sábado, 31 de agosto de 2019

EL JUICIO A DEBRAY Y BUSTOS

El helicóptero se posó en el patio interior del cuartel de Choreti y ahí permaneció, con el rotor en marcha, esperando que la compuerta lateral se abriese. Una hilera de camiones y jeeps aguardaba a un costado del edificio principal en tanto tropas y oficiales iban y venían por todas partes, dando órdenes y cumpliendo indicaciones.
Ante la directiva de un teniente, varios soldados corrieron hasta la aeronave y formaron una doble hilera junto a la puerta, sujetando sus fusiles. Uno a uno fueron descendiendo los prisioneros, los tres escoltado por su respectivo guardia, primero Debray, luego Roth y finalmente Bustos, quienes fueron conducidos hasta uno de los camiones y subidos en la parte posterior, como si de fardos se tratase. Un oficial armado con una pistola 45 se sentó junto al “Pelado” y sin pronunciar palabra, le colocó el caño de su arma en la mejilla izquierda al tiempo que lo miraba con odio.
Era el mayor Echeverría, oficial al mando, jefe de la 2ª Sección de la IV División, quien “velaría” por ellos en los próximos meses.

En esas condiciones, el camión se puso en marcha y después de atravesar los portones enfiló directamente a Camiri, tomando un camino anegado por las recientes crecidas.
Luego de un par de horas, arribaron al cuartel general de la División, un edificio que hacía esquina frente a la plaza de Camiri, el mismo sitio por donde cuatro meses atrás, Debray y Ciro habían paseado con “Tania” antes de dirigirse a la trattoria “Marietta”.
Cuando la hilera de vehículos se detuvo, los prisioneros fueron bajados a los tirones y conducidos hasta una pequeña habitación interna, donde quedaron alojados a disposición de las autoridades militares. Pasado un tiempo, supieron que el comando de la unidad había cambiado de manos y que ahora el coronel Luis Reque Terán era quien estaba a cargo y que una vez en funciones, había reemplazado a buena parte de la oficialidad.

Todos los mandos intermedios eran nuevos y estaban allí para lavar las humillaciones sufridas y vengar a los muertos. Entre las anécdotas notables del orden del día, se hablaba del asesinato por parte de una “guerrillera” del jefe anterior de la 2ª sección, antecesor del psicópata [se refiere a Echeverría]. El crimen se había producido en uno de los locales públicos que constituían el máximo atractivo del Camiri nocturno1.

