sábado, 31 de agosto de 2019

LA HIGUERA




El Che momentos antes de su ejecución. A la izquierda, Félix I. Rodríguez


A partir de este punto, todos son contradicciones, las versiones difieren y las fábulas abundan pues cada protagonistas tiene su propia historia y todos quieren perpetuarse en la leyenda.
Al hablar de los objetos tomados al Che, Jon Lee Anderson dice que su arma era una carabina M2 mientras Prado, en su inventario menciona una M1. El autor norteamericano sostiene que el sargento Bernardino Huanca fue quien capturó al líder guerrillero y que a él le dijo la célebre frase “No dispare. Soy el Che Guevara. Valgo más vivo que muerto”, pero el capitán Prado, testigo directo de los hechos, no menciona en ningún momento al suboficial en cuestión.
Kalfon solo se refiere a dos soldados y reproduce la expresión “¡Mi capitán, aquí hay dos!” que incluye el oficial ranger en su libro, con la respuesta del prisionero “Soy el Che Guevara”, sin el "Valgo más vivo que muerto", pero sitúa a este último a escasos 15 metros del lugar donde ocurrieron los hechos, cosa que no fue así.
Adys Cupull y Froilán González sostienen que la carabina del Che era, efectivamente una M1 y que los soldados que lo capturaron junto a “Willy” eran tres, brindan sus apellidos, Balboa, Choque y Encinas (en el número coinciden con Prado) y agregan que posteriormente apareció Huanca, para darle al argentino un culatazo en el pecho y apuntarle con el arma para dispararle. 

Fue cuando “Willy”, según los autores, lanzó su temerario grito “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar!”.
La versión no cierra. ¿Un suboficial enfurecido, con la adrenalina por las nubes, no dispara porque un prisionero reducido se lo ordena? Por otra parte, para ese momento el Che ya había sido tomado prisionero y si alguna frase soltó a alguien fue a los tres soldados que lo capturaron y no a un cuarto efectivo que aparece de golpe para agredirlo. Además, quién supuestamente les revela la identidad del líder guerrillero es “Willy” y no él mismo, tal como sostienen quienes esgrimen el aparatoso “…Soy el Che Guevara. Valgo más vivo que muerto”.
De acuerdo con la versión de los autores cubanos, quien lo detuvo fue Balboa y solo se limitó a dar la voz de alto; recién entonces el guerrillero boliviano debió haber soltado la frase. Según el relato, Huanca dudó que el prisionero fuera el mítico comandante guerrillero y se comunicó con Prado para informarle lo acontecido, sin embargo, de acuerdo con la versión del capitán, quien lo llamó fue uno de los soldados que lo detuvieron.
Dicen también que Prado estableció ahí mismo contacto con el Comando en Vallegrande y lo puso al tanto de los hechos y hasta reproducen la copia del mensaje, cuando fue retransmitido a las 15.30 horas:

“Horas: 14:50
“Hoy a 7 km N.O. de Higueras en junta Quebradas Jagüey 2 heridos graves. Información confirmada por tropas asegura caída de Ramón. Nosotros aún no confirmamos. Nosotros 2 muertos y 4 heridos.”

Y ya con el Che prisionero:

“Horas: 15.30
“Prado desde Higueras ‘Caída de Ramón confirmada espero órdenes que debe hacerse. Está herido’.”

Una hora y media después, fue despachado a La Paz el siguiente comunicado:

“Confirmada caída de Ramón no sabemos estado hasta 10 minutos más.”1

“Caída de Ramón confirmada”, pero la versión más difundida es la que pone en boca de Gary Prado la recordada expresión: “Tengo a Papá y ‘Willy’. Papá herido leve. Combate continúa”2.
Todo muy confuso.
La versión que Anderson ofrece del guerrillero boliviano también difiere de la tradicional. Según el historiador estadounidense, aquel trató de ayudar a su jefe escalando la quebrada pero en ningún momento refiere que lo estuviese cargando sobre sus hombros, como tampoco Prado; agrega que Huanca llamó a los gritos a Prado y que la cicatriz identificatoria no estaba en el dorso de la mano izquierda del Che, como sostiene el oficial ranger en su libro sino en su oreja, producto de la invasión de Bahía de Cochinos. Además, nos desorienta al situar a éste en el campo de batalla, más precisamente bajo el árbol donde tenían amarrados a ambos prisioneros y hasta manteniendo un diálogo con el jefe guerrillero3.
“Le dije que nuestro ejército no era como él imaginaba, y respondió que estaba herido y una bala había destruido el caño de su carabina y en esas circunstancias no tenía otra alternativa que rendirse…”4.
En la película de Paolo Heusch, El Che Guevara (1968), el capitán Gary Prado
(Giacomo Rossi Stuart) captura al Che (Francisco Rabal)

Las películas que se han rodado sobre Guevara tampoco coinciden en los hechos. La que interpretó Francisco “Paco” Rabal, La muerte del Che Guevara (1968), muestra a un “Willy” Cuba nórdico, de barba y cabellos rubios, cargando al comandante sobre sus hombros hasta un peñasco en el que ambos son sorprendidos por el enemigo (el primero cae muerto y el segundo es apresado). En Che!, de Richard Fleischer, Omar Sharif recibe las heridas junto a una pirca, solo, sin nadie a su lado y es ahí cuando aparece Prado (o Sélich, no sabemos bien de quien se trata) con una fotografía suya, rodeado por numerosos rangers.

-Puma a Lince. Puma a Lince –dice el oficial a través e la radio- Tenemos a Papá.

