LA GRAN OFENSIVA DE OCTUBRE
Uno de
los mejores relatos de la campaña africana del Che, se encuentra en el capítulo
7 del libro Las guerras secretas de Fidel
Castro, “Congo: el Vietnam cubano”, de Juan F. Benemelis.
Por el
contrario, el libro de Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra se
va en anécdotas superficiales y ni Pierre Kalfon, ni Jon Lee Anderson ni ningún
otro autor que haya abordado el tema han puesto demasiado énfasis en esa
empresa absurda y demencial.
Para
comprenderla, es necesario concentrarse en las acciones de guerra y dejar a un
lado cuestiones superfluas como el ajedrez, la dawa, la actitud de los soldados
africanos, la desvergüenza de sus jefes, las borracheras de los nativos, sus
danzas tribales, las serpientes y las fiebres, pues ello reducirá los hechos a
una simple relación.
Si bien
la aventura africana fue un fracaso, el Che volvió a demostrar su
determinación, su espíritu de sacrificio y su coraje a toda prueba, junto con
su obstinación, su falta de visión y su tendencia a esconder la cabeza para no
ver la realidad, características de su personalidad que en un futuro cercano lo
conducirían inexorablemente a la muerte.
Hasta
el momento de su llegada, las tropas de Tshombe vivían tranquilas en el frente
de guerra, especialmente los mercenarios blancos, pues sabían que los rebeldes
no deseaban combatir. Encajonados en el extremo oriental del país y limitados a
un angosto corredor paralelo al lago, no constituían ningún peligro hasta la
llegada de los cubanos. Recién el ataque a Front de Forces le demostró al
gobierno que algo raro estaba ocurriendo y eso lo puso en alerta.
Al
desembarcar en el Congo, el Che se encontró un cuadro de situación
completamente inesperado. Las fueras rebeldes no combatían, apenas controlaban
el litoral y solo se limitaban a disparar su limitada artillería a distancia,
esperando que sus jefes se dignasen asumir el mando y conducir la rebelión.
El
combate de Front de Forces pareció cambiar las cosas; de buenas a primeras, los
mercenarios de Mike Hoare vieron como los congoleños tomaban la iniciativa y se
arriesgaban en ataques frontales, algo que hasta el momento, nunca había
sucedido. Un camión repleto de carga (en realidad alimentos y alcohol) fue
destruido y sus seis ocupantes (askaris negros), muertos. La central
hidroeléctrica y la unidad militar habían sido atacadas y varias patrullas
cayeron en emboscadas bien montadas. ¿Qué estaba sucediendo?
Esa era
la pregunta que se hacían el jefe irlandés y sus segundos cuando efectivos del
5º Comando, fueron sorprendidos en Wawa y obligados a retroceder. Los
mercenarios blancos relataron a sus superiores que habían sido tomados por
sorpresa y que sus contendientes combatían con determinación.
-Esos
no son congoleños –le dijo Hoare a sus oficiales- tampoco ruandeses.
Alguien
estaba luchando junto a las fuerzas rebeldes y había que averiguar quién era.
Por
entonces, el Che intentaba extender su radio de acción a la línea Fizi-Baraka,
más precisamente hacia la base aérea de Kamina, centro neurálgico de las
fuerzas mercenarias en el sector noroeste y trataba de que los jefes congoleños
organizasen sus cuadros para acometer una embestida en esa dirección.
Hoare
no se dejó intimidar por la derrota y solicitó refuerzos para capturar el
yacimiento aurífero de Watsa, defendido por 1200 combatientes siba, entrenados
por los cubanos. Extendió sus líneas a lo largo de 300 millas en el norte y de
ese modo cerró los accesos a Uganda y Sudán, por donde los rebeldes recibían
armas y suministros.
Por
entonces, se tenían indicios de que tropas cubanas combatían en apoyo ejército
rebelde y que el Che Guevara era quien los dirigía. La toma del caserío de
Bambesa por efectivos sudafricanos1 permitió al alto mando de Hoare
corroborar esa presencia dado que entre la documentación secuestrada, se
encontraron documentos referentes a la reunión que Gbenye y el jefe argentino
habían mantenido ahí el 29 de abril.
