lunes, 26 de agosto de 2019

ULISES REGRESA A ITACA

Entrenando junto a sus hombres en Pinar del Río, antes de partir hacia Bolivia
El Che es el tercero a partir de la derecha

Desde su llegada a Dar es-Salam, en el mes de enero, el grupo encabezado por “Ishirine” se abocó de lleno al estudio de diferentes opciones para rescatar con vida a los tres combatientes cubanos que se habían extraviado durante el repliegue.
Como se recordará, a poco de desembarcar en Kigoma, el Che le pidió a Dreke ocuparse del asunto y ahí mismo, sin mediar consecuencias, casi todos sus hombres se ofrecieron como voluntarios para participar.
Dreke en persona seleccionó a “Ishirine” y éste a su vez a los cinco hombres que habrían de acompañarlo, Julián Morejón, Virgilio Jiménez, José Aguiar García, Ezequiel Jiménez e Isidro Peralta, suerte de escuadrón de elite a cuyo frente, debería acometer la riesgosa misión.
Durante todo ese mes, el grupo analizó diversas posibilidades, estudiando vías de acceso, tácticas, riesgos, situaciones de contacto e incluso, diferentes formas de infiltrarse en el territorio y cuando todo estuvo listo, se les dio luz verde para poner en marcha la operación.

Un día no determinado del mes de abril, los seis efectivos tomaron el dinero que le había dejado Dreke, treparon al jeep que tenían asignado desde su llegada a la capital y en compañía de un guía tanzano enfilaron hacia Kigoma, por la misma carretera que la brigada del Che había utilizado un año antes, para iniciar la campaña del Congo. El grupo estaría coordinado desde Dar es-Salam por Oscar Fernández Mell (“Siki”) quien, a esa altura tenía todo arreglado con el alcalde de la ciudad lacustre, para que sus hombres tuviesen todo listo al llegar.
Dos días le llevó al grupo atravesar el país, prácticamente sin parar en ningún sitio más que para repostar combustible y comprar agua.
Lo primero que hicieron una vez en destino, fue establecer contacto con el alcalde, quien los condujo personalmente hasta una casa especialmente acondicionada, cerca de la orilla y puso a su disposición una lancha a motor1 además de proveerles todo lo necesario para su subsistencia.
A poco de haberse instalado, los comandos establecieron contacto radial con “Siki” para informarle que habían llegado. Pasaron la noche sin mayores incidencias y al día siguiente se abocaron a la tarea de recabar información, sondeando a pobladores, pescadores y cuanto viajero congoleño desembarcaba en las playas, para sonsacarles, con mucho tacto, algo de información sobre la situación en la vecina orilla.
Pudieron determinar que si bien las lanchas patrulleras seguían vigilando el lago, el gobierno de Mobutu había replegado sus fuerzas y disminuido considerablemente las operaciones aéreas, cosa que facilitaría mucho las cosas; el ejército regular se hallaba en sus asientos de paz, la aviación apostada en tierra y los mercenarios de Hoare en sus respectivas bases, esperando el momento de reiniciar el patrullaje combinado del área.
Al cabo de dos meses, habiendo obtenido bastante información, los comandos llegaron a la conclusión de que estaban dadas las condiciones para efectuar el cruce y esa misma noche abordaron la lancha, decididos a poner en marcha la misión.
La navegación duró cerca de cuatro horas y se llevó a cabo sin ninguna complicación.
Apenas empezaba a clarear cuando frente a ellos comenzaron a recortarse las elevaciones y al pie de las mismas la costa, hacia donde enfilaron decididos, buscando un punto adecuado para desembarcar.
A solo treinta metros de la rompiente, los expedicionarios cortaron motor y comenzaron a remar, intentando aproximarse en silencio pero para su sorpresa, antes de alcanzar la orilla, les dispararon desde diferentes posiciones y eso los obligó a regresar.
La lancha viró rápidamente y se retiró hacia el este mientras a sus espaldas las balas repiqueteaban en el agua, levantando pequeñas y delgadas columnas.
En los días que siguieron al fallido intento, se presentaron numerosas personas asegurando tener noticias de los desaparecidos, todos ellos oportunistas deseosos de cobrar dinero y para obtenerlo, se valían de cualquier cosa, aportando datos absurdos e inverosímiles.
Una semana después, el grupo hizo un segundo intento algo más al norte, cerca de Kazimia, donde arribó una noche sin luna, sumido en la más profunda obscuridad.
En esta ocasión lograron desembarcar y avanzar hasta lo que había sido un puesto guerrillero, donde se toparon con algunos pobladores que luego de ser interrogados, les dijeron no saber nada. Los cubanos creyeron percibir algo de temor en aquella gente por lo que, sin nada más que hacer, regresaron nuevamente a Kigoma, convencidos de que aquellos pobres diablos no se habían atrevido a hablar.
Un tercer cruce arrojó los mismos resultados. En plena noche, los seis comandos echaron pie a tierra y con sus armas en las manos, caminaron hasta el amanecer, sin dar con nadie.
El 12 de junio “Ishirine” trazaba un bosquejo de la costa occidental, a la sobra de un árbol, cuando uno de sus hombres se le acercó, acompañado por un sujeto. El recién llegado se había presentado en la casa que ocupaban los cubanos, pidiendo hablar con su jefe porque tenía algo importante que transmitirle.
De entrada algo olfateó “Ishirine”, porque el congoleño hablaba español y no quería dinero. Eso era un indicio y por eso decidió indagar. Le pidió al individuo que hablase y cuando este le  mencionó a Roberto Hernández y Luis Calzada, creyó que el corazón le iba a saltar del pecho.
El hombre siguió diciendo que conocía a ambos, que eran ellos quienes le habían enseñado español, que estaban enfermos de malaria en un escondite a 25 kilómetros de la costa y luego de enseñarles un cuaderno con algunas anotaciones, explicó que esa noche había robado una barcaza cerca de Kibamba y en mitad del lago se pasó a un bote pesquero, al que le hizo señas, alcanzando en él las costas tanzanas.
“Iishirine” le pidió al sujeto que permaneciera con ellos y sin perder tiempo, se comunicó con “Siki”, en Dar Es-Salam, para ponerlo al tanto. El coordinador de la operación se manifestó entusiasmado y ordenó ultimar los preparativos para partir cuanto antes, recomendando mucha cautela y evitar que la noticia trascendiera.
La partida se demoró un par de días porque la lancha hacía agua debido a una encalladura y fue necesario enviar por un carpintero a un poblado cercano, para repararla.
Cuando todo estuvo listo, cargaron sus mochilas, revisaron el armamento y abordaron la embarcación, llevando con ellos al congoleño.
Desembarcaron en horas de la mañana y comenzaron a subir la gran pendiente que tan bien conocían, internándose lentamente en la región. Avanzando a paso constante, deteniéndose lo justo y necesario para descasarr unos minutos y beber un sorbo de agua, treparon en línea recta hacia Fizi, y al cabo de varias horas dieron con un sendero semicubierto por el follaje, por el que se desplazaron con mayor facilidad. Pero ocurrió que el lugar donde se hallaban sus compañeros no se encontraba a 25 kilómetros de la costa, como había dicho el africano, sino bastante más lejos, casi en la frontera con Burundi, camino a Ruanda, hacia donde no quedó más remedio que seguir, atravesando territorio salvaje y hostil.
“Ishirine” comenzaba a temer por la suerte de los compañeros perdidos, a quienes temía no hallar pero de repente, en medio de la selva, alcanzó a distinguir la inconfundible silueta de una cabaña y eso hizo renacer sus esperanzas. Cuando el congoleño señaló hacia ella diciendo que habían llegado, sintió su corazón latiendo aceleradamente y hasta tuvo ganas de gritar. Pero curtido como estaba en la disciplina militar, se contuvo y siguió avanzando, tomando las precauciones del caso.
Más que caminar por entre el follaje, corrieron hacia la choza y al ingresar en ella, vieron recostados en el suelo a Roberto y Luis, semidormidos, cubiertos por unas mantas.
La emoción fue tan grande y las sensaciones tan fuertes que todos se echaron a llorar. Sobre el piso de la choza, indefensos, reducidos a piel y hueso, se hallaban sus compañeros, extenuados, barbudos y harapientos. Se abrazaron todos y lloraron durante varios minutos hasta que “Ishirine”, intentando recuperar la compostura, ordenó un poco de aplomo.

