DEBRAY Y BUSTOS EN PODER DE LA CIA
Régis Debray es interrogado por el Ejército boliviano Junto a él, de uniforme claro, el mayor Roberto Quintanilla |
El
8 de mayo a las 10.30 de la mañana, la columna guerrillera se encontraba
estacionada en el Campamento Central, cuando fue sorprendida por una serie de
disparos provenientes de la quebrada.
El
Che ordenó tomar las armas y adoptar posiciones de combate mientras esperaban
la llegada de algún mensajero con las últimas novedades.
A
las 10 a.m. “Pachungo” y “Moro” aguardaban en el sector de trincheras cuando creyeron distinguir dos figuras
avanzando por la ribera del Ñancahuazu. Se trataba de dos efectivos de la
Compañía “F” de la Escuela Militar de Clases, quienes regresaban a la Casa de
Calamina cargando maíz y pescado para engrosar las raciones de la tropa.
Los
hombres venían despreocupados, conversando animadamente, dando incluso la
sensación de hallarse ajenos al conflicto que se estaba desarrollando, cuando
los guerrilleros les dieron la voz de alto. Lejos de acatarla, arrojaron ambos
su carga e intentaron huir, pero los disparos dieron con ellos sobre el
terreno, el soldado Roger Rojas Toledo alcanzado en las piernas y Néstor
Sánchez Cuéllar en el vientre1.
Quedaron
allí tirados, con su carga de mazorcas desparramada a su alrededor, pidiendo
por favor que no los matasen.
“Pachungo”
y “Moro” se les aproximaron y apuntándoles con sus armas, procedieron a
interrogarlos. Los jóvenes soldados estaban realmente asustados; dijeron
pertenecer a una compañía apostada a 30 minutos río arriba y confirmaron que se
dirigían allí luego de haber ido a buscar provisiones por cuenta propia.
Dos
horas después, cuando “Pombo” hacía el relevo, aparecieron otros dos hombres,
armados ambos con carabinas M1, quienes fueron tomados prisioneros y sometidos
a interrogatorio.
Uno
de los cautivos logró escapar y corrió hasta su campamento para dar parte de lo
ocurrido. Sin perder tiempo, el decidido teniente Arnez comisionó al
subteniente Henry Laredo Arce y lo envió a inspeccionar el área donde se había
producido la escaramuza para corroborar la presencia enemiga.
La
sección se puso en marcha alrededor de las 3 p.m. y una hora después, alcanzó
la Quebrada Overa, introduciéndose en la emboscada lenta y cautelosamente.
Reque
Terán sostiene que se entabló un intenso combate (lo sitúa el día 6), en tanto
Gary Prado habla de un corto enfrentamiento durante el cual, cayeron abatidos
el subteniente Laredo y los cabos Alfredo Arroyo Pizarro y Luis Peláez Sepiri,
en tanto los soldados José Villarroel Villarroel y Rodolfo Pinto Céspedes,
resultaron heridos. Cinco hombres más fueron hechos prisioneros, los
conscriptos Néstor Cuentas y José Camacho, del Regimiento “Bolívar” y los cabos
alumnos Waldo Eizaga, Hugo Soto Lora y Max Torres León, los tres de la Escuela
Militar de Clases2. Los catorce restantes se dieron a la fuga,
internándose en el monte desordenadamente.
Los
guerrilleros se hicieron de sus raciones, diez fusiles y todas las municiones y
por la noche liberaron a los prisioneros, luego de explicárseles las causas de
su presencia y los fines de la lucha revolucionaria. Algo que sorprendió a los
invasores, cuando revisaban las pertenencias del subteniente Laredo, fue una
carta de su esposa, pidiéndole la cabellera de un subversivo para adornar su
casa3.
Enterado
el Che de los pormenores de la acción, dispuso la inmediata evacuación del
campamento pues, tal como aconteció algunas horas después, esperaba
represalias.
La
columna se puso en marcha antes de la salida del sol por el camino a Iripití,
decisión acertada porque en las primeras horas del día, piezas de artillería
abrieron fuego desde la Casa de Calamina en tanto la aviación, ametrallaba y
bombardeaba el campamento y las posibles rutas de escape.
Mal
dormida y extenuada (apenas racionaban sopa de tocino y café), la columna
invasora logró eludir los ataques y retirarse hacia el norte, sin sufrir las
consecuencias del ataque.