El 21
de julio la aviación bombardeo la aldea de Makungo, que había sido evacuada
unas horas antes. Una semana después, la base de Luluabourg corrió la misma
suerte, pero en este caso, las aeronaves encontraron al enemigo preparado.
Arrojó napalm y tambores de gasolina y se retiró presurosamente, sin lograr el
objetivo pues ni las bombas ni los bidones estallaron.
Cuando
los aparatos de alejaron, el Che hizo un recuento de los proyectiles capturados
y ordenó almacenarlos para disponer de esa gasolina ni bien fuera necesario.
La incursiones
se repitieron y en una de ellas, algunos aviones fueron alcanzados ya que se
los vio retirarse desprendiendo estelas de humo.
El 16
de agosto el Che Guevara decidió ignorar las órdenes de Kabila y partió hacia
el frente, decidido a dirigir personalmente las acciones. Antes de hacerlo,
envió a Videaux hacia Usumbura, capital de Burundi, en misión de exploración y
él abordó un bote con Masengo para dirigirse a Kazima, población situada 27
kilómetros al norte de Kibamba.
Videaux,
hizo lo propio en otra embarcación, acompañado por el cubano “Kingulo” y el
coronel Vidaliga, que desde hacía algún tiempo intentaba abrir un frente en
aquel sector. Dos días después, desembarcaron cerca de una aldehuela y en la
mañana siguiente alcanzaron un campamento sudafricano, donde se trabaron en
combate.
El Che
pudo comprobar en persona el caos imperante al desembarcar en Kazima, lo mismo
en Kayama cuando al cabo de unas horas reanudó la navegación para explorar
posibles rutas.
Los askaris caen en una emboscada |
Tras
una serie de entrevistas con Zakarías, jefe ruandés local, decidió avanzar
hacia el frente de Calixte, necesitado de mantener abierto un corredor que
conectase la línea Fizi‑Baraka con las tierras altas de Burundi y los pantanos
de Kigoma, única vía de aprovisionamiento más allá del lago.
La idea
del Che era establecer un cordón defensivo que le permitiese mantener el flujo
de armas y municiones desde Tanzania y Burundi, pero como el lago se encontraba
constantemente patrullado por un comando naval integrado por elementos
anticastristas, comprendió que debía hallar nuevas rutas para que el suministro
no se cortase. Su idea consistía en lanzar una ofensiva en dirección a Katanga
y de ser posible, establecer contacto con la gente de Mulele en Kwilu-Kango,
para extender la revolución a todo el país. Con ello, pretendía arrebatar la
provincia de la órbita de Tshombe, privar a su gobierno de recursos, principalmente
mineros, controlar los yacimientos para el bloque socialista, incrementar el
accionar de las fuerzas rebeldes y apoyar las guerrillas de Angola. Como
asegura Benemelis en su artículo, en Fizi‑Baraka se jugó la suerte de la
contienda bélica en el Congo y la de toda el África subsahariana.
Sabiendo
que el Che Guevara había escogido bien el terreno2, Hoare decidió
anticipar su avance, lanzando una pequeña flotilla de lanchas ligeras, apoyada
por la aviación y embestir Lulimba por el lado sud-ocidental, debilitando su
dispositivo defensivo en una maniobra de diversión.
Estas
lanchas operaban desde una base al norte de Albertville, donde tenían asiento
una unidad de cubanos anticastristas y elementos del 5º Comando cuya misión era
bloquear el lago e impedir el flujo de suministros proveniente de Tanzania.
Habían llegado a la región en 1964, provistas por la CIA para combatir a los
rebeldes luego de ser utilizadas por la Brigada de Asalto 2506, en tiempos de
Playa Girón. Se trataba de unidades de aluminio sumamente resistentes, de 50
metros de eslora, equipadas con piezas de 30 mm y ametralladoras pesadas, lo
mismo las de menor calado (25 metros de eslora), mucho más ligeras y de gran
maniobrabilidad.
