LA IRA DE AQUILES
El Che imparte una charla a sus cuadros luego de reprender severamente a la mayoría. A la izquierda, "Tania" |
Ciro
Roberto Bustos y Regis Debray montaban guardia en lo alto del cañadón, a varios
metros de altura sobre el campamento, atentos a cualquier movimiento en el
horizonte.
La
mañana se presentaba seca y calurosa con el cielo despejado y el sol radiante,
lo que permitía una visión completa del panorama. El arroyo corría al pie del
cerro, a la derecha y desde allí se dominaba el sendero que partía desde su costado, originariamente camino de
animales pero utilizado desde hacía tiempo por el hombre.
Sujetando
con firmeza su carabina M2, el “Pelado” observaba la senda en su sinuoso
ascenso hacia las montañas, hasta perderse más allá las cumbres, marco irreal
de un cuadro desolador. Hacía tres horas que se encontraban allí, más
precisamente desde el amanecer, cuando llegaron exhaustos luego de trepar la
pendiente, envueltos en una nube de mosquitos, tábanos y jejenes que no lo
dejaban de acosar.
Permanecieron
en ese punto hasta el atardecer, cuando llegaron los relevos e impulsados por
el entusiasmo, descendieron la empinada cuesta en dirección al campamento,
cansados y necesitados de alimento.
Una
vez de regreso, se encontraron con la novedad de que la vanguardia del Che
había llegado y que “Marcos”, el oficial al mando -a quien el “Pelado” no
conocía-, acababa de ordenar la evacuación del emplazamiento y el repliegue de
la línea defensiva hacia el Campamento del Oso, según su entender, una posición
más segura.
La
columna del Che venía con problemas, había sufrido importantes pérdidas durante
el cruce de los ríos y además de haber sufrido la pérdida de dos hombres, traía
numerosos enfermos, eso sin contar la fatiga y falta de alimentación.
En
vista de ello, “Antonio” despachó una partida con el objeto de asistirlo,
integrada por tres o cuatro hombres, entre ellos el “Negro”, que en su
condición de médico iba a hacer mucha falta.
Mientras
el grupo en cuestión partía cuesta arriba, el grueso de la guerrilla recogió
mochilas y equipo (armas, municiones, alimento, medicinas) y se internó en la
selva.
Al
día siguiente, el mendocino y el francés se encontraban nuevamente en su puesto
de guardia, esta vez sobre un punto más elevado que el anterior, en la cresta misma
del cerro, desde el cual se abarcaba mucho más el panorama. Y allí estaban
cuando en horas de la tarde pasó “Rolando” llevando instrucciones del Che, la
principal, la preparación de alimentos para racionar.
Bustos
y Debray observaban la lejanía, cuando a lo lejos distinguieron dos diminutas
figuras que se desplazaban por el terreno, llevando penosamente sus mochilas.
Por indicación del “Pelado”, se separaron un poco y con sus armas listas, se
dispusieron a esperar, agazapados entre piedras y la maleza.
Las
escuálidas figuras de dos combatientes se iban agrandando a medida que pasaba
el tiempo; se los veía exhaustos, desgreñados y en estado calamitoso, de ahí
que casi no se sorprendieran cuando los vigías salieron de entre las matas y
les ordenaran detenerse.
-¡Alto!
– dijo el “Pelado”.
Los
sujetos se detuvieron y manifestaron ser enviados de “Ramón”, apodo que
utilizaba el Che en Bolivia, llevando nuevas indicaciones. Preguntaron por
“Rolando” y cuando tuvieron la confirmación de que había pasado por ahí,
siguieron su camino en dirección al campamento, no sin antes advertir que el
grueso de la columna aparecería de un momento a otro.
Una
hora después, Bustos y Debray distinguieron más movimientos. Era un grupo de
individuos desfallecientes; una hilera diminuta que surgía lentamente de los
cerros y la maleza, por momentos en línea recta, a veces haciendo zigzag,
deteniendo su marcha unos instantes, retrocediendo algunos para volver a
adelantarse y continuar su avance en fila india, hasta quedar a tiro de las
armas.