Volvemos
a hacer hincapié en la fortaleza de esa gente, derrotando en reiteradas
ocasiones a un enemigo que los cuadruplicaba en número, bien pertrechado y
apoyado por la aviación, eludiendo su cerco una y otra vez, sin suministros, ni
vituallas, ni medicinas.
Cerca
de las 10 a.m., tras la incursión de la FAB, la Compañía “F” (teniente Arnez),
que venía desde Yuqui reforzada por la Compañía “A” (teniente Lafuente), ocupó
el Campamento Central -esta vez definitivamente- y cerró las vías de acceso.
Las tropas entraron cautelosamente, avanzando desde el sur y el oeste y tomaron posiciones, sin encontrar resistencia, rastrillando los alrededores y apoderándose de todos los objetos que podían ser útiles para la detección y persecución del enemigo.
Una patrulla del Ejército boliviano ocupa el Campamento Central de la guerrilla |
Las tropas entraron cautelosamente, avanzando desde el sur y el oeste y tomaron posiciones, sin encontrar resistencia, rastrillando los alrededores y apoderándose de todos los objetos que podían ser útiles para la detección y persecución del enemigo.
Como
explica Gary Prado, la situación de extremo debilitamiento de la columna
invasora obligó a su jefe a cruzar el Ñancahuazu hacia el este, en busca de las
zonas pobladas, necesitado como estaba de surtirse de provisiones y
medicamentos, cuya escasez comenzaba a ser preocupante.
Tomando
el camino a Pirirenda, se dirigió hacia la carretera Camiri-Santa Cruz de la
Sierra, aún sabiendo que se introducía en un área fuertemente vigilada por las
fuerzas de represión.
La
captura de Régis Debray tenía conmocionada a la opinión pública internacional y
motivó que toda una corriente de reporteros gráficos, periodistas, analistas
políticos y camarógrafos convergiesen sobre el oriente boliviano para cubrir la
primicia.
El
hecho de que tanto él como Bustos estuviesen vivos, se debió a un hecho
fortuito, que sus captores jamás imaginaron.
Parados
uno a cada lado del patio, con un guardia apuntándoles a solo un metro de
distancia, de pie contra una columna, aguardaban los tres un destino incierto.
Pasadas
un par de horas, el cansancio era una tortura y sus piernas se negaban a seguir
sosteniéndolos. El “Pelado” intentó ponerse en cuclillas pero el soldado que
estaba a su lado se lo impidió.
-¡¡Párese,
carajo!! – le gritó acercándole el caño de su fusil.
¿Qué
iba a ser de ellos? ¿Qué suerte les esperaba? De momento lo ignoraban, pero
desde el techo de una casa vecina, el corresponsal del diario “Presencia” de La
Paz, registró con su cámara lo que estaba sucediendo y eso los salvó de una
muerte segura.
Las
imágenes fueron reproducidas por los medios de prensa del mundo entero y tanto
el francés como el argentino, terminaron por ser reconocidos, el último cuando
su esposa Ana María y su amigo Oscar del Barco, compraron en Córdoba un
ejemplar de “La Voz del Interior” y casi se desploman al verlo detenido, con un
guardia apuntándole amenazadoramente. Le enseñaron la noticia al resto del
grupo y sin perder tiempo iniciaron los contactos para estudiar los próximos pasos.
Las
fotografías dieron la vuelta al mundo y en Francia causaron gran revuelo; uno
de sus hijos más preclaros y para más, escritor e intelectual de izquierda, se
hallaba detenido en una obscura prisión del Tercer Mundo, en manos de salvajes,
de acuerdo a la concepción de su población.
Los
detenidos fueron conducidos hasta una sala de reducidas dimensiones y allí
permanecieron incomunicados varias horas. Al medio día, un helicóptero se posó
en el patio interno del edificio y poco después, dos guardias condujeron a
Debray hasta él, llevándolo casi al trote, con las manos esposadas en las
espaldas. El aparato remontó vuelo y se alejó para regresar en horas de la
tarde en busca de Roth.
Sólo,
en su celda-habitación, el mendocino se puso a pensar como podía ocultar los dos mil dólares que llevaba
encima y que al no haber sido revisado por sus captores, aún conservaba entre
sus ropas. Práctico un agujero de escasos tres centímetros en el gabán que le
entregara el Che y haciendo pequeños rollitos, fue introduciendo los billetes
entre el forro interior y el cuero, tarea que le llevó toda la noche.