Para
Hoare era imperioso neutralizar al comando cubano y cortar las rutas de
abastecimiento, dejando a los rebeldes aislados y sin contacto con el exterior.
A fines
de agosto, el Che encabezó un ataque a la carretera Katenga-Lulimba, sabiendo
que el enemigo se dirigía hacia allí desde Nyangi. Su fuerza constaba de
cuarenta congoleños, diez ruandeses traídos por Zakarías y al menos treinta
cubanos, divididos en dos columnas al mando de “Moja” y “Azi”.
La
tropa cruzó el río Kimbi, crecido en esa época del año a causa de las lluvias y
montó una primera emboscada al mando de “Moja” para prevenir cualquier ataque
por la retaguardia; 500 metros más allá, sobre el camino a Fizi, el Che levantó
su puesto de mando y algo más al oeste ubicó la gente de “Azi”, cubriendo la
carretera Nyangi-Lulimba, sembrando de minas los accesos a los puentes para
volarlos cuando las columnas motorizadas iniciasen su cruce.
Esperaron
dos días, el Che en el puesto de mando, bastante cerca, siguiendo las incidencias
y exigiendo informes cada media hora. Según recordaría Dreke años después, Se paraba a mitad de la carretera y
preguntaba: Coño, ¿vienen o no vienen?3.
El 4 de
septiembre, nueve askaris se introdujeron en la emboscada de “Azi”, iniciando
un intenso intercambio de disparos. Tres días después, el propio Guevara se
desplazó hacia el frente, luego de que los congoleños entraran en pánico y se
retirasen.
Tras
colocarse sus arreos y verificar el armamento, corrió hacia el lugar por donde
llegaba el enemigo, acompañado por cuatro cubanos, de los cuales uno se hallaba
enfermo.
Partieron
en sentido contrario a los combatientes nativos que huían en tropel de la zona
y al cabo de 500 metros, se toparon con una partida de campesinos que al verlos
aparecer, huyeron a la desbandada.
Enterado de esa incidencia, “Moja” levantó presurosamente su emboscada y partió a toda prisa en busca del Che, temeroso de su seguridad. Avanzó primero hacia el río Kimbi, donde le habían dicho que se encontraba el comandante y luego hacia el puesto de mando, desesperado por alcanzarlo a la mayor brevedad posible. Mientras tanto, los congoleños restantes aprovecharon las horas de confusión y abandonaron el área para abandonar no regresar.
Enterado de esa incidencia, “Moja” levantó presurosamente su emboscada y partió a toda prisa en busca del Che, temeroso de su seguridad. Avanzó primero hacia el río Kimbi, donde le habían dicho que se encontraba el comandante y luego hacia el puesto de mando, desesperado por alcanzarlo a la mayor brevedad posible. Mientras tanto, los congoleños restantes aprovecharon las horas de confusión y abandonaron el área para abandonar no regresar.
El
sábado 11 de septiembre se produjo un nuevo combate algo más al norte, donde
“Moja” había desplazado su emboscada. El Che se encontraba momentáneamente
ausente porque había ido hasta Kibamba, a recibir a Emilio Aragonés, Oscar
Fernández Mell y Aldo Margolles, quienes acababan de llegar de Cuba pero al
momento de iniciarse el enfrentamiento se encontraba de regreso.
Una
columna motorizada integrada por cinco o seis camiones dobló por el camino,
avanzando directamente hacia las posiciones que ocupaban “Ishirine”, “Moja”,
“Nane” y el capitán Zakarías.
En ese
momento, alguien a la izquierda de “Dreke” abrió fuego y eso detuvo a los
vehículos que encabezaban la formación. Los camiones que venían detrás, se
dispersaron hacia ambos lados y los soldados saltaron de sus cajas y tomaron
posiciones.
