sábado, 31 de agosto de 2019

LA MASACRE DE SAN JUAN Y EL COMBATE DE FLORIDA

Tropas del Regimiento "Camacho" ocupan las minas de Catavi y Siglo XX

La noche del 23 de junio de 1967, las poblaciones mineras de Catavi, Siglo XXI y Huanuni celebraban la fiesta de San Juan, coincidente con el solsticio de invierno, fecha sacra del calendario aymará, que representa el acercamiento del sol a la Tierra.
Cientos de personas se congregaban en torno a las fogatas para bailar, cantar, beber y comer junto a amigos y conocidos, la mayoría, compañeros de jornada en las  galerías subterráneas de estaño, base y sustento de la economía nacional.
Los festejos no ocultaban el malestar que imperaba en las minas contra el gobierno de Barrientos que beneficiaba al campesinado pero mantenía relegados a los trabajadores de los yacimientos, forzándolos a reclamar mejoras en sus salarios y condiciones de vida.
A sabiendas de que los dirigentes gremiales preparaban una gran marcha de protesta, el gobierno, temeroso de que tan importante sector pudiese sincronizar sus movimientos con la guerrilla invasora, preparó una celada para neutralizarla y aplastar todo intento de rebelión que pudiesen aprovechar los sediciosos para extender su accionar.

En una asamblea organizada por representantes de las tres localidades, se decidió llamar a una concentración en Siglo XX, principal enclave minero en el que se desempeñaban más de 5000 trabajadores, invitando también a otros gremios y militantes estudiantiles.
De las propuestas surgidas del cónclave, la que más preocupó a las autoridades fue la decisión de proveer a la guerrilla de suministros y medicamentos y lo peor, declarar al sector minero territorio libre.
Mientras la población trabajadora todavía festejaba, en la cercana estación ferroviaria de Cancañiri, muy cerca del cerro San Miguel y el Río Seco, tropas del Ejército, más precisamente miembros del cuerpo Ranger y efectivos del Regimiento “Camacho”, se apeaban de dos trenes de seis vagones que habían llegado desde Oruro y se desplegaban por los alrededores, para iniciar el descenso a Llallagua, envolviendo los centros de producción en forma de pinza, de tal manera, que nadie pudiese escapar1.
Las tropas ocuparon violentamente los campamentos de Siglo XX y Catavi así como las emisoras “La Voz del Minero” y “Siglo XX”, ingresando por el norte y el oeste de manera violenta.
El sereno que custodiaba los accesos, vio avanzar a los soldados fuertemente armados e intentó dar aviso a las autoridades sindicales pero fue detenido y amenazado con ser ejecutado si no acataba las órdenes.
Los efectivos se desplegaron por Llallagua y La Salvadora y comenzaron a disparar  indiscriminadamente, provocando una carnicería.
En un primer momento, sus descargas fueron confundidas con el ruido de la pirotecnia y la gente no alcanzó a reaccionar pero el grito desesperado de las mujeres, el llanto de los niños y el lamento de los heridos, trajo a todos a la realidad.
La noche del 23 de junio todo era fiesta en los campamentos mineros

