sábado, 31 de agosto de 2019

EL ENIGMA DE LAS MANOS Y LA MASCARILLA

El mundo aún se hallaba convulsionado por los sucesos de Bolivia y la figura del Che parecía agigantarse a medida que pasaban las horas.
Los que parecían festejar su muerte, eran los soviéticos y sus “aliados” del bloque comunista, quienes veían en el líder guerrillero al máximo exponente de la “revolución violenta a escala continental”, tan opuesto a sus intereses, según se desprende de la lectura del informe confidencial que el Departamento de Estado elaboró el 8 de noviembre de 19671.
Recién a comienzos de enero, Castro confirmó la presencia de cubanos en la guerrilla invasora2, demostrando, de esa manera, que su política, al menos mientras el dirigente argentino estuvo vivo, era agresiva. Y lo seguiría haciendo pues lo que sobrevino después deja en claro que Cuba mantuvo esa línea dado que casi todos los movimientos armados que ensangrentaron al continente en las décadas siguientes, así como sus intervenciones en África y otras regiones del Tercer Mundo, contaban con su apoyo y participación.

La noticia de la llegada de los guerrilleros sobrevivientes a Chile también fue tapa de los periódicos en todos los rincones de la Tierra. Sus peripecias, derrotero, penurias y desenlace, fascinaron a la opinión pública y ayudaron a incrementar la leyenda que se estaba formando en torno al Che.

Cinco guerrilleros comunistas (tres cubanos y dos bolivianos) se han entregado a las autoridades chilenas en la localidad de Iquique (1.600 kilómetros al norte de Santiago). Los cinco afirman haber formado parte del grupo guiado por Ernesto Che Guevara en Bolivia. […] Uno de los rebeldes, Harry Villegas Tamayo (cubano, veintisiete años), ha declarado haber sido guardaespaldas del Che y haberlo visto caer herido. […] Se trata de los supervivientes de la banda de diecisiete guerrilleros que ha combatido junto al Che en el área de Vallegrande, aproximadamente hace tres meses. […]3.

Que la amenaza guevarista y la intervención cubana aún persistían se percibe en el informe, también confidencial, que la embajada estadounidense le envió al Departamento de Estado el 30 de marzo de 1968, alertando a su gobierno al respecto.

La derrota de la banda comandada por [el] Che Guevara, compuesta por rebeldes adiestrados y financiados por Cuba, no significa en absoluto el fin de la amenaza subversiva en Bolivia. Además de los opositores internos, que apuntan a la subversión y al derrocamiento del gobierno a cualquier precio, se constata la presencia de  un número relativamente alto de bolivianos que han sido adiestrados por la guerrilla (en Cuba, en China y en la Unión Soviética). Hay que hacer notar que varias facciones comunistas están preparadas para cometer sabotajes y actos terroristas en las minas y en los centros urbanos. Es probable que el Partido Comunista filosoviético y el filochino continúen recibiendo financiación y ayuda desde el exterior. Además, recientes sucesos indican que el aparato de apoyo urbano (creado por el Che) todavía está activo en algunas áreas. Aprovechando el descontento de los trabajadores y un clima más favorable en las universidades, los comunistas podrían nuevamente intentar la vía insurreccional para tomar posesión del poder. Los guerrilleros comunistas bolivianos podrían aprender de los errores cometidos por Guevara, insistiendo en una guía de carácter nacional para borrar la “ofensa extranjera” sufrida por sus predecesores. […] En fin, no podemos excluir la posibilidad de que se produzcan actos aislados de terrorismo inspirados por Castro, con el objetivo de “vengar” la derrota de la rebelión guevarista. […]4.

