LA SALIDA DE BUSTOS Y DEBRAY
Ciro Bustos y Regis Debray detenidos en Camiri |
El
27 de marzo, el Che dejó asentado en su diario que el combate de Ñancahuazu
tenía una enorme repercusión en radios y medios de difusión, se refirió también
a los bombardeos con napalm y a los dos mil hombres que los rodeaban en un
radio de 120 kilómetros, estrechando el cerco a cada minuto. También dejó
constancia que tras las declaraciones de los desertores y el prisionero,
“Tania” había sido identificada, perdiéndose con ello dos años de buena y paciente
labor. El Ejército había descubierto el jeep de la guerrilla en el garaje de
Camiri y la policía allanado su domicilio en La Paz, donde halló documentación
comprometedora y varias fotografías, entre ellas una en la que se la veía junto al presidente Barrientos y el general Ovando.
comprometedora y varias fotografías, entre ellas una en la que se la veía junto al presidente Barrientos y el general Ovando.
Para
la joven agente, no había marcha atrás; era evidente que no podía regresar a la
capital y no quedaba más remedio que retenerla en la guerrilla como una
combatiente más.
La
que también se hizo presente en la zona de operaciones fue la Cruz Roja (dos
médicos y cinco uniformados sin armas), con el fin de retirar los cadáveres de
los soldados abatidos, pero como la tregua impuesta por el Che había vencido,
se tomó al personal prisionero y se lo retuvo un tiempo hasta que las
condiciones estuvieron dadas como para permitirle seguir.
En
horas de la tarde, llegó a la finca de Calamina un camión militar repleto de
soldados, lo que no fue impedimento para que los combatientes guevaristas
acompañasen al equipo sanitario hacia el lugar donde se encontraban los
cuerpos.
Al
ver el estado de los mismos, los médicos decidieron dejarlos allí y regresar al
día siguiente con el fin de incinerarlos, sin embargo, dado el cuadro de
situación, lo harían bastante tiempo después, razón por la cual, los muertos
permanecerían tirados varios días más, a merced de las aves de rapiña y las
inclemencias del tiempo.
El
28 de marzo fue el día en que Debray planteó por primera vez su intención de
dejar la guerrilla. El Che, que de movida pescó el asunto, apuntó en su diario
que el filósofo galo estaba demasiado ansioso “por ir a servir a la causa en
otros escenarios”, en una palabra, comenzaba a darse cuenta que una cosa era
combatir al capitalismo desde la comodidad de París, esgrimiendo como armas una
máquina portátil y papel y otra, muy diferente, hacerlo en el campo de batalla,
corriendo los riesgos que esta implicaba y padeciendo los rigores propios de
una contienda.
El
francés planteó con demasiada vehemencia lo útil que podía ser fuera.
El
Che venía madurando desde hacía tiempo la idea de dejarlos salir y de ese modo,
pudiesen llevar a cabo las misiones que les había encomendado, a Bustos, la de
organizar la guerrilla en el norte argentino y a Debray, conseguir el aval del
ambiente intelectual y la izquierda europeos.
Mientras
tanto, el equipo de Moisés Guevara continuaba trabajando en el
acondicionamiento de las cuevas y “Benigno”, enviado en misión de exploración a
la zona de Pirirenda, aún no había regresado. Lo haría a media mañana
siguiente, procedente de Tiraboy, donde según informó, no encontró nada salvo
huellas de campesinos.
Luego
de una semana de exploración, el Che creyó que las condiciones estaban dadas
para efectuar un cambio de posición y sacar de la zona a Bustos y Debray.
La
madrugada del 2 de abril, después de dedicar todo un día a esconder el arsenal
capturado, la columna invasora se puso en marcha hacia Muyupampa, precedida por
su vanguardia, que había salido una hora antes.
Para
entonces, había varios enfermos entre los combatientes, dos de ellos
“Alejandro” y “Tania”, quienes se encontraban aquejados por altas fiebres; aún
así, continuaron marchando como el que más, casi sin emitir sonido y de ese
modo, llegaron a un caserío, Ñancahuazu arriba, donde se detuvieron a recuperar
fuerzas y alimentarse. Compraron cerdo, maíz, pollo y papas y luego de una
reparadora ración en caliente, siguieron adelante, dejando a los enfermos en
las inmediaciones, al cuidado de dos compañeros sanos.
