VADO DEL YESO
La columna de "Joaquín" vadea el Masicuri (Imagen: Che: guerrilla, de Steven Soderbergh, 2008) |
Mientras
en Camiri se aceleraban los preparativos para someter a juicio a Régis Debray y
Ciro Bustos, la Argentina continuaba enviando armamento y adoptaba medidas
tendientes a contrarrestar cualquier intento guerrillero de penetrar en su
territorio. A finales de julio tuvo lugar una importante movilización de tropas
hacia la frontera con Bolivia y numerosas guarniciones en el centro y norte del
país fueron puestas en alerta.
Ante
ese cuadro de situación, el embajador de los Estados Unidos en Brasil, John W.
Tuthill, escribió al Departamento de Estado advirtiendo sobre giro que estaba
tomando la situación.
El
Ministerio de Exteriores brasileño ha tenido un intercambio de pareceres sobre
la situación boliviana con los gobiernos de Argentina, Paraguay, Chile y Perú.
[…] Argentina es el país más preocupado por los aspectos de la seguridad,
mientras que Chile, Paraguay y Perú temen el cariz que está tomando el asunto,
pues podría llevar el reforzamiento del papel del ejército boliviano. La
situación política, la revuelta de los mineros y de los estudiantes y la
guerrilla crean una situación de inestabilidad que podría llevar a un golpe de
Estado Militar [en Bolivia]. El gobierno brasileño colabora con el boliviano
para impedir que los rebeldes reciban aprovisionamiento a través de la frontera
entre ambos países. […]1.
En
lo que al armamento argentino se refiere, surgieron algunos inconvenientes que
requirieron de personal especializado para su solución. Al respecto, el enviado
especial del diario “La Nación” en Lagunillas, Álvaro Murguía, escribió desde
esa localidad, que las FF.AA. bolivianas estaban siendo equipadas con
ametralladoras y pistolas automáticas PAM y Ballester Molina, fusiles
ametralladoras FAL y subametralladoras livianas UZI, de procedencia israelí (el
corresponsal las menciona erróneamente como de origen suizo).
En
un primer momento, se presentaron problemas con las primeras, e incluso con la
munición ya que según las tropas empeñadas en los combates, las mismas se
atascaban con facilidad y presentaban inconvenientes con las balas, sobre todo
en los momentos de mayor intensidad en los combates, de ahí el envío de
técnicos especializados por parte de Fabricaciones Militares, cuya misión era para
interiorizarse del problema y lograr una solución.
Los
especialistas volaron a La Paz desde Buenos Aires y de allí pasaron a
Vallegrande, Camiri y Lagunillas, donde procedieron a supervisar el equipo y tras
una serie de pruebas y ajustes, superar los inconvenientes, elevando el informe
correspondiente al directorio de la empresa2.
Quince
días después, se reunían en Washington el representante argentino ante los
Estados Unidos, capitán ingeniero Álvaro Alsogaray y el subsecretario de
Asuntos Interamericanos, Covey T. Oliver, para tratar, entre otros asuntos, el
problema de la guerrilla:
[…]
Las informaciones que poseemos indican que los guerrilleros en Bolivia son un
centenar, bien armados y adiestrados. […]3.
No
estaban muy bien informados los funcionarios pues ni los números ni la
situación coincidían. Sin embargo, en lo que a medidas contrainsurgentes se
refiere, el embajador argentino tenía instrucciones de revelar la posición de
su gobierno con respecto al problema y así lo hizo. Buenos Aires no sólo se
había comprometido en la contienda enviando armas, municiones y provisiones
sino que tomaba visibles medidas para una eventual entrada en acción.
En
ese sentido, Alsogaray le manifestó a Oliver que existía un acuerdo tácito
entre su gobierno y el de Bolivia según el cual, la Gendarmería Argentina podía
penetrar 2 kilómetros en suelo boliviano para seguir guerrilleros prófugos,
novedad que el Departamento de Estado se apresuró a notificar a su embajada en
Buenos Aires, por telegrama secreto, fechado el 29 de julio de ese año4.
Cuatro
días después, Alsogaray se reunió con el secretario de Estado norteamericano,
Dean Rusk, para manifestarle las preocupaciones de su gobierno y expresarle
claramente que su país se preparaba para intervenir directamente en el
conflicto.
El
embajador Alsogaray ha afirmado que el gobierno argentino está enormemente
preocupado por la situación boliviana. Teme que el problema de la guerrilla y
otras cuestiones internas puedan acabar con el actual gobierno de La Paz y
sustituirlo por uno de izquierdas. También ha afirmado que Argentina está
preparada para entrar en acción y neutralizar esa posibilidad, pero antes
quiere debatir con Estados Unidos esa posible emergencia. […] El embajador ha
declarado que las tropas argentinas actualmente se hallan cerca de la frontera
con Bolivia. [...] El secretario Rusk ha replicado que la situación ha mejorado
durante el mes de julio y que el batallón de ranger (a cuyo adiestramiento estamos contribuyendo) debería ayudar
al Ejército boliviano en la lucha contra la subversión. […]5.
La
información venía de buena fuente no solo porque la Cancillería mantenía
permanentemente informado a su representante diplomático sino también, porque
su hermano, teniente general Julio Alsogaray, era desde el mes de diciembre del
año anterior, comandante en jefe del Ejército6.
Los
norteamericanos debieron hacer ingentes esfuerzos para contener la invasión
argentina a Bolivia, pues eso hubiese generado un grave conflicto de intereses
en la región.
Se
internacionalizaba el problema y las naciones comenzaban a adoptar medidas en
ese sentido.
Otro
que también hizo su arribo a Camiri en esos días, para solidarizarse con Régis
Debray y de paso, seguir de cerca los acontecimiento, fue el editor italiano
Giangiacomo Feltrinelli, propietario de la editorial que llevaba su nombre,
especializada en América Latina y las revoluciones del Tercer Mundo, hombre inmensamente
rico y en extremo influyente.
Feltrinelli
viajó a Bolivia en compañía de su esposa, la bella modelo Sibila Melega, a
quien debió esperar una semana en La Paz porque había viajado previamente a
Ecuador, para asistir a un desfile. Llegó al país el 8 e agosto, luego de una
escala en Lima y se hospedó en la habitación 311 del Hotel “La Paz”, ignorando
que sus pasos estaban siendo seguidos de cerca.
