LOS COMBATES DE IRIPITÍ
19 de abril de 1967. El Ejército boliviano se introdujo dos veces en la misma emboscada |
El 10
de abril de 1967, se produjeron dos nuevos enfrentamientos en Iripití, donde
una vez más, el Ejército boliviano sufrió una estrepitosa derrota.
Desde
su salida del Campamento Central, Ciro Roberto Bustos no le perdió los pasos al
Che, quien marchaba en la obscuridad, apenas un metro delante, iluminando el
camino con su linterna.
Las
marchas se hacían de noche, con descansos de diez minutos cada una hora,
mientras el comandante enviaba constantemente mensajeros a la vanguardia y la
retaguardia, para evitar que se produjera la dispersión.
Aquella
primera noche salieron al río, luego de atravesar una floresta en extremo
tupida y un par de kilómetros más adelante torcieron hacia el norte, para
seguir bajo un cielo cubierto de estrellas, en medio de un panorama
fantasmagóricamente iluminado por la luna.
Fue una
bendición para Bustos porque caminar a ciegas en medio de la espesura, no le
resultaba agradable.
Amanecía
cuando pasaron junto a los restos de los soldados muertos. Los combatientes
desfilaron en silencio frente a ellos, observando detenidamente el estado en el
que se encontraban los cuerpos, alineados sobre una pequeña playa de arena, con
las cabezas apuntando hacia la vía de agua, los uniformes hechos jirones y sus
cuerpos descarnados por alimañas y aves de rapiña.
Algo
más adelante capturaron una vaca, que se apresuraron a carnear para aumentar la
reserva de raciones y al anochecer reanudaron el avance, con Bustos
desplazándose con bastante dificultad por el peso que llevaba, consistente en
una frazada, la hamaca, ropas civiles, vasijas metálicas, utensilios,
medicinas, su fusil M2 y las municiones, todo ello sin contar las provisiones.
Sin
dejarse abatir, siguió caminando, tratando de disimular su estado de
agotamiento lo mejor posible y mientras lo hacía, el camino de tornaba denso,
las pendientes terriblemente pronunciadas y el entorno cada vez más agreste,
haciendo que las etapas entre descanso y descanso, pareciesen interminables.
Así
continuaron, con la misma rutina, avanzando de noche y ocultándose de día,
hasta romper el cerco del Ejército y salir del perímetro cercado, orientados
por los disparos al aire que las unidades bolivianas efectuaban para
comunicarse entre sí.
Dejando
el río a sus espaldas, se internaron en las alturas boscosas, tomando un
sendero olvidado que apenas utilizaban unos pocos pastores para arriar su
ganado.
Algo
más adelante, el Che ordenó detener el avance y dispuso montar una emboscada.
Su idea era esperar el momento oportuno para capturar Gutiérrez, un plan
temerario que era necesario estudiar en detalle pues implicaba riesgos muy
serios. Su idea consistía en apoderarse de la población, confiscar un vehículo
y sacar en él a Bustos y Debray.
Bajo el
magnífico cielo estrellado, el francés y el mendocino entregaron sus armas,
mutaron sus uniformes por ropas de civil, se lavaron y afeitaron y cuando
hubieron terminado, se dispusieron a recibir nuevas directivas.
El 1 de
abril, el flamante comandante de la IV División, coronel Joaquín Zenteno Anaya,
se apresuró a cursar la Orden General de Operaciones 2/67 que establecía la
disposición de tres bases de patrullas de valor compañía, para reconocer el
terreno en diferentes direcciones y determinar la ubicación del grupo invasor.
El
operativo quedó organizado de la siguiente manera:
1-
Compañía “A”, al mando del mayor Rubén Sánchez, debía ocupar Yuqui.
2-
Compañía “B”, al mando del capitán Alfredo Calvi, hacer lo propio en el Pincal.
3-
Compañía “C”, al mando del capitán Raúl López, lo mismo en la laguna Pirirenda.