La
columna se iba formando de a poco y, a pesar de la distancia, se podía apreciar
su disposición orgánica y hasta la energía rápida de una pequeña punta de
vanguardia que incursionaba por los laterales, regresaba a la senda, se paraba,
retrocedía, pero avanzaba siempre, mientras la seguía una fila india lenta y
sin pausas. Llegaron a nuestra realidad los componentes de un destacamento
fantasmagórico, como salidos de otra dimensión. Nos habíamos puesto de pie,
inmóviles, apoyados en nuestros fusiles, descartando de hecho cualquier rito
absurdo de contraseñas o bienvenidas, y fue un acuerdo tácito general: los
primeros pasaban delante de nosotros como ante palos secos, para ir a sentarse
en las piedras más grandes, detrás nuestro1.
De
repente Bustos lo vio; era el Che, con su pipa, su barba hirsuta y su gorra de
anarquista, caminando directamente hacia él, tales sus palabras. Tenía el
uniforme destrozado, colgándole a jirones, con la manga derecha apenas sujeta
por el puño -que aún así, mantenía abotonado-, los bolsillos repletos de
papeles y lápices, la carabina M2 sujeta en la diestra y un porta mapas
emergiendo de su abarrotada mochila2. Detrás suyo “Papi”, que
acababa de reconocerlo, saludaba con sonoras humoradas.
-¡“Pelao”
estás gordo! ¡Aquí vas a perder la grasa, “Pelao”!
El
Che y Bustos se estrecharon en un abrazo mientras el resto se detenía a
observar, algunos todavía de pie, la mayoría sentado en las rocas y otros sobre
la hierba.
-Ese
debe ser el francés –preguntó el recién llegado mirando a Debray.
El
“Pelado” respondió afirmativamente y dando un paso atrás permitió que ambos se
estrecharan las manos. El Che, que antes de saludar al mendocino había
depositado su mochila en el suelo y sobre ella su M2, se sentó sobre una roca y
tras una serie de indicaciones, se dispuso a reanudar el camino.
Una
serie de conciliábulos con sus ayudantes dio comienzo a lo que se vería desde
ahora: una mecánica de mando que funcionaba sin el mínimo asomo de discusión.
Lo inmediato era llegar al campamento bajo, al pie de la cuesta, a comer.
Alcancé a oír órdenes dadas a alguien que partía hacia la base: “Que manden
provisiones como para cocinar sin interrupción toda la noche…”3.
“Papi”
también abrazó a Bustos y siempre entre chanzas y zarandeadas, lo presentó al
grueso de la tropa. Al argentino le sorprendieron las expectativas que su
presencia despertaba en aquella gente, especialmente por lo que representaban
para los planes ulteriores del Che4.
“Papi”
le narró a grandes rasgos los pormenores de la expedición, detallando sus
tragedias, la pérdida de “Benjamín” y “Carlos”, el cruce de los ríos, las
enfermedades, los accidentes, la falta de alimento y el cansancio agotador y a
una orden del comandante, se dispusieron a reanudar la marcha.
Los
hombres se pusieron de pie e iniciaron el descenso al campamento, fagocitados
por la espesura. Bustos y Debray regresaron a sus puestos para instrucciones de
esperar a la retaguardia, que al comando de “Joaquín”, venía rezagada y con
gente en muy mal estado.
En
horas de la noche volvieron a ser relevados y una vez en el campamento, fueron
testigos de la furia del Che, una furia inimaginada pues en ningún momento
entrevieron ni imaginaron los motivos que la produjeron.
El hombre estaba fuera de sí, recriminando a todo el mundo por lo que entendía, era un verdadero caos y una falta total de disciplina revolucionaria.
Desde la izquierda: "Urbano", "Miguel", el Che, "Marcos", el "Chino", "Pachungo", "Pombo", "Inti" y el "Loro" |
El hombre estaba fuera de sí, recriminando a todo el mundo por lo que entendía, era un verdadero caos y una falta total de disciplina revolucionaria.
Llegaron
ambos, guiados por la luz de la fogata y desde varios metros antes ya sentían
la voz del líder, vociferando como un demonio. Se preguntaron que estaría
sucediendo y aceleraron el paso para toparse con la estremecedora escena.
El
Che dijo que aquello no era un pic-nic, que las guerras se
ganaban peleando y no retrocediendo, amenazó con imponer la más dura disciplina
y dejó en claro que quienes no quisieran combatir serían dados de baja y
expulsados con deshonor pero que debían hacerlo en ese momento porque una vez
iniciadas las acciones, no se admitirían deserciones ya que las mismas iban a
ser sancionadas con la pena capital.
