sábado, 31 de agosto de 2019

DEBRAY Y BUSTOS EN PODER DE LA CIA

Régis Debray es interrogado por el Ejército boliviano Junto a él, de uniforme claro, el mayor Roberto Quintanilla


El 8 de mayo a las 10.30 de la mañana, la columna guerrillera se encontraba estacionada en el Campamento Central, cuando fue sorprendida por una serie de disparos provenientes de la quebrada.
El Che ordenó tomar las armas y adoptar posiciones de combate mientras esperaban la llegada de algún mensajero con las últimas novedades.
A las 10 a.m. “Pachungo” y “Moro” aguardaban en el sector de trincheras  cuando creyeron distinguir dos figuras avanzando por la ribera del Ñancahuazu. Se trataba de dos efectivos de la Compañía “F” de la Escuela Militar de Clases, quienes regresaban a la Casa de Calamina cargando maíz y pescado para engrosar las raciones de la tropa.
Los hombres venían despreocupados, conversando animadamente, dando incluso la sensación de hallarse ajenos al conflicto que se estaba desarrollando, cuando los guerrilleros les dieron la voz de alto. Lejos de acatarla, arrojaron ambos su carga e intentaron huir, pero los disparos dieron con ellos sobre el terreno, el soldado Roger Rojas Toledo alcanzado en las piernas y Néstor Sánchez Cuéllar en el vientre1.
Quedaron allí tirados, con su carga de mazorcas desparramada a su alrededor, pidiendo por favor que no los matasen.

“Pachungo” y “Moro” se les aproximaron y apuntándoles con sus armas, procedieron a interrogarlos. Los jóvenes soldados estaban realmente asustados; dijeron pertenecer a una compañía apostada a 30 minutos río arriba y confirmaron que se dirigían allí luego de haber ido a buscar provisiones por cuenta propia.
Dos horas después, cuando “Pombo” hacía el relevo, aparecieron otros dos hombres, armados ambos con carabinas M1, quienes fueron tomados prisioneros y sometidos a interrogatorio.
Uno de los cautivos logró escapar y corrió hasta su campamento para dar parte de lo ocurrido. Sin perder tiempo, el decidido teniente Arnez comisionó al subteniente Henry Laredo Arce y lo envió a inspeccionar el área donde se había producido la escaramuza para corroborar la presencia enemiga.
La sección se puso en marcha alrededor de las 3 p.m. y una hora después, alcanzó la Quebrada Overa, introduciéndose en la emboscada lenta y cautelosamente.
Reque Terán sostiene que se entabló un intenso combate (lo sitúa el día 6), en tanto Gary Prado habla de un corto enfrentamiento durante el cual, cayeron abatidos el subteniente Laredo y los cabos Alfredo Arroyo Pizarro y Luis Peláez Sepiri, en tanto los soldados José Villarroel Villarroel y Rodolfo Pinto Céspedes, resultaron heridos. Cinco hombres más fueron hechos prisioneros, los conscriptos Néstor Cuentas y José Camacho, del Regimiento “Bolívar” y los cabos alumnos Waldo Eizaga, Hugo Soto Lora y Max Torres León, los tres de la Escuela Militar de Clases2. Los catorce restantes se dieron a la fuga, internándose en el monte desordenadamente.
Los guerrilleros se hicieron de sus raciones, diez fusiles y todas las municiones y por la noche liberaron a los prisioneros, luego de explicárseles las causas de su presencia y los fines de la lucha revolucionaria. Algo que sorprendió a los invasores, cuando revisaban las pertenencias del subteniente Laredo, fue una carta de su esposa, pidiéndole la cabellera de un subversivo para adornar su casa3.
Enterado el Che de los pormenores de la acción, dispuso la inmediata evacuación del campamento pues, tal como aconteció algunas horas después, esperaba represalias.
La columna se puso en marcha antes de la salida del sol por el camino a Iripití, decisión acertada porque en las primeras horas del día, piezas de artillería abrieron fuego desde la Casa de Calamina en tanto la aviación, ametrallaba y bombardeaba el campamento y las posibles rutas de escape.
Mal dormida y extenuada (apenas racionaban sopa de tocino y café), la columna invasora logró eludir los ataques y retirarse hacia el norte, sin sufrir las consecuencias del ataque.
Volvemos a hacer hincapié en la fortaleza de esa gente, derrotando en reiteradas ocasiones a un enemigo que los cuadruplicaba en número, bien pertrechado y apoyado por la aviación, eludiendo su cerco una y otra vez, sin suministros, ni vituallas, ni medicinas.
Cerca de las 10 a.m., tras la incursión de la FAB, la Compañía “F” (teniente Arnez), que venía desde Yuqui reforzada por la Compañía “A” (teniente Lafuente), ocupó el Campamento Central -esta vez definitivamente- y cerró las vías de acceso.
Una patrulla del Ejército boliviano ocupa el  Campamento Central de la guerrilla