4- Compañía
“D”, de reserva, al mando del capitán Celso Torredio, mantenerse en espera en
Lagunillas1.
Las
mencionadas unidades se pusieron en marcha el 3 de abril pero los resultados de
sus patrullas no arrojaron resultados
El día
7, el comando de la División expidió la Orden General de Operaciones 3/67,
dejando sin efecto el procedimiento y poniendo en práctica un plan alternativo,
previamente bosquejado. De acuerdo al dispositivo elaborado por el comando, la
Compañía “A” debía permanecer en el área (Casa de Calamina) y constituir dos
centros de fuego en ambas márgenes del cañadón al tiempo que realizaba
reconocimiento del terreno al norte de Iripití, tres kilómetros hacia el oeste,
con el fin de alcanzar las márgenes del río Yuque y aproximarse a Tiraboy2.
La
Compañía “B” fue enviada por el sendero que conducía hacia el campamento
guerrillero para ocuparlo, ubicar otras posiciones (cuevas, trincheras,
túneles, trampas, fosos, depósitos) y luego relevar el área comprendida por la confluencia
de la quebrada Overa, penetrando en su interior y proseguir hacia Pampa del
Tigre. La misión de la Compañía “C” era inspeccionar el camino
Gutiérrez-Pirirenda y proseguir luego hasta Tiraboy en un movimiento de pinzas
que tenía a la “A” en el otro extremo y la de reserva (Compañía “D”), ocupar
Gutiérrez y desde allí explorar hasta Ipatá y La Herradura.
Al ver
a Bustos desarmado, el Che le preguntó dónde estaba su fusil. Su compatriota le
respondió que lo había entregado por indicación de “Pombo” y entonces, el
comandante llamó al cubano y le ordenó que le restituyesen un arma, porque
siendo tan reducido el número de hombres, iban a necesitar combatientes.
-Somos
pocos y quiero que él esté armado –le dijo– Entrégale el fusil de “Tania”, así
ella misma lo trae al regreso.
La
joven argentina protestó cuando “Pombo” le solicitó su M1, pero finalmente lo
entregó. Casi en el mismo instante, la columna reinició la marcha y a poco de
andar comenzó a bordear una finca cercada, siempre en dirección a Gutiérrez,
tratando de hacer el menor ruido posible.
A mitad
de camino, llegó un correo anunciando que la vanguardia se encontraba ya en la
aldea y que sus pobladores estaban sumamente angustiados porque el Ejército
había llegado media hora antes y acampaba cerca; los pobres campesinos temían
quedar en medio de un enfrentamiento.
La
película norteamericana El día más largo
es un clásico del cine bélico. Trata sobre el Día “D”, el desembarco en
Normandía y está protagonizada por un elenco estelar3. En una de sus
escenas, una patrulla norteamericana avanza por una senda a través del bosque,
pegada a un muro de piedra, bajo. En sentido contrario, lo hace un pelotón
alemán, justo del otro lado. El encuentro de ambas unidades es inminente pero
el paso de unos aviones, en plena obscuridad, levita que hagan contacto visual.
Tanto alemanes como norteamericanos alzan la vista al mismo tiempo y sin dejar
de avanzar, pasan unos junto a otros, a escasos centímetros de distancia, sin
percatarse de su presencia.
En
Gutiérrez, aquella noche, pasó algo parecido.
Cuando nosotros veníamos desde el río
hasta aquí por la cañada, el ejército hacía el camino inverso, peor por el filo
de la loma. Eso impidió un choque sorpresivo. Ahora volveríamos nosotros por
arriba y, era de esperar, ellos por la quebrada4.
Luego
de acampar un día entero en Gutiérrez, habiendo asado la carne de algunos
cerdos que habían comprado para incrementar las raciones, los guerrilleros se
pusieron de pie y reanudaron la marcha.
Bustos
miró su reloj y vio que eran las 03.00, y como lo había hecho hasta entonces,
se pegó nuevamente al Che, y así continuó durante varias horas, intentando
seguir el ritmo de sus compañeros.
