LA MASACRE DE SAN JUAN Y EL COMBATE DE FLORIDA
Tropas del Regimiento "Camacho" ocupan las minas de Catavi y Siglo XX |
La
noche del 23 de junio de 1967, las poblaciones mineras de Catavi, Siglo XXI y
Huanuni celebraban la fiesta de San Juan, coincidente con el solsticio de
invierno, fecha sacra del calendario aymará, que representa el acercamiento del
sol a la Tierra.
Cientos
de personas se congregaban en torno a las fogatas para bailar, cantar, beber y
comer junto a amigos y conocidos, la mayoría, compañeros de jornada en las galerías subterráneas de estaño, base y
sustento de la economía nacional.
Los
festejos no ocultaban el malestar que imperaba en las minas contra el gobierno
de Barrientos que beneficiaba al campesinado pero mantenía relegados a los
trabajadores de los yacimientos, forzándolos a reclamar mejoras en sus salarios
y condiciones de vida.
A
sabiendas de que los dirigentes gremiales preparaban una gran marcha de
protesta, el gobierno, temeroso de que tan importante sector pudiese
sincronizar sus movimientos con la guerrilla invasora, preparó una celada para
neutralizarla y aplastar todo intento de rebelión que pudiesen aprovechar los
sediciosos para extender su accionar.
En
una asamblea organizada por representantes de las tres localidades, se decidió
llamar a una concentración en Siglo XX, principal enclave minero en el que se
desempeñaban más de 5000 trabajadores, invitando también a otros gremios y
militantes estudiantiles.
De
las propuestas surgidas del cónclave, la que más preocupó a las autoridades fue
la decisión de proveer a la guerrilla de suministros y medicamentos y lo peor,
declarar al sector minero territorio libre.
Mientras
la población trabajadora todavía festejaba, en la cercana estación ferroviaria
de Cancañiri, muy cerca del cerro San Miguel y el Río Seco, tropas del
Ejército, más precisamente miembros del cuerpo Ranger y efectivos del Regimiento
“Camacho”, se apeaban de dos trenes de seis vagones que habían llegado desde
Oruro y se desplegaban por los alrededores, para iniciar el descenso a
Llallagua, envolviendo los centros de producción en forma de pinza, de tal
manera, que nadie pudiese escapar1.
Las
tropas ocuparon violentamente los campamentos de Siglo XX y Catavi así como las
emisoras “La Voz del Minero” y “Siglo XX”, ingresando por el norte y el oeste
de manera violenta.
El
sereno que custodiaba los accesos, vio avanzar a los soldados fuertemente
armados e intentó dar aviso a las autoridades sindicales pero fue detenido y
amenazado con ser ejecutado si no acataba las órdenes.
Los
efectivos se desplegaron por Llallagua y La Salvadora y comenzaron a disparar
indiscriminadamente, provocando una carnicería.
En
un primer momento, sus descargas fueron confundidas con el ruido de la
pirotecnia y la gente no alcanzó a reaccionar pero el grito desesperado de las
mujeres, el llanto de los niños y el lamento de los heridos, trajo a todos a la
realidad.
Eran las 5 a.m. del 24 de junio cuando, según algunas versiones, las autoridades de la empresa explotadora cortaron la luz, sumiendo a los campamentos en la penumbra. Eso facilitó la tarea, generando aún más confusión, e impidió la emisión de pedidos de auxilio a través de las radios.
La noche del 23 de junio todo era fiesta en los campamentos mineros |
Eran las 5 a.m. del 24 de junio cuando, según algunas versiones, las autoridades de la empresa explotadora cortaron la luz, sumiendo a los campamentos en la penumbra. Eso facilitó la tarea, generando aún más confusión, e impidió la emisión de pedidos de auxilio a través de las radios.
En
la emisora “La Voz del Minero”, el dirigente Rosendo García Maisman tomó un
viejo fusil de un armario y asomándose por una ventana, comenzó a disparar
contra los atacantes, pero fue ultimado de un balazo y quedó tendido sobre el
suelo, en medio de un charco de sangre.
El
nuevo día sorprendió a la región en plena matanza, con los soldados disparando
indiscriminadamente sobre la población, sin medir las consecuencias. Hubo
algunos mineros que armados con dinamita, intentaron resistir y otros que
lograron desarmar a algunos soldados y contraatacar, especialmente en la Plaza
del Minero, pero todo fue en vano pues la diferencia numérica era abrumadora.