Un
soldado ruandés apuntó con su bazooka y le dio de lleno al primer camión,
destruyéndolo completamente. De un segundo camión descendieron más guardias y
al intentar desplegarse sobre el terreno, se toparon con la gente de “Kahama”,
que protegía el sector izquierdo. Los cubanos intentaron resistir pero una vez
más los congoleños arrojaron sus armas y salieron corriendo, dejándolos solos.
Aún
así, askaris y mercenarios llevaron la peor parte, sobre todo en el sector que
cubrían Dreke y “Nane”, ubicados en lo alto de una barranca, quienes les
produjeron numerosas bajas así como la pérdida de armas y equipo. Los cubanos
mataron a una docena de guardias y se apoderaron del arsenal que transportaban
los camiones, arrebatándoles sus armas incluso a los muertos y heridos que había
en su interior.
Cuando
el soldado ruandés intentó disparar su bazooka por segunda vez, el arma se le
trabó y eso le dio tiempo a los askaris a buscar cobertura y devolver el fuego.
Los congoleños que recibieron el peso del ataque, también soltaron sus fusiles
y se dieron a la fuga, dejando desguarnecido el segundo flanco. En su
estampida, se llevaron por delante a varios cubanos, quienes creídos de que se
había producido un descalabro, abandonaron sus posiciones y también se
retiraron.
Dreke
despachó a Chibás para recabar información; en ese mismo momento aparecieron en
su posición Emilio Aragonés, Aldo Margolles, José Palacio y Víctor Shueb Colás,
informando que el Che (“Tatú”) había partido hacia la primera línea con el
“Tuma” (“Tumaini”) y el “Veinticuatro”.
Dreke
se desesperó al pensar en la suerte de su jefe y mandó a “Ishirine” para
ubicarlo. Cuando aquel lo ubicó, vió que estaba parapetado tras unas rocas,
tirando contra los guardias, cerca de sus compañeros.
“Ishirine”
corrió a su lado y le pidió que se retirara. Costó mucho que lo hiciera pero al
final se incorporó y se alejó del lugar mientras aquel lo cubría.
Los
guardias finalmente se retiraron y los cubanos hicieron lo propio río arriba,
dejando a “M’bili” y su gente para hacer reconocimiento. Uno de los
combatientes, “Ansali”, sufrio quemaduras cuando los caribeños incendiaron uno
de los camiones, utilizando con su propia gasolina, pero las mismas no
revestían demasiada gravedad.
“Dreke”,
“M’bili” y “Nane” recriminaron al Che por exponerse innecesariamente. Le
rogaron que no volviera a intentarlo y lo exhortaron a mantenerse alejado de la
línea de fuego porque esas eran las órdenes que tenían, pero el comandante era
un individuo obstinado y por nada del mundo iba a admitir un reproche, menos cuando
se había puesto al lado de sus hombres para combatir a la par.
-¡Yo
soy el jefe! – espetó con marcado malestar.
Y
cuando sus guardias volvieron a la carga, preguntándole porque desafiaba así
las directivas que él mismo se había comprometido obedecer, replicó airado.
-Bueno,
es que hay que violar alguna regla de vez en cuando4.
Entre
el cargamento que los cubanos confiscaron al apoderarse de los camiones,
abundaba la marihuana, pero también una nómina con los nombres y la cantidad de
efectivos que guardaban Lulimba.
Del
balance que hizo el Che luego el enfrentamiento, lo más positivo fue la actitud
de los ruandeses, quienes resistieron en sus posiciones e incluso, uno de
ellos, destruyó un camión con su bazooka. Por el contrario, los congoleños habían
vuelto a demostrar su flojera, huyendo en tropel y lo más preocupante, al
hacerlo, habían arrastrado a varios cubanos empeñados en combate.
Eso
vino a aumentar los temores que Guevara experimentaba desde la llegada de
Aragonés, pués en un primer momento, pensó que traía instrucciones de Fidel, ordenando su regreso a Cuba, algo
que no podía aceptar de ninguna manera.