¿A quién se estaba refiriendo Bustos? ¿Quién era esa misteriosa mujer que había asesinado al antecesor de Echeverría en un hotel de mala fama?
El “Pelado” se refiere a una persona apodada la “China”, quien habría cometido el homicidio luego de una sesión de sexo, mientras el oficial se higienizaba en el baño. La mujer habría tomado su arma y jugando con ella, le descerrajó accidentalmente un tiro que acabó con su vida en el acto.
Adys Cupull y Froilán González tienen otra versión.
Ni bien se supo la noticia, se empezó a hablar de un atentado y de que la culpable pertenecía a una célula subversiva, razón por la cual, fue detenida y conducida al cuartel de la División donde quedó alojada poco antes de que llegaran los ilustres detenidos.
Según los autores cubanos se trataba de una muchacha argentina, oriunda de la provincia de Salta, que se dedicaba a recorrer la región de Camiri y Vallegrande para comprarle el cabello a las indias y luego vendérselo a una conocida 4fábrica de pelucas2.
En algún momento, la joven fue detenida por el capitán Hugo Padilla, antecesor de Echeverría en el mando de la 2ª Sección de la División, quien en esos momentos trabajaba junto al capitán Mario Agramont en el área de Inteligencia3.
Al parecer, Padilla sometió a torturas a la chica, luego la vejó y a instancias de Agramont, la liberó.
Como la joven sabía que por lo general, cuando alguien era excarcelado en esas condiciones, corría grave peligro, se negó a abandonar la prisión; sin embargo, la promesa del abogado, de conducirla personalmente hasta la frontera con la Argentina, le devolvió la confianza.
Esa noche Agramont la llevó a cenar al “Marietta” y allí se encontraban cuando inesperadamente, apareció Padilla un tanto alcoholizado. Evidentemente algo sucedió porque el oficial invitó a la joven a tener sexo y aquella aceptó (en este punto, la historia no parece cerrar). Se dirigieron al Hotel “Chapaco” y después de rentar una habitación, se encerraron en ella, dispuestos a disfrutar de un momento de pasión. Fue entonces que en un descuido, cuando Padilla se desvestía, la argentina tomó su arma y le vació el cargador, matándolo en el acto.
Los autores cubanos remiten a la información aparecida en el matutino “El Diario”, de La Paz, donde el coronel Rocha Urquieta, comandante de la IV División, confirmó el asesinato, explicando que el mismo había sido perpetrado por elementos de la guerrilla. Agregó que también intentaban asesinarlo a él, así como a otros jefes castrenses y que se había iniciado una investigación para esclarecer el hecho.
Según Cupull y González, a partir de ese momento, se desató una terrible represión que, suponemos, abarcó la jurisdicción de la división; la culpable volvió a ser capturada, fue sometida a torturas, luego ejecutada y su cadáver arrojado a la selva desde un helicóptero. Agramont también fue acusado pero la intercesión de Barrientos lo salvó de ir a prisión.
¿Qué pasó realmente con Padilla? ¿Qué fue de la mujer que le dio muerte? Según los autores caribeños, corrió la peor de las suertes, al igual que el “Loro” Vázquez Viaña, pero Ciro Bustos refiere otra historia.
La “China” fue conducida al cuartel de la División y encerrada en una habitación del Casino de Oficiales, al otro lado del patio, frente a donde se encontraba detenido junto a Debray y Roth. Solo se veían con ella cuando les permitían dirigirse al lavabo pero un día y al parecer, jamás cruzaron palabra.
La aguerrida mujer finalmente escapó. Desapareció misteriosamente, luego de practicar un boquete en la pared utilizando una cuchara, luego de seducir a un joven conscripto que le pidió conservarla. Con ella hizo el agujero por el que pasó a un pequeño cuarto contiguo y luego escapó junto al joven recluta, en las narices de toda la unidad. Los capturaron a ambos en Tarija, muy cerca de la frontera argentina, al ser reconocido su acompañante.
Bustos finaliza su relato ahí y eso nos lleva a ensamblarlo con la versión de Cupull y González4.
Un par de días después, los prisioneros fueron sacados al patio interno para ser mostrados a la prensa; los ubicaron bajo la galería, a una distancia de dos o tres metros uno de otro, con un guardia de pie a cada lado y de esa manera, los periodistas pudieron fotografiarlos aunque sin formular preguntas.
En esas estaban, presos y reporteros cuando el fotógrafo de la revista “Gente y la Actualidad”, de Buenos Aires, solicitó autorización para tender unos cables y de ese modo, una vez junto a Bustos, le dijo por lo bajo que su mujer se encontraba en La Paz.

-Gracias – respondió el “Pelado” reconfortado por la noticia.

Cuando la “exhibición” terminó, Carlos María Gutiérrez, el reportero uruguayo que había estado con el Che en Sierra Maestra, pudo intercambiar unas palabras con el mendocino. Estaba ahí como enviado del semanario “Marcha” de Montevideo y le habló al prisionero como si fuese un amigo de toda la vida.

-No te preocupes, Ciro. Ahora voy a Cuba a hacerme cargo de la edición del Diario del Congo y voy a desmontar la cama que te están haciendo.

¿Presumía el hombre de prensa? Porque ni el mencionado diario se editó5, ni desarmó ninguna trama y el “Pelado” no supo más nada de él. Lo cierto es que aquellas palabras debieron ilusionarlo bastante y llevado a conjeturar sobre su futuro inmediato.
Poco después se anunció oficialmente que los prisioneros serían juzgados por un tribunal militar, ahí mismo, en la sede de la IV División y eso generó un revuelo que aumentó el clima de expectación que ya existía a nivel internacional, incrementando la afluencia de personalidades a la ciudad petrolera, que de esa manera, se convirtió en centro de peregrinación de periodistas, fotógrafos, reporteros, pensadores, escritores y toda una laya de individuos que especulaba con sacar rédito de la situación.