El 8 de mayo de 1969, un poderoso artefacto explosivo estalló en el domicilio del controvertido ex-ministro Arguedas, provocando serios daños materiales y una gran conmoción. Iniciada la investigación, se pudo determinar que manos anónimas habían arrojado una granada de mano desde el exterior, junto a una carga de dinamita, aunque no se pudo establecer quien o quienes habían perpetrado el atentado.
Arguedas culpó a la CIA, más precisamente los agentes John H. Corr y Alberto Garzalas, insinuó la complicidad del gobierno y solicitó las correspondientes garantías para él y su familia. El mismo día, caminaba junto al periodista español Pedro Sánchez Queirolo sobre la misma acera donde se encontraba el Hotel “Torino”, cuando desde un automóvil que pasó a gran velocidad, dos desconocidos le dispararon sendas ráfagas de ametralladoras, para perderse inmediatamente en las calles de la ciudad. Arguedas cayó gravemente herido pero el reportero hispano no sufrió lesiones.
El ex-funcionario fue internado en la Clínica “Isabel la Católica” en muy grave estado y desde los más altos círculos del poder se llegó a temer por su vida.
Un par de días después, Roberto Jordán Pando, dirigente del MNR, sufrió un ataque similar cuando arrojaron un artefacto incendiario en el frente de su casa, destrozando su garaje y poniendo en riesgo a su familia.
Mientras se encontraba internado en la clínica, Arguedas recibió amenaza de muerte, razón por la cual, el día de su alta, acaecida el 8 de julio, decidió entregarle una declaración a la prensa, acusando nuevamente a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana y al gobierno e inmediatamente después, se dirigió a la embajada de México para solicitó asilo político (cosa rara, dejó que su familia continuase viviendo en su casa).
Once días después, el Ejército de Liberación Nacional dio a conocer una declaración firmada por “Inti” Peredo, titulada “Volveremos a las montañas” (Ver Apéndice), donde se anunciaba el reinicio de la campaña insurgente, dirigida por él.

¡La guerrilla boliviana no ha muerto! [comenzaba diciendo]. Acaba apenas de comenzar.
La guerrilla boliviana está en plena marcha y no vacilaremos en darle como epilogo brillante el triunfo de las fuerzas revolucionarias que instaurarán el socialismo en América Latina.
Nuestro país ha vivido en principio una experiencia revolucionaria de dimensiones continentales insospechables. El comienzo de nuestra lucha ha estado acompañado de una trágica adversidad. Hemos sufrido un duro golpe por la irreparable desaparición física de nuestro amigo, compañero y Comandante Ernesto “Che” Guevara y de muchos otros combatientes. Ellos, que constituían lo más puro y noble de las generaciones de nuestro continente, no dudaron un solo instante en ofrendar, en aras de la redención humana, lo poco que les era permitido: sus vidas.

La novedad tomó por sorpresa a la ciudadanía y generó la consabida inquietud entre las Fuerzas Armadas que, de manera inmediata, iniciaron una violenta represión tendiente a neutralizar el movimiento, antes de que tomara cuerpo. Numerosos militantes fueron detenidos y la mayoría terminaron en las cárceles, donde recibieron tratos brutales.
El 4 de septiembre, un segundo comunicado el ELN anunció la necesidad de iniciar la lucha armada a la mayor brevedad posible, para acabar con la injerencia norteamericana en el país y liberarlo de los políticos corruptos que se sometían a sus designios. Poco después, “Inti” Peredo partió clandestinamente desde Cochabamba hacia La Paz, alojándose en una casa operativa ubicada en la calle Santa Cruz Nº 584, entre Isaac Tamayo y Max Paredes, donde se encontraba cuando en la madrugada del día 9, ciento cincuenta efectivos de la policía, dirigidos por Roberto “Toto” Quintanilla, rodearon la edificación.
Percatado de lo que estaba sucediendo, el jefe guerrillero tomó su revólver Browning, la carabina M1 de su arsenal personal y se dispuso a vender cara su vida.
Cuando los agentes patearon las puertas para ingresar a la vivienda, pensaban que una célula terrorista los iba a recibir a sangre y fuego pero se encontraron con un solo hombre que al abrir fuego, hirió a varios efectivos.
La fuerza policial se replegó y durante una hora y media intentó abatirlo desde todos los ángulos, pero el guerrillero, guevarista al fin, supo resistir temerariamente, como lo demostró siempre. Ciento cincuenta contra uno y así estuvieron hasta que Peredo se quedó sin balas. Entonces, tomando su M1, disparó desde la puerta de la habitación en la que se encontraba atrincherado, obligando a los agentes a mantenerse a cubierto. Cuando el arma se le trabó, una granada arrojada certeramente acabó con su resistencia; los agentes entraron disparando y lo capturaron gravemente herido.
El cadáver del "Inti" Peredo es expuesto a la prensa. Una vez más,
Roberto "Toto" Quintanilla en el encargado de su exhibición

