lunes, 26 de agosto de 2019

LA GRAN OFENSIVA DE OCTUBRE

Uno de los mejores relatos de la campaña africana del Che, se encuentra en el capítulo 7 del libro Las guerras secretas de Fidel Castro, “Congo: el Vietnam cubano”, de Juan F. Benemelis.

Por el contrario, el libro de Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra se va en anécdotas superficiales y ni Pierre Kalfon, ni Jon Lee Anderson ni ningún otro autor que haya abordado el tema han puesto demasiado énfasis en esa empresa absurda y demencial.

Para comprenderla, es necesario concentrarse en las acciones de guerra y dejar a un lado cuestiones superfluas como el ajedrez, la dawa, la actitud de los soldados africanos, la desvergüenza de sus jefes, las borracheras de los nativos, sus danzas tribales, las serpientes y las fiebres, pues ello reducirá los hechos a una simple relación.

Si bien la aventura africana fue un fracaso, el Che volvió a demostrar su determinación, su espíritu de sacrificio y su coraje a toda prueba, junto con su obstinación, su falta de visión y su tendencia a esconder la cabeza para no ver la realidad, características de su personalidad que en un futuro cercano lo conducirían inexorablemente a la muerte.

Hasta el momento de su llegada, las tropas de Tshombe vivían tranquilas en el frente de guerra, especialmente los mercenarios blancos, pues sabían que los rebeldes no deseaban combatir. Encajonados en el extremo oriental del país y limitados a un angosto corredor paralelo al lago, no constituían ningún peligro hasta la llegada de los cubanos. Recién el ataque a Front de Forces le demostró al gobierno que algo raro estaba ocurriendo y eso lo puso en alerta.
Al desembarcar en el Congo, el Che se encontró un cuadro de situación completamente inesperado. Las fueras rebeldes no combatían, apenas controlaban el litoral y solo se limitaban a disparar su limitada artillería a distancia, esperando que sus jefes se dignasen asumir el mando y conducir la rebelión.
El combate de Front de Forces pareció cambiar las cosas; de buenas a primeras, los mercenarios de Mike Hoare vieron como los congoleños tomaban la iniciativa y se arriesgaban en ataques frontales, algo que hasta el momento, nunca había sucedido. Un camión repleto de carga (en realidad alimentos y alcohol) fue destruido y sus seis ocupantes (askaris negros), muertos. La central hidroeléctrica y la unidad militar habían sido atacadas y varias patrullas cayeron en emboscadas bien montadas. ¿Qué estaba sucediendo?
Esa era la pregunta que se hacían el jefe irlandés y sus segundos cuando efectivos del 5º Comando, fueron sorprendidos en Wawa y obligados a retroceder. Los mercenarios blancos relataron a sus superiores que habían sido tomados por sorpresa y que sus contendientes combatían con determinación.

-Esos no son congoleños –le dijo Hoare a sus oficiales- tampoco ruandeses.