Eran las 5 a.m. del 24 de junio cuando, según algunas versiones, las autoridades de la empresa explotadora cortaron la luz, sumiendo a los campamentos en la penumbra. Eso facilitó la tarea, generando aún más confusión, e impidió la emisión de pedidos de auxilio a través de las radios.
En la emisora “La Voz del Minero”, el dirigente Rosendo García Maisman tomó un viejo fusil de un armario y asomándose por una ventana, comenzó a disparar contra los atacantes, pero fue ultimado de un balazo y quedó tendido sobre el suelo, en medio de un charco de sangre.
El nuevo día sorprendió a la región en plena matanza, con los soldados disparando indiscriminadamente sobre la población, sin medir las consecuencias. Hubo algunos mineros que armados con dinamita, intentaron resistir y otros que lograron desarmar a algunos soldados y contraatacar, especialmente en la Plaza del Minero, pero todo fue en vano pues la diferencia numérica era abrumadora.
Ya en pleno día, el saldo de aquella acción era desolador: 27 muertos y 72 heridos, muchos de ellos tirados en las calles, sin contar los detenidos y varios trabajadores que desaparecieron sin dejar rastro, la mayoría en La Salvadora, Siglo XX y Llallagua2.
El gobierno había declarado el área “zona militar” y eso le permitió a las tropas operar libremente y hasta impedir el accionar de la prensa.
Se repetía lo ocurrido en Catavi, el 21 de diciembre de 1941, durante la presidencia del general Enrique Peñaranda, cuando el Regimiento “Ingavi” disparó contra los mineros y sus familias, matando a 20 personas e hiriendo a otras 50, cuando protestaban por la militarización de los yacimientos.
El gobierno se apresuró a informar que “extremistas” de la mina de Siglo XX planeaban el ataque a una unidad del Ejército que operaba en cercanías de Huanuni y que cuando las fuerzas del orden se movilizaron para ocupar el sector, fueron agredidas por los trabajadores con armas de fuego.
Diversos autores, entre ellos Adys Cupull y Froilán González, implican a la CIA en todo este asunto, haciendo especial referencia a una reunión que mantuvieron el presidente Barrientos y el embajador Henderson en los primeros días de junio, a la que también asistieron el coronel Juan Lechín Suárez, presidente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y el agregado de asuntos laborales de la embajada de los Estados Unidos, John H. Corr. De acuerdo a esa información, habría sido éste último quien alertó al gobierno sobre lo que estaba por suceder y entregó la lista con los nombres de los dirigentes y obreros implicados en la conspiración, aclarando que al menos veinte de ellos estaban por incorporarse a las filas del Che Guevara.
Cuando el mandatario le preguntó cómo había obtenido esa información, el funcionario estadounidense respondió que los bolivianos no se caracterizaban por ser reservados a la hora de hablar y que luego de unos tragos, ciertas manifestaciones de amistad y algo de vanidad “por mostrarse importantes o enterados”, largaban todo, a más no poder. Inmediatamente después, Henderson se refirió a la necesidad de evitar cualquier manifestación en las minas y puso especial énfasis en la adopción de medidas para contrarrestarlas3.
El saldo de la masacre del 24 de junio fue de 27 muertos y 72 heridos

Poco después, el presidente boliviano se entrevistó con Alberto Ibáñez González, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) quien lo puso al tanto de todos los proyectos que se tenían para Bolivia4, especialmente la concesión de préstamos.
La reunión a la que Cupull y González se refieren, tuvo lugar el 8 de junio y a ella asistió también el ministro Arguedas. Durante la misma, Barrientos manifestó su convicción de que una demostración de fuerza en las zonas mineras sería un factor disuasivo para la mayoría de los trabajadores y al igual que su colaborador, se mostró confiado respecto a los resultados5.
Con respecto a las conversaciones que se mantuvieron durante la reunión, ese mismo día Henderson despachó a Washington el siguiente cable cifrado.

[…] El presidente Barrientos ha proclamado el estado de sitio a causa de la intención de los mineros de marchar sobre Oruro. Parece que el gobierno (que desde marzo temía tener que combatir contemporáneamente a la guerrilla y oponerse a los desórdenes fomentados por los mineros) intenta impedir la explosión de un segundo frente antigubernativo. […] Ayer, la llamada de los mineros de Catavi y Siglo XX ha conseguid la presencia de entre mil quinientas y dos mil personas. Pedían la retirada de la policía de la zona minera y apoyaban el envío de fármacos y alimentos a las fuerzas de la guerrilla […]6

Mientras tanto, en el campo de batalla, las acciones se sucedían ininterrumpidamente.
Enterado a través de la radio de lo acontecido en Catavi y Siglo XX, el Che se detuvo a redactar el Comunicado Nº 5 del Ejército de Liberación Nacional que, como los tres últimos, no lograría difundir por hallarse acorralado.
Decía el mismo:

A los mineros de Bolivia 
Comunicado n° 5 
Compañeros: 