Durante mucho tiempo circuló la versión de que Peredo había perecido como producto de las heridas recibidas pero al igual que su jefe, el Che, encontrándose herido en una pierna y un brazo, fue retirado con vida y conducido a una obscura dependencia policial, para ser arrojado a una celda, aún en las condiciones en las cuales se encontraba.
Las versiones de tratos brutales y torturas no deben ser descartadas. Al parecer, lo golpearon ferozmente y con una culata le destrozaron la columna vertebral. Y como aún permanecía con vida, el oficial a cargo le ordenó al Dr. Hebert Miranda Pereira, que le aplicara una inyección letal.
Como le ocurriera a su admirado comandante, a las 22.20 de ese mismo día, su cadáver fue expuesto a la prensa y luego desapareció del lugar. Un par de días después, las autoridades llamaron a sus familiares a la iglesia del cementerio y les entregaron los restos, que terminaron sepultados en la estancia familiar, de El Beni, su tierra natal.
Tres meses después, la noche de Fin de Año de 1969, cayó abatido “Darío”, luego de enfrentarse a una fuerza policial que lo acababa de cercar en las calles de La Paz. A ambos los había delatado gente de su entorno5.
En medios de rumores de golpe de Estado (gobernaba entonces Luis Adolfo Siles Salinas), Arguedas llamó a su hijo Carlos a la embajada mexicana y le dio una serie de instrucciones que debía llevar a cabo con la mayor precisión. Antes de despedirse le aconsejó mesura y le pidió que se comunicara con su viejo amigo Víctor Zannier, para informarle que necesitaba verlo.
Zannier era su hombre de confianza, co-militante de los partidos de izquierd, de ahí la premura con la que nuevamente lo mandó llamar para encomendarle una otra misión de riesgo.
Cuando el periodista se presentó en la legación, Arguedas le pidió que fuese hasta su escritorio, en la planta baja de su domicilio, y con la ayuda de su mujer y su hijo, buscase debajo del closet una urna de metal obscuro (según otras versiones era de madera, recubierta de adentro por fino terciopelo rojo), en cuyo interior se encontraban las manos del Che y su mascarilla mortuoria.

-Tienes que ver como las llevas a La Habana – le dijo6.

Zannier no se pudo negar, sentía un aprecio especial por Arguedas y por ello aceptó. Ni bien salió de la embajada abordó un taxi, compró un maletín de cuero en un negocio céntrico y se dirigió a la casa de aquel, en el barrio de Obrajes, donde lo esperaban Gladys Oblitas de Arguedas y su hijo Carlos, muchacho de apenas 18 años.
Estuvieron trabajando tres días, removiendo el material durante las noches, siempre con el más absoluto sigilo, hasta que, por fin dieron con ella, una suerte de arca arrumbada entre papeles, documentos y armas de diferente calibre.
Se trataba efectivamente, de un estuche de metal obscuro, en cuyo interior había guardadas dos cajas, una pequeña y otra de mayores dimensiones, perteneciente a una marca de máquina de coser, ambas envueltas por la bandera boliviana. Arguedas les había recomendado manipularlas con el mayor cuidado, pues en una de ellas había un frasco que contenía formol.
Entre los tres la extrajeron del foso y con las precauciones del caso la depositaron en el piso del escritorio. Al abrir la primera caja, se encontraron la mascarilla mortuoria del Che y en la segunda, un recipiente de cristal sellado, con dos manos flotando en su interior.
Pasada la primera impresión, notaron los tres que las mismas se hallaban en posición de oración, bastante deterioradas, presentando ambas un color verdoso claro y los profundos cortes en las muñecas.
Zannier guardó los objetos en el portafolio y sin esperar más, partió hacia el centro de la ciudad, subiendo y bajando sus calles sinuosas, hasta que, un tanto desorientado, se detuvo en un teléfono público para hablar con un hombre de su entera confianza, Jorge Sattori Rivera, afiliado al PCB, a quien citó en el bar “OK”, diciéndole que debía hablarle de un asunto “en extremo importante”.
Sattori llegó a la hora indicada, acompañado por otro militante del partido, Juan Coronel Quiroga, con quien se sentó en la mesa donde se encontraba Zannier y sin más preámbulos, le preguntó que tenía para decirles.

