lunes, 26 de agosto de 2019

LA RETIRADA DE LOS DIEZ MIL



21 de noviembre de 1965, la brigada del Che se retira del Congo

La noche del 14 al 15 de noviembre de 1965, un correo secreto cruzó subrepticiamente el lago Tanganika portando un mensaje urgente del embajador Ribalta para el Che.
Cuando el comandante argentino leyó la nota, comprendió que al igual que los diez mil mercenarios de Jenofonte, había quedado librado al azar, abandonado a su suerte, completamente aislado y lejos de sus bases naturales.
A su regreso de Ghana, luego de asistir a la cumbre de la Organización para la Unidad Africana celebrada en Accra, el presidente Nyerere se comunicó con Fidel Castro y le solicitó el urgente retiro de su fuerza expedicionaria del Congo. La política regional había cambiado y quienes antes se mostraban aliados eran ahora elementos para desconfiar.
El emisario llevaba también el cable confidencial que el máximo líder cubano había cursado a su representante en Dar es-Salam, con fecha 4 de noviembre, sugiriendo la retirada.

 

1º Debemos hacer todo menos lo absurdo.

2º Si a juicio de Tatu nuestra presencia se hace injustificable e inútil debemos pensar en retirarnos. Deben actuar conforme situación objetiva y espíritu hombres nuestros.

3º Si consideran deben permanecer, trataremos de enviar cuantos recursos humanos y materiales estimen necesario.

4º Nos preocupa que ustedes erróneamente tengan temor a actitud que asumen sea considerada derrotista o pesimista.

5º Si deciden salir, Tatu puede mantener statu quo actual regresando aquí o permaneciendo en otro sitio.

6º Cualquier decisión la apoyaremos.

7º Evitar todo aniquilamiento.

“Debemos hacer todo menos lo absurdo”, indicaba el segundo punto, una manera elegante de decir que la aventura había acabado y era necesario regresar. Pero el mensaje contenía además, una inquietante indirecta: “Si deciden salir, Tatu puede mantener su statu quo, es decir, seguir en la clandestinidad en Cuba o en cualquier parte del mundo”.
Si alguien necesitaba una prueba ahí estaba, clara y precisa; el Che podía regresar a la isla pero en la clandestinidad, furtivamente y permanecer ahí en secreto, hasta su partida definitiva. Era una forma elegante de quitárselo de encima, de pedirle que se alejara, simulando que se le permitía decidir y se lo apoyaba en todo.
El documento confirma lo que muchos sospecharon en su momento, entre ellos el mismo Guevara. Al parecer, Castro lo quería fuera de su órbita, lejos de la isla y para ello le sugería enfocarse en otros objetivos. La pregunta que los historiadores se formulan al día de hoy es si lo hacía de motu propio o seguía indicaciones de alguien.
Lo cierto es que en lo profundo de la selva, el Che acusó el golpe y decidió poner fin a la aventura.
“Ahora comprendo por qué leyó la carta el 3 de octubre”, lo imaginamos pensando mientras sujetaba el mensaje en la mano. Y tal vez por ello surgió por un instante en su cabeza, la demencial idea de unirse a Mulele en Kwilu y seguir la lucha por su cuenta, atravesando 1.500 kilómetros de jungla y territorios hostiles.

Pese a todas las evidencias, el Che se aferra a una última y enloquecida idea. La de atravesar el Congo de punta a cabo, de este a oeste, para intentar llegar a la zona donde al parecer Mulele, el antiguo ministro de Lumumba, mantiene un maquis, en la región del Kasai, en torno a la capital Leopoldville. ¡Más de mil quinientos kilómetros a pie, por territorio desconocido y en plena selva ecuatorial! Más delirante aún que la alucinada guerrilla de Masetti en la Argentina1.

Pero nadie estaba dispuesto a acompañarlo en esa nueva locura, tal como se lo insinuaron los pocos que les confió la idea.

En realidad, la idea de quedarme siguió rondándome hasta las últimas horas de la noche y quizás nunca haya tomado una decisión, sino que fui un fugitivo más2. 