La visita de su esposa Ana María fue como un bálsamo para Bustos, pese a que la misma duró media hora y se desarrolló a la vista de dos uniformados armados. Volvió a repetirse al día siguiente y ya no se dio sino hasta bastante tiempo después.
Mientras tanto, Janine Alexandra, la madre de Régis Debray, vicepresidenta del Consejo Municipal de París, había llegado a La Paz y lo primero que hizo fue acusar al “Pelado” de agente de la CIA, aclarando muy suelta de cuerpo que su hijo era solo un intelectual francés, muy prestigioso, que se hallaba en el país para estudiar la evolución de la guerrilla. Inmediatamente después le contrató el mejor abogado del país, ello con la ayuda de la embajada y se dedicó a hacer nuevas declaraciones ante el periodismo, poco afortunadas por cierto.
Ana María Bustos regresó a La Paz, a donde había llegado en compañía del siempre presente Ricardo Rojo y lo primero que hizo fue establecer una serie de contactos que su marido le había encargado, los dos primeros, el intelectual de izquierda Sergio Almaraz Paz y el historiador argentino Gregorio Selser. Inmediatamente después regresó a Buenos Aires para y una vez allí, envió a La Habana los mensajes que su esposo le había encomendado. Se los entregó en Córdoba a un emisario encubierto, apodado “El Gordo”, allegado al equipo de “Pasado y Presente” y luego se dedicó a esperar, dejando que el tiempo transcurriera6.
La gente que Ana María Bustos contrató en La Paz se movió con celeridad; intentó contratar los servicios del abogado Jaime Mendizábal, luego de que su intención de ser representado por un letrado argentino fuese rechazada e hizo una serie de movimientos destinados a difundir su estado en prisión. Mientras tanto, el apoyo a Debray crecía a nivel mundial y era causa de un llamativo cambio de personal en la legación gala, decretado personalmente por De Gaulle. El coronel del servicio de Inteligencia Militar, Philippe Ponchardier fue designado nuevo embajador y la popular enfermera Genevieve de Galard-Terraube, célebre por su desempeño en la batalla de Dien Bien Fu, consulesa en La Paz, quien entre las muchas tareas encomendadas, debía visitar a diario al célebre detenido.
Genevieve de Galard-Terraube, designada por De Gaulle, consulesa en La Paz
En la fotografía, condecorada por Dwight Eisenhower, presidente de EE.UU.

Para entonces, a los acusados se los había cambiado de lugar. A Bustos lo despertaron una mañana y le ordenaron recoger sus pertenencias; lo sacaron al patio interior, lo hicieron cruzar la calle y lo introdujeron en el Casino de Oficiales donde Roth y Debray aguardaban sentados en una mesa, fuertemente custodiados. La encargada del lugar, una tal doña María, les sirvió café y cuando lo estaban tomando, ingresó repentinamente lo que parecía ser una turba enardecida que pretendía hacer justicia por mano propia contra los “invasores extranjeros”.
No era más que un montaje para amedrentarlos; el oficial naval a cargo de la custodia les gritó que abandonasen el lugar y se refugiasen en una habitación contigua en tanto él con sus hombres “intentaban contener” a los manifestantes.
Debray y Roth saltaron de sus sillas como catapultados, no así Bustos, que permaneció sentado, bebiendo su café. Los desaforados llegaron hasta la mesa y allí se detuvieron, algunos profiriendo insultos y otros sin saber bien que hacer, pero para fortuna del mendocino, la cosa no pasó de ahí.  Se organizó entonces la primera conferencia de prensa del francés, que tendría como auditorio a los recién llegados, supuestos estudiantes universitarios la mayoría, encabezados por Ernesto López Canedo, de Cochabamba, quienes al contrario de los representantes de la prensa, estaban autorizados a formular preguntas.
Para entonces, el “Pelado” sabía perfectamente que Debray había entrado en tratativas con Ovando y que todo eso era parte de la comedia.
Antes de la conferencia, lo sacaron del lugar y lo condujeron a una habitación pegada a la cantina7, donde, para su sorpresa, se encontraban alojados los desertores, Vicente Rocabado Terrazas y Pastor Barrera Quintana, el prisionero Salustio Choque Choque y hasta el mismo Ciro Argañaraz, el propietario de la finca contigua a Calamina, con uno de sus peones. Tanta había sido su insistencia en participar del “negocio” de la cocaína, tanta su ambición, que terminó despertando sospechas y acabó encerrado.
A Bustos, el Dr. Jaime Mendizábal le causó buena impresión; lo había seleccionado el propio Almaraz y tenía en su haber, la defensa de numerosos trabajadores de la COB (Central Obrera Boliviana). Al mendocino le preocupaban sus honorarios, porque Cuba se había desentendido completamente del proceso y no estaba proveyendo un centavo para su defensa. Para su fortuna, todo se arregló con la “…buena voluntad y el sentido de solidaridad del grupo paceño”8.
Lo primero que hizo el abogado, tras las respectivas presentaciones, fue describirle el tribunal que los iba a juzgar, una corte eminentemente castrense conformada por altos oficiales del Ejército especialmente seleccionados. Su presidente era el coronel Efraín Guachalla, aquel que se haría célebre por su desafortunada frase “Yo no soy un homo sapiens”; el fiscal, su igual en el rango, Remberto Iriarte; como juez relator actuaría el coronel Remberto Torres Lazarte y en calidad de vocales, los coroneles Luis Nicolás Velazco y Mario Mercado Aguirre.
Bustos explica que el abogado de Debray era un conocido jurista paceño, el Dr. Walter Flores Torrico, quien lo primero que hizo una vez aceptado el caso, fue presentar un recurso de Habeas Corpus ante la Corte Superior del Distrito de La Paz, contra el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas (general Alfredo Ovando Candia) y el comandante del Ejército boliviano.
Tras arduas deliberaciones, el exhorto fue rechazado por improcedente, confirmándose de ese modo, que los imputados serían sometidos por un tribunal militar, ello a través de un documento, firmado por el  juez de Instrucción Militar, coronel  Roberto Flores Becerra.
Aceptada la decisión, se procedió en consecuencia y las partes se dispusieron a asumir los compromisos de cara al proceso. Sin embargo, al poco tiempo, Flores Torrico hizo declaraciones poco prudentes ante la prensa, confirmando que su defendido efectivamente, se había encontrado con el Che en Ñancahuazu para hacerle una entrevista. Eso motivó su inmediata desvinculación de la causa, tanto por pedido de Debray, como por la embajada francesa que, en definitiva, era quien lo avalaba porque había provocado malestar entre las Fuerzas Armadas bolivianas con cuyo comando, es decir, con el general Alfredo Ovando Candia, se había pactado no dar a conocer esa información.
Debray manifestó su intención de asumir su propia defensa pero su petición fue rechazada por las autoridades militares, quienes le asignaron de oficio un letrado castrense, el capitán abogado Raúl Novillo, que a decir de Bustos, ejerció sus funciones correctamente.


