimiento aunque cubano por adopción. Mike Hoare y Ernesto Guevara
Lynch, dos
dementes hijos de Erin, dispuestos a emular las hazañas de Cuchulainn,
San
Brendan, Michael Collins, el duque de Wellington y el almirante Brown,
en un
duelo a muerte en lo más profundo del África negra.
Los
cubanos se reagruparon para recuperar Baraka pero fueron contenidos por un
batallón de exiliados anticastristas, hábilmente desplegado por Hoare. Aún así,
las bajas en las filas de Tshombe resultaron elevadas, lo mismo en las
rebeldes, que hasta el momento acusaban cerca de 125 muertos y el doble de
heridos, la mayoría, congoleños y ruandeses.
El
comandante irlandés no esperaba semejante resistencia, de ahí el mensaje que
radió desde su puesto de mando, solicitando desesperadamente refuerzos.
…el enemigo era muy diferente de todo lo que me había encontrado hasta ahora. Estaban equipados, empleaban tácticas militares y respondían a señales. Obviamente estaban dirigidos por oficiales entrenados. Interceptamos mensajes de radio en español... la defensa de Baraka estaba organizada por los cubanos con regularidad cronometrada estaban concebidos sus ataques frontales, que eran notables por su ausencia de ruidos y disparos, usuales entre los simbas2.
El 10
de octubre de 1965, la columna mercenaria, con su vanguardia de cubanos exilados
y batallones de askaris bien entrenados, penetró a marchas forzadas en la
región de Fizi, al tiempo que la aviación castigaba duramente los centros
vitales donde Guevara había concentrado sus fuerzas. Intentaban evitar que el
grueso del Ejército Popular Revolucionario, se evadiese hacia las serranías y
pudiese reagruparse, pero no lo consiguieron.
Convencido
de que la única manera de detener el avance enemigo era a través de la
estrategia guerrillera, el Che montó una nueva emboscada al noroeste de Fizi,
destruyendo previamente los puentes que atravesaban el Kimbi.
Hoare
se topó con ese inconveniente y al detener momentáneamente sus columnas para
reparar las estructuras, dio tiempo al enemigo a escabullirse y ganar las
alturas cercanas. La táctica de Guevara estaba dando resultados pero el
desmoronamiento de su dispositivo defensivo en Fizi‑Baraka era la señal de que
la campaña comenzaba a colapsar.
Al
tanto e esa situación, el 8 de octubre el gobierno cubano anunció su ayuda
militar al MPLA angoleño y al Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), en
su guerra independentista contra Portugal, a cambio de que esas milicias se
uniesen previamente a los cubanos en el Congo, para ayudar al Che. El
compromiso fue anunciado durante la convención de movimientos de liberación de
las colonias portuguesas que tuvo lugar ese día en La Habana, pero para sorpresa
de los presentes, Eduardo Mondlane, representante del FRELIMO, se negó a
participar.
Guevara estaba solo, prácticamente aislado, con apenas 120 efectivos dispuestos
a pelear y una inmensa mayoría de congoleños que se negaban a hacerlo. Por el
otro lado, las fuerzas gubernamentales, conformadas por askaris y al menos un
millar de mercenarios sudafricanos y belgas, se disponía a barrer el área,
aplicando incluso métodos brutales. Para peor, Rusia había decidido tratar con
la dirigencia congoleña de manera separada, comprometiéndose con el transporte
de tropas y la provisión de armas, urgida de acabar con el movimiento
guevarista por su marcada tenencia china. El Che estaba perdido y corría el
riesgo de quedar aislado y sin rutas de escape en caso de necesitar retirarse.
Combatientes cubanos |
Para
entonces, era evidente que también Tanzania boicoteaba la expedición al ponerle
ciertas trabas a los congoleños, quienes ya no podían cruzar armas y
suministros con tanta facilidad, debido al bloqueo impuesto por la escuadrilla
mercenaria. Para peor, los nativos comenzaron a pelear entre sí, en especial
Gbenye, quien forzó a Masengo a retirarse de su sector, agravando con ello el
cuadro de situación.
A fines
de octubre, tuvo lugar un hecho que casi le cuesta la vida al Che.
El día
22, se había producido un enfrentamiento en Lubonja, razón por la cual se
comunicó por radio con Masengo y le pidió reforzar el sector con algunos de los
combatientes congoleños que se encontraban a orillas del lago. Intentaba con
ello, prevenir un ataque a Luluabourg.
Dos
días después, llovía torrencialmente en la zona oriental del Congo. En el
campamento de Kilonwe, Guevara leía en el interior de una choza y Dreke hacía
sus necesidades, mientras soldados congoleños subían desde el lago portando unas
chapas de zinc para construir unos refugios.
De
pronto, cerca de las 13.30, una serie de estallidos y disparos pusieron en
sobresalto a todo el personal. Dreke salió del improvisado sanitario mientras
se ajustaba el cinturón y el Che saltó de su catre, llevando consigo su
ametralladora.
El
cuadro que ofrecía el campamento era de caos total, con la gente gritando y
corriendo en todas direcciones y el enemigo atravesando el perímetro defensivo
mientras accionaba sus armas.
