sábado, 31 de agosto de 2019

LOS COMBATES DE IRIPITÍ


19 de abril de 1967. El Ejército boliviano se introdujo dos veces en la misma emboscada



El 10 de abril de 1967, se produjeron dos nuevos enfrentamientos en Iripití, donde una vez más, el Ejército boliviano sufrió una estrepitosa derrota.
Desde su salida del Campamento Central, Ciro Roberto Bustos no le perdió los pasos al Che, quien marchaba en la obscuridad, apenas un metro delante, iluminando el camino con su linterna.
Las marchas se hacían de noche, con descansos de diez minutos cada una hora, mientras el comandante enviaba constantemente mensajeros a la vanguardia y la retaguardia, para evitar que se produjera la dispersión.
Aquella primera noche salieron al río, luego de atravesar una floresta en extremo tupida y un par de kilómetros más adelante torcieron hacia el norte, para seguir bajo un cielo cubierto de estrellas, en medio de un panorama fantasmagóricamente iluminado por la luna.
Fue una bendición para Bustos porque caminar a ciegas en medio de la espesura, no le resultaba agradable.

Amanecía cuando pasaron junto a los restos de los soldados muertos. Los combatientes desfilaron en silencio frente a ellos, observando detenidamente el estado en el que se encontraban los cuerpos, alineados sobre una pequeña playa de arena, con las cabezas apuntando hacia la vía de agua, los uniformes hechos jirones y sus cuerpos descarnados por alimañas y aves de rapiña.
Algo más adelante capturaron una vaca, que se apresuraron a carnear para aumentar la reserva de raciones y al anochecer reanudaron el avance, con Bustos desplazándose con bastante dificultad por el peso que llevaba, consistente en una frazada, la hamaca, ropas civiles, vasijas metálicas, utensilios, medicinas, su fusil M2 y las municiones, todo ello sin contar las provisiones.
Sin dejarse abatir, siguió caminando, tratando de disimular su estado de agotamiento lo mejor posible y mientras lo hacía, el camino de tornaba denso, las pendientes terriblemente pronunciadas y el entorno cada vez más agreste, haciendo que las etapas entre descanso y descanso, pareciesen interminables.
Así continuaron, con la misma rutina, avanzando de noche y ocultándose de día, hasta romper el cerco del Ejército y salir del perímetro cercado, orientados por los disparos al aire que las unidades bolivianas efectuaban para comunicarse entre sí.
Dejando el río a sus espaldas, se internaron en las alturas boscosas, tomando un sendero olvidado que apenas utilizaban unos pocos pastores para arriar su ganado.
Algo más adelante, el Che ordenó detener el avance y dispuso montar una emboscada. Su idea era esperar el momento oportuno para capturar Gutiérrez, un plan temerario que era necesario estudiar en detalle pues implicaba riesgos muy serios. Su idea consistía en apoderarse de la población, confiscar un vehículo y sacar en él a Bustos y Debray.
Bajo el magnífico cielo estrellado, el francés y el mendocino entregaron sus armas, mutaron sus uniformes por ropas de civil, se lavaron y afeitaron y cuando hubieron terminado, se dispusieron a recibir nuevas directivas.


El 1 de abril, el flamante comandante de la IV División, coronel Joaquín Zenteno Anaya, se apresuró a cursar la Orden General de Operaciones 2/67 que establecía la disposición de tres bases de patrullas de valor compañía, para reconocer el terreno en diferentes direcciones y determinar la ubicación del grupo invasor.
El operativo quedó organizado de la siguiente manera:

1- Compañía “A”, al mando del mayor Rubén Sánchez, debía ocupar Yuqui.

2- Compañía “B”, al mando del capitán Alfredo Calvi, hacer lo propio en el Pincal.

3- Compañía “C”, al mando del capitán Raúl López, lo mismo en la laguna Pirirenda.

4- Compañía “D”, de reserva, al mando del capitán Celso Torredio, mantenerse en espera en Lagunillas1.

