lunes, 26 de agosto de 2019

LA GUERRILLA SE AGRUPA EN LA SELVA

Una calurosa tarde de febrero, Ciro Roberto Bustos se encontraba en su casa de Córdoba cuando Oscar del Barco se apareció en el auto de su madre para hablar con él.
Caminando por el jardín, el recién llegado le manifestó que una desconocida lo estaba buscando, una mujer llamada “Elma” que más parecía un miembro del Politburó soviético o una integrante de la KGB, que un correo. Bustos indagó al respecto y tras un par de preguntas, acordó con su amigo encontrarse ese mismo día en una cervecería del centro.
Del Barco le pasó la contraseña que la tal “Elma” le había entregado y se retiró, reiterando verse en el lugar señalado, a la hora convenida.
Cuando volvieron a reunirse, el calor había arreciado. Entraron al local y después de sentarse y pedir dos cervezas, procedieron a ultimar los detalles de la cita. El lugar de encuentro se fijó para las diez de la mañana siguiente, en una zona un tanto retirada. Establecieron puntos alternativos por si alguna de las partes no podía llegar a tiempo, uno a las 11.00, a cinco cuadras del anterior y otro en un parque, a las 14, en el otro extremo de la ciudad, acordando que si nadie aparecía pasados quince minutos de la hora indicada, el encuentro se cancelaba.
Bustos preparó el correspondiente operativo de contrachequeo y organizó un grupo de vigilancia integrado por Del Barco, Armando Coria (“Rubén”) y él mismo, destinado a seguir los pasos de quien intentaba contactarlo y observar a la distancia. De ese modo, si era seguida o se trataba de una trampa, ellos lo sabrían a tiempo.

 
La supuesta agente encubierta no apareció ni a las diez, ni a las once; el encuentro se produjo a las dos de la tarde, en el mencionado parque, cuando la zona era poco transitada por vehículos y personas.
El “Pelado” vio llegar a una mujer que por su aspecto e indumentaria, más que una integrante de la KGB, parecía la guardiana de campo de concentración.

Vestía con ropas de décadas atrás, sólo le faltaba un cuello de uniforme acartonado y el silbato prendido de una cadenita. Hablaba desde posiciones irrefutables, como delegada ejecutiva de Vulcano1.

Tras identificarse visualmente, se aproximaron y después de recibir la contraseña, la invitó a una heladería cercana.
Se sentaron bajo los árboles, en una mesa al aire libre y comenzaron a hablar. Sin ningún tipo de preámbulo, la muchacha lanzó una frase que dejó perplejo a su interlocutor:

-El Che quiere verte.

Era el llamado a la lucha; la convocatoria a la tan añorada guerra revolucionaria destinada a volar el continente. En el acto, Bustos supo que debía preparar sus cosas y emprender un nuevo viaje pues la hora de la verdad había llegado. La joven continuó hablando, transmitiéndole al “Pelado” directivas que el propio comandante le había dado y mientras lo hacía, aquel intentó descifrar su acento.

Hablaba con un acento aprendido fuera del país, que sustituyó rápidamente por el acento cubano, también aprendido. No era ni cubana ni argentina2.

“Tania”, pues de ella se trataba, le dijo que debía prepararse para viajar, que su destino era La Paz, que debía hacerlo por vía aérea y que si no podía estar allí en una semana, tendría posponer el periplo para marzo. Ella sería su contacto en la capital boliviana; una vez allí, se encaminaría a una casa de fotografías con una contraseña que le pasó ahí mismo y cuando terminó, le aclaró que no iba a ser necesario hacerle chequeo porque con ese encuentro bastaba. Detalló el tipo de ropa y calzado que debía llevar y se retiró, no sin antes manifestar que regresaba a Buenos Aires para efectuar otros contactos.
La novedad motivó una reunión de emergencia entre los miembros de la red urbana, a saberse, Oscar del Barco, Armando Coria, “Pancho” Aricó, el “Petiso” Zárate, que debió viajar especialmente desde la Capital Federal y Bustos3.
Durante el cónclave, se abordó el asunto a profundidad, especialmente los motivos del viaje y luego de un extenso análisis, se decidió la elaboración de un informe destinado al Che.

Había unanimidad en el tipo de informe que debía transmitirle: si bien la base política se estaba radicalizando rápidamente en pro de una salida revolucionaria, no pasaba de ser una expresión de deseos impracticable aún, dada la diversidad ideológica que tendía a dispersar intensiones antes que a sellar la unidad combativa. Nosotros sabíamos que ese era justamente el corazón de su propuesta: unidad a partir de la acción. Pero el principio era de ida y vuelta, deslizando el sectarismo entre medio. Lo único que podía cortar el nudo gordiano sería el impulso gestado en el seno de la clase, a caballo de su lucha; de ninguna manera al margen de ella. Es decir, insistir con el núcleo guerrillero en los confines de la geografía irreal. Las posiciones eran absolutamente claras: no más sacrificios humanos en el vacío de jóvenes cuadros que estaban sembrando conciencia entre las masas, y mucho menos su propia figura de dirigente potencialmente total, opinión al margen de su indiscutible jefatura y decisión. Habría que contar con un hecho político previo que justificara la puesta en marcha de la lucha, de manera objetiva, práctica y coyuntural4.

Lo que Bustos llevaba a Bolivia eran solo palabras, incluyendo un delirante proyecto de Oscar del Barco, que consistía en hacerle grabar a Julio Cortázar una auto lectura de sus propios textos en París, para luego editarlos en Lp. El mismo estaría piloteado por Héctor Schmucler, que se encontraba también en la capital francesa y quedaría a criterio del escritor. En una palabra, el Che necesitaba combatientes para abrir nuevos frentes y la gente de Córdoba le sugería grabar discos.
Era la prueba de que a la izquierda argentina, al menos en ese momento, solo le interesaba teorizar, como a la de buena parte del continente.
Una prueba podría ser le caso Jozami, el patético activista de izquierda devenido en docente, periodista, escritor y apologista obsecuente del gobierno más corrupto de la Argentina5.
Según refirió a “Clarín” el domingo 24 de octubre de 2004, en enero de 1967 se reunió con “Tania” para tratar su incorporación a la guerrilla.

Me dijo, ‘el Che te manda buscar’. En enero me encontré con ella en La Paz. Me presentó a “Inti” Peredo, quien me dijo que el Che tardaría unos días en volver al campamento porque estaba en una exploración bastante lejos. Tania me dijo que en marzo fuera a Tarija y que esperara un mensaje en la oficina de correos. Pero nunca llegó6.

