lunes, 26 de agosto de 2019

DOS GOLPES DUROS

A 8000 kilómetros de distancia de allí, en la ciudad de La Habana, Fidel castro decidió romper el silencio con respecto al Che y anunciar que se encontraba bien, cumpliendo una misión para la revolución en alguna parte del mundo. En ese momento, circulaban versiones de todo tipo, la mayoría disparatadas, ubicándolo en diferentes escenarios, poniendo en duda su estado de salud y hasta dándolo por muerto. Por esa razón, el 20 de abril de 1965, decidió hablar con la prensa para despejar cualquier duda. Fue el día en que su hija Hildita recibió la carta de su padre, refiriéndole que por un tiempo algo prolongado no tendría noticias de él. Aún así, no todo el mundo creyó aquella declaración y las versiones siguieron circulando.
La tropa cubana se puso en marcha, trepando dificultosamente las laderas cubiertas de niebla, nueve kilómetros de espesura a través de senderos angostos que por su irregularidad y lo enmarañado del follaje, dificultaban notablemente el avance

Había árboles descomunales que emergían de la vegetación, lianas colgando de sus copas, helechos inmensos y plantas reptadoras que impedían la luz del sol, de ahí la agobiante humedad y el frío.
Detrás quedaban “Nane” (sargento Eduardo Torres) y “Kumi”, éste último a cargo del hospital de campaña donde “Tano”, yacía enfermo.
Aún pese a su asma, el Che avanzaba en primer lugar, intentando dar el ejemplo.

Ese hombre no tenía techo –diría “Nane de él–, hacía primero lo que quería que hicieran los demás. Tomaba el té sin azúcar, y decía: “qué sabroso”. Al paso de los años, uno se da cuenta del tipo de hombre que era1.

Cinco horas después, la columna llegó al campamento. En su marcha, había atravesado algunas aldeas de no más de diez o doce chozas, todas ellas pobladas por ruandeses, gente primitiva de la etnia tutsi, quienes mantenían viva la memoria de su tierra. Las rodeaban altos pastizales en donde las vacas, base de su subsistencia, pastaban mansamente al rayo del sol.
Al día siguiente, el Che le ordenó a su gente bajar nuevamente al litoral para traer los víveres y las municiones. Los hombres lo hicieron sin pronunciar palabra mientras él permanecía en el lugar, jugando partidas de ajedrez con “Ramón”.
El 11 de mayo llegó desde Kigoma un menaje de Mitoudidi, ordenando tener todo listo para un ataque a Albertville (actual Kalemie), población distante unos 55 kilómetros al sur, junto al río Lualaba. La idea era hacerlo en dos columnas, una a través del litoral y la otra por la parte alta, siguiendo la ruta de Bendera2, Pundu, Yomakitanga y Mahila, pero el Che ni bien recibió la noticia se opuso, por considerarla inviable.
Ni su gente ni los congoleños estaban preparados para una acción de semejante envergadura; los cubanos acababan de llegar y apenas eran treinta, diez de los cuales se hallaban enfermos, los congoleños no estaban motivados y lo que era peor, su Estado Mayor no tenía idea de cuál era la situación en el frente.  Aún así, mandó a sus hombres tener todo listo y se dispuso a esperar.
Al día siguiente Mitoudidi subió a hablar. En la reunión, en la que también estuvieron presentes Chamaleso y “M’bili”, el jefe cubano expuso su punto de vista y al cabo de un tiempo, logró convencer al africano, que el ataque era un despropósito de consecuencias imprevisibles. Acordaron aguardar y planificaron una serie de expediciones para reconocer el terreno y tener una idea más exacta de la situación.
La operación consistía en cuatro patrullas, la primera en dirección a Kabimba, al mando de “Aly” (Santiago Terry Rodríguez); la segunda hacia Front de Forces (Bendera), dirigida por “Inne” (Norberto Pío Pichardo), también llamado el “Cuatro”; la tercera hacia Baraka, Fizi y Lulimba, encabezada por “Moja” (Víctor Dreke) y Paulu y la cuarta hacia Uvire, comandada por el Che y el propio Mitoudidi.
El Che junto a dirigentes congoleños