De
repente, al salir nuevamente al río, la columna se topó con una sección enemiga
que avanzaba en sentido opuesto, siguiendo el cauce. Para su fortuna, los
soldados no los vieron y eso les dio tiempo de agazaparse y mimetizarse entre
la vegetación, con el agua a la altura del pecho. Sin embargo, el peligro no
había pasado porque después de cruzar la vía de agua, los efectivos se sentaron
en la orilla, conversando despreocupadamente.
Como
dice el “Pelado”, “De estornudar
cualquiera de los guerrilleros, empapados en agua fría e inmóviles pero listos
para el ataque, la lucha estaba servida”5.
Pasados
varios minutos, la tropa se incorporó y continuó su avance, alejándose en
dirección sur, ignorante del peligro que la acechaba.
Los
hombres del Che, salieron de entre los juncos y tomando todas las precauciones,
echaron a andar, muy lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible.
Desplazándose
por la banda izquierda del cauce, el grupo comenzó a ascender una loma, siempre en dirección norte, la
mayoría de ellos ignorando donde estaban y a donde se dirigían.
Poco
después, la vanguardia se topó con dos campesinos que llevaban vacas hacia un
corral. Resultaron ser empleados de Argañaraz, de ahí su decisión de incautar
un par de reses para carnearlas y acrecentar las reservas.
Con el
río nuevamente a sus espaldas, volvieron a meterse en el monte y una hora
después se detuvieron a merendar. Permanecieron en ese lugar hasta la caída del
sol y mientras lo hacían, se pusieron al tanto de las últimas noticias, a través
de la radio.
Al
parecer, el Ejército se había apoderado del campamento central y patrullaba sus
alrededores; lo informaba el periodista chileno Héctor Precht, para luego
agregar que entre los objetos incautados por la tropa, destacaba una fotografía
del Che Guevara, si barba y con una pipa, algo que sumió en profunda
preocupación al comandante guerrillero porque era un indicio importante de su
presencia en Bolivia. Sin perder tiempo, organizó una patrulla y la envió hacia
el campamento, para ver que estaba ocurriendo6.
El 9 de
abril la columna alcanzó otra loma. El comandante ordenó hacer un alto y
enseguida distribuyó los puestos de observación para luego establecer una
emboscada adelantada a trescientos metros del lugar y enviar a algunos hombres
a inspeccionar los contornos. A Bustos e “Inti” Peredo les tocó el primer turno
de guardia y así lo dejó asentado el primero en su libro.
…nos destinó a Inti y a mí al primer
turno de guardia, en la posición de observación de la emboscada, arriba de una
loma. Terminado el café, partimos a nuestro puesto. La subida era bastante
fuerte, por lo que llegamos jadeando al lugar, muy bien elegido, en un ángulo
del cerro que permitía una visión perfecta del río hacia ambos lados. Lugar
como predestinado para servir de mirador, disponía de un claro bajo grandes
árboles, donde las marcas dejadas por los vigías de esos días nos invitaban a
sentarnos cómodos, frente a frente, respaldados en los troncos. Enfrente mío,
un tramo de río, allá, a unos centenares de metros, quizás un kilómetro hacia
el sur, río arriba; Inti miraba detrás de mí, dirección norte, río abajo7.
Mientras
“Inti” limpiaba su M2 sobre un paño que había desplegado previamente sobre el suelo, el “Pelado”
oteaba el horizonte, atento a cualquier movimiento. En esas estaban,
conversando despreocupadamente, cuando sorpresivamente, emergieron de la fronda
dos soldados, quienes se introdujeron lentamente en el agua, llevando sus
fusiles al pecho. Inmediatamente detrás aparecieron otros, casi pisándoles los
talones; como su avanzada, se metieron en el río y una vez en la orilla
opuesta, se reagruparon, para seguir río abajo, directamente hacia donde se
encontraba el puesto de observación (PO).