Cuando
pareció que su recriminación finalizaba, se dirigió al “Ñato” y le ordenó
marchar hacia donde vivaqueaba el grueso de la tropa para decirles que
permaneciera donde estaba, en espera de indicaciones.
-¡Vuelve
allí y diles que les prohíbo venir por aquí, quiero a todo el mundo en el
campamento y más allá del campamento!
El
Che se retiró a un costado a fumar la pipa sin que nadie se atreviese a
dirigirle la palabra. El “Pelado” aprovechó el momento para terminar su ración
y retirarse a su hamaca a dormir unas horas porque a las 02.00 comenzaba su
guardia y mientras lo hacía, se puso a pensar. Era verdad, la ira del Che
estaba justificada, el campamento se hallaba en un estado calamitoso, sus
instrucciones habían sido pasadas por alto y por consiguiente, era imperioso restablecer
la disciplina.
Al
día siguiente, el Che continuaba bramando, sobre todo contra “Marcos” y
“Antonio”, a quienes increpaba por su proceder. Al primero prácticamente lo
humilló, amenazando con degradarlo a soldado raso delante de todos y al segundo le reprochó
su proceder estando él ausente.
El
Che venía acumulando malestar contra “Marcos” desde que se dejara ver tan
imprudentemente frente a los trabajadores de YPFB, incluso luciendo sus armas.
Cuando al llegar al campamento, supo que haciendo caso omiso de sus órdenes, se
había dirigido directamente a la Casa de Calamina -ya inspeccionada por varias
partidas policiales- y había replegado la línea defensiva hasta el Campamento
del Oso, se puso fuera de sí. La gota había rebalsado el vaso.
Para
peor, el asunto de los desertores lo tenía preocupado pues estaba seguro que ya
habían revelado todo y por esa razón, el Ejército ya tendría sobre el terreno
varios destacamentos de exploración.
La
iniciativa estratégica del foco guerrillero no pudo consumarse y, sin haber
siquiera empezado a concretar los planes, debió pasar a la defensiva. Porque,
si se omiten las normas de seguridad, presentándose en plan guerrero antes de
tiempo, para no retirarse en desbandada regalando una zona de emplazamientos esenciales,
hay que pelear. En ese punto concentraba el Che toda su indignación5.
Es
clara la explicación de Bustos; el Che preparaba su incursión sobre la
Argentina, su plan original y no podían cometerse semejantes equivocaciones.
Después
de “Marcos” y “Antonio”, fueron reprendidos otros oficiales, entre ellos
“Arturo”, el encargado de la radio y gente de la tropa que se mostraba
desganada y falta de iniciativa.
Esa
misma noche, el “Pelado” fue seleccionado para montar una emboscada en la
entrada del campamento, ahí donde el río formaba una curva y allí se encontraba,
luego de racionar, con las piernas empapadas por la caminata, mojado por el
rocío y aterido de frío nocturno6. El relevo fue como una bendición,
siempre lo era, porque con él llegaba el descanso, la reposición de fuerzas y
en cierto modo, la satisfacción del deber cumplido.
Temprano
por la mañana, el toque de Diana despertó a la tropa. Bustos miró su reloj y
vio que su turno en la emboscada había finalizado hacía solo tres horas pero
habían sido suficientes para recuperar fuerzas; se incorporó, intentó
desentumecerse y lo primero que vio fue a un par de hombres preparando el
desayuno junto a la fogata.
El
Che, algo retirado, conversaba con el “Chino” Chang Navarro, por quien parecía
tener respeto y una especial estima. Mientras lo hacían, se organizaba una
patrulla hacia la Casa de Calamina que, al parecer, había caído en manos del
Ejército, lo mismo el relevo para la emboscada adelantada, la misma en la que
había pasado parte de la noche.
Pasadas
las diez de la mañana, el comandante mandó llamar a Debray, con quien tenía
especial interés en hablar y después del mediodía llegó el turno del “Pelado”.