De esos cuatro pelotones, el último no llegó a realizarse debido a las dilaciones, la carencia de embarcaciones adecuadas, la falta de gasolina y la noticia de que Kabila se haría presente de un momento a otro (cosa que, como era costumbre, no sucedió).
Dreke (“Moja”) y “Paulu” (combatiente cubano sin identificar) partieron en dos piraguas, acompañados por tres congoleños armados. Lo hicieron hacia el norte, bordeando la costa, pasando frente a varias aldehuelas y zonas de tupida vegetación. Diez kilómetros más adelante, cerca de Kibamba, se aproximaron a la orilla y desembarcaron; un gran terraplén dominaba la escena y algo más allá se alzaba una casa abandonada, en medio de la selva, utilizada en otros tiempos por los belgas, para extraer diamantes de la región.
Los hombres echaron pie a tierra y se introdujeron en la espesura, trepando la ladera con cierta dificultad. Casi tres horas después, alcanzaron la parte alta, una meseta boscosa que se extendía por todas partes, bajo un cielo despejado y un sol intenso.
La patrulla se detuvo unos instantes para recuperar fuerzas y luego echó a andar hacia el oeste, alcanzando Lulimba al mediodía. Fueron recibidos por el jefe local, un hombre alto y cordial, que lucía uniforme y llevaba una pistola al cinto.
Los invitó a almorzar un pollo recién preparado y luego los presentó a la gente del lugar. Esa noche hubo fiesta, con danzas, cantos típicos y los hombres “dándole a la hierba” con ganas, según el relato que los cubanos hicieron posteriormente. Al otro día tuvo lugar la ceremonia de la bandera, con los soldados formados junto al mástil donde la misma sería izada y el jefe pronunciando un discurso en el que los visitantes creyeron a distinguir la palabra “Kuba”. Fuera de eso, la asistencia a una parturienta y un depósito de armas almacenadas en el interior de una choza fue todo lo que pudieron recoger de aquella visita.
El grupo fue conducido hasta las inmediaciones de un retén enemigo, distante unos 5 kilómetros del poblado. Algo más adelante,  dieron con una serie de trincheras a las que el Ejército Popular de Liberación solía atacar desde Lulimba, con un cañón de 75 mm, limitándose a eso toda acción en ese sector.
Antes de salir de la aldea, se les había dicho que el número de enemigos ascendía a miles pero ellos solo pudieron contar 80, todos askaris, es decir guardias del ejército de Tshombe y ningún blanco.
No estuvieron demasiado tiempo ahí. Luego de tomar nota mentalmente de todo lo que veían, se pusieron de pie y siguieron avanzando.
A Fizi entraron por el lago, internándose en lo más profundo de la selva. Los guiaba Jerome, un soldado ruandés que, para su sorpresa, no conocía la zona. Por eso, en determinado momento, propuso hacer un alto para ir en busca de algún lugareño y luego partió, dejando a los cubanos escondidos entre el follaje.
El africano salió antes del mediodía y regresó pasadas las 15.00, trayendo consigo a un nativo y algo de carne de ciervo.
Alcanzaron la meta al mediodía de la siguiente jornada, con mucho calor y bastante agotados. El puesto militar consistía en una simple aldea con una casa importante provista de patio en el centro; donde gente amable les dio la bienvenida. Allí también hubo fiesta, danzas y cánticos tipo serie “Tarzán”, e incluso algunos hombres llegaron a entonar marchas guerrilleras.
Lo que más les impactó de ese lugar fue un ladrón enterrado hasta la cintura, cerca de una choza, semiinconsciente a causa de los golpes, la manera típica de castigar los delitos en esa zona.
Siguiendo instrucciones del Che, hicieron varias recorridas para explorar los alrededores, estudiaron el armamento, pusieron especial atención en la instrucción militar que recibían los hombres y buscaron un sitio donde instalar una escuela de entrenamiento.
El campamento enemigo se hallaba a 55 kilómetros de allí. El grupo expedicionario partió en esa dirección, acompañado por ocho congoleños, dos de lo cuales desertaron por supersticiones a poco de andar.
A 18 kilómetros de Fizi, el enemigo había montado una primera posta, consistente en tres chozas de adobe y techos de paja, rodeadas por una serie de trincheras.
Cuatro días después, alcanzaron el campamento principal; un complejo bastante más sofisticados, con edificaciones importantes y hasta una pista de aterrizaje y plataformas para helicópteros. Alcanzaron a distinguir varios hombres caminando entre las barracas, muchos de ellos blancos, luciendo buen armamento y vistiendo uniformes impecables.
Desde la izquierda, Víctor Dreke, "Kumi" (Rafael Zerquera) y el Che