Jesús Suárez Gayol el "Rubio" |
El
mendocino comprendió que el choque era inminente y así se lo advirtió a su
compañero. Éste le indicó que corriese hacia la emboscada para advertir a
“Rolando” en tanto él permanecía en el lugar para contener el avance.
El
“Pelado” salió disparado y en el trayecto, se topó con “Papi” y el “Negro”,
quienes subían a relevarlos.
Siguiendo
su costumbre, el cubano lo recibió con una humorada pero cuando el argentino le
explicó lo que sucedía, mutó su rostro por una expresión grave y después de
indicarle que fuese inmediatamente a dar parte a “Rolando”, le ordenó al
“Negro” que se dirigiese a toda prisa hacia el campamento, para advertir al
Che.
Mientras
los emisarios partían a la carrera, “Papi” se adelantó hasta el PO,
parapetándose junto a “Inti”, listo para abrir fuego.
Bustos
alcanzó la emboscada y pasó la información. Ni bien terminó de hablar,
“Rolando” le señaló un sitio, a la derecha, por donde debería llegar el enemigo
y comenzó a impartir indicaciones mientras se guarecía detrás de un
tronco.
El
lugar era una suerte de zanja natural, producto del desborde de los ríos,
cubierta por ramas, hojas, piedras y hasta los cuerpos de animales muertos, ya
secos, según refiere el “Pelado”. Varios árboles y hasta un cañaveral la
separaban del río, distante a una docena de metros a la derecha y una leve
barranca la cerraba por el costado opuesto.
Bustos
aguardaba con su fusil en las manos, atento al menor sonido; dos metros a su
izquierda, el “Rubio”, Jesús Suárez Gayol, el ex viceministro del Azúcar,
esperaba también al enemigo.
-¿Los
has visto, “Carlos”? –le preguntó– ¿Cuántos son?
El
mendocino estaba a punto de responderle cuando el electrizante sonido de una
balacera sacudió los alrededores.
-¡Ay,
mamita, mi mamaíta…! – oyó gritar a alguien.
Sin
saber que hacer, el “Pelado” alzó su rifle y disparó hacia las matas que le
cortaban la visión, tirando más por instinto que otra cosa. A su lado, el
“Rubio” también accionaba su arma y en esas se encontraban cuando
repentinamente, emergió de la selva un soldadito de apenas 19 años, llorando
aterrorizado, llevando su fusil a la rastra, sujeto por el caño.
Presa
del pánico, el muchacho pasó entre los guerrilleros y casi pisa al argentino en
su desesperación por alejarse del lugar.
El
“Rubio” le gritó a Bustos que no dejara escapar al conscripto y éste, como
catapultado, salió en su persecución, corriendo a través de la maraña.
Lo
alcanzó dentro del bosque, sobre la barranca y apuntándole con su M1 le ordenó
que se detuviera.
El
muchacho temblaba de pies a cabeza y suplicaba por su vida en quechua. Bustos
lo desarmó y dándole un empellón, lo llevó de regreso a la trinchera,
apuntándole directamente con el caño de su arma.
-¿Cazaste
uno, “Carlos”? – le dijo “Rolando” al verlo venir y luego agregó- Yo me
encargo, vuelve a tu posición8.
Grande
fue la sorpresa del “Pelado” cuando al llegar a la zanja, vio al “Rubio”
inmóvil, tendido sobre la hierba, tirado boca abajo, con el brazo derecho
estirado hacia adelante. Desesperado corrió hacia él y volteándolo suavemente,
le preguntó que sucedía.
-¡Rubio…
¿qué pasa?!
Pero el
cubano no podía hablar; el “Pelado” le volteó la cabeza para que pudiera
respira mejor y al hacerlo, notó que le faltaba parte del cráneo; recién
entonces reparó en que había materia encefálica dispersa por los alrededores.