Las mencionadas unidades se pusieron en marcha el 3 de abril pero los resultados de sus patrullas no arrojaron resultados
El día 7, el comando de la División expidió la Orden General de Operaciones 3/67, dejando sin efecto el procedimiento y poniendo en práctica un plan alternativo, previamente bosquejado. De acuerdo al dispositivo elaborado por el comando, la Compañía “A” debía permanecer en el área (Casa de Calamina) y constituir dos centros de fuego en ambas márgenes del cañadón al tiempo que realizaba reconocimiento del terreno al norte de Iripití, tres kilómetros hacia el oeste, con el fin de alcanzar las márgenes del río Yuque y aproximarse a Tiraboy2.
La Compañía “B” fue enviada por el sendero que conducía hacia el campamento guerrillero para ocuparlo, ubicar otras posiciones (cuevas, trincheras, túneles, trampas, fosos, depósitos) y luego relevar el área comprendida por la confluencia de la quebrada Overa, penetrando en su interior y proseguir hacia Pampa del Tigre. La misión de la Compañía “C” era inspeccionar el camino Gutiérrez-Pirirenda y proseguir luego hasta Tiraboy en un movimiento de pinzas que tenía a la “A” en el otro extremo y la de reserva (Compañía “D”), ocupar Gutiérrez y desde allí explorar hasta Ipatá y La Herradura.


Al ver a Bustos desarmado, el Che le preguntó dónde estaba su fusil. Su compatriota le respondió que lo había entregado por indicación de “Pombo” y entonces, el comandante llamó al cubano y le ordenó que le restituyesen un arma, porque siendo tan reducido el número de hombres, iban a necesitar combatientes.

-Somos pocos y quiero que él esté armado –le dijo– Entrégale el fusil de “Tania”, así ella misma lo trae al regreso.

La joven argentina protestó cuando “Pombo” le solicitó su M1, pero finalmente lo entregó. Casi en el mismo instante, la columna reinició la marcha y a poco de andar comenzó a bordear una finca cercada, siempre en dirección a Gutiérrez, tratando de hacer el menor ruido posible.
A mitad de camino, llegó un correo anunciando que la vanguardia se encontraba ya en la aldea y que sus pobladores estaban sumamente angustiados porque el Ejército había llegado media hora antes y acampaba cerca; los pobres campesinos temían quedar en medio de un enfrentamiento.
La película norteamericana El día más largo es un clásico del cine bélico. Trata sobre el Día “D”, el desembarco en Normandía y está protagonizada por un elenco estelar3. En una de sus escenas, una patrulla norteamericana avanza por una senda a través del bosque, pegada a un muro de piedra, bajo. En sentido contrario, lo hace un pelotón alemán, justo del otro lado. El encuentro de ambas unidades es inminente pero el paso de unos aviones, en plena obscuridad, levita que hagan contacto visual. Tanto alemanes como norteamericanos alzan la vista al mismo tiempo y sin dejar de avanzar, pasan unos junto a otros, a escasos centímetros de distancia, sin percatarse de su presencia.
En Gutiérrez, aquella noche, pasó algo parecido.

Cuando nosotros veníamos desde el río hasta aquí por la cañada, el ejército hacía el camino inverso, peor por el filo de la loma. Eso impidió un choque sorpresivo. Ahora volveríamos nosotros por arriba y, era de esperar, ellos por la quebrada4.

Luego de acampar un día entero en Gutiérrez, habiendo asado la carne de algunos cerdos que habían comprado para incrementar las raciones, los guerrilleros se pusieron de pie y reanudaron la marcha.
Bustos miró su reloj y vio que eran las 03.00, y como lo había hecho hasta entonces, se pegó nuevamente al Che, y así continuó durante varias horas, intentando seguir el ritmo de sus compañeros.
De repente, al salir nuevamente al río, la columna se topó con una sección enemiga que avanzaba en sentido opuesto, siguiendo el cauce. Para su fortuna, los soldados no los vieron y eso les dio tiempo de agazaparse y mimetizarse entre la vegetación, con el agua a la altura del pecho. Sin embargo, el peligro no había pasado porque después de cruzar la vía de agua, los efectivos se sentaron en la orilla, conversando despreocupadamente.
Como dice el “Pelado”, “De estornudar cualquiera de los guerrilleros, empapados en agua fría e inmóviles pero listos para el ataque, la lucha estaba servida”5.
Pasados varios minutos, la tropa se incorporó y continuó su avance, alejándose en dirección sur, ignorante del peligro que la acechaba.
Los hombres del Che, salieron de entre los juncos y tomando todas las precauciones, echaron a andar, muy lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible.
Desplazándose por la banda izquierda del cauce, el grupo comenzó a ascender  una loma, siempre en dirección norte, la mayoría de ellos ignorando donde estaban y a donde se dirigían.
Poco después, la vanguardia se topó con dos campesinos que llevaban vacas hacia un corral. Resultaron ser empleados de Argañaraz, de ahí su decisión de incautar un par de reses para carnearlas y acrecentar las reservas.
Con el río nuevamente a sus espaldas, volvieron a meterse en el monte y una hora después se detuvieron a merendar. Permanecieron en ese lugar hasta la caída del sol y mientras lo hacían, se pusieron al tanto de las últimas noticias, a través de la radio.
Al parecer, el Ejército se había apoderado del campamento central y patrullaba sus alrededores; lo informaba el periodista chileno Héctor Precht, para luego agregar que entre los objetos incautados por la tropa, destacaba una fotografía del Che Guevara, si barba y con una pipa, algo que sumió en profunda preocupación al comandante guerrillero porque era un indicio importante de su presencia en Bolivia. Sin perder tiempo, organizó una patrulla y la envió hacia el campamento, para ver que estaba ocurriendo6.
El 9 de abril la columna alcanzó otra loma. El comandante ordenó hacer un alto y enseguida distribuyó los puestos de observación para luego establecer una emboscada adelantada a trescientos metros del lugar y enviar a algunos hombres a inspeccionar los contornos. A Bustos e “Inti” Peredo les tocó el primer turno de guardia y así lo dejó asentado el primero en su libro.

