sábado, 31 de agosto de 2019

VADO DEL YESO


La columna de "Joaquín" vadea el Masicuri
(Imagen: Che: guerrilla, de Steven Soderbergh, 2008)


Mientras en Camiri se aceleraban los preparativos para someter a juicio a Régis Debray y Ciro Bustos, la Argentina continuaba enviando armamento y adoptaba medidas tendientes a contrarrestar cualquier intento guerrillero de penetrar en su territorio. A finales de julio tuvo lugar una importante movilización de tropas hacia la frontera con Bolivia y numerosas guarniciones en el centro y norte del país fueron puestas en alerta.
Ante ese cuadro de situación, el embajador de los Estados Unidos en Brasil, John W. Tuthill, escribió al Departamento de Estado advirtiendo sobre giro que estaba tomando la situación.

El Ministerio de Exteriores brasileño ha tenido un intercambio de pareceres sobre la situación boliviana con los gobiernos de Argentina, Paraguay, Chile y Perú. […] Argentina es el país más preocupado por los aspectos de la seguridad, mientras que Chile, Paraguay y Perú temen el cariz que está tomando el asunto, pues podría llevar el reforzamiento del papel del ejército boliviano. La situación política, la revuelta de los mineros y de los estudiantes y la guerrilla crean una situación de inestabilidad que podría llevar a un golpe de Estado Militar [en Bolivia]. El gobierno brasileño colabora con el boliviano para impedir que los rebeldes reciban aprovisionamiento a través de la frontera entre ambos países. […]1.


En lo que al armamento argentino se refiere, surgieron algunos inconvenientes que requirieron de personal especializado para su solución. Al respecto, el enviado especial del diario “La Nación” en Lagunillas, Álvaro Murguía, escribió desde esa localidad, que las FF.AA. bolivianas estaban siendo equipadas con ametralladoras y pistolas automáticas PAM y Ballester Molina, fusiles ametralladoras FAL y subametralladoras livianas UZI, de procedencia israelí (el corresponsal las menciona erróneamente como de origen suizo).
En un primer momento, se presentaron problemas con las primeras, e incluso con la munición ya que según las tropas empeñadas en los combates, las mismas se atascaban con facilidad y presentaban inconvenientes con las balas, sobre todo en los momentos de mayor intensidad en los combates, de ahí el envío de técnicos especializados por parte de Fabricaciones Militares, cuya misión era para interiorizarse del problema y lograr una solución.
Los especialistas volaron a La Paz desde Buenos Aires y de allí pasaron a Vallegrande, Camiri y Lagunillas, donde procedieron a supervisar el equipo y tras una serie de pruebas y ajustes, superar los inconvenientes, elevando el informe correspondiente al directorio de la empresa2.
Quince días después, se reunían en Washington el representante argentino ante los Estados Unidos, capitán ingeniero Álvaro Alsogaray y el subsecretario de Asuntos Interamericanos, Covey T. Oliver, para tratar, entre otros asuntos, el problema de la guerrilla:

[…] Las informaciones que poseemos indican que los guerrilleros en Bolivia son un centenar, bien armados y adiestrados. […]3.

No estaban muy bien informados los funcionarios pues ni los números ni la situación coincidían. Sin embargo, en lo que a medidas contrainsurgentes se refiere, el embajador argentino tenía instrucciones de revelar la posición de su gobierno con respecto al problema y así lo hizo. Buenos Aires no sólo se había comprometido en la contienda enviando armas, municiones y provisiones sino que tomaba visibles medidas para una eventual entrada en acción.
En ese sentido, Alsogaray le manifestó a Oliver que existía un acuerdo tácito entre su gobierno y el de Bolivia según el cual, la Gendarmería Argentina podía penetrar 2 kilómetros en suelo boliviano para seguir guerrilleros prófugos, novedad que el Departamento de Estado se apresuró a notificar a su embajada en Buenos Aires, por telegrama secreto, fechado el 29 de julio de ese año4.
Cuatro días después, Alsogaray se reunió con el secretario de Estado norteamericano, Dean Rusk, para manifestarle las preocupaciones de su gobierno y expresarle claramente que su país se preparaba para intervenir directamente en el conflicto.

El embajador Alsogaray ha afirmado que el gobierno argentino está enormemente preocupado por la situación boliviana. Teme que el problema de la guerrilla y otras cuestiones internas puedan acabar con el actual gobierno de La Paz y sustituirlo por uno de izquierdas. También ha afirmado que Argentina está preparada para entrar en acción y neutralizar esa posibilidad, pero antes quiere debatir con Estados Unidos esa posible emergencia. […] El embajador ha declarado que las tropas argentinas actualmente se hallan cerca de la frontera con Bolivia. [...] El secretario Rusk ha replicado que la situación ha mejorado durante el mes de julio y que el batallón de ranger (a cuyo adiestramiento estamos contribuyendo) debería ayudar al Ejército boliviano en la lucha contra la subversión. […]5.

La información venía de buena fuente no solo porque la Cancillería mantenía permanentemente informado a su representante diplomático sino también, porque su hermano, teniente general Julio Alsogaray, era desde el mes de diciembre del año anterior, comandante en jefe del Ejército6.
Los norteamericanos debieron hacer ingentes esfuerzos para contener la invasión argentina a Bolivia, pues eso hubiese generado un grave conflicto de intereses en la región.
Se internacionalizaba el problema y las naciones comenzaban a adoptar medidas en ese sentido.