Alguien estaba luchando junto a las fuerzas rebeldes y había que averiguar quién era.
Por entonces, el Che intentaba extender su radio de acción a la línea Fizi-Baraka, más precisamente hacia la base aérea de Kamina, centro neurálgico de las fuerzas mercenarias en el sector noroeste y trataba de que los jefes congoleños organizasen sus cuadros para acometer una embestida en esa dirección.
Hoare no se dejó intimidar por la derrota y solicitó refuerzos para capturar el yacimiento aurífero de Watsa, defendido por 1200 combatientes siba, entrenados por los cubanos. Extendió sus líneas a lo largo de 300 millas en el norte y de ese modo cerró los accesos a Uganda y Sudán, por donde los rebeldes recibían armas y suministros.
Por entonces, se tenían indicios de que tropas cubanas combatían en apoyo ejército rebelde y que el Che Guevara era quien los dirigía. La toma del caserío de Bambesa por efectivos sudafricanos1 permitió al alto mando de Hoare corroborar esa presencia dado que entre la documentación secuestrada, se encontraron documentos referentes a la reunión que Gbenye y el jefe argentino habían mantenido ahí el 29 de abril.
El 21 de julio la aviación bombardeo la aldea de Makungo, que había sido evacuada unas horas antes. Una semana después, la base de Luluabourg corrió la misma suerte, pero en este caso, las aeronaves encontraron al enemigo preparado. Arrojó napalm y tambores de gasolina y se retiró presurosamente, sin lograr el objetivo pues ni las bombas ni los bidones estallaron.
Cuando los aparatos de alejaron, el Che hizo un recuento de los proyectiles capturados y ordenó almacenarlos para disponer de esa gasolina ni bien fuera necesario.
La incursiones se repitieron y en una de ellas, algunos aviones fueron alcanzados ya que se los vio retirarse desprendiendo estelas de humo.
El 16 de agosto el Che Guevara decidió ignorar las órdenes de Kabila y partió hacia el frente, decidido a dirigir personalmente las acciones. Antes de hacerlo, envió a Videaux hacia Usumbura, capital de Burundi, en misión de exploración y él abordó un bote con Masengo para dirigirse a Kazima, población situada 27 kilómetros al norte de Kibamba.
Videaux, hizo lo propio en otra embarcación, acompañado por el cubano “Kingulo” y el coronel Vidaliga, que desde hacía algún tiempo intentaba abrir un frente en aquel sector. Dos días después, desembarcaron cerca de una aldehuela y en la mañana siguiente alcanzaron un campamento sudafricano, donde se trabaron en combate.
El Che pudo comprobar en persona el caos imperante al desembarcar en Kazima, lo mismo en Kayama cuando al cabo de unas horas reanudó la navegación para explorar posibles rutas.
Los askaris caen en una
emboscada
El 18 por la noche estaba en Front de Forces y tres días después se reunía con Dreke en su nuevo puesto de mando. Su gente lo recibió con regocijo, más porque llegaba acompañado por el “Tuma” (Carlos Coello) y al parecer, estaba dispuesto a quedarse.
Tras una serie de entrevistas con Zakarías, jefe ruandés local, decidió avanzar hacia el frente de Calixte, necesitado de mantener abierto un corredor que conectase la línea Fizi‑Baraka con las tierras altas de Burundi y los pantanos de Kigoma, única vía de aprovisionamiento más allá del lago.
La idea del Che era establecer un cordón defensivo que le permitiese mantener el flujo de armas y municiones desde Tanzania y Burundi, pero como el lago se encontraba constantemente patrullado por un comando naval integrado por elementos anticastristas, comprendió que debía hallar nuevas rutas para que el suministro no se cortase. Su idea consistía en lanzar una ofensiva en dirección a Katanga y de ser posible, establecer contacto con la gente de Mulele en Kwilu-Kango, para extender la revolución a todo el país. Con ello, pretendía arrebatar la provincia de la órbita de Tshombe, privar a su gobierno de recursos, principalmente mineros, controlar los yacimientos para el bloque socialista, incrementar el accionar de las fuerzas rebeldes y apoyar las guerrillas de Angola. Como asegura Benemelis en su artículo, en Fizi‑Baraka se jugó la suerte de la contienda bélica en el Congo y la de toda el África subsahariana.
Sabiendo que el Che Guevara había escogido bien el terreno2, Hoare decidió anticipar su avance, lanzando una pequeña flotilla de lanchas ligeras, apoyada por la aviación y embestir Lulimba por el lado sud-ocidental, debilitando su dispositivo defensivo en una maniobra de diversión.
Estas lanchas operaban desde una base al norte de Albertville, donde tenían asiento una unidad de cubanos anticastristas y elementos del 5º Comando cuya misión era bloquear el lago e impedir el flujo de suministros proveniente de Tanzania. Habían llegado a la región en 1964, provistas por la CIA para combatir a los rebeldes luego de ser utilizadas por la Brigada de Asalto 2506, en tiempos de Playa Girón. Se trataba de unidades de aluminio sumamente resistentes, de 50 metros de eslora, equipadas con piezas de 30 mm y ametralladoras pesadas, lo mismo las de menor calado (25 metros de eslora), mucho más ligeras y de gran maniobrabilidad.
Para Hoare era imperioso neutralizar al comando cubano y cortar las rutas de abastecimiento, dejando a los rebeldes aislados y sin contacto con el exterior.
