lunes, 26 de agosto de 2019

LA DESPEDIDA



Recepción en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Fidel Castro, Aleida March,
Carlos Rafael Rodríguez y Osvaldo Dorticós dialogan con el Che



Mucho se ha especulado sobre lo que ocurrió cuando el Che Guevara regresó a La Habana; se han escrito libros y artículos, se ha disertado y polemizado, se han barajado teorías y desarrollado hipótesis, pero al día de hoy nadie sabe a ciencia que fue lo que acaeció y muy probablemente, jamás se sepa.
El 14 de marzo de 1965, cuando el avión de la línea aérea cubana tocó tierra en Rancho Boyeros, las principales personalidades del país aguardaban allí, para darle la bienvenida, entre ellas Fidel Castro, su hermano Raúl, Osvaldo Dorticós, Carlos Rafael Rodríguez, Osmany Cienfuegos, Emilio Aragonés, y el ministro del Azúcar Osvaldo Borrego. También se encontraban presentes Aleida, a quien Kalfon compara con Penélope -quien acababa de dar a luz al pequeño Ernesto-, la primogénita Hildita y buen número de reporteros.
Pierre Kalfon nos remite a las cintas de los noticiosos de la época donde, de acuerdo a su opinión, el Che y Fidel se cruzan varias veces “sin encontrarse”. A partir de ese detalle, comienza a especular, preguntándose su estaba sucediendo algo y si ambos líderes se hallaban distanciados. Los analistas creyeron ver en ello un clima de tensión y pronto comenzaron a circular decenas de versiones.

Lo cierto es que, tras las correspondientes salutaciones, Fidel y el Che abordaron un automóvil y se retiraron hacia una casa de Cojimar, donde pasarían los dos días siguientes dialogando a puertas cerradas. ¿Se necesitaba tanto tiempo para brindar un informe? ¿Estaban realmente hablando o discutían por algo? Hay quienes dicen que se trató de una reunión tumultuosa, con gritos y maldiciones, entre ellos el francés Dumont, cuando se refirió a los aullidos que escuchó ese primer día1. Incluso Jean Lartéguy llegó a escribir para “Paris-Match”, que Dorticós se encontraba presente y ante la impasibilidad de Castro, extrajo su arma y disparó contra el Che (¡!)2.
¿Se habían enemistado Guevara y Fidel?
Hay quienes sostienen que el discurso de Argel enfureció a los soviéticos y por esa razón, amenazaron con retirar su apoyo económico a Cuba. El argentino los había tratado de cómplices del imperialismo y eso no lo iban a tolerar; le hicieron el planteo a Fidel y este, para tranquilizarlos, les prometió tomar cartas en el asunto.
De acuerdo con esas versiones, en cuanto pudo, le pidió el Che que lo siguiera y una vez fuera de la vista de todos, le reprochó su actitud. Cuba necesitaba imperiosamente de Moscú y no se podía dar el lujo de agredir públicamente a su dirigencia y menos en un foro internacional, ante los representantes de las principales naciones del bloque.
Siempre de acuerdo a esas fuentes, el Che habría replicado con dureza, insistiendo en que solo existía una forma de imperialismo y a la misma se la debía atacar con todas las fuerzas pero Castro lo objetó, provocando el quiebre entre ambos. Esa sería la causa por la cual Carlos Rafael Rodríguez, el más pro-soviético de todos los cubanos, se hallaba presente en Rancho Boyeros el día de su llegada.
Pese a lo contundentes que parecen estas hipótesis, al menos dos hechos las desmienten categóricamente.
Según el historiador estadounidense Maurice Halperín, el último discurso de Guevara en Argel le causó estupor pero cuando preguntó a un alto funcionario del Ministerio de Comercio Exterior al respecto, este le respondió que “representaba el punto de vista cubano”3. Y por si eso fuera poco, el texto completo de la disertación fue publicado íntegramente por la revista oficial “Política Internacional”, detalle que como dice Jon Lee Anderson, elimina toda duda respecto de una fractura entre los líderes. “En realidad, la mayoría de los indicios sugieren que ambos trabajaban en equipo, hasta el punto de acordar lo que dirían en público”4. Para más, el pasado 2 de enero, Castro en persona hostigó a los rusos durante los festejos por el sexto aniversario de la Revolución, criticando su modelo y haciendo alusión a ciertos problemas que en esos momentos acuciaban al bloque socialista, lo mismo el 13 de marzo, cuando en la Universidad de La Habana, cargó contra la falta de apoyo a Vietnam, por parte de Rusia y China, ante el ataque de Estados Unidos.
Nunca hubo ruptura entre Fidel Castro y el Che; eso es un mito; un invento de sus enemigos. Lo que ocurrió aquel día fue que ambos se retiraron a un sitio seguro, lejos de miradas y oídos indiscretos, para analizar los pormenores del reciente viaje y tratar a fondo los detalles de la inminente intervención cubana en el Congo.
Fueron dos días de arduas conversaciones, donde el Che expuso su plan y planteó sus necesidades. Fidel lo escuchó y propuso tratar el asunto a nivel ministerial, siempre bajo el más estricto hermetismo.
En el siguiente encuentro, estuvieron presentes otros altos funcionarios, uno de ellos Manuel “Barbarroja” Piñeiro, quienes escucharon atentamente los planes del Che y acordaron trabajar en simultáneo con el fin de establecer las condiciones adecuadas para la lucha armada en Sudamérica.
El 22 de marzo Guevara organizó una reunión en el salón principal del Ministerio de Industria, donde hizo una pormenorizada relación de su viaje por el continente negro. Incluyendo un exhaustivo análisis de la situación político-social de las naciones visitadas. Una semana después se trasladó a la Unidad Agrobotánica Experimental “Ciro Redondo”, al sur de Jovellanos, para despedirse de los antiguos combatientes de su columna. Les anunció que partía por un tiempo a “cortar caña” y los saludó uno a uno, sin decirles a donde iba5. Solo se lo comentó a un reducido número de colaboradores, los de mayor confianza, a quienes se llevó a un costado para manifestarles que en realidad se marchaba por un tiempo, pero no podía decirles a donde. A partir de entonces, sus apariciones en público hicieron más esporádicas y así sucedió, hasta desaparecer casi por completo de la escena.
22 de marzo de 1965. El Che ofrece una charla sobre su viaje en el Ministerio de Industria