La
fuerza rebelde había sufrido cuatro muertos, dos desaparecidos y una docena de
heridos de distinta consideración. El enemigo había soportado al menos quince
muertos y un número imposible de determinar de heridos, nada mal si tomamos en
cuenta que los cubanos eran apenas una fuerza de 113 combatientes, de los
cuales cuatro eran médicos
Para
entonces, el Che Guevara ya les había dado sus nombres de guerra a los recién
llegados. Aragonés, por su tamaño y gordura fue “Tembo”, que en swahili
significa “elefante”, Fernández Mell, por su carácter agrio recibió el apodo de
“Siki” (vinagre), Aldo Margolles fue “Uta” y Antonio Palacios Ferrer “Karim”.
En
cuanto al estado anímico que imperaba en aquellos días, el comandante apuntaría
en su diario:
La moral de nuestra tropa había
mejorado algo, según se puede desprender del hecho siguiente: Abdallah, Anzali
y Baati, tres de los compañeros que habían planteado abandonar la lucha,
solicitaron el reingreso con todos los deberes5.
Con
respecto a los ruandeses, éstos exigieron las armas capturadas en combate pues,
según su parecer, los congoleños habían huido y no las merecían.
Los ruandeses querían las armas pues
los congoleños no habían hecho nada. Hubo incluso un conato de violencia. Los
ruandeses se fueron a su frente6.
Quienes
le causaron una pésima impresión fueron los estudiantes congoleños que acababan
de regresar de China y Bulgaria, donde habían efectuado cursos de
entrenamiento.
La primera preocupación de estos muchachos era recibir quince días de vacaciones para visitar a sus
familias, luego estirarían ese plazo por resultarles corto… Eran teóricos, no
querían subir a las montañas, formados por parámetros colonialistas, hijos de
caciques que hablaban francés, traían todo lo negativo de la cultura europea…
No podían arriesgarse en la pelea (…). Volvían barnizados superficialmente de
marxismo, imbuidos de su importancia de “cuadros” y con un desaforado afán de
mando que se traducía en actitudes de indisciplina y hasta de conspiración7.
En los
días siguientes, el Che exploró la región al sur de Uvira, haciendo buena parte
del trayecto en bote. Sin embargo, no pasó de Mumebe, una aldea situada a mitad
de camino, porque Masengo, que lo acompañaba, entró en conflicto con la gente
del lugar.
En
Kabimba, “Aly” se trabó en combate con una partida de askaris y algo más
adelante capturó a un grupo de belgas, encargados de una ametralladora pesada.
Videaux,
por su parte, partió hacia Katenga, donde el Che pensaba abrir un corredor
hacia Stanleyville y la región de Kwilo (Kwilu-Kango), donde la gente da Mulele
se hallaba cercada. Lo hizo al frente de siete cubanos y un centenar de
congoleños pero al llegar a Kasina, estos últimos se fugaron en masa, dejando
apenas una treintena. Siguieron más adelante y al llegar a un terraplén situado
al borde de la selva, montaron una emboscada en la que varios mercenarios
belgas cayeron prisioneros al día siguiente.
Una
semana después, “Aly” decidió regresar, llevando a los mercenarios a punta de
fusil; sin embargo, a mitad de camino, dos de ellos lograron escapar y dieron
aviso a su base, lo que se pudo comprobar al poco tiempo, cuando la aviación
comenzó a sobrevolar el área.
“Aly”
llegó al campamento llevando a los tres belgas restantes, uno de los cuales,
fue interrogado por el Che en su puesto de mando. Las respuestas del cautivo,
en cuanto a la presencia del enemigo, su número y el armamento del que
disponía, lo obligaron a actuar de manera inmediata pues comprendió que era
imperioso aislar Lulimba para cortar sus vías de abastecimiento, de ahí la
decisión de cerrar la carretera de Katenga y montar emboscadas en los puntos de
acceso.
Comenzó
la lucha para dominar los puentes del Kimbi, con los cubanos destruyendo sus
estructuras durante el día y los askaris reconstruyéndolas en la noche. Fue,
como apunta el Che, una lucha innecesaria y desgastante que culminó cuando
Hoare dispuso el envío de una importante guarnición para protegerlos.