Steven Soderbergh lo resuelve de otra manera, mostrando a Guevara herido, arrastrándose solo, barranca arriba, mientras dispara su pistola, para saltar de allí a la escuelita de La Higuera.
Siguiendo el relato de Anderson, Sélich dispone el traslado de los prisioneros hacia La Higuera, acompañado por Prado y Ayoroa y agrega que con ellos iban algunos campesinos transportando a “Antonio” y “Arturo”. Cupull y González incluyen a “Pachungo” entre los heridos y describen al Che con las manos amarradas a las espaldas y no ayudado por dos soldados. También mencionan a los campesinos y agregan que llevaban sus mulas para cargar a los muertos, aclarando que antes de llegar al caserío se toparon con Sélich, Ayoroa y el corregidor.
De acuerdo con Anderson, a las 19.30 horas Sélich solicitó instrucciones a Vallegrande con respecto al prisionero y la respuesta fue mantenerlo en custodia hasta nueva orden.
Según otras fuentes, el oficial ingresó en la escuela y frente a Prado y Ayoroa, profirió al Che una serie de insultos y hasta intentó humillarlo, mofándose de él.

-Van a fotografiarlo mucho cuando lo llevemos a Vallegrande –dice en tono socarrón mientras lo palmea– ¿Y si lo afeitamos primero un poco? - Y al así decirlo, tironea de su barba.

De acuerdo con Prado, el Che se limitó a mirarlo y le apartó la mano con calma. Relatos de gente que no estuvo presente en el lugar aseguran que el prisionero le propinó una patada y en otros, un golpe seco.
La película de Soderbergh muestra a Benicio del Toro tomando con fuerza la mano del oficial (solo están Sélich, que ostenta el grado de coronel y Prado) y a este dándole un golpe en la cabeza. Es ahí donde el Che lo escupe y Prado corre a contener a su superior para que no le dispare.
En la de “Paco” Rabal, se lo ve sentado en un banco, maniatado de espaldas, en una escuela demasiado importante como para tratarse del establecimiento de enseñanza de un caserío de montaña. Primero conversa con el suboficial “Arguedas”, asistente de Prado, quien sostiene el fusil del guerrillero entre las manos como si se tratase de un trofeo (ambos dialogan con respeto) y luego con quien parece ser Zenteno Anaya, al que tras un breve diálogo, Guevara le escupe el rostro cuando le insinúa algún beneficio si delata a sus compañeros. En la de Richard Fleischer, en cambio, el Che, sentado en el suelo y maniatado, dialoga en términos aceptables con el oficial que lo capturó (una combinación de Gary Prado con Andrés Sélich), aún después de mostrarle al campesino que lo delató.
Según Anderson, luego de pedir instrucciones a Vallegrande, Sélich regresó a la escuela, acompañado por Prado y Ayoroa, para mantener con el prisionero el siguiente diálogo.

-Comandante, lo encuentro algo deprimido ¿Puede explicar las razones por las que tengo esta impresión?

-Fracasé –fue la respuesta del Che- Se acabó, esa es la razón por la que me encuentro en este estado.

-¿Por qué escogió combatir en Bolivia en lugar de su propio país?

El comandante guerrillero contestó con evasivas pero al final sentenció:

-…tal vez hubiera sido mejor –

Y luego comenzó un elogio apologético del socialismo que el alto oficial interrumpió.

-Preferiría no referirme a ese tema, además, Bolivia está vacunada contra el comunismo.

Sélich acusó al Che de invasor, aduciendo que la mayoría de sus hombres eran extranjeros.

-Mírelos, coronel –le respondió mirando los cuerpos de los combatientes muertos– Esos muchachos tenían todo lo que querían en Cuba, y sin embargo [vinieron aquí] a morir como perros.

Inmediatamente después. Sélich intentó sacarle información sobre los guerrilleros que aún quedaban con vida, pero no lo logró.

-Entiendo que Benigno está gravemente herido desde la batalla de La Higuera [del 26 de septiembre], donde murieron Coco y los demás. ¿Puede decirme, comandante, si está vivo?

-Coronel, tengo muy mala memoria, no lo recuerdo, ni siquiera sé cómo responder a su pregunta.

-¿Es usted cubano o argentino? – preguntó Sélich.

-Soy cubano, argentino, boliviano, peruano, ecuatoriano, etcétera… Usted me entiende.

-¿Qué lo hizo venir a operar en nuestro país?

-¿No ve el estado en que viven los campesinos? Son casi salvajes, viven en un estado de pobreza que deprime el corazón, tienen un solo cuarto donde dormir y cocinar, nada de ropa, abandonados como animales…

-Lo mismo que en Cuba – respondió el oficial.

-No, eso no es verdad. No niego que en cuba todavía existe pobreza, pero [al menos] los campesinos allá tienen la ilusión de progresar mientras que el boliviano vive sin esperanzas. Así como nace, muere sin ver mejoras en su condición humana5.

-¿Cuál cree usted que es la razón de su fracaso? Yo creo que fue la falta de apoyo de los campesinos.

-Puede haber algo de cierto, pero la verdad es que se debe a la organización eficaz del partido político de Barrientos, es decir, sus corregidores y alcaldes políticos que se encargaron de avisar al ejército sobre nuestros movimientos.

-¿Por qué no pudo reclutar más elementos nacionales [bolivianos] como los campesinos de la zona?

Ahí terminan abruptamente las notas del teniente coronel Sélich que Anderson consultó6.

El diálogo que muestra la película de Soderbergh, es bien distinto; mucho menos amable y formal.

Prado: ¿Cómo se siente?

Che: Bien, el teniente me puso una venda. ¿Dónde tienen a “Willy” y al “Chino”?

Prado: Aquí al lado.

Sélich: ¿Cuántos guerrilleros quedan allá afuera?

Che: No sé…

Sélich: ¿Cuál era el punto de reunión?

Che: No teníamos.

Sélich: ¿Cuál era el punto de reunión?

Che: Ya le dije que no teníamos.

Sélich: ¿No tenían?

Che: No.

Sélich: ¿Por qué vino aquí, a La Higuera en pleno día?

Che: ¿Qué importa el porqué? Ya nada importa.

Sélich: Escuche bien… Usted ya no está en Cuba, señor y déjeme decirle que yo soy coronel del Ejército Boliviano y si usted logró escapar del Congo y Venezuela, le aseguro que no se escapará de Bolivia. Aquí se acabaron sus aventuras, extranjero de mierda.