Ya
en pleno día, el saldo de aquella acción era desolador: 27 muertos y 72
heridos, muchos de ellos tirados en las calles, sin contar los detenidos y
varios trabajadores que desaparecieron sin dejar rastro, la mayoría en La
Salvadora, Siglo XX y Llallagua2.
El
gobierno había declarado el área “zona militar” y eso le permitió a las tropas
operar libremente y hasta impedir el accionar de la prensa.
Se
repetía lo ocurrido en Catavi, el 21 de diciembre de 1941, durante la
presidencia del general Enrique Peñaranda, cuando el Regimiento “Ingavi”
disparó contra los mineros y sus familias, matando a 20 personas e hiriendo a
otras 50, cuando protestaban por la militarización de los yacimientos.
El
gobierno se apresuró a informar que “extremistas” de la mina de Siglo XX
planeaban el ataque a una unidad del Ejército que operaba en cercanías de
Huanuni y que cuando las fuerzas del orden se movilizaron para ocupar el
sector, fueron agredidas por los trabajadores con armas de fuego.
Diversos
autores, entre ellos Adys Cupull y Froilán González, implican a la CIA en todo
este asunto, haciendo especial referencia a una reunión que mantuvieron el
presidente Barrientos y el embajador Henderson en los primeros días de junio, a
la que también asistieron el coronel Juan Lechín Suárez, presidente de la
Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y el agregado de asuntos laborales de
la embajada de los Estados Unidos, John H. Corr. De acuerdo a esa información,
habría sido éste último quien alertó al gobierno sobre lo que estaba por
suceder y entregó la lista con los nombres de los dirigentes y obreros
implicados en la conspiración, aclarando que al menos veinte de ellos estaban
por incorporarse a las filas del Che Guevara.
Cuando
el mandatario le preguntó cómo había obtenido esa información, el funcionario
estadounidense respondió que los bolivianos no se caracterizaban por ser
reservados a la hora de hablar y que luego de unos tragos, ciertas
manifestaciones de amistad y algo de vanidad “por mostrarse importantes o
enterados”, largaban todo, a más no poder. Inmediatamente después, Henderson se
refirió a la necesidad de evitar cualquier manifestación en las minas y puso
especial énfasis en la adopción de medidas para contrarrestarlas3.
Poco después, el presidente boliviano se entrevistó con Alberto Ibáñez González, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) quien lo puso al tanto de todos los proyectos que se tenían para Bolivia4, especialmente la concesión de préstamos.
El saldo de la masacre del 24 de junio fue de 27 muertos y 72 heridos |
Poco después, el presidente boliviano se entrevistó con Alberto Ibáñez González, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) quien lo puso al tanto de todos los proyectos que se tenían para Bolivia4, especialmente la concesión de préstamos.
La
reunión a la que Cupull y González se refieren, tuvo lugar el 8 de junio y a
ella asistió también el ministro Arguedas. Durante la misma, Barrientos
manifestó su convicción de que una demostración de fuerza en las zonas mineras
sería un factor disuasivo para la mayoría de los trabajadores y al igual que su
colaborador, se mostró confiado respecto a los resultados5.
Con
respecto a las conversaciones que se mantuvieron durante la reunión, ese mismo
día Henderson despachó a Washington el siguiente cable cifrado.
[…]
El presidente Barrientos ha proclamado el estado de sitio a causa de la
intención de los mineros de marchar sobre Oruro. Parece que el gobierno (que
desde marzo temía tener que combatir contemporáneamente a la guerrilla y
oponerse a los desórdenes fomentados por los mineros) intenta impedir la
explosión de un segundo frente antigubernativo. […] Ayer, la llamada de los
mineros de Catavi y Siglo XX ha conseguid la presencia de entre mil quinientas
y dos mil personas. Pedían la retirada de la policía de la zona minera y
apoyaban el envío de fármacos y alimentos a las fuerzas de la guerrilla […]6
Mientras
tanto, en el campo de batalla, las acciones se sucedían ininterrumpidamente.
Enterado
a través de la radio de lo acontecido en Catavi y Siglo XX, el Che se detuvo a
redactar el Comunicado Nº 5 del Ejército de Liberación Nacional que, como los
tres últimos, no lograría difundir por hallarse acorralado.