Siguieron luego hacia Baraka, importante poblado litoraleño y al cabo de dos días, emprendieron el regreso, convencidos de que llevaban buena información.
El grupo de “Nane” alcanzó Fort Banderas dos días después de su partida. Medina y Marianito eran de la partida, al igual que media docena de congoleños.
En inmediaciones de la base enemiga, los nativos se asustaron y al grito de “¡Askaris Tshombe, askaris Tshombe!”, salieron huyendo, aún cuando disponían de armamento de última generación.
Dos semanas después, los grupos exploradores estaban de regreso. El informe de Dreke fue el más esclarecedor; al parecer, la región se hallaba poblada por gente amigable pero poco preparada y mucho menos dispuesta para la lucha. Los jefes parecían proclives a la guerrilla pero demostraban una marcada hostilidad hacia la dirigencia, en especial Kabila, Masego y Mitoudidi, a quienes consideraban extranjeros en su propia tierra, porque nunca estaban donde se los necesitaba y se la pasaban fuera del país, viviendo en hoteles costosos, con mujeres fáciles, bebiendo, emborrachándose y buscando placeres.
El Che no necesitó pensar demasiado para darse cuenta que la situación era crítica y resultaba imperioso hallar una solución. Poco después cayó gravemente enfermo, aquejado por altas fiebres, diarreas y vómitos que lo tuvieron a mal traer durante tres o cuatro días, incluso delirando.
Dado el cuadro de, situación, “Kumi” abandonó el hospital de campaña y subió al campamento para hacerse cargo del él.

-¡¿Quién te mandó subir?! ¡Yo también soy médico! – le dijo el Che al verlo llegar.

El cubano se limitó a tranquilizarlo y aplicarle antibióticos pues de movida comprendió que se trataba de paludismo.

-¡Coño, soy alérgico a la penicilina. Ponme Calamicina! – alcanzó a decir el comandante.

“Kumi” le aplicó clorafenicol y como la fiebre no bajaba, le inyectó una dosis de cloroquina, que dio buenos resultados.
Al cuarto día, el Che se encontraba mejor. Para más, Omar trajo de Kibamba un botiquín repleto de medicamentos y eso facilitó mucho las cosas. Sin embargo, tres días después volvió a recaer, cuando intentó atender a un herido de bala procedente de Front de Forces, cuyo brazo se hallaba quebrado y supuraba constantemente. La humedad y sobre todo, caminar bajo la llovizna helada le hizo mal y al cabo de unas horas, se encontraba nuevamente enfermo, vomitando y delirando. Fue necesario que “Kumi” regresara y permaneciese tres días en el campamento, para que el enfermo comenzase a dar señales de recuperación.
El estado de salud del Che fue tal, que en determinado momento, uno de sus hombres comentó que de seguir en esas condiciones debería regresar.

-Si el comandante sigue así va a tener que irse.

-¡Yo no me voy! –gritó aquel desde su camastro– ¡Primero me muero aquí y además esto se me pasa, que solo es enfermedad!3.