Las tropas entraron cautelosamente, avanzando desde el sur y el oeste y tomaron posiciones, sin encontrar resistencia, rastrillando los alrededores y  apoderándose de todos los objetos que podían ser útiles para la detección y persecución del enemigo.
Como explica Gary Prado, la situación de extremo debilitamiento de la columna invasora obligó a su jefe a cruzar el Ñancahuazu hacia el este, en busca de las zonas pobladas, necesitado como estaba de surtirse de provisiones y medicamentos, cuya escasez comenzaba a ser preocupante.
Tomando el camino a Pirirenda, se dirigió hacia la carretera Camiri-Santa Cruz de la Sierra, aún sabiendo que se introducía en un área fuertemente vigilada por las fuerzas de represión.


La captura de Régis Debray tenía conmocionada a la opinión pública internacional y motivó que toda una corriente de reporteros gráficos, periodistas, analistas políticos y camarógrafos convergiesen sobre el oriente boliviano para cubrir la primicia.
El hecho de que tanto él como Bustos estuviesen vivos, se debió a un hecho fortuito, que sus captores jamás imaginaron.
Parados uno a cada lado del patio, con un guardia apuntándoles a solo un metro de distancia, de pie contra una columna, aguardaban los tres un destino incierto.
Pasadas un par de horas, el cansancio era una tortura y sus piernas se negaban a seguir sosteniéndolos. El “Pelado” intentó ponerse en cuclillas pero el soldado que estaba a su lado se lo impidió.

-¡¡Párese, carajo!! – le gritó acercándole el caño de su fusil.

¿Qué iba a ser de ellos? ¿Qué suerte les esperaba? De momento lo ignoraban, pero desde el techo de una casa vecina, el corresponsal del diario “Presencia” de La Paz, registró con su cámara lo que estaba sucediendo y eso los salvó de una muerte segura.
Las imágenes fueron reproducidas por los medios de prensa del mundo entero y tanto el francés como el argentino, terminaron por ser reconocidos, el último cuando su esposa Ana María y su amigo Oscar del Barco, compraron en Córdoba un ejemplar de “La Voz del Interior” y casi se desploman al verlo detenido, con un guardia apuntándole amenazadoramente. Le enseñaron la noticia al resto del grupo y sin perder tiempo iniciaron los contactos para estudiar los próximos pasos.
Las fotografías dieron la vuelta al mundo y en Francia causaron gran revuelo; uno de sus hijos más preclaros y para más, escritor e intelectual de izquierda, se hallaba detenido en una obscura prisión del Tercer Mundo, en manos de salvajes, de acuerdo a la concepción de su población.
Los detenidos fueron conducidos hasta una sala de reducidas dimensiones y allí permanecieron incomunicados varias horas. Al medio día, un helicóptero se posó en el patio interno del edificio y poco después, dos guardias condujeron a Debray hasta él, llevándolo casi al trote, con las manos esposadas en las espaldas. El aparato remontó vuelo y se alejó para regresar en horas de la tarde en busca de Roth.
Sólo, en su celda-habitación, el mendocino se puso a pensar como podía  ocultar los dos mil dólares que llevaba encima y que al no haber sido revisado por sus captores, aún conservaba entre sus ropas. Práctico un agujero de escasos tres centímetros en el gabán que le entregara el Che y haciendo pequeños rollitos, fue introduciendo los billetes entre el forro interior y el cuero, tarea que le llevó toda la noche.
Régis Debray detenido en el casino de oficiales de "La Esperanza".
En la fotografía junto al capitán Padilla

