lunes, 26 de agosto de 2019

TATÚ EL TRES


LA EXPEDICIÓN AFRICANA DEL CHE


La madrugada del 2 de abril, un automóvil color gris se desplazaba por las desiertas calles de La Habana en dirección al aeropuerto. Dentro del vehículo, cuatro individuos de grave aspecto apenas intercambiaban palabras, mientras observaban el exterior, iluminado aún por las luces.
Bajo un cielo todavía estrellado, el rodado se detuvo frente a un edificio escolar, ubicado a escasos metros del perímetro cercado de la estación aérea, y ni bien detuvo el motor, sus ocupantes descendieron, llevando consigo el escaso equipaje y alguna prenda colgando del antebrazo.
El conductor, Osmany Cienfuegos, se dirigió hacia la puerta y golpeó con los nudillos la superficie de madera. Alguien, al otro lado, abrió y los recién llegados desaparecieron en el interior, ingresando en lo que parecía ser el salón principal del establecimiento.
En el lugar había unas pocas personas, quienes los invitaron a tomar asiento y ponerse cómodos.

Al cabo de media hora, un hombre de barba anunció que estaba todo listo y los cuatro sujetos se incorporaron. Se trataba del Che Guevara en persona, quien viajaba con un pasaporte falso a nombre de Ramón Benítez; Víctor Dreke, que hacía lo propio como Roberto Suárez y José María Martínez Tamayo (“Papi”), cuyo nombre en código era “Ricardo”, la avanzada del cuerpo expedicionario que se disponía a iniciar la campaña guerrillera en el ex Congo belga.
Siempre acompañados por Osmany Cienfuegos y guiados por sus improvisados anfitriones, abandonaron los tres la pequeña escuela y a bordo de dos vehículos, se dirigieron a los accesos posteriores del aeropuerto, que franquearon sin inconvenientes, para seguir hacia la distante plataforma donde un poderoso Tupolev TU-114 trasvasaba combustible desde un camión cisterna.
A la vista de personal de seguridad, los tres hombres, vestidos de civil, se despidieron de sus ocasionales acompañantes, Osmany Cienfuegos entre ellos y treparon por la escalerilla hasta perderse de vista dentro del avión.
Ya en el interior, se acomodaron en la primera hilera de una fila de tres asientos, sentando al Che en el del medio, con ellos dos a ambos lados. Recién entonces, Víctor Dreke vio a su izquierda, pasillo de por medio, al periodista Luis Gómez Wagemert, que tiempo atrás le había hecho una serie de notas.
Como sus disfraces eran realmente buenos, el reportero no los reconoció y esa fue la primera señal de que las cosas, en ese sentido, iban a caminar bien. Víctor miró fugazmente a “Papi”, quien también se había percatado de esa presencia, pero ambos siguieron en lo suyo, evitando llamar la atención.
Una hora después, volaban sobre el Atlántico, magníficamente iluminado por el sol, con “Ramón” maquinando en silencio los pasos a seguir.
El avión se dirigió directamente a Moscú, donde los viajeros hicieron su primera escala. Seis días después partieron rumbo a Argel, de donde siguieron hacia El Cairo y tras una breve escala en Nairobi, el 19 de abril aterrizaron en Dar es-Salam, su destino final.
El día anterior, Pablo Ribalta, embajador cubano en Tanzania, había recibido un cable cifrado, anunciándole la llegada de tres individuos a los que debía esperar en el aeropuerto. Lo primero que hizo fue dar cuenta al gobierno tanzano y sin perder tiempo, inició los preparativos para alojar a los viajeros en un hotel céntrico de la capital, pues sus instrucciones eran precisas en el sentido de no alojar a nadie en la legación.
Ramón Benítez desembarca en Tanzania

A la mañana siguiente se encontraba en la estación aérea, acompañado por el ministro de Relaciones Exteriores tanzano, su jefe de Protocolo, el traductor de la embajada, Juan González y otros miembros del personal.
Ribalta reconoció a Dreke ni bien lo vio salir al exterior, lo mismo a “Papi”, que lo seguía apenas un paso detrás, pero no pudo determinar quién era el hombre blanco que apareció inmediatamente después, un sujeto que parecía mayor, de gafas gruesas y algo entrado en peso.
Y aquí, una vez más, las versiones se contraponen.
Según Ribalta, la mirada de ese hombre le pareció familiar, pero no podía afirmar donde lo había visto.