Otro que también hizo su arribo a Camiri en esos días, para solidarizarse con Régis Debray y de paso, seguir de cerca los acontecimiento, fue el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, propietario de la editorial que llevaba su nombre, especializada en América Latina y las revoluciones del Tercer Mundo, hombre inmensamente rico y en extremo influyente.
Feltrinelli viajó a Bolivia en compañía de su esposa, la bella modelo Sibila Melega, a quien debió esperar una semana en La Paz porque había viajado previamente a Ecuador, para asistir a un desfile. Llegó al país el 8 e agosto, luego de una escala en Lima y se hospedó en la habitación 311 del Hotel “La Paz”, ignorando que sus pasos estaban siendo seguidos de cerca.
Giangiacomo Feltrinelli
Ni bien puso un pie en el aeropuerto, la estación local de la CIA activó su mecanismo de seguridad, advirtiendo al Ministerio del Interior sobre la peligrosidad del recién llegado, su cercanía a la revolución cubana, sus tendencias comunistas y simpatías por Fidel Castro y el Che Guevara, pero muy especialmente, por la posibilidad de que se tratase de un enlace de la guerrilla, de ahí que comenzase a seguir sus movimientos de cerca.
El editor italiano aprovechó esos días para recorrer la ciudad y visitar algunas personalidades, entre ellas, el hermano del “Loro”, Humberto Vázquez Viaña, el coronel del EB, Carlos Vargas Velarde; el ciudadano francés René Mayer, supuesto contacto del coronel Luis A. Reque Terán y nada menos que George Andrew Roth, recientemente liberado “por falta de mérito”.
Según parece, Vargas Velarde le ofreció a Feltrinelli valiosa documentación, que probaba la intervención de la Agencia Central de Inteligencia en Bolivia, a cambio de una importante suma de dinero; le dijo que el organismo estaba reclutando mercenarios cubanos en Miami con la intención de traerlos al país y presentarlos como guerrilleros y que pensaba formar grupos de saboteadores integrados por militares, policías, agentes cubanos y cuadros paramilitares, para cometer atentados contra la población civil en la zona de Oriente y atribuírselos a la guerrilla.
Mayer le ofreció importantes pruebas de la actividad del Che en Bolivia y Roth, manuscritos relacionados con su prisión en Camiri.
El 18 de agosto el editor se encontraba en la habitación del hotel, junto a su esposa cuando, en horas de la tarde, dos individuos golpearon a su puerta y pidieron hablar con él. Eran agentes de la DIC, quienes le dijeron que los tenía que acompañar. Lo condujeron hasta el Ministerio del Interior y lo alojaron en el tercer piso, para someterlo a interrogatorio por espacio de dos horas. Siguiendo instrucciones suyas, su mujer corrió hasta la embajada italiana para denunciar lo sucedido y luego se dirigió al Hotel “Copacabana”, a relatar los hechos a los periodistas allí alojados.
Feltrinelli fue conducido al edificio central de la DIC y luego a una prisión federal, donde quedó detenido. Una vez alojado, supo, a través de otros prisioneros, la suerte corrida por algunos dirigentes mineros, así como activistas de izquierda, entre los primeros, Federico Escobar, quien terminó asesinado cuando amenazó con denunciar las actividades de la CIA en el país. También lo previnieron sobre el agregado de Asuntos Laborales de la embajada de los Estados Unidos en La Paz, Anthony Freeman, quien tenía a su cargo la tarea de extorsionar y corromper a los dirigentes de las minas.
Feltrinelli prometió investigar todo eso y se comprometió a bregar por los presos. Su detención fue conocida en todo el mundo y al igual que Debray, generó la reacción de los medios de prensa del Primer Mundo y la del gobierno de su país.
Misterio sobre el editor italiano desaparecido de La Paz, después de un interrogatorio”, rezaban los titulares de “Pease Sera”, y encabezados similares aparecieron en las ediciones de toda Europa.
Dos días después, Giuseppe Saragat, presidente de Italia, se comunicó personalmente con Barrientos para conocer la suerte de su conciudadano y exigirle garantías sobre su seguridad, lo mismo que De Gaulle había hecho con Debray semanas atrás.
Sibilla Melega de Feltrinelli también fue detenida, en este caso por dos policías vestidos de civil, quienes la interceptaron cuando llegaba al hotel y la condujeron hasta su habitación, donde otros ocho agentes la estaban aguardando. Habían revuelto todo y sus pertenencias se hallaban desparramadas por todas partes. Se la llevaron hasta las oficinas centrales de la DIC y tras someterla a interrogatorio y mantenerla demorada durante toda la noche, fue devuelta a su alojamiento, donde quedó estrictamente vigilada.
A la mañana siguiente, el embajador italiano en persona, Pietro Quirino Tortoricci, se hizo presente en el edificio de la DIC para solicitar una entrevista con su compatriota. Una vez frente a frente, le dijo que tanto el presidente de Italia como su ministro de Relaciones Exteriores, Amintori Fanfani y el primer ministro Aldo Moro, se habían interesado por su situación y exigido a Barrientos garantías en cuanto a su seguridad e integridad física.
De las conversaciones que tuvieron lugar entre el presidente y los dos primeros, se llegó a un acuerdo según el cual, ni bien fuese liberado, debía abandonar el país junto con su esposa, algo que el editor aseguró cumplir sin delaciones.
Inmediatamente después, se presentó en la prisión un periodista con intenciones de entrevistarlo, resultando ser, en realidad, un agente de policía encubierto, interesado en sonsacarle información en cuanto a la conversación que acababa de mantener con el representante diplomático.
Finalmente, el 20 de agosto, pasado el mediodía (14.00 horas), Feltrinelli fue sacado de su celda, conducido hasta un jeep de la dependencia y siempre rodeado de policías de civil, trasladado hasta el Hotel “La Paz”, donde su esposa lo esperaba con el equipaje preparado.
Un oficial de rasgos europeos o más bien nórdicos, los acompañó hasta el aeropuerto y cuando estuvieron junto a la escalerilla, a punto e abordar el avión, éste le dijo: “Usted debe agradecer a las autoridades de su país que pidieron enérgicamente que fuera sacado de Bolivia. Si hubiera sido por nosotros, se quedaría aquí para siempre. Si vuelve no va a salir vivo de este país”.
A las 15.30, la aeronave comercial que transportaba al editor y su esposa comenzó a carretear y se elevó en dirección a Lima, primera y única escala en su viaje de regreso a Italia7.