Ni
bien puso un pie en el aeropuerto, la estación local de la CIA activó su
mecanismo de seguridad, advirtiendo al Ministerio del Interior sobre la
peligrosidad del recién llegado, su cercanía a la revolución cubana, sus
tendencias comunistas y simpatías por Fidel Castro y el Che Guevara, pero muy
especialmente, por la posibilidad de que se tratase de un enlace de la
guerrilla, de ahí que comenzase a seguir sus movimientos de cerca.
Giangiacomo Feltrinelli |
El
editor italiano aprovechó esos días para recorrer la ciudad y visitar algunas
personalidades, entre ellas, el hermano del “Loro”, Humberto Vázquez Viaña, el
coronel del EB, Carlos Vargas Velarde; el ciudadano francés René Mayer,
supuesto contacto del coronel Luis A. Reque Terán y nada menos que George
Andrew Roth, recientemente liberado “por falta de mérito”.
Según
parece, Vargas Velarde le ofreció a Feltrinelli valiosa documentación, que
probaba la intervención de la Agencia Central de Inteligencia en Bolivia, a
cambio de una importante suma de dinero; le dijo que el organismo estaba
reclutando mercenarios cubanos en Miami con la intención de traerlos al país y
presentarlos como guerrilleros y que pensaba formar grupos de saboteadores
integrados por militares, policías, agentes cubanos y cuadros paramilitares,
para cometer atentados contra la población civil en la zona de Oriente y
atribuírselos a la guerrilla.
Mayer
le ofreció importantes pruebas de la actividad del Che en Bolivia y Roth,
manuscritos relacionados con su prisión en Camiri.
El
18 de agosto el editor se encontraba en la habitación del hotel, junto a su
esposa cuando, en horas de la tarde, dos individuos golpearon a su puerta y
pidieron hablar con él. Eran agentes de la DIC, quienes le dijeron que los tenía
que acompañar. Lo condujeron hasta el Ministerio del Interior y lo alojaron en
el tercer piso, para someterlo a interrogatorio por espacio de dos horas.
Siguiendo instrucciones suyas, su mujer corrió hasta la embajada italiana para
denunciar lo sucedido y luego se dirigió al Hotel “Copacabana”, a relatar los
hechos a los periodistas allí alojados.
Feltrinelli
fue conducido al edificio central de la DIC y luego a una prisión federal,
donde quedó detenido. Una vez alojado, supo, a través de otros prisioneros, la
suerte corrida por algunos dirigentes mineros, así como activistas de
izquierda, entre los primeros, Federico Escobar, quien terminó asesinado cuando
amenazó con denunciar las actividades de la CIA en el país. También lo
previnieron sobre el agregado de Asuntos Laborales de la embajada de los
Estados Unidos en La Paz, Anthony Freeman, quien tenía a su cargo la tarea de extorsionar
y corromper a los dirigentes de las minas.
Feltrinelli
prometió investigar todo eso y se comprometió a bregar por los presos. Su
detención fue conocida en todo el mundo y al igual que Debray, generó la
reacción de los medios de prensa del Primer Mundo y la del gobierno de su país.
“Misterio sobre el editor italiano desaparecido
de La Paz, después de un interrogatorio”, rezaban los titulares de “Pease
Sera”, y encabezados similares aparecieron en las ediciones de toda Europa.
Dos
días después, Giuseppe Saragat, presidente de Italia, se comunicó personalmente
con Barrientos para conocer la suerte de su conciudadano y exigirle garantías
sobre su seguridad, lo mismo que De Gaulle había hecho con Debray semanas
atrás.
Sibilla
Melega de Feltrinelli también fue detenida, en este caso por dos policías
vestidos de civil, quienes la interceptaron cuando llegaba al hotel y la
condujeron hasta su habitación, donde otros ocho agentes la estaban aguardando.
Habían revuelto todo y sus pertenencias se hallaban desparramadas por todas
partes. Se la llevaron hasta las oficinas centrales de la DIC y tras someterla
a interrogatorio y mantenerla demorada durante toda la noche, fue devuelta a su
alojamiento, donde quedó estrictamente vigilada.
A
la mañana siguiente, el embajador italiano en persona, Pietro Quirino
Tortoricci, se hizo presente en el edificio de la DIC para solicitar una
entrevista con su compatriota. Una vez frente a frente, le dijo que tanto el
presidente de Italia como su ministro de Relaciones Exteriores, Amintori
Fanfani y el primer ministro Aldo Moro, se habían interesado por su situación y
exigido a Barrientos garantías en cuanto a su seguridad e integridad física.
De
las conversaciones que tuvieron lugar entre el presidente y los dos primeros,
se llegó a un acuerdo según el cual, ni bien fuese liberado, debía abandonar el
país junto con su esposa, algo que el editor aseguró cumplir sin delaciones.
Inmediatamente
después, se presentó en la prisión un periodista con intenciones de
entrevistarlo, resultando ser, en realidad, un agente de policía encubierto,
interesado en sonsacarle información en cuanto a la conversación que acababa de
mantener con el representante diplomático.
Finalmente,
el 20 de agosto, pasado el mediodía (14.00 horas), Feltrinelli fue sacado de su
celda, conducido hasta un jeep de la dependencia y siempre rodeado de policías
de civil, trasladado hasta el Hotel “La Paz”, donde su esposa lo esperaba con
el equipaje preparado.
Un
oficial de rasgos europeos o más bien nórdicos, los acompañó hasta el
aeropuerto y cuando estuvieron junto a la escalerilla, a punto e abordar el
avión, éste le dijo: “Usted debe
agradecer a las autoridades de su país que pidieron enérgicamente que fuera
sacado de Bolivia. Si hubiera sido por nosotros, se quedaría aquí para siempre.
Si vuelve no va a salir vivo de este país”.
A las 15.30, la aeronave comercial que
transportaba al editor y su esposa comenzó a carretear y se elevó en dirección
a Lima, primera y única escala en su viaje de regreso a Italia7.
Al tiempo que en las altas esferas de poder tenían lugar estos sucesos, en el teatro de operaciones la situación se tornaba cada vez más comprometida para la guerrilla.