Sin
poder hacer nada, se puso de pie y corrió hacia donde se encontraba “Rolando”
para contarle lo ocurrido.
-¡¡¡Médico!!!
–gritó aquel al conocer la novedad- ¡¡¡Un médico!!!
Era
demasiado tarde. Cuando el “Negro” llegó al lugar, el “Rubio” había expirado.
Era la primera baja sensible de la guerrilla y para peor, la de un cuadro
importante.
“Rolando”
desesperado se arrodilló junto al “Rubio” y trató de hablarle mientras
acomodaba su cuerpo lo mejor que podía. Fue entonces, que Bustos reparó en una
granada activada al pie del árbol más cercano, justo frente a ellos, a menos de
dos metros de donde se hallaba tirado el combatiente cubano.
Sin
pensarlo más, caminó hacia ella, la tomó cuidadosamente en sus manos y en ese
mismo momento tuvo conciencia del peligro que representaba.
Al pie del primer árbol, frente a lo
que era nuestra posición, un poco a la derecha, a un metro y medio de su mano
extendida, ahora inmóvil, encuentro una granada. Sin pensarlo, me agacho y la
levanto. La granada está activada, pero no ha estallado. Afortunadamente, no
doy un sacudón arrojándola lejos, cosa que podría haber desencadenado la
explosión, sino que –más paralizado de miedo que sagaz- la deposito suavemente
en su lugar9.
“Rolando”
dispuso un rastrillaje del campo de batalla, para recolectar las armas
capturadas, atender a los heridos y operar las lesiones del oficial enemigo,
que terminó falleciendo sobre la orilla. Otros dos soldados también habían
muerto y un tercero yacía herido junto al río.
Recibida
la información, el Che envió a la vanguardia como refuerzo y replegó su
posición hacia un sitio más resguardado, desde donde podía cubrir todos flancos
en caso de que el enemigo irrumpiese por uno de ellos.
Un
rápido análisis de la situación, llevó a “Rolando” a adelantar la emboscada 300
metros hacia el sur, ubicándola sobre una posición donde, según su parecer,
podían llegar refuerzos para el Ejército y le ordenó al “Pelado” recoger todas
las armas que pudiera y regresar al campamento, a dar cuenta al Che.
Bustos
partió barranca arriba, cargando media docena de fusiles y una vez en el
campamento, le hizo a su comandante un relato pormenorizado del enfrentamiento.
La conclusión del Che fue terminante, de acuerdo con las explicaciones, el
“Rubio” fue víctima del “fuego amigo”, es decir, de un disparo proveniente de
la propia guerrilla.
-La
posición era la primera a la derecha –le explicó el “Pelado” –, por donde venía
el ejército; no se veía nada, por la vegetación muy tupida. Cuando el soldado
nos pasó por encima, debe haber salido de la zanja para arrojar la granada y
cerrar el paso. La bala le atravesó la
cabeza, tenía el costado derecho del cráneo arrancado y un agujerito en el
izquierdo, sobre la sien.
-Por la
descripción de la herida, es una bala de Garand –dedujo el Che-, el fusil de
Braulio, y el tiro es nuestro10.
Al
mediodía tuvo lugar el penoso espectáculo de la llegada del cadáver. Los
combatientes lo traían en su hamaca, atada a su vez a un palo de cuatro metros
de largo, debajo del cual, el cuerpo oscilaba como un péndulo. Lo depositaron
en el suelo, frente al Che y allí permaneció hasta el día siguiente, cuando fue
enterrado en silenciosa ceremonia.
El
ejército perdió esa mañana tres hombres, el teniente Luis Saavedra y los
soldados Raúl Cornejo Campos y Ángel Flores Caballero; tuvo un herido, el
recluta Justo Cervantes Bernal y le tomaron siete prisioneros y todas sus
armas. Había sido sorprendido a las 10.30 de la mañana, cuando Saavedra se
introdujo directamente en la emboscada y terminó acribillado por fuego
proveniente de ambas márgenes del río.