Su siguiente paso fue despedirse del personal que había trabajado a sus órdenes en el Ministerio. Inmediatamente después, encerrado en una de las habitaciones de su casa, comenzó a bosquejar una carta de despedida para Fidel y el pueblo cubano y otra algo más extensa, para su madre, esta última fechada el 16 de marzo.
Nadie imaginaba que el Che Guevara se estaba despidiendo, que partía en busca de nuevos horizontes y mucho menos, que se disponía a abrir un frente de guerra contra el imperialismo en África.
Ni bien terminó de redactar la carta a su madre, se puso en contacto con Gustavo Roca, que estaba por viajar a Buenos Aires y le pidió reunirse con él. En ella hablaba de irse a cortar caña por un tiempo y de ser posible, trabajar en alguna fábrica para adquirir experiencia pero, leyendo entre líneas, Celia comprendió que había algo detrás y sin perder tiempo, redactó de puño y letra su respuesta, con fecha 15 de abril6.
En el escrito, la atribulada madre le pedía a su hijo que tuviese cuidado, que no se fiase de nadie y mucho menos de Fidel, por quien nunca sintió simpatía; que si los caminos en Cuba se le habían cerrado, ahí estaban Ben Bella en Argelia y Kwane Nkrumah en Ghana para ir a ofrecerle sus servicios y remató con esa frase que ha quedado para la posteridad: “…siempre serías un extranjero. Parece ser tu destino permanente”7.
La carta jamás llegaría a destino; confiada a un sindicalista de izquierda que viajaba para la isla en esos días, llegó cuando el Che ya había partido rumbo a lo desconocido y así permaneció guardada durante décadas, como un documento inédito.
Quien recibió varios llamados en aquellos días fue Hilda Gadea, a quien su ex esposo le anunció en numerosas oportunidades una visita a su hija mayor. La niña y su madre esperaron pacientemente pero las mismas nunca se concretaron.
A finales de marzo, el Che reapareció por el Ministerio de Industria para liquidar algunos asuntos y despedirse de Regino Boti, titular de Economía y Planificación. Para Roberto Fernández Retamar, ocasional compañero de vuelo desde Praga, fue un alivio verlo allí porque desde hacía unos días circulaban extrañas historias en torno a su persona. Retamar iba a buscar un libro que le había prestado y eso sirvió para que ambos se saludaran amistosamente e intercambiaran unas cuantas palabras.
Casi enseguida, el alto mando cubano comenzó a reclutar efectivos de color con destino a la fuerza interventora del Che. El primero de ellos fue Víctor Dreke, activista estudiantil y veterano de la Sierra, que en esos días estaba a punto de cumplir 28 años.
Nacido el 10 de marzo de 1937 en Sagua la Grande, cerca de Las Villas, se unió a la columna del Che en el Escambray y participó en numerosos combates, entre ellos Placetas, donde fue herido de cierta consideración. Hombre delgado pero vigoroso, seguro de sí mismo y en extremo comprometido, se le encargó la instrucción de los reclutas y su adoctrinamiento, tarea que asumió con absoluta responsabilidad. Sabiéndolo un excelente cuadro, el Che lo designó su segundo en el mando.
El total de combatientes seleccionados para la campaña oscilaba entre los ochenta y noventa efectivos, incluyendo varios médicos, entre ellos José Raúl Candevat (“Chumi”), Gregorio Herrera (“Farat”), Diego Lagomarsino Comesaña (“Fisi”), Octavio de la Concepción de la Pedraja (“Morogoro” o “Moro”) y el haitiano Adrien Sansarique Laforet (“Kasulu”).
De momento, ninguno sabía quien iba a ser su comandante; Dreke recién se enteró al llegar al campamento en las afueras de La Habana donde se adiestraban los combatientes, por boca de Osmany Cienfuegos, quien solo le informó que el mismo se llamaba “Ramón”.
Mientras tanto, en su casa de Nuevo Vedado, el Che seguía con los preparativos. No solo deseaba despedirse de sus amigos sino, además, dejarles un recuerdo a cada uno.
A Alberto Granado, su entrañable compañero de ruta, verdadero “Sancho Panza” de su etapa pre-revolucionaria, le envió de obsequio El Ingenio, complejo socioeconómico cubano, una completa historia del azúcar de Manuel Moreno Fraginals, en cuya primera página escribió la siguiente dedicatoria: “No sé que dejarte como recuerdo […] Mi casa rodante tendrá de nuevo dos patas y mis sueños no tendrán frontera, hasta que las balas digan, al menos… Te esperaré, gitano sedentario, hasta que el olor de la pólvora disminuya”8.
También le escribió a su amigo de la infancia, José Aguilar; a Orlando Borrego le regaló los tres tomos de El Capital, de Marx y a Eliseo de la Campa, su piloto personal, Vuelo nocturno de Saint Exúpery.
Fidel Castro presenta al uruguayo "Ramón Benítez" en Laguito