Dicen por ahí que Jozami entrenó con el Che Guevara en Bolivia y que alguna vez viajó a Cuba vía Praga. Nicolás Márquez sostiene que si bien sus biógrafos lo mencionan como una de las personas que “Tania” contactó para incorporarlo a la guerrilla, no hay pruebas de que haya viajado al altiplano ni participado efectivamente en ella7. Y en eso tiene razón.
El único registro que conocemos de la presencia de Jozami en Bolivia son sus propias declaraciones y lo que otros han repetido a posteriori. Anderson solo dice que el Che envió a “Tania” para contactarlo y ver la posibilidad de poner en marcha el movimiento guerrillero en la Argentina8; Kalfon apenas lo menciona entre algunos contactos9, lo mismo otros historiadores, sin poder ampliar nada respecto a su participación en esta historia.
Encuentro en Córdoba
(Imagen: Expedientes Secretos X)
Según ciertas fuentes, viajó a Camiri, se alojó en hotel “Londres” y después de esperar un tiempo regresó, sin haber establecido contacto ni con los guerrilleros, ni con las redes urbanas; tampoco lo haría en el mes de marzo cuando supuestamente se trasladó a Tarija, debido al aislamiento en el que en ese momento se encontraba la guerrilla10. Cosa rara, Regis Debray, “Tania”, Ciro R. Bustos, Moisés Guevara, Rodolfo Saldaña y tantos más, llegaron al campamento sin problemas, pero él no. Además, su relato del viaje a La Paz está lleno de incongruencias.
En la nota de Alberto González Toro, dice haberse vuelto a encontrar con la guerrillera en la capital boliviana y que ésta le presentó al “Inti” Peredo, quien a su vez le informó sobre el Che y la imposibilidad de verlo en esos momentos porque se hallaba en una expedición de reconocimiento. Eso es algo imposible porque “Inti” había dejado La Paz en noviembre de 1966 y cuando Jozami viajó al Altiplano, si es que lo hizo, se encontraba junto al Che en la recorrida hacia el río Rosita. Y además, si se puso en contacto con la combatiente en el mes de febrero ¿por qué no viajó al campamento con ella, como lo hicieron los demás?
Lo cierto es que salvo a Bustos, “Tania” no logró “enganchar” a nadie, ni a Juan Gelman, ni a Emilio Jáuregui, ni a Luis Faustino Stamponi Corinaldesi y mucho menos a Jozami.
Cumplida su misión, emprendió el regreso a Bolivia en tanto Bustos, el único que acudió al llamado del Che, se dedicaba a poner en orden sus cosas, comenzando por su pasaporte.
Eso lo obligó a efectuar un alto en Buenos Aires, previo acuerdo con determinada persona, para encontrarse en un bar próximo al Congreso de la Nación.
Lo primero que hizo al descender en la terminal de ómnibus fue tomar el subterráneo y bajarse en la estación Congreso. Como tenía tiempo, subió lentamente las escalinatas y ya en la calle, entró en una galería comercial cuya salida posterior daba a la otra arteria.
Se encontraba mirando una vidriera cuando repentinamente, un sujeto que pasaba a toda prisa se detuvo en seco frente a un local de lencería femenina y allí quedó mirando, con la vista clavada en el anaquel. A Bustos le llamó la atención y por un momento temió que lo estuviesen siguiendo. Y no era para menos; si un individuo venía a toda prisa, se detenía de golpe a su lado y se ponía a mirar bombachas, ligas y copiños, evidentemente en algo raro andaba. Decidido a abandonar el lugar lo más rápidamente posible, pasó junto al extraño y se alejó en sentido contrario, no sin antes comprobar para su asombro que el sujeto en cuestión era el mismísimo “Miguel”, aquel que había desertado de la expedición de Masetti en Argel y terminó condenado a muerte. El “Pelado” no lo podía creer; ahí estaba, “vivito y coleando”, en plano Buenos Aires, caminando como si nada y al parecer, intentando entrar en conversación con él. Porque era evidente que lo había reconocido -de ahí su súbita detención para ponerse a mirar lencería-, y no se había atrevido a decir nada.
La persona con la que Bustos debía encontrarse era “Manuel”, un agente encubierto experto en documentación, quien ya disponía de un pasaporte a nombre de un ingeniero civil llamado Carlos Alberto Frutos, con el que tenía todo dispuesto para ponerse a trabajar.
Luego de consumir cada uno un café, partieron hacia una casa familiar donde “Manuel” lo acomodó para trabajar en el documento. El “Pelado” se ocuparía de sustituir la fotografía y hacer coincidir el sello seco con los agujeros (el certificado de credibilidad, como dice en su libro) en tanto su anfitrión haría el resto.
Nuevo contacto en La Paz
(Imagen: The Bourne Identity)
Dos días después, el mendocino se encontraba en Ezeiza, donde abordó un avión con destino a La Paz11. Menos de cuatro horas después llegaba a destino y lo primero que hizo al salir del aeropuerto, fue abordar un taxi y dirigirse al centro de la ciudad donde debía contactar a “Tania”. Al no encontrarla en el punto convenido, se detuvo en un mercado a almorzar y cuando hubo terminado, caminó hasta la segunda posta, donde tampoco ocurrió nada. Recién en la tercera dio con ella. Bajaron la barranca juntos y mientras lo hacían, combinaron encontrarse en la oficina de ómnibus a Sucre, un par de días después12.
En la fecha y hora pactada, “Tania” apareció vestida de exploradora (chaqueta y pantalones militares), mucho más acorde a las circunstancias. Llegó algo retrasada y antes de darle el dinero para el pasaje, se disculpó. Le dijo que de acuerdo a las instrucciones, debían viajar por separado y después de subirse a un taxi, desapareció.
El “Pelado” comprendió enseguida que algo andaba mal. Iba a estar tres días deambulando en Sucre y eso no era prudente, como tampoco que tuviese tanto tiempo libre en la capital. Se dedicó a hacer turismo, visitó lugares de interés y por la tarde se fue a beber algo al Café La Paz, situado a escasa distancia del hotel donde se alojaba, sobre la Av. Camacho.
El día de la partida llegó a las oficinas de la empresa de ómnibus, situadas sobre la importante Av. Montes, dispuesto a abordar una “góndola” con destino a la otra capital del país13.
El lugar estaba colmado de gente esperando la partida, algunos cargando bultos, otros gallinas. Bustos subió los tres escalones de la entrada y abrió la puerta, decidido a sacar el pasaje. La oficina era un lugar pequeño, atendido por dos personas, sin ninguna silla para esperar dentro.
Mientras le expedían su boleto, la gente afuera comenzó a cargar el equipaje, ayudada por un peón. Con su billete en la mano, el “Pelado” ganó el exterior y se puso a esperar; “Tania” debía llegar de un momento a otro.
Ahí parado, en medio de la vereda, rodeado de gente bastante más menuda que él, reparó en un sujeto de aspecto distinguido, vestido con una chaqueta verde de buena calidad, rubio, de poblado bigote y excelente presencia; clavando la vista en él comenzó a elucubrar intentando determinar su nacionalidad. Norteamericano no era, tampoco italiano o español, mucho menos alemán o ruso. Era francés, sin duda, por sus modales y la forma correcta de moverse en medio de la gente, en especial los niños que correteaban entre sus piernas.
Bustos no tuvo dudas, tenía que ser él, Jules Regis Debray, el intelectual galo, nacido en París, el 2 de septiembre de 1940, discípulo de Althuser14, autor de un trabajo emblemático sobre Fidel Castro y la revolución cubana15.
El “Pelado” se lo quedó mirando y mientras lo hacía, se puso pensar en la trayectoria de aquel hombre, su viaje a La Habana tras el triunfo de la Revolución, su pensamiento, planteos y escritos tan trascendentes.
La que seguía sin aparecer era “Tania”, cosa extraña porque debían partir los tres en el mismo ómnibus. Cuando faltaban quince minutos, el “Pelado” miró su reloj y se preguntó que podía estar sucediendo. Y mientras lo hacía, notó que el francés también consultaba la hora.
En ese momento, los empleados de la empresa (los dos choferes y el peón) terminaron de cargar el equipaje y con la bocina hicieron un primer llamado a  los rezagados. Inquieto, Bustos tomó su bolso y se acercó al vehículo, en cuya puerta se apiñaban los pasajeros para subir. Finalizado el control de boletos, trepó los dos escalones del estribo y se acomodó en el pasillo, de pie, junto a otras personas, entre ellas el francés; “Tania” seguía sin aparecer.
El ómnibus cerró la puerta y arrancó, tomando por la Av. Montes.
Un pasajero sentado junto al pasillo le dijo al “Pelado” que al llegar a El Alto se iban a poder sentar porque allí bajaba mucha gente.
El transporte comenzó su recorrida hacia el norte, subiendo la pendiente en dirección al aeropuerto, atravesando zonas populosas mientras bordeaban el Macrodistrito Maximiliano Paredes.
Repentinamente, el inconfundible sonido de una bocina llegó a oídos de todos, incluyendo los choferes. Un automóvil que viajaba detrás hacía sonar insistentemente su claxon y lo siguió haciendo mientras los pasaba por el costado.
El “Pelado” alcanzó a ver un taxi y una mujer asomada por la ventanilla posterior, agitando insistentemente un pañuelo. El auto se detuvo delante y obligó a los conductores a frenar. La mujer descendió del coche visiblemente nerviosa y con el pañuelo aún en la mano, abordó la “góndola”; le enseñó su pasaje al acompañante del chofer y luego avanzó por el pasillo en dirección a un asiento vacío. Era “Tania” quien demostrando muy poca profesionalidad, acababa de hacer su arribo.


Pese a lo que digan biógrafos y apologistas, ese día “Tania” hizo todo mal; lo contrario de lo que un agente encubierto especialmente entrenado debía realizar. Se puso en evidencia, llamó la atención de todo el mundo, no solo en el interior del ómnibus sino a lo largo de la ruta, y al mismo tiempo, hizo lo propio con sus dos compañeros de viaje, únicos de raza blanca de un pasaje completamente indígena, además de acudir tarde a una cita tan importante como la partida hacia Sucre.
Efectivamente, al llegar a El Alto, la mitad del pasaje tomó su equipaje y descendió. Bustos, Debray y “Tania”, así como otras tres o cuatro personas, pudieron sentarse y continuar hacia el sudeste, buscando la Ruta 1 que los llevaría hacia Oruro.
Tras dejar atrás la estación aérea, la “góndola” tomó la Av. 6 de Marzo, y a través de ella pasó junto al Regimiento Ingavi, situado a la izquierda para continuar hacia el sur, buscando la salida de la ciudad.
Los argentinos y el francés viajaban cansados y ateridos de frío; aún así, Bustos recordó su paso por esas tierras durante su primer experiencia guerrillera y a su memoria vinieron varias imágenes, la primera “Furry”, su buen amigo cubano; luego “Masetti”, aquel Quijote violento con sus sueños de campañas y revoluciones demenciales; “Hermes” Peña, “Papi”, los hermanos Jouve, Enrique Bollini Roca, la finca de Emborozu y tantas cosas más.
Llegaron a Sucre cuando anochecía, al cabo de nueve horas de trayecto. A Bustos la ciudad le causó la misma impresión que en su primer paso.

