LA RETIRADA DE LOS DIEZ MIL
21 de noviembre de 1965, la brigada del Che se retira del Congo |
La
noche del 14 al 15 de noviembre de 1965, un correo secreto cruzó
subrepticiamente el lago Tanganika portando un mensaje urgente del embajador Ribalta para el Che.
Cuando
el comandante argentino leyó la nota, comprendió que al igual que los diez mil
mercenarios de Jenofonte, había quedado librado al azar, abandonado a su
suerte, completamente aislado y lejos de sus bases naturales.
A su
regreso de Ghana, luego de asistir a la cumbre de la Organización para la
Unidad Africana celebrada en Accra, el presidente Nyerere se comunicó con Fidel
Castro y le solicitó el urgente retiro de su fuerza expedicionaria del Congo.
La política regional había cambiado y quienes antes se mostraban aliados eran
ahora elementos para desconfiar.
El
emisario llevaba también el cable confidencial que el máximo líder cubano había
cursado a su representante en Dar es-Salam, con fecha 4 de noviembre,
sugiriendo la retirada.
1º Debemos
hacer todo menos lo absurdo.
2º Si a
juicio de Tatu nuestra presencia se hace injustificable e inútil debemos pensar
en retirarnos. Deben actuar conforme situación objetiva y espíritu hombres
nuestros.
3º Si
consideran deben permanecer, trataremos de enviar cuantos recursos humanos y
materiales estimen necesario.
4º Nos
preocupa que ustedes erróneamente tengan temor a actitud que asumen sea
considerada derrotista o pesimista.
5º Si
deciden salir, Tatu puede mantener statu quo actual regresando aquí o permaneciendo
en otro sitio.
6º Cualquier
decisión la apoyaremos.
7º Evitar
todo aniquilamiento.
“Debemos hacer todo menos lo absurdo”, indicaba el segundo
punto, una manera elegante de decir que la aventura había acabado y era
necesario regresar. Pero el mensaje contenía además, una inquietante indirecta:
“Si deciden salir, Tatu puede mantener su
statu quo, es decir, seguir en la clandestinidad en Cuba o en cualquier parte
del mundo”.
Si
alguien necesitaba una prueba ahí estaba, clara y precisa; el Che podía regresar
a la isla pero en la clandestinidad, furtivamente y permanecer ahí en secreto,
hasta su partida definitiva. Era una forma elegante de quitárselo de encima, de
pedirle que se alejara, simulando que se le permitía decidir y se lo apoyaba en
todo.
El documento
confirma lo que muchos sospecharon en su momento, entre ellos el mismo Guevara.
Al parecer, Castro lo quería fuera de su órbita, lejos de la isla y para ello
le sugería enfocarse en otros objetivos. La pregunta que los historiadores se
formulan al día de hoy es si lo hacía de motu propio o seguía indicaciones de
alguien.
Lo
cierto es que en lo profundo de la selva, el Che acusó el golpe y decidió poner
fin a la aventura.
“Ahora comprendo por qué leyó la carta el 3
de octubre”,
lo imaginamos pensando mientras sujetaba el mensaje en la mano. Y tal vez por
ello surgió por un instante en su cabeza, la demencial idea de unirse a Mulele
en Kwilu y seguir la lucha por su cuenta, atravesando 1.500 kilómetros
de jungla y territorios hostiles.
Pese a todas las evidencias, el Che se
aferra a una última y enloquecida idea. La de atravesar el Congo de punta a
cabo, de este a oeste, para intentar llegar a la zona donde al parecer Mulele,
el antiguo ministro de Lumumba, mantiene un maquis, en la región del Kasai, en
torno a la capital Leopoldville. ¡Más de mil quinientos kilómetros a pie, por
territorio desconocido y en plena selva ecuatorial! Más delirante aún que la
alucinada guerrilla de Masetti en la Argentina1.
Pero
nadie estaba dispuesto a acompañarlo en esa nueva locura, tal como se lo
insinuaron los pocos que les confió la idea.