Recién a las 9 a.m. del día siguiente regresó el helicóptero, esta vez para llevarlo a él. Los guardias le ataron los brazos a la espalda y a empellones, lo sacaron al patio, para introducirlo en la cabina. Se trataba de un aparato de reducidas dimensiones, de apenas dos plazas con un pequeño espacio detrás, donde el prisionero fue amarrado a unos caños del fuselaje.
La nave remontó vuelo, llevando en el asiento del acompañante a un agente de la Dirección de Investigaciones Criminales (DIC) que apuntaba a Bustos permanentemente con su pistola.
El motor del helicóptero hacía un ruido ensordecedor dentro de la cabina, tanto que por un momento el prisionero creyó enloquecer. Para su fortuna, se fue adaptando rápidamente y al cabo de algunos minutos, se hallaba repuesto. Más aliviado, se dispuso a observar el paisaje por el que había andado con la guerrilla los dos últimos meses pero un denso banco de niebla frustró esa intención. La curiosidad dio paso al pánico y este a la incertidumbre.
Según Bustos, volaron un buen trecho a ciegas, con el piloto y su acompañante extremadamente nerviosos. Al cabo de un cuarto de hora que le pareció interminable, salieron a cielo abierto, encontrándose con una pare de piedra frente a ellos, a escasos metros delante del aparato. El piloto echó bruscamente los mandos hacia atrás e invirtió los alerones para elevarse y retroceder, evitando de ese modo un impacto seguro. Demostró gran habilidad al efectuar la maniobra y un notable aplomo para enfrentar el peligro.
Pasado el susto, retomaron la marcha y quince minutos después se posaron sobre un campo de fútbol, en lo que parecía ser una unidad militar. El “Pelado” lo ignoraba pero estaba en Choreti, cerca de Camiri, el cuartel donde días antes habían llevado al “Loro” para interrogarlo.
El mendocino fue sacado bruscamente del interior de la aeronave y conducido a una de las edificaciones, para ser interrogado por varios uniformados que se encontraban allí.

-¿Usted, cómo se llama? – gritó el que parecía estar al mando.

Bustos recordó su entrenamiento en La Habana y respondió con evasivas. Dijo ser Carlos Alberto Fructuoso, de profesión ingeniero civil y pertenecer como voluntario a cierto comité de defensa de presos políticos,; agregó que escribía para varias publicaciones y que se encontraba allí invitado por una mujer peruana o boliviana de nombre Elma o Edma, que recorría el continente asistiendo a los detenidos en sus necesidades. De acuerdo con su versión, participaba en el proyecto de manera independiente y debía encontrarse con ella en La Paz para coordinar sus próximos movimientos. Agregó que había viajado a Sucre en el mismo ómnibus que Debray para asistir a una reunión que tendría lugar en el interior del país, suponía al francés un observador internacional y finalizó explicando que desde aquella capital siguieron a Camiri para cubrir los hechos que se estaban desarrollando.
De muy malos modos lo obligaron a desvestirse y cuando hubo finalizado, comenzaron a revisarle la ropa. Fue ahí donde dieron con los billetes que tenía escondidos en el forro del gabán.
Hubo gran agitación en la dependencia al ser descubiertos el “tesoro”. Bustos fue obligado a vestirse de nuevo y luego de ser nuevamente esposado, lo sacaron del edificio hasta una pequeña casilla abandonada, próxima a la entrada, una pocilga llena de desperdicios cuya única ventana se hallaba tapiada con tablas. Lo arrojaron dentro, en medio de moscas y cucarachas y al salir cerraron la puerta con cadenas.