En una de las primeras charlas que Bustos mantuvo con su abogado, éste le planteó la conveniencia de presentarlo ante la opinión pública como un militante, pero él se negó obstinadamente porque, entre otras cosas, temía poner al descubierto el entramado clandestino en su país e involucrar a más gente.
Régis Debray con traje de presidiario
A todo esto, la presión en favor de Debray iba en aumento, con personalidades de la talla de Bertrand Russel, Jean Paul Sartre y Charles De Gaulle intercediendo por él junto a toda la izquierda intelectual europea. Eso pareció envalentonarlo y así fue como superado el terror que tenía desde antes de la salida de la guerrilla, comenzó a hacer declaraciones contra el gobierno y las Fuerzas Armadas bolivianas y se tornó más altanero y soberbio. A raíz de ello, el coronel Reque Terán ordenó un traje de presidiario a rayas verdes y blancas, se lo hizo poner y lo mandó rapar, para exhibirlo en esas condiciones ante el mundo. A los pocos días, comenzaron a llegar los integrantes del tribunal militar, incluso almorzaban en el cuartel de la IV División y hasta mantuvieron contacto con los reos. En una de esas ocasiones, el fiscal Iriarte le comentó a Bustos que la Corte estudiaba la posibilidad de considerar a la guerrilla como una invasión armada extranjera al territorio boliviano y que si esa posibilidad era aprobada, posiblemente la pena de muerte sería instaurada en Bolivia y en ese caso, los jueces la pedirían para ellos. Ni bien terminó de hablar, le mostró un cable de último momento, firmado por el general Onganía, “…aceptando la sentencia que se estime aplicar, sea cual fuera”9.
Era lo lógico, el gobierno argentino sabía que era el siguiente objetivo y haría lo posible por neutralizar el peligro.
Un par de días después, Iriarte trajo un mensaje del propio general Barrientos y hasta del mismo general Ovando ofreciéndole al argentino ciertas garantías si declaraba en contra de Debray. Debía decir que el francés había esgrimido armas y tomado parte en los combates pero Bustos se negó; en el último tiempo habían estado siempre juntos y en ningún momento participaron en acciones. Para él, eso era una declaración falsa y no estaba dispuesto a mentir.

-Piénselo – respondió el letrado y se retiró10.