-¡¡Ya coño, que no somos mujeres!! – gritó enjugándose las lágrimas.

La cabaña se hallaba en el extremo de una aldea, cuyo jefe se ofreció a ayudarles. Les dio alimento, agua, los hizo descansar y le ordenó a su gente atender cualquier requerimiento que los recién llegados formulasen.
Dos días después, emprendieron el regreso. Le habían pedido al jefe un guía y unos cuantos brazos para fabricar dos camillas y transportar a los enfermos hacia la costa, solicitud a la que el buen hombre accedió. De esa manera, tomando por atajos que el congoleño desconocía, cubrieron la distancia hasta el punto de desembarco y a menos de treinta horas de la partida, emprendieron el regreso.
Al rescate de los desaparecidos en acción

Una vez en la playa, los aldeanos los ayudaron a colocar las camillas en la lancha y cuando todo estuvo listo, echaron una mano, empujándola aguas adentro. La despedida fue cordial, con palmadas y abrazos, al mejor estilo latinoamericano y así fue como, al cabo de un cuarto de hora, vieron a esa gente sencilla y cordial saludar desde la orilla y luego perderse barranca arriba, mientras ellos se adentraban lentamente en el lago.
Una vez en Kigoma, procedieron a desembarcar a sus compañeros y después de acomodarlos en una de las habitaciones, procedieron a llamar a Dar es-Salam para darle a su jefe el “misión cumplida”.

-Tenemos a Roberto y Luis aquí con nosotros –dijo pletórico Chibás.

-¿Se encuentran bien? – preguntó Oscar.

-Afirmativo; se reponen de la malaria gracias a la medicación que les hemos suministrado.

 Ni bien cortó, Oscar (“Siki”) se comunicó con La Habana, posiblemente con el mismo Manuel “Barbarroja” Piñeiro, para informarle sobre el éxito de la misión y cuando al día siguiente “Ishirine” lo volvió a llamar, le transmitió las órdenes impartidas desde el Ministerio, indicando la necesidad de localizar a Semanat, el vigía del pelotón de “Pombo”, extraviado al comienzo de la retirada.
Cuando el jefe de los comandos le respondió a su superior que no se tenían noticias de él y nada se sabía al respecto, “Siki” insistió, señalando con cierta firmeza que era imperioso ubicarlo.

-Cuba está muy interesada en su rescate.