En realidad, la idea de quedarme
siguió rondándome hasta las últimas horas de la noche y quizás nunca haya
tomado una decisión, sino que fui un fugitivo más2.
Esa
misma noche (18 de noviembre) el Che envió un radiograma a Kigoma anunciando la
retirada y solicitando en envío de embarcaciones para evacuar el personal.
En los
días pasados, un tropel humano, entre ellos mujeres, niños (la mayoría hijos de
combatientes y dirigentes), ancianos y enfermos había descendido a las playas
para huir de las represalias del gobierno y lo que era peor, la venganza de los
pobladores, tan maltratados por los soldados rebeldes.
Con las
tropas enemigas convergiendo sobre el sector, el Che impartió la orden de
destruir el campamento, las armas, la documentación y todo lo que no fuese
posible cargar. Los combatientes pegaron fuego a la cabaña principal y a las
chozas restantes, arrojaron decenas de papeles a las llamas, inutilizaron parte
del armamento y escondieron el resto en los depósitos clandestinos que el Che
había mandado construir en diferentes puntos del teatro de operaciones.
En las
primeras horas del 19 de noviembre, la guerrilla inició el descenso dividida en
tres columnas; lo hizo marchando en silencio, casi sin hablar, bajo aquel cielo
estrellado, sin luna, atenta a los sonidos que llegaban de la espesura.
Media
hora después, una serie de explosiones sacudieron el área, iluminando
tenebrosamente la noche.
El Che manda incendiar el campamento |
Al
volverse hacia atrás, cubanos y congoleños fueron testigos de un
impresionante
espectáculo de fuegos artificiales, detonaciones y resplandores que
debieron espantar a cuanta fiera y alimaña se movía por los alrededores.
Parado
en lo alto de una loma, el Che observaba ceñudo y cabizbajo mientras esperaba a
los rezagados, lamentando la voladura del depósito de municiones. Ni él ni
Masengo habían estado de acuerdo pero era imperioso evitar que todo ese arsenal
cayera en manos de Hoare y los vengativos askaris.
El
suelo temblaba con las explosiones y la región se sacudía, iluminada
fantasmagóricamente por los resplandores.
La
tropa guevarista descendía lentamente los desfiladeros, con
sudafricanos, belgas y congoleños pisándole los talones. Intentaban
acorralarlos en un bolsón al sur de Kibamba y cortar sus vías de escape
por lo que el Che
ordenó acelerar el paso mientras las explosiones se
sucedían en la cercana elevación. Los hombres cargaban con esfuerzo sus mochilas
repletas y se iban deshaciendo de lo que estorbaba, regando el camino de
objetos.
En la
loma opuesta, la columna de “Tuma” se desplazaba con lentitud, llevando su
equipo a cuestas; “M’bili” lo hacía en línea recta por la pendiente de Kibamba
y Videaux lo seguía detrás, cubriéndole las espaldas.
El Che
no se inquietó al ver a los congoleños alejarse hacia Fizi pues si bien los
necesitaba en caso de producirse un enfrentamiento, constituían un número elevado y no había espacio para
todos en las embarcaciones.
“M’bili”
y Videaux se reunieron en el hospital de “Kumi”, por entonces vacío y de allí
siguieron hacia Jungo, donde debían reagruparse en espera de las columnas restantes.
Las
primeras luces mostraron las densas columnas de humo elevándose desde el campamento y hacia el este, la magnificencia del lago,
cubierto en parte por la bruma. Guevara lo observaba todo y su
sentimiento de culpa crecía.
El
punto de embarque se hallaba 10 kilómetros al sur de Kibamba, cerca de
Jungo, una playa desierta rodeada de selvas y peñascos, donde la gente se
venía concentrando desde hacía dos días. Durante la marcha, el Che intentó en
vano establecer comunicación con Kigoma, durante el cruce de Sele se les unió Banhir,
uno de los cuatro cubanos desaparecidos, quien emergió de la selva repentinamente con una
herida en el tobillo3. Hubo que ayudarlo a caminar y eso demoró
considerablemente la marcha.
