TATÚ EL TRES
LA EXPEDICIÓN AFRICANA
DEL CHE
La
madrugada del 2 de abril, un automóvil color gris se desplazaba por las
desiertas calles de La Habana en dirección al aeropuerto. Dentro del vehículo,
cuatro individuos de grave aspecto apenas intercambiaban palabras, mientras
observaban el exterior, iluminado aún por las luces.
Bajo un
cielo todavía estrellado, el rodado se detuvo frente a un edificio escolar,
ubicado a escasos metros del perímetro cercado de la estación aérea, y ni bien
detuvo el motor, sus ocupantes descendieron, llevando consigo el escaso
equipaje y alguna prenda colgando del antebrazo.
El
conductor, Osmany Cienfuegos, se dirigió hacia la puerta y golpeó con los
nudillos la superficie de madera. Alguien, al otro lado, abrió y los recién
llegados desaparecieron en el interior, ingresando en lo que parecía ser el
salón principal del establecimiento.
En el
lugar había unas pocas personas, quienes los invitaron a tomar asiento y
ponerse cómodos.
Al cabo
de media hora, un hombre de barba anunció que estaba todo listo y los cuatro
sujetos se incorporaron. Se trataba del Che Guevara en persona, quien viajaba
con un pasaporte falso a nombre de Ramón Benítez; Víctor Dreke, que hacía lo
propio como Roberto Suárez y José María Martínez Tamayo (“Papi”), cuyo nombre
en código era “Ricardo”, la avanzada del cuerpo expedicionario que se disponía
a iniciar la campaña guerrillera en el ex Congo belga.
Siempre
acompañados por Osmany Cienfuegos y guiados por sus improvisados anfitriones,
abandonaron los tres la pequeña escuela y a bordo de dos vehículos, se
dirigieron a los accesos posteriores del aeropuerto, que franquearon sin
inconvenientes, para seguir hacia la distante plataforma donde un poderoso
Tupolev TU-114 trasvasaba combustible desde un camión cisterna.
A la
vista de personal de seguridad, los tres hombres, vestidos de civil, se
despidieron de sus ocasionales acompañantes, Osmany Cienfuegos entre ellos y
treparon por la escalerilla hasta perderse de vista dentro del avión.
Ya en
el interior, se acomodaron en la primera hilera de una fila de tres asientos,
sentando al Che en el del medio, con ellos dos a ambos lados. Recién entonces,
Víctor Dreke vio a su izquierda, pasillo de por medio, al periodista Luis Gómez
Wagemert, que tiempo atrás le había hecho una serie de notas.
Como
sus disfraces eran realmente buenos, el reportero no los reconoció y esa fue la
primera señal de que las cosas, en ese sentido, iban a caminar bien. Víctor
miró fugazmente a “Papi”, quien también se había percatado de esa presencia,
pero ambos siguieron en lo suyo, evitando llamar la atención.
Una
hora después, volaban sobre el Atlántico, magníficamente iluminado por el sol,
con “Ramón” maquinando en silencio los pasos a seguir.
El
avión se dirigió directamente a Moscú, donde los viajeros hicieron su primera
escala. Seis días después partieron rumbo a Argel, de donde siguieron hacia El
Cairo y tras una breve escala en Nairobi, el 19 de abril aterrizaron en Dar
es-Salam, su destino final.
El día
anterior, Pablo Ribalta, embajador cubano en Tanzania, había recibido un cable cifrado,
anunciándole la llegada de tres individuos a los que debía esperar en el
aeropuerto. Lo primero que hizo fue dar cuenta al gobierno tanzano y sin perder
tiempo, inició los preparativos para alojar a los viajeros en un hotel céntrico
de la capital, pues sus instrucciones eran precisas en el sentido de no alojar
a nadie en la legación.
A la mañana siguiente se encontraba en la estación aérea, acompañado por el ministro de Relaciones Exteriores tanzano, su jefe de Protocolo, el traductor de la embajada, Juan González y otros miembros del personal.
Ramón Benítez desembarca en Tanzania |
A la mañana siguiente se encontraba en la estación aérea, acompañado por el ministro de Relaciones Exteriores tanzano, su jefe de Protocolo, el traductor de la embajada, Juan González y otros miembros del personal.