“Ishirine” se comprometió a buscarlo y cuando cortó la comunicación, les ordenó a sus hombres sondear a los compañeros rescatados, lo mismo a los pobladores, para ver si obtenían algún indicio del paradero.
En los días que siguieron, mientras Roberto y Luis se recuperaban, los cubanos indagaron a cuando lugareño pudieron e hicieron preguntas a todos aquellos que cruzaban el lago, lo mismo a los pescadores, que eran quienes más posibilidades tenían de averiguar algo, pero los días fueron pasando sin ninguna novedad.
Finalmente, a mediados de julio, Fernández Mell les ordenó levantar campamento y regresar a Dar es-Salam, porque había instrucciones de repatriar a la brigada a la mayor brevedad posible.
De Semanat nunca más se supo nada; la selva se lo tragó lo mismo a su recuerdo, elevando el número de bajas cubanas a siete.


Si el Che Guevara necesitaba argumentos para regresar a Cuba e iniciar los preparativos de su expedición boliviana, el golpe de Estado que el 28 de junio de 1966 derrocó al Dr. Arturo Umberto Illia en la Argentina le vino de perillas, pues confirmaba su prédica en con respecto all imperialismo y su expansión por el continente. 
Llegaba al poder un militar duro, el rígido e inflexible teniente general Juan Carlos Onganía, que si bien había encabezado el bando “Azul” durante los enfrentamientos armados de 1962 y 1963, propiciando la derogación de la proscripción impuesta contra el peronismo en 1955, una vez en la presidencia se manifestó más intransigente que los propios “Colorados”, la facción antagónica, cerrando toda posibilidad de diálogo al respecto.
El nuevo gobierno, auto titulado Revolución Argentina, se caracterizó por la represión contra toda manifestación de izquierda, la censura, la abolición los partidos políticos, la clausura del Congreso y un autoritarismo extremo aunque, justo es decirlo, a lo largo de los cuatro años que duró su gestión, no se produjeron asesinatos ni desapariciones.
Golpe de Estado en la Argentina
Onganía asume el poder
Onganía había llegado a la presidencia con el apoyo de vastos sectores de la población y ante la indiferencia de la gran mayoría; estaba allí para imponer orden y en ese sentido intervino varios ingenios azucareros en Tucumán, ocupó militarmente el puerto de Buenos Aires para acabar con la huelga general y actuó con dureza  en las universidades, sobre todo el 29 de julio de 1966, durante la denominada “Noche de los Bastones Largos”, cuando más de 400 estudiantes, profesores y graduados que habían ocupado cinco facultades en protesta por la decisión de derogar las autonomías y los gobiernos tripartitos (estudiantes, docentes y graduados), fueron aporreados y encarcelados por efectivos de la Dirección General de Orden Urbano de la Policía Federal.
Eso dio origen a la mentada fábula de la “fuga masiva de cerebros”, según la cual, un número no determinado de “pensadores”, “científicos” y “catedráticos”, lo “más granado” de la clase culta e intelectual, se vio forzado a abandonar el país en busca de libertad. Pero eso no es más que un mito urbano, una de las tantas “bolas” que se han echado a correr en la Argentina, algo que la gente repite automáticamente al hablar de Onganía aunque a la hora de mencionar a al menos uno de esos “sabios”, nadie puede pronunciar un nombre realmente trascendente. De hecho, los cerebros se quedaron en el país, tal el caso del Dr. Luis Federico Leloir, que bajo el gobierno de Onganía obtuvo el Premio Nobel de Química, y varios otros regresaron, uno de ellos Oscar Varsavsky, matemático, epistemólogo, científico y docente, que emigró en tiempos de Illia y regresó en 1968, para llevar adelante una destacada labor catedrática2.
A seis meses de su llegada al gobierno, Onganía cambió a su cuestionado ministro de Economía, Jorge Néstor Salimei y lo reemplazó por Adelbert Kireger Vasena, con quien logró la estabilidad económica que caracterizó los cuatro años de su gobierno. Las nuevas medidas permitieron poner en marcha un vigoroso programa de obras públicas (complejos hidroeléctricos, centrales nucleares, embalses, represas, carreteras, puentes, caminos), reducir los índices de inflación y desempleo, incrementar el PBI y obtener un superávit de 200.000.000  de dólares en la balanza de pagos, que benefició notablemente el desarrollo en líneas generales. También se redujeron el déficit fiscal, la inflación (que nunca superó el 10%) y los índices de inseguridad y se le dio gran impulso al desarrollo tecnológico, científico e industrial3.
Mienten quienes dicen que Onganía solo obtuvo el apoyo de los grandes grupos económicos y los partidos de derecha. Supo negociar con los sindicatos y hasta captó las simpatías de sectores del radicalismo. La estabilidad permitió a obreros y empleados acceder a préstamos con los que les fue posible adquirir sus viviendas, la producción agrícolo-ganadera se mantuvo en crecimiento constante y la deuda externa no alcanzó a superar los 3900 millones de dólares.
Es cierto que el nuevo mandatario había instaurado un gobierno de corte autoritario y dictatorial, pero la sociedad estuvo conforme con él, al menos hasta 1969 cuando en la provincia de Córdoba sectores obreros y estudiantiles iniciaron acciones violentas, fomentadas en buena medida por facciones internas de las mismas Fuerzas Armadas que ambicionaban hacerse del poder (Tte. Gral. Alejandro Agustín Lanusse).
Bueno o malo, el golpe de Estado vino a favorecer los planes del Che y crear el clima necesario para la instauración de un frente guerrillero en territorio boliviano.