Al tiempo que en las altas esferas de poder tenían lugar estos sucesos, en el teatro de operaciones la situación se tornaba cada vez más comprometida para la guerrilla.
Aislada, fuertemente castigada, privada de suministros y extenuada, la columna del Che Guevara continuaba su marcha hacia el sur, intentando alcanzar el Río Grande sin un plan predeterminado. La fuerza invasora se hallaba desgastada, en extremo debilitada, las rencillas entre cubanos y bolivianos parecían ir en aumento y hasta se habían dado casos de robo de alimentos. El Che debió recurrir a toda su autoridad para poner freno a la situación porque sabía perfectamente que la misma terminaría por desmadrarse si no se mostraba rígido.
Ing. Álvaro Alzogaray
Embajador argentino
en EE.UU.
A esa altura, era evidente que en su fuero interno, se sabía derrotado pero no se avenía a admitirlo. Ni un solo campesino se les había unido, los estudiantes lo único que hacían era vociferar en las calles o en los claustros pero ninguno corrían a incorporársele, el PC boliviano les había dado la espalda y para peor, la situación en las minas se estaba diluyendo con los dirigentes gremiales en tratativas con el gobierno. De nada sirvió el comunicado que redactó para los trabajadores de los yacimientos desde la profundidad de la selva (ver apéndice) ya que el mismo jamás llegaría a destino.
El Che despachó por delante un grupo explorador integrado por ocho efectivos, cuyo objetivo era estudiar el terreno y alcanzar los depósitos de Ñancahuazu para traer medicamentos y tratar de dar con “Joaquín”. Debían aproximarse al Campamento Central, percatarse de su situación, así como la de los puntos de reunión señalados previamente y regresar lo antes posible para entregar la información.
“Benigno”, “Julio” y el “Ñato” fueron designados para encabezar la partida en tanto los cinco efectivos restantes, haciendo las veces de correos, se desprenderían escalonadamente de la patrulla llevando los mensajes y de ese modo, tendrían a la columna al tanto de la situación.
Cuando en la primera semana de agosto ninguno de ellos regresó, le Che decidió ponerse en marcha hacia el Río Grande para esperar a los exploradores en ese punto. Llegó el 17 de agosto y después de montar el vivac, distribuyó puestos de observación, señalando previamente una senda que partía hacia el oeste, por donde debían retirarse en caso de ser necesario.
El 21 se pusieron nuevamente en marcha y dos días después arribaron a una cañada, donde montaron una emboscada. Menos de una hora después, aparecieron dos cazadores que aparentemente revisaban sus trampas; los hicieron prisioneros y a punta de fusil, los sometieron a interrogatorio. Manifestaron ser pobladores de la zona y confirmaron la presencia de tropas tanto en la casa de Epifanio Vargas como en Tatarenda, Caraguatarenda, Ipitá y Yumón; incluso en la segunda de las localidades mencionadas había tenido lugar un enfrentamiento durante el cual, un soldado resultó muerto.
El Che estaba seguro que se trataba del pelotón de “Benigno” y así lo apuntó en su diario. Al parecer, los soldados se desplazaban en grupos de quince a veinte hombres y solían pescar en las inmediaciones, de ahí las medidas que el comandante guerrillero adoptó para la defensa del campamento.
El toque de diana tuvo lugar a las 5.30 a.m. Los guerrilleros se incorporaron, recogieron sus enseres y tras un breve refrigerio a base de yuca, echaron a andar. Al cabo de un tiempo, se toparon con otros tres campesinos que avanzaban por la orilla opuesta del afluente y detrás de ellos, aparecieron ocho soldados más, de ahí la orden del Che, de adoptar posiciones de combate y prepararse para entrar en acción. Sin embargo, se los dejó pasar sin abrir fuego fuego porque en ningún momento cruzaron las aguas.

…se limitaron a dar unas vueltas y pasaron junto a nuestros fusiles, sin que les tiráramos8.

Para entonces, el hambre acuciaba, varios de los combatientes se hallaban enfermos y la radio no hacía más que transmitir noticias preocupantes.
El 27 de agosto aparecieron otros siete soldados. Se trataba de elementos de la Compañía “C”, perteneciente a la III División, quienes patrullaban las márgenes del Río Grande siguiendo instrucciones del comando en Camiri. Llegaron por la margen opuesta, caminando lentamente, desplazándose con mucha cautela, algo que llamó la atención de “Pombo” porque desde el inicio de las acciones, era la primera vez que los veía proceder como se debía9.
La tropa se dividió en dos grupos y al cabo de unos instantes, el soldado más adelantado reanudó la marcha, dejando a la otra sección en el recodo.
“Pachungo” y “Pombo” estaban listos para abrir fuego, esperando el momento indicado, es decir, que “Antonio” lo hiciera primero.
Los dos conscriptos que encabezaban la formación llegaron al vado y comenzaron a desvestirse para introducirse en el río. Cuando el primero puso su pie en el agua, “Antonio” disparó, errándole por varios centímetros.
La columna entera abrió fuego, concentrando las descargas sobre el grueso de la tropa, que presa del pánico, arrojó sus fusiles y comenzó a correr. “Pachungo” y “Pombo” les tiraron a los tres hombres que se encontraban en el recodo, hiriendo a uno de ellos antes de que se pusieran a cubierto
Combate en el Río Grande

El Che corrió hasta la posición donde se encontraban parapetados ambos y vio las balas repicando alrededor de los fugitivos. Cuando “Inti” y “Pablito” y le pidieron autorización para cruzar el río y apoderarse de las armas que los soldados habían arrojado, este se las concedió mientras a su alrededor el tiroteo crecía en intensidad.
“Inti” y “Pablito” se incorporaron y se lanzaron barranca abajo mientras el resto de la columna seguía disparando.
Casi perecen a causa del “fuego amigo” cuando “Eustaquio” los vio venir y les efectuó varias descargas, errándole por poco a “Inti”.
Viendo que la responsabilidad de todo había sido de “Antonio”, primero porque comenzó a disparar antes de tiempo y segundo al no advertir oportunamente a su compañero, el Che corrió hasta donde se encontraba posicionado y tomándolo de la chaqueta lo increpó duramente.

-¡¡¿Pero qué coño haces?!!

-¡Fernando, coño, a mí ningún hombre me ha hecho esto nunca! – respondió “Olo”.