Montadas
las emboscadas de “Pombo” (Harry Villegas Tamayo) y “Nane” en los accesos a
Lulimba, el Che se dirigió al puesto de mando congoleño, para proponerle a
Lambert el ataque a la población. Según la nómina capturada en los camiones
destruidos el 11 de septiembre, el objetivo apenas se hallaba defendido por
cincuenta y tres efectivos y su armamento no pasaba del convencional, lo que
hacía factible el éxito de la operación.
El 14
de septiembre, el Che Guevara se puso en marcha, llevando a “Azi” en la
retaguardia. Partieron de madrugada, cuando aún no había salido el sol, bajo
lluvias intermitentes y vientos que dificultaron notablemente el
desplazamiento, sobre todo porque los caminos se habían convertido en un
lodazal, con ramas y helechos descompuestos cubriéndolos en su totalidad.
Tan
dificultosa fue la marcha, que en varias ocasiones debieron buscar refugio en
las innumerables chozas abandonadas a lo largo de la ruta, en espera de que el
aguacero amaine.
Mercenarios sudafricanos
|
La
falta de equipos de radio no les permitía saber que ocurría y eso era grave
porque en la línea defensiva de Lulimba, los guardias de Tshombe acababan de
perforar las defensas y avanzaban hacia la población con tanques, camiones y
jeeps. Hoare había lanzado su ofensiva enviando delante a su vanguardia nativa
y estaba dispuesto a sacrificar buena parte de sus recursos para lograr el
objetivo.
Llegado
el mediodía, la reducida tropa del Che se reunió con “Azima”, que en esos
momentos regresaba a la base luego de patrullar el área. Se encaminaron juntos
hacia la abandonada misión protestante que se alzaba en las cercanías pero en
el camino fueron detectados por las avanzadas de Hoare y sometidos a intenso
fuego de mortero. Con los proyectiles estallando aquí y allá, corrieron hacia
los edificios y tomaron posiciones defensivas, seguros de que el enemigo se
había lanzado tras ellos. Pero para su alivio, los askaris no se acercaron y
eso les permitió pasar la noche en relativa calma8.
El Che
les ordenó a los congoleños cavar trincheras pero éstos se negaron por
cuestiones supersticiosas. A la mañana siguiente reanudaron la marcha y pasadas
las 10.00 se reunieron con las fuerzas del inestable Lambert, al que
encontraron en completo estado de ebriedad, incapaz de pronunciar una frase
coherente. En vista de ello, Guevara mandó colocar las dos ametralladoras
pesadas en los extremos del campamento y situó a los bazookeros en semicírculo,
para cerrar su perímetro por el norte.
El
congoleño Alexis Runjiba Selemani observaba todo ese despliegue y se preguntaba
que hacían esos blancos ahí, dando órdenes cuando ellos luchaban contra gente
de esa misma raza.
El día
17, el Che reinició el avance hacia Fizi, donde esperaba contactar a Mulana, un
jefe regional, veterano de los tiempos de Lumumba, con quien pensaba reforzar
el dispositivo defensivo. Pero esa suerte de cacique tribal lo recibió con
mucho recelo, como queriendo dejar en claro quién era el que mandaba y a lo
único que se limitó fue a solicitar el envío de “asesores” cubanos para
entrenar a su gente.
El
comandante cubano le explicó que eso no podía ser porque en esos momentos
intentaba concentrar sus fuerzas en vistas de un ataque masivo y eso
imposibilitaba desperdigar a sus cuadros en un frente demasiado extendido; a
cambio de ello, propuso enviar a los combatientes a la base del lago, para
recibir el adiestramiento ahí y luego incorporarlos a la lucha (sugería que se
abocasen preferentemente en el manejo de cañones y morteros), pero el jefe
africano replicó un tanto molesto que el mercenario griego que tenía
prisionero, le bastaba para cumplir ese cometido.