El
francés le transmitió noticias conocidas sobre Monje, Kolle Cueto, Simón Reyes
y otras personas, nada nuevo bajo el sol. Manifestó su deseo de quedarse en la
guerrilla pero el comandante le ordenó regresar para organizar una red de ayuda
en Francia y Cuba, algo que según apuntó en su diario, coincidía con sus deseos
de casarse y tener un hijo (se refería a Debray). Debía llevar dos cartas, una
para Sartre y otra para Bertrand Russell, las que aún debía escribir,
solicitándoles apoyo para organizar una colecta internacional destinada al
movimiento y afianzar su posición en el exterior: debía también establecer
contacto con una persona que tenía instrucciones de organizar las vías de
asistencia, especialmente monetaria, sanitaria y económica.
Cuando
la charla terminó, mandó llamar al “Pelado”.
-Vamos
a buscar un sitio por ahí, a la sombra – dijo el Che7.
Caminaron
en dirección al arroyo y cuando se hallaban fuera de la vista de los hombres,
se sentaron en un tronco, siempre acosados por mosquitos, jejenes y tábanos.
-Quiero
que me cuentes qué te dijo Tania cuando se encontró contigo en Córdoba – le
preguntó de manera directa.
-Que
usted quería verme –respondió el mendocino.
-No,
no. Quiero que me digas cómo te lo dijo. Con sus mismas palabras.
-A,
bueno. Dijo: “El Che quiere verte”.
Al
escuchar eso, el comandante volvió a estallar en bíblica ira. Se incorporó
maldiciendo y caminando unos pasos hacia el campamento, empezó a llamar a la
combatiente.
-¡Tania,
Tania! ¡Díganle a Tania que venga aquí, ya mismo!
Fuera
de sí, regresó hacia donde se encontraba sentado Bustos pero permaneció de pie,
yendo y viniendo de un lado a otro.
El
“Pelado” se preguntó si había cometido algún error, si había dicho algo
inconveniente pero en lo más íntimo estaba seguro de que no era así, “…incluso recordaba que me había extrañado
que se pasaran por alto de tal forma algunos meticulosos códigos elaborados
para nuestros contactos y comunicados”.
"Tania" en el campamento, junto a "Coco" y "Alejandro" (semicubierto) poco antes de la severa reprimenda del Che. Cometió gruesos errores |
“Tania” emergió de la espesura rozagante, sonriendo convencida que se la
llamaba para tomar parte en algo importante. Pero aquel cónclave “a puertas
cerradas” entre argentinos, no tuvo nada de amable.
-¡¿Qué
fue lo que te dije que le dijeras al Pelado cuando lo encontraras en Córdoba?!
– la increpó el Che fuera de sí.
El
rostro de la muchacha mutó de la alegría al desconcierto pues no esperaba
semejante reacción y mucho menos una llamada al orden de esas características.
-Qué
usted quería verlo – respondió con la voz quebrada.
-¡No,
no. Repíteme lo que yo te dije que dijeras. Con las mismas palabras!
La
joven pensó unos momentos y como no contestaba, su superior insistió:
-¡¡¿Qué
debías decir. Quién quería verlo?!!
-Ya,
pues… Que: “tu antiguo jefe quiere verte”.
La
respuesta enervó aún más al comandante.
-¡¡¿Y
por qué, coño, no lo hiciste. Para qué cojones, digo yo las cosas?!! ¡Es la
misma indisciplina de siempre, desoír mis órdenes…!
Mientras
rugía y maldecía, “Tania”, completamente ruborizada, comenzó a llorar, al
tiempo que intentaba justificar su proceder. Según su explicación, había tratado
de pasar el mensaje lo más claramente posible, hablando francamente porque
jamás en su vida había experimentado un chequeo tan riguroso como el que Bustos
le había efectuado. De nada sirvieron sus excusas, el Che siguió bramando
y en ese tono le remarcó el peor de sus errores.
-¡Así
es como has llegado hasta aquí, donde no debías. Saltándote mis órdenes! ¡Ya
vamos a hablar contigo…!
Ahí
mismo le ordenó que se retirara y mientras la muchacha se alejaba llorando, él
encendió su pipa y se volvió a sentar junto al mendocino para retomar la
conversación.
-¿Y
qué hubieras pensado?
-Que
Masetti había resucitado de alguna manera, o que se trataba de usted –
respondió el “Pelado”.
-¿Y
qué hubieras hecho?
-Venir,
por supuesto.
¿Por
qué el nuevo estallido de ira del Che? ¿Qué lo había puesto tan colérico?