Kalfon refiere que en esos días, el ecuatoriano Raúl Maldonado, uno de los economistas del staff guevarista, hasta ese momento viceministro de Comercio Exterior, lo fue a ver a su despacho para contarle que acababan de pedirle su renuncia, ¿las causas?, su tendencia pro-china. Lo encontró haciendo flexiones, seguramente con algunos objetos personales a punto de ser embalados. Después de saludarlo, le refirió lo que sucedía y cuando terminó, el argentino le respondió mirando a los ojos: “Un revolucionario jamás dimite”. El ecuatoriano quedó un tanto desorientado, y creyendo ver en la respuesta un incentivo a resistir, se dispuso a defender su postura, pero a los pocos días debió dejar el cargo, presionado desde lo alto.


Entre el 28 y el 29 de marzo, los pocos transeúntes que circulaban por el aristocrático barrio de Laguito, notaron un inusitado movimiento de personas y vehículos, en medio de un gran dispositivo de seguridad. Se habían cortado las calles y los agentes del orden desviaban el tránsito en distintas direcciones.
El epicentro de aquel despliegue parecía ser una mansión del lugar, donde era fácil percibir la presencia de Fidel. Estaban también Osmany Cienfuegos, “Barbarroja” Piñeiro y varios combatientes negros, que departían despreocupadamente en una de las salas cuando el hermano de Camilo pidió atención para presentar a una persona.
En ese momento, se abrió una puerta e ingresó un individuo misterioso; un sujeto de tez blanca y gruesos anteojos negros, que llevaba puesto un traje gris, como su sombrero y su corbata y peinaba sus cabellos hacia atrás, con abundante gomina. Se trataba de Ramón Benítez Fernández, ciudadano uruguayo, a quien invitaron a sentarse en una mesa en torno a la cual, hicieron lo propio los milicianos. Cuando se les dijo que el individuo en cuestión era el mismísimo Che, todos se sorprendieron. Tanto el look, como el perfecto maquillaje y la prótesis dental, lo hacían completamente irreconocible.
Fidel habló en primer lugar, explicando los motivos de la reunión y poniendo a los presentes al tanto de la misión que se les iba a encomendar. Cuando terminó, le pasó la palabra al invitado, quien explicó con más detalle los pasos a seguir.
Para entonces, ya había escrito sus tres cartas de despedida, la primera a destinada a sus hijos, la segunda a sus padres, y la tercera a Fidel y el pueblo cubano, las dos primeras fechadas el 1 de abril y la última el 31 de marzo.
La que le dirigió a los pequeños era escueta, pero cargada de emotividad.