Ver la antigua ciudad era una inmersión en la época colonia, con sus callejuelas empedradas, retorcidas y estrechas. La población colla circulando pegada a las paredes, las mujeres con sus faldas superpuestas, sus sombreros, sus atados a la espalda, sus niños, sus sandalias, sus pañoletas atravesadas sosteniendo un crío que apenas se ve bajo el gorro de vicuña16.

El ómnibus llegó hasta un punto donde no podía seguir avanzando; se detuvo junto a una pequeña plazoleta triangular, entre mulos y carros y una vez que el conductor apagó el motor, abrió la puerta y el pasaje comenzó a descender.
Bustos, Debray y “Tania” tomaron su equipaje y bajaron. La muchacha les dijo que esperasen ahí y se perdió entre el gentío, dando vuelta a una esquina. Cuando regresó, explicó que había dado con un hotel y que tenían habitaciones disponibles. Se dirigieron hacia allí y al llegar frente al mostrador, el dueño les ofreció una habitación de ocho camas o una de tres y otra de cuatro, las dos últimas compartidas con otros huéspedes. Optaron por la primera y guiados por un empleado, se dirigieron hacia ella. Al ver su interior, a Bustos el ánimo se le fue al piso pues carecía de ventanas, las paredes estaban sucias y las camas estaban sin hacer.
Dejaron allí sus bolsos y salieron a cenar mientras el personal del hotel preparaba las camas.
Caminaron por las callejuelas de la histórica ciudad hasta dar con una suerte de fonda donde entraron y pidieron el plato del día. Estuvieron de regreso a eso de las once de la noche y agotados como estaban, se fueron a dormir.
Debray se acostó en la cama del lado exterior, les dio la espalda a sus compañeros y se quedó profundamente dormido; Ciro hizo lo propio en la del centro, separado apenas quince centímetros de las de sus vecinos y allí estaba cuando, para su asombro, “Tania” salió del baño y se echó sobre su catre para quitarse las botas y desnudarse.
El “Pelado” quedó perplejo ante aquella muestra de inhibición; la muchacha se despojó de su indumentaria como si nada y sin dejar de sonreír, alertó a su ocasional espectador sobre posibles chinches y vinchucas. Luego flexionó en el aire sus piernas y se metió dentro de las sábanas, deseándole a Ciro buenas noches. Sin decir más, estiró el brazo, oprimió la perilla y apagó la luz.
A la mañana siguiente, todo el mundo hablaba de la gringa que había pasado la noche junto a dos hombres. Mientras tanto, Ciro y Debray terminaban su desayuno y ella salió a la calle para ultimar los detalles del viaje a Camiri. Regresó diciendo que no había nada directo hacia allá por lo que iba a ser necesario alquilar un vehículo; sus compañeros estuvieron de acuerdo y mientras salían a la calle, ella se adelantó para conseguir uno.
Dio con un sujeto desalineado y un tanto bebido que poseía un jeep Toyota descapotable, con quien regateó hasta acordar un precio. Cuando el francés y el mendocino llegaron hasta donde se hallaba estacionado el rodado, el propietario les dijo que si querían llegar en el día, debían salir cuanto antes porque los caminos se hallaban en muy mal estado.
Arrojaron los tres sus bolsos dentro del jeep y a las 10.00 de aquella despejada   mañana partieron, tomando por las callejuelas sinuosas hasta la calle Germán Mendoza, que los condujo directamente hacia el sudeste, dejando el casco viejo y el gran cerro Churquella a su derecha.
Ya fuera de la urbe, giraron por la actual Ruta 6 y después de atravesar Tarabuco, enfilaron hacia el sur, en busca del río Pilcomayo, al que llegaron un par de horas después, atravesando valles y montañas.
El conductor resultó ser un inconsciente, que puso en riesgo la vida de los tres pasajeros.

El tipo condujo todo el tiempo con exceso de velocidad en los tramos posibles, como si estuviera disputando un rally, y cuando entrábamos en los barriales, el jeep se desplazaba de un lado a otro, totalmente perdido el control. Las ruedas quedaban en ocasiones al aire sobre el abismo, mientras la caja de cambio crujía, tratando de meter una marcha de doble tracción que nos sacara a flote17.

“Tania”, que viajaba en el asiento delantero junto al conductor, volvió a mostrar su imprudencia y falta de profesionalismo al alentar e incluso festejar con sonoras carcajadas, el modo de manejar de aquel arrebatado.

El francés y yo, atrás, molidos a golpes y cabezazos, no podíamos hacer otra cosa que aferrarnos a los pasamanos de acero y tratar de soliviantar el culo a tiempo. Llegó un momento en que terminó mi aguante y les grité al tipo y a Tania que parasen la marcha18.

Hecho una furia, el “Pelado” Bustos saltó fuera por la puerta de atrás y a viva voz amonestó a Tamara por su falta de prudencia y su descontrol; le dijo que a partir de ese momento se hacía cargo de la operación y luego llamó al chofer, a quien previamente le quitó una botella de cierta bebida alcohólica para arrojarla lejos y lo amenazó con vehemencia.

Hablé entonces con el chofer y le di a entender que, si alguien iba a caer al fondo del río, no iba a ser él y menos por su culpa. Le dije que yo podía conducir si él se encontraba mal, pero alegó compungido: “No, señor”, y que “hay que conocer el camino, señor”19.

El viaje continuó mucho más apacible, con Ciro sentado delante, junto al dueño del vehículo y “Tania” detrás, con Debray, casi sin pronunciar palabra.
Llegaron a Camiri cuando caía la noche, luego de atravesar el puente viejo sobre el río Parapetí, que habían seguido en línea paralela desde hacía varios kilómetros. En la intersección de la calle 6 con la actual Ruta 9 doblaron por Av. Humberto Suárez Roca y en la rotonda de la Av. Peña Blanca empalmaron la calle Bush, por la que llegaron al centro de la ciudad.

Se trataba de una villa encerrada entre montañas bajas y cubiertas de monte, habitada por una población heterogénea, formada por corrientes migratorias quechuas del altiplano, chapacas sureñas de la vecina Tarija o cambas cruceños de Oriente, mezcladas con los descendientes de los originales guaraníes del llano chaqueño que habitaron siempre la región. Estaba dividida también en lo administrativo, ya que Camiri era el asiento de una región militar, la 4ª División, y del principal feudo de la empresa petrolera YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos). Ambas instituciones derivaban dela Guerra del Chaco, iniciada en 1932, precisamente por causa del aroma petrolero y a instancias de las dos grandes empresas monopólicas internacionales: la norteamericana Standard Oíl y la anglo-holandesa Shell. La región, que resultó un bastión de la resistencia boliviana, fue cuna del nuevo ejército. Ello se notaba en la ciudad, muy concurrida por soldados, policías, militares, técnicos y obreros petroleros, que usufructuaban de una mínima –pero abundante- infraestructura comercial…20.

En el trayecto, los viajeros pasaron por uno de los tantos comercios que habían surgido a raíz de la prosperidad petrolera, el hostal y restaurant “Marietta”, una típica trattoría romana, atendida por su dueño, Federico Forfiri, un fascista italiano que había escapado de su país tras la caída de Mussolini, al parecer era buscado por las autoridades.
Era por lejos, el mejor negocio en su rubro, dado el esmero con el que era atendido y sobre todo, sus habilidades como cocinero. Marietta justamente era la hija del propietario que junto a su esposa y algunos dependientes, lo ayudaban en la tarea.
Rumbo a Camiri
El jeep en el que viajaban los guerrilleros se detuvo cerca de la plaza; bajarse de él fue un alivio para los tres, en especial Bustos y Debray, que habían llevado la peor parte en la primera parte del trayecto. Retiraron los bolsos, “Tania” le pagó al conductor y luego les dijo a sus compañeros que la siguiesen.
Echaron a andar por las obscuras calles laterales hasta un garaje donde la muchacha había guardado el jeep Toyota carrozado de la guerrilla (el vehículo se hallaba ahí desde enero). Dejaron sus cosas en él, ella hizo un rápido control ocular y luego regresaron sobre sus pasos, en dirección al “Marietta”.
Aprovecharon la ocasión para recorrer un poco la población; caminaron por sus calles aledañas, cruzaron la plaza, muy concurrida a esa hora y se detuvieron un instante entre el gentío, para escuchar la banda militar que en esos momentos ejecutaba unos sones.
El “Marietta” era realmente un lugar impecable, con sus mesas excelentemente bien puestas, manteles de calidad, servilletas, copas y cubiertos, todo muy limpio y bien cuidado.
Buscaron un sitio en el patio, al aire libre, bajo las estrellas, hicieron sus pedidos y comenzaron a platicar, al tiempo que se servían vino de la jarra que a los pocos minutos les alcanzó uno de los empleados.
La charla fue entre “Tania” y el “Pelado” porque el francés se hallaba sumido en un profundo silencio. Abordando temas varios, ajenos a las causas que los habían llevado hasta ahí, incluso banales, conversaron sobre música, arte, la Argentina y el clima y así siguieron un buen rato hasta que Debray, quebrando el mutismo que había mantenido hasta el momento, golpeó la mesa con la mano abierta y pidió silencio.