Aislada,
fuertemente castigada, privada de suministros y extenuada, la columna del Che
Guevara continuaba su marcha hacia el sur, intentando alcanzar el Río Grande
sin un plan predeterminado. La fuerza invasora se hallaba desgastada, en
extremo debilitada, las rencillas entre cubanos y bolivianos parecían ir en
aumento y hasta se habían dado casos de robo de alimentos. El Che debió
recurrir a toda su autoridad para poner freno a la situación porque sabía
perfectamente que la misma terminaría por desmadrarse si no se mostraba rígido.
Ing. Álvaro Alzogaray Embajador argentino en EE.UU. |
El
Che despachó por delante un grupo explorador integrado por ocho efectivos, cuyo
objetivo era estudiar el terreno y alcanzar los depósitos de Ñancahuazu para
traer medicamentos y tratar de dar con “Joaquín”. Debían aproximarse al
Campamento Central, percatarse de su situación, así como la de los puntos de
reunión señalados previamente y regresar lo antes posible para entregar la
información.
“Benigno”,
“Julio” y el “Ñato” fueron designados para encabezar la partida en tanto los
cinco efectivos restantes, haciendo las veces de correos, se desprenderían
escalonadamente de la patrulla llevando los mensajes y de ese modo, tendrían a
la columna al tanto de la situación.
Cuando
en la primera semana de agosto ninguno de ellos regresó, le Che decidió ponerse
en marcha hacia el Río Grande para esperar a los exploradores en ese punto.
Llegó el 17 de agosto y después de montar el vivac, distribuyó puestos de
observación, señalando previamente una senda que partía hacia el oeste, por
donde debían retirarse en caso de ser necesario.
El
21 se pusieron nuevamente en marcha y dos días después arribaron a una cañada,
donde montaron una emboscada. Menos de una hora después, aparecieron dos cazadores
que aparentemente revisaban sus trampas; los hicieron prisioneros y a punta de
fusil, los sometieron a interrogatorio. Manifestaron ser pobladores de la zona
y confirmaron la presencia de tropas tanto en la casa de Epifanio Vargas como
en Tatarenda, Caraguatarenda, Ipitá y Yumón; incluso en la segunda de las
localidades mencionadas había tenido lugar un enfrentamiento durante el cual,
un soldado resultó muerto.
El
Che estaba seguro que se trataba del pelotón de “Benigno” y así lo apuntó en su
diario. Al parecer, los soldados se desplazaban en grupos de quince a veinte
hombres y solían pescar en las inmediaciones, de ahí las medidas que el
comandante guerrillero adoptó para la defensa del campamento.
El
toque de diana tuvo lugar a las 5.30 a.m. Los guerrilleros se incorporaron,
recogieron sus enseres y tras un breve refrigerio a base de yuca, echaron a
andar. Al cabo de un tiempo, se toparon con otros tres campesinos que avanzaban
por la orilla opuesta del afluente y detrás de ellos, aparecieron ocho soldados
más, de ahí la orden del Che, de adoptar posiciones de combate y prepararse
para entrar en acción. Sin embargo, se los dejó pasar sin abrir fuego fuego
porque en ningún momento cruzaron las aguas.
…se
limitaron a dar unas vueltas y pasaron junto a nuestros fusiles, sin que les
tiráramos8.
Para
entonces, el hambre acuciaba, varios de los combatientes se hallaban enfermos y
la radio no hacía más que transmitir noticias preocupantes.
El
27 de agosto aparecieron otros siete soldados. Se trataba de elementos de la
Compañía “C”, perteneciente a la III División, quienes patrullaban las márgenes
del Río Grande siguiendo instrucciones del comando en Camiri. Llegaron por la
margen opuesta, caminando lentamente, desplazándose con mucha cautela, algo que
llamó la atención de “Pombo” porque desde el inicio de las acciones, era la
primera vez que los veía proceder como se debía9.
La
tropa se dividió en dos grupos y al cabo de unos instantes, el soldado más
adelantado reanudó la marcha, dejando a la otra sección en el recodo.
“Pachungo”
y “Pombo” estaban listos para abrir fuego, esperando el momento indicado, es
decir, que “Antonio” lo hiciera primero.
Los
dos conscriptos que encabezaban la formación llegaron al vado y comenzaron a
desvestirse para introducirse en el río. Cuando el primero puso su pie en el
agua, “Antonio” disparó, errándole por varios centímetros.
La columna entera abrió fuego, concentrando las
descargas sobre el grueso de la tropa, que presa del pánico, arrojó sus fusiles
y comenzó a correr. “Pachungo” y “Pombo” les tiraron a los tres hombres que se
encontraban en el recodo, hiriendo a uno de ellos antes de que se pusieran a
cubiertoCombate en el Río Grande |
El Che corrió hasta la posición donde se encontraban parapetados ambos y vio las balas repicando alrededor de los fugitivos. Cuando “Inti” y “Pablito” y le pidieron autorización para cruzar el río y apoderarse de las armas que los soldados habían arrojado, este se las concedió mientras a su alrededor el tiroteo crecía en intensidad.
“Inti”
y “Pablito” se incorporaron y se lanzaron barranca abajo mientras el resto de
la columna seguía disparando.
Casi
perecen a causa del “fuego amigo” cuando “Eustaquio” los vio venir y les
efectuó varias descargas, errándole por poco a “Inti”.
Viendo
que la responsabilidad de todo había sido de “Antonio”, primero porque comenzó
a disparar antes de tiempo y segundo al no advertir oportunamente a su
compañero, el Che corrió hasta donde se encontraba posicionado y tomándolo de
la chaqueta lo increpó duramente.
-¡¡¿Pero
qué coño haces?!!
-¡Fernando,
coño, a mí ningún hombre me ha hecho esto nunca! – respondió “Olo”.
El
comandante lo soltó, se disculpó y si perder más tiempo ordenó la retirada.
Mandó a “Pombo” hacerse cargo de los enfermos y dejó a “Moro” aquejado, al
cuidado de la retaguardia.
“Coco”
corrió hasta donde yacía tirado un Garand junto a dos cargadores y los recogió,
para regresar a toda prisa en tanto los soldados se alejaban en sentido
opuesto, buscando el camino que los conducía a su campamento.