Recién
por la tarde, alcanzaron la costa, donde un elevado número de personas se apiñaba esperando los barcos.
Versiones
inquietantes daban cuenta de un desembarco aéreo en el sector Fizi/Baraka,
razón por la cual, el Che le ordenó a “Ishirine” por radio mandar gente a investigar.
Ni bien
cortó la comunicación, el hombre de Las Villas llamó a Roberto Hernández
Calzada y Luis Calzada Hernández y les pidió que explorasen el área hasta
Kazima, llevando consigo a un grupo de nativos. Los dos combatientes partieron
camino al norte, acompañados por cuatro congoleños y a los pocos minutos
desaparecieron tragados por la fronda.
Una vez
en la playa, el Che hizo una nueva tentativa de establecer contacto con Kigoma
y para alivio de todos, lo consiguió. Informó que habían llegado a la costa,
dio cuenta de la situación y advirtió que el número de personas a evacuar
ascendía a doscientas.
-Comprendido
– respondió la voz al otro lado.
Y eso
desató un estallido de felicidad, llamando la atención de quienes aguardaban
angustiados en la orilla. Las embarcaciones estaban en camino y con ellas la
salvación. Pero para desazón de todos, las mismas no aparecieron, ni esa noche
ni la siguiente, generando la consabida preocupación en Guevara y sus
allegados.
Era
evidente que algo grave estaba sucediendo; algo le impedía a “Changa” ponerse
en movimiento y por esa razón, temiendo la proximidad del enemigo, el Che mandó
montar emboscadas en los accesos a la playa y ordenó a sus soldados tener
listas sus armas para defender la posición.
Por
fortuna esa misma mañana, un buen número de enfermos, mujeres y niños fueron
evacuados hacia Makungo en varios botes al mando de “Genge”. Eso
descomprimió un tanto la situación, pero aún quedaban más de doscientas almas
que era imperioso sacar de allí para evitar una masacre.
Otra
cosa que preocupaba al Che eran los tres cubanos desaparecidos, Hernández
Calzada, Calzada Hernández y un vigía del que no se tenía noticias desde el
inicio de la retirada. Era imperioso ubicar a esa gente porque de no llegar a
tiempo, iban a quedar allí, a merced de un enemigo cebado y ávido de venganza.
Askaris congoleños
|
La
tarde del 20 de noviembre el Che estableció nueva comunicación con Kigoma,
intentando averiguar que estaba sucediendo. Al otro lado de la línea, “Changa”
le informó que las autoridades tanzanas habían impedido la partida pero esa
misma noche efectuaría el cruce llevando consigo tres embarcaciones. El
comandante miró hacia la playa donde la multitud se agolpaba y sintió cierto
alivio, pese a que muchas de esas personas no podrían embarcar por falta de
espacio. Por esa razón, ni bien cortó se acercó a Masengo y le dijo por lo bajo
que debía escoger entre los hombres que mejor desempeño habían mostrado durante
la campaña, pues iba a ser imposible transportarlos a todos.
Treinta
kilómetros al norte, cerca de Kazima, la patrulla de Roberto Hernández y Luis
Calzada recorría las inmediaciones de Lulimba cuando se topó con una partida
sudafricana que avanzaba en sentido inverso. Para evitar un enfrentamiento y
delatar su posición, los rebeldes se introdujeron en la selva y una vez allí perdieron el
rumbo y con ello, toda posibilidad de regreso.
En la
madrugada del 21 de noviembre los vigías distinguieron bengalas en el
horizonte, seguidas por una serie de explosiones que sobresaltaron a la gente
que dormía en la playa.
El Che
y sus oficiales se abrieron paso entre ellos y casi pisando el agua vieron que
efectivamente, en medio de la penumbra, ahí donde debía hallarse la línea del
horizonte, se distinguían luces y resplandores seguidos por el característico
ruido de numerosas detonaciones.
El
comandante le ordenó a “Azi” tener listos los cañones y al resto del personal
preparar sus armas y parapetarse en diferentes puntos de la costa para
responder un eventual ataque.