El comandante lo soltó, se disculpó y si perder más tiempo ordenó la retirada. Mandó a “Pombo” hacerse cargo de los enfermos y dejó a “Moro” aquejado, al cuidado de la retaguardia.
“Coco” corrió hasta donde yacía tirado un Garand junto a dos cargadores y los recogió, para regresar a toda prisa en tanto los soldados se alejaban en sentido opuesto, buscando el camino que los conducía a su campamento.
El encuentro con la sección de “Benigno”, al día siguiente, sirvió para atemperar los ánimos y elevar la moral. Habían evadido patrullas adelantadas tanto en cercanías de la casa de Vargas como en Yumao; estuvieron también en el Campamento del Oso y luego regresaron, corroborando la presencia del enemigo a lo largo del Ñancahuazu y la cuenca del Saladillo.
Cuando el Che preguntó sobre el combate que la radio había anunciado en Caraguatarenda, con un soldado muerto, “Benigno” lo negó y confirmó que el Oso se había convertido en un destacamento del Ejército en el que se hallaban acantonados no menos de ciento cincuenta efectivos. Lo más significativo eran los indicios de que “Joaquín” y su gente habían estado por esos parajes uno o dos días antes ya que eso significaba su cercanía y la posibilidad de establecer contacto con él. En conversación privada, le manifestó al Che que el “Ñato” había manifestado muy buen desempeño pero como contrapartida, “Julio” mostró cierto temor ante la presencia enemiga y hasta se había extraviado en un par de oportunidades.
En tanto la guerrilla se retiraba hacia el oeste, la sección de la Compañía “C”, al mando del subteniente Luis Delgado, la misma a la que pertenecían los soldados sorprendidos en el vado, se puso en marcha cruzando el Río Grande, en busca de la columna enemiga.


Honorato Rojas era un campesino de Puerto Mauricio, que vivía junto a su mujer y sus cinco o seis hijos en una finca humilde, a orillas del Masicuri. La columna invasora había pasado por su cabaña el 10 de febrero, oportunidad en la que se hizo de alimentos y el “Médico” curó de gusanos a dos de sus vástagos. Al Che aquel hombre no le causó buena impresión pues lo notó un tanto falso y peligroso, sensación que dejó anotada en su diario.

El campesino está dentro del tipo; incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso10.

Su casa era una de las postas que la patrulla exploradora de “Benigno” debía observar en su reciente expedición al Ñancahuazu, lo mismo la de Epifanio Vargas.
Hacia allí se dirigía “Joaquín”, luego del combate de Iñao, necesitado como estaba, de reponer fuerzas e intentar reunirse con el Che. Dejaba atrás la quebrada de Yuqui y la desembocadura del río e intentaba orientarse y averiguar dónde se encontraba realmente.
Para entonces, la VIII División había puesto en marcha el Plan Parabanó, destinado a acorralar al invasor en la zona norte de su jurisdicción. Para ello, las tropas deberían moverse de norte a sur, desde la transversal Samaipata-Santa Cruz de la Sierra, reduciendo su radio de acción mediante operaciones de rastrillaje y limpieza hasta la transversal Vallegrande-Postrervalle-El Filo-Paraí-Florida. En ese punto entraba en vigencia su segunda fase, destinada a aniquilarlo, en coordinación con la IV División11.
Desplazamiento de tropas durante el Plan Paranabó

Hay quienes aún hoy critican ese plan por considerarlo excesivamente esquemático pues durante las tareas de rastrillaje, las unidades debieron desplazarse sobre rutas asignadas, sujetas a las instrucciones del Comando, sin posibilidad de adoptar decisiones propias cuando la situación lo requería12.
En cumplimiento de esa directiva, la VIII División desplegó sus tropas a lo largo de la carretera Santa Cruz de la Sierra-Cochabamba, cubriendo de ese modo un amplio sector paralelo al Río Grande, para luego lanzarlas hacia el sur y de ese modo, reducir el radio de acción enemigo. Debían seguir las líneas Angustura-Loma Mansa-La Paliza, Bermejo-Las Juntas-El Filo, Samaipata-Quirusillas-Postrervalle y Vallegrande-Lajas-Masicuri Bajo, mientras por detrás se cerraba el área Morocos-Florida-Abapó.
Se cumplía, de esa manera, la primera parte del plan, acorralarlo al invasor contra el Río Grande.
El 20 de agosto, las tropas que se desplazaban hacia el sur comunicaron por radio que el área se encontraba despejada. Eso llevó a la población la consabida tranquilidad y permitió retomar el ritmo habitual de sus actividades. La carretera Cochabamba-Santa Cruz de la Sierra fue reabierta al tránsito y el ferrocarril desde esa última ciudad a Yacuiba volvió a correr con normalidad.
Mientras tanto, a orillas del Masicuri, se producían novedades.
El 28 de agosto, “Joaquín” envió por delante una avanzada integrada por “Ernesto” y “Polo”, con la misión de conseguir ayuda. Retornaron al poco tiempo, informando que algo más adelante, habían escuchado disparos y eso les impidió continuar; en vista de ello, “Joaquín” encomendó la misma misión a “Alejandro”, Walter y Moisés Guevara, quienes alcanzaron la casa de Rojas y le solicitaron su guía para cruzar el río.
Coronel
Constantino Valencia Oblitas
El grueso de la columna, en tanto, se replegó un kilómetro y acampó bajo las estrellas, en espera de novedades.
Lejos de allí, el coronel Constantino Valencia Oblitas, comandante de la Agrupación Táctica de Infantería Nº 3 (ATI-3) con asiento en Vallegrande, dispuso que el capitán Mario Vargas Salinas se trasladase a la zona del Masicuri para hacerse cargo del puesto militar regional, así como del de Lajas. Debía reemplazar al subteniente Pedro Barbery Arzabe y organizar pelotones de exploración con elementos civiles para enviarlos hacia el sur, en misiones de patrullaje y obtención de información.
Oblitas acababa de habilitar la línea telegráfica de su jurisdicción, logrando una comunicación más fluida con las unidades a su mando y lo más importante, el recibimiento temprano de información.
En cumplimiento de la orden, Vargas se puso en camino y una vez en Lajas, dispuso organizar dos comisiones con pobladores del sector y enviarlas por distintas sendas en dirección sur.
En eso encontraba enfrascado cuando en horas de la tarde, un recluta se apersonó en su puesto de mando para informarle que acababa de llegar un soldado con valiosa información. Vargas miró su reloj, vio que eran las 5.30 p.m. y sin perder tiempo, mandó llamar al recién llegado quien al presentarse, se cuadró e hizo la venia, permaneciendo luego en posición de firmes.
El capitán le ordenó descanso y al preguntarle su nombre, éste dijo llamarse Fidel Rea y que desde hacía varios días se encontraba destacado en el área del Río Grande.