El
encuentro con la sección de “Benigno”, al día siguiente, sirvió para atemperar
los ánimos y elevar la moral. Habían evadido patrullas adelantadas tanto en
cercanías de la casa de Vargas como en Yumao; estuvieron también en el
Campamento del Oso y luego regresaron, corroborando la presencia del enemigo a
lo largo del Ñancahuazu y la cuenca del Saladillo.
Cuando
el Che preguntó sobre el combate que la radio había anunciado en
Caraguatarenda, con un soldado muerto, “Benigno” lo negó y confirmó que el Oso
se había convertido en un destacamento del Ejército en el que se hallaban
acantonados no menos de ciento cincuenta efectivos. Lo más significativo eran
los indicios de que “Joaquín” y su gente habían estado por esos parajes uno o
dos días antes ya que eso significaba su cercanía y la posibilidad de
establecer contacto con él. En conversación privada, le manifestó al Che que el
“Ñato” había manifestado muy buen desempeño pero como contrapartida, “Julio”
mostró cierto temor ante la presencia enemiga y hasta se había extraviado en un
par de oportunidades.
En
tanto la guerrilla se retiraba hacia el oeste, la sección de la Compañía “C”,
al mando del subteniente Luis Delgado, la misma a la que pertenecían los
soldados sorprendidos en el vado, se puso en marcha cruzando el Río Grande, en
busca de la columna enemiga.
Honorato
Rojas era un campesino de Puerto Mauricio, que vivía junto a su mujer y sus
cinco o seis hijos en una finca humilde, a orillas del Masicuri. La columna
invasora había pasado por su cabaña el 10 de febrero, oportunidad en la que se
hizo de alimentos y el “Médico” curó de gusanos a dos de sus vástagos. Al Che
aquel hombre no le causó buena impresión pues lo notó un tanto falso y
peligroso, sensación que dejó anotada en su diario.
El
campesino está dentro del tipo; incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever
los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso10.
Su
casa era una de las postas que la patrulla exploradora de “Benigno” debía
observar en su reciente expedición al Ñancahuazu, lo mismo la de Epifanio
Vargas.
Hacia
allí se dirigía “Joaquín”, luego del combate de Iñao, necesitado como estaba,
de reponer fuerzas e intentar reunirse con el Che. Dejaba atrás la quebrada de
Yuqui y la desembocadura del río e intentaba orientarse y averiguar dónde se
encontraba realmente.
Para
entonces, la VIII División había puesto en marcha el Plan Parabanó, destinado a
acorralar al invasor en la zona norte de su jurisdicción. Para ello, las tropas
deberían moverse de norte a sur, desde la transversal Samaipata-Santa Cruz de
la Sierra, reduciendo su radio de acción mediante operaciones de rastrillaje y
limpieza hasta la transversal Vallegrande-Postrervalle-El Filo-Paraí-Florida.
En ese punto entraba en vigencia su segunda fase, destinada a aniquilarlo, en
coordinación con la IV División11.
Desplazamiento de tropas durante el Plan Paranabó |
Hay quienes aún hoy critican ese plan por considerarlo excesivamente esquemático pues durante las tareas de rastrillaje, las unidades debieron desplazarse sobre rutas asignadas, sujetas a las instrucciones del Comando, sin posibilidad de adoptar decisiones propias cuando la situación lo requería12.
En
cumplimiento de esa directiva, la VIII División desplegó sus tropas a lo largo
de la carretera Santa Cruz de la Sierra-Cochabamba, cubriendo de ese modo un
amplio sector paralelo al Río Grande, para luego lanzarlas hacia el sur y de
ese modo, reducir el radio de acción enemigo. Debían seguir las líneas
Angustura-Loma Mansa-La Paliza, Bermejo-Las Juntas-El Filo,
Samaipata-Quirusillas-Postrervalle y Vallegrande-Lajas-Masicuri Bajo, mientras
por detrás se cerraba el área Morocos-Florida-Abapó.
Se
cumplía, de esa manera, la primera parte del plan, acorralarlo al invasor
contra el Río Grande.
El
20 de agosto, las tropas que se desplazaban hacia el sur comunicaron por radio
que el área se encontraba despejada. Eso llevó a la población la consabida
tranquilidad y permitió retomar el ritmo habitual de sus actividades. La
carretera Cochabamba-Santa Cruz de la Sierra fue reabierta al tránsito y el
ferrocarril desde esa última ciudad a Yacuiba volvió a correr con normalidad.
Mientras
tanto, a orillas del Masicuri, se producían novedades.
El
28 de agosto, “Joaquín” envió por delante una avanzada integrada por “Ernesto”
y “Polo”, con la misión de conseguir ayuda. Retornaron al poco tiempo,
informando que algo más adelante, habían escuchado disparos y eso les impidió
continuar; en vista de ello, “Joaquín” encomendó la misma misión a “Alejandro”,
Walter y Moisés Guevara, quienes alcanzaron la casa de Rojas y le solicitaron
su guía para cruzar el río.
Coronel Constantino Valencia Oblitas |
Lejos
de allí, el coronel Constantino Valencia Oblitas, comandante de la Agrupación
Táctica de Infantería Nº 3 (ATI-3) con asiento en Vallegrande, dispuso que el
capitán Mario Vargas Salinas se trasladase a la zona del Masicuri para hacerse
cargo del puesto militar regional, así como del de Lajas. Debía reemplazar al
subteniente Pedro Barbery Arzabe y organizar pelotones de exploración con elementos
civiles para enviarlos hacia el sur, en misiones de patrullaje y obtención de
información.
Oblitas
acababa de habilitar la línea telegráfica de su jurisdicción, logrando una
comunicación más fluida con las unidades a su mando y lo más importante, el recibimiento
temprano de información.
En
cumplimiento de la orden, Vargas se puso en camino y una vez en Lajas, dispuso
organizar dos comisiones con pobladores del sector y enviarlas por distintas
sendas en dirección sur.
En
eso encontraba enfrascado cuando en horas de la tarde, un recluta se apersonó
en su puesto de mando para informarle que acababa de llegar un soldado con
valiosa información. Vargas miró su reloj, vio que eran las 5.30 p.m. y sin
perder tiempo, mandó llamar al recién llegado quien al presentarse, se cuadró e
hizo la venia, permaneciendo luego en posición de firmes.