Una vez recuperado, Mitoudidi le hizo llegar un mensaje insistiendo con el ataque a Albertville. En cumplimiento de esa directiva, el Che le ordenó a su gente tener todo listo para emprender la marcha y se abocó a elaborar un plan de acción esperando en lo más profundo de su persona, encontrar las palabras adecuadas para convencer al congoleño de lo improductivo de aquella acción.
En eso se hallaba ocupado cuando el día 22, llegó un mensajero con la noticia de que un ministro cubano acababa de llegar trayendo refuerzos y que trepaba la ladera en esa dirección. El Che dudó que la información fuera veraz, pero por las dudas, se puso en marcha para ver que sucedía.
Se trataba, ni más ni menos, que de Osmany Cienfuegos, con quien se topó a mitad de camino, cuando aquel subía la pendiente junto a un grupo de combatientes.
La sorpresa fue tal, que los abrazos, los saludos y las explicaciones duraron varios minutos. Osmany venía a dialogar con los representantes del gobierno tanzano y aprovechando la ocasión, había solicitado autorización para visitar el frente. Según explicó, en un primer momento, se la habían negado, alegando lo inconveniente de la decisión pero al final, tratándose de él, lo autorizaron, aclarándole que en el futuro, a ningún funcionario cubano se le daría permiso para llegar al teatro de operaciones. Mientras tanto, en Kigoma, esperaban otros diecisiete efectivos para iniciar el cruce.
Subieron todos hasta el campamento y una vez allí, Osmany se llevó al Che a un costado para darle una muy mala noticia: su madre estaba muriendo.
Guevara acusó el golpe, quedó como petrificado unos segundos y se retiró varios metros para meditar. Si bien la novedad no confirmaba el deceso, dejaba entrever el desenlace y la posibilidad de que el mismo ya hubiese ocurrido.
Cienfuegos partió dos días después y eso le permitió a Guevara apuntar en su diario:

Personalmente, sin embargo, trajo para mí la noticia más triste de la guerra: en conversaciones telefónicas desde Buenos Aires informaban que mi madre estaba muy enferma, con un tono que hacía presumir que éste era simplemente un anuncio preparatorio. Osmany no había podido recabar ninguna otra. Tuve que pasar un mes en esa triste incertidumbre, esperando los resultados de algo que adivinaba pero que con la esperanza de que hubiese un error en la noticia, hasta que llegó la confirmación del deceso de mi madre.
Había querido verme antes de mi partida, presumiblemente sintiéndose enferma, pero ya no había sido posible, pues mi viaje estaba muy adelantado. La carta de despedida dejada en La Habana para mis padres, no la llegó a conocer, sólo la entregaron en octubre, cuando se hiciera pública mi partida4.

Pese a que en lo más profundo de su corazón tenía la certeza de que su madre había fallecido, el Che aún conservaba cierta esperanza. En realidad, Celia de la Serna ya estaba muerta cuando Osmany llegó al campamento; su fallecimiento se había producido el 19 de mayo, luego de nueve días de convalecencia en la Clínica Sampler de Buenos Aires, donde a decir de quienes la frecuentaron en esos días, hasta el último minuto mantuvo su pensamiento fijo en él.
La infausta noticia se la dio “Kumi”, unos días después. Como encargado de la correspondencia, el médico cubano recibió un ejemplar de “Bohemia”, donde aparecía la noticia. Sin perder tiempo, tomó un trozo de papel y escribió una nota solicitándole al Che que bajase en cuanto le fuera posible pues había un asunto que quería tratar con él. Así lo hizo aquel y una vez al pie de la montaña, se presentó en el puesto sanitario, preguntando que sucedía.

-¿”Kumi”, como andas?

-Tengo algo para darte–respondió con tono grave el facultativo-, pero quería entregártelo personalmente.

El comandante se sentó en la hamaca, tomó el ejemplar que le extendía su colega y se puso a leer.
Ni bien terminó, alzó la vista y comentó que sabía sobre el estado de su madre. Inmediatamente después, comenzó a recordar su infancia, luego pidió un té y se quedó ahí sentado, meditando hasta la hora el anochecer. Regresó al campamento a la mañana siguiente, muy temprano, sin pronunciar una palabra en todo el trayecto.
Así pasaron los días, prácticamente vegetando, mientras la dirigencia congoleña se daba la buena vida en el extranjero. Para peor, los combatientes nativos daban mayores evidencias de su carácter tribal y de la poca predisposición que tenían para la lucha y eso comenzó a molestar a los cubanos.
Cierto día, mientras éstos últimos continuaban cayendo enfermos en buena parte a causa de la inactividad, el Che les pidió a unos congoleños que cavasen trincheras pero aquellos se negaron rotundamente, argumentando que abrir tumbas era malo; en otra oportunidad, cuando les ordenó cargar unas cajas, le respondieron: “nosotros no somos un camión” y a veces, incluso “nosotros no somos cubanos”. Por esa razón, decidió hablar con Motoudidi y aquel adoptó una serie de medidas tendientes a reencauzar la disciplina. Les retiró los  fusiles a varios hombres, castigó a los que se embriagaban y mandó efectuar prácticas de tiro.
Eso le permitió al Che organizar nuevas expediciones, la primera a Front de Forces y Katenga, al mando de “Inne” y “Nane”, la segunda a Kabimba, por la carretera que unía esa localidad con Albertville, encabezada por “Aly” y una tercera hacia Uvira, dirigida por él, para explorar detenidamente el camino. Mientras tanto, continuaban llegando desde Kigoma embarcaciones con armamento de origen chino y soviético.
Congoleños y ruandeses junto al Che, parado a su lado el médico cubano "Kumi" (Rafael Zerquera)