El
17 de abril, el Che cometió el peor error de toda la campaña, dividió su
columna en dos, con el objeto de dejar a los enfermos en una y posibilitar a la
otra mayor celeridad en los desplazamientos. Se desprendía de un tercio de su
destacamento, ignorando que esa medida, a la larga, resultaría fatal.
El
escogido para comandar la nueva sección fue “Joaquín” (Juan Vitalio Acuña
Núñez), el más veterano de la fuerza, hombre de vasta experiencia guerrillera,
surgido del campesinado, integrante del primer comité del Partido Comunista
Cubano y veterano de Sierra Maestra, donde había sido jefe de la retaguardia
del Che y comandante de la Columna 4.
Las
instrucciones que le dejó el Che eran precisas: debía efectuar un recorrido por
los alrededores y mantenerse en la zona, sin entablar combate, aguardando su
regreso. Quedaría a cargo de los enfermos (“Tania”, “Alejandro”, Moisés Guevara
aquejado de cólicos) y la tan menospreciada resaca, integrada por los cuatro
efectivos que había traído el líder minero, una forma elegante de desprenderse
de ellos, que para nada servían.
En
un intento por justificar a su compatriota y dejar a Francia bien parada,
Pierre Kalfon dice en su libro que Ciro Bustos era quien más acuciaba por
abandonar la guerrilla. Eso no es así. Hemos visto lo que el Che apuntó de puño
y letra en su diario con respecto al francés, el 28 de marzo, lo mismo el día
anterior, cuando anotó: “La salida de la
gente es muy difícil ahora (se refería al revuelo producido después del
primer combate); me dio la impresión de que no le hizo ninguna gracia a Dantón cuando se
lo dije. Veremos en el futuro”.
La
columna se desplazó durante toda la noche y la mañana del 19 de abril llegó a
Matagal, un caserío algo mayor que el anterior, sobre el cruce de dos caminos,
al que hallaron semi abandonado. Varias personas habían huido ante su presencia
y solo quedaban algunos ancianos y enfermos junto a los pocos animales que
criaban.
El
Che apostó dos puestos de vigilancia, uno en cada extremo del caserío y se
dispuso a recorrer sus calles mientras su gente se ponía a cocinar.
Cerca
del mediodía, sus hombres apresaron a un extraño que por su apariencia y forma
de moverse, despertó serias dudas en el comandante guerrillero.
El
sujeto lucía un traje gris de verano, camisa blanca, corbata azul, mocasines de
cuero marrón y un bolso colgando del hombro, con su cámara fotográfica dentro.
Llegó al lugar montado a caballo, guiado por tres niños indígenas a los que
había contratado en Lagunillas, luego de romper el cerco impuesto por el
Ejército.
Se
trataba de George Andrew Roth, uno de los personajes más enigmáticos de toda
esta historia, un inglés, con pasaporte chileno, que decía ser periodista y
venía a entrevistar al legendario líder revolucionario, así como Herbert
Matthews lo había hecho con Fidel Castro en Sierra Maestra. Era el “presente
griego” al que se refiere el Che el 19 de abril.
A las 13.00 la posta
nos trajo un presente griego: un periodista inglés de apellido Roth que venía,
traído por unos niños de Lagunilla, tras nuestras huellas. Los documentos
estaban en regla pero había cosas sospechosas: el pasaporte estaba tachado en
la profesión de estudiante y cambiado por la de periodista (en realidad dice
ser fotógrafo); tiene vista de Puerto Rico y luego confesó haber sido profesor
de español para los alumnos de ese cuerpo; ante las preguntas sobre una tarjeta
del organizador en Bs. As. Contó que había estado en el campamento y le habían
mostrado un diario de Braulio donde contaba sus experiencias y viajes. Es la
misma historia de siempre. La indisciplina y la irresponsabilidad dirigiendo
todo1.
Al
Che no le dio buena espina aquella presencia y mucho menos cuando
explicó los motivos de su viaje. Si a ello sumamos el hecho de que al
menos tres campesinos del lugar habían acudido a las autoridades para
delatarlos y cobrar las recompensas, comprenderemos que su preocupación
era
apremiante y su estado de ánimo dubitativo.