A fines de agosto, el Che encabezó un ataque a la carretera Katenga-Lulimba, sabiendo que el enemigo se dirigía hacia allí desde Nyangi. Su fuerza constaba de cuarenta congoleños, diez ruandeses traídos por Zakarías y al menos treinta cubanos, divididos en dos columnas al mando de “Moja” y “Azi”.
La tropa cruzó el río Kimbi, crecido en esa época del año a causa de las lluvias y montó una primera emboscada al mando de “Moja” para prevenir cualquier ataque por la retaguardia; 500 metros más allá, sobre el camino a Fizi, el Che levantó su puesto de mando y algo más al oeste ubicó la gente de “Azi”, cubriendo la carretera Nyangi-Lulimba, sembrando de minas los accesos a los puentes para volarlos cuando las columnas motorizadas iniciasen su cruce.
Esperaron dos días, el Che en el puesto de mando, bastante cerca, siguiendo las incidencias y exigiendo informes cada media hora. Según recordaría Dreke años después, Se paraba a mitad de la carretera y preguntaba: Coño, ¿vienen o no vienen?3.
El 4 de septiembre, nueve askaris se introdujeron en la emboscada de “Azi”, iniciando un intenso intercambio de disparos. Tres días después, el propio Guevara se desplazó hacia el frente, luego de que los congoleños entraran en pánico y se retirasen.
Tras colocarse sus arreos y verificar el armamento, corrió hacia el lugar por donde llegaba el enemigo, acompañado por cuatro cubanos, de los cuales uno se hallaba enfermo.
Partieron en sentido contrario a los combatientes nativos que huían en tropel de la zona y al cabo de 500 metros, se toparon con una partida de campesinos que al verlos aparecer, huyeron a la desbandada.
Enterado de esa incidencia, “Moja” levantó presurosamente su emboscada y partió a toda prisa en busca del Che, temeroso de su seguridad. Avanzó primero hacia el río Kimbi, donde le habían dicho que se encontraba el comandante y luego hacia el puesto de mando, desesperado por alcanzarlo a la mayor brevedad posible. Mientras tanto, los congoleños restantes aprovecharon las horas de confusión y abandonaron el área para abandonar no regresar.
El sábado 11 de septiembre se produjo un nuevo combate algo más al norte, donde “Moja” había desplazado su emboscada. El Che se encontraba momentáneamente ausente porque había ido hasta Kibamba, a recibir a Emilio Aragonés, Oscar Fernández Mell y Aldo Margolles, quienes acababan de llegar de Cuba pero al momento de iniciarse el enfrentamiento se encontraba de regreso.
Una columna motorizada integrada por cinco o seis camiones dobló por el camino, avanzando directamente hacia las posiciones que ocupaban “Ishirine”, “Moja”, “Nane” y el capitán Zakarías.
En ese momento, alguien a la izquierda de “Dreke” abrió fuego y eso detuvo a los vehículos que encabezaban la formación. Los camiones que venían detrás, se dispersaron hacia ambos lados y los soldados saltaron de sus cajas y tomaron posiciones.
Un soldado ruandés apuntó con su bazooka y le dio de lleno al primer camión, destruyéndolo completamente. De un segundo camión descendieron más guardias y al intentar desplegarse sobre el terreno, se toparon con la gente de “Kahama”, que protegía el sector izquierdo. Los cubanos intentaron resistir pero una vez más los congoleños arrojaron sus armas y salieron corriendo, dejándolos solos.
Aún así, askaris y mercenarios llevaron la peor parte, sobre todo en el sector que cubrían Dreke y “Nane”, ubicados en lo alto de una barranca, quienes les produjeron numerosas bajas así como la pérdida de armas y equipo. Los cubanos mataron a una docena de guardias y se apoderaron del arsenal que transportaban los camiones, arrebatándoles sus armas incluso a los muertos y heridos que había en su interior.
Cuando el soldado ruandés intentó disparar su bazooka por segunda vez, el arma se le trabó y eso le dio tiempo a los askaris a buscar cobertura y devolver el fuego. Los congoleños que recibieron el peso del ataque, también soltaron sus fusiles y se dieron a la fuga, dejando desguarnecido el segundo flanco. En su estampida, se llevaron por delante a varios cubanos, quienes creídos de que se había producido un descalabro, abandonaron sus posiciones y también se retiraron.
Dreke despachó a Chibás para recabar información; en ese mismo momento aparecieron en su posición Emilio Aragonés, Aldo Margolles, José Palacio y Víctor Shueb Colás, informando que el Che (“Tatú”) había partido hacia la primera línea con el “Tuma” (“Tumaini”) y el “Veinticuatro”.
Dreke se desesperó al pensar en la suerte de su jefe y mandó a “Ishirine” para ubicarlo. Cuando aquel lo ubicó, vió que estaba parapetado tras unas rocas, tirando contra los guardias, cerca de sus compañeros.
“Ishirine” corrió a su lado y le pidió que se retirara. Costó mucho que lo hiciera pero al final se incorporó y se alejó del lugar mientras aquel lo cubría.
Los guardias finalmente se retiraron y los cubanos hicieron lo propio río arriba, dejando a “M’bili” y su gente para hacer reconocimiento. Uno de los combatientes, “Ansali”, sufrio quemaduras cuando los caribeños incendiaron uno de los camiones, utilizando con su propia gasolina, pero las mismas no revestían demasiada gravedad.
“Dreke”, “M’bili” y “Nane” recriminaron al Che por exponerse innecesariamente. Le rogaron que no volviera a intentarlo y lo exhortaron a mantenerse alejado de la línea de fuego porque esas eran las órdenes que tenían, pero el comandante era un individuo obstinado y por nada del mundo iba a admitir un reproche, menos cuando se había puesto al lado de sus hombres para combatir a la par.