El
joven teniente cayó gravemente herido, luego de recibir un tiro directo en el
pecho y otro en la cabeza y el resto de la sección se rindió a excepción de un
suboficial y dos conscriptos, que lograron evadirse hacia la Casa de Calamina,
donde el mayor Rubén Sánchez había instalado su puesto de mando.
Al
igual que Ciro Bustos, Gary Prado elogia las cualidades militares de “Rolando”.
…Rolando, con gran criterio táctico y
una adecuada valoración del terreno y de la probable reacción militar,
resuelve, por el contrario, adelantar su emboscada unos 300 m ya que así podía
causar más bajas. El Che aprueba esta decisión y al atardecer se produce el
segundo enfrentamiento11.
Notificado
el comando sobre la nueva emboscada, se le ordenó al mayor Rubén Sánchez
(Compañía “A”), marchar hacia el lugar con el objeto de reforzar a la sección
del teniente Saavedra.
Organizada
la reserva, Sánchez se puso en camino, llevando a los subtenientes Carlos
Martins y Jorge Ayala como segundos. Alcanzó el río a las 17.00. y media hora
después se introdujo en la emboscada de “Rolando”, sin tomar los recaudos
correspondientes, ni adoptar las medidas básicas que todo oficial debe tener en
cuenta a la hora de conducir a sus hombres al escenario de un enfrentamiento
reciente (siguió el mismo camino que la sección del teniente Saavedra).
Los
sesenta efectivos de la compañía fueron tomados por sorpresa y varios de ellos
cayeron heridos. En su desesperado
intento por organizar la defensa, el subteniente Ayala le ordenó a sus hombres
ponerse a cubierto pero en ese preciso instante recibió un tiro mortal y cayó
sin vida sobre el terreno. Junto a él perecieron los soldados Jaime Sanabria
Sandoval, Marcelo Maldonado Mita, Serapio Chavarría Arancibia y Víctor Miranda
Vidaure, seguidos inmediatamente después por Marcelo Ávalos Pacaño, José
Migabriel Sánchez y Zenón Parada Mendieta12.
El
combate no duró más de quince minutos y finalizó cuando el mayor Sánchez ordenó
la rendición. Los hombres arrojaron sus armas y alzaron las manos al tiempo que
los invasores se aproximaban a ellos apuntando con sus fusiles y ametralladoras13.
En
pleno combate, la fracción del subteniente Martins se dio a la fuga de manera
desordenada, con algunos de sus hombres heridos. No lejos de allí, el teniente
Remberto Lafuente, acababa de llegar a las márgenes del Ñancahuazu cuando
sintió la balacera y sin dudarlo un instante, corrió en apoyo del mayor
Sánchez, a quien creía hallar empeñado en combate. En el trayecto, se topó con
la gente de Martins, que retrocedía aterrada y al dar con el oficial, tomó
conocimiento pleno de lo acaecido, decidiendo entre ambos reagrupar a su gente
(unos cuarenta hombres en total) y regresar al campo de batalla.
Guerrilleros emboscados |
Reunir
nuevamente a la tropa les llevó varias horas y recién al caer el sol estuvieron
en condiciones de ponerse en marcha. Llegaron a la zona de la emboscada en
horas de la noche y al percibir movimientos sobre la ribera, se ocultaron entre
las rocas y esperaron.
Pocos
metros delante, apenas visibles, los invasores recorrían el terreno buscando
con sus linternas el armamento que las tropas habían arrojado al momento de
entregarse. Vieron sus haces de luz, sus sombras inmediatamente detrás y
sintieron sus voces mientras hablaban entre sí, algunos con acento extranjero.
Lafuente
decidió esperar, pues no deseaba delatar su ubicación y así pasó la noche, casi
sin moverse, aguardando las primeras luces para reiniciar el avance.
En esas
condiciones se encontraban cuando llegó el amanecer y las condiciones
estuvieron dadas para lanzarse al ataque.