A
Debray, Roth le pareció sincero y a Bustos un loco lindo, arriesgado y
entusiasta, que lo único que deseaba era dar un golpe periodístico que elevara
su cotización en la prensa2.
El
tiempo le daría la razón al comandante. El inglés era un agente de la CIA,
enviado a la región para cumplir una misión especial: esparcir una substancia
química a lo largo del camino y sobre todo, cerca los guerrilleros, para que se
adhiriese a su indumentaria y pudiese ser detectada por los perros
rastreadores. Así lo han demostrado los historiadores cubanos Adys Cupull y
Froilán González, explicando que fue el primer paso de lo que se luego se dio
en llamar la Huella Técnica, un método de inteligencia que comprometía también
a la división canina de pastores alemanes especialmente entrenados para seguir
el rastro3.
En
realidad Roth respondía a ese nombre pero su verdadera identidad jamás fue
descubierta, ni su procedencia, ni su verdadera función dentro de la Central.
Había viajado desde Santiago de Chile, previo paso por Buenos Aires, donde se
entrevistó con Moisés García, corresponsal del “Time Live” para América del Sur
y personal de la embajada norteamericana, así como con el agregado de Prensa de
la legación británica.
Llegó
a La Paz el 10 de abril y tras varias reuniones con autoridades y agentes de la
Central de Inteligencia en la capital boliviana, pasó a Santa Cruz de la Sierra
para seguir hasta Camiri, donde pasó la noche en el Hotel “Londres”. Desde allí
siguió hasta Lagunillas y una vez alcanzado ese destino, alquiló el caballo y
contrató a los tres niños para que le hicieran de guía. Lo acompañaron hasta la
pequeña localidad dos camarógrafos argentinos, Hermes Muñoz y Hugo López, de
CBS de Nueva York, quienes debieron permanecer en el lugar por no contar con la
autorización y los medios necesarios para circular por la región4.
El
Che tenía urgencia por deshacerse de ese individuo y desprender de una vez a
Bustos y Debray.
Al
parecer, se reunió con su compatriota a solas y le habló de un plan que acababa
de presentarle el francés, para utilizar al recién llegado en su condición de
periodista. Ellos lo acompañarían y para evadir a la ley, se harían pasar como
parte de un equipo de prensa. Le comentó luego que sospechaba del inglés y
cuando le confió que deseaba deshacerse de él cuanto antes, Bustos presentó sus
reparos.
-¿Y
dónde está la gracia de ponerse en manos de un agente enemigo? –sin embargo,
enseguida agregó- Pero, Ramón, yo hago lo que usted me ordene5.
Había
que esperar; Debray iba a hablar con el inglés y luego se decidiría al
respecto.
Como
se ha dicho, a “Dantón” el “periodista” le pareció sincero y después de su
conversación, volvió a plantear -urgido como estaba-, la conveniencia de salir
con él. “Carlos aceptó de mala gana”,
apuntaría el comandante en su diario.
Decidida
la partida, el grueso de la columna se despidió de la vanguardia, incluidos los
cuatro elementos de la “resaca” y pasado el mediodía, se puso en marcha hacia
Muyupampa
Acamparon
al caer el sol y racionaron en caliente. La noche, como las anteriores, se
presentó fría y seca, algo que Bustos, Debray y Roth padecían de manera
especial, por no contar con la indumentaria adecuada.
El
Che se apiadó de su compatriota y al verlo temblar, le extendió su pesado
gamulán checoslovaco, el mismo que luce en la fotografía junto al jeep, en
compañía de “Tuma”, cuando viajaban hacia el teatro de operaciones.
Había
llegado la hora de separarse, de desprenderse de la columna, de la que el
“Pelado” había sido parte durante casi dos meses, incluso como combatiente.
-Toma
el mando y vete por las lomas –le dijo el Che-. Trata de evitar las poblaciones
y camina de noche. Móntate una guerrillita en retirada. Si logras salir de la
zona militar, aléjate para el lado que sea. Si caen presos, lo fundamental es
ocultar la presencia de cubanos aquí; por ahora, también la mía.
El
Che se detuvo unos instantes, acariciándose la barbilla con los dedos y después
de meditar unos segundos, sentenció:
-Pero,
bueno, si tú ves que lo saben, dispáralo de una vez por todas y trata de hacer
mucho ruido. Así volveré a ser yo mismo y a usar de nuevo mi biona.