-¡Por favor, señores! ¡No lo soporto más…, hablemos de cosas serias!21

Los argentinos quedaron petrificados, sin comprender la histeria que embargaba al francés.
Continuaron la cena hablando menos, consumieron el postre (un helado cada uno) y cuando estaban por el café, apareció un hombre que irrumpió en el patio de manera repentina y se dirigió a ellos luego de una rápida inspección ocular.
Era “Coco” Peredo que venía a buscarlos.
El boliviano tomó asiento en la mesa y luego de ser presentado, pidió un café. Recién entonces se enteró que la joven argentina quería ser de la partida y estaba decidida a viajar con ellos, algo que lo descolocó un tanto porque eso el Che no lo tenía previsto.
Cuando terminaron pagaron la cuenta y ganaron el exterior, en dirección a un jeep estacionado junto a la acera. Una vez todos a bordo se dirigieron hasta el garaje donde “Tania” había guardado el Toyota y después de traspasar el equipaje, partieron con destino a Ñancahuazu. Bustos miró su reloj y vio que las agujas señalaban las 23.00; hacía doce horas habían salido de Sucre.


Los primeros indicios que tuvo el régimen de Barrientos de que algo raro ocurría al norte de tuvieron lugar el 2 de marzo, cuando su ministro de Gobierno, Antonio Arguedas, hizo públicas declaraciones dando cuenta que bandas armadas organizaban atentados contra los altos funcionarios de la administración nacional y que elementos del Partido Obrero Revolucionario habían adquirido un campo en inmediaciones de Santa Cruz de la Sierra, para entrenar a sus cuadros en tácticas guerrilleras22.
Dos días después, el coronel Félix Moreno, prefecto de Santa Cruz de la Sierra confirmó la versión al hablar de presencia guerrillera en el área de Río Grande, expresiones que el gobierno se apresuró a desmentir el día 7, aclarando que toda era producto de falsos trascendidos23. Aún así, llamaron la atención las consultas que al día siguiente formularon los gobiernos de la Argentina y Brasil, a través e sus cancillerías, solicitando información para evaluar la posibilidad de llevar a cabo acciones conjuntas. Motivaron tales pedidos, inquietantes versiones dando cuenta de la presencia del Che Guevara en las fronteras de ambos países y las versiones que habían estado circulando en los días anteriores, tal lo expresado en su momento por funcionarios del Departamento Federal de Seguridad de Brasil.
La reunión que el general Robert Porter, jefe del Comando Norteamericano para la Región Sur del Continente, con asiento en la zona del Canal de Panamá, mantuvo con oficiales del estado Mayor del Ejército boliviano en la sede del comando de las Fuerzas armadas de Miraflores (La Paz), pareció confirmar los temores de las anciones vecinas, más cuando inmediatamente después, se hizo el anuncio de que el Ejército de los Estados Unidos iba a ofrecer asistencia técnica a su par boliviano su la situación lo ameritaba.
El 11 de marzo, la agencia de noticias italiana ANSA24 informó sobre la presencia de guerrilleros en el oriente de Bolivia, noticia que reprodujeron todos los medios informativos de la Argentina. Veinticuatro horas después, nuevas versiones daban cuenta de presencia guerrillera en San José de Chiquitos, Departamento de Santa Cruz de la Sierra y otras áreas de las inmediaciones25.
La noticia de la deserción de Pastor Barreda Quintana y Vicente Rocabado Terrazas conmovió a la opinión pública el día 14 y focalizó la atención de los medios en Camiri. Según las fuentes, Rocabado Terrazas había pertenecido al área de Control Político del MNR y trabajaba para la policía secreta y los servicios de inteligencia y ambos estaban dispuestos a colaborar con las fuerzas armadas, guiando a sus patrullas, brindando información y poniéndose a disposición de los investigadores. Fueron ellos quienes hablaron por vez primera de la presencia de Guevara en el país y hasta orientaron los raids de aéreos que se despacharon en busca de su campamento.
La detención de Salustio Choque Choque, por la patrulla encabezada por el coronel Alberto Libera, el 17 de marzo, vino a confirmar la versión26.
Ratificada la novedad, el general Barrientos ordenó poner en estado de alerta a las guarniciones de todo el país y se apresuró a solicitar la ayuda de los Estados Unidos y a coordinar mivimientos con los gobiernos de la Argentina, Brasil, Paraguay, Perú y Chile.
Ese fue el día que, según trascendidos, se produjo un enfrentamiento entre una patrulla del ejército y fuerzas desconocidas, que provocaron la muerte de un soldado. La versión no fue confirmada pero el viaje de Barrientos a Monteagudo dio mucho que hablar, sobre todo después de trascender información en el sentido de que “guerrilleros castro-comunistas que operan en territorio nacional” habían abatido a un efectivo27.
Indicios cada vez más frecuentes llevan al Ejército boliviano
a movilizar tropas en  Oriente. En la fotografía, oficiales,
suboficiales y conscriptos de la IV División con asiento en Camiri

¿Se trataba del recluta muerto por el “Loro”?, “La Razón” de Buenos Aires parece confirmarlo en su edición del 21 de marzo al dar cuenta que “Informaciones procedentes de la ciudad de Sucre, provincia de Monteagudo, al sudeste de Bolivia, aseguran que han sido ubicados guerrilleros, tres de los cuales fueron hechos prisioneros a continuación de un combate en el que pereció un soldado. El presidente Barrientos niega la existencia de guerrilleros y resta importancia a la noticia”28. Sin embargo, los partes con las bajas, emitidos por el Ejército Boliviano al finalizar la campaña, no dan cuenta de ningún efectivo muerto el 17 de marzo aunque sí de uno herido, el soldado Sebastián Rojas N., perteneciente a la IV División con asiento en Camiri, durante un enfrentamiento en la zona de Ñancahuazu29.
Las noticias comenzaban a correr con celeridad y a saturar las centrales de las principales agencias noticiosas del mundo en tanto el gobierno boliviano se empeñaba en negar la presencia de elementos subersivos en su territorio. Sin embargo, los hehcos demostraban lo contrario.
El mismo 17 de marzo, a pocas horas de la captura de Salustio Choque Choque, el agregado militar de la embajada norteamericana, coronel Milton Buls, John Tilton, jefe de la estación de la CIA en La Paz y el oficial Edward N. Fogler viajaron a Camiri en compañía del agente cubano anticastrista “Eduardo González”, nombre clave de Gustavo Villoldo Sampera, para interrogar a los desertores y el detenido30. Confirmarán la presencia del Che en Bolivia así como la de guerrilleros cubanos, peruanos y bolivianos, la del francés Regis Debray, el argentino Ciro Roberto Bustos, su connacional “Tania”, Juan Pablo Chang Navarro y Moisés Guevara.
Todo esto vino a coincidir con la aparición de una nota de Regis Debray en la edición Nº 1 de la revista oficial cubana “Casa de las Américas”, según la cual, el Cge reaparecería en cualquier momnento como jefe político y militar. Noticia recogida por la agencia ANSA de Nueva York el 16 de marzo y difundida por todos los medios del mundo al día siguiente.
Con toda la información en su poder, a las 16.05 del 18 de marzo, el embajador Douglas Henderson envió al Departamento de Estado un telegrama secreto poniendo a su gobierno al tanto de la situación. Decía el documento:

A última hora de la tarde del 17 de marzo, el presidente Barrientos me ha invitado dos veces a su casa para discutir en privado el tema de la guerrilla […] El primer encuentro se ha revelado infructuoso. La única novedad consiste en el hecho de que le precisente estima en dieciséis los rebeldes en acción. Sospecha que algunos oficiales del Ejército boliviano, militantes del MNR, simpatizan con los insurgentes. Ha mencionado al coronel Libera (que ha sido puesto bajo vigilancia en Camiri) y a un tal Hoxa. Además, el presidenteestá preocupado por la hipótesis de que, para hacerse publicidad, los presuntos rebeldes puedan recurrir a la táctica de los secuestros […] Una hora más tarde he sido nuevamente convocado por Barrientos (esta vez estaba presente el ministro Argüedas). […] El general La Fuente le había transmitido que en la localidad de Camiri (provincia de Santa Cruz), en la tarde del 17 de marzo, los guerrilleros habían matado a un soldado boliviano y habían capturado a otro en la zona de Río Grande. Por ahora, no dispone de más detalles. Viendo que la situación se está poniendo seria, el presidente me ha entregad una lista de armas, municviones y equipos militars, preparada por el Ejército boliviano y dirigida al gobierno estadounidense. […] Barrientos da la impresión de no estar demasiado contento con el hecho de que su Ejército aproveche cualquier situación de emergencia para presentar, a nuestro gobierno una lista “de Papá Noel”. [..] La irresponsabilidad demostrada por las Fuerzas Armadas bolivianas podría tener consecuencias negativas. Por lo tanto, sería oportuno que Washington comunicase nuestras preocupaciones al embajador Sanjinés y al general Ovando. […]31.