El
capitán le ordenó descanso y al preguntarle su nombre, éste dijo llamarse Fidel
Rea y que desde hacía varios días se encontraba destacado en el área del Río
Grande.
-Continúe
– ordenó Vargas.
El
soldado manifestó que en un momento de descanso, cuando pescaba en el río
Masicuri, apareció un niño de aproximadamente doce años de edad manifestando
ser Lucio, hijo de Honorato Rojas, poblador de las inmediaciones, y que por
encargo de su padre, venía a decir que tres hombres barbudos habían estado en
su casa.
Cuando
el capitán Vargas preguntó a qué hora había ocurrido el hecho, el soldado le
respondió que poco antes del mediodía y luego agregó que en el apuro, había
dejado su arma y su mochila en el lugar, lo mismo la caña de pescar, que quedó
tendida sobre la orilla.
El
oficial indicó que aquello había sido un acto imprudente y luego le preguntó a
que distancia se encontraba el lugar.
-Treinta
kilómetros, mi capitán.
Sin
perder tiempo, Vargas convocó a sus asistentes y les indicó formar a la tropa
con el armamento y el equipo listos.
Una
vez reunidos los hombres frente al puesto de mando, Vargas pronunció una breve
arenga, que aquellos escucharon en el más completo silencio.
Soldados,
llegó la hora de terminar con estas caminatas, si tenemos suerte seremos
removidos y después licenciados. Estamos yendo a darnos de cara contra los
barbudos. Estamos convencidos de que no nos sorprenderán.
Estamos
convencidos de que no son superhombres, ni son invulnerables ni invencibles.
Son tan humanos como nosotros y en esta oportunidad, responderemos como buenos
bolivianos…13.
A
las 7 p.m. (19.00), el destacamento se puso en camino. Lo integraban dos
oficiales, tres suboficiales, igual número de cadetes de la EMC y treinta y
tres soldados, de los cuales diecisiete pertenecían al RI12 “Manchego”, y dieciséis
al GC8 –componente del RC8 “Braun” –, totalizando cuarenta y un efectivos.
Vargas
dispuso que los hombres llevasen poco peso porque pretendía alcanzar Vado del
Yeso antes del amanecer. Le ordenó al subteniente Barbery que distribuyese 40
balas y dos raciones secas a cada soldado y dividió a la tropa en tres
secciones, la vanguardia (cinco hombres), a las órdenes del sargento Barba, el
centro, a su propio mando y la retaguardia (seis hombres), dirigida por
Barbery, separadas cada una por una distancia de 200 metros.
El
desplazamiento hacia la zona se hizo sin inconvenientes. La tropa hizo un
primer alto a mitad de camino, en el Vado de Arenales y a las 3 a.m. alcanzó el
paso de Morón, 8 kilómetros al norte de la casa de Honorato Rojas. Donde se
detuvo.
Era
noche cerrada y apenas se veía un par de metros por delante cuando a la luz de
una linterna, Vargas consultó la hoja de ruta. Estudió cuidadosamente la carta,
corroboró que estaba bien orientado y después de reforzar la vanguardia
reinició la marcha, hasta situarse a sólo 500 metros de la propiedad.
A
orillas del Masicuri, Honorato Rojas no la pasaba bien. Acuciados por el hambre
y el cansancio, “Joaquín” y sus hombres no estaban en uno de sus mejores
momentos y urgían al campesino por que terminase de preparar el alimento. El
pobre hombre había faenado dos de sus cerdos y terminaba un guiso abundante.
-¿No
sabes nada del Ejército? – le preguntó el cabecilla.
-No
– fue la respuesta
-Si
me mientes, te mato ahora mismo –agregó “Joaquín”, colocándole el caño de su
arma en la cara, y luego, dirigiéndose a sus hombres les ordenó- Ustedes
cuatro, vayan a aquellos barracones con cuidado y revisen bien.
Los
combatientes fueron y vinieron en poco más de media hora mientras “Joaquín”
permanecía con la familia junto a la casa. No encontraron nada anormal y eso
tranquilizó a su jefe. Acto seguido, le ordenó a Honorato ir por azúcar, sal y
alimentos pero como nada de eso se conseguía cerca, éste les manifestó que la
comisión le llevaría varios días pues solo en Vallegrande se podían conseguir
esas provisiones.
“Joaquín”
permaneció un momento pensativo y luego respondió que tenía pensado acampar
ahí, en la casa y enviar patrullas en busca del Che. Rojas le mencionó un lugar
más adecuado, al otro lado del río, una montaña cubierta de follaje con agua en
abundancia, donde podían mantenerse ocultos sin problemas.
Como
en realidad los planes del jefe guerrillero contemplaban el cruce del torrente,
estuvo de acuerdo y sugirió realizar la travesía ese mismo día, en horas de la
noche.
-Imposible,
señor –respondió Rojas- No es posible cruzar el río de noche, hay lugares
caudalosos y con remolinos, podemos morir todos.
-Está
bien –contestó “Joaquín” de mala gana- estaremos aquí a las 4 o 5 de la tarde14.
Ni
bien terminó de hablar, el cubano se incorporó, le ordenó a uno de sus hombres
darle al campesino dinero para las provisiones y después se puso en marcha,
para reunirse con el resto del grupo.
Comenzaba
a amanecer cuando algunos metros por delante, las avanzadas del Ejército
creyeron distinguir movimientos. Era la esposa de Rojas, que en compañía de
algunos de sus hijos se alejaba del lugar, temerosa de un posible
enfrentamiento. Llevada ante el capitán Vargas, amplió la información que había
pasado su hijo en horas del mediodía, pero agregando que ahora eran siete los
guerrilleros que se habían instalado en su casa.
Poco
después, apareció Honorato, quien trataba de alcanzar a su mujer, huyendo también
del área.
-¿A
dónde vas con tu esposa, tus hijos y esos bultos? – le preguntó Vargas.
-Me
estoy yendo, mi capitán, no quiero morir – respondió el campesino asustado.
-Sí
–le dijo el oficial colocándole su pistola en la frente–, te voy a matar por
traidor si te escapas15.
El
campesino sabía que los militares estaban al tanto de la ayuda que les había
proporcionado a los invasores en el mes de febrero, de ahí sus ansias por
colaborar con ellos. Cuando Vargas lo interrogó, explicó que al menos una
decena de ellos se encontraban en las inmediaciones, exhaustos, perdidos y
faltos de alimentos; que le habían querido comprar una vaquilla y sobre todo,
pretendían que los ayude a vadear el río.