El 21 de julio de 1966, el Che y “Pachungo”, desembarcaron de incógnito en el aeropuerto internacional de La Habana y sin pasar por controles y lugares de tránsito, abordaron un vehículo que esperaba a un costado del edificio principal y se alejaron hacia el oeste, por la Carretera Central.
Tenemos pocos datos de ese recorrido, pero de seguro al Che le pasaron muchas cosas por la mente; los días de Sierra Maestra, Fidel, Camilo, Raúl, La Cabaña, el Banco Nacional, Bahía de Cochinos, la Crisis de los Misiles, el Ministerio de Industria, los grandes viajes, la expedición africana, Praga, su familia; un torbellino imparable desfilando a ritmo vertiginoso mientras se desplazaba por las calles suburbanas.
El rodado salió de la ciudad, seguido a la distancia por un vehículo de custodia y a los pocos minutos tomó la carretera rumbo a Pinar del Río.
El Che y “Pachungo” estaban cansados, pero detenerse en la capital era imposible. Munidos de pasaportes falsos, habían salido de Checoslovaquia el 19 por la tarde4, iniciando un extenuante raid que los condujo en tren hasta Viena, donde hicieron trasbordo hacia Ginebra y desde allí a Zúrich, para abordar un avión que los llevó directamente a Moscú, escala previa a La Habana.
Los vehículos pasaron de largo Artemisa, Candelaria y San Cristóbal y al llegar a Herradura doblaron hacia el norte, tomando la ruta que lleva a La Palma. Se internaban en un área que el recién llegado conocía de sobra5, con alturas superiores a los 500 metros, zonas llanas y vegetación tupida, donde deberían pasar los siguientes meses, entrenando y planificando su siguiente misión.
Para entonces, las células clandestinas en Bolivia y la Argentina, trabajaban activamente en la organización de grupos guerrilleros. El 16 de abril, “Tania” viajó a México para encontrarse con “Ariel” (Juan Carretero), quien le hizo entrega de nuevas instrucciones del Che en cuanto a la red de apoyo y los pasos a seguir.
El furtivo contacto apenas dio para recibir el correo y escuchar las indicaciones y entre ellas, la primicia de que la guerra intercontinental estaba por comenzar y el comandante en persona la iba a encabezar. Con "Ariel" se encontraba "Julián", oficial del VMT que ayudó en la tarea de evaluar el desempeño de la muchacha en el Altiplano, sus contactos, la posibilidad de haber sido detectada por los servicios de seguridad locales y su decisión de contraer matrimonio para obtener la ciudadanía.
La muchacha voló de regreso a La Paz para esperar un nuevo emisario debía contactarla. Ese enviado llegó en la primera mitad de mayo, llevando consigo expresas indicaciones de su superior, las principales, buscar una propiedad para montar el campamento-base y mantener distancia con la agente argentina, permitiéndole, de ese modo, continuar su labor clandestina. Aún así, debía prepararla para tareas de correo, pues pensaba utilizarla para llevar y traer mensajes a diferentes puntos del país e incluso Perú y la Argentina, donde también se preparaban guerrillas.
Casi al mismo tiempo, el Che le pidió a Piñeiro que llamase a Ciro Roberto Bustos y de ser posible, lo retuviese en La Habana hasta su llegada, pues necesitaba instruirlo sobre nuevos procedimientos. El “Pelado” venía trabajando en la organización de la red local, reclutando elementos destinados a la potenciales unidades de combate que por expresas instrucciones de Guevara, no debían tener ningún vínculo con el PC nacional.
Confiado en la “limpieza” de su prontuario y en que las autoridades no lo buscaban, en el mes de mayo Bustos abordó un avión y viajó a la capital cubana, donde lo aguardaban agentes del MININT para trasladarlo a una casa operativa de la zona de Marianao, una de las tantas mansiones abandonadas luego del triunfo de la revolución, muy similar a la que había ocupado en 1962, cuando los preparativos para la expedición de Masetti.
Quedaría allí prácticamente abandonado, olvidado e inactivo durante varias semanas, hasta que un día, harto de esa situación, voló a Santiago para entrevistarse con su amigo “Furry”, a la sazón, comandante militar de la región de Oriente, el hombre ideal para plantearle sus quejas.
Abelardo Colomé Ibarra
("Furry")


La conversación tuvo lugar en Mayarí y de ella surgió un llamado de este último a “Barbarroja” Piñeiro, para increparlo por la situación del argentino y exigirle que el mismo fuera tratado como se merecía. “Barbarroja” se comprometió a ocuparse del asunto y ni bien cortó, dispuso todo lo necesario para que ni bien Bustos regresase de Oriente, se reuniese con quienes estaban a cargo de la operación.
El “Pelado” intuía que el Che no se encontraba en la isla pero estaba tranquilo porque lo sabía detrás de todo; por eso no se sorprendió cuando sus agentes le dijeron que le pedía un informe de lo actuado hasta el momento, para entregarlo a la mayor brevedad posible. Y en ese sentido, enviaron a Marianao un taquígrafo a quien comenzó a dictarle, explayándose sobre la labor realizada desde el fin de la guerrilla en Salta, la postura del Partido Comunista argentino y la situación política del país, vaticinando el golpe de Estado de Onganía.
Cuando una vez terminado se lo presentó a los agentes del MININT, estos le informaron que el Che no lo podía recibir y que debía volver a la Argentina para esperar allí un nuevo contacto.
Bustos partió de regreso y una vez en su tierra, se trasladó a Salta, para interiorizarse sobre la marcha del juicio6. Por entonces, las condenas habían sido apeladas pero el fallo se demoraba y eso ponía en riesgo la situación de los detenidos porque, de producirse el golpe (como realmente ocurrió), permanecerían en prisión por tiempo indefinido. El “Pelado” intuía eso y se lo comentó a “Ariel”, presentándole un plan de fuga masiva que aquel prometió estudiar.
Sin más que hacer, regresó nuevamente a Córdoba y reinició su vida normal, en espera del contacto que los agentes del Che Guevara le habían mencionado.