Prado: Bueno, descanse. Mañana lo llevaremos a Vallegrande para que le vean la herida de la pierna.

Sélich [acercándose al Che y palmeándolo socarronamente]: Ponga buena cara; hay mucha gente que quiere fotografiarlo. Quizás deberíamos afeitarlo, ¿eh?

En ese momento, se produce la escena en la que el boliviano le tironea la barba (Cupull y González dicen que lo hizo tan fuerte, que le arrancó varios pelos) y el Che reacciona, primero tomándolo fuertemente del brazo y cuando éste lo golpea, escupiéndole la cara.
Sélich es contenido por Prado cuando intentaba desenfundar su arma y luego sale de la habitación ordenándoles a sus soldados que introduzcan los muertos dentro del aula.

Sélich: ¡Tráiganme los muertos! ¡Pónganlos allí!

Suboficial fuera del recinto: ¡¡Rápido!!

A las 06.15 de la mañana del 9 de octubre, el helicóptero de Jaime Niño de Guzmán aterrizó nuevamente en La Higuera, llevando al coronel Joaquín Zenteno Anaya y al capitán Félix “Ramos”, un oficial de la CIA, que no era otro que Félix I. Rodríguez, el agente anticastrista cubano de quien habláramos en capítulos anteriores, presente allí con su equipo radiotransmisor y su cámara especial para fotografiar documentos.
El Che fotografiado por Félix "Ramos"
en el interior de la escuela
Anderson dice que Zenteno Anaya se dirigió directamente a la escuela y habló durante treinta minutos con el Che. Con él también entró “Ramos”, quien encontró al líder revolucionario tendido en el suelo, de costado, con las manos atadas por delante.
Su primera impresión fue que aquel hombre, otrora poderoso, era un montón de basura, un desastre, con su pelo enmarañado y su ropa hecha girones. Lo peor era su calzado, tenía los pies sucios por el barro, apenas cubiertos por unas toscas envolturas de cuero que le recordaron las que utilizaban los campesinos en el medioevo7.
Zenteno le preguntó porqué había llevado la guerra a su país pero el prisionero no respondió, solo se escuchaba su respiración. Rodríguez instaló el equipo de radio y estableció contacto con alguien, supuestamente uno de los centros que tenía la CIA en La Paz y tras despachar un cable cifrado, salió fuera y en una mesa portátil, se puso a fotografiar el diario del Che, hoja por hoja, ayudado por un soldado que le sostenía las páginas y se las daba vuelta.
Mientras se hallaba enfrascado en ello, Zenteno y Ayoroa se dirigieron al campo de batalla para seguir de cerca las operaciones de rastrillaje de los rangers (08.30 horas). Regresaron cerca de las 11 a.m., cuando el agente cubano terminaba su tarea y fue entonces que éste pidió autorización para entrara a hablar con el prisionero.
Quien también habló con el guerrillero fue el capitán Prado, pero lo hizo en términos muy diferentes al de que ofrecen las distintas versiones.

Gary Prado: ¿No supo usted que ya tuvimos una revolución aquí, que ya hicimos la reforma agraria?  

Che: Sí, supe. Ya vine yo por aquí...estuve en el 53. Pero todavía hay mucho por hacer... 

Gary Prado: Claro...pero déjenos hacer a nosotros...una cosa que no nos gusta es que nos vengan a decir de afuera lo que debemos hacer.

Che: Sí. Tal vez nos equivocamos...  

Gary Prado: Entonces, ¿quién tomó la decisión de venir a Bolivia? ¿Usted? 

Che: No. No fui yo...otros niveles...  

Gary Prado: Pero ¿qué otros niveles? ¿Fidel?

La respuesta a esa pregunta fue un largo y profundo silencio.

Che: ¿Qué van a hacer conmigo? 

Gary Prado: Va a ser juzgado...  

Che: ¿En Camiri?  

Gary Prado: No. En Santa Cruz. Usted ha sido capturado por tropas de la Octava División y corresponde que el consejo de guerra, el juicio, la corte marcial, de allá, en la sede del comando.

Che: Ah, sí8.

Prado no incluye este diálogo en su libro pero aporta otros datos de interés.
Ni bien llegó a La Higuera, Zenteno Anaya se dirigió a la casa del telegrafista y frente a éste, su esposa Ninfa Arteaga y su hija, la maestra Élida Hidalgo, escuchó con atención el informe que le pasó el jefe ranger. Inmediatamente después impartió un par de directivas y se dirigió a la escuela, seguido por Niño de Guzmán y “Ramos”.

-Buenos días. ¿Cómo se encuentra? – le preguntó al prisionero, quien se limitó a responder alzando los hombros.

A continuación, le pidió a Prado que ayudase al Che a ponerse de pie. Entonces fue el agente cubano quien se aproximó para echarle una cuidadosa mirada.

-Es él – dijo y sin decir más, abandonó la habitación para montar su equipo de radio y pasar la novedad.