Remató
diciendo que los invasores regresarían en horas de la tarde y entonces Vargas
se dio cuenta que tenía ante sí la oportunidad de acabar con ellos. Arregló con
Rojas que cuando los merodeadores regresasen por él, los condujese al vado más
próximo, ahí donde el Río Grande se junta con el Masicuri, cerca de Puerto
Mauricio, sabiendo que se trataba de una posición ventajosa para montar una
emboscada. Acompañado por el campesino, se trasladó hasta el lugar (06.30) y
una vez allí, acordó la senda por la que debía venir y la posición donde
ubicaría a sus hombres. Antes de despedirlo, le recomendó que se pusiese una
camisa blanca para que sus hombres no lo confundiesen con un subversivo.
Rojas
partió a la carrera en tanto Vargas ordenó al destacamento acampar en el lugar
esperando su regreso pues había convenido que éste los guiaría durante el cruce
del río.
A
varios kilómetros de allí, el Che se encontraba atascado en las serranías de
San Marcos, a 1200 kilómetros sobre el nivel del mar, sin dar con ninguna senda
que permitiese a sus atiborradas cabalgaduras (mulos y caballos) descender
hasta la casa de Honorato Rojas y hacerse de las tan necesarias provisiones,
especialmente agua.
Una
hora después de la partida de Rojas, las tropas del capitán Vargas aguardaban a
lo largo de ambas márgenes, mimetizadas con el terreno, con sus dos
ametralladoras pesadas montadas en puntos estratégicamente seleccionados. Las
acompañaba el alcalde Evaristo Caballero y cuatro civiles más, José Cardona,
Miguel Molina, Santiago Morón y el propio Honorato Rojas, quienes se habían
llegado hasta el lugar para señalar los pasos por donde el último debía
conducir a los guerrilleros.
Como
hemos dicho, Vargas desplegó bien a sus hombres; ubicó al grueso en la orilla
sur y dejó al resto en la norte, once efectivos a las órdenes del sargento
Barba, quienes debían evitar cualquier intento de repliegue por parte de los
guerrilleros.
El
mismo supervisó las posiciones y antes de cruzar al otro lado, les manifestó su
confianza y la seguridad de que todo iba a resultar bien.
-Confío
en ustedes, sé que no me van a defraudar.
-Capitán,
¿cómo será dada la orden para disparar? –preguntó el sargento Barba.
-Yo
haré el primer disparo –respondió el comandante en voz alta, para que todos
oyeran-, nadie puede hacerlo antes.
Y
luego agregó, dirigiéndose al suboficial:
-Extingue
todos los rastros de que estuvimos aquí. No debe quedar visible ninguna pisada,
los guerrilleros siempre están atentos a cualquier señal que indique nuestra
proximidad16.
La
tropa pasó toda la mañana cavando trincheras y reforzando las posiciones.
Cardona,
Molina y Morón quedaron con ellas cuando Honorato Rojas volvió a cruzar las
aguas y se perdió en la espesura. Sabían todos que la próxima vez que lo
viesen, sería guiando a la columna enemiga a través de la espesura y eso generó
cierta tensión.
A
las 4 p.m. (16.00) “Joaquín” miró su reloj y les ordenó a “Paco” y Walter que
regresasen a la finca y trajesen a Rojas.
Al
llegar a la casa, los combatientes encontraron al campesino preparando un
potaje. Era una sopa de maíz para ellos, pues la idea era que racionaran en
caliente antes de ponerse en marcha.
Lejos,
en el vado, los soldados aguardaban expectantes, atentos a cualquier
movimiento. Hacía más de ocho horas que esperaban agazapados y algunos,
comenzaban a preguntarse si los guerrilleros realmente se iban a presentar.
De
repente, en medio del follaje, alguien creyó distinguir movimientos. El capitán
Vargas tomó los binoculares y vio que, efectivamente, por la senda indicada,
avanzaba Honorato Rojas seguido por alguna gente. Advirtió por señas a sus
hombres y se preparó para entrar en acción.
El
primero en aparecer fue “Braulio”, portando en su mano izquierda una Browning y
en la derecha un machete con el que venía abriendo camino. Apareció avanzando
muy lentamente, mirando hacia todos lados, con Honorato Rojas a su lado,
luciendo su camisa blanca y sombrero de paja. Se detuvo unos instantes en la
orilla, escuchó lo que el campesino tenía para decirle y luego lo despidió,
agradeciéndole los servicios prestados. Se volteó luego hacia la orilla opuesta
y reanudando la marcha, se introdujo cautelosamente en el agua, mientas
espantaba los insectos con la hoja de su arma blanca. Detrás suyo emergió en
fila india el resto de la columna, con “Joaquín” ubicado en el medio y “Tania”,
“Paco” y “Ernesto” cerrando la formación17.
Por
una fracción de segundo, la visión de la guerrillera, con su esbelta
figura y sus rubios cabellos, pareció conmocionar a los soldados. La
argentina llevaba pantalones de camuflaje, borceguíes y una camisa
blanca a rayas verdes, arremangada hasta los codos. Aún bastante delgada
por la enfermedad que había padecido hasta hacía poco, amén de las
privaciones propias de la campaña, cargaba su mochila como el que más y
llevaba el fusil a la altura del pecho. En esas condiciones se introdujo
en el río y siguiendo los pasos de "Paco", comenzó a deslizarse
lentamente por su cauce.
"Joaquín" y "Tania" durante el cruce del río Masicuri (Imagen: Che: guerrilla, de Steven Soderbergh, 2008) |
Parapetado detrás de un árbol, Vargas apenas daba crédito a lo que veía; allí estaban los guerrilleros, los invasores de su tierra y sus colaboradores bolivianos, responsables de tanta muerte y dolor; quienes intentaban imponer ideas extrañas que ni el más humilde campesino entendía ni quería para su país. Por eso no lo dudó, apuntó con su fusil y cuando por lo bajo sintió al subteniente Barbery instándolo a abrir fuego, disparó.