Una vez más corre la sangre proletaria en nuestras minas. En una explotación varias veces secular, se ha alternado la succión de la sangre esclava del minero con su derramamiento, cuando tanta injusticia produce el estallido de protesta; esa repetición cíclica no ha variado en el curso de centenares de años. 
En los últimos tiempos se rompió transitoriamente el ritmo y los obreros insurrectos fueron el factor fundamental del triunfo del 9 de abril. Ese acontecimiento trajo la esperanza de que se abría un nuevo horizonte y de que, por fin, los obreros serían dueños de su propio destino, pero la mecánica del mundo imperialista enseñó, a los que quisieron ver, que en materia de revolución social no hay soluciones a medias; o se toma todo el poder o se pierden todos los avances logrados con tanto sacrificio y con tanta sangre. 
A las milicias armadas del proletariado minero, único factor de fuerza en la primera hora, se fueron agregando milicias de otros sectores de la clase obrera, de desclasados y de campesinos, cuyos integrantes no supieron ver la comunidad esencial de intereses y entraron en conflicto, manejados por la demagogia antipopular y, por fin, reapareció el ejército profesional, con piel de cordero y garras de lobo. Y ese Ejército, pequeño y preterido al principio, se transformó en el brazo armado contra el proletariado y en el cómplice más seguro del imperialismo; por eso, le dieron el visto bueno al golpe de Estado castrense. 
Ahora estamos recuperándonos de una derrota provocada por la repetición de errores tácticos de la clase obrera y preparando al país, pacientemente, para una revolución profunda que transforme de raíz el sistema. 
No se debe insistir en tácticas falsas; heroicas, sí, pero estériles, que sumen en un baño de sangre al proletariado y ralean sus filas, privándonos de sus más combativos elementos. 
En largos meses de lucha, las guerrillas han convulsionado al país, le han producido gran cantidad de bajas al Ejército y lo han desmoralizado, sin sufrir, casi, pérdidas; en una confrontación de pocas horas, ese mismo Ejército queda dueño del campo y se pavonea sobre los cadáveres proletarios. De victoria a derrota va la diferencia entre la táctica justa y la errónea. 
Compañero minero: no prestes nuevamente oídos a los falsos apóstoles de la lucha de masas, que interpretan ésta como un avance compacto y frontal del pueblo contra las armas opresoras. ¡Aprendamos de la realidad! Contra las ametralladoras no valen los pechos heroicos; contra las modernas armas de demolición, no valen las barricadas, por bien construidas que estén. La lucha de masas de los países subdesarrollados, con gran base campesina y extensos territorios, debe desarrollarla una pequeña vanguardia móvil, la guerrilla, asentada en el seno del pueblo; que irá adquiriendo fuerza a costillas del ejército enemigo y catalizará el fervor revolucionario de las masas hasta crear la situación revolucionaria en la que el poder estatal se derrumbará de un solo golpe, bien asestado y en el momento oportuno. 
Entiéndase bien; no llamamos a la inactividad total, sino recomendamos no comprometer fuerzas en acciones que no garanticen el éxito, pero la presión de las masas trabajadoras debe ejercerse continuamente contra el gobierno pues ésta es una lucha de clases, sin frentes limitados. Dondequiera que esté, un proletario, tiene la obligación de luchar en la medida de sus fuerzas contra el enemigo común. 
Compañero minero: las guerrillas del E.L.N. te esperan con los brazos abiertos y te invitan a unirte a los trabajadores del subsuelo que están luchando a nuestro lado. Aquí reconstruiremos la alianza obrero campesina que fue rota por la demagogia antipopular, aquí convertiremos la derrota en triunfo y el llanto de las viudas proletarias en un himno de victoria. Te esperamos. 

                                                Ejército de Liberación Nacional de Bolivia


El 26 de junio, el ejército sufrió una nueva derrota en Florida, significativa por el número de bajas.
La columna invasora había cruzado el Río Grande el 15 de junio y avanzaba dificultosamente hacia el Rosita, siguiendo su cauce hasta la unión del Mosqueras y el Moracos, guiada por algunos campesinos. Allí detuvieron a tres individuos que aseguraron ser vendedores de carne porcina pero como sus palabras no los convencieron, el Che ordenó interrogarlos. Resultaron ser policías de civil en misión encubierta por Postrervalle, quienes intentaban dar con su rastro.
Pese a las acusaciones de despiadado asesino que pesan sobre Guevara, este dispuso liberarlos al día siguiente pero les exigió retirarse de la contienda, cosa que aquellos prometieron cumplir al pie de la letra.
Para entonces, el comandante guerrillero practicaba la medicina entre los pobladores, extrayendo muelas y dientes podridos y atendiendo como podía a niños y ancianos; aún así, la gente huía ante su presencia y lo delataba ni bien tenía la oportunidad.
Durante una de sus extenuantes marchas, la guerrilla se topó con un joven peón de campo llamado Paulino, quien se ofreció a hacerles de guía durante una parte del trayecto. Convencido que el muchacho era de fiar, el Che decidió emplearlo como enlace, despachándolo hacia Cochabamba con los cuatro comunicados que había redactado y varios mensajes en clave para La Habana. Lejos de lo que esperaba, el muchacho fue detenido antes de llegar a destino y eso condenó a la guerrilla a un aislamiento mucho más riguroso.