-Qué creen lo que traigo aquí? – les dijo el periodista colocando el portafolio sobre la mesa.

-No tenemos idea – fue la respuesta.

-Son las manos del Che y su mascarilla.

Los recién llegados abrieron la bolsa y al ver lo que había dentro, casi se desmayan.

–Arguedas me ha encargado hacer llegar estos despojos a Cuba y yo no sé cómo hacerlo pues no tengo los medios. ¿Pueden ustedes hacerlos llegar?

Al decir “ustedes”, se estaba refiriendo al Partico Comunista Boliviano.
Les costó mucho a Sattori y Coronel reponerse. Finalmente, después de intercambiar una serie de opiniones, tomaron el maletín y se lo llevaron a la casa del primero, donde lo mantuvieron oculto por espacio de cinco meses, mientras decidían la forma de sacarlo del país.
En ese tiempo sucedieron varias cosas, entre ellas la proscripción del PCB y los allanamientos que las fuerzas policiales realizaban a diario, por lo que se tornaba imperioso establecer los contactos necesarios y sacar los restos hacia Cuba de una vez por todas.
Discutieron quien de los tres debía llevarlos y acordaron que fuesen Coronel y Zannier, por ser menos conocidos que Sattori, al que la policía tenía fichado desde hacía tiempo. El primero se ocuparía de llevarlas a Moscú y el segundo, desde ese punto hacia La Habana.
Partieron ambos en diciembre aunque en fechas diferentes, tomando distintas rutas para evitar sospechas.
Según relataría años después, Coronel salió para Madrid en un vuelo de Iberia, haciendo escalas en Lima, Guayaquil, Bogotá y Caracas. Ya en ese destino abordó un avión hacia París y desde allí, un tren a Praga, donde las autoridades soviéticas lo detuvieron por problemas en su visado. Debió regresar a la capital francesa, encaminarse al consulado de su país, hacerse visar correctamente el pasaporte y regresar, para continuar después a Budapest, donde lo recibió un sujeto amable llamado Sandor Varga (en algunas fuentes Vázquez), miembro del consejo administrativo del Partido Comunista Húngaro y funcionario del Departamento de América Latina del Ministerio de Relaciones Exteriores de su país.

-Traigo las manos del Che en la maleta. ¿Las quiere ver? – fue lo primero que Coronel le dijo al verlo en la estación.