Esa misma noche (18 de noviembre) el Che envió un radiograma a Kigoma anunciando la retirada y solicitando en envío de embarcaciones para evacuar el personal.
En los días pasados, un tropel humano, entre ellos mujeres, niños (la mayoría hijos de combatientes y dirigentes), ancianos y enfermos había descendido a las playas para huir de las represalias del gobierno y lo que era peor, la venganza de los pobladores, tan maltratados por los soldados rebeldes.
Con las tropas enemigas convergiendo sobre el sector, el Che impartió la orden de destruir el campamento, las armas, la documentación y todo lo que no fuese posible cargar. Los combatientes pegaron fuego a la cabaña principal y a las chozas restantes, arrojaron decenas de papeles a las llamas, inutilizaron parte del armamento y escondieron el resto en los depósitos clandestinos que el Che había mandado construir en diferentes puntos del teatro de operaciones.
En las primeras horas del 19 de noviembre, la guerrilla inició el descenso dividida en tres columnas; lo hizo marchando en silencio, casi sin hablar, bajo aquel cielo estrellado, sin luna, atenta a los sonidos que llegaban de la espesura.
Media hora después, una serie de explosiones sacudieron el área, iluminando tenebrosamente la noche.
El Che manda incendiar el campamento
Al volverse hacia atrás, cubanos y congoleños fueron testigos de un impresionante espectáculo de fuegos artificiales, detonaciones y resplandores que debieron espantar a cuanta fiera y alimaña se movía por los alrededores.
Parado en lo alto de una loma, el Che observaba ceñudo y cabizbajo mientras esperaba a los rezagados, lamentando la voladura del depósito de municiones. Ni él ni Masengo habían estado de acuerdo pero era imperioso evitar que todo ese arsenal cayera en manos de Hoare y los vengativos askaris.
El suelo temblaba con las explosiones y la región se sacudía, iluminada fantasmagóricamente por los resplandores.
La tropa guevarista descendía lentamente los desfiladeros, con sudafricanos, belgas y congoleños pisándole los talones. Intentaban acorralarlos en un bolsón al sur de Kibamba y cortar sus vías de escape por lo que el Che ordenó acelerar el paso mientras las explosiones se sucedían en la cercana elevación. Los hombres cargaban con esfuerzo sus mochilas repletas y se iban deshaciendo de lo que estorbaba, regando el camino de objetos.
En la loma opuesta, la columna de “Tuma” se desplazaba con lentitud, llevando su equipo a cuestas; “M’bili” lo hacía en línea recta por la pendiente de Kibamba y Videaux lo seguía detrás, cubriéndole las espaldas.
El Che no se inquietó al ver a los congoleños alejarse hacia Fizi pues si bien los necesitaba en caso de producirse un enfrentamiento, constituían un número elevado y no había espacio para todos en las embarcaciones.
“M’bili” y Videaux se reunieron en el hospital de “Kumi”, por entonces vacío y de allí siguieron hacia Jungo, donde debían reagruparse en espera de las columnas restantes.
Las primeras luces mostraron las densas columnas de humo elevándose desde el campamento y hacia el este, la magnificencia del lago, cubierto en parte por la bruma. Guevara lo observaba todo y su sentimiento de culpa crecía.
El punto de embarque se hallaba 10 kilómetros al sur de Kibamba, cerca de Jungo, una playa desierta rodeada de selvas y peñascos, donde la gente se venía concentrando desde hacía dos días. Durante la marcha, el Che intentó en vano establecer comunicación con Kigoma, durante el cruce de Sele se les unió Banhir, uno de los cuatro cubanos desaparecidos, quien emergió de la selva repentinamente con una herida en el tobillo3. Hubo que ayudarlo a caminar y eso demoró considerablemente la marcha.
Recién por la tarde, alcanzaron la costa, donde un elevado número de personas se apiñaba esperando los barcos.
Versiones inquietantes daban cuenta de un desembarco aéreo en el sector Fizi/Baraka, razón por la cual, el Che le ordenó a “Ishirine” por radio mandar gente a investigar.
Ni bien cortó la comunicación, el hombre de Las Villas llamó a Roberto Hernández Calzada y Luis Calzada Hernández y les pidió que explorasen el área hasta Kazima, llevando consigo a un grupo de nativos. Los dos combatientes partieron camino al norte, acompañados por cuatro congoleños y a los pocos minutos desaparecieron tragados por la fronda.


Una vez en la playa, el Che hizo una nueva tentativa de establecer contacto con Kigoma y para alivio de todos, lo consiguió. Informó que habían llegado a la costa, dio cuenta de la situación y advirtió que el número de personas a evacuar ascendía a doscientas.

-Comprendido – respondió la voz al otro lado.