Lafuente
hizo una seña, ordenando a su gente incorporarse pero justo cuando se ponían en
movimiento, notaron extraños movimientos delante y volvieron a agacharse,
listos para abrir fuego. Grande fue su sorpresa al ver surgir de la selva al
mayor Sánchez y a varios de sus hombres, avanzando con las manos en la nuca,
junto al cauce del río, seguidos por varios guerrilleros que les apuntaban con
sus armas.
Acababan
de pasar la noche en manos de sus captores, habían sido desarmados e
interrogados y ahora eran liberados por tandas, escoltados por al menos, diez
combatientes enemigos, hasta un recodo donde pensaban dejarlos ir.
Lafuente
se aprestaba a dar la orden de fuego, cuando los invasores repararon en su
presencia y detuvieron la marcha. Se produjo un momento de gran tensión cuando
estos amenazaron con asesinar a Sánchez con todos los prisioneros y fue
entonces que el oficial cautivo, alzando la voz, ordenó deponer la actitud.
-¡Váyanse
nomás, ya nos estamos yendo!14.
Lafuente
ordenó bajar las armas y uniéndose a los liberados, dispuso el repliegue,
enfilando directamente hacia la Casa de Calamina en tanto los guerrilleros se
alejaban en sentido contrario.
Esa
misma noche, una sección de soldados al mando del subteniente León, llevó a
cabo un operativo comando, traspasando las líneas enemigas con ropas de civil,
para rescatar los cuerpos de los caídos.
Ocho
muertos, trece heridos y veintitrés prisioneros fue el saldo del segundo
enfrentamiento, además de un considerable arsenal que quedó en poder de la
guerrilla. De ese modo, el total de bajas fatales se elevaba a once; siete los
heridos graves, otros tantos de distinta consideración y una veintena de
prisioneros, amén del armamento, cifras preocupantes, que llevaron al Alto
Mando boliviano a reconsiderar la situación.
Imágenes
La Compañía B de la IV División ocupa el Campamento Central de la Guerrilla (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
Soldados bolivianos hallan una chaqueta y un borceguí al apoderarse del campamento Central (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
La casa de Calamina en poder del Ejército (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
Un soldado monta guardia junto al anfiteatro en el campamento de Ñancahuazu (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
La IV División patrulla el Ñancahuazu (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
Paracaidistas del CITE se disponen a abordar un avión para volar a la zona de operaciones en el monte (Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires) |
Notas
1 Gary Prado Salmón,
op. Cit., p. 130.
2 Luis Reque Terán,
“Ñancahuazu. La lucha contra el ‘Che’ Guevara”.
http://www.airpower.maxwell.af.mil/apjinternational/apj-s/1993/1trimes93/reque.html
3 Producida por Darryl
F. Zanuck y dirigida por Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, fue
estrenada en 1962 por la productora 20th Century Fox.
4 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 336.
5 Ídem, p. 338.
6 “Joaquín” y otros
dos hombres, debían conducir a los enfermos a un lugar seguro.
7 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 341.
8 Ídem, p. 343.
9 Ídem, p. 344.
10 Ídem, pp. 344-345.
No se entiende la explicación que da Bustos en este pasaje de su libro. Primero
habla de un soldadito aterrado, que aparece llorando, arrastrando su fusil por
el caño y luego dice que salió de la zanja para arrojarles una granada y cerrar
el paso.
11 Gary Prado Salmón,
op. Cit., mp. 133.
12 Los soldados heridos
fueron Humberto Carvajal Morales, Freddy Alave Céspedes, Armando Martín
Sánchez, Ignacio Hirasini Benedicto, Mendabé Mendeporá Tapora y Gerardo
Gallardo Rodríguez.
13 El general Reque
Terán sitúa la muerte del “Rubio”, a quien erróneamente llama Jesús Cuevas
Ulloa, en el combate de las 17.30 horas.
14 Gary Prado Salmón,
op. Cit., pp. 134-135.