Recién a las 9 a.m. del día siguiente regresó el helicóptero, esta vez para llevarlo a él. Los guardias le ataron los brazos a la espalda y a empellones, lo sacaron al patio, para introducirlo en la cabina. Se trataba de un aparato de reducidas dimensiones, de apenas dos plazas con un pequeño espacio detrás, donde el prisionero fue amarrado a unos caños del fuselaje.
Régis Debray detenido en el casino de oficiales de "La Esperanza". En la fotografía junto al capitán Padilla |
Recién a las 9 a.m. del día siguiente regresó el helicóptero, esta vez para llevarlo a él. Los guardias le ataron los brazos a la espalda y a empellones, lo sacaron al patio, para introducirlo en la cabina. Se trataba de un aparato de reducidas dimensiones, de apenas dos plazas con un pequeño espacio detrás, donde el prisionero fue amarrado a unos caños del fuselaje.
La
nave remontó vuelo, llevando en el asiento del acompañante a un agente de la
Dirección de Investigaciones Criminales (DIC) que apuntaba a Bustos
permanentemente con su pistola.
El
motor del helicóptero hacía un ruido ensordecedor dentro de la cabina, tanto
que por un momento el prisionero creyó enloquecer. Para su fortuna, se fue
adaptando rápidamente y al cabo de algunos minutos, se hallaba repuesto. Más
aliviado, se dispuso a observar el paisaje por el que había andado con la
guerrilla los dos últimos meses pero un denso banco de niebla frustró esa intención.
La curiosidad dio paso al pánico y este a la incertidumbre.
Según
Bustos, volaron un buen trecho a ciegas, con el piloto y su acompañante
extremadamente nerviosos. Al cabo de un cuarto de hora que le pareció
interminable, salieron a cielo abierto, encontrándose con una pare de piedra
frente a ellos, a escasos metros delante del aparato. El piloto echó
bruscamente los mandos hacia atrás e invirtió los alerones para elevarse y
retroceder, evitando de ese modo un impacto seguro. Demostró gran habilidad al
efectuar la maniobra y un notable aplomo para enfrentar el peligro.
Pasado
el susto, retomaron la marcha y quince minutos después se posaron sobre un
campo de fútbol, en lo que parecía ser una unidad militar. El “Pelado” lo
ignoraba pero estaba en Choreti, cerca de Camiri, el cuartel donde días antes
habían llevado al “Loro” para interrogarlo.
El
mendocino fue sacado bruscamente del interior de la aeronave y conducido a una
de las edificaciones, para ser interrogado por varios uniformados que se
encontraban allí.
-¿Usted,
cómo se llama? – gritó el que parecía estar al mando.
Bustos
recordó su entrenamiento en La Habana y respondió con evasivas. Dijo ser Carlos
Alberto Fructuoso, de profesión ingeniero civil y pertenecer como voluntario a
cierto comité de defensa de presos políticos,; agregó que escribía para varias
publicaciones y que se encontraba allí invitado por una mujer peruana o
boliviana de nombre Elma o Edma, que recorría el continente asistiendo a los
detenidos en sus necesidades. De acuerdo con su versión, participaba en el
proyecto de manera independiente y debía encontrarse con ella en La Paz para
coordinar sus próximos movimientos. Agregó que había viajado a Sucre en el
mismo ómnibus que Debray para asistir a una reunión que tendría lugar en el
interior del país, suponía al francés un observador internacional y finalizó
explicando que desde aquella capital siguieron a Camiri para cubrir los hechos
que se estaban desarrollando.
De
muy malos modos lo obligaron a desvestirse y cuando hubo finalizado, comenzaron
a revisarle la ropa. Fue ahí donde dieron con los billetes que tenía escondidos
en el forro del gabán.
Hubo
gran agitación en la dependencia al ser descubiertos el “tesoro”. Bustos fue
obligado a vestirse de nuevo y luego de ser nuevamente esposado, lo sacaron del
edificio hasta una pequeña casilla abandonada, próxima a la entrada, una
pocilga llena de desperdicios cuya única ventana se hallaba tapiada con tablas.
Lo arrojaron dentro, en medio de moscas y cucarachas y al salir cerraron la
puerta con cadenas.