…nos destinó a Inti y a mí al primer turno de guardia, en la posición de observación de la emboscada, arriba de una loma. Terminado el café, partimos a nuestro puesto. La subida era bastante fuerte, por lo que llegamos jadeando al lugar, muy bien elegido, en un ángulo del cerro que permitía una visión perfecta del río hacia ambos lados. Lugar como predestinado para servir de mirador, disponía de un claro bajo grandes árboles, donde las marcas dejadas por los vigías de esos días nos invitaban a sentarnos cómodos, frente a frente, respaldados en los troncos. Enfrente mío, un tramo de río, allá, a unos centenares de metros, quizás un kilómetro hacia el sur, río arriba; Inti miraba detrás de mí, dirección norte, río abajo7.

Mientras “Inti” limpiaba su M2 sobre un paño que había desplegado    previamente sobre el suelo, el “Pelado” oteaba el horizonte, atento a cualquier movimiento. En esas estaban, conversando despreocupadamente, cuando sorpresivamente, emergieron de la fronda dos soldados, quienes se introdujeron lentamente en el agua, llevando sus fusiles al pecho. Inmediatamente detrás aparecieron otros, casi pisándoles los talones; como su avanzada, se metieron en el río y una vez en la orilla opuesta, se reagruparon, para seguir río abajo, directamente hacia donde se encontraba el puesto de observación (PO).
Jesús Suárez Gayol
el "Rubio"
El mendocino comprendió que el choque era inminente y así se lo advirtió a su compañero. Éste le indicó que corriese hacia la emboscada para advertir a “Rolando” en tanto él permanecía en el lugar para contener el avance.
El “Pelado” salió disparado y en el trayecto, se topó con “Papi” y el “Negro”, quienes subían a relevarlos.
Siguiendo su costumbre, el cubano lo recibió con una humorada pero cuando el argentino le explicó lo que sucedía, mutó su rostro por una expresión grave y después de indicarle que fuese inmediatamente a dar parte a “Rolando”, le ordenó al “Negro” que se dirigiese a toda prisa hacia el campamento, para advertir al Che.
Mientras los emisarios partían a la carrera, “Papi” se adelantó hasta el PO, parapetándose junto a “Inti”, listo para abrir fuego. Bustos alcanzó la emboscada y pasó la información. Ni bien terminó de hablar, “Rolando” le señaló un sitio, a la derecha, por donde debería llegar el enemigo y comenzó a impartir indicaciones mientras se guarecía detrás de un tronco. 
El lugar era una suerte de zanja natural, producto del desborde de los ríos, cubierta por ramas, hojas, piedras y hasta los cuerpos de animales muertos, ya secos, según refiere el “Pelado”. Varios árboles y hasta un cañaveral la separaban del río, distante a una docena de metros a la derecha y una leve barranca la cerraba por el costado opuesto.
Bustos aguardaba con su fusil en las manos, atento al menor sonido; dos metros a su izquierda, el “Rubio”, Jesús Suárez Gayol, el ex viceministro del Azúcar, esperaba también al enemigo.

-¿Los has visto, “Carlos”? –le preguntó– ¿Cuántos son?

El mendocino estaba a punto de responderle cuando el electrizante sonido de una balacera sacudió los alrededores.