Zenteno le preguntó al prisionero si necesitaba algo y aquel respondió negativamente mientras se sentaba en el suelo. En ese momento “Ramos” volvió a aparecer, intercambió algunas palabras con el oficial boliviano y acto seguido, procedió a tomar fotografías.
Son los retratos en los que se ve a un Guevara desgreñado, que más parece un pordiosero o un cavernícola que un comandante militar.
“Ramos” utilizaba una pequeña cámara portátil que pese a la escasa luz, captó buenas imágenes9.
Mientras el coronel Zenteno observaba el diario del Che en la casa del corregidor, los soldados terminaron de acomodar a los rangers heridos en el helicóptero. Finalizada la tarea, el piloto, abordó la máquina, seguido por el teniente coronel Sélich y se elevó, generando una espesa nube de polvo, alejándose hacia Vallegrande en lo que sería el primer vuelo de evacuación del personal afectado.
Poco después, Zenteno se encaminó a la zona de combate, acompañado por el mayor Ayoroa y el capitán Prado, dejando a cargo de la aldea al teniente Totti.
"Willy" momentos antes
de su ejecución
Sobre la Quebrada de Yuro, el comandante de la VIII División solicitó una nueva explicación de cómo se habían desarrollaron las acciones (según Prado el hecho tuvo lugar a las 08.30) y mientras escuchaba, las iba volcando en un gráfico que él mismo dibujaba.
Cuando el capitán ranger hubo finalizado, se dedicó a recorrer el área y luego emprendió el regreso, en esta ocasión, escoltado por Ayoroa y un grupo de soldados.
Prado permaneció en el lugar y después de establecer contacto radial con el capitán Celso Torrelio10, quien en esos momentos rastrillaba el sector norte de la quebrada, se incorporó a él para completar la operación, permaneciendo ocupado en esa tarea hasta horas del mediodía, cuando emprendió el regreso y se enteró del desenlace de los hechos.
Otra que asegura haber mantenido una conversación con el Che Guevara fue la maestra Julia Cortés, una de los cinco docentes de la localidad, joven muchacha de 22 años a quien, según sus declaraciones, se le permitió ver al prisionero a requerimiento de aquél.
De acuerdo con la versión de Cupull y González, influenciada por los militares (más precisamente por Pérez Canoso), la maestra fue hasta el lugar para insultar al guerrillero y hasta pedirle que saliera de allí (¿?) y que cuando lo vio, le soltó un rosario de improperios. Entonces el Che le habló suavemente, intercambiando con ella una serie de preguntas y hasta señalándole un error gramatical en el pizarrón; luego se refirió a su trabajo como docente, recalcando su importancia como formadora de futuros ciudadanos y le hizo ver la magnitud histórica que cobraría la escuelita por lo que allí estaba sucediendo.
Al parecer, la joven educadora quedó sorprendida y convencida de estar frente a un hombre distinto, cabal, íntegro y noble y ahí nomás cambió su actitud.
Los autores cubanos explican que por haber difundido sus impresiones, fue acusada de subversiva y simpatizante de la guerrilla y por esa razón, moralmente difamada, rotulada de comunista y hasta amenazada de perder su puesto.
Cuando el helicóptero de Niño de Guzmán se posó en la aldea con el coronel Zenteno y el capitán “Ramos”, el oficial que le había permitido ingresar en el aula, le pidió a la muchacha que se retirase.
La versión es tendenciosa y en extremo fantasiosa y eso nos lleva a dudar de la siguiente afirmación, cuando los autores sostienen que Félix “Ramos”, al ingresar en el edificio para retratar al Che, comenzó a maltratarlo y que éste, que lo conocía, lo tincrepó con desprecio, acusándolo de traidor y mercenario.
La versión de Anderson difiere. Según él, a la maestra le permitieron ver al Che. Estaba nerviosa y cuando aquel le clavó la mirada, una vez dentro de la sala, no pudo sostenerla. Luego le señaló la falta de ortografía en el pizarrón y a continuación le dijo que la suciedad del establecimiento era una vergüenza; que en Cuba sería una prisión. La señorita Cortés salió fuera, después de un breve intercambio de palabras y no regresó, pese a que Guevara la habría vuelto a llamar. Gary Prado negará todas esas historias y dirá que la docente apenas pudo ver al guerrillero a la distancia, pues él como militar jamás habría permitido su ingreso en el lugar10.

La historia de la maestra que le visita, le habla y le lleva comida es una fábula. Ella le vio sólo una vez, brevemente. ¿Cree usted que yo habría permitido que alguien que no fuera militar se acercara a Guevara11.

Otros que dicen haber conversado con Guevara fueron los subtenientes Pérez y Huerta así como alguno que otro soldado, pero todo parece indicar que la mayor parte de esas versiones son inventos.
Huerta relatará años después, que la personalidad del Che llegó a cautivarlo tanto, que le pareció un hermano mayor dándole consejos, de ahí que saliera en busca de una frazada para colocársela en los hombros y hasta pensara en ayudarlo a fugarse (¡¿?!).
En quien sí es necesario detenerse, es en Félix Rodríguez (o Félix “Ramos”) pues realmente estuvo dentro del recinto con el derrotado líder y hasta mantuvo un diálogo con él antes de su ejecución.
El Che fotografiado fuera
de la escuela
Primero lo sacó afuera para tomarle las fotografías que años después darían la vuelta al mundo y luego lo condujo nuevamente adentro, para interrogarlo.
En una de aquellas imágenes se los ve a ambos junto a tres rangers (de acuerdo con Kalfon, fue tomada por Niño de Guzmán), el Che semejante a una bestia herida y él agente pulcro y radiante, con expresión de triunfo a su lado.
Fue después de fotografiar todo el diario y de pedirle autorización a Zenteno para regresar a la escuela.
Rodríguez no menciona a Sélich en esa reunión; de acuerdo con su versión,  solamente estuvieron el prisionero y él.
Ni bien lo vio entrar, Guevara le dijo que no iba a aceptar ser sometido a interrogatorio. El cubano lo tranquilizó diciéndole que solo estaba ahí para intercambiar opiniones y entonces el detenido accedió. Durante su exposición, admitió haber sido derrotado y le endilgó su derrota a la mentalidad “provinciana” de los militantes comunistas de Bolivia, quienes lo habían abandonado a su suerte. Rodríguez quiso averiguar sobre sus operaciones militares en Bolivia pero el Che se empacó y no dijo nada.
La conversación terminó cuando el prisionero le preguntó a su interlocutor cual era su nacionalidad (lo que contradice a Cupull y González, cuando aseguran que lo conocía).

-Usted no es boliviano; a juzgar por sus conocimientos de Cuba es cubano o portorriqueño al servicio de la inteligencia norteamericana.

-Soy cubano de nacimiento y miembro de la Brigada 2506, entrenado por la CIA.

-Ja – se limitó a responder el Che12.