Sin
pensarlo dos veces, echó a correr barranca abajo, seguido por “M’bili” (“Papi”)
y varios combatientes más, mientras a sus espaldas, los sudafricanos se
apoderaban de la base y se lanzaban tras ellos.
En
plena carrera, el Che se detuvo, giró sobre sí mismo, alzó su ametralladora y
abrió fuego, efectuando dos descargas. M’bili se quedó paralizado al verlo y
cuando le estaba por gritar para que no se detuviera, lo vio girar nuevamente y
reemprender la marcha.
Los
sudafricanos se apoderaron de todo lo que encontraron: el equipo de radio de
origen chino, morteros, municiones, fusiles, cananas y la ametralladora pesada,
un desastre para las fuerzas revolucionarias que en su huida, lo habían
abandonado todo.
Cuando
“Mena” sintió los primeros disparos, enseguida comprendió que se trataba del
puesto de mando del Che, de ahí su precipitada carrera hacia arriba, para
cubrir su retirada. Antes de hacerlo, le ordenó a “Rebocate”4, que se
ubicara con su gente sobre una la loma cercana y se lanzó hacia arriba, como
catapultado. Cerca de allí, Dreke organizaba su tropa, “Bahaza” se hacía cargo
del cañón y “Kahama” de la ametralladora pesada, decidido a disparar sobre los
accesos ni bien sudafricanos y askaris asomasen por ahí.
A las
14.00 Dreke corría barranca arriba en busca del Che cuando se topó con él
bajando a toda carrera, en compañía de “M’bili” y otros cubanos.
Dreke
se quedó paralizado al ver a su jefe voltearse nuevamente y efectuar varios
disparos, parado ahí solo, completamente expuesto a mitad de camino. Sus
hombres intentaron protegerlo pero él se negó terminantemente, ordenándoles que
se pusieran a cubierto. Finalizado el combate le reprocharían su actitud pero
él rechazó sus sermones aclarando que estaba al mando y no le debía
explicaciones a nadie.
-¡Aquí
no hay más que un comandante! – dijo ofuscado.
En
cuatro o cinco oportunidades, el Che Guevara detuvo su marcha para disparar
hacia el enemigo, arriesgando temerariamente su vida.
A esa
altura el desbande era general y la confusión total. En esas condiciones, no se
podía organizar ninguna defensa y mucho menos ensayar una resistencia. Sin
embargo, el comandante intentó algo con la sección de “Ziwa”, ubicándola en la
primera línea en tanto él se posicionaba inmediatamente detrás, para recibir al
enemigo con nutrido fuego, en caso de ser necesario. Todo fue en vano.
Apoyados
por los askaris, los sudafricanos, comenzaron a cercarlos, amenazando con
cortarles la retirada y dejarlos sin posibilidad de maniobra.
Al Che
aquello le generó un dilema: si se retiraba, perdía el campamento con el
polvorín y si se quedaba, corría el riesgo de quedar aislado, a merced del
enemigo. Optó por esto último, esperando contener la embestida hasta la noche y
recién entonces emprender la retirada. Y para ello, le ordenó a “Rebocate”
adelantarse y montar una nueva emboscada.
El Che y su gente aguardaban en aquella posición cuando apareció “Kahama”, con una herida en la cabeza, producto de un golpe de su propia bazooka. Llegó anunciando que el enemigo avanzaba velozmente hacia allí, por lo que el Che impartió la orden de retirada, generando, sin proponérselo, una nueva desbandada. Pero la directiva no llegó al grupo de “Bahaza”, “Maganga”, “Ziwa” y “Azima”, quienes siguieron disparando, “salvando el honor de la jornada”, como apuntaría el comandante argentino en sus pasajes. Lograron frenar al enemigo pero “Bahaza” cayó gravemente herido y eso los obligó a retroceder también.
Soldados de fortuna sudafricanos junto a askaris congoleños |
El Che y su gente aguardaban en aquella posición cuando apareció “Kahama”, con una herida en la cabeza, producto de un golpe de su propia bazooka. Llegó anunciando que el enemigo avanzaba velozmente hacia allí, por lo que el Che impartió la orden de retirada, generando, sin proponérselo, una nueva desbandada. Pero la directiva no llegó al grupo de “Bahaza”, “Maganga”, “Ziwa” y “Azima”, quienes siguieron disparando, “salvando el honor de la jornada”, como apuntaría el comandante argentino en sus pasajes. Lograron frenar al enemigo pero “Bahaza” cayó gravemente herido y eso los obligó a retroceder también.
En ese
momento, “Rebocate” se dio cuenta que quienes los venían persiguiendo no era el
enemigo sino decenas de campesinos que intentaban alejarse de la zona de
guerra.
Finalmente,
los cubanos lograron evadir el cerco y se retiraron hacia la selva, perdiéndose
en su interior.
“Por poco lo matan al Che”, dijo Dreke,
recordando los hechos varios años después.