Bustos
agrega que el comandante quiso darle también una pistola pero después lo pensó
mejor y no lo hizo porque si los detenían, eso empeoraría las cosas para ellos.
Se
estrecharon en un abrazo y se despidieron, deseándose suerte. El “Pelado” se
dirigió a “Papi” y después de hacer lo propio con él, estrechó contra su pecho,
uno a uno a “Tuma”, “Pombo”, el “Chino” y “Urbano”, quienes habían estado
observando la escena en silencio6.
Echaron
a andar por los caminos, escoltados por un destacamento seleccionado
especialmente por el Che, para guiarlos hasta la vanguardia y brindarles
protección.
Un
par de horas después, dieron con la gente de “Miguel”, en el camino de
Muyupampa, que hacía escasos minutos acababa de tomar prisionero a un grupo de
pobladores que patrullaban los accesos.
A
los guerrilleros les resultó en extremo fácil desarmarlos y sacarles
información. El ejército ocupaba el pueblo y sus habitantes querían evitar un
enfrentamiento, de ahí la celeridad del jefe guerrillero al establecer una
emboscada en el sendero para neutralizar la salida de las tropas, enviar al
“Ñato” a informar al Che y poner a los prisioneros a disposición de “Inti”.
El
“Ñato” fue y volvió con la orden del comandante, de cancelar la operación, pero
tanto Debray como sus compañeros decidieron continuar pues de acuerdo a su
parecer, el paso del tiempo solo empeoraría la situación y de ese modo, la
maniobra de salida se tornaría impracticable. Y en eso llevaban razón pues el
cerco del Ejército se estrechaba cada vez más y los bombardeos de la aviación
tendían a intensificarse.
Aquella
noche de luna llena, en la que era posible ver varios metros a la distancia, el
argentino, el francés y el inglés se desprendieron del grupo guerrillero en
dirección al sendero y enfilaron directamente al pueblo, distante dos o tres
kilómetro adelante.
A
mitad de camino decidieron internarse en el bosque, para evitar ser vistos.
Bustos pretendía poner en práctica las instrucciones del Che, en cuanto a
moverse como una pequeña columna guerrillera, pero Roth se negó, arguyendo que
por tener salvoconducto, no era necesario esconderse de nadie.
Se
produjo entonces, una breve discusión que fue zanjada con la intervención de
Debray. Insistía el británico que por tener sus papeles en regla, “blanqueaban”
todos su situación, cosa que el francés, en su desesperación por salir del
lugar, apoyó con bastante insistencia.
Retomaron
la marcha y continuaron, sin mayores incidencias, hasta que la luna se ocultó y
todo se volvió penumbra; una penumbra profunda y agobiante en la que nada se
distinguía.
Una
vez más el frío fue un tormento para los viajeros, tanto, que Roth comenzó a
temblar y al hacerlo, le castañeaban los dientes. Bustos le dio un trozo de
madera para que lo mordiera y Debray le pasó un pullover que le sobraba,
aliviando en parte, su situación.
Debido
a la obscuridad imperante, los viajeros hicieron un alto y se dispusieron a
pasar la noche, en espera de las primeras luces. Se sentaron sobre la hierba,
entre ramas, hojas y rocas, agotados por la larga caminata y ahí se
encontraban, ateridos por la helada, rodeados por la espesura, cuando al cabo
de un tiempo, creyeron distinguir unas voces. Primero sonaban tenues y
distantes pero a medida que pasaban los minutos, se fueron tornando claras y
airosas.
Un
grupo de hombres avanzaba por el camino, iluminando sus pasos con linternas.
Eran los integrantes de la patrulla de vecinos que el grupo de “Miguel” había
tomado prisionero; los habían liberado antes de tiempo y ahora regresaban a sus
hogares, hablando animadamente, apurados, seguramente, por dar parte a las
autoridades.
Ni
Debray, ni Bustos entendían porqué el jefe de la vanguardia había quebrado las
normas, dejando ir a esa gente casi detrás de ellos, pero apenas pudieron
seguir cavilando porque, de manera repentina, Roth se incorporó y sin darles
tiempo a nada, se largó barranca abajo, en dirección al camino.