Bustos quedó allí parado, en medio de la habitación, sin más que hacer, salvo mirar a través de las rendijas que separaban las tablas de la puerta. Desde su posición, podía abarcar una parte del patio principal de la unidad, posiblemente el jardín posterior, la curva del camino, el campo de fútbol y el guardia parado junto a la casilla. De repente, un grupo de soldados salió de otro edificio llevando a empujones a Debray. Lo condujeron hasta la misma oficina donde lo habían interrogado a él y allí lo tuvieron por varias horas. Entonces, la voz del joven soldado de pie junto a su puerta, llegó hasta sus oídos por lo bajo.
Bustos quedó allí parado, en medio de la habitación, sin más que hacer, salvo mirar a través de las rendijas que separaban las tablas de la puerta. Desde su posición, podía abarcar una parte del patio principal de la unidad, posiblemente el jardín posterior, la curva del camino, el campo de fútbol y el guardia parado junto a la casilla. De repente, un grupo de soldados salió de otro edificio llevando a empujones a Debray. Lo condujeron hasta la misma oficina donde lo habían interrogado a él y allí lo tuvieron por varias horas. Entonces, la voz del joven soldado de pie junto a su puerta, llegó hasta sus oídos por lo bajo.
-Es
mejor que se esté quieto. Anoche lo patearon a ese otro gringo hasta que el
Mayor los ha parado. Mee ahí dentro nomás.
Como
estaba atado, con las manos en la espalda, al mendocino no le quedó más remedio
que quitarse los zapatos y orinarse encima, tratando de no mojarlos.
Al
día siguiente, los prisioneros volvieron a ser interrogados. Lo hicieron en el
jardín, frente a las oficinas, donde los soldados montaron mesas y sillas.
El
primero en ser conducido ante el improvisado tribunal fue Bustos. Lo esperaban
varios oficiales, algunos de pie, otros sentados, todos rodeados por efectivos
armados. El que más destacaba por su altura y agresividad era el mayor Roberto
“Toto” Quintanilla, oficial del Servicio de Inteligencia boliviano, quien se
mostraba impaciente por ejercer su autoridad. Junto a él aguardaba un individuo
de aspecto amigable, cuya fisonomía no cuajaba con el resto del personal; era
el doctor “Eduardo González”, es decir, Gustavo Villoldo.
El
prisionero apenas podía razonar con los brazos sujetos a la espalda desde hacía
varias horas. Los tenía entumecidos y casi no los sentía.
-¡Ah,
no, no! ¡Así, no, mayor… Así no se puede trabajar! –dijo Villoldo al verlo
llegar- ¡Mírelo que es esto!
Ahí
mismo mandó quitarle las esposas y con paternal tono de vos comenzó a frotarle
las extremidades, extremadamente hinchadas por tantas horas en la misma
posición.
Ni
bien lo oyó hablar, Bustos se dio cuenta que el sujeto era cubano, además, como
hemos dicho, su aspecto delataba que no había nacido en Bolivia, con su piel
blanca, sus ojos claros y sus rasgos europeos.
Villoldo
comenzó el interrogatorio y el prisionero se ajustó al reglamento. Solo le
preguntaron sobre su identidad, su documentación y los motivos que lo habían
llevado a Bolivia.
De
regreso en su celda- habitación, se encontró con que le habían armado un
improvisado catre de hierro y le dejaron una botella vacía, evidentemente de
leche, por el tamaño de su abertura, donde debía hacer sus necesidades.
Con
el cambio de guardia (19.00) le colocaron una de las esposas en la muñeca
izquierda y sujetaron el otro extremo al camastro; luego le trajeron una suerte
de guiso y después de dar cuenta de él, se quedó profundamente dormido.
Lo
despertaron al otro día, con un jarro de mate y un pan, “manjares” de los que
dio buena cuenta luego de que le quitaran las ligaduras. A eso de las 10 a.m.
pudo ver a través de las rendijas un inusitado movimiento de tropas. Los
soldados se formaron y luego comenzó el armado del tribunal, colocando una vez
más las mesas y las sillas.
Al
ser llevado nuevamente ante sus captores, el mendocino dio más “detalles” de su
presencia en la zona guerrillera. Volvió a decir que su nombre era Carlos
Alberto Fructuoso, ingeniero civil de profesión e insistió con la historia de
que había sido llamado por una militante de los derechos humanos para viajar a
Bolivia y que lo habían llevado engañado a la zona guerrillera.