Bustos se encarga de revelárnoslo diciendo que la forma en la que había sido
transmitido el mensaje, podía dar a entender que Masetti estaba vivo en alguna
parte de Salta y se debía acudir en su ayuda por encontrarse en estado de
indefensión “…sin documentos, escondido o
en plan de recomenzar la lucha …” . Eso hubiera puesto en juego toda la
operación.
-Objetivo
estratégico: toma del poder en la Argentina –dijo el Che- ¿Estás de acuerdo?
-Por
supuesto.
-Quiero
entrar al país por la zona donde ustedes andaban, con dos columnas de unos cien
hombres, argentinos, en un plazo no mayor de dos años. Tu trabajo desde ahora
será mandármelos; quiero que seas una especie de coordinador de las tareas que
serán necesarias, del modo de meter la gente, de la logística. Trata de
mantenerte lo más que puedas antes de verte obligado a subir tú también. ¿Estás
de acuerdo?
-Por
su puesto8.
Quedaba
claro que en lo inmediato, el Che apuntaba a su país de nacimiento y que después,
sobrevendrían nuevas incursiones sobre los países periféricos, para luego
extenderlas al resto del continente. Sin embargo, el panorama no parecía
propicio para poner en marcha semejante plan. Bustos dice que cuando él partió
hacia el Altiplano, las decisiones adoptadas con la cúpula de la organización
en la Argentina no eran del todo claras. Tenía instrucciones de manifestarle al
Che que, dado el fracaso de Masetti, no se podían enviar cuadros jóvenes y sin
experiencia al frente de guerra, más cuando este carecía de la infraestructura
y la política militar adecuada. Además, la zona de operaciones, es decir Salta,
se hallaba controlada por la Gendarmería Nacional, una fuerza formidable que
dominaba los accesos y pasos fronterizos y conocía el terreno como nadie, amén
de la influencia intimidatoria que ejercía sobre los primitivos y escasos
pobladores de la región.
Meterse
allí era enfrentar de inmediato al más experto cuerpo de combate del aparato
represivo nacional, sin contar con uno propio de inmediato entrenamiento y
poder de fuego. Era repetir lo sucedido: quedar aislados, sin capacidad
militar, sin infraestructura de abastecimientos y, peor ahora, sin retaguardia9.
Bustos
debía transmitirle al Che que la dirección nacional rechazaba la idea de
establecer un foco guerrillero y eso venía a chocar con sus planes. Aún así,
comprometió su participación y se puso a su disposición. El comandante le
manifestó que si bien no deseaba depender de los capitales cubanos para abrir el
frente en la Argentina, no tenía más remedio que hacerlo, al menos al
principio, pero debía ser muy cuidadoso en eso porque deseaba repetir lo de
Venezuela10. Era imperioso afianzar su posición en Bolivia y desde
ahí irradiar la revolución hacia los cuatro puntos cardinales, en una palabra,
su plan de toda la vida.
Así pasaron la noche y llegó el nuevo día. Por la mañana, el Che llamó uno a uno a sus oficiales y clavándoles la mirada les hizo nuevos reproches y les impartió más instrucciones. Antes de eso, despachó partidas de exploradores, envió cazadores para hacerse de alimento y estableció puestos de observación (PO) destinados a cubrir los accesos al vivac.
Bustos
observaba al Che y meditaba. Pensaba en el predicamento que las grandes figuras
de la historia tuvieron sobre su tropa, Alejandro Magno y Napoleón, a las que
agregamos por nuestra parte a Julio César, Aníbal, San Martín, Bolívar o Sucre
y trataba “…de imaginar la fuerza de
carácter que un personaje legendario debe poseer para lograr en casos así un
grado de influencia sobre hombres duros y de temperamento fuerte. No sólo
capacidad de predicamento, que en el caso del Che está perfectamente claro por
su propio comportamiento ético, sino de rigor implacable, no dependiente de
jerarquías o grados de importancia.
Había pensado en la magia de Alejandro (Magno, no Fidel), ante quien se
postraban centenares de miles de soldados hambrientos para venerarlo cuando aún
no tenía veinte años. O en el Napoleón de los años mozos. Siempre, suponía, hay
una mezcla de inteligencia, ejemplo e injusticia, ante lo cual reaccionan
incondicionales los hombres. Y éste era el caso. Lo conocían, antes que nada,
como un jefe justo, que no ordenaba nada que no estuviera dispuesto a hacer él
mismo. Conocían su imparcialidad a la hora de aplicar las reglas y los
castigos, aunque resultara él mismo afectado. Lo habían visto asumir los más
difíciles retos y se habían acostumbrado a ver que, al fin de cuentas, siempre
tendría razón. A esta hora final del día, su figura, con la ropa desgarrada,
mientras se paseaba en un círculo formado por sus inmóviles, vapuleados
guerreros, lucía totalmente sola”11.