Menos
de una hora después, alcanzaron a oír ruido de motores y casi enseguida, se
recortaron en la obscuridad las siluetas difusas de grandes objetos aproximándose a la playa.
Para
alivio de todos, no era el enemigo quien sino “Changa”, quien traía
consigo tres lanchas de gran calado. Alguien le avisó a “Azi” para que
no
abriese fuego y sin pérdida de tiempo se comenzaron a impartir
directivas para
iniciar la evacuación. Los botes se arrimaron lentamente al litoral y a
escasos
metros de la costa lanzaron sus anclas, listas para iniciar la
operación.
Esperando para embarcar
|
Los
relojes daban las 02.10 cuando los primeros cubanos se introdujeron en el agua
cargando heridos y enfermos; detrás suyo lo hicieron otros, llevando cajas,
mochilas y parque, e inmediatamente después, los encargados de las
ametralladoras pesadas y las piezas de artillería con las que se pensaba armar
las embarcaciones.
Era
imperioso que en menos de una hora todo el mundo estuviese a bordo porque en
esa época del año amanecía a las 05.30 y las primeras luces del día los iba a
sorprender a mitad de camino, dejándolos a merced de la aviación y las
patrulleras.
La
evacuación se hizo de manera ordenada,
escalonadamente, como
explica Videaux, por grupos, todos siguiendo las indicaciones del Che.
Los primeros en ser subidos fueron los
enfermos y heridos, como se dijo anteriormente, luego las mujeres y los niños
que aún permanecían en el lugar y finalmente al Estado Mayor de Masengo,
cuarenta efectivos escogidos entre quienes habían trabajado a su lado y
demostrado decisión a la hora del combate. Detrás lo hicieron los cubanos y en
último lugar el Che con sus asistentes y custodios.
…empezó un espectáculo doloroso,
plañidero y sin gloria; debía rechazar a hombres que pedían con acento
suplicante que los llevaran; no hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada,
no hubo un gesto de rebeldía. Estaban preparadas las ametralladoras y tenía
listos los hombres por si, siguiendo la costumbre, querían intimidarnos con un
ataque desde tierra, pero nada de eso se produjo, sólo quejidos mientras el
jefe de los huidizos imprecaba al compás de los amarres al soltarse4.
No había gloria en aquel repliegue. No comprendía que a pesar de la derrota, estaba escribiendo
un capítulo trágico y al mismo tiempo épico, como la retirada napoleónica de
Rusia, la Noche Triste en Tenochtitlán, el Cid muerto, conduciendo a sus
guerreros fuera de Valencia o Eneas sacando a su pueblo de la Troya arrasada.
No percibía ni una pizca de grandeza en esa operación, aún cuando dos décadas
después el mundo la juzgaría como una epopeya demencial en la que apenas un
centenar de cubanos le hizo frente a ejércitos regulares integrados por miles
de askaris y mercenarios pertrechados y altamente capacitados, apoyados por
la aviación, artillería pesada y hasta una fuerza naval respetable. Sólo veía
la derrota y le parecía humillante, sobre todo por las súplicas de aquellos
hombres aterrorizados que pugnaban desesperadamente por salir de allí y debían quedarse.
El Che
abordó la segunda lancha junto a “M’bili” y “Kumi”5, se ubicó
junto al
cañón de popa y allí quedó en silencio, sumido en profundas
meditaciones. Los cubanos habían montado las ametralladoras 12.7 a ambos
lados de la embarcación y las piezas de artillería en la popa, de
manera que si eran
atacados, pudiesen devolver el fuego.
Hubo
que bajar a varios congoleños que a toda costa intentaban abordar las naves; se
produjeron forcejeos y empujones pero el uso de las armas no fue necesario
porque a decir verdad, ninguno de esos desdichados estaba para demostraciones
de fuerza.
Estaban preparadas las ametralladoras
y tenía los hombres listos por si, siguiendo la costumbre, querían intimidarnos
con un ataque desde tierra, pero nada de eso se produjo…6.