El 20
de septiembre la aviación de Tshombe arrojó volantes sobre las líneas rebeldes,
detrás de Front de Forces y se retiró cuando los cubanos accionaron sus
ametralladoras pesadas y respondieron con fuego reunido.
Calixte
tomó uno de los panfletos y se lo llevó al Che hasta el puesto de mando. El
comandante notó que estaban escritos en swahili y francés y que su contenido
incentivaba a congoleños y ruandeses a desertar y unirse a las filas del
gobierno, comandadas por Mobutu.
Instaban
a luchar contra cubanos y chinos, porque querían apoderarse de las riquezas del
país -en especial el oro- y prometían perdón y amnistía para todos los
arrepentidos.
La
aviación regresó al día siguiente para arrojar más volantes y bombardear las
posiciones y al cabo de varios minutos, se alejó, sin ser alcanzada. Con los
libelos, cayeron en esta ocasión decenas de fotografías de muy mala calidad, en
las que se podían ver, de manera borrosa, cadáveres mutilados por los rebeldes
simba, una manera un tanto torpe de hacer la guerra psicológica que sin
embargo, entre los congoleños tuvo resultados.
Siguiendo
consejos del Che, Lambert y Masengo unificaron el mando, pero no perdieron la
ocasión de despotricar contra Gbenye, a quien acusaban de traidor y de entablar
negociando con Leopoldville a sus espaldas.
El
martes 21, el Che partió en jeep hacia la línea del frente pero a los pocos
kilómetros, se quedó sin gasolina, por lo que debió seguir a pie hasta el
campamento de Lambert, cerca de Lubonja. El africano le propuso establecer allí
el estado mayor pero el Che se negó rotundamente porque bajo ningún punto de
vista se podía concebir el comando de una fuerza a 25 kilómetros del frente.
En esas
se encontraban cuando a los pocos minutos, llegaron desde el sur cuatro North
American “Trojan” y dos B-26, para ametrallar y bombardear el área.
Pese a
que la acción se prolongó durante 45 minutos, las fuerzas rebeldes apenas
tuvieron dos heridos leves aunque fueron destruidas seis chozas y varios
vehículos resultaron dañados. Los nativos atribuyeron eso a la dawa aunque eso
no incrementó su ardor combativo.
Al día
siguiente el Che siguió viaje hacia Lulimba, mientras Lambert se dedicaba a
reunir al personal disperso por el área. Atravesó un poblado abandonado y
siguió directamente hacia el río Kiwi, donde encontró a los temerosos
pobladores ocultos y a algunos de sus defensores emboscados. Según le
informaron, la fuerza enemiga oscilaba entre los 150 y 300 hombres, por lo que
el Che decidió desplazarse hacia la misión para esperarlos allí.
Mientras
se desplazaba en esa dirección, los cubanos “Banhir” y “Wasiri” (posiblemente
Osmar Martín), se dedicaron a explorar los alrededores, intentando ubicar
lugares adecuados para las nuevas emboscadas; detectaron la presencia de un
número de enemigos mucho mayor al que les habían informado, concentrado
preferentemente en dos campamentos sobre ambas orillas del río. Enterado el Che,
se dirigió hacia allí y durante el avance, su vanguardia chocó con él,
entablándose un nutrido tiroteo que provocó una nueva estampida de congoleños.
De un centenar que llevaba con él, apenas veinte permanecieron en sus
posiciones, por lo que la llegada de Lambert con otros sesenta efectivos (se le
habían escapado un centenar también), sirvió para tranquilizar un tanto los
ánimos pese al poco ardor combativo que demostraba esa gente.
El Che
le propuso a Lambert tres emboscadas pero este le dijo que debía consultarlo
con sus pares. El africano partió hacia el puesto de mando en pos de esa
información y no regresó más.
Mientras
tanto, entre Katenga y Lulimba, una columna motorizada enemiga se introdujo en
la posición de “M’bili”, desencadenándose un nuevo enfrentamiento. Los cubanos
se hallaban agazapados, esperando el momento de abrir fuego, algo que habían
acordado previamente con los congoleños (debían la orden), pero ni bien asomó
el primer vehículo, los aquellos dispararon, perdiéndose de ese modo el factor
sorpresa.