-¡Yo soy el jefe! – espetó con marcado malestar.

Y cuando sus guardias volvieron a la carga, preguntándole porque desafiaba así las directivas que él mismo se había comprometido obedecer, replicó airado.

-Bueno, es que hay que violar alguna regla de vez en cuando4.

Entre el cargamento que los cubanos confiscaron al apoderarse de los camiones, abundaba la marihuana, pero también una nómina con los nombres y la cantidad de efectivos que guardaban Lulimba.
Del balance que hizo el Che luego el enfrentamiento, lo más positivo fue la actitud de los ruandeses, quienes resistieron en sus posiciones e incluso, uno de ellos, destruyó un camión con su bazooka. Por el contrario, los congoleños habían vuelto a demostrar su flojera, huyendo en tropel y lo más preocupante, al hacerlo, habían arrastrado a varios cubanos empeñados en combate.
Eso vino a aumentar los temores que Guevara experimentaba desde la llegada de Aragonés, pués en un primer momento, pensó que traía instrucciones  de Fidel, ordenando su regreso a Cuba, algo que no podía aceptar de ninguna manera.
La fuerza rebelde había sufrido cuatro muertos, dos desaparecidos y una docena de heridos de distinta consideración. El enemigo había soportado al menos quince muertos y un número imposible de determinar de heridos, nada mal si tomamos en cuenta que los cubanos eran apenas una fuerza de 113 combatientes, de los cuales cuatro eran médicos
Para entonces, el Che Guevara ya les había dado sus nombres de guerra a los recién llegados. Aragonés, por su tamaño y gordura fue “Tembo”, que en swahili significa “elefante”, Fernández Mell, por su carácter agrio recibió el apodo de “Siki” (vinagre), Aldo Margolles fue “Uta” y Antonio Palacios Ferrer “Karim”.
En cuanto al estado anímico que imperaba en aquellos días, el comandante apuntaría en su diario:

La moral de nuestra tropa había mejorado algo, según se puede desprender del hecho siguiente: Abdallah, Anzali y Baati, tres de los compañeros que habían planteado abandonar la lucha, solicitaron el reingreso con todos los deberes5.

Con respecto a los ruandeses, éstos exigieron las armas capturadas en combate pues, según su parecer, los congoleños habían huido y no las merecían.

Los ruandeses querían las armas pues los congoleños no habían hecho nada. Hubo incluso un conato de violencia. Los ruandeses se fueron a su frente6.

Quienes le causaron una pésima impresión fueron los estudiantes congoleños que acababan de regresar de China y Bulgaria, donde habían efectuado cursos de entrenamiento.

La primera preocupación de estos muchachos era recibir quince días de vacaciones para visitar a sus familias, luego estirarían ese plazo por resultarles corto… Eran teóricos, no querían subir a las montañas, formados por parámetros colonialistas, hijos de caciques que hablaban francés, traían todo lo negativo de la cultura europea… No podían arriesgarse en la pelea (…). Volvían barnizados superficialmente de marxismo, imbuidos de su importancia de “cuadros” y con un desaforado afán de mando que se traducía en actitudes de indisciplina y hasta de conspiración7.