Pasada una semana, quien se hizo presente fue un capitán de apellido Hurtado, acompañado por un sargento armado con una ametralladora, quienes en lugar de conducirlo al Casino de Oficiales, donde solían tener lugar esas reuniones, lo llevaron a la habitación por la que se había evadido la argentina en los días pasados. El general Ovando en persona esperaba en su interior.
Bustos se sorprendió al ver ahí parado al hombre más poderoso de Bolivia, pero intentó mantenerse sereno y ocultar sus emociones lo mejor que pudo. Ovando le ordenó a Hurtado abandonar la habitación y mandó que el sargento montase guardia frente a la puerta, y cuando esta se hubo cerrado, comenzó a hablar.
La escena parecía salida de un relato de Graham Greene, con la sórdida habitación débilmente iluminada por una lamparita de 60 voltios pendiendo del techo.

-Le doy mi palabra de hombre y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de que, terminado el juicio, lo sacamos a usted de Camiri y lo trasladamos al país que elija, con su mujer y sus hijas, sólo con que declare durante el proceso que Debray portó armas y participó de combates. Sólo eso.

-No puedo hacer eso, General –respondió el argentino-, porque no es verdad y sería una canallada.

-Piense en sus hijas – agregó Ovando.

-Justamente en ellas pienso.

Acto seguido, el alto oficial llamó nuevamente a Hurtado y le ordenó regresar al reo a su habitación11.
Una semana después, el desagradable capitán Echeverría fue sustituido por Juan García Meza, a quien llamaban el “Cocodrilo”12, un individuo de fuerte personalidad que se esforzó por mostrarse amable y hasta mejoró las condiciones de encierro de los detenidos.
General Alfredo Ovando Candia
El 5 de agosto, el periódico “Presencia” de La Paz informó que el Consejo de Guerra había finalizado su trabajo y en consecuencia, George Andrew Roth, Carlos Alberto Aydar y Ventura Pomar Fernández eran ajenos a la guerrilla y por esa razón, quedaban en libertad. Los siete restantes, a saberse, Jules Régis Debray, Ciro Roberto Bustos, Ciro Argañaraz, Jorge Vázquez Viaña, Vicente Rocabado Terrazas, Pastor Barrera Quintana y Salustio Choque Choque, serían sometidos a juicio por el Supremo Tribunal de Justicia Militar, acusados de sedición y de colaborar con la guerrilla invasora. Poco después, llegaron a Bolivia los representantes de la Liga de los Derechos del Hombre, decididos a bregar por Régis Debray y detrás de ellos, reporteros de todos los rincones de Europa y América, enviados a cubrir el proceso, entre ellos Perry Anderson de la “New Left Review”, Robin Blackburn del “Sunday Times” y “Tribune”, Taring Alí Khan de “Town Magazine”, Christopher Rooter, Richard Gott y Ralph Schoenman, éste último en representación de la Fundación Bertrand Russell (los seis procedentes de Londres); los franceses Frederic Pohecher y Phillipe Noury; los italianos Franco Pierini, de la revista “L’Europeo” y Sergio de Santis, de la RAI; el luxemburgués Jacques Chupus, el fotógrafo Paul Slade, el sueco Bjorn Kumm, especialista en América Latina; el danés Jean Stage, el brasilero Irineo Guimaraes, de la Agencia France Press y "Le Monde" de París; el mexicano Luis Suárez, de la revista “Siempre” y el chileno Augusto Carmona, de “Punto Final”. La repentina liberación de Roth incrementó las sospechas en torno a su persona y las versiones de su pertenencia a la CIA comenzaron a circular con mayor insistencia.
En cuanto a Bustos y Debray, los dos únicos extranjeros que permanecían detenidos, ni los analistas ni los historiadores se ponen de acuerdo en cuál de los dos delató la presencia del Che Guevara en Bolivia.
Para la hija del comandante, Aleida Guevara March, no caben dudas de que el responsable fue el francés.

Mi papá se desvió para sacar a Debray de la selva y tenemos la impresión de que, cuando Debray cayó preso, habló de más13.

Jon Lee Anderson coincide en esa apreciación.

Según los hombres que lo interrogaron, fue Régis Debray quién confirmó definitivamente la presencia del Che Guevara en Bolivia. Al principio, Debray insistió que era un periodista francés y no tenía nada que ver con las guerrillas, pero la dureza del interrogatorio acabó por quebrarlo y finalmente confirmó que el comandante guerrillero llamado “Ramón” era el Che Guevara14.