El 22 de junio, la IV División recibió un comunicado alertando sobre la presencia enemiga en la cuenca del río Moracos; ese mismo día, el AT-6 del coronel Fernando Sattori, efectuaba un vuelo de reconocimiento entre Camiri y Santa Cruz de la Sierra, cuando detectó movimientos en El Filo, novedad que se apresuró a pasar a su comando antes de efectuar una segunda pasada.
El piloto sobrevolaba el cauce de sur a norte cuando creyó ver gente extraña en las inmediaciones. Virando su palanca hacia la izquierda, efectuó un pronunciado giro hacia el oeste y al volver sobre sus pasos, distinguió a varios hombres que corrían hacia la selva.
Sin dudarlo, tomó su radio y después de identificarse, notificó a la torre lo que acababa de observar.
Evaluada la información y efectuado el análisis del material incautado al enlace, el comando de la VIII División, despachó varias unidades hacia el río Rosita, Florida y Postrervalle, con la misión de interceptar a la guerrilla.
El capitán Juan Castillo Figueroa, quien se hallaba estacionado en Abapó para reforzar a las fuerzas locales, recibió la orden de avanzar hacia Florida y Piraí, donde debía montar un dispositivo defensivo envolvente que cercase a los invasores si estos, como se creía, se dirigían hacia allí.
La sección del GC8 que comandaba, fue reforzada por un batallón del RI12, otro del Destacamento Regional Agropecuario Nº 8 y un pelotón naval, con los que quedó conformada una compañía muy mal equipada, armada tan solo con fusiles Máuser, sin aparatos de radio, ni armas automáticas.
Ante la ausencia de vehículos, el capitán Castillo dispuso el traslado de la unidad en ferrocarril, de ahí la directiva superior de enviar una formación a la estación Curiche, para que la tropa e dirigirse en él hasta Florida, distante a 30 kilómetros de Abapó y continuase desde ese punto a pie, hasta alcanzar los sectores señalados.
El convoy llegó a media tarde y a una orden de los suboficiales, la tropa comenzó a abordar los vagones, para acomodarse en su interior, mientras afuera, en la plataforma, se impartían órdenes y hombres e uniforme corrían de un lado a otro a la vista de los pobladores que se habían acercado hasta el lugar para observar la maniobra.
Menos de una hora después, el tren partió hacia el norte, primero lentamente y luego a velocidad normal, atravesando territorio inhóspito, pedregoso y selvático.
Pasadas las 19.00, la formación se detuvo en Florida. A una indicación de Castillo Figueroa, tenientes y sargentos comenzaron a movilizar a la tropa, ordenándole ponerse de pie y abandonar el convoy. Los soldados saltaron a tierra y se encaminaron a las afueras del poblado, donde levantaron el vivac y encendieron los fuegos.
A la mañana siguiente, con el personal fresco y descansado, Castillo Figueroa se disponía a dar la orden de avance cuando, para su sorpresa, varios vecinos se corrieron hasta su puesto de mando para informarle que en un acto de extrema audacia, los guerrilleros habían entrado en la población, comprado víveres y al cabo de dos horas, partido en dirección a Piraí.
Aún desconcertado aunque urgido por dar alcance al enemigo, el comandante organizó dos patrullas y las envió por delante, para tratar de cortarle el paso. Formaban a la primera tres efectivos de civil, al mando del teniente Walter Landívar, quienes debían avanzar por la ruta Florida-Tejería-La Piedra en tanto la segunda, integrada por elementos de la Fuerza Naval, a las órdenes del sargento Hernán Andrade, haría lo propio por Florida-Piraí.
Como a las 2 p.m. las mismas aún no habían regresado, Castillo dispuso salir en su busca, dejando en Florida una sección de reserva. Puso al capitán Guillermo Vélez y al teniente naval Francisco Mariaca al mando de la vanguardia, les dio instrucciones de posesionarse de Piraí e inmediatamente después envió a la sección de los subtenientes Marcelo Soruco y Víctor Encinas, a ocupar La Piedra.
En El Mesón el Ejército
volvió a ser emboscado