Y eso desató un estallido de felicidad, llamando la atención de quienes aguardaban angustiados en la orilla. Las embarcaciones estaban en camino y con ellas la salvación. Pero para desazón de todos, las mismas no aparecieron, ni esa noche ni la siguiente, generando la consabida preocupación en Guevara y sus allegados.
Era evidente que algo grave estaba sucediendo; algo le impedía a “Changa” ponerse en movimiento y por esa razón, temiendo la proximidad del enemigo, el Che mandó montar emboscadas en los accesos a la playa y ordenó a sus soldados tener listas sus armas para defender la posición.
Askaris congoleños 

Por fortuna esa misma mañana, un buen número de enfermos, mujeres y niños fueron evacuados hacia Makungo en varios botes al mando de “Genge”. Eso descomprimió un tanto la situación, pero aún quedaban más de doscientas almas que era imperioso sacar de allí para evitar una masacre. Otra cosa que preocupaba al Che eran los tres cubanos desaparecidos, Hernández Calzada, Calzada Hernández y un vigía del que no se tenía noticias desde el inicio de la retirada. Era imperioso ubicar a esa gente porque de no llegar a tiempo, iban a quedar allí, a merced de un enemigo cebado y ávido de venganza.
La tarde del 20 de noviembre el Che estableció nueva comunicación con Kigoma, intentando averiguar que estaba sucediendo. Al otro lado de la línea, “Changa” le informó que las autoridades tanzanas habían impedido la partida pero esa misma noche efectuaría el cruce llevando consigo tres embarcaciones. El comandante miró hacia la playa donde la multitud se agolpaba y sintió cierto alivio, pese a que muchas de esas personas no podrían embarcar por falta de espacio. Por esa razón, ni bien cortó se acercó a Masengo y le dijo por lo bajo que debía escoger entre los hombres que mejor desempeño habían mostrado durante la campaña, pues iba a ser imposible transportarlos a todos.
Treinta kilómetros al norte, cerca de Kazima, la patrulla de Roberto Hernández y Luis Calzada recorría las inmediaciones de Lulimba cuando se topó con una partida sudafricana que avanzaba en sentido inverso. Para evitar un enfrentamiento y delatar su posición, los rebeldes se introdujeron en la selva y una vez allí perdieron el rumbo y con ello, toda posibilidad de regreso.


En la madrugada del 21 de noviembre los vigías distinguieron bengalas en el horizonte, seguidas por una serie de explosiones que sobresaltaron a la gente que dormía en la playa.
El Che y sus oficiales se abrieron paso entre ellos y casi pisando el agua vieron que efectivamente, en medio de la penumbra, ahí donde debía hallarse la línea del horizonte, se distinguían luces y resplandores seguidos por el característico ruido de numerosas detonaciones.
El comandante le ordenó a “Azi” tener listos los cañones y al resto del personal preparar sus armas y parapetarse en diferentes puntos de la costa para responder un eventual ataque.
Menos de una hora después, alcanzaron a oír ruido de motores y casi enseguida, se recortaron en la obscuridad las siluetas difusas de grandes objetos aproximándose a la playa.
Para alivio de todos, no era el enemigo quien sino “Changa”, quien traía consigo tres lanchas de gran calado. Alguien le avisó a “Azi” para que no abriese fuego y sin pérdida de tiempo se comenzaron a impartir directivas para iniciar la evacuación. Los botes se arrimaron lentamente al litoral y a escasos metros de la costa lanzaron sus anclas, listas para iniciar la operación.
Esperando para embarcar

Los relojes daban las 02.10 cuando los primeros cubanos se introdujeron en el agua cargando heridos y enfermos; detrás suyo lo hicieron otros, llevando cajas, mochilas y parque, e inmediatamente después, los encargados de las ametralladoras pesadas y las piezas de artillería con las que se pensaba armar las embarcaciones.
Era imperioso que en menos de una hora todo el mundo estuviese a bordo porque en esa época del año amanecía a las 05.30 y las primeras luces del día los iba a sorprender a mitad de camino, dejándolos a merced de la aviación y las patrulleras.
La evacuación se hizo de manera ordenada,  escalonadamente, como explica Videaux, por grupos, todos siguiendo las indicaciones del Che. Los primeros en ser subidos fueron los enfermos y heridos, como se dijo anteriormente, luego las mujeres y los niños que aún permanecían en el lugar y finalmente al Estado Mayor de Masengo, cuarenta efectivos escogidos entre quienes habían trabajado a su lado y demostrado decisión a la hora del combate. Detrás lo hicieron los cubanos y en último lugar el Che con sus asistentes y custodios.