Como
explica Bustos en su libro, el comandante dedicó toda la mañana a planificar
con sus mandos, los pasos a seguir. Ni bien terminaban de hablar con él, los
hombres partían a cumplir las directivas que incluían recorridas de inspección
a los puestos de observación, limpieza del armamento, inventarios del parque y
las provisiones, guardias, control de la indumentaria y cosas por el estilo.
Mientras
en la profundidad de la selva tenían lugar esos hechos, la agitación en La Paz
dejaba entrever que a nivel nacional estaban aconteciendo asuntos de extrema
gravedad.
El
20 de marzo por la tarde, un encolerizado general Barrientos telefoneó a la
embajada norteamericana para increpar al gobierno estadounidense por la actitud
que estaba asumiendo con respecto a la situación en Bolivia. El embajador
Douglas Henderson se hallaba ausente en esos momentos pero quienes atendieron,
tomaron debida nota de las quejas del mandatario, en el sentido de que
Washington cometía un gran error al menospreciar la amenaza subversiva e
ignorar la necesidad de colaboración militar solicitada oportunamente.
Informado
debidamente, el embajador se apresuró a enviar un nuevo telegrama al
Departamento de Estado, poniendo a sus autoridades al tanto de lo que estaba
sucediendo.
Durante
la mañana, nuestros representantes del Ejército y de la Defensa se han reunido
durante dos horas con los militares bolivianos. Por parte estadounidense se han
aclarado los siguientes puntos: antes
que ninguna otra consideración, se piden informaciones y análisis fidedignos,
una valoración detallada de las capacidades del Ejército boliviano y un plano
operativo; vista la actual situación de carencia, se duda de que los bolivianos
sean capaces de gestionar una actividad militar suplementaria. […] A las 17:00
horas, el presidente Barrientos ha telefoneado a la embajada (yo estaba
ausente) para afirmar con tono severo que cometíamos un error al poner en duda
la autenticidad de la amenaza subversiva y la necesidad que Bolivia tiene de la
ayuda requerida. Después ha añadido que visitó por la mañana la zona de Camiri
y que la situación que encontró era “bastante peor de lo previsto”. […] Ahora,
está convencido de que los guerrilleros sean bastantes más de los dieciséis
estimados en la fecha 17 de marzo, especificando que se han verificado “nuevos
enfrentamientos armados”. […] Por el momento, son unos trescientos los soldados
que, desde Oruro, se están dirigiendo a esa zona […]. En tono perentorio,
Barrientos ha concluido la llamada
pretendiendo saber si el gobierno de Estados Unidos iba o no a ayudarlo. […] El
funcionario de la embajada ha replicado que estábamos intentando verificar la
situación sobre el terreno y que, con su debida autorización, enviaríamos a la
zona a dos de nuestros oficiales (que viajarían vestidos de paisanos para no
llamar la atención). […] Comentario: no estamos convencidos de la autenticidad
de la presunta amenaza. […] No tenemos demasiado claras las razones de la
impaciencia de Barrientos. Podría tratarse de una combinación de factores: las
presiones militares para obtener el máximo de nosotros (hasta que la situación
se presente favorable) y una genuina preocupación por las consecuencias
psicológicas y políticas de la guerra de guerrillas (aunque esta parece tener
unas reducidas dimensiones). Además, su angustia se une al espectáculo de una
respuesta inadecuada por parte de una clase militar mal equipada y desorganizada.
Si después de tres años de aplicación del Programa de Ayuda Militar
[estadounidense], las Fuerzas Armadas bolivianas todavía son incapaces de
afrontar una presunta emergencia como ésta, nosotros no podemos remediar sus
deficiencias de un día para otro. […]12.