Tal
como lo había programado el Che, a las 03.00, las naves encendieron sus motores,
levaron anclas y comenzaron a alejarse de la costa, dejando atrás a sus espaldas a individuos quejumbrosos, en algunos casos acompañados por sus
mujeres e hijos, aterrados por su destino que les esperaba.
Las
naves sobrecargadas se adentraron en el lago, meciéndose al compás de la marea, con
la línea de flotación muy por debajo de los niveles aconsejables debido al sobrepeso7 y en esas condiciones se perdieron en la obscuridad.
A las 05.30 comenzó a amanecer y cuando la bruma se disipó alcanzó a distinguirse el sonido de los buques enemigos. El Che, parado junto al cañón de 75 mm, ordenó zafarrancho de combate y los cubanos prepararon el armamento para entrar en acción. Una hora y media después aparecieron los primeros aviones, pasando por encima de sus cabezas sin accionar sus armas. Fueron y vinieron una y otra vez, en algunas ocasiones en línea recta, en otras volando en círculos y solo dispararon contra las pequeñas lanchas y canoas a remo que se desplazaban detrás, matando a varios de quienes viajaban en ellas. Era evidente que el alto mando congoleño no quería atacar; la fuerza invasora se retiraba y todo parecía indicar que no pensaba regresar. Solo se limitaron a seguirla hacia aguas jurisdiccionales tanzanas, vigilando celosamente sus movimientos y cuando la misma se internó en ellas, se retiraron.
Las tropas cubanas abordan las naves |
A las 05.30 comenzó a amanecer y cuando la bruma se disipó alcanzó a distinguirse el sonido de los buques enemigos. El Che, parado junto al cañón de 75 mm, ordenó zafarrancho de combate y los cubanos prepararon el armamento para entrar en acción. Una hora y media después aparecieron los primeros aviones, pasando por encima de sus cabezas sin accionar sus armas. Fueron y vinieron una y otra vez, en algunas ocasiones en línea recta, en otras volando en círculos y solo dispararon contra las pequeñas lanchas y canoas a remo que se desplazaban detrás, matando a varios de quienes viajaban en ellas. Era evidente que el alto mando congoleño no quería atacar; la fuerza invasora se retiraba y todo parecía indicar que no pensaba regresar. Solo se limitaron a seguirla hacia aguas jurisdiccionales tanzanas, vigilando celosamente sus movimientos y cuando la misma se internó en ellas, se retiraron.
La aviación enemiga nos convocó hasta
Kigoma: pero no tiró porque los cubanos íbamos artillados hasta la médula:
cañones, ametralladoras. En un cañón de esos iba Tatu. Íbamos dispuestos a
morirnos ahí, pero la aviación no nos tiró a nosotros. ¿Qué hizo la aviación? A
todos los motumbos y lanchas que iban atrás de nosotros, echando para Kigoma,
les tiraron. Se recibieron agujereados, ahuecados, con una tonga de cadáveres
arriba. Ellos preferían que nos fuéramos, y por eso no nos tiraron. No se atrevían,
parece, por el temor de que viráramos8.
Dreke
ofrece su versión:
Se veían las luces de los barcos
enemigos: La travesía duró mucho, hasta aclarar el día. Todo el mundo con
fusiles en las manos. Vimos una primera avioneta. Se levantó la neblina como a
las seis de la mañana. Vimos las lanchas abriéndose como en una envoltura. Yo
pensaba que nos iban a joder en el lago. Nos e acercaron. Nos fueron
custodiando hasta Kigoma9.
La
flotilla del Che debió evadir las patrulleras y los aviones enemigos durante
todo el trayecto y recién a la vista de Kigoma tuvo la certeza de que el
peligro había pasado. La ciudad se ofrecía como una postal, con sus
edificios bajos, sus muelles y sus calles, una imagen paradisíaca para los
fugitivos, no así para su jefe que sumido en amargos pensamientos miraba
hacia la nada, taciturno y ensimismado.