Decía
el mismo:
A
los mineros de Bolivia
Comunicado n° 5
Compañeros:
Una vez más corre la sangre proletaria en nuestras minas. En una explotación varias veces secular, se ha alternado la succión de la sangre esclava del minero con su derramamiento, cuando tanta injusticia produce el estallido de protesta; esa repetición cíclica no ha variado en el curso de centenares de años.
En los últimos tiempos se rompió transitoriamente el ritmo y los obreros insurrectos fueron el factor fundamental del triunfo del 9 de abril. Ese acontecimiento trajo la esperanza de que se abría un nuevo horizonte y de que, por fin, los obreros serían dueños de su propio destino, pero la mecánica del mundo imperialista enseñó, a los que quisieron ver, que en materia de revolución social no hay soluciones a medias; o se toma todo el poder o se pierden todos los avances logrados con tanto sacrificio y con tanta sangre.
A las milicias armadas del proletariado minero, único factor de fuerza en la primera hora, se fueron agregando milicias de otros sectores de la clase obrera, de desclasados y de campesinos, cuyos integrantes no supieron ver la comunidad esencial de intereses y entraron en conflicto, manejados por la demagogia antipopular y, por fin, reapareció el ejército profesional, con piel de cordero y garras de lobo. Y ese Ejército, pequeño y preterido al principio, se transformó en el brazo armado contra el proletariado y en el cómplice más seguro del imperialismo; por eso, le dieron el visto bueno al golpe de Estado castrense.
Ahora estamos recuperándonos de una derrota provocada por la repetición de errores tácticos de la clase obrera y preparando al país, pacientemente, para una revolución profunda que transforme de raíz el sistema.
No se debe insistir en tácticas falsas; heroicas, sí, pero estériles, que sumen en un baño de sangre al proletariado y ralean sus filas, privándonos de sus más combativos elementos.
En largos meses de lucha, las guerrillas han convulsionado al país, le han producido gran cantidad de bajas al Ejército y lo han desmoralizado, sin sufrir, casi, pérdidas; en una confrontación de pocas horas, ese mismo Ejército queda dueño del campo y se pavonea sobre los cadáveres proletarios. De victoria a derrota va la diferencia entre la táctica justa y la errónea.
Compañero minero: no prestes nuevamente oídos a los falsos apóstoles de la lucha de masas, que interpretan ésta como un avance compacto y frontal del pueblo contra las armas opresoras. ¡Aprendamos de la realidad! Contra las ametralladoras no valen los pechos heroicos; contra las modernas armas de demolición, no valen las barricadas, por bien construidas que estén. La lucha de masas de los países subdesarrollados, con gran base campesina y extensos territorios, debe desarrollarla una pequeña vanguardia móvil, la guerrilla, asentada en el seno del pueblo; que irá adquiriendo fuerza a costillas del ejército enemigo y catalizará el fervor revolucionario de las masas hasta crear la situación revolucionaria en la que el poder estatal se derrumbará de un solo golpe, bien asestado y en el momento oportuno.
Entiéndase bien; no llamamos a la inactividad total, sino recomendamos no comprometer fuerzas en acciones que no garanticen el éxito, pero la presión de las masas trabajadoras debe ejercerse continuamente contra el gobierno pues ésta es una lucha de clases, sin frentes limitados. Dondequiera que esté, un proletario, tiene la obligación de luchar en la medida de sus fuerzas contra el enemigo común.
Compañero minero: las guerrillas del E.L.N. te esperan con los brazos abiertos y te invitan a unirte a los trabajadores del subsuelo que están luchando a nuestro lado. Aquí reconstruiremos la alianza obrero campesina que fue rota por la demagogia antipopular, aquí convertiremos la derrota en triunfo y el llanto de las viudas proletarias en un himno de victoria. Te esperamos.
Ejército de Liberación Nacional de Bolivia
Comunicado n° 5
Compañeros:
Una vez más corre la sangre proletaria en nuestras minas. En una explotación varias veces secular, se ha alternado la succión de la sangre esclava del minero con su derramamiento, cuando tanta injusticia produce el estallido de protesta; esa repetición cíclica no ha variado en el curso de centenares de años.
En los últimos tiempos se rompió transitoriamente el ritmo y los obreros insurrectos fueron el factor fundamental del triunfo del 9 de abril. Ese acontecimiento trajo la esperanza de que se abría un nuevo horizonte y de que, por fin, los obreros serían dueños de su propio destino, pero la mecánica del mundo imperialista enseñó, a los que quisieron ver, que en materia de revolución social no hay soluciones a medias; o se toma todo el poder o se pierden todos los avances logrados con tanto sacrificio y con tanta sangre.