…
en un súbito arranque, el inglés se desprende del apretado grupo y se deja caer
por la pendiente, antes de que nosotros pudiéramos ponerle la mano encima,
chocando contra el ramaje y los troncos de los árboles, haciendo un batifondo de
órdago, como si un alud arrastrara el cerro, para ir a caer en el camino, justo
al paso de los liberados parlanchines, que enmudecen de pánico y se encomiendan
a Dios resignados, mientras él se pone de pie, sacudiéndose la ropa, y se larga
a decir a grandes voces que nosotros oíamos perfectamente desde arriba,
aferrados a los árboles: “¡Buenas noches, señores! ¿Me podrían decir, por
favor, a cuantos kilómetros está el pueblo y si podré encontrar allí un taxi?7
El
grupo se detuvo en seco, paralizado por el terror, temeroso de encontrarse de
nuevo ante los guerrilleros.
-¡Buenas
noches tenga usted, señor! –dijo el primero -¡Ahisito nomás, pues, que ni a una
legua está!
-¡No
señor, taxi no, ¡qué ha de haber! Mañana ha de haber, señor! – agregó otro8.
Y
casi a los apurones retomaron la marcha y se alejaron lo más rápido posible en
dirección al pueblo.
Debray
y Bustos descendieron la pendiente e increparon al inglés por su modo de
proceder, pero obviando la perorata, el hombre insistió en seguir adelante, cosa
que el argentino cuestionó porque, de acuerdo a lo que el Che le había
aconsejado, debían moverse con un poco más de cautela. Intentó exponer su
parecer pero Debray lo interrumpió, manifestando su acuerdo con Roth y sin más
que agregar, echaron a andar ambos, sin dar mayores explicaciones. Al “Pelado”
no le quedó más remedio que seguirlos, aún en desacuerdo con aquel proceder.
Alcanzaron
el pueblo, cuando las primeras luces comenzaban a asomar.
El
marco geográfico mostraba a las claras que estaban llegando a destino: espacios
abiertos, terrenos deforestados, corrales, edificaciones cada vez más
frecuentes, hasta que el camino se transformó en la calle de acceso a
Muyupampa, una avenida ancha y corta, flanqueada por casas de adobe y una sola
planta, de estilo colonial, “…con
pequeñas ventanas cerradas con persianas o contraventanas de madera, con un
escalón de piedra en la puerta y una estrecha vereda de lajas a lo largo”9.
Los
viajeros entraron por el sur, moviéndose cautelosamente en la penumbra, hasta una
edificación que cerraba la cuadra, doscientos metros más adelante. En sentido
opuesto, avanzaba decididamente un pelotón militar que al notar su presencia,
detuvo su marcha y se abrió en dos columnas, tomando una por la derecha y otra
por la izquierda. Son efectivos al del capitán Pacheco, recientemente llegados al lugar.
Bustos
y sus compañeros intuyeron problemas pero aún así, siguieron como sin nada,
tratando de no hacer ningún movimiento que pudiese poner nerviosos a los
militares.
Los
soldados continuaron su avance, bien pegados a las paredes y cuando los
hubieron rebasado, se cerraron en círculo en torno a los forasteros y les
ordenaron detenerse.
-¡¡Alto!!
– rugió el oficial a cargo –¡Están arrestados!
Se
pararon los tres en seco, en medio de la calle, imaginando las posibles
reacciones que aquella tropa podía tener. Roth intentó dialogar con el
uniformado a cargo pero éste lo hizo callar y les ordenó vaciar sus bolsos
sobre la calle.
-¡Ahora
los documentos! ¡Colóquenlos junto al resto de las pertenencias!
Los
detenidos se apresuraron a acatar la directiva y cuando acabaron de dejar sus
papeles en el piso, les mandaron retirarse un par de metros y quitarse la ropa.
Obedecieron,
como era de esperar en un caso como ese, pero el pudor los hizo mantener las
medias y los calzoncillos.
-¡¡Toda
la ropa!! – volvió a aullar su captor - ¡Las medias también!
De
esa manera, quedaron los tres como Dios los trajo al mundo, parados, en medio
de la calle, frente a un pelotón de soldados muy poco amistosos y a la vista de
cualquier transeúnte que atinase a pasar por el lugar.