El 3 de junio en la madrugada, un griterío despertó a los cubanos. Lo primero que el Che pensó fue en un ataque enemigo pero enseguida se dio cuenta que una de las chozas se estaba incendiando. Todo el mundo corrió para apagar las llamas y rescatar las armas que se encontraban en su interior, pero no pudieron evitar que el siniestro se propagase al bohío vecino.
Los quince hombres que dormían en el interior lograron escapar, algunos en paños menores, pero perdieron parte del arsenal y casi todo su equipo. Emilio perdió una canana completa con todos sus proyectiles, se quemaron varias mochilas y doscientas treinta cubetas de agua quedaron inutilizadas. Un análisis posterior, permitió determinar que el viento había avivado las llamas en el interior de la cabaña y al alcanzar el techo de paja, las chispas iniciaron el siniestro.
Todo era producto de la inactividad y la desorganización. Los días seguían pasando y a más de un mes de su llegada, los cubanos seguían vegetando mientras los soldados congoleños se hacían servir por los nativos como si fueran sus esclavos, desentendiéndose de la campaña con mil pretextos.
El segundo golpe que recibió el Che en esos días tuvo lugar la mañana del 7 de junio, luego de acompañar a Mitoudidi hasta Kibamba, para abordar una lancha. Acababa de convencerlo de no atacar Albertville y dado que Kabila seguía sin asomar la nariz, lo conminó a obtener su autorización para iniciar acciones.
Antes de cruzar el lago, Mitoudidi deseaba supervisar Ruandasi, paraje situado tres kilómetros al norte, donde tenía pensado trasladar su Estado Mayor. Antes de abordar, Guevara tomó por el hombro y le pidió que fuese sincero con él.

-Dime, ¿cuál es la causa por la que Kabila no viene?

Al pobre Mitoudidi no le quedó más remedio que ensayar una nueva excusa.

-El primer ministro Chow En-Lai está por llegar a Dar es-Salam y Kabila desea hablar con él sobre la ayuda china.

Para nada convencido, el Che inició el ascenso a Luluabourg mientras la lancha se alejaba lentamente hacia el norte, llevando a bordo al jefe congoleño, dos cubanos y tres o cuatro ruandeses de su escolta.
En ese momento, soplaba un fuerte viento desde el sur, levantando grandes olas que hacían bambolear la lancha.
Cuando el timonel dobló un recodo, siempre contorneando el litoral, la nave dio una fuerte sacudida y antes de que sus acompañantes pudiesen reaccionar, Mitoudidi cayó al agua, desapareciendo de la vista por breves segundos.
Los hombres se desesperaron y detuvieron el motor, casi en el mismo momento en que el jefe congoleño emergía agitando los brazos. Había logrado quitarse las botas pero como no era muy buen nadador, apenas lograba mantenerse a flote.

Parece ser que su caída al agua fue accidental, todo lo indica así; a partir de ese momento se suceden una serie de hechos extraños que uno no sabe si atribuir directamente a la imbecilidad, a la extraordinaria superstición -ya que el lago está poblado de toda clase de espíritus- o a algo más serio. El hecho es que Mituodidi, que nadaba un poco, alcanzó a sacarse las botas y estuvo pidiendo auxilio durante unos diez o quince minutos, según las afirmaciones de los distintos testigos5. 