Bustos quedó allí parado, en medio de la habitación, sin más que hacer, salvo mirar a través de las rendijas que separaban las tablas de la puerta. Desde su posición, podía abarcar una parte del patio principal de la unidad, posiblemente el jardín posterior, la curva del camino, el campo de fútbol y el guardia parado junto a la casilla. De repente, un grupo de soldados salió de otro edificio llevando a empujones a Debray. Lo condujeron hasta la misma oficina donde lo habían interrogado a él y allí lo tuvieron por varias horas. Entonces, la voz del joven soldado de pie junto a su puerta, llegó hasta sus oídos por lo bajo.

-Es mejor que se esté quieto. Anoche lo patearon a ese otro gringo hasta que el Mayor los ha parado. Mee ahí dentro nomás.

Como estaba atado, con las manos en la espalda, al mendocino no le quedó más remedio que quitarse los zapatos y orinarse encima, tratando de no mojarlos.
Al día siguiente, los prisioneros volvieron a ser interrogados. Lo hicieron en el jardín, frente a las oficinas, donde los soldados montaron mesas y sillas.
El primero en ser conducido ante el improvisado tribunal fue Bustos. Lo esperaban varios oficiales, algunos de pie, otros sentados, todos rodeados por efectivos armados. El que más destacaba por su altura y agresividad era el mayor Roberto “Toto” Quintanilla, oficial del Servicio de Inteligencia boliviano, quien se mostraba impaciente por ejercer su autoridad. Junto a él aguardaba un individuo de aspecto amigable, cuya fisonomía no cuajaba con el resto del personal; era el doctor “Eduardo González”, es decir, Gustavo Villoldo.
El prisionero apenas podía razonar con los brazos sujetos a la espalda desde hacía varias horas. Los tenía entumecidos y casi no los sentía.

-¡Ah, no, no! ¡Así, no, mayor… Así no se puede trabajar! –dijo Villoldo al verlo llegar- ¡Mírelo que es esto!

Ahí mismo mandó quitarle las esposas y con paternal tono de vos comenzó a frotarle las extremidades, extremadamente hinchadas por tantas horas en la misma posición.
Ni bien lo oyó hablar, Bustos se dio cuenta que el sujeto era cubano, además, como hemos dicho, su aspecto delataba que no había nacido en Bolivia, con su piel blanca, sus ojos claros y sus rasgos europeos.
Villoldo comenzó el interrogatorio y el prisionero se ajustó al reglamento. Solo le preguntaron sobre su identidad, su documentación y los motivos que lo habían llevado a Bolivia.
De regreso en su celda- habitación, se encontró con que le habían armado un improvisado catre de hierro y le dejaron una botella vacía, evidentemente de leche, por el tamaño de su abertura, donde debía hacer sus necesidades.
Con el cambio de guardia (19.00) le colocaron una de las esposas en la muñeca izquierda y sujetaron el otro extremo al camastro; luego le trajeron una suerte de guiso y después de dar cuenta de él, se quedó profundamente dormido.
Lo despertaron al otro día, con un jarro de mate y un pan, “manjares” de los que dio buena cuenta luego de que le quitaran las ligaduras. A eso de las 10 a.m. pudo ver a través de las rendijas un inusitado movimiento de tropas. Los soldados se formaron y luego comenzó el armado del tribunal, colocando una vez más las mesas y las sillas.
Al ser llevado nuevamente ante sus captores, el mendocino dio más “detalles” de su presencia en la zona guerrillera. Volvió a decir que su nombre era Carlos Alberto Fructuoso, ingeniero civil de profesión e insistió con la historia de que había sido llamado por una militante de los derechos humanos para viajar a Bolivia y que lo habían llevado engañado a la zona guerrillera.
Una mañana los sacaron esposados a él y a Debray; los condujeron hasta una pista cercana, donde esperaba una avioneta Cessna y luego de ser ubicados en los asientos posteriores, partieron rumbo a Santa Cruz de la Sierra, con el mayor Quintanilla sentado en el asiento del acompañante, apuntándoles permanentemente con su Colt 38.
Ciro Bustos
Sobrevolaron sierras, ríos y montañas y una hora después aterrizaron en un descampado donde aguardaba un buen número de soldados, quienes rodearon el aparato y escoltaron a los detenidos hasta dos camiones, en los que partiendo hacia los cuarteles de la VIII División. Al llegar a destino, Quintanilla los entregó al mayor Saucedo quien luego de una rápida inspección, mandó alojarlos en una celda en la cual permanecieron hasta horas de la tarde, cuando los llevaron de regreso a Choreti.
Un par de días después, se hizo presente un extraño individuo vestido de traje obscuro y corbata, quien aguardaba junto a los militares en el jardín, sujetando un maletín de cuero negro, que depositó sobre una de las mesas cuando el prisionero estuvo frente a él. Era un policía argentino de la Sección Identificación de Coordinación Federal4, quien apenas emitía palabra para no ser delatado por su acento. Dirigiéndose a Bustos le tomó las huellas digitales y después de extenderle un trapo para que se limpiara, guardó las muestras en el portafolio, saludó a los presentes y se retiró5.
El 21 de abril la CIA procedió a interrogar a Debray. Se encontraban presentes el coronel Federico Arana, el mayor “Toto” Quintanilla, un funcionario de Control Político del Ministerio de Gobierno y Gustavo Villoldo, siempre vestido de civil. La idea era engañar al prisionero con una falsa declaración de Bustos y de ese modo, obligarlo a confesar.
El interrogatorio se desarrolló de la siguiente manera:

Debray: Yo no creo que Fructuoso haya dicho que [el] Che Guevara está entre los guerrilleros. Estábamos juntos y él sabe perfectamente que eso no es cierto. No creo que él haya dicho eso.

Villoldo: ¿Conoce usted a Coco e Inti Peredo?

Debray: No conozco ni a Coco ni a Inti Peredo.

Villoldo: ¿Conoce a Tania?

Debray: No tengo la menor idea de quién puede ser Tania. Una vez conocí a una tal Emma Laura Gutiérrez. Pero no se si se llama Tania

Villoldo: Señor Debray, le pedimos que nos ayude, para que a nuestra vez podamos ayudarle. No logrará nada con el papel que está jugando. Se lo garantizo.

Debray: No sé nada. (Por su rostro pasa una ligera sonrisa.)

Villoldo: ¿Tiene inconveniente en que registremos sus declaraciones, señor Debray?

Debray: Bueno, si yo digo que ni, será sí; prefiero decir que sí, porque de todos modos así ocurrirán las cosas…

El francés ignoraba que estaba siendo grabado, de ahí su desconcierto cuando Villoldo colocó la registradora a la vista, para seguir con las preguntas.

Villoldo: Le pedimos que nos diga todo cuanto sepa. A propósito, ¿dónde escribió usted ¿Revolución en la revolución??

Debray: Y bien, usted sabe dónde estaba yo antes de venir aquí. He pasado seis meses en Cuba como profesor de filosofía en la Universidad. He escrito ¿Revolución en la revolución? Como un ensayo, y no pienso que sea un manual de guerrillas. Hay muchos mejores que ése.

Finalizado el cuestionario, el francés fue regresado a su celda.
Gregorio Selser reproduce en su libro, una afirmación que Luis J. González y Gustavo A. Sánchez Salazar hacen en su libro El gran rebelde (pp. 144-145) según la cual, al ser Debray nuevamente sondeado en la noche, el coronel Libera intentó darle un puñetazo en el rostro pero su mano derecha dio contra la litera de hierro donde dormía el prisionero, hiriéndosela levemente. Por el contrario, Bustos afirma que fuera de la patada que le dieron al intelectual la primera noche y las horas que él permaneció esposado, ninguno de los dos sufrió apremios, es decir, no hubo tortura alguna6.
Eso parece confirmarlo un oficial boliviano, interrogado varios años después.