A las milicias armadas del proletariado minero, único factor de fuerza en la primera hora, se fueron agregando milicias de otros sectores de la clase obrera, de desclasados y de campesinos, cuyos integrantes no supieron ver la comunidad esencial de intereses y entraron en conflicto, manejados por la demagogia antipopular y, por fin, reapareció el ejército profesional, con piel de cordero y garras de lobo. Y ese Ejército, pequeño y preterido al principio, se transformó en el brazo armado contra el proletariado y en el cómplice más seguro del imperialismo; por eso, le dieron el visto bueno al golpe de Estado castrense.
Ahora estamos recuperándonos de una derrota provocada por la repetición de errores tácticos de la clase obrera y preparando al país, pacientemente, para una revolución profunda que transforme de raíz el sistema.
No se debe insistir en tácticas falsas; heroicas, sí, pero estériles, que sumen en un baño de sangre al proletariado y ralean sus filas, privándonos de sus más combativos elementos.
En largos meses de lucha, las guerrillas han convulsionado al país, le han producido gran cantidad de bajas al Ejército y lo han desmoralizado, sin sufrir, casi, pérdidas; en una confrontación de pocas horas, ese mismo Ejército queda dueño del campo y se pavonea sobre los cadáveres proletarios. De victoria a derrota va la diferencia entre la táctica justa y la errónea.
Compañero minero: no prestes nuevamente oídos a los falsos apóstoles de la lucha de masas, que interpretan ésta como un avance compacto y frontal del pueblo contra las armas opresoras. ¡Aprendamos de la realidad! Contra las ametralladoras no valen los pechos heroicos; contra las modernas armas de demolición, no valen las barricadas, por bien construidas que estén. La lucha de masas de los países subdesarrollados, con gran base campesina y extensos territorios, debe desarrollarla una pequeña vanguardia móvil, la guerrilla, asentada en el seno del pueblo; que irá adquiriendo fuerza a costillas del ejército enemigo y catalizará el fervor revolucionario de las masas hasta crear la situación revolucionaria en la que el poder estatal se derrumbará de un solo golpe, bien asestado y en el momento oportuno.
Entiéndase bien; no llamamos a la inactividad total, sino recomendamos no comprometer fuerzas en acciones que no garanticen el éxito, pero la presión de las masas trabajadoras debe ejercerse continuamente contra el gobierno pues ésta es una lucha de clases, sin frentes limitados. Dondequiera que esté, un proletario, tiene la obligación de luchar en la medida de sus fuerzas contra el enemigo común.
Compañero minero: las guerrillas del E.L.N. te esperan con los brazos abiertos y te invitan a unirte a los trabajadores del subsuelo que están luchando a nuestro lado. Aquí reconstruiremos la alianza obrero campesina que fue rota por la demagogia antipopular, aquí convertiremos la derrota en triunfo y el llanto de las viudas proletarias en un himno de victoria. Te esperamos.
Ejército de Liberación Nacional de Bolivia
El
26 de junio, el ejército sufrió una nueva derrota en Florida, significativa por
el número de bajas.
La
columna invasora había cruzado el Río Grande el 15 de junio y avanzaba
dificultosamente hacia el Rosita, siguiendo su cauce hasta la unión del
Mosqueras y el Moracos, guiada por algunos campesinos. Allí detuvieron a tres
individuos que aseguraron ser vendedores de carne porcina pero como sus
palabras no los convencieron, el Che ordenó interrogarlos. Resultaron ser
policías de civil en misión encubierta por Postrervalle, quienes intentaban dar
con su rastro.
Pese
a las acusaciones de despiadado asesino que pesan sobre Guevara, este dispuso
liberarlos al día siguiente pero les exigió retirarse de la contienda, cosa que
aquellos prometieron cumplir al pie de la letra.
Para
entonces, el comandante guerrillero practicaba la medicina entre los
pobladores, extrayendo muelas y dientes podridos y atendiendo como podía a
niños y ancianos; aún así, la gente huía ante su presencia y lo delataba ni
bien tenía la oportunidad.