-¡Ay, mamita, mi mamaíta…! – oyó gritar a alguien.

Sin saber que hacer, el “Pelado” alzó su rifle y disparó hacia las matas que le cortaban la visión, tirando más por instinto que otra cosa. A su lado, el “Rubio” también accionaba su arma y en esas se encontraban cuando repentinamente, emergió de la selva un soldadito de apenas 19 años, llorando aterrorizado, llevando su fusil a la rastra, sujeto por el caño.
Presa del pánico, el muchacho pasó entre los guerrilleros y casi pisa al argentino en su desesperación por alejarse del lugar.
El “Rubio” le gritó a Bustos que no dejara escapar al conscripto y éste, como catapultado, salió en su persecución, corriendo a través de la maraña.
Lo alcanzó dentro del bosque, sobre la barranca y apuntándole con su M1 le ordenó que se detuviera.
El muchacho temblaba de pies a cabeza y suplicaba por su vida en quechua. Bustos lo desarmó y dándole un empellón, lo llevó de regreso a la trinchera, apuntándole directamente con el caño de su arma.

-¿Cazaste uno, “Carlos”? – le dijo “Rolando” al verlo venir y luego agregó- Yo me encargo, vuelve a tu posición8.

Grande fue la sorpresa del “Pelado” cuando al llegar a la zanja, vio al “Rubio” inmóvil, tendido sobre la hierba, tirado boca abajo, con el brazo derecho estirado hacia adelante. Desesperado corrió hacia él y volteándolo suavemente, le preguntó que sucedía.

-¡Rubio… ¿qué pasa?!

Pero el cubano no podía hablar; el “Pelado” le volteó la cabeza para que pudiera respira mejor y al hacerlo, notó que le faltaba parte del cráneo; recién entonces reparó en que había materia encefálica dispersa por los alrededores.
Sin poder hacer nada, se puso de pie y corrió hacia donde se encontraba “Rolando” para contarle lo ocurrido.

-¡¡¡Médico!!! –gritó aquel al conocer la novedad- ¡¡¡Un médico!!!

Era demasiado tarde. Cuando el “Negro” llegó al lugar, el “Rubio” había expirado. Era la primera baja sensible de la guerrilla y para peor, la de un cuadro importante.
“Rolando” desesperado se arrodilló junto al “Rubio” y trató de hablarle mientras acomodaba su cuerpo lo mejor que podía. Fue entonces, que Bustos reparó en una granada activada al pie del árbol más cercano, justo frente a ellos, a menos de dos metros de donde se hallaba tirado el combatiente cubano.
Sin pensarlo más, caminó hacia ella, la tomó cuidadosamente en sus manos y en ese mismo momento tuvo conciencia del peligro que representaba.

Al pie del primer árbol, frente a lo que era nuestra posición, un poco a la derecha, a un metro y medio de su mano extendida, ahora inmóvil, encuentro una granada. Sin pensarlo, me agacho y la levanto. La granada está activada, pero no ha estallado. Afortunadamente, no doy un sacudón arrojándola lejos, cosa que podría haber desencadenado la explosión, sino que –más paralizado de miedo que sagaz- la deposito suavemente en su lugar9.

“Rolando” dispuso un rastrillaje del campo de batalla, para recolectar las armas capturadas, atender a los heridos y operar las lesiones del oficial enemigo, que terminó falleciendo sobre la orilla. Otros dos soldados también habían muerto y un tercero yacía herido junto al río.
Recibida la información, el Che envió a la vanguardia como refuerzo y replegó su posición hacia un sitio más resguardado, desde donde podía cubrir todos flancos en caso de que el enemigo irrumpiese por uno de ellos.
Un rápido análisis de la situación, llevó a “Rolando” a adelantar la emboscada 300 metros hacia el sur, ubicándola sobre una posición donde, según su parecer, podían llegar refuerzos para el Ejército y le ordenó al “Pelado” recoger todas las armas que pudiera y regresar al campamento, a dar cuenta al Che.
Bustos partió barranca arriba, cargando media docena de fusiles y una vez en el campamento, le hizo a su comandante un relato pormenorizado del enfrentamiento. La conclusión del Che fue terminante, de acuerdo con las explicaciones, el “Rubio” fue víctima del “fuego amigo”, es decir, de un disparo proveniente de la propia guerrilla.