A Debray no teníamos necesidad de torturarlo para que hablara. Tenía tanto miedo que cuando le soplábamos los ojos se ponía a llorar. Pero lo que él pudo decir no cambia la historia, no nos servía de mucho. Nosotros ya sabíamos por dónde andaba el Che cuando capturamos a Ciro Bustos y a Régis Debray. La CIA nos había dado un respaldo decisivo7.

El 22 de abril, el francés fue conducido nuevamente ante sus captores y una vez más, Villoldo lo sometió a interrogatorio.

Villoldo: No queremos ofenderle, señor Debray, pero debemos informarle que Fructuoso (Bustos) declaró ayer que usted fue el único en hablar con el Che Guevara […] Le pedimos una vez más su colaboración, para que podamos dejarle en libertad rápidamente.

Debray: Ya les he dicho que no creo que Fructuoso haya dicho que estuvo con el Che. Fructuoso y yo estábamos juntos; él sabe tan bien como yo que no nos fue posible hallar al Che, y que por esa razón bajamos de la montaña.

En ese momento, el mayor Quintanilla extendió un mapa sobre la mesa y se lo señaló al francés.

Quintanilla: Indíquenos cuales son las sendas que conducen al campamento central de los guerrilleros en la Calamina.

Debray: Es cierto que he seguido algunas sendas. Pero no sé donde estuve. Seguí a un guerrillero y miraba hacia el suelo para no caerme. Ignoro si ellos tienen senderos secretos. Yo no salí con los guerrilleros.

Quintanilla: Usted nos está tomando por imbéciles. Ya que quiere hacerse el fanfarrón, nos obligará a tratarle en consecuencia. Si usted no nos indica donde están los senderos, verá usted lo que va a pasarle.

Debray: Ya le he dicho que desconozco donde están las sendas. Ya les he dicho todo lo que vi en Ñancahuazu. Yo no sé nada. Soy un periodista; vine para efectuar un reportaje que jamás tuvo lugar. Para no perder tiempo esperando a nadie, abandonamos la zona. No sé nada de otros asuntos.

Villoldo: ¿Cuántas veces habló usted con el Che Guevara?

Debray: No conozco a Guevara. Yo no he hablado con el Che.

Dado el cariz que había tomado la sesión, los militares decidieron suspender las preguntas y pasar a un cuarto intermedio para continuar, unas horas después, con Ciro Bustos, quien para entonces, había manifestado desconocer al Che y no saber nada al respecto.

Villoldo: Señor Fructuoso, Debray ha reconocido que usted estuvo con el Che Guevara y que usted fue el único que conversó con él.

Bustos: Yo no conozco al Che Guevara. Si Debray les ha dicho que vio al Che, sin duda que lo vio. Pero estábamos juntos, y no creo que eso sea cierto.

Villoldo: ¿Conoce a Coro Peredo?

Bustos: No conozco a ninguno de los Peredo, yo sólo he escuchado hablar de ellos en el monte. No sé quiénes son ni que es lo que hacen.

Villoldo: Le pedimos que piense seriamente en su familia. Estamos dispuestos a ayudarle. Lo dejaremos reflexionar hasta mañana, pero tenemos que advertirle que la seguridad de su esposa y de sus hijos está en sus manos. Hasta luego, Fructuoso8.

La siguiente sesión no fue tan cordial. Nuevamente frente a la mesa, una mañana fría y soleada, el mendocino vio salir de las oficinas a Quintanilla y Villoldo, completamente fuera de sí, el primero maldiciendo mientras pateaba mesas y sillas.

-¡Hijo de puta! ¡Cabrón! –le gritó Villoldo– ¡Me has hecho pasar por comemierda, coño! ¡Me has engañado como a un niño!

Acababan de descubrir su verdadera identidad, a través de los informes enviados por la Policía Federal Argentina y eso los había molestado en extremo.

-¡¡A este cojudo hay que reventarlo a tiros!! – rugió a su vez Quintanilla9.

Al “Pelado” no le quedó más remedio que decir la verdad, aunque fuera a medias, revelando su identidad, profesión, actividades y motivos de su presencia en Bolivia, aunque mitigando las cosas lo más que pudo.