Una
mañana los sacaron esposados a él y a Debray; los condujeron hasta una pista
cercana, donde esperaba una avioneta Cessna y luego de ser ubicados en los
asientos posteriores, partieron rumbo a Santa Cruz de la Sierra, con el mayor
Quintanilla sentado en el asiento del acompañante, apuntándoles permanentemente
con su Colt 38.
Sobrevolaron
sierras, ríos y montañas y una hora después aterrizaron en un descampado donde
aguardaba un buen número de soldados, quienes rodearon el aparato y escoltaron
a los detenidos hasta dos camiones, en los que partiendo hacia los cuarteles de
la VIII División. Al llegar a destino, Quintanilla los entregó al mayor Saucedo
quien luego de una rápida inspección, mandó alojarlos en una celda en la cual
permanecieron hasta horas de la tarde, cuando los llevaron de regreso a
Choreti.
Ciro Bustos |
Un
par de días después, se hizo presente un extraño individuo vestido de traje
obscuro y corbata, quien aguardaba junto a los militares en el jardín,
sujetando un maletín de cuero negro, que depositó sobre una de las mesas cuando
el prisionero estuvo frente a él. Era un policía argentino de la Sección
Identificación de Coordinación Federal4, quien apenas emitía palabra
para no ser delatado por su acento. Dirigiéndose a Bustos le tomó las huellas
digitales y después de extenderle un trapo para que se limpiara, guardó las
muestras en el portafolio, saludó a los presentes y se retiró5.
El
21 de abril la CIA procedió a interrogar a Debray. Se encontraban presentes el
coronel Federico Arana, el mayor “Toto” Quintanilla, un funcionario de Control
Político del Ministerio de Gobierno y Gustavo Villoldo, siempre vestido de
civil. La idea era engañar al prisionero con una falsa declaración de Bustos y
de ese modo, obligarlo a confesar.
El
interrogatorio se desarrolló de la siguiente manera:
Debray: Yo no creo que
Fructuoso haya dicho que [el] Che Guevara está entre los guerrilleros.
Estábamos juntos y él sabe perfectamente que eso no es cierto. No creo que él
haya dicho eso.
Villoldo: ¿Conoce usted a
Coco e Inti Peredo?
Debray: No conozco ni a
Coco ni a Inti Peredo.
Villoldo: ¿Conoce a Tania?
Debray: No tengo la menor
idea de quién puede ser Tania. Una vez conocí a una tal Emma Laura Gutiérrez.
Pero no se si se llama Tania
Villoldo: Señor Debray, le
pedimos que nos ayude, para que a nuestra vez podamos ayudarle. No logrará nada
con el papel que está jugando. Se lo garantizo.
Debray: No sé nada. (Por su
rostro pasa una ligera sonrisa.)
Villoldo: ¿Tiene
inconveniente en que registremos sus declaraciones, señor Debray?
Debray: Bueno, si yo digo
que ni, será sí; prefiero decir que sí, porque de todos modos así ocurrirán las
cosas…
El
francés ignoraba que estaba siendo grabado, de ahí su desconcierto cuando
Villoldo colocó la registradora a la vista, para seguir con las preguntas.
Villoldo: Le pedimos que nos
diga todo cuanto sepa. A propósito, ¿dónde escribió usted ¿Revolución en la revolución??
Debray: Y bien, usted sabe
dónde estaba yo antes de venir aquí. He pasado seis meses en Cuba como profesor
de filosofía en la Universidad. He escrito ¿Revolución
en la revolución? Como un ensayo, y no pienso que sea un manual de
guerrillas. Hay muchos mejores que ése.
Finalizado
el cuestionario, el francés fue regresado a su celda.
Gregorio
Selser reproduce en su libro, una afirmación que Luis J. González y Gustavo A.
Sánchez Salazar hacen en su libro El gran
rebelde (pp. 144-145) según la cual, al ser Debray nuevamente sondeado en
la noche, el coronel Libera intentó darle un puñetazo en el rostro pero su mano
derecha dio contra la litera de hierro donde dormía el prisionero, hiriéndosela
levemente. Por el contrario, Bustos afirma que fuera de la patada que le dieron
al intelectual la primera noche y las horas que él permaneció esposado, ninguno
de los dos sufrió apremios, es decir, no hubo tortura alguna6.