…empezó un espectáculo doloroso, plañidero y sin gloria; debía rechazar a hombres que pedían con acento suplicante que los llevaran; no hubo un solo rasgo de grandeza en esa retirada, no hubo un gesto de rebeldía. Estaban preparadas las ametralladoras y tenía listos los hombres por si, siguiendo la costumbre, querían intimidarnos con un ataque desde tierra, pero nada de eso se produjo, sólo quejidos mientras el jefe de los huidizos imprecaba al compás de los amarres al soltarse4.

No había gloria en aquel repliegue. No comprendía que a pesar de la derrota, estaba escribiendo un capítulo trágico y al mismo tiempo épico, como la retirada napoleónica de Rusia, la Noche Triste en Tenochtitlán, el Cid muerto, conduciendo a sus guerreros fuera de Valencia o Eneas sacando a su pueblo de la Troya arrasada. No percibía ni una pizca de grandeza en esa operación, aún cuando dos décadas después el mundo la juzgaría como una epopeya demencial en la que apenas un centenar de cubanos le hizo frente a ejércitos regulares integrados por miles de askaris y mercenarios pertrechados y altamente capacitados, apoyados por la aviación, artillería pesada y hasta una fuerza naval respetable. Sólo veía la derrota y le parecía humillante, sobre todo por las súplicas de aquellos hombres aterrorizados que pugnaban desesperadamente por salir de allí y debían quedarse.
El Che abordó la segunda lancha junto a “M’bili” y “Kumi”5, se ubicó junto al cañón de popa y allí quedó en silencio, sumido en profundas meditaciones. Los cubanos habían montado las ametralladoras 12.7 a ambos lados de la embarcación y las piezas de artillería en la popa, de manera que si eran atacados, pudiesen devolver el fuego.
Hubo que bajar a varios congoleños que a toda costa intentaban abordar las naves; se produjeron forcejeos y empujones pero el uso de las armas no fue necesario porque a decir verdad, ninguno de esos desdichados estaba para demostraciones de fuerza.

Estaban preparadas las ametralladoras y tenía los hombres listos por si, siguiendo la costumbre, querían intimidarnos con un ataque desde tierra, pero nada de eso se produjo…6.

Tal como lo había programado el Che, a las 03.00, las naves encendieron sus motores, levaron anclas y comenzaron a alejarse de la costa, dejando atrás a sus espaldas a individuos quejumbrosos, en algunos casos acompañados por sus mujeres e hijos, aterrados por su destino que les esperaba.
Las naves sobrecargadas se adentraron en el lago, meciéndose al compás de la marea, con la línea de flotación muy por debajo de los niveles aconsejables debido al sobrepeso7 y en esas condiciones se perdieron en la obscuridad.
Las tropas cubanas abordan las naves

A las 05.30 comenzó a amanecer y cuando la bruma se disipó alcanzó a distinguirse el sonido de los buques enemigos. El Che, parado junto al cañón de 75 mm, ordenó zafarrancho de combate y los cubanos prepararon el armamento para entrar en acción. Una hora y media después aparecieron los primeros aviones, pasando por encima de sus cabezas sin accionar sus armas. Fueron y vinieron una y otra vez, en algunas ocasiones en línea recta, en otras volando en círculos y solo dispararon contra las pequeñas lanchas y canoas a remo que se desplazaban detrás, matando a varios de quienes viajaban en ellas. Era evidente que el alto mando congoleño no quería atacar; la fuerza invasora se retiraba y todo parecía indicar que no pensaba regresar. Solo se limitaron a seguirla hacia aguas jurisdiccionales tanzanas, vigilando celosamente sus movimientos y cuando la misma se internó en ellas, se retiraron.

La aviación enemiga nos convocó hasta Kigoma: pero no tiró porque los cubanos íbamos artillados hasta la médula: cañones, ametralladoras. En un cañón de esos iba Tatu. Íbamos dispuestos a morirnos ahí, pero la aviación no nos tiró a nosotros. ¿Qué hizo la aviación? A todos los motumbos y lanchas que iban atrás de nosotros, echando para Kigoma, les tiraron. Se recibieron agujereados, ahuecados, con una tonga de cadáveres arriba. Ellos preferían que nos fuéramos, y por eso no nos tiraron. No se atrevían, parece, por el temor de que viráramos8.

Dreke ofrece su versión:

Se veían las luces de los barcos enemigos: La travesía duró mucho, hasta aclarar el día. Todo el mundo con fusiles en las manos. Vimos una primera avioneta. Se levantó la neblina como a las seis de la mañana. Vimos las lanchas abriéndose como en una envoltura. Yo pensaba que nos iban a joder en el lago. Nos e acercaron. Nos fueron custodiando hasta Kigoma9.