-Continúe – ordenó Vargas.

El soldado manifestó que en un momento de descanso, cuando pescaba en el río Masicuri, apareció un niño de aproximadamente doce años de edad manifestando ser Lucio, hijo de Honorato Rojas, poblador de las inmediaciones, y que por encargo de su padre, venía a decir que tres hombres barbudos habían estado en su casa.
Cuando el capitán Vargas preguntó a qué hora había ocurrido el hecho, el soldado le respondió que poco antes del mediodía y luego agregó que en el apuro, había dejado su arma y su mochila en el lugar, lo mismo la caña de pescar, que quedó tendida sobre la orilla.
El oficial indicó que aquello había sido un acto imprudente y luego le preguntó a que distancia se encontraba el lugar.

-Treinta kilómetros, mi capitán.

Sin perder tiempo, Vargas convocó a sus asistentes y les indicó formar a la tropa con el armamento y el equipo listos.
Una vez reunidos los hombres frente al puesto de mando, Vargas pronunció una breve arenga, que aquellos escucharon en el más completo silencio.

Soldados, llegó la hora de terminar con estas caminatas, si tenemos suerte seremos removidos y después licenciados. Estamos yendo a darnos de cara contra los barbudos. Estamos convencidos de que no nos sorprenderán.
Estamos convencidos de que no son superhombres, ni son invulnerables ni invencibles. Son tan humanos como nosotros y en esta oportunidad, responderemos como buenos bolivianos…13.

A las 7 p.m. (19.00), el destacamento se puso en camino. Lo integraban dos oficiales, tres suboficiales, igual número de cadetes de la EMC y treinta y tres soldados, de los cuales diecisiete pertenecían al RI12 “Manchego”, y dieciséis al GC8 –componente del RC8 “Braun” –, totalizando cuarenta y un efectivos.
Vargas dispuso que los hombres llevasen poco peso porque pretendía alcanzar Vado del Yeso antes del amanecer. Le ordenó al subteniente Barbery que distribuyese 40 balas y dos raciones secas a cada soldado y dividió a la tropa en tres secciones, la vanguardia (cinco hombres), a las órdenes del sargento Barba, el centro, a su propio mando y la retaguardia (seis hombres), dirigida por Barbery, separadas cada una por una distancia de 200 metros.
El desplazamiento hacia la zona se hizo sin inconvenientes. La tropa hizo un primer alto a mitad de camino, en el Vado de Arenales y a las 3 a.m. alcanzó el paso de Morón, 8 kilómetros al norte de la casa de Honorato Rojas. Donde se detuvo.
Era noche cerrada y apenas se veía un par de metros por delante cuando a la luz de una linterna, Vargas consultó la hoja de ruta. Estudió cuidadosamente la carta, corroboró que estaba bien orientado y después de reforzar la vanguardia reinició la marcha, hasta situarse a sólo 500 metros de la propiedad.


A orillas del Masicuri, Honorato Rojas no la pasaba bien. Acuciados por el hambre y el cansancio, “Joaquín” y sus hombres no estaban en uno de sus mejores momentos y urgían al campesino por que terminase de preparar el alimento. El pobre hombre había faenado dos de sus cerdos y terminaba un guiso abundante.

-¿No sabes nada del Ejército? – le preguntó el cabecilla.

-No – fue la respuesta

-Si me mientes, te mato ahora mismo –agregó “Joaquín”, colocándole el caño de su arma en la cara, y luego, dirigiéndose a sus hombres les ordenó- Ustedes cuatro, vayan a aquellos barracones con cuidado y revisen bien.

Los combatientes fueron y vinieron en poco más de media hora mientras “Joaquín” permanecía con la familia junto a la casa. No encontraron nada anormal y eso tranquilizó a su jefe. Acto seguido, le ordenó a Honorato ir por azúcar, sal y alimentos pero como nada de eso se conseguía cerca, éste les manifestó que la comisión le llevaría varios días pues solo en Vallegrande se podían conseguir esas provisiones.
“Joaquín” permaneció un momento pensativo y luego respondió que tenía pensado acampar ahí, en la casa y enviar patrullas en busca del Che. Rojas le mencionó un lugar más adecuado, al otro lado del río, una montaña cubierta de follaje con agua en abundancia, donde podían mantenerse ocultos sin problemas.
Como en realidad los planes del jefe guerrillero contemplaban el cruce del torrente, estuvo de acuerdo y sugirió realizar la travesía ese mismo día, en horas de la noche.

-Imposible, señor –respondió Rojas- No es posible cruzar el río de noche, hay lugares caudalosos y con remolinos, podemos morir todos.

-Está bien –contestó “Joaquín” de mala gana- estaremos aquí a las 4 o 5 de la tarde14.

Ni bien terminó de hablar, el cubano se incorporó, le ordenó a uno de sus hombres darle al campesino dinero para las provisiones y después se puso en marcha, para reunirse con el resto del grupo.


Comenzaba a amanecer cuando algunos metros por delante, las avanzadas del Ejército creyeron distinguir movimientos. Era la esposa de Rojas, que en compañía de algunos de sus hijos se alejaba del lugar, temerosa de un posible enfrentamiento. Llevada ante el capitán Vargas, amplió la información que había pasado su hijo en horas del mediodía, pero agregando que ahora eran siete los guerrilleros que se habían instalado en su casa.
Poco después, apareció Honorato, quien trataba de alcanzar a su mujer, huyendo también del área.

-¿A dónde vas con tu esposa, tus hijos y esos bultos? – le preguntó Vargas.

-Me estoy yendo, mi capitán, no quiero morir – respondió el campesino asustado.

-Sí –le dijo el oficial colocándole su pistola en la frente–, te voy a matar por traidor si te escapas15.