Rodríguez pudo haber expuesto ahí mismo los motivos que lo llevaron a dedicar su vida a combatir la Revolución Cubana; pudo haber mencionado su rechazo por la brutalidad del régimen, por las ejecuciones en masa, los presos sin condena, la persecución a los opositores, la falta de libertad de prensa y elecciones democráticas o más aún, recordar la farsa de juicio y ejecución de Jesús Sosa Blanco, pero no lo hizo, prefirió guardar silencio y retirarse.
No sabemos cuándo montó su equipo de radio y envió el cable cifrado, confirmando la identidad del prisionero, pero sin duda lo hizo y fue a poco de su llegada.

-Es él – se limitó a transmitir. Y luego solicitó instrucciones.



La madrugada del lunes 9 de octubre, el general Barrientos recibió en su despacho del Palacio Quemado una llamada urgente de Washington; era el canciller Guevara Arze, quien en esos momentos se encontraba en el edificio de la OEA, participando de una reunión.
Cuando el presidente le preguntó si tenía novedades, el diplomático le manifestó la inconveniencia de adoptar medidas extremas con el Che porque eso acabaría por empañar la victoria y pondría al gobierno en la posición de verdugo. Se produjo, entonces, la siguiente conversación:

Guevara Arze: Me parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una mala imagen que no al va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque las gentes se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y después se olvidan.

Barrientos: Lo lamento mucho doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate.

El ministro boliviano quedó anonadado. Según Cupull y González, sintió profundamente la noticia, no solo por tratarse del Che, por sus características y su apellido en común sino porque estaba convencido de que su ejecución sería un error político de consecuencias impredecibles.
Poco después, un vehículo se detuvo en el portón de acceso al Gran Cuartel General de Miraflores, sede del Estado Mayor Conjunto, ubicado en la esquina de Av. Saavedra y Mayor Zubieta y tras las identificaciones de rigor, atravesó la amplia arcada para deslizarse por el boulevard interior, hasta la sede del comando.
De él bajó un hombre alto, luciendo uniforme. Era el general Ovando, quien atravesó presurosamente el acceso y saludando al personal que se cuadraba a su paso, se dirigió al ascensor, para subir hasta el Departamento III de Operaciones, en el segundo piso, donde ya lo esperaban los generales David Lafuente Soto y Federico Arana Serrudo junto a los coroneles Marcos Vásquez Sempetegui y Manuel Cárdenas Mallo.
Ni bien cerró la puerta, el alto oficial invitó a los presentes a tomar asiento y con expresión grave, procedió a informar que el Che Guevara se encontraba prisionero en La Higuera y que varios de sus seguidores habían muerto o sido capturados. Inmediatamente después, llegaron los generales León Kolle Cueto, comandante de la Fuerza Aérea, Juan José Torres, del Ejército y el contraalmirante Horacio Ugarteche, de la Marina de Guerra, seguidos a los pocos minutos, por el propio presidente Barrientos, quien a puertas cerradas, pasó a detallar las últimas novedades, entre ellas, el diálogo que había mantenido con el Dr. Walter Guevara Arze esa misma mañana. Acto seguido, les pidió a Ovando y Torres que lo acompañasen hasta una pequeña sala contigua y luego de un breve intercambio de palabras, llamaron al resto, para tratar el delicado asunto que los había llevado hasta ahí.
Expuestos los pormenores y las consecuencias que la presencia del líder revolucionario podían acarrear a nivel nacional, era una decisión aceptada la necesidad de eliminarlo definitivamente.
El Gran Cuartel General de Miraflores, en La Paz, sede del Estado Mayor Conjunto.
La mañana del 9 de octubre Barrientos y Ovando le comunicaron al Alto Mando la
decisión de ejecutar al Che

Barrientos puso especial énfasis en los efectos que podía acarrear dejar con vida al prisionero y volvió a aclarar que se trataba de una decisión tomada y que estaba ahí solamente para informar.
Finalizada la reunión, el presidente procedió a despachar el cable cifrado, con la directiva de ejecutar a Guevara y el general Ovando abordó nuevamente el automóvil para dirigirse al aeropuerto y volar hacia Vallegrande, a supervisar la operación. Lo acompañarían el contraalmirante Ugarteche, el general Lafuente, el coronel Fernando Sattori, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut y los capitanes Ángel Vargas, Oscar Pammo y René Ocampo13.
A las 12.30 llegó a La Higuera, el cablegrama de Barrientos, destinado al coronel Zenteno Anaya. El oficial lo tomó en sus manos y cuando lo leyó, apenas lo pudo creer lo que decía: “Proceder a la eliminación del señor Guevara”.
Lo primero que hizo fue llamar al teniente coronel Sélich y transmitirle la novedad, ordenándole que se ocupase del asunto y le encomendase la tarea al mayor Ayoroa, por haber sido su unidad la que capturó al célebre guerrillero.
Para entonces, los rangers habían traído los cuerpos de Aniceto y “Pachungo”, así como al herido “Chino” Chang y los había dejado en la escuelita, los primeros junto al Che, donde ya se encontraban los cadáveres de “Antonio” y “Arturo” y el último en la habitación contigua, donde se encontraba “Willy”.
Inmediatamente después, el comandante de la VIII División y el teniente coronel Sélich abordaron el helicóptero y regresaron a Vallegrande (llevaban toda la documentación capturada al comandante guerrillero), dejando al jefe del regimiento ranger, a cargo de la situación.
Y una vez más, las versiones difieren.
Félix Rodríguez asegura que fue él quien recibió el cable ordenando la ejecución del Che. Según sus palabras, la idea le pareció absurda, de ahí que se llevase a Zenteno a un costado para tratar de disuadirlo. Estados Unidos pretendía mantener al prisionero con vida; incluso había aviones norteamericanos listos para trasladarlo a una cárcel de máxima seguridad en el Canal de Panamá, pero el comandante divisionario dijo que no podía desobedecer una orden emanada del Estado Mayor Conjunto y ahí mismo dio por finalizada la conversación. Antes de abordar el helicóptero que lo llevaría de regreso a Vallegrande, se volvió hacia el agente cubano y le dijo que enviaría el aparato de regreso a  las 14.00 horas y que quería su palabra de honor de que para entonces, la sentencia se había cumplido.