El autor norteamericano destaca que a fines de junio, el general Ovando confirmó públicamente la presencia del Che en Bolivia cosa que el mismo Guevara parece corroborar al apuntar en su diario el 30 de junio:

En el plano político, lo más importantes la declaración oficial de Ovando, de que yo estoy aquí. Además dijo que el ejército se estaba enfrentando a guerrilleros perfectamente entrenados que incluso contaba con comandantes vietcons [sic] que habían derrotado a los mejores regimientos norteamericanos. Se basa en las declaraciones de Debray que, parece, habló más de lo necesario…

Y sobre el final, en el análisis del mes:

Debray sigue siendo noticia pero ahora está relacionado con mi caso, apareciendo yo como jefe de este movimiento. Veremos el resultado de este paso del gobierno y si es positivo o negativo para nosotros.

Para Kalfon, como no podía ser de otro modo, el entregador fue Bustos pues, ¡cómo iba a ser su compatriota el responsable de semejante canallada!

Seguirá la senda de Bustos [se refiere a Chingolo] y lo confesará todo y más15.

El embajador, Henderson, mucho más salomónico, implicará a ambos en sus habituales mensajes a Washington.

Régis Debray y su compañero de cárcel, Bustos, ambos han “confirmado” la presencia del che en Bolivia, declarando haberlo entrevistado mientras se encontraban entre los guerrilleros. Según Debray, Guevara ha afirmado que llegó al país en noviembre de 1966 para organizar “un foco para la liberación de América Latina”. […] Comentario: aunque sean bastantes las voces que hablan de la presencia del Che en Bolivia, los “protagonistas” de éstas han de ser considerados sospechosos. El avistamiento del 27 de junio se atribuye a elementos cuyo conocimiento del Che parece más que dudoso. El general Ovando ha declarado estar seguro de que el Che se encuentra en el país, pero parece que sus “pruebas” sólo están constituidas por las afirmaciones de Debray y Bustos. […]16.

Según manifestó Bustos en junio de 2013, durante la presentación de El Che quiere verte en la embajada argentina en Londres, nadie entregó a Guevara; ninguno de los dos se quebró, no hubo declaraciones ni conspiración pues el Ejército boliviano ya tenía indicios de su presencia y la plena seguridad de que gente armada operaba desde hacía tiempo al este del país.
Cierto o no, las versiones de que el francés habría confirmado esa presencia se han ido potenciando a medida que transcurre el tiempo y hoy se lo señala como el principal responsable de la entrega.



Notas
1 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 399.
2 Posiblemente se trate de la conocida empresa Pozzi, célebre fábrica de pelucas femeninas de Buenos Aires.
3 Mario Agramont había viajado a Camiri como agente encubierto de Barrientos pues éste desconfiaba del general Ovando, segundo hombre fuerte de Bolivia. Abogado de profesión, se desempeñaba como asesor letrado de la policía de Tarija cuando el primer mandatario lo mandó llamar a La Paz para encomendarle la misión y otorgarle el grado de capitán. Ver Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., pp. 26-27.
4 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 399-400; Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., p. 27-28.
5 El diario del Congo fue editado tres décadas después.
6 Ni bien pisó el aeropuerto de La Habana, agentes de migraciones demoraron al “Gordo” y lo condujeron a una sala de la estación aérea donde quedó a disposición del Servicio de Inteligencia. Allí lo interrogaron, le incautaron de la información cifrada que traía y sin decir más, lo embarcaron en el mismo avión en el que había llegado y lo enviaron de regreso a Praga (Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 402-403).
7 En la habitación contigua se hallaba alojado Debray, solo, sin compañía.
8 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 408.
9 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 410.
10 Ídem.
11 Ídem, p. 410-411.
12 Posiblemente Bustos esté haciendo referencia a Luis García Meza o a algún familiar suyo. Militar boliviano nacido en La Paz, el 8 de agosto de 1929, Luis García Meza llegaría al poder tras un golpe de Estado perpetrado por el régimen militar argentino en 1980. Su ministro del Interior fue el coronel Luis Arce Gómez, vinculado al narcotráfico y la represión.
13 Germán Uribe, “La traición de Régis Debray al Che Guevara”, Rebelión, 23 de febrero de 2008 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63629)
14 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 669.
15 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 571.
16 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 99 (Informe enviado al Departamento de Estado por la embajada estadounidense en La Paz, confidencial, 12 de julio de 1967, NARA, Rg 59, General Records of the Departamen of State, Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)

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