El campesino sabía que los militares estaban al tanto de la ayuda que les había proporcionado a los invasores en el mes de febrero, de ahí sus ansias por colaborar con ellos. Cuando Vargas lo interrogó, explicó que al menos una decena de ellos se encontraban en las inmediaciones, exhaustos, perdidos y faltos de alimentos; que le habían querido comprar una vaquilla y sobre todo, pretendían que los ayude a vadear el río.
Remató diciendo que los invasores regresarían en horas de la tarde y entonces Vargas se dio cuenta que tenía ante sí la oportunidad de acabar con ellos. Arregló con Rojas que cuando los merodeadores regresasen por él, los condujese al vado más próximo, ahí donde el Río Grande se junta con el Masicuri, cerca de Puerto Mauricio, sabiendo que se trataba de una posición ventajosa para montar una emboscada. Acompañado por el campesino, se trasladó hasta el lugar (06.30) y una vez allí, acordó la senda por la que debía venir y la posición donde ubicaría a sus hombres. Antes de despedirlo, le recomendó que se pusiese una camisa blanca para que sus hombres no lo confundiesen con un subversivo.
Rojas partió a la carrera en tanto Vargas ordenó al destacamento acampar en el lugar esperando su regreso pues había convenido que éste los guiaría durante el cruce del río.
A varios kilómetros de allí, el Che se encontraba atascado en las serranías de San Marcos, a 1200 kilómetros sobre el nivel del mar, sin dar con ninguna senda que permitiese a sus atiborradas cabalgaduras (mulos y caballos) descender hasta la casa de Honorato Rojas y hacerse de las tan necesarias provisiones, especialmente agua.


Una hora después de la partida de Rojas, las tropas del capitán Vargas aguardaban a lo largo de ambas márgenes, mimetizadas con el terreno, con sus dos ametralladoras pesadas montadas en puntos estratégicamente seleccionados. Las acompañaba el alcalde Evaristo Caballero y cuatro civiles más, José Cardona, Miguel Molina, Santiago Morón y el propio Honorato Rojas, quienes se habían llegado hasta el lugar para señalar los pasos por donde el último debía conducir a los guerrilleros.
Como hemos dicho, Vargas desplegó bien a sus hombres; ubicó al grueso en la orilla sur y dejó al resto en la norte, once efectivos a las órdenes del sargento Barba, quienes debían evitar cualquier intento de repliegue por parte de los guerrilleros.
El mismo supervisó las posiciones y antes de cruzar al otro lado, les manifestó su confianza y la seguridad de que todo iba a resultar bien.

-Confío en ustedes, sé que no me van a defraudar.

-Capitán, ¿cómo será dada la orden para disparar? –preguntó el sargento Barba.

-Yo haré el primer disparo –respondió el comandante en voz alta, para que todos oyeran-, nadie puede hacerlo antes.

Y luego agregó, dirigiéndose al suboficial:

-Extingue todos los rastros de que estuvimos aquí. No debe quedar visible ninguna pisada, los guerrilleros siempre están atentos a cualquier señal que indique nuestra proximidad16.

La tropa pasó toda la mañana cavando trincheras y reforzando las posiciones.
Cardona, Molina y Morón quedaron con ellas cuando Honorato Rojas volvió a cruzar las aguas y se perdió en la espesura. Sabían todos que la próxima vez que lo viesen, sería guiando a la columna enemiga a través de la espesura y eso generó cierta tensión.


A las 4 p.m. (16.00) “Joaquín” miró su reloj y les ordenó a “Paco” y Walter que regresasen a la finca y trajesen a Rojas.
Al llegar a la casa, los combatientes encontraron al campesino preparando un potaje. Era una sopa de maíz para ellos, pues la idea era que racionaran en caliente antes de ponerse en marcha.
Lejos, en el vado, los soldados aguardaban expectantes, atentos a cualquier movimiento. Hacía más de ocho horas que esperaban agazapados y algunos, comenzaban a preguntarse si los guerrilleros realmente se iban a presentar.
De repente, en medio del follaje, alguien creyó distinguir movimientos. El capitán Vargas tomó los binoculares y vio que, efectivamente, por la senda indicada, avanzaba Honorato Rojas seguido por alguna gente. Advirtió por señas a sus hombres y se preparó para entrar en acción.
El primero en aparecer fue “Braulio”, portando en su mano izquierda una Browning y en la derecha un machete con el que venía abriendo camino. Apareció avanzando muy lentamente, mirando hacia todos lados, con Honorato Rojas a su lado, luciendo su camisa blanca y sombrero de paja. Se detuvo unos instantes en la orilla, escuchó lo que el campesino tenía para decirle y luego lo despidió, agradeciéndole los servicios prestados. Se volteó luego hacia la orilla opuesta y reanudando la marcha, se introdujo cautelosamente en el agua, mientas espantaba los insectos con la hoja de su arma blanca. Detrás suyo emergió en fila india el resto de la columna, con “Joaquín” ubicado en el medio y “Tania”, “Paco” y “Ernesto” cerrando la formación17. Por una fracción de segundo, la visión de la guerrillera, con su esbelta figura y sus rubios cabellos, pareció conmocionar a los soldados. La argentina llevaba pantalones de camuflaje, borceguíes y una camisa blanca a rayas verdes, arremangada hasta los codos. Aún bastante delgada por la enfermedad que había padecido hasta hacía poco, amén de las privaciones propias de la campaña, cargaba su mochila como el que más y llevaba el fusil a la altura del pecho. En esas condiciones se introdujo en el río y siguiendo los pasos de "Paco", comenzó a deslizarse lentamente por su cauce. 
"Joaquín" y "Tania" durante el cruce del río Masicuri (Imagen: Che: guerrilla, de Steven Soderbergh, 2008)

Parapetado detrás de un árbol, Vargas apenas daba crédito a lo que veía; allí estaban los guerrilleros, los invasores de su tierra y sus colaboradores bolivianos, responsables de tanta muerte y dolor; quienes intentaban imponer ideas extrañas que ni el más humilde campesino entendía ni quería para su país. Por eso no lo dudó, apuntó con su fusil y cuando por lo bajo sintió al subteniente Barbery instándolo a abrir fuego, disparó.
El primero en alcanzar la orilla fue “Braulio”, pero ni bien salió del agua, las balas de Barbery y uno de los soldados lo alcanzaron en varias partes del cuerpo, una de ellas la cara. Sin embargo, antes de caer, alcanzó a abatir al soldado Antonio Vaca Céspedes, quien quedó tendido sobre el follaje con el pecho perforado.
El tiroteo que se generó fue breve pero intenso.
Las ametralladoras de trípode abrieron fuego y el agua se llenó de piques; los guerrilleros se despojaron de sus mochilas e intentaron retroceder, pero la sección del sargento Barba los contuvo con determinación, por lo que algunos se dejaron llevar por la corriente.
Una ráfaga alcanzó a “Tania” matándola al instante; la muchacha cayó hacia atrás, se sumergió en las aguas y emergió unos segundos después, para ser arrastrada por el río.
Los guerrilleros que aún se mantenían con vida intentaban por todos los medios repeler el ataque y buscar protección, pero al ser sorprendidos en mitad del río, no tuvieron ninguna posibilidad.