En su desesperación, dos de los congoleños se tiraron al agua con la intención de rescatarlo, pero se ahogaron ambos, antes de que el propio Mitoudidi desapareciese de la vista, después de pedir auxilio infructuosamente. Según relata el propio Che, el primero en morir fue su ordenanza y el segundo, el comandante François, quien le seguía en el mando.
Al haber detenido el motor, los africanos perdieron toda posibilidad de maniobra y eso terminó por precipitar las cosas. Cuando quisieron encenderlo, “los espíritus del lago” se lo impidieron, lo mismo cuando intentaron aproximarse remando. Lo extraño fue que no tuvieron inconvenientes en acercarse a la costa, aún cuando Mitoudidi seguía pidiendo auxilio.
De esa manera, la guerrilla congoleña perdió al hombre más capacitado “…que había implantado un comienzo de organización en aquel caos terrible que era la base de Kabimba”5. Pero lo que más lamentó el Che fue su capacidad y experiencia y el hecho de no contar más con aquel individuo joven, preparado, que había estado al lado de Lumumba como funcionario de gobierno y tenía práctica de combate por haber luchado junto a Mulele.
La noticia corrió como reguero de pólvora y así fue como, al día siguiente, llegó una nota de Kabila, lamentando lo sucedido.

Acabo de conocer la suerte del hermano Mitu, así como de otros hermanos. Usted puede verlo, esto me hiere profundamente. Lo que me inquieta es su seguridad; yo quiero llegar enseguida. Pues para nosotros esta triste historia es nuestro destino. Todos los camaradas con los cuales usted llegó deberán quedarse en el lugar hasta mi retorno, salvo que quieran ir a Kabimba o hacia Mundandi, a Bendera.
Confío en su firmeza, nosotros activaremos todo para que en una fecha precisa desplacemos la base.
Trate con el compañero Muteba algunas cuestiones, así como con Bulengai y Kasabi durante mi ausencia.
Amistad,

                        Kabila


Realmente el jefe africano era un caradura. Le rehuía a la situación, manteniéndose alejado del frente y recomendaba a un hombre que al cabo de unos días, desaparecería definitivamente cuando le llevaba una carta del Che.
Seguir hablando de ese período en que la guerrilla cubana estuvo estancada, esperando en vano entrar en acción, tornaría tedioso el relato. Nada positivo se puede sacar de ello a no ser la torpeza y hasta ingenua sumisión del comandante cubano al someterse a la autoridad de gente tan inoperante y poco decidida.
Kabila siguió sin aparecer, los congoleños continuaron negándose a los ejercicios militares o a acometer acciones y nadie parecía dispuesto a tomar una decisión. Y a medida que pasaban las semanas, el enemigo se iba haciendo más fuerte, confiado en el apoyo que recibía del exterior.
Insistir con los sucesos que tuvieron lugar esos primeros meses, con el Che y sus combatientes aguardando impacientes, las idas y vueltas de los dirigentes, las conversaciones, las dilaciones, las clases de swahili y marxismo para matar el tiempo y las subidas y bajadas de la ladera, no harán más que dilatar innecesariamente la exposición de los hechos.
El Che presentó un plan consistente en fraccionar su grupo para brindar instrucción en el manejo de las armas, distribuirlo por las diferentes unidades del frente y tener todo listo para iniciar acciones junto a las tropas congoleñas pero todo cayó en saco roto.
La idea de formar unidades mixtas al mando de efectivos caribeños para ampliar el radio de acción de las fuerzas rebeldes mientras se formaban los cuadros de mando congoleño, no convenció al Estado Mayor y las cosas siguieron como estaban.

-¡Coño… ¿a qué hemos venido aquí? – se preguntaban sus hombres.

Pero él se negaba a ver la realidad.






Imágenes



Matando el tiempo en Luluabourg

Concentrado en la lectura

Confraternizando con los nativos



Notas

1 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 60.

2 Hoy Makungu.

3 Ídem, p. 72.

4 Ernesto Che Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria: Congo, op. Cit. p. 54.

5 Ídem, p. 61.