Ribalta
reconoció a Dreke ni bien lo vio salir al exterior, lo mismo a “Papi”, que lo
seguía apenas un paso detrás, pero no pudo determinar quién era el hombre
blanco que apareció inmediatamente después, un sujeto que parecía mayor, de
gafas gruesas y algo entrado en peso.
Y aquí,
una vez más, las versiones se contraponen.
Según
Ribalta, la mirada de ese hombre le pareció familiar, pero no podía afirmar
donde lo había visto.
Me pongo a pensar en los momentos que
uno ha vivido en la clandestinidad, me pongo a pensar en aquel tipo de gente y
me digo: éste es un compañero que viene asegurando a Dreke y a Papi, y me
pongo, y miro, y vuelvo a mira y sigo mirando, porque realmente sus ojos son
inconfundibles. Lo que son sus ojos y esa parte de aquí, de encima de los ojos,
son inconfundibles. Y yo que lo he conocido de tan cerca, pues me digo: “Coño,
yo conozco a este señor”. Pero no me da. No me acaba de dar quien es1.
Según
Dreke, ni bien descendieron la escalerilla, los recién llegados saludaron a
Ribalta, a quien conocían del Escambray y luego a los funcionarios del
gobierno. Cuando al primero le presentaron a su acompañante, le preguntaron al
embajador cubano si lo conocía.
-¿Tú no
me conoces? – investigó el sujeto.
-No,
no, compañero, yo no lo conozco – respondió el embajador.
-¿Vos
seguís siendo tan comemierda como siempre? – dijo entonces el desconocido.
Y allí
mismo, el desprevenido Ribalta cayó en la cuenta y se le comenzaron a caer las
lágrimas.
Esa es
la versión de Dreke. La del diplomático es diferente.
Después
de los saludos, el grupo echó a andar por el andén, hacia el interior de
aeropuerto. Mientras, los viajeros y su anfitriones departían amigablemente,
Ribalta intentaba recordar donde había visto a ese hombre extraño que caminaba
detrás suyo. Así anduvo varios metros hasta que, de repente, cayó en la cuenta y
pletórico de entusiasmo, quiso darse vuelta para abrazarlo. Pero antes de que
pudiera hacerlo, sintió una mano en el hombro, y una frase estremecedora cerca
del oído.
-¡Cállate,
carajo! No hagas ningún gesto. Soy yo mismo.
Era el
Che Guevara, no cabía duda, Un sentimiento de alegría y terror se apoderó de su
ánimo; detrás suyo, luciendo un disfraz, se encontraba el segundo hombre de la
revolución en persona y eso era, en verdad, algo serio. Por eso, sin decir más,
siguió caminando como un autómata, esperando abandonar cuanto antes aquel lugar2.
“Un buen día aparecí en Dar es Salam. Nadie
me conoció; ni el mismo embajador [Pablo Ribalta], viejo compañero de lucha…”, escribiría el Che
en su diario tiempo después.
Varias escalas. En uno de los países
que llegamos, había un compañero esperando, presentamos al Che. “Es Ramón, el
traductor y médico nuestro”. El compañero parece que no sabía la importancia de
la misión y quiere llevarnos paras un salón, y no, nosotros no, tranquilito,
solos. Pero le da miedo. ¿Nosotros estamos asustados?
…………………………………………………………………………………......
En todos los aeropuertos nos estaban
esperando y arreglaban los trámites de aduana.
Íbamos armados. Y había siempre gente “nuestra” para resolver.
Hasta llegar a Dar es Salam3.
Ni bien
salieron del aeropuerto, el ministro de Relaciones Exteriores y el jefe de Protocolo
tanzanos abordaron un vehículo oficial y se retiraron, en tanto el grupo cubano
hacía lo propio en otros dos, propiedad de la legación y se encaminaron hacia
el centro de la capital.
Pasaron
la noche en el hotel que Ribalta había reservado el día anterior, con el Che
bajo estricta vigilancia, y luego de una cena frugal, se retiraron a descansar.