El agente húngaro respondió que no tenía instrucciones al respecto y por consiguiente, debía solicitarlas. Se dirigió a una cabina telefónica y después de insertar una moneda, llamó a su dependencia para preguntar, recibiendo como respuesta un rotundo “no”.
Varga estaba sorprendido y era evidente que la situación lo desbordaba; “Yo no entendía por qué alguien tenía que viajar con semejante cargamento en un recorrido con tantas escalas. Había otras vías, menos arriesgadas”, confesaría años después. Al parecer, Coronel creía llevar la preciosa carga en el maletín que sujetaba con fuerza en su mano derecha pero la misma viajaba por valija diplomática siguiendo otra ruta. Refiriéndose a un colega suyo, miembro de la embajada magiar en el país andino, Varga manifestó: “Me comentó que nuestro Gobierno había recurrido a la valija diplomática para transportarlas. Coronel estaba convencido de que él las llevaba, y por eso quiso enseñármelas. Es posible que los soviéticos le engañaran”7.
Una explicación diferente, basada en la investigación del periodista boliviano Gustavo Sánchez, ofrece un itinerario distinto. Según el mismo, las manos salieron en valija diplomática vía Chile, conducidas por Zannier y desde ahí fueron enviadas por el PC local hacia Madrid, para seguir a Moscú, previo paso por Budapest. Según Coronel, las llevó él dentro de su propio maletín, en un vuelo de Iberia con destino a la capital española. Siempre siguiendo su versión, durante su escala en Lima vivió un momento de zozobra cuando desde la torre de control les ordenaron a los pasajeros descender sin sus equipajes, porque el avión iba a ser revisado. Por un momento llegó a temer que las autoridades del Altiplano hubiesen solicitado la requisa, percatadas de su salida pero eso no fue así. Una hora después, el pasaje pudo retornar a la aeronave y reanudar su vuelo, que finalizó en Barajas.
Según algunas versiones, las manos y la mascarilla del Che fueron
llevados a Moscú en valija diplomática, según otras, en un simple maletín

Luego de sortear la aduana (momento de extrema tensión), Coronel abordó un taxi y se encaminó al centro madrileño para pasar ahí 48 horas. Tampoco en ocurrió nada este caso y de esa manera, pudo continuar rumbo a París, donde estuvo alojado en casa de un pariente hasta su partida en tren con destino a Budapest.
Una vez más, versiones encontradas en relación a la historia del Che; una vez más, los protagonistas desdiciéndose unos a otros, deseosos de representar el papel principal.
De acuerdo con la nota de Homero Campa, “El periplo de las manos del Che”, los contactos los habría efectuado Sattori desde La Paz, a través de su esposa, María Benquique, empleada de la embajada de Hungría en la capital boliviana8. Según Zannier, fue el gobierno húngaro el encargado de hacer llegar las manos a Moscú; de acuerdo con Coronel, las llevó él en persona. Lo cierto es que el 31 de diciembre de 1969, el mismo día que caía abatido “Darío” en Bolivia, los dos emisarios se encontraban en la capital del imperio soviético, Coronel y Zannier, soportando temperaturas gélidas, en espera de establecer contacto con el agente Igor Ribalkin, delegado del Partido Comunista Soviético, quien debía conducirlos hasta la embajada cubana y presentarlos a sus autoridades, a quienes el mismo Fidel Castro había puesto al tanto de la situación.
El agente ruso fue puntual; se presentó con su vehículo en el lugar acordado y tras un ráopido saludo, los llevó a ambos a la legación.
Cuando todo estaba acordado para que los bolivianos viajasen a La Habana, alguien desde la isla llamó de parte de Fidel Castro impidió que Coronel fuese de la partida. Según relata éste último en el documental holandés de Pieter de Kock, Las manos del Che, el régimen cubano sabía de su pertenencia al traidor PCB y no lo quería en su territorio.
Coronel acusó el golpe; se lo consideraba integrante de una agrupación traicionera y eso le dolió profundamente.
Zannier abordó el vuelo de Aeroflot, con destino a la isla, acompañado por un funcionario de la legación cubana. Durante la escala que el aparato hizo en las islas Bermudas, los británicos, permitieron que marines norteamericanos, a pedido del Departamento de Estado, revisaran el pasaje (incluso les facilitaron la lista de con los nombres de quienes viajaban a bordo).

-¿Ocurre algo? – le preguntó Zannier a uno de los militares norteamericanos.

.-No, solo rutina – respondió aquel secamente.