Los
estadounidenses no confiaban demasiado en el servicio de Inteligencia boliviano
y mucho menos en la capacidad de sus fuerzas armadas, de ahí los reparos antes
de adoptar una decisión. Pero se engañaban en cuanto a la importancia de la
guerrilla. Con respecto a esto último, el mensaje que Henderson envío la noche
del 21, contenía el siguiente párrafo:
[…]
El Ejército boliviano concuerda en el hecho de que todavía son insuficientes
las informaciones sobre la presunta actividad de la guerrilla […]13.
Ese
mismo día, el representante estadounidense despachó un segundo cable dando
cuenta de la información que se manejaba en esos momentos, la mayor parte,
trascendidos sin fundamento.
El
21 de marzo, en La Paz, la sede local de la agencia Upi ha divulgado un
“comunicado oficioso” en donde se afirma que, según “fuentes fidedignas”,
existe la presencia de “guerrilleros comunistas” cerca de Sucre (región de
Monteagudo). El boletín añade que, durante un contacto reciente, un soldado del
Ejército boliviano ha perdido la vida y se ha capturado a tres rebeldes (dos
proceden de Oruro y el tercero es cubano). El comunicado lanza la hipótesis de
que los subversivos (que están dotados de armas modernas procedentes, según
parece, de Paraguay) recibían instrucciones vía radio desde Cuba. […]14.
Ese
mismo día el presidente Barrientos manifestó que la guerrilla solo existía en
la imaginación de la gente y que si la misma surgía, sería aplastada
inmediatamente. Por supuesto nadie le creyó, mucho menos el enviado especial
del diario “Clarín” de Buenos Aires cuyas palabras, en cuanto a los indicios
que el gobierno boliviano tenía sobre la presencia de Guevara en el país,
quedarían confirmadas al día siguiente, junto con el descrédito del gobernante
militar.
El
22 por la tarde, la columna se trasladó al campamento central; lo encontraron
vacío y en parte desmantelado, cosa que encendió nuevamente las furias del
comandante, que no paraba de pedir explicaciones.
Los
cuadros comenzaron a acomodar sus pertrechos y a buscar ubicación. “Urbano”,
quien junto a “Pombo”, el “Tuma” y en cierto modo también “Benigno”, integraba
la guardia de korps del Che, se acercó hasta donde se encontraba Bustos y a
machetazos abrió un espacio en la maleza para que pudiera instalar su hamaca.
Al
argentino le pareció en extremo agradable y educado.
-¿Así
que tú eres el “Pelao”? –le preguntó- Venía contento el hombre [por Guevara] al
saber que estabas aquí15.
Hubo
otro incidente con “Marcos” cuando “Inti” Peredo denunció ante el Che una serie
de faltas de respeto cometida por aquel. El Che sufrió otro de sus estallidos,
amenazando con expulsarlo de la guerrilla, a lo que el imputado respondió que
antes, prefería ser fusilado.
“Tania”
también padeció otra andanada de reproches cuando Bustos brindó nuevos de
talles de cómo había sido citado para viajar a Bolivia (mediados de enero,
fines de febrero, principios de marzo).
Intentando
poner las cosas en su lugar, el Che le ordenó al “Pelado” trabajar con “Papi” y
“Pombo” en un bosquejo de la operación argentina. En su carácter de jefe de
logística, el aporte de éste último fue en extremo importante, sobre todo en lo
referente al acopio de suministros, cantidades y modos de transporte. La primera
charla giró en torno a las prioridades de toda columna guerrillera, a saberse:
las provisiones, el calzado, la indumentaria y sobre todo, las medicinas,
especialmente las cantidades.
…el
monto ideal de mercadería para almacenar, en tandas de, por ejemplo: 10 sacos
de harina, 10 de lentejas, 10 de porotos, 10 de azúcar, latas de café, grasa,
aceite, 100 pares de botas números altos (los soldados bolivianos llevan botas
generalmente chicas), 100 mochilas, en fin… Dos o tres toneladas por parte
baja, con cerco militar y sin domicilio fijo16.
Antes
de terminar, el Che le pidió al “Pelado” que se hiciera cargo de “Tania”, quien
se hallaba completamente abatida a causa de la amonestación; comprendía que
había estado en extremo duro y agresivo, pero no estaba con ánimos de entablar
diálogo aún.
-Ocúpate
de ella y ayúdale… No estoy para buenos modales17.