En los días siguientes, el Che exploró la región al sur de Uvira, haciendo buena parte del trayecto en bote. Sin embargo, no pasó de Mumebe, una aldea situada a mitad de camino, porque Masengo, que lo acompañaba, entró en conflicto con la gente del lugar.
En Kabimba, “Aly” se trabó en combate con una partida de askaris y algo más adelante capturó a un grupo de belgas, encargados de una ametralladora pesada.
Videaux, por su parte, partió hacia Katenga, donde el Che pensaba abrir un corredor hacia Stanleyville y la región de Kwilo (Kwilu-Kango), donde la gente da Mulele se hallaba cercada. Lo hizo al frente de siete cubanos y un centenar de congoleños pero al llegar a Kasina, estos últimos se fugaron en masa, dejando apenas una treintena. Siguieron más adelante y al llegar a un terraplén situado al borde de la selva, montaron una emboscada en la que varios mercenarios belgas cayeron prisioneros al día siguiente.
Una semana después, “Aly” decidió regresar, llevando a los mercenarios a punta de fusil; sin embargo, a mitad de camino, dos de ellos lograron escapar y dieron aviso a su base, lo que se pudo comprobar al poco tiempo, cuando la aviación comenzó a sobrevolar el área.
“Aly” llegó al campamento llevando a los tres belgas restantes, uno de los cuales, fue interrogado por el Che en su puesto de mando. Las respuestas del cautivo, en cuanto a la presencia del enemigo, su número y el armamento del que disponía, lo obligaron a actuar de manera inmediata pues comprendió que era imperioso aislar Lulimba para cortar sus vías de abastecimiento, de ahí la decisión de cerrar la carretera de Katenga y montar emboscadas en los puntos de acceso.
Comenzó la lucha para dominar los puentes del Kimbi, con los cubanos destruyendo sus estructuras durante el día y los askaris reconstruyéndolas en la noche. Fue, como apunta el Che, una lucha innecesaria y desgastante que culminó cuando Hoare dispuso el envío de una importante guarnición para protegerlos.
Montadas las emboscadas de “Pombo” (Harry Villegas Tamayo) y “Nane” en los accesos a Lulimba, el Che se dirigió al puesto de mando congoleño, para proponerle a Lambert el ataque a la población. Según la nómina capturada en los camiones destruidos el 11 de septiembre, el objetivo apenas se hallaba defendido por cincuenta y tres efectivos y su armamento no pasaba del convencional, lo que hacía factible el éxito de la operación.
El 14 de septiembre, el Che Guevara se puso en marcha, llevando a “Azi” en la retaguardia. Partieron de madrugada, cuando aún no había salido el sol, bajo lluvias intermitentes y vientos que dificultaron notablemente el desplazamiento, sobre todo porque los caminos se habían convertido en un lodazal, con ramas y helechos descompuestos cubriéndolos en su totalidad.
Tan dificultosa fue la marcha, que en varias ocasiones debieron buscar refugio en las innumerables chozas abandonadas a lo largo de la ruta, en espera de que el aguacero amaine.
Mercenarios sudafricanos