El
primero en alcanzar la orilla fue “Braulio”, pero ni bien salió del agua, las
balas de Barbery y uno de los soldados lo alcanzaron en varias partes del
cuerpo, una de ellas la cara. Sin embargo, antes de caer, alcanzó a abatir al
soldado Antonio Vaca Céspedes, quien quedó tendido sobre el follaje con el
pecho perforado.
El
tiroteo que se generó fue breve pero intenso.
Las
ametralladoras de trípode abrieron fuego y el agua se llenó de piques; los
guerrilleros se despojaron de sus mochilas e intentaron retroceder, pero la
sección del sargento Barba los contuvo con determinación, por lo que algunos se dejaron llevar por la corriente.
Una
ráfaga alcanzó a “Tania” matándola al instante; la muchacha cayó hacia atrás,
se sumergió en las aguas y emergió unos segundos después, para ser arrastrada
por el río.
Los
guerrilleros que aún se mantenían con vida intentaban por todos los medios
repeler el ataque y buscar protección, pero al ser sorprendidos en mitad del
río, no tuvieron ninguna posibilidad.
-¡¡Hay
que sacar a la tropa!! – comenzó a gritar el capitán Vargas intentando hacerse
oír por sobre los disparos.
Los
soldados gritaban para descargar la tensión, mientras accionaban sus armas en
tanto la corriente se llevaba cuerpos y mochilas a considerable velocidad.
La
gente del sargento Barba continuaba conteniendo el repliegue mientras una parte
de la tropa corría por la playa, para cortar todas las vías de escape. “Polo”
fue abatido 600 metros río abajo y “Joaquín” en la mitad del río, lo mismo
Walter, “Alejandro” y Moisés Guevara. “Paco” se dejó llevar por el agua y al
llegar a una saliente, se aferró a las piedras, recibiendo un impacto en el
hombro. “Ernesto” también logró alejarse y salir de la corriente; lo primero
que hizo fue quitarse la mochila y extraer unos papeles que llevaba dentro para
arrojarlos al río y luego levantó los brazos para entregarse. Según parece un
soldado del Beni lo reconoció y le disparó17.
“Paco”
comenzó a gritar que se rendía y los soldados dejaron de disparar; lo rodearon,
y sin dejar de apuntarle con sus armas, le ordenaron levantar los brazos.
El
combate había durado poco más de cinco minutos pero resultó en extremo
violento; su saldo fue de diez muertos, nueve guerrilleros y un soldado, sin
contar el prisionero que se acababa de entregar.
Al
capitán Vargas le preocupaba una cosa: recobrar los cuerpos para entregarlos al
comando de la División pues era más que seguro que el EM iba a querer
exhibirlos. Fueron recuperados siete, que se apilaron sin demasiado cuidado
sobre la orilla sur, para su reconocimiento y se ordenaron patrullas por las
inmediaciones para tratar de dar con el resto.
La
tarea le fue encomendada a “Paco” quien confirmó que, efectivamente, eran sus
compañeros.
-Son
“Joaquín”, “Braulio”, “Alejandro”, Walter, Moisés Guevara y “Ernesto”.
-¿Quiénes
faltan?
-“Polo”,
“Tania” y el “Negro”.
Sin
más dilación, Vargas tomó el equipo de radio y se comunicó con Vallegrande para
pasar la novedad. La noticia causó júbilo en el Estado Mayor y corrió por el
mundo como reguero de pólvora. El grupo de “Joaquín” había sido aniquilado y la
guerrilla sufría el golpe más duro desde el inicio de la contienda, quedando
reducida a sólo una veintena de hombres. Era la primera victoria de las FF.AA.
bolivianas y la primera vez que se le producían tantas bajas fatales al
enemigo.
El
cadáver de “Apolinario” (“Polo”) apareció a la mañana siguiente, entre unos
juncos; el de “Tania” una semana después, sobre un banco de arena, con la
cabeza apoyada sobre la mochila y según algunas versiones, su rostro
desfigurado por las pirañas.
En
cuanto a la suerte del “Negro”, la versión que suena más creíble es la del
coronel Reque Terán. Al parecer, la corriente lo empujó hasta el mismo punto
donde había encallado el cuerpo de “Tania”. Tras comprobar que su compañera
yacía sin vida, se incorporó y se introdujo en la selva, siguiendo el curso del
Ñancahuazu hacia el sur, sin saber que se dirigía directamente a una trampa.
En
sentido contrario, avanzaba la Compañía “Toledo” de la IV División, que acudía
presurosa en apoyo del capitán Vargas.
Soldado boliviano del RI12 "Manchego" |
Al
llegar a El Palmarcito, sus avanzadas liberaron al perro rastreador que llevaba
el instructor y éste, siguiendo su olfato, se internó en el monte, corriendo a
toda velocidad. Inmediatamente después, se escuchó un estampido y casi
enseguida, emergió el “Negro” con las manos en alto. Sorprendido por lo
repentino de la aparición, uno de los reclutas alzó su arma y disparó,
matándolo al instante. Su jefe lamentaría el hecho porque deseaba interrogar al
prisionero.
Radiada
la novedad, el Comando despachó un helicóptero con el propósito de conducir el
cuerpo al cuartel. El aparato, piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, se
posó en el linde mismo de la selva y los soldados procedieron a cargar el
cadáver. Una vez amarrado al patín, éste se elevó y se alejó en dirección a
Camiri, perdiéndose detrás de los árboles. Sería exhibido a la prensa y luego
enterrado, en una fosa abierta especialmente detrás de los hornos de ladrillo
del cuartel de Choreti, el domingo 3 de septiembre19.
Sin
pérdida de tiempo, el EM de la VIII División emitió un comunicado dando cuenta del hecho.
En
tanto, a orillas del Masicuri, los cuerpos restantes fueron amarrados a lomos
de burros (según Gary Prado fueron cargados en caballos) y conducidos hasta
Vallegrande, para su examen y exposición. A mitad de camino, en el alto
Masicuri, los esperaba un camión militar, enviado expresamente para ese fin.
Los soldados transfirieron los cuerpos a la parte posterior del vehículo y en
esas condiciones los llevaron a Vallegrande.
Su
exhibición fue todo un acontecimiento ya que por primera vez en nueve meses, el
Ejército mostraba pruebas concretas de que había chocado contra el enemigo y
salido victorioso.