Media hora después (16.38), el embajador norteamericano enviaba un segundo cable, estableciendo lo siguiente:

Esta mañana, el coronel León Kolle Cueto, jefe de la Aeronáutica boliviana, ha convocado al responsable de la Aeronáutica  militar estadounidense en Bolivia para transmitirle las siguientes informaciones: se señala la resencia de rebeldes en la provincia de Santa Cruz (ciudads: Abapo, Monteagudo, Lagunillas, Muyupampa, Huacareta); durante un segundo contacto (que ha tenido lugar esta misma mañana) un guerrillero ha caído y otros dos han sido heridos; el Ejército boliviano ha tomado posesión de una pequeña base rebelde cerca de una finca, y se ha hecho con un vehículo. Kolle ha pedido autorización para emplear contra los rebeldes los aviones T-28, que la Aeronáutica boliviana se había comprometido a devolvernos el 1 de diciembre de 1966 […] Además, el coronel Satorre ha afirmado que si la situación empeorase, la base operativa de la Aeronáutica militar boliviana podría ser trasladada a Santa Cruz. […]32.

Las versión sobre un guerrillero muerto a la que hace referencia el embajador norteamericano era incorrecta, sí el hecho de que hubo un enfrentamiento armado y que se habían tomado prisioneros.
Fue el primer choque de la campaña aunque no el inicio de las hostilidades. ¿Qué había sucedido? El general Gary Prado Salmón nos lo cuenta.
Necesitado de corroborar la existencia de hornos, leña y agua para la fabricación de cal, el comando de la IV División con asiento en Camiri encomendó al capitán Augusto Silva Bogado una recorrida de inspección por las inmediaciones de Tatarenta, más precisamente la propiedad de Segundino Parada, una finca denominada “California”, dedicada a esa actividad.
En cumplimiento de su misión, Silva partió hacia el norte, abordando un transporte público que se dirigía a Santa Cruz de la Sierra por la carretera Nº 9. Descendió en Tatarenda y luego de aguardar unos instantes, subió a un vehículo particular al cual le pidió si lo podía acercar a destino.
La tarea le llevó toda la jornada del 9 de marzo y cuando comenzaba a anochecer, decidió emprender el regreso, llevando consigo la información recabada.
Se hallaba junto al camino, en espera de algún otro rodado que lo pudiera llevar cuando cerca de las 20.00 horas se detuvo una camioneta de YPFB cuyos ocupantes, su conductor y un ayudante, se ofrecieron a acercarlo hasta Camiri, distante unos 100 kilómetros al sur.
Los hombres, empleados de la petrolera, se mostraron animosos y conversadores y cuando llevaban menos de una hora de viaje, le comentaron a Silva que tres días atrás, un grupo de barbudos uniformados, casi todos de elevada estatura y acento extranjero -algunos de ellos armados y llevando mochilas al hombro-, se habían presentado en la planta de bombeo de la compañía diciendo ser geólogos de la Universidad de Potosí.
A Silva aquello le llamó la atención y por esa razón comenzó a indagar. Al parecer, entre el 5 y 6 de marzo cinco individuos, uno de los cuales iba descalzo, por lo que el mismo conductor le obsequió un par de zapatos33, compraron víveres, hicieron algunas preguntas y se marcharon hacia el sur en línea paralela a las sierras. Cuarenta y ocho horas después, aparecieron dos más, quienes al intentar cruzar el río, resbalaron y cayeron al agua, por lo que debieron quitarse la ropa y extender varios billetes sobre las piedras con intensión de secarlos. Se trataba de mucho dinero, tal vez cuarenta o cincuenta millones de pesos, lo que llamó poderosamente la atención de los lugareños; los extraños también estaban armados y uno de ellos habló en quecha34.
Una vez de regreso en la unidad, Silva se apresuró a informar a sus superiores, de ahí la decisión del coronel Humberto Rocha Urquieta, comandante de la IV División, de enviar un grupo de exploración, para corroborar la versión.
Temprano por la mañana, Rocha Urquieta convocó a su Estado Mayor, urgido por tratar el asunto, en tanto el capitán Silva se entrevistaba con el ingeniero Humberto Suárez Roca, superintendente de YPFB, intentando verificar la información para adoptar las medidas necesarias que les permitiesen dar con los merodeadores.
Aprovechando un vuelo que debía efectuar personal de la compañía el avión privado de ésta, el capitán Silva y el jefe del Estado Mayor de la división, coronel Juan Fernández, sobrevolaron un amplio trayecto del río Grande, sin detectar movimientos.
La aeronave aterrizó en Santa Cruz de la Sierra, donde hicieron noche (el mencionado personal debía efectuar tramites allí) y al día siguiente, partió de regreso, repitiendo la operación.
El aparato sobrevolaba un sector de la vía acuática cuando cerca de un recodo, detectaron a cuatro hombres sobre la playa, quienes al verlos llegar, corrieron hacia la fronda, ocultándose en su interior.
Transmitida la novedad, el comando de la División en Camiri, dispuso el envío de una patrulla al mando del mismo capitán Silva, para recorrer el sector del avistamiento y tratar de dar con los desconocidos.
Habiéndose alistado los hombres (Silva, un cabo y cinco soldados) y después de ser provistos de pistolas ametralladoras y pistolas calibre 45 con su respectiva munición (quinientos cartuchos para las primeras y cincuenta balas para las segundas), abordaron el transporte militar que aguardaba en el patio de la unidad y en la tarde del 11 de marzo partieron hacia el norte por la carretera Nº 9.
Llegaron a Tatarenda cerca de las 20.00 y una vez allí, tomaron contacto con el mayor ingeniero José Patiño Ayoroa, gerente general de YPFB, quien había llegado por vía aérea desde la capital, para interiorizarse del asunto y coordinar los movimientos.
Las reuniones y la planificación de la operación duraron hasta la madrugada (01.00), incluyendo la indagatoria a los empleados que habían estado en contacto con los extraños por lo que, recién en las primeras horas del 12, la patrulla se puso en marcha, llevando al empleado Epifanio Vargas como guía, por ser un reconocido conocedor de la zona.
Amanecía cuando el destacamento abordó un vehículo de la compañía petrolera y tomando por la carretera a Ipitá, se introdujo en un sinuoso camino de tierra que conducía al río Grande. Por allí se desplazaron hasta un punto denominado Las Norias, donde la senda se tornaba intransitable. Eso obligó a los hombres a saltar fuera del camión e internarse en la espesura, atentos a cualquier indicio que pudiese indicar el paso de los merodeadores.
En esas se encontraban cuando un soldado llamó al capitán Silva y le señaló algo en la tierra: eran las huellas de al menos cinco personas, que se internaban en el cerro Saladillo, rumbo al oeste.
La patrulla comenzó a seguir el rastro, descendiendo por la Quebrada de Saladillo hasta un espacio de plantas de guayabos en el que alguien había hecho un alto para racionar35.
Siempre siguiendo el rastro, llegaron al río Ñancahuazu y una vez en su vera, se dividieron en dos secciones, tomando la una aguas arriba, en tanto la otra hacía lo propio en sentido opuesto, corroborando que los extraños se dirigían en línea recta al sur.
Era evidente que aquellos hombres se hallaban bastante adelantados, posiblemente a 48 o 72 horas de la posición en la que en esos momentos se encontraba Silva, por lo que, viendo a su gente exhausta y sin raciones, pues según el relato de Prado, ni siquiera cantimploras levaban, resolvió retroceder hasta donde habían dejado el vehículo y tomar otra vía para cortarles el paso.
El oficial estableció contacto radial con el comando de la División en Camiri y después de pasar informe inició el descenso por la ruta Gutiérrez-Pirirenda-Tiraboy, hasta dar nuevamente el río, a menos de un kilómetro de la Casa de Calamina. Nuevos indicios señalaban que los incursores seguían el río aguas arriba.
De ese modo, el pelotón salió a la carretera y enfiló directamente a Lagunillas, donde los vecinos los pusieron al tanto de las recientes novedades. Una segunda patrulla, al mando del teniente coronel Alberto Libera Cortez había pasado por allí el día anterior, en dirección oeste, buscando el río donde esperaba dar con él (Silva). Sin perder tiempo, el oficial le ordenó a su gente regresar al vehículo y después de atravesar el Pincal, hizo contacto visual con la Casa de Calamina, a la que encontró abandonada aunque con signos de haber sido evacuada recientemente (16.00 horas). Los soldados notaron que en la cocina aún ardía fuego y descubrieron el jeep que utilizaba “Coco” Peredo para sus viajes a Camiri. La patrulla confiscó valiosa documentación (un sobre dirigido a Remberto Villa, abastecedor de la guerrilla, junto a otras dos notas, una de “Coco” y otra de “Antonio”, solicitando la entrega de la misiva a Villa) y se llevó las llaves del vehículo.
Silva dispuso el descanso de su gente y mientras esta se disponía a preparar alimentos para racionar, partió junto a Epifanio Vargas a recorrer los alrededores. Hallaron nuevos indicios a poco de andar, entre ellos numerosas huellas y senderos recién abiertos, prueba incuestionable de la presencia de elementos extraños en el área.
Silva miró su reloj y vio que las agujas señalaban las 17.30. Y como hacía más de dos horas que habían salido, decidió regresar. En el preciso momento en que ambos echaban a andar, retumbaron a lo lejos una serie de disparos, seguidos por el más absoluto silencio. Debían acelerar el paso y reunirse con su gente pues algo raro estaba sucediendo.
Soldados de la IV División patrullan el río Ñancahuazu