-La posición era la primera a la derecha –le explicó el “Pelado” –, por donde venía el ejército; no se veía nada, por la vegetación muy tupida. Cuando el soldado nos pasó por encima, debe haber salido de la zanja para arrojar la granada y cerrar el paso.  La bala le atravesó la cabeza, tenía el costado derecho del cráneo arrancado y un agujerito en el izquierdo, sobre la sien.

-Por la descripción de la herida, es una bala de Garand –dedujo el Che-, el fusil de Braulio, y el tiro es nuestro10.

Al mediodía tuvo lugar el penoso espectáculo de la llegada del cadáver. Los combatientes lo traían en su hamaca, atada a su vez a un palo de cuatro metros de largo, debajo del cual, el cuerpo oscilaba como un péndulo. Lo depositaron en el suelo, frente al Che y allí permaneció hasta el día siguiente, cuando fue enterrado en silenciosa ceremonia.


El ejército perdió esa mañana tres hombres, el teniente Luis Saavedra y los soldados Raúl Cornejo Campos y Ángel Flores Caballero; tuvo un herido, el recluta Justo Cervantes Bernal y le tomaron siete prisioneros y todas sus armas. Había sido sorprendido a las 10.30 de la mañana, cuando Saavedra se introdujo directamente en la emboscada y terminó acribillado por fuego proveniente de ambas márgenes del río.
El joven teniente cayó gravemente herido, luego de recibir un tiro directo en el pecho y otro en la cabeza y el resto de la sección se rindió a excepción de un suboficial y dos conscriptos, que lograron evadirse hacia la Casa de Calamina, donde el mayor Rubén Sánchez había instalado su puesto de mando.
Al igual que Ciro Bustos, Gary Prado elogia las cualidades militares de “Rolando”.

…Rolando, con gran criterio táctico y una adecuada valoración del terreno y de la probable reacción militar, resuelve, por el contrario, adelantar su emboscada unos 300 m ya que así podía causar más bajas. El Che aprueba esta decisión y al atardecer se produce el segundo enfrentamiento11.

Notificado el comando sobre la nueva emboscada, se le ordenó al mayor Rubén Sánchez (Compañía “A”), marchar hacia el lugar con el objeto de reforzar a la sección del teniente Saavedra.
Organizada la reserva, Sánchez se puso en camino, llevando a los subtenientes Carlos Martins y Jorge Ayala como segundos. Alcanzó el río a las 17.00. y media hora después se introdujo en la emboscada de “Rolando”, sin tomar los recaudos correspondientes, ni adoptar las medidas básicas que todo oficial debe tener en cuenta a la hora de conducir a sus hombres al escenario de un enfrentamiento reciente (siguió el mismo camino que la sección del teniente Saavedra).
Los sesenta efectivos de la compañía fueron tomados por sorpresa y varios de ellos cayeron heridos.  En su desesperado intento por organizar la defensa, el subteniente Ayala le ordenó a sus hombres ponerse a cubierto pero en ese preciso instante recibió un tiro mortal y cayó sin vida sobre el terreno. Junto a él perecieron los soldados Jaime Sanabria Sandoval, Marcelo Maldonado Mita, Serapio Chavarría Arancibia y Víctor Miranda Vidaure, seguidos inmediatamente después por Marcelo Ávalos Pacaño, José Migabriel Sánchez y Zenón Parada Mendieta12.
El combate no duró más de quince minutos y finalizó cuando el mayor Sánchez ordenó la rendición. Los hombres arrojaron sus armas y alzaron las manos al tiempo que los invasores se aproximaban a ellos apuntando con sus fusiles y ametralladoras13.
Guerrilleros emboscados
En pleno combate, la fracción del subteniente Martins se dio a la fuga de manera desordenada, con algunos de sus hombres heridos. No lejos de allí, el teniente Remberto Lafuente, acababa de llegar a las márgenes del Ñancahuazu cuando sintió la balacera y sin dudarlo un instante, corrió en apoyo del mayor Sánchez, a quien creía hallar empeñado en combate. En el trayecto, se topó con la gente de Martins, que retrocedía aterrada y al dar con el oficial, tomó conocimiento pleno de lo acaecido, decidiendo entre ambos reagrupar a su gente (unos cuarenta hombres en total) y regresar al campo de batalla.
Reunir nuevamente a la tropa les llevó varias horas y recién al caer el sol estuvieron en condiciones de ponerse en marcha. Llegaron a la zona de la emboscada en horas de la noche y al percibir movimientos sobre la ribera, se ocultaron entre las rocas y esperaron.
Pocos metros delante, apenas visibles, los invasores recorrían el terreno buscando con sus linternas el armamento que las tropas habían arrojado al momento de entregarse. Vieron sus haces de luz, sus sombras inmediatamente detrás y sintieron sus voces mientras hablaban entre sí, algunos con acento extranjero.
Lafuente decidió esperar, pues no deseaba delatar su ubicación y así pasó la noche, casi sin moverse, aguardando las primeras luces para reiniciar el avance.
En esas condiciones se encontraban cuando llegó el amanecer y las condiciones estuvieron dadas para lanzarse al ataque.
Lafuente hizo una seña, ordenando a su gente incorporarse pero justo cuando se ponían en movimiento, notaron extraños movimientos delante y volvieron a agacharse, listos para abrir fuego. Grande fue su sorpresa al ver surgir de la selva al mayor Sánchez y a varios de sus hombres, avanzando con las manos en la nuca, junto al cauce del río, seguidos por varios guerrilleros que les apuntaban con sus armas.
Acababan de pasar la noche en manos de sus captores, habían sido desarmados e interrogados y ahora eran liberados por tandas, escoltados por al menos, diez combatientes enemigos, hasta un recodo donde pensaban dejarlos ir.
Lafuente se aprestaba a dar la orden de fuego, cuando los invasores repararon en su presencia y detuvieron la marcha. Se produjo un momento de gran tensión cuando estos amenazaron con asesinar a Sánchez con todos los prisioneros y fue entonces que el oficial cautivo, alzando la voz, ordenó deponer la actitud.