El
camión se detuvo en el Hospital “Nuestra Señora de Malta” y en su lavandería,
colmada de periodistas, fueron expuestos los cadáveres.
La
victoria elevó considerablemente la moral del Ejército y fue la prueba de que
las cosas comenzaban a hacerse bien.
La
decisión del capitán Vargas de actuar con rapidez y energía, su perseverancia
en mantener la emboscada durante doce horas, dan sus frutos y se paga así con
la misma moneda a quienes hasta ahora habían embocado al ejército20.
El
gobierno mostró su satisfacción ascendiendo al capitán Vargas al grado de mayor
y al subteniente Barbery al de teniente.
Las
FF.AA. están asestando a los castristas una serie de golpes duros –manifestó el
general Ovando- fundamentalmente porque hemos adquirido experiencia y estamos
llevando a cabo una serie de tácticas dispuestas para destruir al enemigo. Su
capacidad combativa ha sido mellada; están disminuidos a su mínima expresión y
ahora les será duro enfrentar a las Fuerzas Armadas21.
El helicóptero Hughes MH-6 matrícula LS-4 al comando del mayor Jaime Niño de Guzmán posado en El Palmarcito para evacuar el cuerpo del "Negro" |
Notas
1 Mario José
Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 100 (Telegrama enviado por el
Departamento de Estado a la embajada estadounidense en Brasilia, confidencial,
13 de julio de 1967, 14:20 horas, NARA, Rg 59, Departament of State, subject numeric files, 1967-1969, sobre 1901,
fascículo Pol 2 Braz/ 7.I.67.)
2 Gregorio Selser, op.
Cit., p. 60. Cita a “La Nación de Buenos Aires, edición del 9 de agosto de
1967.
3 Mario José Cereghino,
Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 107 (Memorándum de la conversación entre Álvaro C.
Alsogaray, embajador argentino en Washington, y Covey T. Oliver, subsecretario
de Asuntos Interamericanos, secreto, 28 de julio de 1967, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol
23-9 Bol/ I.I.67.)
4 “[…]
El embajador Alsogaray nos ha confirmado la existencia de un acuerdo entre
Bolivia y Argentina, que autoriza ocasionalmente a la policía de fronteras
argentina a seguir a los guerrilleros durante 2 km por el interior del
territorio boliviano. […]”. Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile,
op.Cit., p. 100 (Telegrama enviado por el Departamento de Estado a la embajada
estadounidense en Buenos Aires, secreto, 29 de julio de 1967, 16:20 horas,
NARA, Rg 59, Departament of State, 1967-1969,
sobre 1523, fascículo Def Bol/ I.I.67.)
5 Ídem, pp. 107-108
(Memorándum de la conversación entre Álvaro C. Alsogaray, embajador argentino
en Washington, y Dean Rusk, secretario de Estado, secreto, 3 de agosto de 1967,
10:30 horas, NARA, Rg 59, General Records
of the Departament of State, Cfpf
1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
6 Julio Rodolfo
Alsogaray fue el general que le anunció personalmente al presidente Arturo
Umberto Illia que acababa de ser derrocado, ello durante el golpe de Estado
encabezado por los generales Pascual Pistarini y Juan Carlos Onganía (28 de
junio de 1966). Había tomado parte en la frustrada revuelta encabezada por el
legendario general Benjamín Menéndez, el 28 de septiembre de 1951, oportunidad
en la que fue separado del arma y encarcelado.
Ascendido
a general, en enero de 1966 fue nombrado comandante del I Cuerpo de Ejército y
en diciembre, a seis meses de producido el golpe, comandante en jefe del
Ejército. El mayor de sus hijos, Juan Carlos fue militante montonero y murió en
combate durante el Operativo Independencia, en la provincia de Tucumán. Álvaro
Alsogaray, hermano de Julio, fue uno de los mayores impulsores del liberalismo
y la Economía Social de Mercado en la Argentina. Subsecretario de Comercio
entre 1955 y 1956, fue ministro de Industria a partir de ese año y fundador del
Instituto de Economía Social de Mercado. Dos veces ministro de Economía, la
primera en tiempos de Arturo Frondizi (1959-1962) y la segunda durante la
gestión de José María Guido (1962), ocupó también la cartera de Trabajo durante
el mandato del primero.
Designado
embajador en los Estados Unidos por el general Onganía, a su regreso en 1968 se
dedicó a difundir las teorías liberales hasta su fallecimiento, acaecido el 1
de abril de 2005. Pertenecían ambos a una distinguida familia de militares y
políticos. Eran sobrinos del célebre comisario Julio Alsogaray, recordado por
su lucha contra las mafias de la prostitución y bisnietos de Álvaro Julio de
Alzogaray, marino argentino de destacada actuación durante la guerra con el
Imperio de Brasil (1825-1828), la Guerra Grande (1838-1852), la de la Triple
Alianza contra Paraguay (1864-1870) y las contiendas civiles.
7 Sobre el caso
Feltrinelli, ver Adys Cupull y Frolán González, op. Cit., p. 61 y ss.
8 Ernesto “Che”
Guevara, El Diario del Che en Bolivia,
p. 319.
9 Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 180.
10 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit., p. 93.
11 Gary Prado Salmón,
op. Cit., pp. 245-246.
12
“Coronel
Constantino Valencia Oblitas”, Bandera en Alto
(http://banderaenalto.blogspot.com.ar/2015/06/coronel-constantino-valencia-oblitas.html).
13 Reginaldo Ustariz
Arze, op. Cit., p. 287; cita a José Luis Alcázar, Ñancahuazú. La guerrilla del Che en Bolivia, Era, México, 1969, p.
163.
14 Ídem, p. 288.
15 Ídem, p. 289.
16 Ídem, p. 290.
17 Antes de cruzar el
río, el “Negro” le pidió a “Paco” adelantase a él, cosa a la que aquel accedió.
18 Según Gary Prado,
“Ernesto” fue forzado por Barba a retroceder hasta la posición del capitán
Vargas, donde intentó resistir y fue abatido. Según Reginaldo Ustariz Arze, fue
hecho prisionero y rematado a culatazos por varios efectivos (op. Cit., p.
297).
19 Luis A. Reque Terán,
op. Cit.
20 Gary Prado Salmón,
op. Cit., p. 251.
21 Ídem, p. 252.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)