Como se recordará, esa mañana, ni bien identificó al guerrillero cautivo, el Rodríguez solicitó instrucciones a la CIA para obrar en consecuencia pero las mismas nunca llegaron, de ahí su idea de secuestrarlo y llevárselo con él. Sin embargo, el recuerdo de Fidel Castro en las prisiones de Batista lo contuvo porque, el máximo dirigente de la Revolución había salido beneficiado de ello y su figura acabó por cobrar dimensiones inusitadas14.
En cuanto a que fue él quien recibió la orden de ejecutar a Guevara, Cupull y González coinciden, aunque dan una hora diferente a la de Anderson.

Alrededor de las 10:00 horas, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Ramos recibió un mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Guerrillero Heroico.
Mientras un soldado buscaba al coronel Zenteno, el agente de la CIA, en compañía de Andrés Sélich, se dirigió a la escuela. Estaba de guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al Che y conversó con él. El agente de la CIA le ordenó que se retirara del lugar. El joven oficial obedeció, pero observó cuando Ramos, tratando de interrogar al Che, lo zarandeó de los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar.
Huerta contó a sus amigos que como él tenía que proteger la vida del Che, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido: “¡Me las pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero Sélich se lo impidió15.

La versión parece tendenciosa y manipulada, aún así, no estamos en condiciones de descartarla del todo16.
Siguiendo ese relato, a su regreso del campo de batalla, Zenteno y Ayoroa fueron informados por el agente de la CIA sobre la decisión de ajusticiar al Che y siempre según los autores cubanos, se ofreció con gusto a llevarla a cabo.

Zenteno Anaya le pidió a Félix Ramos que se ocupara de ejecutar la orden, que si él deseaba hacerlo, que lo hiciera. Sin embargo, el agente de la CIA finalmente decidió, en compañía de Sélich y Ayoroa, buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse para cumplirla. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Canoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos17.

Una v ez más, la versión, no parece cuajar con la realidad. Los Estados Unidos querían al Che vivo, para mostrarle al mundo que la Revolución Cubana estaba intentando expandirse, patrocinando la violencia subversiva en diferentes partes del mundo. Era la mejor prueba que podían mostrar y un mazazo contundente al régimen castrista.
La explicación del capitán Prado es diferente. Al parecer, a su llegada de la quebrada, el coronel Zenteno se comunicó dos veces con el Alto Mando, solicitando instrucciones y en ambas se le indicó mantenerse en espera.
Las mismas llegaron alrededor de las 11 a.m. e indicaban, de manera escueta, la ejecución sumaria de los prisioneros18.
Prado intenta explicar las razones que llevaron a sus superiores a adoptar semejante determinación:

-Se consideró como más importante para la opinión pública internacional el mostrar al Che derrotado en combate y muerto que prisionero. –El juicio a Debray ya se estaba convirtiendo en una molestia, por sus repercusiones internacionales, las que serían definitivamente mayores si se procesaba al jefe de la guerrilla.
-Los problemas de seguridad con el Che, durante su juicio y posteriores a su segura condena, serían difíciles y mantendrían viva su imagen, con intentos ciertos de liberarlo, lo que significaría mantener un dispositivo especial que garantizaría el cumplimiento de la pena a ser impuesta.
-Con la eliminación del Che, se asestaría un duro golpe al castrismo, frenando su política de expansión doctrinaria en América Latina19.

No nos atrevemos a emitir juicio con respecto a los dos primeros puntos pero en lo que al tercero se refiere, si lo que se pretendía era contener al castrismo y terminar con su injerencia en el continente, la historia nos muestra que ocurrió todo lo contrario pues la misma siguió aumentando y la sangre corrió a mares por su causa. Y para más, la imagen del Che se agigantó de manera impensada.
Volviendo a los hechos, recibida la orden, Zenteno convocó a siete suboficiales para llevar a cabo la tarea, solicitando voluntarios. Gary Prado menciona dos, los sargentos Mario Terán Salazar y Bernardino Huanca, número al que Cupull y González elevan a tres, pues incluyen a Carlos Pérez Panoso. En su libro, Mi amigo el Che, Ricardo Rojo le endilgó la ejecución material al propio Prado, pero eso es una vil patraña20.
A los suboficiales en cuestión, se les ordenó prepar sus armas y proceder de manera inmediata. La posteridad ha dicho que a Terán le proporcionaron bebidas alcohólicas para darle más coraje pero eso tampoco es cierto. Tanto él como sus compañeros, estaban dolidos por las muertes de sus camaradas y querían vengarlos.
Nicolás Márquez, más interesado en denigrar la figura de Guevara que de relatar los hechos como sucedieron, reproduce las palabras que Félix Rodríguez pronunció para el tendencioso documental Guevara: Anatomía de un mito, estrenado por el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo en Miami, en 2008.

…llega una llamada telefónica y piden por el oficial de más alto rango, yo tenía en ese entonces el grado de capitán y en la Higuera habían dos tenientes más bolivianos, por lo tanto me llamaron a mí. Contesté el teléfono y era del Alto Mando Boliviano en Valle Grande. Eran instrucciones específicas del señor presidente, el señor Comandante de las FFAA., que eran 500, 600. Era un código que teníamos que significaba: 500 el Che Guevara, 600 muerto, 700 vivo. Le pido que me lo repitan y me lo confirman: 500/600. Cuando viene Centeno, lo llamo a un costado y le digo “mi coronel hay órdenes de su gobierno de eliminar al prisionero” y le doy los códigos, las órdenes de mi gobierno (el americano) son de mantenerlo vivo a toda costa, nosotros teníamos aviones, helicópteros para trasladarlo a Panamá para el interrogatorio. Entonces me mira y me dice “mira Félix, hemos trabajado empíricamente, te agradecemos mucho pero estas son órdenes del señor presidente, el señor Comandante de las FFAA”... Miró su reloj y me dijo “tienes hasta las dos de la tarde para interrogarlo”. Nuestro helicóptero va a venir varias veces, va a traer comida y municiones y para llevarse a nuestros heridos y nuestros muertos... Entré a la habitación, él estaba sentado en un banquito, yo le había quitado las amarras al principio de nuestra conversación. Me le paré en frente y le dije “Comandante, yo lo siento pero son órdenes superiores”. Se puso blanco como un papel pensando que era yo el que le iba a tirar. Salí de la habitación y estaba lleno de soldados afuera escuchando la conversación. Estaba el teniente Pérez al lado del sargento Terán y le dije al sargento “no le tire de aquí para arriba, sino de aquí para abajo (señala el cuello hacia abajo), son órdenes de su gobierno”.