Me pongo a pensar en los momentos que uno ha vivido en la clandestinidad, me pongo a pensar en aquel tipo de gente y me digo: éste es un compañero que viene asegurando a Dreke y a Papi, y me pongo, y miro, y vuelvo a mira y sigo mirando, porque realmente sus ojos son inconfundibles. Lo que son sus ojos y esa parte de aquí, de encima de los ojos, son inconfundibles. Y yo que lo he conocido de tan cerca, pues me digo: “Coño, yo conozco a este señor”. Pero no me da. No me acaba de dar quien es1.

Según Dreke, ni bien descendieron la escalerilla, los recién llegados saludaron a Ribalta, a quien conocían del Escambray y luego a los funcionarios del gobierno. Cuando al primero le presentaron a su acompañante, le preguntaron al embajador cubano si lo conocía.

-¿Tú no me conoces? – investigó el sujeto.

-No, no, compañero, yo no lo conozco – respondió el embajador.

-¿Vos seguís siendo tan comemierda como siempre? – dijo entonces el desconocido.

Y allí mismo, el desprevenido Ribalta cayó en la cuenta y se le comenzaron a caer las lágrimas.
Esa es la versión de Dreke. La del diplomático es diferente.
Después de los saludos, el grupo echó a andar por el andén, hacia el interior de aeropuerto. Mientras, los viajeros y su anfitriones departían amigablemente, Ribalta intentaba recordar donde había visto a ese hombre extraño que caminaba detrás suyo. Así anduvo varios metros hasta que, de repente, cayó en la cuenta y pletórico de entusiasmo, quiso darse vuelta para abrazarlo. Pero antes de que pudiera hacerlo, sintió una mano en el hombro, y una frase estremecedora cerca del oído.

-¡Cállate, carajo! No hagas ningún gesto. Soy yo mismo.

Era el Che Guevara, no cabía duda, Un sentimiento de alegría y terror se apoderó de su ánimo; detrás suyo, luciendo un disfraz, se encontraba el segundo hombre de la revolución en persona y eso era, en verdad, algo serio. Por eso, sin decir más, siguió caminando como un autómata, esperando abandonar cuanto antes aquel lugar2.
“Un buen día aparecí en Dar es Salam. Nadie me conoció; ni el mismo embajador [Pablo Ribalta], viejo compañero de lucha…”, escribiría el Che en su diario tiempo después.

Varias escalas. En uno de los países que llegamos, había un compañero esperando, presentamos al Che. “Es Ramón, el traductor y médico nuestro”. El compañero parece que no sabía la importancia de la misión y quiere llevarnos paras un salón, y no, nosotros no, tranquilito, solos. Pero le da miedo. ¿Nosotros estamos asustados?
…………………………………………………………………………………......
En todos los aeropuertos nos estaban esperando y arreglaban los trámites de aduana.  Íbamos armados. Y había siempre gente “nuestra” para resolver.
Hasta llegar a Dar es Salam3.

Ni bien salieron del aeropuerto, el ministro de Relaciones Exteriores y el jefe de Protocolo tanzanos abordaron un vehículo oficial y se retiraron, en tanto el grupo cubano hacía lo propio en otros dos, propiedad de la legación y se encaminaron hacia el centro de la capital.
Pasaron la noche en el hotel que Ribalta había reservado el día anterior, con el Che bajo estricta vigilancia, y luego de una cena frugal, se retiraron a descansar.
Para entonces, ya había dejado La Habana el segundo grupo expedicionario, encabezado por Eduardo Torres, alias “Nane”, que aterrizó en Brazaville, la capital del ex Congo francés, alrededor del día 19.
Recordaría años después el sargento Torres, que en los días previos a su partida, fue llevado junto a otros dos compañeros4 hasta una finca de Nuevo Vedado, donde recibieron la visita de Fidel Castro, quien llegó acompañado por Osmany Cienfuegos y Manuel Piñeiro.
“Cuando lleguen al Congo, se van a encontrar con una persona que los va a mandar –les dijo el líder de la revolución-…es como si fuera yo”5.
Parte de la dirigencia congoleña. De izq, a der. Jean Sebastien Ramazani,  Laurent Kabila, Gastón Soumaliot y Adrien Kanambe