Los
soldados revisaron todo minuciosamente, las cámaras, la documentación, el
contenido de los bolsos y cuando hubieron terminado, les permitieron vestirse
otra vez, para llevarlos hasta la alcaldía, donde el Ejército había montado su
puesto de mando.
Después,
rodeados de soldados, terminamos de caminar la corta calle para ser conducidos
a la alcaldía, en donde la partida militar se había acantonado. Era un edificio
antiguo, con galería al frente, a pocos pasos de la esquina, ante una pequeña
plazoleta10.
Pese
a la hora, el alcalde (sub-prefecto Justico Curcuyá González) se hizo presente, acompañado por otros funcionarios y
tras inspeccionar la documentación de los forasteros, procedió a interrogarlos, destacando por sobre todo sus
buenos modales. Según el relato de Bustos, montó un tribunal de emergencia
integrado también por el oficial a cargo y comenzó a indagar.
Roth
fue el primero en hablar, explicando cómo había obtenido el salvoconducto y los
papeles que le permitieron llegar hasta allí; el francés solicitó un teléfono
para comunicarse con su embajada y cuando se le dijo que no había ninguno, se
limitó a esperar, en tanto Bustos permaneció callado todo el tiempo que pudo
pues no quería que su acento lo delatase. Ser un extraño, completamente
desconocido, capturado en circunstancias confusas y para más, compatriota del
jefe invasor, no era algo oportuno en esos momentos.
Afuera,
en la calle, se había congregado una pequeña multitud, urgida por averiguar lo
que estaba ocurriendo.
Cuando el alcalde finalizó su labor, mandó llamar a dos o tres mujeres entre el gentío y les pidió que preparasen un desayuno para aquellos hombres, porque hasta después de las nueve no encontrarían un medio para salir de la población. Además, había que esperar instrucciones de la IV División, que acababa de ser informada de lo acontecido.
Debray, Bustos y Roth llegaron a Muyupampa en horas de la madrugada |
Cuando el alcalde finalizó su labor, mandó llamar a dos o tres mujeres entre el gentío y les pidió que preparasen un desayuno para aquellos hombres, porque hasta después de las nueve no encontrarían un medio para salir de la población. Además, había que esperar instrucciones de la IV División, que acababa de ser informada de lo acontecido.
Las
mujeres fueron y volvieron con carne salteada con cebolla, huevos fritos, pan
recién horneado y café, un banquete que a aquellos tres náufragos en medio de
la nada, les pareció el manjar de los dioses.
Estaban
terminando ya cuando, entre los curiosos que se habían congregado frente a la
alcaldía, aparecieron los integrantes de la patrulla civil que la noche
anterior, habían sido detenida y desarmada por los hombres de “Miguel”. La indignación se apoderó de ellos al ver
como los trataban, de ahí sus gritos e intentos de ingresar a la dependencia
por la fuerza.
-¡Estos
cojudos son de la guerrilla! –gritó uno ni bien los reconoció.
-¡Son
de la guerrilla! – repitió otro mientras los soldados intentaban contenerlos.
Fue
necesario mucho esfuerzo para evitar que la gente irrumpiese en el edificio.
Ante
semejantes acusaciones, el oficial a cargo ordenó a sus hombres detener a los
extranjeros y llevarlos hasta el patio interior, para retenerlos allí, en
calidad de incomunicados.
Bustos
describe al lugar como un cuadrilátero empedrado, rodeado por una galería
sostenida por columnas de metal, donde los pusieron bajo custodia.
Les
mandaron pararse frente a una columna y permanecer allí, quietos, bajo la
atenta mirada de un soldado cada uno.
Bustos y Debray deben haber pensado muchas cosas en ese momento; sabían
que corrían peligro y que estaban a merced de sus captores. Solo un hecho
fortuito podía salvarlos de la muerte y el mismo se produjo pocos minutos
después, cuando menos se lo esperaban.
Notas
1 Ernesto “Che”
Ghuevara, El Diario del Che en Bolivia, op. Cit., 19 de abril de 1967.
2 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 353.
3 Adys Cupull y
Froilán González, La Cía contra el Che,
Editora Política, La Habana,1993, pp. 13-14.
4 Ídem.
5 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 354.