La patrulla del teniente coronel Libera había llegado por el camino Lagunillas-Itimirí-Yuqui-Quebrada Overa, recorriendo con mucha precaución ambas márgenes del río. A las 15.00 horas del 17 de marzo pasó junto al campamento guerrillero sin percatarse de ello y una hora después estaba en la Casa de Calamina, ignorando la presencia de Silva. Fue entonces que dio con Salustio Choque Choque cuando armado de una ametralladora intentaba esconder un mulo que traía desde la finca.
Tras darle la voz de alto, el detenido fue reducido y así continuaron el avance en dirección a la Casa de Calamina. Una hora y media después, su vanguardia transitaba un paraje conocido como Yocunda cuando se topó con el “Loro”, quien siguiendo instrucciones del Che, intentaba dar con un sendero que condujera a Abapocito. Se produjo entonces un corto tiroteo durante el cual, el guerrillero hirió en una pierna al soldado Sebastián Rojas N., escapando inmediatamente después hacia lo más profundo de la selva36. Los reclutas corrieron hasta donde yacía tirado su compañero y procedieron a su evacuación en tanto Libera establecía comunicación con Camiri para dar cuenta de la situación. Al cabo de media hora, su patrulla y la de Silva hicieron contacto y tras pasar la novedad al comando, procedieron a retirarse, llevándose consigo al herido y el prisionero37.
Las que sí tenían asidero eran las informaciones que daban cuenta del descubrimiento de una base rebelde, próxima a una finca, en realidad, una cueva próxima a la Casa de Calamina, que los guerrilleros utilizaban como depósito, noticia de la que dieron cuenta los periódicos al día siguiente. Cosa increíble, el documento saca a la luz las dudas que despertaban algunos de sus cuadros en las fuerzas armadas bolivianas, entre ellos el mismo coronel Libera que había capturado a Salustio Choque Choque, que estaba siendo sometido a monitoreo por sus superiores. Durante la inspección, fueron hallados objetos varios que confirmaban la presencia de cubanos en la región.
En vista de ello, el 20 por la mañana Barrientos se trasladó a la localidad de Monteagudo, 98 kilómetros al oeste de Camiri y a la mañana siguiente, una información procedente de Sucre daba por seguro que habían sido detectados guerrilleros en las inmediaciones de esa población y que había tenido lugar un combate cuyo saldo era un soldado muerto y tres subversivos prisioneros, noticia que Barrientos se apresuró a desmentir. Aún así, al día siguiente el diario “Presencia” de La Paz atribuyó a fuentes militares y gubernamentales que elementos insurgentes operaban a 650 kilómetros al sudeste de la capital y que vestían uniforma verde oliva además de portar armas de última generación. En respuesta a ello, el general Barrientos restó importancia a esas declaraciones y aseguró que “Las guerrillas existen solamente en la imaginación. Si surgieran guerrillas, estas serían inmediatamente aplastadas”. Esto se lo manifestó a un enviado especial del diario “Clarín” de Buenos Aires quien aseguró que desde el 14 de marzo, el gobierno boliviano tenía la certidumbre del que el Che Guevara se encontraba en el país y que por esa razón, se había ordenado el reclutamiento de todos aquellos jóvenes en edad militar para incorporarlos a la IV División y hacerle frente a la situación33.
El jeep perforaba la obscuridad de la noche a medida que se desplazaba. Sus faros apenas iluminaban unos metros adelante, mostrando una huella sinuosa e irregular que provocaba saltos y tumbos constantemente, forzando a sus pasajeros, sobre todo los que viajaban detrás, a aferrarse a los sacos de arroz, harina y papas allí apilados.
El avance era lento, por lo irregular del camino. “Coco” manejaba con prudencia y por eso no imprimía la velocidad que hubiera deseado; a su lado “Tania” le hablaba y en la parte posterior, Regis Debray y el “Pelado” Bustos intentaban mantenerse erguidos en sus asientos, inclinándose entre las bolsas cuando pasaban por algún caserío o un puesto policial, escasos por cierto.
Habían salido de Camiri a las once de la noche y tres horas después, llegaban al final de la huella, justo frente a la tranquera de una finca cuya casa, varios metros más allá, apenas se recortaba en la obscuridad gracias a la tenue luz que emanaba de una ventana.
“Coco” tocó la bocina y enseguida apareció Antonio, el casero, haciendo visera con su mano para evitar la luz de los faroles. El sujeto saludó, abrió el portón y dejó pasar al jeep. En el edificio principal, un muchacho aguardaba junto a la puerta.
Mientras “Tania”, el “Pelado” y Debray descargaban sus bolsos, “Coco”, con la ayuda del casero y el joven, hicieron lo propio con los sacos de provisiones, apilándolos cuidadosamente en el interior de la vivienda.
A Bustos le llamó la atención el horno de pan junto al tronco de un árbol y alguna que otra estructura de madera que alcanzó a divisar en la obscuridad. Se acomodó junto a sus compañeros en torno a una mesa y el casero, un amable baqueano oriundo del Beni, como “Coco”, les preparó café, un elixir a esa hora, luego de tan tortuoso periplo.
Mientras saboreaban la deliciosa poción, Antonio puso a “Coco” y sus compañeros al tanto de la situación con respecto a Argañaraz y la amenaza que representaba.
En vista de ello, “Coco” creyó conveniente pasar la noche en el monte, lejos de la propiedad, pues lo que menos deseaba era despertar sospechas. No quería dar ninguna señal y menos evidenciar movimientos que pudieran llamar la atención de vecinos y curiosos. Le ordenó a su gente tomar su equipaje y cuando todos estuvieron listos, partieron hacia el bosque, internándose cautelosamente en las sombras.
Solo el ayudante del casero permaneció en el lugar. El resto, Antonio incluido, se apostaron a más de mil metros de distancia, llevando consigo los sacos de arroz, harina y papas, además del equipaje. “Tania” mostró gran fortaleza al hacer su parte, evidenciando una vez más su estado físico.
Acamparon junto a un riacho, un arroyo tal vez, en una posición que dominaba el camino por el que habían llegado y se echaron a dormir, pero antes, “Coco” se despidió y regresó a la finca por el jeep, para regresar a Camiri. Le dijo a “Tania” que debía acompañarlo pero la muchacha se negó, decidida como estaba a quedarse en la guerrilla y hablar con el mismo Che de ser necesario.
Durmieron como mejor pudieron, acosados por todo tipo de insectos, hasta que a la mañana siguiente Antonio los despertó sobresaltado, anunciando que alguien se acercaba por el camino.
Se incorporaron todos y permanecieron en alerta, atentos al más mínimo movimiento hasta que pudieron distinguir a un grupo de uniformados que avanzaba en su dirección. La tensión se adueñó de cada uno de ellos, así como la incertidumbre y el nerviosismo, hasta que una señal del que encabezaba la patrulla les devolvió el alma al cuerpo. Eran “Olo” Pantoja (“Antonio”) con tres o cuatro acompañantes, una patrulla de cinco efectivos que venía a buscarlos y de paso, cargar las provisiones hasta el campamento central.
Hubo abrazos y palmadas entre el recién llegado y el “Pelado”, así como alguna chanza evocando los días de entrenamiento en La Habana, antes de las presentaciones correspondientes.
“Olo”, armado con una carabina M2, estaba a cargo de los acantonamientos en ausencia del Che; les explicó que el comandante todavía no había regresado, pese a que se lo esperaba a fines de febrero y que debía conducirlos hasta la posición, donde se hallaba concentrado el resto de la gente.
Se pusieron en marcha a través de la selva, siguiendo el curso del río, que en ese momento se hallaba extremadamente crecido.
“Olo” encabezaba la marcha, seguido por Bustos, Debray, “Tania”, el casero y los cuatro hombres que completaban la patrulla.