Sin perder tiempo, ese segundo grupo, se dividió en pequeñas unidades de tres a cuatro efectivos y partió hacia Dar es-Salam, al otro lado del continente, ignorando todavía su misión. En los días sucesivos, fueron llegando más combatientes, hasta elevar su número a ciento treinta.
El grupo de Guevara, mientras tanto, se hallaba instalado en la finca que Pablo Ribalta había alquilado especialmente en las afueras de la capital, esperando el momento de trasladarse al lago Tanganika.
Cuando ya se había reunido cierta cantidad de gente, el Che tomó un diccionario de swahili que había en el lugar y comenzó a adjudicar los primeros nombres de guerra. Lo hizo por orden de llegada, apodando a cada uno con un número. De esa manera, Víctor Dreke pasó a ser “Moja”, es decir, el uno; “Papi” fue “M’bili”, el dos y él, “Tatú”, el número tres6.
El líder guerrillero no había revelado aún su identidad; nadie sospechaba quien era y hasta el momento, se lo tenía por un simple viajero, posiblemente un extranjero cumpliendo el rol de voluntario.
Una tarde, le ordenó al grupo reunirse en uno de los salones de la finca y para asombro de todos les dijo quien era.

-Yo soy el Che – manifestó con tono sereno aunque firme.

Los presentes no lo podían creer, en especial el joven sargento Torres, alias “Nane” (el número ocho), que en su vida había visto al mítico líder revolucionario.

-Me dio una emoción del carajo –manifestaría años después.

Sin perder más tiempo, Guevara desplegó un mapa y sobre él, pasó a explicar en que consistía la misión. En breves palabras narró la historia de la región, les habló de los líderes congoleños, se refirió al general Mobutu y al golpe de Estado que derrocó a Kasavubu; al apoyo que Tshombe recibía de los Estados Unidos, a la presencia de pilotos batistianos y mercenarios de diversa procedencia, a quienes comandaba el legendario Thomas Michael Bernard Hoare7, así como a la situación social en general. Mientras hablaba, Guevara iba señalando en el mapa en tanto su reducida audiencia lo escuchaba con atención.
Miosés Tshombe