-¡¡Hay que sacar a la tropa!! – comenzó a gritar el capitán Vargas intentando hacerse oír por sobre los disparos.

Los soldados gritaban para descargar la tensión, mientras accionaban sus armas en tanto la corriente se llevaba cuerpos y mochilas a considerable velocidad.
La gente del sargento Barba continuaba conteniendo el repliegue mientras una parte de la tropa corría por la playa, para cortar todas las vías de escape. “Polo” fue abatido 600 metros río abajo y “Joaquín” en la mitad del río, lo mismo Walter, “Alejandro” y Moisés Guevara. “Paco” se dejó llevar por el agua y al llegar a una saliente, se aferró a las piedras, recibiendo un impacto en el hombro. “Ernesto” también logró alejarse y salir de la corriente; lo primero que hizo fue quitarse la mochila y extraer unos papeles que llevaba dentro para arrojarlos al río y luego levantó los brazos para entregarse. Según parece un soldado del Beni lo reconoció y le disparó17.
“Paco” comenzó a gritar que se rendía y los soldados dejaron de disparar; lo rodearon, y sin dejar de apuntarle con sus armas, le ordenaron levantar los brazos.
El combate había durado poco más de cinco minutos pero resultó en extremo violento; su saldo fue de diez muertos, nueve guerrilleros y un soldado, sin contar el prisionero que se acababa de entregar.
Al capitán Vargas le preocupaba una cosa: recobrar los cuerpos para entregarlos al comando de la División pues era más que seguro que el EM iba a querer exhibirlos. Fueron recuperados siete, que se apilaron sin demasiado cuidado sobre la orilla sur, para su reconocimiento y se ordenaron patrullas por las inmediaciones para tratar de dar con el resto.
La tarea le fue encomendada a “Paco” quien confirmó que, efectivamente, eran sus compañeros.

-Son “Joaquín”, “Braulio”, “Alejandro”, Walter, Moisés Guevara y “Ernesto”.

-¿Quiénes faltan?

-“Polo”, “Tania” y el “Negro”.

Sin más dilación, Vargas tomó el equipo de radio y se comunicó con Vallegrande para pasar la novedad. La noticia causó júbilo en el Estado Mayor y corrió por el mundo como reguero de pólvora. El grupo de “Joaquín” había sido aniquilado y la guerrilla sufría el golpe más duro desde el inicio de la contienda, quedando reducida a sólo una veintena de hombres. Era la primera victoria de las FF.AA. bolivianas y la primera vez que se le producían tantas bajas fatales al enemigo.
El cadáver de “Apolinario” (“Polo”) apareció a la mañana siguiente, entre unos juncos; el de “Tania” una semana después, sobre un banco de arena, con la cabeza apoyada sobre la mochila y según algunas versiones, su rostro desfigurado por las pirañas.
En cuanto a la suerte del “Negro”, la versión que suena más creíble es la del coronel Reque Terán. Al parecer, la corriente lo empujó hasta el mismo punto donde había encallado el cuerpo de “Tania”. Tras comprobar que su compañera yacía sin vida, se incorporó y se introdujo en la selva, siguiendo el curso del Ñancahuazu hacia el sur, sin saber que se dirigía directamente a una trampa.
En sentido contrario, avanzaba la Compañía “Toledo” de la IV División, que acudía presurosa en apoyo del capitán Vargas.
Soldado boliviano del RI12 "Manchego"

Al llegar a El Palmarcito, sus avanzadas liberaron al perro rastreador que llevaba el instructor y éste, siguiendo su olfato, se internó en el monte, corriendo a toda velocidad. Inmediatamente después, se escuchó un estampido y casi enseguida, emergió el “Negro” con las manos en alto. Sorprendido por lo repentino de la aparición, uno de los reclutas alzó su arma y disparó, matándolo al instante. Su jefe lamentaría el hecho porque deseaba interrogar al prisionero.
Radiada la novedad, el Comando despachó un helicóptero con el propósito de conducir el cuerpo al cuartel. El aparato, piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, se posó en el linde mismo de la selva y los soldados procedieron a cargar el cadáver. Una vez amarrado al patín, éste se elevó y se alejó en dirección a Camiri, perdiéndose detrás de los árboles. Sería exhibido a la prensa y luego enterrado, en una fosa abierta especialmente detrás de los hornos de ladrillo del cuartel de Choreti, el domingo 3 de septiembre19.
Sin pérdida de tiempo, el EM de la VIII División emitió un comunicado dando  cuenta del hecho.
En tanto, a orillas del Masicuri, los cuerpos restantes fueron amarrados a lomos de burros (según Gary Prado fueron cargados en caballos) y conducidos hasta Vallegrande, para su examen y exposición. A mitad de camino, en el alto Masicuri, los esperaba un camión militar, enviado expresamente para ese fin. Los soldados transfirieron los cuerpos a la parte posterior del vehículo y en esas condiciones los llevaron a Vallegrande.
Su exhibición fue todo un acontecimiento ya que por primera vez en nueve meses, el Ejército mostraba pruebas concretas de que había chocado contra el enemigo y salido victorioso.
El camión se detuvo en el Hospital “Nuestra Señora de Malta” y en su lavandería, colmada de periodistas, fueron expuestos los cadáveres.
La victoria elevó considerablemente la moral del Ejército y fue la prueba de que las cosas comenzaban a hacerse bien.