Según la investigación de Gustavo Sánchez, su tocaya Celia, la amante de Fidel, esperaba a Zannier en una dependencia apartada de Rancho Boyeros. Lo hicieron sortear los controles y lo condujeron directamente a la casa que la secretaria y ayudante del hombre fuerte de la isla tenía en la Calle 11 del barrio de El Vedado, donde aquel esperaba.
Fidel tomó la caja y después de abrirla, observó detenidamente el contenido. Ahí, dentro del frasco, flotaban las manos de quien había compartido el poder en la isla con él. Lo mismo la máscara mortuoria.
Recién el 26 de julio de 1970 daría conocer la noticia a una nueva multitud que se había concentrado en la Plaza de la Revolución para conmemorar un otro aniversario del histórico triunfo9.

-Es de su materia física –dijo- lo único que nos queda. No sabemos siquiera si algún día podremos encontrar sus restos. Pero tenemos sus manos prácticamente intactas.

Y cuando le preguntó al pueblo que hacer con ellas, un millón de voces se alzaron para gritar:

-¡¡Consérvalas, consérvalas!!

Fidel propuso depositarlas junto a la mascarilla dentro de una urna de metal, para ser expuestas en una suerte de museo que se edificaría a los pies de la estatua de José Martí, en la Plaza de la Revolución.

-Así, en el próximo aniversario de la caída en combate del Che inauguraremos ese recinto donde el pueblo podrá libremente pasar y presenciarlas.

Pero nada de eso sucedió porque sus principales colaboradores le aconsejaron no hacerlo. Iba a ser un espectáculo macabro y podía resultar contraproducente para la revolución. Castro escuchó detenidamente y después de pensarlo, desechó la idea.
Arguedas permaneció un tiempo más en la embajada de México en La Paz y finalmente logró viajar a La Habana, donde fue recibido por el gobierno revolucionario. Vivió ahí nueve años, junto a su familia y tras el derrocamiento de Hugo Banzer, en 1978, regresó a su país, para algunos, como agente encubierto de la CIA y para otros como emisario del castrismo. Tiempo después, comenzó a trabajar en la oficina de antinarcóticos, reuniendo uno de los más importantes archivos del gobierno boliviano en la materia. Terminó vinculándose a las mafias de la droga hasta que en 1986 fue detenido por su presunta participación en el secuestro del empresario Antonio Curi Curi, por lo cual estuvo preso durante tres años. Una vez en libertad, continuó ejerciendo la abogacía, de acuerdo a ciertos trascendidos, vinculado a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana y en el año 2000 acabó violentamente su vida, al estallar un artefacto explosivo que, al parecer, llevaba consigo.
Un hombre extraño y controvertido, que desempeñó un papel fundamental en esta historia.

Notas
1 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 152 (Informe del Departamento de Estado, confidencial, 8 de noviembre de 1967, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
2 Ídem, pp. 157-158 (Informe del Departamento de Estado, confidencial, 3 de enero de 1968, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo 23-7 Cuba/9.I.67.)
3 Ídem, p. 163 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por la embajada estadounidense en Santiago de Chile, confidencial, 2e de febrero de 1968, 14:53 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
4 Ídem, pp. 157-158 (Informe al Departamento de Estado por la embajada estadounidense en La Paz, confidencial, 30 de marzo de 1968, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 1897, fascículo PolAff & Rel/Bol – Us/I.I.67.)
5 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit. pp. 169-172; Luis Hernández Serrano, “A treinta y cinco años de la muerte de Inti Peredo”, La Fogata, 15 de septiembre de 2004, Rebelión (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=4585).
6 Homero Campa, “El periplo de las manos del Che”, Cuadernos Doble Raya, 9 de octubre de 2014 (http://cuadernosdobleraya.com/2014/10/09/manosdelche/).
7 Bertrand de La Grande, “El insólito viaje de las manos del Che”, El País, Madrid, 14 de octubre de 2007
(http://elpais.com/diario/2007/10/14/internacional/1192312809_850215.html)
8  Homero Campa, op. Cit.
9 Fue cuando Fidel reconoció que no se habían alcanzado las diez millones de toneladas prometidas en la última zafra.