A mis hijos

Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:

Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de

                             Papá


La de sus padres era un poco más extensa y como correspondía en ese caso, estaba redactada en otro tono.

Queridos viejos:

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida. Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.
Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consiente, mi marxismo está enraizado y depurado. Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo.
Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas fláccidas y unos pulmones cansados. Lo haré.
Acuérdense de vez en cuando de este pequeño condotieri del siglo XX. Un beso a Celia, a Roberto, Juan Martín y Patotín, a Beatriz, a todos. Un gran abrazo de hijo pródigo y recalcitrante para ustedes.


                           Ernesto


Según Víctor Dreke, el Che, “Papi” y él partieron del reparto La Coronela el 1 de abril de 1965, con destino al aeropuerto. El día anterior, el comandante le había entregado la carta de despedida a Fidel, pidiéndole que la leyera cuando lo creyera oportuno9. Una semana antes, una Aleida devastada le rogó que se quedara; que delegara el mando de la misión en otra persona, pero la decisión estaba tomada.
El mediodía del 31 de marzo, mientras la familia almorzaba, el Che le preguntó a Sofía Gato, la niñera de sus hijos, que había sido de las viudas de los combatientes muertos durante la guerra civil. La muchacha le contestó que la mayoría había vuelto a rehacer su vida e incluso criaba nuevos hijos. Entonces él se volvió hacia su esposa y señalando la taza de café que tenía delante le dijo: “En ese caso, este café que me sirves, puedes servírselo a otro”.

Conmovida aún hoy por ese recuerdo, Sofía comprendió que le daba su bendición a Aleida si decidía volver a casarse en caso de que él muriera10.

En horas del amanecer, cuando aún no había salido el sol, el Che tomó su equipaje y se abrazó a su mujer. Luego se asomó a la habitación donde dormían sus hijos y se detuvo unos instantes para contemplarlos. Aleida detrás lagrimeaba.
Caminaron ambos hacia la puerta y una vez allí, volvieron a abrazarse, y sin decir más, el hombre de tantas batallas salió a la calle y subió al automóvil que lo esperaba afuera. Ya acomodado en el asiento, cerró la puerta y clavando la mirada hacia el frente, le ordenó al chofer que arrancase. No tenía la fuerza suficiente como para volverse hacia el umbral y mirar el rostro de su mujer.




Imágenes




14 al 16 de marzo de 1965. ¿Discutieron Fidel y el Che durante su extensa
charla en Cojimar?



El Che Guevara es ahora Ramón Benítez



Fidel Castro observa el pasaporte de Benítez.
La Inteligencia cubana hizo un buen trabajo



Nadie pudo reconocer al Che bajo el disfraz



El Che, Aleida y sus hijos en la casa de Nuevo Vedado




El Che, transformado en Ramón Benítez Fernández, junto a Aleida



Notas
1 Pierre Kalfón, op. Cit., p. 443.
2 Ídem. Cita a “Paris-Match”, edición Nº 985 del 19 de agosto de 1967.
3 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 589.
4 Ídem.
5 Ídem, p. 590. Como se recordará, la unidad había sido creada por el Che con fines experimentales y educativos.
6 Roca entregó la carta el 13 de abril.
7 Ricardo Rojo, op. Cit., p. 208.
8 Pierre Kalfón, op. Cit., p. 450. Entrevista del autor a Alberto Granado.
9 Aquí también las versiones se contraponen. Según Carlos Franqui, el Che le dio la carta a Celia Sánchez porque Castro aún se hallaba molesto, después de la “terrible” discusión que habían tenido en Cojimar. Según Dreke, se la entregó en persona y estuvieron hablando un buen rato. La presencia del máximo líder de la revolución el día de la presentación de Ramón Benítez en Laguito, hecha por tierra lo primero.
10 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 591.