Eso
parece confirmarlo un oficial boliviano, interrogado varios años después.
A
Debray no teníamos necesidad de torturarlo para que hablara. Tenía tanto miedo
que cuando le soplábamos los ojos se ponía a llorar. Pero lo que él pudo decir
no cambia la historia, no nos servía de mucho. Nosotros ya sabíamos por dónde
andaba el Che cuando capturamos a Ciro Bustos y a Régis Debray. La CIA nos había
dado un respaldo decisivo7.
El
22 de abril, el francés fue conducido nuevamente ante sus captores y una vez
más, Villoldo lo sometió a interrogatorio.
Villoldo: No queremos
ofenderle, señor Debray, pero debemos informarle que Fructuoso (Bustos) declaró
ayer que usted fue el único en hablar con el Che Guevara […] Le pedimos una vez
más su colaboración, para que podamos dejarle en libertad rápidamente.
Debray: Ya les he dicho que
no creo que Fructuoso haya dicho que estuvo con el Che. Fructuoso y yo estábamos
juntos; él sabe tan bien como yo que no nos fue posible hallar al Che, y que
por esa razón bajamos de la montaña.
En
ese momento, el mayor Quintanilla extendió un mapa sobre la mesa y se lo señaló
al francés.
Quintanilla: Indíquenos cuales
son las sendas que conducen al campamento central de los guerrilleros en la
Calamina.
Debray: Es cierto que he
seguido algunas sendas. Pero no sé donde estuve. Seguí a un guerrillero y
miraba hacia el suelo para no caerme. Ignoro si ellos tienen senderos secretos.
Yo no salí con los guerrilleros.
Quintanilla: Usted nos está
tomando por imbéciles. Ya que quiere hacerse el fanfarrón, nos obligará a
tratarle en consecuencia. Si usted no nos indica donde están los senderos, verá
usted lo que va a pasarle.
Debray: Ya le he dicho que
desconozco donde están las sendas. Ya les he dicho todo lo que vi en
Ñancahuazu. Yo no sé nada. Soy un periodista; vine para efectuar un reportaje
que jamás tuvo lugar. Para no perder tiempo esperando a nadie, abandonamos la
zona. No sé nada de otros asuntos.
Villoldo: ¿Cuántas veces
habló usted con el Che Guevara?
Debray: No conozco a
Guevara. Yo no he hablado con el Che.
Dado
el cariz que había tomado la sesión, los militares decidieron suspender las
preguntas y pasar a un cuarto intermedio para continuar, unas horas después,
con Ciro Bustos, quien para entonces, había manifestado desconocer al Che y no
saber nada al respecto.
Villoldo: Señor Fructuoso,
Debray ha reconocido que usted estuvo con el Che Guevara y que usted fue el
único que conversó con él.
Bustos: Yo no conozco al
Che Guevara. Si Debray les ha dicho que vio al Che, sin duda que lo vio. Pero
estábamos juntos, y no creo que eso sea cierto.
Villoldo: ¿Conoce a Coro
Peredo?
Bustos: No conozco a ninguno
de los Peredo, yo sólo he escuchado hablar de ellos en el monte. No sé quiénes
son ni que es lo que hacen.
Villoldo: Le pedimos que
piense seriamente en su familia. Estamos dispuestos a ayudarle. Lo dejaremos
reflexionar hasta mañana, pero tenemos que advertirle que la seguridad de su
esposa y de sus hijos está en sus manos. Hasta luego, Fructuoso8.
La
siguiente sesión no fue tan cordial. Nuevamente frente a la mesa, una mañana
fría y soleada, el mendocino vio salir de las oficinas a Quintanilla y
Villoldo, completamente fuera de sí, el primero maldiciendo mientras pateaba
mesas y sillas.
-¡Hijo
de puta! ¡Cabrón! –le gritó Villoldo– ¡Me has hecho pasar por comemierda, coño!
¡Me has engañado como a un niño!
Acababan
de descubrir su verdadera identidad, a través de los informes enviados por la
Policía Federal Argentina y eso los había molestado en extremo.
-¡¡A
este cojudo hay que reventarlo a tiros!! – rugió a su vez Quintanilla9.
Al
“Pelado” no le quedó más remedio que decir la verdad, aunque fuera a medias,
revelando su identidad, profesión, actividades y motivos de su presencia en
Bolivia, aunque mitigando las cosas lo más que pudo.