-¡¿Y qué cojones de garantías tengo ahora, dígame?! ¡¿Pintor?! ¡¿Cómo sé que es pintor?! –espetó Villoldo fuera de sí- ¡A ver, haga un dibujo, coño! ¡¡Dibuje un guerrillero!!

Acto seguido, mandó buscar un bloc de hojas y lápices y los colocó sobre la mesa, delante del argentino. Fue ese el momento en el cual Bustos hizo los célebres bosquejos de la guerrilla, intentando desvirtuarlos lo mejor que pudo, para que sus integrantes no fuesen reconocidos.
Los hizo tan diferentes, que parecían pordioseros, según sus palabras. Y así salieron, uno a uno, “Papi”, el “Chino” y el “Ñato”; “Pedro”, “Camba” y “Pombo”, “Urbano”, “Marcos”, “Alejandro”, “Miguel”, “Pachungo”, “Benigno”, “Rolando”, “Moro”, el “Médico”, “Luis” y los imaginarios “Andrés” e “Isaac Rutman”.

-¿Y Ramón?...-apuró Villoldo- Dibújalo a Ramón.

Como dice Bustos en su libro, el bosquejo fue tan desafortunado, que más parecía un sujeto famélico, con aires de poeta que un jefe guerrillero. “No tenía nada que ver ni con su apariencia ni con lo que significaba, pero fue considerado un éxito del equipo, aunque el Dr. González perdió de todas maneras su puesto”10.
Efectivamente, a partir de ese día, Villoldo fue relevado y su lugar lo ocupó otro cubano, Gabriel García, también agente de la CIA, menos cortés y mucho más duro que su compatriota.
A los dos días, los soldados volvieron a sacar a los detenidos de sus celdas y los condujeron hasta un jeep que aguardaba estacionado en el patio. Los arrojaron dentro, de muy mala manera y plena noche, partieron hacia la obscuridad, introduciéndose en la espesura mientras seguían a un camión militar lleno de soldados.
En un helicóptero norteamericano, Debray, Bustos y Roth
fueron trasladados a una prisión en pleno monte

Bustos y Debray pensaron lo peor y se sobresaltaron cuando en medio de la nada, fueron empujaron fuera del vehículo para ser introducirlos en la caja de un segundo transporte, lleno de efectivos armados y siguieron hasta un pequeño conjunto de edificaciones en medio de la selva, uno de los dos lugares donde los norteamericanos adiestraban a las tropas bolivianas.
Bustos fue encerrado en una especie de armario donde apenas cabía parado y allí permaneció durante horas, suerte que también corrieron sus compañeros en otros puntos de la unidad.
La presencia de elementos estadounidenses era evidente porque pasó buena parte del día siguiente escuchándolos hablar con su típico acento.
En horas de la tarde, fueron sacados de su encierro y llevados a un helicóptero de la USAF, un aparato de grandes dimensiones, en el cual volaron hasta el ingenio “La Esperanza”, el enclave donde se estaba entrenando al regimiento Ranger. Los alojaron en una derruida edificación que en otros tiempos había sido la administración del complejo y allí permanecieron hasta el día siguiente, cuando comenzaron nuevamente los interrogatorios.
Cuarenta y ocho horas después, Bustos vio a través del tapiado de las ventanas un anormal movimiento de tropas. Casi en ese momento ingresó al complejo un jeep, que avanzó directamente hasta una de las viviendas, seguido de cerca por un vehículo similar y un camión con efectivos armados. A medida que avanzaba, el personal de la unidad se cuadraba para hacer el saludo militar.
Era el general Alfredo Ovando Candia, llegado hasta allí especialmente, para hablar con Debray.
A partir de ese momento, los interrogatorios se suspendieron, tanto para el francés, como para Roth.
¿Qué estaba sucediendo? El artista mendocino no lo sabía, pero el gobierno de Francia, a través del mismísimo Charles De Gaulle, había intervenido en favor del intelectual, luego de gestiones realizadas por su madre, diputada parisina por el partido del estadista.
A Bustos aquella visita le llamó la atención, así como el silencio que Debray mantuvo a partir de entonces, sobre todo a la hora de cruzarse en los pasillos y esperar escoltados fuera de los baños.
Dos días después, los soldados irrumpieron en su celda y le ordenaron recoger sus pertenencias. Era muy temprano y el cielo se hallaba despejado cuando nuevamente esposado, fue sacado al exterior, lo mismo sus compañeros.
En ese ir y venir de un lado a otro, los condujeron hasta un jeep, que los llevó a un sector descampado fuera del complejo, donde esperaba posado otro helicóptero estadounidense con los motores encendidos.