Durante
una de sus extenuantes marchas, la guerrilla se topó con un joven peón de campo
llamado Paulino, quien se ofreció a hacerles de guía durante una parte del
trayecto. Convencido que el muchacho era de fiar, el Che decidió emplearlo como
enlace, despachándolo hacia Cochabamba con los cuatro comunicados que había
redactado y varios mensajes en clave para La Habana. Lejos de lo que esperaba,
el muchacho fue detenido antes de llegar a destino y eso condenó a la guerrilla
a un aislamiento mucho más riguroso.
El
22 de junio, la IV División recibió un comunicado alertando sobre la presencia
enemiga en la cuenca del río Moracos; ese mismo día, el AT-6 del coronel
Fernando Sattori, efectuaba un vuelo de reconocimiento entre Camiri y Santa
Cruz de la Sierra, cuando detectó movimientos en El Filo, novedad que se apresuró
a pasar a su comando antes de efectuar una segunda pasada.
El
piloto sobrevolaba el cauce de sur a norte cuando creyó ver gente extraña en
las inmediaciones. Virando su palanca hacia la izquierda, efectuó un
pronunciado giro hacia el oeste y al volver sobre sus pasos, distinguió a
varios hombres que corrían hacia la selva.
Sin
dudarlo, tomó su radio y después de identificarse, notificó a la torre lo que
acababa de observar.
Evaluada
la información y efectuado el análisis del material incautado al enlace, el
comando de la VIII División, despachó varias unidades hacia el río Rosita,
Florida y Postrervalle, con la misión de interceptar a la guerrilla.
El
capitán Juan Castillo Figueroa, quien se hallaba estacionado en Abapó para
reforzar a las fuerzas locales, recibió la orden de avanzar hacia Florida y
Piraí, donde debía montar un dispositivo defensivo envolvente que cercase a los
invasores si estos, como se creía, se dirigían hacia allí.
La
sección del GC8 que comandaba, fue reforzada por un batallón del RI12, otro del
Destacamento Regional Agropecuario Nº 8 y un pelotón naval, con los que quedó
conformada una compañía muy mal equipada, armada tan solo con fusiles Máuser,
sin aparatos de radio, ni armas automáticas.
Ante
la ausencia de vehículos, el capitán Castillo dispuso el traslado de la unidad
en ferrocarril, de ahí la directiva superior de enviar una formación a la
estación Curiche, para que la tropa e dirigirse en él hasta Florida, distante a
30 kilómetros de Abapó y continuase desde ese punto a pie, hasta alcanzar los
sectores señalados.
El
convoy llegó a media tarde y a una orden de los suboficiales, la tropa comenzó
a abordar los vagones, para acomodarse en su interior, mientras afuera, en la
plataforma, se impartían órdenes y hombres e uniforme corrían de un lado a otro
a la vista de los pobladores que se habían acercado hasta el lugar para
observar la maniobra.
Menos
de una hora después, el tren partió hacia el norte, primero lentamente y luego
a velocidad normal, atravesando territorio inhóspito, pedregoso y selvático.
Pasadas
las 19.00, la formación se detuvo en Florida. A una indicación de Castillo
Figueroa, tenientes y sargentos comenzaron a movilizar a la tropa, ordenándole
ponerse de pie y abandonar el convoy. Los soldados saltaron a tierra y se
encaminaron a las afueras del poblado, donde levantaron el vivac y encendieron
los fuegos.
A
la mañana siguiente, con el personal fresco y descansado, Castillo Figueroa se
disponía a dar la orden de avance cuando, para su sorpresa, varios vecinos se
corrieron hasta su puesto de mando para informarle que en un acto de extrema
audacia, los guerrilleros habían entrado en la población, comprado víveres y al
cabo de dos horas, partido en dirección a Piraí.
Aún
desconcertado aunque urgido por dar alcance al enemigo, el comandante organizó
dos patrullas y las envió por delante, para tratar de cortarle el paso.
Formaban a la primera tres efectivos de civil, al mando del teniente Walter
Landívar, quienes debían avanzar por la ruta Florida-Tejería-La Piedra en tanto
la segunda, integrada por elementos de la Fuerza Naval, a las órdenes del
sargento Hernán Andrade, haría lo propio por Florida-Piraí.
Como
a las 2 p.m. las mismas aún no habían regresado, Castillo dispuso salir en su
busca, dejando en Florida una sección de reserva. Puso al capitán Guillermo
Vélez y al teniente naval Francisco Mariaca al mando de la vanguardia, les dio
instrucciones de posesionarse de Piraí e inmediatamente después envió a la
sección de los subtenientes Marcelo Soruco y Víctor Encinas, a ocupar La
Piedra.