Guevara
quedó a la deriva junto a trece de sus hombres, uno más de los que habían
sobrevivido tras Alegría de Pío en 1956. Se encontraba sumamente deprimido y se
culpaba del descalabro y la falta de previsión. La ausencia de información había
sido la causante de aquel desastre ya que el enemigo nunca se lanzó en su
persecución. En realidad detuvo su avance en el campamento y nunca dejó el
llano, a excepción de unas pocas partidas que se adelantaron para reconocer el
terreno. Como se ha dicho, sus perseguidores resultaron ser campesinos que
huían de la zona de combate e intentaban desesperadamente ponerse a resguardo y
el desbande que provocaron, les impidió tomar ubicación, rechazar al enemigo y
hasta recuperar el campamento si los congoleños se hubieran decidido a
colaborar.
“Bahaza”
presentaba una seria herida de bala, tenía el húmero quebrado y una costilla se
le había incrustado en el pulmón. Lo entablillaron como mejor pudieron y lo
cargaron a hombros para alejarse del lugar. Fue una marcha extenuante, con los
hombres avanzado lentamente, por momentos resbalando a causa del agua caída,
parando cada quince minutos para recuperar fuerzas, hasta alcanzar un alto
donde, al cabo de seis horas, decidieron acampar.
Recostaron
al herido cuidadosamente en el piso y se dispusieron a practicarle nuevas
curaciones, pensando que aún había posibilidades de salvarlo.
Desde
un improvisado atalaya, en la copa de un árbol, los hombres del Che pudieron
distinguir a lo lejos, los resplandores del incendio que sudafricanos y askaris
provocaron en el campamento.
“Bahaza”
falleció en la madrugada del 26, luego de una crisis en la que había intentado
quitarse las vendas. Era el sexto cubano muerto en combate y el primero que podían
enterrar con solemnidad.
Cavaron
un pozo profundo en un claro y ahí lo depositaron, pero antes de cubrirlo con
la tierra, el Che pronunció unas palabras, elogiando sus cualidades de ser
humano, combatiente y revolucionario y acusándose a sí mismo de su deceso.
Dos
días después, alcanzaron el campamento de Nabikumo, junto al arroyo del mismo
nombre, a día y medio de Kazima y escasas dos horas de la barrera de Lubonja
Lo increíble
tuvo lugar ni bien llegaron, cuando los congoleños se mofaron en sus caras por
haber huido del campamento. Calixte, Ila Jean y Lambert se ocuparon
personalmente de hacer circular la noticia y de ese modo, tranquilizar sus
conciencias. Según ellos, los cubanos solo sabían hablar pero a la hora de
enfrentar al enemigo, también salían corriendo.
Era el
colmo de la desvergüenza; una verdadera ignominia. Quienes se habían pasado la
campaña huyendo cobardemente del campo de batalla, arrojando las armas,
abandonando a sus heridos y desentendiéndose de sus muertos; quienes se negaban
a pelear pero eran duros con prisioneros y aldeanos desarmados; aquellos que en
lugar de dirigir a sus fuerzas, se mantenían a la distancia, dándose la gran
vida, se mofaban de quienes habían venido a apoyarlos y luchado como leones aún
en inferioridad numérica.
Los jefecitos locales se vengaron con
creces; todos ellos, Calixte, Jean Ila, Lambert, los comandantes de este
último, un comisario llamado Bendera y, quizás, algunos presidentes, empezaron
a regar que los cubanos eran unos fantoches, que hablaban mucho, pero a la hora
del combate se retiraban y dejaban todo y los campesinos pagaban las
consecuencias. Ellos habían querido permanecer en las montañas, defendiendo los
puntos claves; ahora se había perdido todo por culpa de los charlatanes.
Esa fue la propaganda que hicieron los
jefes entre sus soldados y entre los campesinos. Desgraciadamente, tenían una
base objetiva para lanzar sus insidias; debía luchar muy fuerte y muy duro para
volverme a ganar la confianza en esos hombres que, apenas conociéndome, ya la
habían depositado en mí y en nuestra gente, más que en los comisarios y jefes,
cuyas arbitrariedades habían sufrido durante tanto tiempo5.
Ignorando
aquella actitud, el Che mandó a “M’bili”, a montar una nueva emboscada y le
ordenó a “Mafu” evacuar Front de Forces, donde se encontraba apostado, para
reforzar la base y a “Azi”, hasta entonces posicionado en Makungo, que se
reuniese con él.
Así
finalizó octubre, con la moral terriblemente alicaída y los rumores de que
Kabila acababa de cruzar el lago al frente de cuatro embarcaciones, trayendo
algo de esperanza.
Notas
1 Zakarías, que debía
representar a los ruandeses, nunca llegó.
2 Juan F. Benemelis,
Las guerras secretas de Fidel Castro, Cap. 7: “Congo: el Vietnam cubano”,
GAD - Grupo de Apoyo a la
Disidencia, Coral Gables, Florida, EE.UU, 2003.
3 Se encuentra al pie
de los montes Mitumba, en el valle de Ruzizi, región azucarera y molinera en
tiempos del dominio belga.
4 Teniente cubano.
5 Ernesto Che Guevara,
Pasajes de la Guerra Revolucionaria:
Congo, op. Cit. pp. 185-186.