Siguiendo instrucciones de Praga, el MININT comenzó a seleccionar a los combatientes que deberían acompañar al comandante argentino a Bolivia. De esa manera, se fueron concentrando en La Habana, Gustavo Machín Hoed de Beche (nombre de guerra “Alejandro”), ex viceministro de Industria; Antonio Sánchez Díaz (“Pinares”; a partir de entonces “Marcos”) y Juan Vitalio Acuña Núñez (“Joaquín”), los tres con el grado de comandante; los capitanes Jesús Suárez Gayol (“El Rubio”), viceministro del Azúcar; Eliseo Reyes (“Rolando”), Orlando “Olo” Pantoja (“Antonio”), Manuel Hernández (“Miguel”), Octavio de la Concepción de la Pedraja (“Moro”) y los tenientes Leonardo Tamayo (“Urbano”), Dariel Alarcón Ramírez (“Benigno”), Israel Reyes (“Braulio”) y René Martínez Tamayo (“Arturo”), hermano de “Papi”.
Eran de la partida, también, Carlos Coello (el “Tuma” o “Tumaini”), Harry Villegas (“Pombo”), por entonces en Bolivia; José María Martínez Tamayo (“Papi” o “Ricardo”), que ya se encontraba allí, apoyando la acción encubierta de “Tania” y Alberto Fernández Montes de Oca (“Pacho” o “Pachungo”), quien acompañaba al Che en Checoslovaquia.
Los combatientes fueron concentrados en el despacho de Raúl Castro, en el Ministerio de las Fuerzas Armadas e informados de la misión para la cual habían sido escogidos, sin mencionarles quien la iba a comandar. El titular de la cartera fue claro a la hora de exponer la situación: se los había seleccionado para una misión internacionalista y en breve partirían hacia un campamento secreto en Pinar del Río, a efectos de iniciar un programa de entrenamiento intensivo.

Para la mayoría, era la consumación de un sueño: no había mayor aspiración para un cubano en las fuerzas armadas que la de ser un revolucionario internacionalista7.

La elección de aquellos hombres había sido en extremo meticulosa. La mayoría se conocía y había combatido en diversos frentes. “Benigno”, por ejemplo, había integrado la columna de Camilo y “Rolando”, la del Che. Para más, tras el triunfo de la Revolución, al último lo habían designado jefe de Inteligencia de la policía política y en tal sentido, fue a luchar contra los contrainsurgentes en Pinar del Río, la misma región hacia donde ahora se lo enviaba.
“Antonio”, por su parte, además de combatir en las filas de Guevara, tuvo a su cargo la instrucción de la guerrilla de Masetti; “Arturo” fue agente encubierto, “Alejandro”, antiguo miembro del Directorio, se había unido al Che en el Escambray y una vez aquel al frente de la cartera de Industria, fue designado viceministro. “Manuel” dirigió la vanguardia guevarista en el Escambray; “Moro”, además de médico, era veterano de la Sierra y oficial del Ejército Revolucionario; “Braulio” y “Pombo”, habían luchado contra Batista y acompañado al Che al Congo y “Urbano” formado el Pelotón Suicida de El Vaquerito.
“Joaquín”, el de mayor edad (tenía 41 años), era otro veterano de la Columna 8 que fue ascendido a comandante en el último tramo de la revolución; “Marcos” (también apodado “Pinares” por su procedencia) tomó parte en la lucha junto a Camilo y finalizada la guerra fue ascendido al mismo grado y “El Rubio”, después de combatir en las filas del Che, fue nombrado su segundo en el Ministerio de Industria. Había sido incorporado a la Columna 8 a pedido de su comandante y desde entonces integraba su guardia de korps junto a “Urbano”, “Pombo”, Juan Alberto Castellanos y Hermes Peña. Para finalizar, el apuesto “Pachungo”, antiguo maestro de escuela, luchó junto a Frank País durante las revueltas estudiantiles y por esa causa debió se exiliarse a Estados Unidos, escapando de la violenta represión desatada por Batista. En México se unió al M-26 y una vez de regreso, se incorporó a la columna del Che en el Escambray, convirtiéndose, a partir de ese momento, en uno de sus hombres de confianza. Destacó en la batalla de Santa Clara y finalizada la lucha, fue nombrado administrador del Central Washington y posteriormente, director de la industria azucarera en la región de Las Villas, pasando luego a ocupar las mismas funciones en la Empresa de Minería.
Esa era la legión del Che; cuadros de elite, fogueados en batalla y empapados de revolución, fanáticos, incondicionales de sus jefes, decididos y dispuestos a seguir sus órdenes al pie de la letra, aún cuando las mismas implicasen la muerte. Y lo iban a demostrar en muy poco tiempo, asombrando al mundo como protagonistas de una odisea demencial.
Como se ha dicho, desconocían aún su destino, así como el nombre de su comandante y en esa situación, partieron rumbo a occidente, más precisamente al recién acondicionado campamento secreto, en la región de Viñales, una tierra deshabitada entre sierras y follaje, lejos de la vista de todos, donde deberían permanecer aislados los siguientes tres meses, en espera de su salida del país.
Lo hicieron en un camión militar desprovisto de insignias y ni bien llegaron, comenzaron el exhaustivo programa de entrenamiento que incluía ejercicios físicos, pruebas de resistencia, largas caminatas, prácticas de tiro, lucha y adoctrinamiento.
Mientras tanto, en Bolivia, “Tuma” y “Pombo” contactaban a “Papi” para transmitirle las nuevas instrucciones del Che. Cuando lo hicieron, notaron que lejos de cumplir las disposiciones que el comandante le había dado antes de su partida, las había ignorado completamente, pues no solo frecuentaba seguido a “Tania”, sino que incluso le había revelado los planes de la operación y hasta le presentó a “Iván” (nombre en clave de Renán Montero), su enlace con La Habana.
Es de suponer que los recién llegados le observaron esas desprolijidades y le recordaron sus órdenes, las principales, mantener el menor contacto posible con la agente encubierta y buscar dos propiedades para establecer el campamento guerrillero, una en el Alto Beni, cerca de la frontera con Perú y la otra en un sitio alternativo que resultase adecuado, tarea esta última en la que ellos mismos colaborarían.
Los recién llegados dedicaron todo el mes de julio a conversar con los dirigentes comunistas locales y adquirir la mentada finca, sin lograr lo último.
En lo concerniente al primer punto, no les costó demasiado darse cuenta que pese a haber convenido con Fidel Castro colaborar con la inminente guerrilla, adquirir armas y aportar hombres8, Mario Monje y sus adláteres, se oponían a que un extranjero dirigiese la lucha armada. Estaban convencidos que Bolivia era tan solo el trampolín previo al objetivo principal y eso les disgustaba. Para tranquilizarlos, los cubanos les aseguraron que se trataba de un movimiento de proyección continental y que los planes contemplaban Bolivia como foco central, en lugar de Perú, pero los dirigentes no quedaron conformes. No ocurrió lo mismo con los cabecillas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) peruano, quienes comprometieron su apoyo e iniciaron los preparativos, para entrar en acción ni bien se les diese la orden.
El Che envió al "Tuma" y "Pombo" a Bolivia como una
suerte de avanzada