-¡¿Y
qué cojones de garantías tengo ahora, dígame?! ¡¿Pintor?! ¡¿Cómo sé que es
pintor?! –espetó Villoldo fuera de sí- ¡A ver, haga un dibujo, coño! ¡¡Dibuje
un guerrillero!!
Acto
seguido, mandó buscar un bloc de hojas y lápices y los colocó sobre la mesa,
delante del argentino. Fue ese el momento en el cual Bustos hizo los célebres
bosquejos de la guerrilla, intentando desvirtuarlos lo mejor que pudo, para que
sus integrantes no fuesen reconocidos.
Los
hizo tan diferentes, que parecían pordioseros, según sus palabras. Y así salieron,
uno a uno, “Papi”, el “Chino” y el “Ñato”; “Pedro”, “Camba” y “Pombo”,
“Urbano”, “Marcos”, “Alejandro”, “Miguel”, “Pachungo”, “Benigno”, “Rolando”,
“Moro”, el “Médico”, “Luis” y los imaginarios “Andrés” e “Isaac Rutman”.
-¿Y
Ramón?...-apuró Villoldo- Dibújalo a Ramón.
Como
dice Bustos en su libro, el bosquejo fue tan desafortunado, que más parecía un
sujeto famélico, con aires de poeta que un jefe guerrillero. “No tenía nada que ver ni con su apariencia
ni con lo que significaba, pero fue considerado un éxito del equipo, aunque el
Dr. González perdió de todas maneras su puesto”10.
Efectivamente,
a partir de ese día, Villoldo fue relevado y su lugar lo ocupó otro cubano,
Gabriel García, también agente de la CIA, menos cortés y mucho más duro que su
compatriota.
A
los dos días, los soldados volvieron a sacar a los detenidos de sus celdas y
los condujeron hasta un jeep que aguardaba estacionado en el patio. Los
arrojaron dentro, de muy mala manera y plena noche, partieron hacia la
obscuridad, introduciéndose en la espesura mientras seguían a un camión militar
lleno de soldados.
Bustos y Debray pensaron lo peor y se sobresaltaron cuando en medio de la nada, fueron empujaron fuera del vehículo para ser introducirlos en la caja de un segundo transporte, lleno de efectivos armados y siguieron hasta un pequeño conjunto de edificaciones en medio de la selva, uno de los dos lugares donde los norteamericanos adiestraban a las tropas bolivianas.
En un helicóptero norteamericano, Debray, Bustos y Roth fueron trasladados a una prisión en pleno monte |
Bustos y Debray pensaron lo peor y se sobresaltaron cuando en medio de la nada, fueron empujaron fuera del vehículo para ser introducirlos en la caja de un segundo transporte, lleno de efectivos armados y siguieron hasta un pequeño conjunto de edificaciones en medio de la selva, uno de los dos lugares donde los norteamericanos adiestraban a las tropas bolivianas.
Bustos
fue encerrado en una especie de armario donde apenas cabía parado y allí
permaneció durante horas, suerte que también corrieron sus compañeros en otros
puntos de la unidad.
La
presencia de elementos estadounidenses era evidente porque pasó buena parte del
día siguiente escuchándolos hablar con su típico acento.
En
horas de la tarde, fueron sacados de su encierro y llevados a un helicóptero de
la USAF, un aparato de grandes dimensiones, en el cual volaron hasta el ingenio
“La Esperanza”, el enclave donde se estaba entrenando al regimiento Ranger. Los
alojaron en una derruida edificación que en otros tiempos había sido la
administración del complejo y allí permanecieron hasta el día siguiente, cuando
comenzaron nuevamente los interrogatorios.
Cuarenta
y ocho horas después, Bustos vio a través del tapiado de las ventanas un
anormal movimiento de tropas. Casi en ese momento ingresó al complejo un jeep,
que avanzó directamente hasta una de las viviendas, seguido de cerca por un
vehículo similar y un camión con efectivos armados. A medida que avanzaba, el
personal de la unidad se cuadraba para hacer el saludo militar.
Era
el general Alfredo Ovando Candia, llegado hasta allí especialmente, para hablar
con Debray.
A
partir de ese momento, los interrogatorios se suspendieron, tanto para el
francés, como para Roth.