Para
entonces, ya había dejado La Habana el segundo grupo expedicionario, encabezado
por Eduardo Torres, alias “Nane”, que aterrizó en Brazaville, la capital del ex
Congo francés, alrededor del día 19.
Recordaría
años después el sargento Torres, que en los días previos a su partida, fue
llevado junto a otros dos compañeros4 hasta una finca de Nuevo
Vedado, donde recibieron la visita de Fidel Castro, quien llegó acompañado por
Osmany Cienfuegos y Manuel Piñeiro.
“Cuando lleguen al Congo, se van a encontrar
con una persona que los va a mandar –les dijo el líder de la revolución-…es como si fuera yo”5.
Sin perder tiempo, ese segundo grupo, se dividió en pequeñas unidades de tres a cuatro efectivos y partió hacia Dar es-Salam, al otro lado del continente, ignorando todavía su misión. En los días sucesivos, fueron llegando más combatientes, hasta elevar su número a ciento treinta.
Parte de la dirigencia congoleña. De izq, a der. Jean Sebastien Ramazani, Laurent Kabila, Gastón Soumaliot y Adrien Kanambe |
Sin perder tiempo, ese segundo grupo, se dividió en pequeñas unidades de tres a cuatro efectivos y partió hacia Dar es-Salam, al otro lado del continente, ignorando todavía su misión. En los días sucesivos, fueron llegando más combatientes, hasta elevar su número a ciento treinta.
El
grupo de Guevara, mientras tanto, se hallaba instalado en la finca que Pablo
Ribalta había alquilado especialmente en las afueras de la capital, esperando
el momento de trasladarse al lago Tanganika.
Cuando
ya se había reunido cierta cantidad de gente, el Che tomó un diccionario de swahili
que había en el lugar y comenzó a adjudicar los primeros nombres de guerra. Lo
hizo por orden de llegada, apodando a cada uno con un número. De esa manera,
Víctor Dreke pasó a ser “Moja”, es decir, el uno; “Papi” fue “M’bili”, el dos y
él, “Tatú”, el número tres6.
El
líder guerrillero no había revelado aún su identidad; nadie sospechaba quien
era y hasta el momento, se lo tenía por un simple viajero, posiblemente un
extranjero cumpliendo el rol de voluntario.
Una
tarde, le ordenó al grupo reunirse en uno de los salones de la finca y para
asombro de todos les dijo quien era.
-Yo soy
el Che – manifestó con tono sereno aunque firme.
Los
presentes no lo podían creer, en especial el joven sargento Torres, alias
“Nane” (el número ocho), que en su vida había visto al mítico líder
revolucionario.
-Me dio
una emoción del carajo –manifestaría años después.
Sin
perder más tiempo, Guevara desplegó un mapa y sobre él, pasó a explicar
en
que consistía la misión. En breves palabras narró la historia de la
región, les
habló de los líderes congoleños, se refirió al general Mobutu y al golpe
de Estado que derrocó a Kasavubu; al apoyo que Tshombe recibía de los
Estados Unidos, a la presencia de pilotos batistianos y mercenarios de
diversa
procedencia, a quienes comandaba el legendario Thomas Michael Bernard
Hoare7,
así como a la situación social en general. Mientras hablaba, Guevara iba
señalando en el mapa en tanto su reducida audiencia lo escuchaba con atención.
Miosés Tshombe |
Siguió diciendo que la misión consistía en brindar asesoramiento a los congoleños; que estaban allí para dar y no para recibir, que los lugareños tendrían prioridad en todo, en especial la comida y que no quería actitudes prepotentes de ningún tipo.
Algo
que preocupaba e indignaba al Che era que los líderes congoleños, en lugar de
encontrarse allí o en el campo de batalla, se habían ausentado a El Cairo, para
asistir a una innecesaria cumbre del Movimiento de Liberación, para debatir los
lineamientos de la lucha armada, su unificación y organización.
En su
ausencia, ordenó contactar a Godefroi Chamaleso, quien fungía como
representante de Kabila en Dar es-Salam, deseoso como estaba, de coordinar los
movimientos y pasar a la acción. Al desprevenido sujeto, un dirigente de tercer
orden, no le dijeron quien era el hombre blanco que capitaneaba la expedición
pese a que había llevado la voz cantante. Solo le explicaron que constituían
una avanzada y que en breve llegarían más combatientes, de ahí la necesidad de
sincronizar los próximos pasos y la urgente presencia de Kabila, Soumaliot y
Massengo.