En esas estaban cuando cerca de las 10.00 percibieron ruido de combate en la lejanía y el paso de varios aviones en dirección a las emboscadas.
La falta de equipos de radio no les permitía saber que ocurría y eso era grave porque en la línea defensiva de Lulimba, los guardias de Tshombe acababan de perforar las defensas y avanzaban hacia la población con tanques, camiones y jeeps. Hoare había lanzado su ofensiva enviando delante a su vanguardia nativa y estaba dispuesto a sacrificar buena parte de sus recursos para lograr el objetivo.
Llegado el mediodía, la reducida tropa del Che se reunió con “Azima”, que en esos momentos regresaba a la base luego de patrullar el área. Se encaminaron juntos hacia la abandonada misión protestante que se alzaba en las cercanías pero en el camino fueron detectados por las avanzadas de Hoare y sometidos a intenso fuego de mortero. Con los proyectiles estallando aquí y allá, corrieron hacia los edificios y tomaron posiciones defensivas, seguros de que el enemigo se había lanzado tras ellos. Pero para su alivio, los askaris no se acercaron y eso les permitió pasar la noche en relativa calma8.
El Che les ordenó a los congoleños cavar trincheras pero éstos se negaron por cuestiones supersticiosas. A la mañana siguiente reanudaron la marcha y pasadas las 10.00 se reunieron con las fuerzas del inestable Lambert, al que encontraron en completo estado de ebriedad, incapaz de pronunciar una frase coherente. En vista de ello, Guevara mandó colocar las dos ametralladoras pesadas en los extremos del campamento y situó a los bazookeros en semicírculo, para cerrar su perímetro por el norte.
El congoleño Alexis Runjiba Selemani observaba todo ese despliegue y se preguntaba que hacían esos blancos ahí, dando órdenes cuando ellos luchaban contra gente de esa misma raza.
El día 17, el Che reinició el avance hacia Fizi, donde esperaba contactar a Mulana, un jefe regional, veterano de los tiempos de Lumumba, con quien pensaba reforzar el dispositivo defensivo. Pero esa suerte de cacique tribal lo recibió con mucho recelo, como queriendo dejar en claro quién era el que mandaba y a lo único que se limitó fue a solicitar el envío de “asesores” cubanos para entrenar a su gente.
El comandante cubano le explicó que eso no podía ser porque en esos momentos intentaba concentrar sus fuerzas en vistas de un ataque masivo y eso imposibilitaba desperdigar a sus cuadros en un frente demasiado extendido; a cambio de ello, propuso enviar a los combatientes a la base del lago, para recibir el adiestramiento ahí y luego incorporarlos a la lucha (sugería que se abocasen preferentemente en el manejo de cañones y morteros), pero el jefe africano replicó un tanto molesto que el mercenario griego que tenía prisionero, le bastaba para cumplir ese cometido.
El 20 de septiembre la aviación de Tshombe arrojó volantes sobre las líneas rebeldes, detrás de Front de Forces y se retiró cuando los cubanos accionaron sus ametralladoras pesadas y respondieron con fuego reunido.
Calixte tomó uno de los panfletos y se lo llevó al Che hasta el puesto de mando. El comandante notó que estaban escritos en swahili y francés y que su contenido incentivaba a congoleños y ruandeses a desertar y unirse a las filas del gobierno, comandadas por Mobutu.
Instaban a luchar contra cubanos y chinos, porque querían apoderarse de las riquezas del país -en especial el oro- y prometían perdón y amnistía para todos los arrepentidos.
La aviación regresó al día siguiente para arrojar más volantes y bombardear las posiciones y al cabo de varios minutos, se alejó, sin ser alcanzada. Con los libelos, cayeron en esta ocasión decenas de fotografías de muy mala calidad, en las que se podían ver, de manera borrosa, cadáveres mutilados por los rebeldes simba, una manera un tanto torpe de hacer la guerra psicológica que sin embargo, entre los congoleños tuvo resultados.
Siguiendo consejos del Che, Lambert y Masengo unificaron el mando, pero no perdieron la ocasión de despotricar contra Gbenye, a quien acusaban de traidor y de entablar negociando con Leopoldville a sus espaldas.
El martes 21, el Che partió en jeep hacia la línea del frente pero a los pocos kilómetros, se quedó sin gasolina, por lo que debió seguir a pie hasta el campamento de Lambert, cerca de Lubonja. El africano le propuso establecer allí el estado mayor pero el Che se negó rotundamente porque bajo ningún punto de vista se podía concebir el comando de una fuerza a 25 kilómetros del frente.
En esas se encontraban cuando a los pocos minutos, llegaron desde el sur cuatro North American “Trojan” y dos B-26, para ametrallar y bombardear el área.
Pese a que la acción se prolongó durante 45 minutos, las fuerzas rebeldes apenas tuvieron dos heridos leves aunque fueron destruidas seis chozas y varios vehículos resultaron dañados. Los nativos atribuyeron eso a la dawa aunque eso no incrementó su ardor combativo.
Al día siguiente el Che siguió viaje hacia Lulimba, mientras Lambert se dedicaba a reunir al personal disperso por el área. Atravesó un poblado abandonado y siguió directamente hacia el río Kiwi, donde encontró a los temerosos pobladores ocultos y a algunos de sus defensores emboscados. Según le informaron, la fuerza enemiga oscilaba entre los 150 y 300 hombres, por lo que el Che decidió desplazarse hacia la misión para esperarlos allí.
Mientras se desplazaba en esa dirección, los cubanos “Banhir” y “Wasiri” (posiblemente Osmar Martín), se dedicaron a explorar los alrededores, intentando ubicar lugares adecuados para las nuevas emboscadas; detectaron la presencia de un número de enemigos mucho mayor al que les habían informado, concentrado preferentemente en dos campamentos sobre ambas orillas del río. Enterado el Che, se dirigió hacia allí y durante el avance, su vanguardia chocó con él, entablándose un nutrido tiroteo que provocó una nueva estampida de congoleños. De un centenar que llevaba con él, apenas veinte permanecieron en sus posiciones, por lo que la llegada de Lambert con otros sesenta efectivos (se le habían escapado un centenar también), sirvió para tranquilizar un tanto los ánimos pese al poco ardor combativo que demostraba esa gente.
El Che le propuso a Lambert tres emboscadas pero este le dijo que debía consultarlo con sus pares. El africano partió hacia el puesto de mando en pos de esa información y no regresó más.
Mientras tanto, entre Katenga y Lulimba, una columna motorizada enemiga se introdujo en la posición de “M’bili”, desencadenándose un nuevo enfrentamiento. Los cubanos se hallaban agazapados, esperando el momento de abrir fuego, algo que habían acordado previamente con los congoleños (debían la orden), pero ni bien asomó el primer vehículo, los aquellos dispararon, perdiéndose de ese modo el factor sorpresa.
En el intercambio de disparos, los askaris mataron a cuatro congoleños pero recibieron sobre sí tal poder de fuego, que se vieron obligados a abandonar los rodados y retirarse a pie, dejando en el terreno dos compañeros sin vida.
Capitán Alastair Wicks, segundo de Hoare, un gentleman al frente de mercenarios