Aún así, el taimado Mario Monje encomendó a Roberto “Coco” Peredo, el “Loro” Vázquez Viaña y Rodolfo Saldaña, la búsqueda de una finca en las inmediaciones de Camiri y volvió a reunirse con los emisarios cubanos para confirmarles su cooperación y el aporte de su gente.
Cuando a las dos semanas, el “Loro” regresó e informó que había dado con una propiedad en cercanías del río Ñancahuazu, Monje dio el visto bueno y le ordenó comprarla. La operación se cerró el 26 de agosto, con “Coco” y el “Loro” estampando sus firmas en el boleto, mientras comentaban a la parte compradora que adquirían esas tierras para dedicarse a la cría de porcinos.
Todo parecía encarrilado cuando, cierto día, un malhumorado Monje volvió a reunirse con los enviados de Guevara y se retractó de lo que les había dicho en el último encuentro. En la ocasión, mostró sus verdaderas intenciones, mostrándose indignado por la injerencia foránea y decidido a retirar su apoyo, sentenciando sobre el final que en caso de optar por la lucha armada, recurriría a la Unión Soviética.
Eso desconcertó a los cubanos y los puso en alerta; “Pombo” y “Tuma” protestaron con vehemencia y entonces Monje bajó los decibeles, desandando el camino. Aún así, la desconfianza quedó instalada entre ambas partes y la tensión comenzó a ir en aumento.
En los días siguientes, Monje habló por separado con “Coco” Peredo y le manifestó que si bien pensaba apoyar al Che, vería cuando y como lo haría.


A la altura de Los Portales, el vehículo que conducía al Che y “Pachungo”, comenzó a trepar las sierras, siempre en dirección norte y al cabo de un par de horas, dobló por un camino de tierra hasta San Andrés de Caiguanabo, la extensa granja ubicada en las cimas de un cerro, próxima al río del mismo nombre9, donde la legión internacionalista entrenaba desde hacía un par de días, en espera de su jefe.
Según Anderson, se trataba de una lujosa propiedad campestre, provista de una piscina alimentada por un arroyo de montaña, expropiada años atrás a un rico inversor norteamericano que había huido durante la revolución. Cerca de allí, se encontraba la célebre cueva en la que el Che había instalado su comandancia durante la invasión de Playa Girón y la Crisis de los Misiles y algo más allá, las plantaciones de tabaco y café que precedían a La Palma.
El conductor hizo sonar la bocina y al cabo de unos minutos apareció un hombre que, fusil al hombro, se dispuso a abrir los portones.
Los cuadros que se adiestraban en el lugar, vieron llegar a un extraño individuo calvo, de estatura normal, vestido de traje y corbata, con un par de lentes sobre sus narices, hablando un extraño acento que parecía español.
Se les ordenó adoptar posición de firmes y mientras lo hacían, el oficial Tommasevich, que había acompañado al mencionado sujeto durante el trayecto, se dirigió a él diciéndole que esos eran los combatientes que lo iban a acompañar.
“¡No es posible –pensó “Benigno” alarmado- No podemos ira al combate con eso!”.

-Estos son los hombres –dijo Tommasevich– ¿Qué le parecen?

-Me parecen todos unos comemierdas – respondió el español.

Los cuadros permanecieron petrificados en su lugar, sin mover un músculo y allí se encontraban, intentando contener la furia cuando el recién llegado se les presentó uno a uno, tendiéndoles la mano.

-Mucho gusto; Ramón.

El sujeto se paró frente al pelotón y mientras le hablaba, comenzó a ir de un lado a otro, mirándolos fijamente a los rostros.

-Mi opinión no ha cambiado –volvió a decir– Para mí, siguen siendo unos comemierdas.