Siguió diciendo que la misión consistía en brindar asesoramiento a los congoleños; que estaban allí para dar y no para recibir, que los lugareños tendrían prioridad en todo, en especial la comida y que no quería actitudes prepotentes de ningún tipo.
Algo que preocupaba e indignaba al Che era que los líderes congoleños, en lugar de encontrarse allí o en el campo de batalla, se habían ausentado a El Cairo, para asistir a una innecesaria cumbre del Movimiento de Liberación, para debatir los lineamientos de la lucha armada, su unificación y organización.
En su ausencia, ordenó contactar a Godefroi Chamaleso, quien fungía como representante de Kabila en Dar es-Salam, deseoso como estaba, de coordinar los movimientos y pasar a la acción. Al desprevenido sujeto, un dirigente de tercer orden, no le dijeron quien era el hombre blanco que capitaneaba la expedición pese a que había llevado la voz cantante. Solo le explicaron que constituían una avanzada y que en breve llegarían más combatientes, de ahí la necesidad de sincronizar los próximos pasos y la urgente presencia de Kabila, Soumaliot y Massengo.
Chamaleso acordó llevar su mensaje a sus jefes y partió con destino a El Cairo, urgido por dar cuenta de la situación. Mientras tanto, el Che despachó emisarios para organizar el cruce del lago y adquirir el equipo necesario para la operación, especialmente mochilas, mantas, cantimploras, cuchillos y demás enseres.
Mike Hoare
Lo grave de todo aquello era que Kabila y sus lugartenientes ignoraban que el Che Guevara se encontraba en Tanzania y eso era algo contraproducente porque podía herir susceptibilidades y menoscabar el ego de la dirigencia africana. Aún así, siguió adelante con sus planes, pues lo urgía pasar cuanto antes a territorio congoleño e iniciar las operaciones; temía que la información se filtrase y los mercenarios de Tshombé terminasen bloqueando los accesos por el lago.
Esto no lo dijo nunca el Che, pero a poco de regresar de su exilio, Tshombe contrató a Mike Hoare, radicado desde hacía años en Durban, Sudáfrica, para que se hiciera cargo de las fuerzas armadas del Katanga. El irlandés, viajó especialmente a Elizabethville, para supervisar el improvisado ejército de la provincia separatista y a poco de su arribo, envió de regreso a su segundo, el capitán Alistair Wicks, para que iniciase el reclutamiento de mercenarios.
Hoare esperaba contar con un centenar de hombres pero Wicks regresó con apenas treinta y ocho, de los cuales dieciséis desertaron después de las primeras acciones. Eso no lo desmoralizó y al frente de los veintidós restantes, logró capturar Albertville y eso le permitió hacerse fuerte a lo largo del litoral del lago Tanganika y controlar el total de las vías de acceso. Para entonces, había constituido el 5 Commando, unidad militar de 300 efectivos integrada mayoritariamente por elementos sudafricanos, a los que se fueron sumando combatientes de diversas nacionalidades, especialmente belgas, franceses e irlandeses.
De ahí la premura del Che, por acelerar los preparativos y realizar el cruce a la mayor brevedad posible.



Imágenes


La brutal ejecución de Lumumba fue el desencadenante
de la guerra en el Congo

Joseph Mobutu. En 1965 derrocó a Kasavubu
por medio de un golpe de Estado


Joseph Kasavubu



Tshombe reforzó su ejército contratando mercenarios,
la mayoría belgas y sudafricanos

Notas
1 Paco Ignacio Taibo II, Froilán Escobar y Félix Guerra, El año en que estuvimos en ninguna parte (la guerrilla africana de Ernesto “Che” Guevara), Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996, p. 36.
2 Ídem, pp. 36-37. 
3 Ídem, pp. 34-35. 
4 Uno de ellos era Alpizar, el otro, uno de los mellizos Prieto, apodado “Agano”.
5 Paco Ignacio Taibo II, Froilán Escobar y Félix Guerra, op. Cit., p. 35.
6 Rafael Zerquera Palacios, médico de la expedición, que pasó a ser “Kumi”, el diez.
7 Mike Hoare, célebre mercenario irlandés nacido en Calcuta (India) en 1919, hijo de padres irlandeses, trascendió por sus actividades militares en el continente africano durante la década del sesenta. Ex combatiente británico de la Segunda Guerra Mundial, alcanzó el grado de capitán por sus acciones en Birmania, sobre todo en el río Kwait, donde aprendió las tácticas guerrilleras. Finalizada la gran contienda, se estableció en Durban, Sudáfrica, donde obtuvo la ciudadanía de ese país luego de contraer matrimonio con la bella azafata sudafricana Phyllis Simms. Durante varios años se dedicó al negocio de chatarra hasta que en 1960 fue llamado a combatir por la separatista provincia de Katanga, en el Congo. Para ello organizó el 4 Commando, una fuerza especial mercenaria que combatió en las filas rebeldes. Cuando Moisés Tshombe lo convocó en 1964, ya había dejado su huella en diferentes países del continente negro. Su fama inspiró a numerosos novelistas, entre ellos su sobrina, la escritora sudafricana Bree O’Mara, así como varias películas. En 1978 organizó el frustrado golpe de Estado de las islas Seychelles, que intentó al frente de una cincuentena de mercenarios blancos, todos sudafricanos. Por ello, un comité internacional de la ONU lo condenó a diez años de prisión después de comprobar que el gobierno de Pretoria había estado detrás de su intentona. En numerosas biografías figura nacido en Dublin, en 1920.