En el
intercambio de disparos, los askaris mataron a cuatro congoleños pero
recibieron sobre sí tal poder de fuego, que se vieron obligados a abandonar los
rodados y retirarse a pie, dejando en el terreno dos compañeros sin vida.
Capitán Alastair Wicks, segundo de Hoare, un gentleman al frente de mercenarios |
Entre
el 26 y el 27 de septiembre, “M’bili” atacó una columna integrada por dos
tanquetas y un jeep, destruyendo una de ellas. En el intercambio de fuego, el
enemigo, integrado mayoritariamente por efectivos sudafricanos, logró quebrar
sus líneas y continuó el avance, hiriendo a varios cubanos y africanos y
forzando al resto a evacuar el sector. Menos de veinticuatro horas después,
llegó la confirmación de que Hoare había lanzado la ofensiva, marchando al
frente de 2400 efectivos, prueba de lo cual fue el incremento de los bombardeos
aéreos sobre el teatro de operaciones.
En
vista de que había dado comienzo la gran arremetida, Víctor Dreke envió a
Lambert y a “Nane” a la costa en busca de un cañón, pero solo el segundo
regresó con algunos morteros. Al parecer, el jefe africano apareció después,
completamente borracho, sin la pieza de artillería, proponiendo un absurdo
ataque a la misión protestante que acababa de perder. Dreke se opuso
terminantemente por considerar la operación improcedente y cuando se encontraba
en plena discusión, apareció la aviación, obligando a los rebeldes a retirarse
para evitar ser ubicados.
En ese
preciso momento, llegó a la orilla del lago una misión enviada por Fidel
Castro, encabezada por el ministro de Salud cubano, Ventura Machado (“Machadito”),
Ulises Estrada, Telmo, Oliva y Mujumba, ministro de Salud de Kabila. Traían
algunas cartas y un mensaje del máximo líder para Guevara, advirtiendo que el
Consejo Revolucionario del Congo no era gente de fiar. Eso decidió a “Tatú” (el
Che) a sugerirle a Machado no enviar a los cincuenta médicos que los congoleños
habían solicitado y esperar nuevas indicaciones. Mientras tanto en aguas del
lago, tenían lugar inquietantes novedades.
Información
recogida por observadores en el litoral, daban cuenta del intenso movimiento
que tenía lugar frente a las costas, confirmado el día 2 de octubre cuando la
flotilla mercenaria, integrada por al menos dos docenas de lanchas de asalto,
se aproximo a las playas para desembarcar gente y cañonear los nidos de ametralladoras
que las defendían.
De ello
tomaron nota los recién llegados pues, además de la respuesta del Che, debían
elaborar un detallado informe para ser entregado al consejo de ministros una
vez de regreso en La Habana.
Notas
1
El Che generaliza al llamar a los mercenarios “belgas”. En realidad, la
mayor parte de los
integrantes el 5º Comando eran sudafricanos; sus principales oficiales,
además de Hoare, fueron Alastair Wicks, veterano de la Segunda Guerra
Mundial nacido en Rhodesia (hoy Zimbawe) en 1939, egresado de Oxford y
de la escuela de élite de Harrow en Londres y los tenientes Jeremy
Spencer, británico, Old Etonian (egresado de Eaton) y Gary Wilson,
sudafricano, que había servido en la célebre Household Cavalary.
2 Rodeado de
elevaciones, el poblado de Lulimba, sólo podía ser atacado desde las serranías
circundantes o desde el Lago.
3 Paco Ignacio Taibo
I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 156.
4 El Che no apuntaría
esas palabras en sus memorias.
5 Ernesto Che Guevara,
Pasajes de la Guerra Revolucionaria:
Congo, op. Cit. p. 130.
6 Paco Ignacio Taibo
I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 159.
7 Ídem, p. 160-161.
8 Habían caído sobre
la posición no menos de diecisiete proyectiles de mortero.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)