Los combatientes ignoraban quien era ese hombre y se preguntaban por qué los insultaba y trataba de esa manera, pero sujetos a la estricta disciplina revolucionaria, se limitaron a apretar los puños y mantener la boca cerrada10.
Según Jon Lee Anderson, fue cuando “Rolando” perdió la paciencia e increpó al extraño (o estuvo a punto de hacerlo) que éste les reveló su identidad11, pero Pierre Kalfon tiene otra versión según la cual, el tal “Ramón” hablaba con “Pinares” (“Marcos”), cuando Jesús Suárez Gayol (el “Rubio”) reconoció su voz.

-¡Coño!, ¡qué bicho eres tú! –gritó de repente para agregar inmediatamente después– ¡¡Muchachos, es el Che!!

Sea cual haya sido la versión correcta, los hombres se abalanzaron sobre su jefe, para abrazarlo y palmearlo con efusión. Sonriendo de oreja a oreja, el comandante les pidió calma y casi de inmediato, se unió a ellos en las tareas de entrenamiento.
Las instalaciones de aquel campamento disponían de todo el confort necesario, pero el riguroso programa de entrenamiento no les permitió a los hombres disfrutarlo. Se levantaban temprano por la mañana, antes de que despuntara el sol y luego de desayunar, salían a hacer ejercicios físicos, en especial flexiones de brazos y piernas, zancadas, abdominales, saltos y resistencia. Luego seguían las prácticas de tiro a blancos fijos y móviles; armado y desarmado del armamento, así como su preservación; mantenimiento de equipo, lucha cuerpo a cuerpo, defensa personal y elaboración de trampas hasta la hora del almuerzo. El paso siguiente eran las clases teóricas e inmediatamente después, largas caminatas (algunas nocturnas), marchas forzadas con y sin carga, que incluían pruebas de fuerza, recursos; cruce de ríos y ciénagas, senderismo, primeros auxilios y resistencia a la falta de alimentos -en especial agua-, el entrenamiento típico de todo comando; pruebas extenuantes, destinadas a potenciar su condición de fuerza de elite, tal como lo hicieran dos mil años antes hoplitas griegos y legionarios romanos, caminando por momentos descalzos sobre el pedregullo o el lodo, bebiendo aguas turbias y alimentándose de desperdicios y alimañas. Y no podía ser de otro modo, iban a seguir al Che Guevara en una nueva misión y debían estar a la altura. Por esa razón, cada vez que regresaban se les recordaba lo mismo: Sierra Maestra no era nada en comparación con el territorio al cual iban a enfrentarse y las inclemencias a las que deberían enfrentarse mucho peores.
En horas de la noche, luego de la cena, los combatientes volvían a la teoría, a los cuestionarios y el aprendizaje; se les enseñó a armar y manipular explosivos, a establecer comunicaciones y se les impartieron nociones de geografía, flora y fauna de la región en la que se iban a mover, así como quechua y algo de francés (no sabemos bien para qué), historia de Sudamérica, situación política, económica y social de cada país y otras materias necesarias para la campaña. En cierta oportunidad, se les explicó que la guerra iba a ser prolongada y se extendería a todo el continente, que de Bolivia pasaría a la Argentina y luego a Perú, Brasil y Paraguay, hasta constituir un bloque que forzase a los norteamericanos y sus aliados, a dividir sus fuerzas y aliviar la presión en otros sectores.
Los cuadros seleccionados para acompañar al Che fueron sometidos
a un riguroso entrenamiento

Fueron diez semanas de entrenamiento exhaustivo, en los que se utilizó todo el arsenal disponible, en especial los Kalashnikov soviéticos y unos cañones de procedencia china que tenían allí.
Durante todo ese tiempo, el Che se mostró implacable con sus hombres, pero estuvo a la altura de los acontecimientos, esforzándose aún más para dar el ejemplo. La piscina apenas la probaron, lo mismo la sombra reparadora de los árboles y el agradable cobijo de los edificios.
Fidel Castro visitó el lugar en repetidas ocasiones, tomando incluso parte en los ejercicios o controlando a los hombres cuando eran sometidos a prueba. Se lo solía ver con el cronómetro en la mano cuando las pruebas de velocidad, accionando algunas armas y controlando las prácticas de tiro pues se decía que aquel que no demostrase un 90% de efectividad, sería separado de la unidad. Incluso arengaba cada tarde a los cuadros, hablándoles de la necesidad de desviar la atención de los norteamericanos hacia otros horizontes y de lo arduo del combate que les esperaba.

“Nos explicaba que nuestra lucha sería larga y cruenta, que duraría de diez a quince años, que teníamos pocas posibilidades de regresar vivos…”12

También se hicieron presentes en varias oportunidades Ramiro Valdés, “Barbarroja” Piñeiro, Osvaldo Dorticós y Celia Sánchez, la ninfa Egeria, según Pierre Kalfon, siempre atenta a los menores detalles, nuca lejos de Fidel.
A finales de agosto, el Che envió a “Pachungo” hacia Bolivia, con indicaciones de supervisar la marcha de los asuntos y orientar el reclutamiento de cuadros locales. El combatiente llegó el 3 de septiembre y enseguida se encontró con la novedad de que los propios bolivianos habían escogido una propiedad situada en inmediaciones de Camiri, a 225 kilómetros al sur de Santa Cruz de la Sierra y 200 al norte de la frontera argentina.
Se trataba de una extensión de 220 hectáreas, próxima al río Ñancahuazu, que parecía cubrir las expectativas. Se la conocida como la “casa de Calamina” y disponía de dos simples edificaciones de adobe y techos de zinc, además de un horno de pan, todo rodeado por exuberante vegetación. El lugar parecía apropiado, aislado en una región subtropical, sobre los primeros contrafuertes andinos y escasamente poblado. La casa más cercana se hallaba a 3 kilómetros de distancia y pertenecía a Ciro Argañaráz, ex alcalde de Camiri, un tipo algo molesto que comenzó a husmear por las inmediaciones, convencido de que sus nuevos vecinos iban a montar un laboratorio de cocaína y lo iban a dejar fuera del negocio.
El Che durante un ejercicio en
San Andrés de Caiguanabo