…nos hicieron subir por una puerta corrediza lateral, junto a un grupo de soldados “boinas verdes” con armas automáticas11.

El aparato se elevó con gran estruendo y se alejó con rumbo indeterminado, introduciéndose en un territorio de selva tupida y montañas.
Tanto el francés como el argentino pensaron por un momento que su hora había llegado pero para su alivio, nada sucedió. El helicóptero siguió volando hasta que en la lejanía, en medio del monte, se recortó un conjunto de rústicas chozas rodeadas por un cerco de alambres de púa.
Monseñor Kennedy, capellán del Ejército Boliviano, visita a Debray, Bustos y Roth en prisión
(Revista "Gente y la actualidad", edición del 20 de julio de 1967)

La aeronave se posó suavemente fuera del perímetro, junto a la cerca y los soldados saltaron a tierra para sacar a los detenidos.
El oficial a cargo se los entregó a un uniformado alto y delgado, que se acercó hasta los recién llegados, acompañado por su esposa y sus tres hijos pequeños, dos niñas y un varón. Era el comandante de aquel puesto en medio de la nada, un capitán amable y taciturno, que se comportó correctamente los atendió siempre con deferencia.
Allí quedaron Debray, Bustos y Roth, al cuidado del grupo de soldados que había llegado junto a ello, para reforzar a la débil guarnición local.
El capitán y su esposa los alimentaron, los acomodaron lo mejor que pudieron y les recomendaron (en realidad el primero), cumplir al pie de la letra las disposiciones del lugar.
Estuvieron allí mucho tiempo, semanas que se hicieron meses, en las que solo recibieron dos visitas, la de Gabriel García, quien llegó acompañado por el policía argentino, quien estaba allí para corroborar la historia de Isaac Rutman (el hombre que supuestamente había provisto a Bustos de su pasaporte) y la segunda, ya entrado el mes de julio, Monseñor Kennedy, sacerdote norteamericano, capellán del Ejército boliviano, quien se hizo presente en helicóptero, interesado por su salud y sus necesidades. Lo acompañaban Quintanilla y Gabriel García, quienes retrataron a los detenidos junto al religioso, para mostrarle al mundo que estaban vivos y en buenas condiciones.
Dos días después, la aeronave estaba de regreso, esta vez para trasladarlos a un nuevo destino, ésta vez  mucho más seguro porque la noticia de su cautiverio había corrido como reguero por los cinco continentes y había focalizado la atención de todo el planeta, despertado airadas pasiones.



Notas
1 Pertenecían ambos al Regimiento “Braun”.
2 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 188.
3 Ernesto “Che” Guevara, El Diario del Che en Bolivia, p. 202. Nota al pie.
4 Sección política de la Policía Federal Argentina.
5 Extraído de Ciro Roberto Bustos, op. Cit. pp. 374-397.
6 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 380. “Nunca ejercieron tortura sobre nosotros. Después de la pateadura a Debray y mis muñecas escoriadas de la primera noche, no volvieron a tocarnos”.
7 Eduardo Febbro, “La historia de Régis Debray”, Página 12, sección El Mundo, Bs. As., domingo 7 de octubre de 2007.
8 Gregorio Selser, op. Cit., pp. 43-45.
9 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 384.
10 Ídem, p. 388.
11 Ídem, p. 393.

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