Márquez cita hasta ahí, para que el lector lea que el Che empalideció como un papel, pero se encarga de obviar lo que el mismo Rodríguez escribió en su libro El guerrero de las sombras, al relatar esos hechos.

Fue adonde estaba yo, me dio la mano, un abrazo, y de ahí se retiro y paró enfrente pensando que era yo el que le iba a tirar21. 

Puede haber palidecido un instante al saber que iba a ser fusilado (no debía estar muy rosagante después de un año de penurias), ¿quién no lo haría en un momento así?, pero del propio Rodríguez obtenemos la confirmación de su entereza. Pensando que iba a ser él quien llevaría a cabo la ejecución, dio un paso hacia atrás y se paró frente suyo, esperando el momento. Pero todavía hay más.


Félix Rodríguez caminó de regreso a la escuela y una vez dentro, se dirigió al comandante guerrillero para informarle que iba a ser fusilado.

-La orden para su ejecución llegó desde La Paz – le dijo.

El Che palideció un instante, apenas unos segundos y luego respondió:

-Mejor así… no debí permitir que me tomaran con vida.

Rodríguez le aseguró que había hecho todo lo que estuvo a su alcance para disuadir a los militares pero los mismos mantuvieron su postura y no hubo manera de hacerlos cambiar de opinión. Y luego preguntó:

-¿Desea enviar un mensaje a su familia?

-Dígale a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América… Y dígale a mi esposa que vuelva a casarse y trate de ser feliz.

Aquellas palabras conmovieron al experimentado agente cubano, hombre curtido en mil acciones, fogueado y despojado de sentimientos. Siguiendo siempre su relato -reproducido por Anderson-, se adelantó a su enemigo y lo abrazó.

Fue un momento de tremenda emoción para mí Ya no lo odiaba. Le había llegado el momento de la verdad, y se portaba como un hombre. Enfrentaba la muerte con coraje y dignidad22.

Hayan sido dos o tres, los suboficiales seleccionados para llevar a cabo las ejecuciones, después de cargar sus fusiles automáticos, se dirigieron a la escuela en tanto los militares alejaban a los pobladores y los oficiales se retiraban a la casa del corregidor y el telegrafista.
Cuando Rodríguez abandonó la escuela, Terán y Huanca caminaban hacia ella. El último ingresó en primer lugar y sin mirar al Che, cubrió la distancia hasta la sala contigua, abrió la puerta y la cerró inmediatamente después. Al cabo de un minuto retumbaron dos ráfagas y luego siguió un silencio profundo23. El Che miró entonces a Terán, parado en el umbral de la puerta, y le dijo:

-Usted ha venido a matarme.

Cohibido, el sargento bajó la vista y permaneció callado. En ese momento, el comandante revolucionario le pareció inmenso y cuando alzó la vista, sintió como un mareo. Por un instante pensó que con un movimiento rápido aquel hombre indefenso podía saltar y quitarle el arma pero el mismo permaneció sentado, sosteniéndole la mirada.

-Póngase sereno –volvió a decir el Che–, usted va a matar a un hombre.

Terán dio un paso atrás, cerró los ojos y disparó una primera ráfaga, alcanzando al prisionero en las piernas, destrozándoselas. Quien fuera el hombre más poderoso de Cuba, junto con Fidel, cayó al suelo y comenzó a retorcerse mientras regaba la habitación con sangre, intentando no emitir quejidos.
Recobrando el ánimo, Terán efectuó una segunda descarga y su metralla impactó al prisionero en el brazo derecho, un hombro y el corazón. Eran las 13.10 de la tarde. El Che Guevara había muerto. Ese mismo día, treinta y tres años atrás, otro argentino caía fusilado lejos de su tierra, pero en éste caso víctima de las balas comunistas, San Héctor Valdivielso Sáez, religioso lasallano ejecutado en Turón, Asturias, junto a otros siete hermanos de congregación y un padre pasionista, durante la revolución que precedió a la Guerra Civil Española en 193424


“Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón.
Así consta en el informe que el suboficial elevó a sus superiores y así lo han reproducido miles de veces periodistas, historiadores y analistas de todos los rincones de la Tierra.
Incluso el Ejército norteamericano dejó constancia de la entereza del Che a la hora de enfrentar su muerte, algo que sus detractores se han encargado de ocultar.

Mientras tanto, Terán intentaba reforzar su coraje con unas cuantas cervezas, hasta que se dirigió al lugar donde el Che estaba recluso. Al entrar, Guevara (con las muñecas atadas por delante) se levantó y exclamó: “Se porqué estas aquí. Estoy preparado”. Terán le respondió: “Te equivocas. Siéntate”, abandonando entonces el local durante un momento. “Willy” había sido recluido en un cuchitril a pocos metros de distancia. Mientras Terán en el exterior intentaba rehacerse, Huanca mató a “Willy” (quien según varias fuentes, era un cubano que había fomentado los desórdenes entre los mineros bolivianos). Después de haber oído los golpes, por primera vez el Che se mostró aterrorizado. Al ver entrar de nuevo a Terán, el prisionero se puso otra vez en pie para enfrentarlo. Terán le ordenó que se mantuviese sentado, pero Guevara le respondió; “Ahora quiero estar en pie”. Enfurecido, el sargento lo conminó a sentarse. Pero el Che estalló: “Has de saber que estás matando a un hombre”. Así, empuñando su carabina M2, Terán le disparó una ráfaga, arrojándolo contra el muro de la estancia. […]25.