Cerca
del Río Seco6, en una cabaña de las afueras de Piraí próxima al
camino que conducía a la aldea -ruta obligada de las unidades enemigas-, el Che
montó una emboscada con cinco hombres. A las 16.30 decidió relevarlos, enviando
en su lugar a “Pombo”, “Antonio”, “Tuma”, “Arturo” y el “Ñato”.
En El Mesón el Ejército volvió a ser emboscado |
El
general Prado explica que el terreno no era favorable para una acción de esas
características porque al ser llano, con un suelo arenoso, semicubierto por la
vegetación, era inapropiado para su defensa, situación agravada por la ausencia
de alturas y la suavidad de las márgenes que el Piraí presentaba en ese sector.
Hacia
allí se dirigía el teniente Landívar cuando sus avanzadas se toparon con la
posición guerrillera.
El
Che, que se encontraba unos metros detrás, escuchó los disparos y se encaminó
hacia el lugar montado a caballo, seguido por varios de sus hombres.
El
primero en caer abatido fue el cabo Gerónimo Martínez Rivero y cinco minutos
después, el conscripto Mario Bautista Amez.
Siguiendo
instrucciones del capitán Vélez, los soldados se desparramaron por el terreno,
intentando repeler la agresión mientras los jefes de pelotones impartían órdenes a los gritos.
Una
bala dio en la cabeza del soldado Augusto Córdova Arispe, matándolo en el acto,
en tanto sus compañeros, Pablo Chirinos Segundo y Jorge Viruez Suárez, cayeron
gravemente heridos, uno de ellos aullando de dolor.
El
capitán Castillo mandó a Encinas por la derecha y a Soruco por la izquierda,
para que bloqueasen la retirada, pero el ruido que hicieron al desplazarse por
la fronda advirtió al Che, quien acertadamente mandó abandonar la posición y
replegarse.
En
vista de ello, el Ejército arremetió y en el intercambio de disparos, hirió de
muerte a “Tuma”, que recibió un impacto a la altura del vientre. También
“Pombo” fue alcanzado, en este caso en la pierna, lo que obligó a la guerrilla
a acelerar la retirada, llevando al segundo a la rastra.
Desesperado
al conocer la suerte del integrante de su guardia personal, el Che orenó
evacuar a los heridos hacia la casa de campo que les había servido de
campamento, urgido por atender a sus cuadros, pero ni bien llegó, notó que con
respecto a “Tuma”, no había nada que hacer. Su querido camarada, compañero de
tantas andanzas, hombre fiel y obediente, tenía el hígado perforado y los intestinos
atravesados en varios sectores. Falleció mientras lo intervenía quirúrgicamente
pero antes, alcanzó a pedirle que una vez de regreso en Cuba, le entregase su
reloj su pequeño hijo7.
Con
él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una
fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora casi como la de un
hijo8.
El
Che no podía sentirse peor; primero el “Rubio” a quien apreciaba, luego
“Rolando” al que valoraba y ahora el “Tuma”, por el cual sentía un afecto
especial, similar al que experimenta un padre por su hijo.
Desencajado
por el dolor, mandó cargar el cuerpo en uno de los caballos y así se alejaron,
llevándose consigo otros dos espías de civil que habían apresado antes del
enfrentamiento.
Notas
1 El convoy había
partido de Oruro la tarde del 23.
2 Víctor Montoya, “Se cumplen 40 años
de una tragedia minera en Bolivia: La masacre de San Juan”
(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=52404); Jorge Espinoza Morales, “La Masacre de San Juan”, La
Patria (http://www.lapatriaenlinea.com/?t=la-masacre-de-san-juan¬a=93926).
3 Adys Cupull y
Froilán González, op. Cit., p. 41.
4 Ídem.
5 Mario José
Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit. p. 85 (Telegrama enviado al Departamento de
Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 12 de junio de 1967,
21:45 horas, NARA, Rg 59, General Records
of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/
I.I.67.)
6 No confundir con el
anteriormente mencionado, cerca de Catavi y Huanuni.
7 “Tuma” no llegó a
conocer al niño.
8 Ernesto “Che”
Guevara, El diario del Che en Bolivia,
op. Cit., p. 262.