Poco
a poco el humor del comandante fue cambiando; ordenó a los responsables proveer
de armas y equipos adecuados al francés y el “Pelado” e indicó también que se
proveyese a “Tania” de una carabina pues había decidido que permaneciese allí,
aún cuando la presencia de mujeres en una fuerza de combate no le causaba
gracia.
Bustos
y Debray recibieron sendas M2 automáticas
(hasta entonces disponían de armas de cacería o guardia) y Tamara una
M1, cuya única diferencia radicaba en la cadencia de tiro pues la última no
disparaba ráfagas.
Inmediatamente
después, el Che convocó a una reunión en el anfiteatro, necesitado como estaba
de dejar en claro algunas cuestiones y le encomendó a “Tania” que tomase
fotografías, orden que pareció devolverle la vida a la muchacha.
Durante la guardia de esa noche, el Che acompañó a Bustos en su turno y entre los dos, repasaron en voz baja lo conversado durante la tarde. A las 24.00, el “Pelado” fue relevado y se fueron ambos a dormir. El Che le había formulado una serie de indicaciones y hasta un pedido especial, que debía llevar a cabo ni bien regresase a la Argentina: visitar a su padre y comunicarle que estaba bien, siempre y cuando lograse un contacto seguro, lo mismo a su hermana Ana María para contarle “todo lo que ella quiera oir”18. También debía ver a la escritora María Rosa Oliver, a quien había conocido en La Habana y con quien había congeniado muy bien pues la creía capaz de representarlo en el ambiente intelectual y cultural argentino y hacer propaganda desde allí en favor de la Revolución.
"Tania" pareció renacer cuando después de amonestarla severamente, el Che le encomendó registrar su charla en el anfiteatro |
Durante la guardia de esa noche, el Che acompañó a Bustos en su turno y entre los dos, repasaron en voz baja lo conversado durante la tarde. A las 24.00, el “Pelado” fue relevado y se fueron ambos a dormir. El Che le había formulado una serie de indicaciones y hasta un pedido especial, que debía llevar a cabo ni bien regresase a la Argentina: visitar a su padre y comunicarle que estaba bien, siempre y cuando lograse un contacto seguro, lo mismo a su hermana Ana María para contarle “todo lo que ella quiera oir”18. También debía ver a la escritora María Rosa Oliver, a quien había conocido en La Habana y con quien había congeniado muy bien pues la creía capaz de representarlo en el ambiente intelectual y cultural argentino y hacer propaganda desde allí en favor de la Revolución.
El
toque de Diana la mañana siguiente obligó a la tropa a reiniciar sus
actividades.
En
esas estaban, cada uno en lo suyo, cuando a las nueve de la mañana, apareció
“Coco” sumamente agitado, informando que el Ejército había entrado en la
emboscada y tenía varios muertos, heridos y prisioneros, entre éstos últimos un
mayor, un capitán y varios efectivos.
El
Che, que se encontraba sentado sobre un tronco, cerca de la fogata, golpeó con
fuerza sus piernas y poniéndose de pie, exclamó con aire triunfal:
-¡Empezó
la guerra. Ahora sí me voy a fumar una pipa de la mejor picadura!19.
Notas
1 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p- 300-301.
2 Ídem, p. 301.
3 Ídem.
4 Ídem, p. 302.
5 Ídem, p. 305.
6 Pese al calor
matinal, durante las noches hacía frío en el monte.
7 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 311.
8 Diálogos y citas
extraídas de Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 310-315.
9 Ídem, p. 313.
10 Se refería al
despilfarro que había ocasionado la puesta en marcha de aquella operación.
11 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., pp. 307-308.
12 Mario José
Cereghino, Vincenzo Vasile, op. Cit., pp. 37-38 (Telegrama enviado al
Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 20 de
marzo de 1967, 22:50 horas, NARA, Rg 59, General
Records of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol
23-9 Bol/ I.I.67.)
13
Ídem,
p. 39 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson,
La Paz, confidencial, 21 de marzo de 1967, 20:30 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departamen of State,
1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol 23-9 Bol/ I.I.67.)
14 Ídem (Telegrama
enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, 22 de
marzo de 1967, NARA, Rg 59, General
Records of the Departamen of State, 1967-1969, sobre 1895, fascículo Pol
23-9 Bol/ I.I.67.)
15 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 306.
16 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 314.
17 Ídem, p. 315.
18 Ídem, p. 316.
19 Ídem, p. 317.