Cuatro o cinco hombres componían el grupo de porteadores venidos en busca de provisiones, algo que hacían regularmente entre el “campamento central” y la finca o Casa de Calamina, operación a la que llamaban “góndola” […] Sumados los extranjeros y la gente del casero al grupo, se armó una buena columna, que inició la marcha cruzando un par de veces el río Ñancahuazu que, justo en ese punto, hacia una “ese” cerrada, antes de enfilar hacia el norte. El río era bravo y difícil, muy encajonado entre rocas y acantilados con la selva al borde. Una vez dejada atrás la “ese”, el camino era precisamente el río, a contracorriente, hacia el noroeste. En muy pocos tramos se podía ir por trillos faldeando el río, pero la mayor parte del camino se hacía vadeando el agua de un lado al otro, entre las piedras y escasas playitas arenosas. Como no estábamos equipados con mochilas, nosotros llevábamos nuestras cosas en sacos de yute amarrados y al hombro34.

Justo cuando el “Pelado” comenzaba a desfallecer al cabo de ocho horas de caminata, “Olo” alzó su brazo derecho y ordenó hacer un alto. Como en los duros días de la guerrilla en Salta, el mendocino agradeció al cielo que alguien dispusiese una parada en el momento justo.
Comenzaba a atardecer cuando se introdujeron en un claro, en el que “…suaves rocas emergían del río y se incrustaban en el monte, como una playa de granito rosado”35.
La columna llegó avanzando de roca en roca, para no dejar huellas y allí se detuvo para reponer fuerzas.
Al cabo de un par de horas reanudó la marcha, trepando una barranca que conducía hasta un imperceptible sendero, un camino de montaña para animales, por el que dobló hacia la izquierda. Cien metros más adelante el río, barranca abajo, viraba en ángulo recto hacia el oeste, en un punto donde desembocaba un arroyuelo cuyas aguas cristalinas descendían de una quebrada sobre elevada que nacía a varios kilómetros de distancia hacia el poniente.
La columna siguió por el sendero que en aquella parte de la quebrada se transformaba en pronunciada barranca. Se introdujo en la profundidad de la selva y con el sonido de las aguas perdiéndose a sus espaldas, alcanzó un sector de trincheras que dominaban el paso y convertían en blanco fácil a cualquiera que llegase por allí.
Los combatientes pasaron en fila india junto a un puesto de guardia al que “Olo” y los suyos saludaron con algunas chanzas y siguieron caminando hasta el campamento central, cuyas primeras construcciones alcanzaron doscientos o trescientos metros más adelante.
Llamaron su atención el horno de ladrillos, sobre una estructura de madera, los corrales, una rudimentaria mesa con dos bancos largos a ambos lados, todo  bajo una carpa de lona y algo más allá, lo que parecía un anfiteatro al aire libre que al “Pelado” Bustos se le antojó bautizar el “aula magna”. Varias hamacas colgaban de los árboles mientras algo se calentaba al fuego en un recipiente y se veían numerosas mochilas perfectamente apiladas en dos o tres sectores.
Se trataba de un espacio desmalezado de aproximadamente doscientos metros de diámetro, dentro del cual vivía, comía, dormía y planificaba la guerrilla.
Allí estaban “Arturo” (René Martínez Tamayo), hermano de ”Papi”, a cargo del radiotransmisor; el “Ñato”, “Camba”, el recién llegado Moisés Guevara con su grupo de voluntarios y los tres peruanos, a saberse, el “Chino” (Juan Pablo Chang Navarro), el “Negro” (Restituto José Cabrera Flores, también apodado “Médico”) y “Eustaquio” (Lucio Edilberto Galván Hidalgo), amables, sonrientes y conversadores, sobre todo los últimos.
"Alejandro", "Tania" y "Coco" junto a un combatiente boliviano en el campamento central