¿Qué
estaba sucediendo? El artista mendocino no lo sabía, pero el gobierno de
Francia, a través del mismísimo Charles De Gaulle, había intervenido en favor
del intelectual, luego de gestiones realizadas por su madre, diputada parisina
por el partido del estadista.
A
Bustos aquella visita le llamó la atención, así como el silencio que Debray
mantuvo a partir de entonces, sobre todo a la hora de cruzarse en los pasillos
y esperar escoltados fuera de los baños.
Dos
días después, los soldados irrumpieron en su celda y le ordenaron recoger sus
pertenencias. Era muy temprano y el cielo se hallaba despejado cuando
nuevamente esposado, fue sacado al exterior, lo mismo sus compañeros.
En
ese ir y venir de un lado a otro, los condujeron hasta un jeep, que los llevó a
un sector descampado fuera del complejo, donde esperaba posado otro helicóptero
estadounidense con los motores encendidos.
…nos
hicieron subir por una puerta corrediza lateral, junto a un grupo de soldados
“boinas verdes” con armas automáticas11.
El
aparato se elevó con gran estruendo y se alejó con rumbo indeterminado,
introduciéndose en un territorio de selva tupida y montañas.
Tanto
el francés como el argentino pensaron por un momento que su hora había llegado
pero para su alivio, nada sucedió. El helicóptero siguió volando hasta que en
la lejanía, en medio del monte, se recortó un conjunto de rústicas chozas
rodeadas por un cerco de alambres de púa.
Monseñor Kennedy, capellán del Ejército Boliviano, visita a Debray, Bustos y Roth en prisión (Revista "Gente y la actualidad", edición del 20 de julio de 1967) |
La aeronave se posó suavemente fuera del perímetro, junto a la cerca y los soldados saltaron a tierra para sacar a los detenidos.
El
oficial a cargo se los entregó a un uniformado alto y delgado, que se acercó
hasta los recién llegados, acompañado por su esposa y sus tres hijos pequeños,
dos niñas y un varón. Era el comandante de aquel puesto en medio de la nada, un
capitán amable y taciturno, que se comportó correctamente los atendió siempre
con deferencia.
Allí
quedaron Debray, Bustos y Roth, al cuidado del grupo de soldados que había
llegado junto a ello, para reforzar a la débil guarnición local.
El
capitán y su esposa los alimentaron, los acomodaron lo mejor que pudieron y les
recomendaron (en realidad el primero), cumplir al pie de la letra las
disposiciones del lugar.
Estuvieron
allí mucho tiempo, semanas que se hicieron meses, en las que solo recibieron
dos visitas, la de Gabriel García, quien llegó acompañado por el policía
argentino, quien estaba allí para corroborar la historia de Isaac Rutman (el
hombre que supuestamente había provisto a Bustos de su pasaporte) y la segunda,
ya entrado el mes de julio, Monseñor Kennedy, sacerdote norteamericano,
capellán del Ejército boliviano, quien se hizo presente en helicóptero,
interesado por su salud y sus necesidades. Lo acompañaban Quintanilla y Gabriel
García, quienes retrataron a los detenidos junto al religioso, para mostrarle
al mundo que estaban vivos y en buenas condiciones.
Dos
días después, la aeronave estaba de regreso, esta vez para trasladarlos a un
nuevo destino, ésta vez mucho más seguro
porque la noticia de su cautiverio había corrido como reguero por los cinco
continentes y había focalizado la atención de todo el planeta, despertado
airadas pasiones.
Notas
1 Pertenecían ambos al
Regimiento “Braun”.
2 Gary Prado Salmón,
op. Cit., p. 188.
3 Ernesto “Che”
Guevara, El Diario del Che en Bolivia,
p. 202. Nota al pie.
4 Sección política de
la Policía Federal Argentina.
5 Extraído de Ciro
Roberto Bustos, op. Cit. pp. 374-397.
6 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 380. “Nunca ejercieron
tortura sobre nosotros. Después de la pateadura a Debray y mis muñecas
escoriadas de la primera noche, no volvieron a tocarnos”.
7 Eduardo Febbro, “La
historia de Régis Debray”, Página 12, sección El Mundo, Bs. As., domingo 7 de
octubre de 2007.
8 Gregorio Selser, op.
Cit., pp. 43-45.
9 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 384.
10 Ídem, p. 388.
11 Ídem, p. 393.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)