La decisión del capitán Vargas de actuar con rapidez y energía, su perseverancia en mantener la emboscada durante doce horas, dan sus frutos y se paga así con la misma moneda a quienes hasta ahora habían embocado al ejército20.

El gobierno mostró su satisfacción ascendiendo al capitán Vargas al grado de mayor y al subteniente Barbery al de teniente.

Las FF.AA. están asestando a los castristas una serie de golpes duros –manifestó el general Ovando- fundamentalmente porque hemos adquirido experiencia y estamos llevando a cabo una serie de tácticas dispuestas para destruir al enemigo. Su capacidad combativa ha sido mellada; están disminuidos a su mínima expresión y ahora les será duro enfrentar a las Fuerzas Armadas21.

Por primera vez, desde el inicio de las hostilidades, reinaba el júbilo en los mandos y en el gobierno. Como dice el general Prado, el enemigo había perdido el factor sorpresa, pasando a convertirse en una fuerza acosada y disminuida, que no lograba un punto de apoyo y mucho menos evadir el cerco. En medio de un territorio hostil, perseguida por el Ejército y delatada por los pobladores, no lograba reabastecerse y mucho menos, captar nuevos cuadros para incrementar su número.
El helicóptero Hughes MH-6 matrícula LS-4 al comando del
mayor Jaime Niño de Guzmán posado en El Palmarcito para
evacuar el cuerpo del "Negro"
Notas
1 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 100 (Telegrama enviado por el Departamento de Estado a la embajada estadounidense en Brasilia, confidencial, 13 de julio de 1967, 14:20 horas, NARA, Rg 59, Departament of State, subject numeric files, 1967-1969, sobre 1901, fascículo Pol 2 Braz/ 7.I.67.)
2 Gregorio Selser, op. Cit., p. 60. Cita a “La Nación de Buenos Aires, edición del 9 de agosto de 1967.
3 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 107 (Memorándum de la conversación entre Álvaro C. Alsogaray, embajador argentino en Washington, y Covey T. Oliver, subsecretario de Asuntos Interamericanos, secreto, 28 de julio de 1967, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State,  Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
4 “[…] El embajador Alsogaray nos ha confirmado la existencia de un acuerdo entre Bolivia y Argentina, que autoriza ocasionalmente a la policía de fronteras argentina a seguir a los guerrilleros durante 2 km por el interior del territorio boliviano. […]”. Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 100 (Telegrama enviado por el Departamento de Estado a la embajada estadounidense en Buenos Aires, secreto, 29 de julio de 1967, 16:20 horas, NARA, Rg 59, Departament of State, 1967-1969, sobre 1523, fascículo Def Bol/ I.I.67.)
5 Ídem, pp. 107-108 (Memorándum de la conversación entre Álvaro C. Alsogaray, embajador argentino en Washington, y Dean Rusk, secretario de Estado, secreto, 3 de agosto de 1967, 10:30 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State,  Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
6 Julio Rodolfo Alsogaray fue el general que le anunció personalmente al presidente Arturo Umberto Illia que acababa de ser derrocado, ello durante el golpe de Estado encabezado por los generales Pascual Pistarini y Juan Carlos Onganía (28 de junio de 1966). Había tomado parte en la frustrada revuelta encabezada por el legendario general Benjamín Menéndez, el 28 de septiembre de 1951, oportunidad en la que fue separado del arma y encarcelado.
Ascendido a general, en enero de 1966 fue nombrado comandante del I Cuerpo de Ejército y en diciembre, a seis meses de producido el golpe, comandante en jefe del Ejército. El mayor de sus hijos, Juan Carlos fue militante montonero y murió en combate durante el Operativo Independencia, en la provincia de Tucumán. Álvaro Alsogaray, hermano de Julio, fue uno de los mayores impulsores del liberalismo y la Economía Social de Mercado en la Argentina. Subsecretario de Comercio entre 1955 y 1956, fue ministro de Industria a partir de ese año y fundador del Instituto de Economía Social de Mercado. Dos veces ministro de Economía, la primera en tiempos de Arturo Frondizi (1959-1962) y la segunda durante la gestión de José María Guido (1962), ocupó también la cartera de Trabajo durante el mandato del primero.
Designado embajador en los Estados Unidos por el general Onganía, a su regreso en 1968 se dedicó a difundir las teorías liberales hasta su fallecimiento, acaecido el 1 de abril de 2005. Pertenecían ambos a una distinguida familia de militares y políticos. Eran sobrinos del célebre comisario Julio Alsogaray, recordado por su lucha contra las mafias de la prostitución y bisnietos de Álvaro Julio de Alzogaray, marino argentino de destacada actuación durante la guerra con el Imperio de Brasil (1825-1828), la Guerra Grande (1838-1852), la de la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870) y las contiendas civiles.
7 Sobre el caso Feltrinelli, ver Adys Cupull y Frolán González, op. Cit., p. 61 y ss.
8 Ernesto “Che” Guevara, El Diario del Che en Bolivia, p. 319.
9 Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 180.
10 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit., p. 93.
11 Gary Prado Salmón, op. Cit., pp. 245-246.
12 “Coronel Constantino Valencia Oblitas”, Bandera en Alto (http://banderaenalto.blogspot.com.ar/2015/06/coronel-constantino-valencia-oblitas.html).
13 Reginaldo Ustariz Arze, op. Cit., p. 287; cita a José Luis Alcázar, Ñancahuazú. La guerrilla del Che en Bolivia, Era, México, 1969, p. 163.
14 Ídem, p. 288.
15 Ídem, p. 289.
16 Ídem, p. 290.
17 Antes de cruzar el río, el “Negro” le pidió a “Paco” adelantase a él, cosa a la que aquel accedió.
18 Según Gary Prado, “Ernesto” fue forzado por Barba a retroceder hasta la posición del capitán Vargas, donde intentó resistir y fue abatido. Según Reginaldo Ustariz Arze, fue hecho prisionero y rematado a culatazos por varios efectivos (op. Cit., p. 297).
19 Luis A. Reque Terán, op. Cit.
20 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 251.
21 Ídem, p. 252.

Publicado por