Chamaleso
acordó llevar su mensaje a sus jefes y partió con destino a El Cairo, urgido
por dar cuenta de la situación. Mientras tanto, el Che despachó emisarios para
organizar el cruce del lago y adquirir el equipo necesario para la operación,
especialmente mochilas, mantas, cantimploras, cuchillos y demás enseres.
Mike Hoare |
Esto no
lo dijo nunca el Che, pero a poco de regresar de su exilio, Tshombe contrató a
Mike Hoare, radicado desde hacía años en Durban, Sudáfrica, para que se hiciera
cargo de las fuerzas armadas del Katanga. El irlandés, viajó especialmente a
Elizabethville, para supervisar el improvisado ejército de la provincia
separatista y a poco de su arribo, envió de regreso a su segundo, el capitán
Alistair Wicks, para que iniciase el reclutamiento de mercenarios.
Hoare
esperaba contar con un centenar de hombres pero Wicks regresó con apenas
treinta y ocho, de los cuales dieciséis desertaron después de las primeras
acciones. Eso no lo desmoralizó y al frente de los veintidós restantes, logró
capturar Albertville y eso le permitió hacerse fuerte a lo largo del litoral
del lago Tanganika y controlar el total de las vías de acceso. Para entonces,
había constituido el 5 Commando, unidad militar de 300 efectivos integrada
mayoritariamente por elementos sudafricanos, a los que se fueron sumando
combatientes de diversas nacionalidades, especialmente belgas, franceses e
irlandeses.
De ahí
la premura del Che, por acelerar los preparativos y realizar el cruce a la
mayor brevedad posible.
Imágenes
Joseph Kasavubu |
Tshombe reforzó su ejército contratando mercenarios, la mayoría belgas y sudafricanos |
Notas
1 Paco Ignacio Taibo
II, Froilán Escobar y Félix Guerra, El
año en que estuvimos en ninguna parte (la guerrilla africana de Ernesto “Che”
Guevara), Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996, p. 36.
2 Ídem, pp.
36-37.
3 Ídem, pp.
34-35.
4 Uno de ellos era
Alpizar, el otro, uno de los mellizos
Prieto, apodado “Agano”.
5 Paco Ignacio Taibo
II, Froilán Escobar y Félix Guerra, op. Cit., p. 35.
6 Rafael Zerquera
Palacios, médico de la expedición, que pasó a ser “Kumi”, el diez.
7 Mike Hoare, célebre
mercenario irlandés nacido en Calcuta (India) en 1919, hijo de padres irlandeses, trascendió por sus actividades
militares en el continente africano durante la década del sesenta. Ex
combatiente británico de la Segunda Guerra Mundial, alcanzó el grado de capitán
por sus acciones en Birmania, sobre todo en el río Kwait, donde aprendió las
tácticas guerrilleras. Finalizada la gran contienda, se estableció en Durban,
Sudáfrica, donde obtuvo la ciudadanía de ese país luego de contraer matrimonio
con la bella azafata sudafricana Phyllis Simms. Durante varios años se
dedicó al negocio de chatarra hasta que en 1960 fue llamado a combatir por la
separatista provincia de Katanga, en el Congo. Para ello organizó el 4
Commando, una fuerza especial mercenaria que combatió en las filas rebeldes.
Cuando Moisés Tshombe lo convocó en 1964, ya había dejado su huella en
diferentes países del continente negro. Su fama inspiró a numerosos novelistas,
entre ellos su sobrina, la escritora sudafricana Bree O’Mara, así como varias
películas. En 1978 organizó el frustrado golpe de Estado de las islas Seychelles,
que intentó al frente de una cincuentena de mercenarios blancos, todos
sudafricanos. Por ello, un comité internacional de la ONU lo condenó a diez
años de prisión después de comprobar que el gobierno de Pretoria había estado
detrás de su intentona. En numerosas biografías figura nacido en Dublin, en 1920.