-¡Váyanse nomás, ya nos estamos yendo!14.

Lafuente ordenó bajar las armas y uniéndose a los liberados, dispuso el repliegue, enfilando directamente hacia la Casa de Calamina en tanto los guerrilleros se alejaban en sentido contrario.
Esa misma noche, una sección de soldados al mando del subteniente León, llevó a cabo un operativo comando, traspasando las líneas enemigas con ropas de civil, para rescatar los cuerpos de los caídos.
Ocho muertos, trece heridos y veintitrés prisioneros fue el saldo del segundo enfrentamiento, además de un considerable arsenal que quedó en poder de la guerrilla. De ese modo, el total de bajas fatales se elevaba a once; siete los heridos graves, otros tantos de distinta consideración y una veintena de prisioneros, amén del armamento, cifras preocupantes, que llevaron al Alto Mando boliviano a reconsiderar la situación.

Imágenes



La Compañía B de la IV División ocupa el Campamento Central
de la Guerrilla
(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)


Soldados bolivianos hallan una chaqueta y un borceguí
al apoderarse del campamento Central

(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)


La casa de Calamina en poder del Ejército
(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)


Un soldado monta guardia junto al anfiteatro
en el campamento de Ñancahuazu
(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)



La IV División patrulla el Ñancahuazu
(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)



Paracaidistas del CITE se disponen a abordar un avión para volar
a la zona de operaciones en el monte
(Fotografía: "La Razón" de Buenos Aires)
Notas
1 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 130.
2 Luis Reque Terán, “Ñancahuazu. La lucha contra el ‘Che’ Guevara”.
http://www.airpower.maxwell.af.mil/apjinternational/apj-s/1993/1trimes93/reque.html
3 Producida por Darryl F. Zanuck y dirigida por Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, fue estrenada en 1962 por la productora 20th Century Fox.
4 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 336.
5 Ídem, p. 338.
6 “Joaquín” y otros dos hombres, debían conducir a los enfermos a un lugar seguro.
7 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 341.
8 Ídem, p. 343.
9 Ídem, p. 344.
10 Ídem, pp. 344-345. No se entiende la explicación que da Bustos en este pasaje de su libro. Primero habla de un soldadito aterrado, que aparece llorando, arrastrando su fusil por el caño y luego dice que salió de la zanja para arrojarles una granada y cerrar el paso.
11 Gary Prado Salmón, op. Cit., mp. 133.
12 Los soldados heridos fueron Humberto Carvajal Morales, Freddy Alave Céspedes, Armando Martín Sánchez, Ignacio Hirasini Benedicto, Mendabé Mendeporá Tapora y Gerardo Gallardo Rodríguez.
13 El general Reque Terán sitúa la muerte del “Rubio”, a quien erróneamente llama Jesús Cuevas Ulloa, en el combate de las 17.30 horas.
14 Gary Prado Salmón, op. Cit., pp. 134-135.