Entre el 26 y el 27 de septiembre, “M’bili” atacó una columna integrada por dos tanquetas y un jeep, destruyendo una de ellas. En el intercambio de fuego, el enemigo, integrado mayoritariamente por efectivos sudafricanos, logró quebrar sus líneas y continuó el avance, hiriendo a varios cubanos y africanos y forzando al resto a evacuar el sector. Menos de veinticuatro horas después, llegó la confirmación de que Hoare había lanzado la ofensiva, marchando al frente de 2400 efectivos, prueba de lo cual fue el incremento de los bombardeos aéreos sobre el teatro de operaciones.
En vista de que había dado comienzo la gran arremetida, Víctor Dreke envió a Lambert y a “Nane” a la costa en busca de un cañón, pero solo el segundo regresó con algunos morteros. Al parecer, el jefe africano apareció después, completamente borracho, sin la pieza de artillería, proponiendo un absurdo ataque a la misión protestante que acababa de perder. Dreke se opuso terminantemente por considerar la operación improcedente y cuando se encontraba en plena discusión, apareció la aviación, obligando a los rebeldes a retirarse para evitar ser ubicados.
En ese preciso momento, llegó a la orilla del lago una misión enviada por Fidel Castro, encabezada por el ministro de Salud cubano, Ventura Machado (“Machadito”), Ulises Estrada, Telmo, Oliva y Mujumba, ministro de Salud de Kabila. Traían algunas cartas y un mensaje del máximo líder para Guevara, advirtiendo que el Consejo Revolucionario del Congo no era gente de fiar. Eso decidió a “Tatú” (el Che) a sugerirle a Machado no enviar a los cincuenta médicos que los congoleños habían solicitado y esperar nuevas indicaciones. Mientras tanto en aguas del lago, tenían lugar inquietantes novedades.
Información recogida por observadores en el litoral, daban cuenta del intenso movimiento que tenía lugar frente a las costas, confirmado el día 2 de octubre cuando la flotilla mercenaria, integrada por al menos dos docenas de lanchas de asalto, se aproximo a las playas para desembarcar gente y cañonear los nidos de ametralladoras que las defendían.
De ello tomaron nota los recién llegados pues, además de la respuesta del Che, debían elaborar un detallado informe para ser entregado al consejo de ministros una vez de regreso en La Habana.

Notas

1 El Che generaliza al llamar a los mercenarios “belgas”. En realidad, la mayor parte de los integrantes el 5º Comando eran sudafricanos; sus principales oficiales, además de Hoare, fueron Alastair Wicks, veterano de la Segunda Guerra Mundial nacido en Rhodesia (hoy Zimbawe) en 1939, egresado de Oxford y de la escuela de élite de Harrow en Londres y los tenientes Jeremy Spencer, británico, Old Etonian (egresado de Eaton) y Gary Wilson, sudafricano, que había servido en la célebre Household Cavalary.

2 Rodeado de elevaciones, el poblado de Lulimba, sólo podía ser atacado desde las serranías circundantes o desde el Lago.

3 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 156.

4 El Che no apuntaría esas palabras en sus memorias.

5 Ernesto Che Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria: Congo, op. Cit. p. 130.

6 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 159.

7 Ídem, p. 160-161.

8 Habían caído sobre la posición no menos de diecisiete proyectiles de mortero.



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