La flotilla del Che debió evadir las patrulleras y los aviones enemigos durante todo el trayecto y recién a la vista de Kigoma tuvo la certeza de que el peligro había pasado. La ciudad se ofrecía como una postal, con sus edificios bajos, sus muelles y sus calles, una imagen paradisíaca para los fugitivos, no así para su jefe que sumido en amargos pensamientos miraba hacia la nada, taciturno y ensimismado.
A punto de ingresar en el puerto, mientras navegaban en paralelo a un carguero procedente de Albertville, se les acercó una pequeña lancha llevando seguramente alguna autoridad local.
Siguiendo el relato de Dreke, antes de desembarcar, el Che se dirigió a sus hombres y les habló en los siguientes términos:

Compañeros, ha llegado el momento de separarnos por razones que ustedes conocen. Yo no desembarcaré con ustedes, tenemos que evitar todo tipo de provocaciones; esta lucha que hemos librado ha sido de gran experiencia, yo espero que a pesar de todas las dificultades por las que hemos pasado, si algún día Fidel les plantea otra misión de esta índole, algunos habrán de responder presente. También espero que si llegan a tiempo el día 24 de diciembre, cuando se estén comiendo el lechón que algunos tanto anhelaban, se acuerden de este humilde pueblo, y de los compañeros que hemos dejado en el Congo. Sólo se es revolucionario cuando se está dispuesto a dejar todas las comodidades para ir a otro país a luchar; quizás nos veamos en Cuba o en otra parte del mundo. Siki se quedará de jefe de grupo, Moja de segundo, Tembo de los asuntos políticos10.

Luego hizo un repaso de la campaña, aclaró que la decisión de suspender la lucha provino del alto mando congoleño y eso los había obligado a retirarse, mencionó a los compañeros caídos pidiendo no olvidarlos nunca y finalizó parafraseando a MacArthur en Filipinas, asegurando que volverían a verse en alguna parte.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de los combatientes, otros directamente lloraban. Ahí estaba su venerado jefe arengándolos, disculpándose en cierto modo y sobre el final, llamándolos a empuñar nuevamente el fusil ahí donde la revolución los necesitase. Se hallaban aliviados por haber escapado de la muerte pero abatidos a causa de la derrota y por ver a su líder mortificado, consternado e incluso avergonzado.
A la vista de Kigoma todo es culpa y desazón

La brigada completa desembarcó en Kigoma, no así el Che que en el mismo muelle abordó un pequeño bote a motor y en compañía de “M’bili”, “Tuma” y “Pombo”, se alejó lentamente hacia el sur para bajar en un punto apartado, donde pudiese pasar lo más desapercibido posible.
Las palabras con las que cierra sus pasajes en el Congo, revelan a las claras su estado de ánimo y su decepción.

Parecía que se hubiera roto una amarra y la exultación de cubanos y congoleses desbordaba como líquido hirviente el pequeño recipiente de los barquitos, hiriéndome sin contagiarme; durante estas últimas horas de permanencia en el Congo me sentí solo como nunca lo había estado, ni en Cuba ni en ninguna parte de mi peregrinar por el mundo. Podía decir: ¡Jamás como hoy he vuelto con todo mi camino a verme solo!11.



Imágenes

Paracaidistas belgas y sudafricanos tuvieron un rol fundamental en la contienda

La noche del 14 de noviembre
el Che recibió un cable urgente
de la embajada en Tanzania
indicándole abortar la misión

La aviación congoleña acosó al
Che durante toda la campaña

Hoare victorioso

Los cubanos preparan la retirada

El repliegue cubano se hizo en el más
completo orden


La aviación gubernista siguió al contingente cubano durante todo el trayecto
a Tanzania. Incluso ametralló algunos botes

Notas
1 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 498.
2 Ernesto Che Guevara, op. Cit. p. 246.
3 Desde ahí el Che hizo un nuevo intento de enlace radial pero no lo consiguió.
4 Ernesto Che Guevara, op. Cit. p. 247.
5 Dreke asegura que lo hizo en la primera embarcación.
6 Ernesto Che Guevara, ídem.
7 Llevaba más de sesenta pasajeros cuando su capacidad era de cuarenta.
8 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 237.
9 Ídem.
10 Ídem. P. 237-238.
11 Ernesto Che Guevara, ídem, p. 248.






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