Sin perder tiempo, “Olo” sugirió a los recién llegados que escogiesen sus nombres de guerra una norma imprescindible de la guerrilla destinada a evitar su identificación y de esa manera, Regis Debray pasó a ser “Dantón”; Bustos, “Carlos”, por el pasaporte que portaba; “Tania” conservó el suyo y como “Olo” en realidad era “Antonio”, el casero, que llevaba ese nombre, se convirtió en “León” por su buen desempeño al frente de la Casa de Calamina.
Inmediatamente después, el “Ñato”, jefe de Intendencia, les alcanzó sus hamacas de nylon junto con unas mantas y mientras un grupo de hombres preparaba la cena, procedieron a armarlas y a acomodar sus pertenencias.
Si alguien tiene necesitaba corroborar que “Tania” era más argentina que alemana, lo que sucedió a continuación, no dejó dudas.
Finalizada la cena, se encaminaron todos hacia el anfiteatro (a excepción de quienes debían montar guardia), para escuchar unas breves palabras de “Olo” (o “Antonio”) y sintonizar Radio La Habana, como era costumbre cada noche.
Cuando “Arturo” captó la señal, la música tropical que en esos momentos se transmitía, transportó a los presentes a tierras caribeñas.
Fue un placer para aquel grupo de milicianos, volver a escuchar los viejos acordes, aún para bolivianos y peruanos que no los conocían. Al “Pelado”, le recordaron el “Tropicana” de La Habana así como sus días de estadía en la soleada capital y a los cubanos sus hogares, sus afectos y su revolución.
En esas estaban, disfrutando de tan bello momento cuando repentinamente “Tania”, violando las normas elementales de seguridad, tomó su bolso, extrajo un paquete y con la ayuda de “Antonio” (“Olo”), comenzó a repartir una serie de fotografías que mostraban a miembros de la guerrilla en diferentes situaciones.
El “Pelado” no lo podía creer.
Allí estaban el Che, con sus distintos camuflajes, en algunas pelado, en otras con anteojos y traje, en otra afeitándose o en familia; lo mismo “Papi”, personalidades de la Revolución en actos, reuniones y eventos; Mario Monje, Rodolfo Saldaña, Loyola Guzmán, gente de la red urbana y personal comprometido con la campaña, incluidos varios de los combatientes que se encontraban allí, “Arturo”, “Coco”, el “Ñato”, “Antonio” y hasta la misma “Tania”, un disparate fuera de toda lógica.
Bustos espantado, tomó a “Antonio” de un brazo y se lo llevó aparte para decirle que aquello era una locura, un error, una completa imprudencia, más con todos esos desconocidos que había traído Moisés Guevara, de los que poco y nada se sabía. “Antonio” cayó en la cuenta y pálido como una hoja, comenzó a recogar las fotografías, exigiéndole a “Tania” que hiciese lo propio, “…tarea difícil, porque se trataba de cuatro o cinco rollos36,
“Antonio” hizo una autocrítica frente a todos pero Bustos no dice si hubo sanción para la argentina, la principal responsable. A ello agregó Debray una serie de violaciones a las normas de seguridad que venía observando desde hacía tiempo y eso empeoró aún más las cosas.
Que el “Pelado” estaba acertado quedó demostrado al día siguiente con las deserciones de la gente de Moisés.
“Antonio” había organizado partidas de cacería para traer alimento, enviando a las mismas en diferentes direcciones, Bustos y Debray hacia Pampa del Tigre, Vicente Rocabado y Pastor Barreda más allá de la Casa de Calamina.
Cuando todos estuvieron de vuelta, los dos primeros con las manos vacías, comprobaron con cierta preocupación que Rocabado y Barreda se habían rezagado. Esperaron un tiempo y cuando al cabo de tres o cuatro horas no aparecieron, comprendieron que habían huido, llevándose incluso el rifle.
Seguro de que la fuga era un hecho, “Antonio” puso el grito en el cielo, increpando duramente al dirigente minero por el elemento que había seleccionado. Éste intentó justificarse diciendo, entre otras incongruencias que dado el carácter de los indios, era posible que los voluntarios se hubieran largado temporalmente para ver los carnavales pero como nadie le creyó, se ofreció para ir a buscarlos. “Antonio” rechazó la solicitud y le encomendó a “León” que lo hiciera; le dio un revolver calibre 38 corto y le ordenó alcanzarlos y matarlos donde los encontrara, para continuar luego hacia Camiri y poner en alerta a “Coco”.
El pobre casero partió rumbo a Lagunillas, llevando consigo el arma y su angustia. Pasó por la Casa de Calamina sin detenerse y caminó toda la noche hasta dar con una cabaña que hacía las veces de posada, donde sus propietarios alquilaban un espacio techado para que los viajeros pasasen la noche.
Encontró a los desertores en una habitación que daba al patio interno, pero en lugar de cumplir la orden de “Antonio”, trató de convencerlos para que regresasen. El baqueano iluminó a los hombres con su linterna, quienes aún bajo los efectos del sueño, corrieron las mantas con las que se cubrían y se incorporaron para explicar que no soportaban más los rigores del campamento, la escasez de comida y la falta de paga. Ellos creían –o al menos eso dijeron-, que se trataba de un trabajo que les permitiría enviar los salarios a sus familias pero lo único que hacían eran darles órdenes de muy mala manera.
De espaldas a la puerta, cortándoles toda posibilidad de escape, “León” volvió a insistir en que lo más conveniente para ambos era regresar al campamento pero los desertores se mantuvieron firmes aunque prometieron acudir a un encuentro en Camiri, con él y “Coco”, para arreglar la situación.
Como los sujetos tenían pensado vender el rifle y con lo cobrado sacar sus boletos a Oruro, aceptaron y entonces “León” se fue, sin cumplir la orden que le había dado “Antonio”. Los prófugos tuvieron suerte porque si en lugar de un boliviano, el jefe interino del campamento hubiese enviado a un cubano, no hubiesen contado el cuento.
León siguió viaje a Camiri y a poco de llegar dio con “Coco”, a quien advirtió sobre lo que estaba sucediendo. Alarmado, éste le dijo que no tenía dinero y le pidió que lo acompañase a la casa de una amiga para pedirle prestado; cumplido el trámite, se encaminaron al punto de encuentro con Rocabado y Barreda pero por más que esperaron, estos nunca aparecieron. Según ciertas averiguaciones, habían intentado venderle el rifle a una persona y ésta, sospechando algo raro, los denunció a la policía, que los apresó en el acto.
“Coco” intentó indagar al respecto pero cuando supo que el Ejército se había hecho cargo de ellos, le ordenó a “León” subir al jeep y partieron a toda prisa en dirección a Ñancahuazu.
Para entonces “Antonio” (“Olo”) ya había puesto en marcha el plan de evacuación destinado a alejar del lugar a los recién llegados y ubicarlos en un sector más seguro. De esa manera, Debray, Bustos, “Tania” y el “Chino” abandonaron la posición en compañía de “Julio”, el médico boliviano (Mario Gutiérrez Ardaya) y uno o dos combatientes más de la resaca de Moisés Guevara (como comenzaría a llamarla despectivamente el Che) y siguiendo a los guías, partieron en busca del nuevo sitio.
Con sus bolsos al hombro, bajaron por el arroyo hasta el final del cañadón, donde el terreno comenzaba a elevarse nuevamente sobre la falda de un cerro y luego de tres horas de marcha, siempre en dirección norte, llegaron a un espacio abierto que la guerrilla utilizaba como punto alternativo en casos como esos, un claro cubierto por nubes de insectos, rodeado por una maraña espinosa, en el que se detuvieron a acampar. Dos días después, Debray cazó un oso hormiguero que los combatientes convirtieron en suculento guiso, reforzado por maíz y a partir de ese momento, se comenzó a llamar al lugar, el Campamento del Oso.
Distintas identidades del Che Guevara. "Tania" expuso
imprudentemente estas y otras fotografías para amenizar
un fogón en el Campamento Central
Nota
1 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 279.
2 Ídem. Evidentemente Bustos se equivocó, pues la muchacha era compatriota suya aunque había residido muchos años en Alemania Oriental, por lo que alguna tonalidad se le habría pegado.
3 Aclara Bustos que el único ausente fue “Cholo”.
4 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 280.
5 Ello sin contar su paso por la desastrosa gestión del intendente de la ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra y su militancia en el Frepaso (Frente País Solidario), una alianza de partidos políticos que no llegó a nada. Fue concejal y diputado nacional por la misma.
6 Alberto González Toro, “Sabíamos que el Che estaba Cerca. Testimonio de gendarmes y ex guerrilleros”, diario “Clarín”, Sección Zona, domingo 24 de octubre de 2004.
7 Nicolás Márquez, op. Cit., p. 239, llamada 10.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 659.
9 Pierre Kalfon, op. Cit.,p. 535.
10 Diego Cano, “¿Estrategia foquista? La estructura política argentina en la estrategia de revolución de Ernesto Guevara. Notas preliminares”. Trabajo presentado en las Jornadas Internacionales José María Aricó. 28, 29, 30 de septiembre de 2011, Córdoba, Argentina. Revista “Izquierdas”,  11 de diciembre de 2011, p. 70-87.
11 La aeronave se dirigía a México por la ruta del Pacífico y hacía su primera escala en la capital boliviana.
12 Como se podrá observar, al contrario de lo que asegura Jozami, Bustos no tuvo inconvenientes en encontrar a la combatiente y seguirla hasta el campamento.
13 Tal como hemos dicho, al igual que Holanda, Bolivia posee dos capitales, La Paz y Sucre. La ciudad cambió de nombre en cuatro oportunidades, desde la conquista hasta 1538 se llamó Charcas, desde ese año hasta 1776 La Plata, de 1776 a 1825 Chuquisaca y desde entonces hasta hoy Sucre, en honor al mariscal venezolano, uno de los grandes libertadores de América.,
14 Louis Althuser, filósofo marxista francés nacido en Bir Mourad Rais, Argelia, el 16 de octubre de 1918. Estudió en la Escuela Normal Superior de París, de la que llegó a ser profesor de Folosofía. Combatió en la Segunda Guerra Mundial y fue hecho prisionero por los alemanes. Finalizada la contienda se abocó a estudiar el pensamiento germano del siglo XIX, contando entre sus docentes a Maurice de Gandillac, otro francés nacido en Argelia, filósofo e historiador, condiscípulo de Sartre. Tras diagnosticársele demencia, estranguló a su mujer. Gracias a las influencias de la izquierda gala pudo evitar la prisión y fue internado en un psiquiátrico. Admirador de Gramsci, fue autor de una quincena de trabajos extremadamente complejos.
15 Revolución en la revolución. Lucha armada y lucha política en América Latina, publicado en 1967.
16 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 285-286.
17 Ídem, pp. 287-288.
18 Ídem, p. 288. Anderson afirma erróneamente que quien conducía el jeep era "Tania", op. cit., p. 661.
19 Ídem.
20 Ídem.
21 Ídem, p. 289.
22 Diario “Presencia”, La Paz, edición del 2 de marzo de 1967. Citado por Gregorio Selser en La CIA en Bolivia, Hernández Editor, Bs. As., 1970, p. 25.
23 Gregorio Selser, op. Cit. p. 25-26.
24 Agenzia Nazionale Stampa Associata, fundada el 15 de enero de 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una cooperativa integrada por los principales editores de diarios de Italia. Cuenta con 22 oficinas en el país y 81 en el exterior, lo que la convierte en una de las agencias informativas más importantes del mundo. Su sede central para el servicio hispanoamericano se encuentra en Buenos Aires.
25 Gregorio Selser, op. Cit., p. 26.
26 Gregorio Selser, op. Cit., p. 27. Al momento de ser capturado, Choque Choque llevaba un mensaje desde la Casa de Calamina hasta el Campamento del Oso. Según otras versiones, montaba guardia en el camino que conducía a la finca de Ñancahuazu.
27 Gregorio Selser, op. Cit., p. 27.
28 Ídem p. 27-28.
29 Gary Prado Salmón, op. Cit., Anexo 2 “Relación de bajas de las fuerzas regulares”.
30 Adys Cupull, Froilán González, La Cía contra el Che, Editora Política, La Habana, 1993, p. 4.
31 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, Che Guevara. Top Secret. La guerrilla boliviana en los documentos del Departamento de Estado y de la CIA, Del Nuevo Extremo, Barcelona, Rba, 2009, pp. 35-36 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto, 18 de marzo de 1967, 16:05 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
32 Ídem, pp. 36-37 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 18 de marzo de 1967, 16:05 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
33 Se trataba de “Benigno”.
34 Se referían a Aniceto Reinaga Gordillo, boliviano, minero de Siglo XX, nacido en Potosí el 26 de julio de 1940.
35 Ese día, apuntó “Pachungo” en su diario: “Seguimos por el arroyo y al terminar este para unirse a otro más grande encontramos una mata de guayaba, nos subimos Loro y yo, comimos y cargamos cuanto pudimos (dulces y de tamaño como las del Perú). A eso de las 4 pm. llegamos al río Ñancahuazú. Por suerte”.
36 Tanto el Che, como el embajador Henderson y algunas fuentes militares dieron por muerto al soldado.

37 Gary Prado Salmón, op. Cit., pp. 106-118. El 21 de marzo, el Che apuntó en su diario: “Se escucha un informa radial en que se anuncia un muerto y se desmiente luego; lo que indica que fue verdad lo del Loro”. Pese a que el enfrentamiento existió, no hubo ningún muerto aunque sí un herido.
38 Gregorio Selser, op. Cit., pp. 27-28. Cita a los diarios “Presencia” de La Paz, edición del 22 de marzo de 1967 y “Clarín” de Buenos Aires, ediciones del 22 y 23 de marzo del mismo año.
39 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 292-292.
40 Ídem, p. 292.
41 Ídem, p. 294.