Siguiendo instrucciones de sus superiores (Félix Rodríguez asegura que fue él quien le dio la indicación), Terán no tiró al rostro sino que se cuidó muy bien de hacerlo del cuello hacia abajo. Nueve balas se incrustaron en diferentes partes de su cuerpo y varias más en las paredes y el piso, pero su semblante quedó intacto.
Cupull y González dicen que Rodríguez extrajo su pistola y le descargó al cadáver un tiro sobre el pecho, pero eso tampoco fue así. Y para más, no había nadie en esos momentos para corroborarlo porque Huanca y Terán habían abandonado el lugar. Un silencio agobiante pareció sumir a la quebrada; lejos de ahí, en Cuba, Aleida March sintió una extraña sensación y enseguida supo que algo grave le había ocurrido a su marido.

Imágenes


Vista nocturna de La Higuera, cuarenta años después

El Che y "Willy" están encerrados en la escuela de La Higuera, fuertemente custodiados
Junto a ellos, fueron depositados los cadáveres de "Antonio" y "Arturo"



Rangers en Vallegrande


Sargento Mario Terán Salazar
el hombre que ejecutó al Che


General Juan José Torres

Soldados bolivianos heridos durante los combates
(Imagen: Revista "Así" de Buenos Aires)

La participación argentina en la derrota del Che Guevara fue notoria y conocida
(Diario "Crónica", Bs. As., edición del 10 de marzo de 1969)


Notas
1 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., pp. 89-90.
2 Pierre Kalfon, op. Cit., p 583.
3 Jon Lee Anderson, op. Cit., pp. 684.
4 Ídem, p. 685.
5 Ídem, p. 685-686.
6 Ídem, Apéndice, p. 719.
7 Ídem, p. 686.
8 ANF/El Deber, extraído de “Ernesto Che Guevara creyó que sería juzgado en Santa Cruz”, FM Bolivia. Radio on line en Internet, 24 de mayo de 2012.
http://www.fmbolivia.com.bo/noticia87860-ernesto-che-guevara-creyo-que-seria-juzgado-en-santa-cruz.html
9 Prado aclara que dada la cantidad de pobladores que se había reunido en la puerta de la escuelita, no se le permitió sacar al prisionero.
10 Presidente de Bolivia entre 1981 y 1982. Previamente integró la junta militar que se hizo cargo del gobierno tras la renuncia de Luis Gracía Meza, quien llegó al poder luego de un sangriento golpe de estado patrocinado y orquestado por la Argentina en julio de 1980. Complataban el organismo castrense Waldo Bernal Pereira de la FAB y Oscar Pammo Rodríguez, de la Fuerza Naval.
11 Pierre Kalfon, op. Cit., pp. 586-587. Entrevista que el autor mantuvo con Gary Prado en Londres, en 1992.
12 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 687. Según la entrevista que Kalfon mantuvo con Jean-Pierre Clerc y Maurice Dugowson en Santa Cruz de la Sierra, en 1997, la respuesta habría sido “Yo no hablo con traidores” y acto seguido, le escupió la cara.
13 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., pp. 99-100.
14 Jon Lee Anderson, op. Cit., pp. 687-688.
15 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., pp. 99-100.
16 Los autores citan un artículo de la revista española “Interviú”, que al parecer tuvo acceso a un informe de la CIA, en el que se asegura que Rodríguez utilizó una bayoneta para hacer hablar al Che, sin resultados. Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., p. 101.
17 Ídem.
18 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 293.
19 Ídem, p. 293-294.
20 En esos momentos, el capitán Prado se encontraba de patrulla por los alrededores. Para confundirnos más, Félix Rodríguez afirma que los encargados de las ejecuciones fueron Terán y Pérez.
21 Félix I. Rodríguez, y John Weisman, El guerrero de las sombras, Emecé, Buenos Aires, 1991.
22 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 689. También en Félix I. Rodríguez y John Weisman, El guerrero de las sombras, Emecé, Buenos Aires, 1991, reprodicido parcialmente en Jon Simkin, “American Story. The Assassinatiosn of JFK. Féliz Rodríguez”, septiembre de 1997, actualizado en agosto de 2014: “Then we embraced, and it was a tremendously emotional moment for me. I no longer hated him. His moment of truth had come, and he was conducting himself like a man. He was facing his death with courage and grace”. Sitio “Spartacus Educational”, (http://spartacus-educational.com/JFKroderiguez.htm).
Ver también: Jay Nordlinger, “The Anti-Che, Felix Rodríguez, freedom fighter and patriot”, “National Review”, 5 de agosto de 2013, también en NR Digital (https://www.nationalreview.com/nrd/articles/353799/anti-che);
En la nota, el autor, periodista y editor senior de la mencionada publicación de tendencia conservadora, sostiene:
“Rodriguez has always maintained that Guevara died with courage and dignity. He admired him for it, and still does. But that’s as far as his admiration goes” (Rodríguez ha mantenido siempre que Guevara murió con valor y dignidad. Lo admiraba por ello, y todavía lo hace).
23 Gary Prado y otros autores, no mencionan al “Chino” en la habitación.
24 Primer santo argentino, nacido en Buenos Aires, el 31 de octubre de 1910, hijo de un hogar de inmigrantes españoles, educador, periodista, fue beatificado el 29 de abril de 1990 y canonizado el 21 de noviembre de 1999. Sus restos yacen en el cementerio de Turón, donde fue ejecutado junto a los otros mártires a excepción del fémur y el cráneo, que fueron trasladados a Buenos Aires, para ser depositados en la parroquia de San Nicolás de Bari (donde fue bautizado) y la capilla del aristocrático Colegio de La Salle.