Los informes que recogió “Pachungo” parecieron satisfacer al Che, cuando los mismos le fueron presentados en San Andrés de Caiguanabo, una vez de regreso. La región escogida parecía adecuada no solo por su geografía y su ubicación sino porque en ella abundaban los pozos de petróleo y se encontraba atravesada varios oleoductos a través de los cuales, empresas norteamericanas extraían el preciado combustible vía Chile13.
“Papi” siguió explorando otras regiones pero el Che se decidió por Ñancahuazu, de ahí el correo que le envió, aprobando la decisión (de adquirir la finca) y conseguir otra para depósito de armas14. Tiempo antes, Fidel le había pedido a Regis Debray que fuese a Bolivia para estudiar distintas posibilidades en el Alto Beni y Chapare y ver si encontraba un predio adecuada para el campamento. El francés así lo hizo y a su regreso, presentó un minucioso informe que incluía mapas y un detalle de sus contactos con el dirigente estudiantil Oscar Zamora Medinacelli, resaltando en especial que gente de Monje lo había seguido permanentemente. Fidel le mostró al Che las impresiones recogidas por el escritor pero éste las rechazó porque ya se había inclinado por Camiri.
En octubre “Papi” voló a Cuba para tratar con su comandante la situación y plantearle su punto de vista acerca de Ñancahuazu (no le parecía un lugar adecuado), pero su superior lo paró en seco argumentando, entre otras cosas, que no deseaba retrasar la operación. El Alto Beni quedaría como alternativa para un segundo frente y lanzar la invasión sobre Perú cuando la revolución continental estuviese en marcha.
“Papi” aceptó las explicaciones pero no quedó conforme. Para él, Ñancahuazu era una ratonera en la que podían quedar aislados y acorralados, pero su comandante ya había tomado una decisión y no quedaba más remedio que obedecer. Aún así, había algo en ese territorio que no le gustaba; era un lugar extraño, traicionero, sin rutas de escape, apenas poblado por gente primitiva, que sentía rechazo por los extranjeros y según su parecer, estaba poco dispuesta a brindar colaboración; un cuadro de situación muy similar al que encontró Masetti al llegar a Salta.
¿No se había aprendido la lección? ¿Estaban por tropezar con la misma piedra? “Papi” intuía un futuro sombrío; veía algo que sus compañeros no parecían notar. Urgido por superar el reciente descalabro africano, su jefe los conducía al desastre, sin medir consecuencias ni evaluar a fondo las probabilidades. Atosigado por esas impresiones, el bravo combatiente cubano comenzó a preguntarse en silencio si estaba en lo cierto o lo suyo era falta de confianza. Solo el tiempo le daría la respuesta.

Notas
1 Según algunas versiones, se trató de una de las tres embarcaciones utilizadas por el contingente cubano para evacuar el Congo.
2 Lo curioso es que todo el mundo se rasga las vestiduras con el tema de la supuesta “fuga” cuando se habla de los tiempos de Onganía pero nadie se refiere a la verdadera persecución de cerebros que tuvo lugar durante los dos primeros gobiernos de Perón.
3 Ver al respecto, Alberto N. Manfredi (h), Argentina y la conquista del Espacio, La Voz de la Historia  (http://argentinaylaconquistadelespacio.blogspot.com.ar/) 4 El Che siempre a nombre de Ramón Benítez, ciudadano uruguayo.
5 Había sido comandante militar de la región
6 Según Anderson, lo hizo disfrazado y con peluca.
7 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 647.
8 Monje había estado en Cuba recientemente.
9 Al río Caiguanabo se lo conoce también como San Diego.
10 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 514.
11 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 648.
12 Dariel Alarcón Ramírez “Benigno”, Memorias de un soldado cubano, Tusquets Ediciones, Barcelona, 1997, p. 116-117.
13 El oleoducto que transporta el petróleo desde Santa Cruz de la Sierra hasta Arica fue construido por la Gulf Olil en 1965; el de Camiri a Santa Cruz en 1958; el de Sica-Sica a Arica se inició el mismo año y estuvo a cargo de la compañía William Brothers. Ver al respecto: Cristián Ovando Santana y Sergio González Miranda, “La relación bilateral chileno-boliviana a partir de las demandas tarapaqueñas: aproximación teórica desde la paradiplomacia como heterología”, Estudios Internacionales, Santiago, Vol. Nº 46, Nº 177, enero de 2014 (http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0719-37692014000100002&script=sci_arttext); “Bolivia. Red de oleoductos” (http://www.oilproduction.net/files/bolivia-oleoductos.pdf); “Bolivia goza de salida al mar”, Ediciones Especiales on line, domingo 26 de abril de 2015 (http://www.edicionesespeciales.elmercurio.com/destacadas/detalle/index.asp?idnoticia=201504261886418#); “Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Operador del sector Hidrocarburos en Bolivia”, viernes 22 de septiembre de 2006 (http://plataformaenergetica.org/obie/content/2154).
14 En caso de dar con una propiedad de esas características, debían informarlo de manera inmediata y no trasladar las armas hasta que no se impartiera la orden.

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