Cerca del Río Seco6, en una cabaña de las afueras de Piraí próxima al camino que conducía a la aldea -ruta obligada de las unidades enemigas-, el Che montó una emboscada con cinco hombres. A las 16.30 decidió relevarlos, enviando en su lugar a “Pombo”, “Antonio”, “Tuma”, “Arturo” y el “Ñato”.
El general Prado explica que el terreno no era favorable para una acción de esas características porque al ser llano, con un suelo arenoso, semicubierto por la vegetación, era inapropiado para su defensa, situación agravada por la ausencia de alturas y la suavidad de las márgenes que el Piraí presentaba en ese sector.
Hacia allí se dirigía el teniente Landívar cuando sus avanzadas se toparon con la posición guerrillera. El Che, que se encontraba unos metros detrás, escuchó los disparos y se encaminó hacia el lugar montado a caballo, seguido por varios de sus hombres.
El primero en caer abatido fue el cabo Gerónimo Martínez Rivero y cinco minutos después, el conscripto Mario Bautista Amez.
Siguiendo instrucciones del capitán Vélez, los soldados se desparramaron por el terreno, intentando repeler la agresión mientras los jefes de pelotones impartían órdenes a los gritos.
Una bala dio en la cabeza del soldado Augusto Córdova Arispe, matándolo en el acto, en tanto sus compañeros, Pablo Chirinos Segundo y Jorge Viruez Suárez, cayeron gravemente heridos, uno de ellos aullando de dolor.
El capitán Castillo mandó a Encinas por la derecha y a Soruco por la izquierda, para que bloqueasen la retirada, pero el ruido que hicieron al desplazarse por la fronda advirtió al Che, quien acertadamente mandó abandonar la posición y replegarse.
En vista de ello, el Ejército arremetió y en el intercambio de disparos, hirió de muerte a “Tuma”, que recibió un impacto a la altura del vientre. También “Pombo” fue alcanzado, en este caso en la pierna, lo que obligó a la guerrilla a acelerar la retirada, llevando al segundo a la rastra.
Desesperado al conocer la suerte del integrante de su guardia personal, el Che orenó evacuar a los heridos hacia la casa de campo que les había servido de campamento, urgido por atender a sus cuadros, pero ni bien llegó, notó que con respecto a “Tuma”, no había nada que hacer. Su querido camarada, compañero de tantas andanzas, hombre fiel y obediente, tenía el hígado perforado y los intestinos atravesados en varios sectores. Falleció mientras lo intervenía quirúrgicamente pero antes, alcanzó a pedirle que una vez de regreso en Cuba, le entregase su reloj su pequeño hijo7.

Con él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora casi como la de un hijo8.

El Che no podía sentirse peor; primero el “Rubio” a quien apreciaba, luego “Rolando” al que valoraba y ahora el “Tuma”, por el cual sentía un afecto especial, similar al que experimenta un padre por su hijo.
Desencajado por el dolor, mandó cargar el cuerpo en uno de los caballos y así se alejaron, llevándose consigo otros dos espías de civil que habían apresado antes del enfrentamiento.



Notas
1 El convoy había partido de Oruro la tarde del 23.
2 Víctor Montoya, “Se cumplen 40 años de una tragedia minera en Bolivia: La masacre de San Juan” (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=52404); Jorge Espinoza Morales, “La Masacre de San Juan”, La Patria (http://www.lapatriaenlinea.com/?t=la-masacre-de-san-juan&nota=93926).
3 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., p. 41.
4 Ídem.
5 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit. p. 85 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 12 de junio de 1967, 21:45 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
6 No confundir con el anteriormente mencionado, cerca de Catavi y Huanuni.
7 “Tuma” no llegó a conocer al niño.
8 Ernesto “Che” Guevara, El diario del Che en Bolivia, op. Cit., p. 262.