A punto
de ingresar en el puerto, mientras navegaban en paralelo a un carguero procedente
de Albertville, se les acercó una pequeña lancha llevando seguramente alguna
autoridad local.
Siguiendo
el relato de Dreke, antes de desembarcar, el Che se dirigió a sus hombres y les
habló en los siguientes términos:
Compañeros, ha llegado el momento de
separarnos por razones que ustedes conocen. Yo no desembarcaré con ustedes, tenemos
que evitar todo tipo de provocaciones; esta lucha que hemos librado ha sido de
gran experiencia, yo espero que a pesar de todas las dificultades por las que
hemos pasado, si algún día Fidel les plantea otra misión de esta índole,
algunos habrán de responder presente. También espero que si llegan a tiempo el
día 24 de diciembre, cuando se estén comiendo el lechón que algunos tanto
anhelaban, se acuerden de este humilde pueblo, y de los compañeros que hemos
dejado en el Congo. Sólo se es revolucionario cuando se está dispuesto a dejar
todas las comodidades para ir a otro país a luchar; quizás nos veamos en Cuba o
en otra parte del mundo. Siki se quedará de jefe de grupo, Moja de segundo,
Tembo de los asuntos políticos10.
Luego
hizo un repaso de la campaña, aclaró que la decisión de suspender la lucha
provino del alto mando congoleño y eso los había obligado a retirarse, mencionó
a los compañeros caídos pidiendo no olvidarlos nunca y finalizó parafraseando a
MacArthur en Filipinas, asegurando que volverían a verse en alguna parte.
Las
lágrimas rodaban por las mejillas de los combatientes, otros
directamente
lloraban. Ahí estaba su venerado jefe arengándolos, disculpándose en
cierto
modo y sobre el final, llamándolos a empuñar nuevamente el fusil ahí
donde la revolución
los necesitase. Se hallaban aliviados por haber escapado de la muerte
pero abatidos a causa de la derrota y por ver a su líder mortificado,
consternado e incluso avergonzado.
A la vista de Kigoma todo es culpa y desazón |
La brigada completa desembarcó en Kigoma, no así el Che que en el mismo muelle abordó un pequeño bote a motor y en compañía de “M’bili”, “Tuma” y “Pombo”, se alejó lentamente hacia el sur para bajar en un punto apartado, donde pudiese pasar lo más desapercibido posible.
Las
palabras con las que cierra sus pasajes en el Congo, revelan a las claras su
estado de ánimo y su decepción.
Parecía que se hubiera roto una amarra
y la exultación de cubanos y congoleses desbordaba como líquido hirviente el
pequeño recipiente de los barquitos, hiriéndome sin contagiarme; durante estas
últimas horas de permanencia en el Congo me sentí solo como nunca lo había
estado, ni en Cuba ni en ninguna parte de mi peregrinar por el mundo. Podía
decir: ¡Jamás como hoy he vuelto con todo mi camino a verme solo!11.
Imágenes
La noche del 14 de noviembre el Che recibió un cable urgente de la embajada en Tanzania indicándole abortar la misión |
Hoare victorioso |
Los cubanos preparan la retirada |
El repliegue cubano se hizo en el más completo orden |
La aviación gubernista siguió al contingente cubano durante todo el trayecto a Tanzania. Incluso ametralló algunos botes |
Notas
1 Pierre Kalfon, op.
Cit., p. 498.
2 Ernesto Che Guevara,
op. Cit. p. 246.
3 Desde ahí el Che
hizo un nuevo intento de enlace radial pero no lo consiguió.
4 Ernesto Che Guevara,
op. Cit. p. 247.
5 Dreke asegura que lo
hizo en la primera embarcación.
6 Ernesto Che Guevara,
ídem.
7 Llevaba más de
sesenta pasajeros cuando su capacidad era de cuarenta.
8 Paco Ignacio Taibo
I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 237.
9 Ídem.
10 Ídem. P. 237-238.
11 Ernesto Che Guevara,
ídem, p. 248.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)