LA HAZAÑA DEL SOLDADO POLTRONIERI
Oscar Ismael Poltronieri es el fiel
exponente del hombre de campo de la provincia de Buenos Aires. Duro, curtido,
abnegado, trabajador, sacrificado, leal y, por sobre todo, medido con las
palabras. Pese a sus raíces itálicas, es el típico exponente de la raza
gaucha con la que se forjó la argentinidad, la patria y las tradiciones; la
misma que durante las guerras de la Independencia regó con su sangre suelo propio y
ajeno y fue “carne de cañón” de nuestros conflictos civiles y nuestras
contiendas internacionales.
Oscar fue el primero de los cinco
hijos del matrimonio de Ismael Abel Poltronieri y María Esther Luciani,
apellidos italianos por ambos lados.
Su
padre, típico hombre de campo,
trabajaba como puestero en la estancia “Santa Catalina” de Mercedes,
cuando su esposa quedó en cinta. Habituado a las faenas rurales, que le
consumían gran parte del día, dejaba el cuidado del hogar, la
chacra y el gallinero a su joven esposa que en la mañana del 2 de abril
de
1962, exactamente veinte años antes de la Operación Rosario,
sintió los primeros síntomas que anunciaban la llegada de su hijo al mundo.
Fue llevada al Hospital “Blas L.
Dubarry” de Mercedes y allí, en la misma ciudad en la que nacieron Héctor J.
Cámpora y Jorge Rafael Videla, dos de las personalidades más controvertidas de
la reciente historia argentina, vio la luz por primera vez, quien iba a pasar a
la posteridad como uno de los mayores héroes de la guerra de Malvinas.
El retoño de los Poltronieri se
crió en el campo, donde creció ayudando a su padre,
aprendiendo a montar en pelo, a domar, a enlazar y ensillar caballos bravos, a
cuidar el ganado, a reparar alambrados y máquinas agrícolas y a preparar la
tierra para la cosecha. Para cumplir con todas esas obligaciones, el pequeño
Oscar se levantaba antes del amanecer, soportando el frío, la
escarcha, la lluvia helada y los vientos de la pampa durante el invierno y regresaba con el crepúsculo, después de una jornada
agotadora. Eso lo convirtió en un experto en pelajes, en un hábil
cazador, en un maestro en el arte de cuerear sin lastimar la carne y en un
sabio en materia de aves y animales silvestres. Una de las cosas que más le
gustaba era acercarse todos los mediodías al fogón donde los otros peones, gauchos como
él, carneaban un ternero para asarlo.
A los seis años comenzó a
asistir a la escuela, sin descuidar sus labores diarias y en esas estaba cuando
cuatro años después sus padres se separaron y su mundo se dividió en dos. Se
fue a vivir con su madre a una casa del barrio obrero La Pampa Chica de
Mercedes, muy cerca del cementerio y se convirtió en el hombre del hogar. Y
para ayudar con la alicaída economía familiar, dejó la escuela y se puso a
lustrar zapatos en las calles y la plaza de la ciudad.
Su madre se volvió a casar con un
señor de apellido Cisneros y en los años siguientes llegaron cinco hermanos
más, con los que su familia creció considerablemente.
Fue al cabo de un tiempo, después
de cumplir 13 años, que partió en busca de mejores horizontes y eso lo
llevó a la ciudad de Roque Pérez, próxima a Lobos, para hacer lo que
mejor sabía: trabajar en el campo a cielo abierto.
Allí,
solo, lejos de los suyos,
templó su carácter, desarrolló sus brazos y se convirtió en un hombre
extremadamente fuerte. Cierto día, dadas sus condiciones de jinete, fue
contratado para
trabajar en la estancia “La
Biznaga”, propiedad de Martín Blaquier, donde lo destinaron
al cuidado de caballos de polo; pasó luego a “La Peregrina”, importante
establecimiento de campo propiedad del recordado corredor de Turismo de
Carretera, Juan Manuel Bordeu (tenía 14 años) y siguió recorriendo otras
estancias bonaerenses hasta que regresó nuevamente a Roque Pérez, para ocuparse
en la yerra, la esquila, la cosecha y el arreo, en esta ocasión contratado por las familias
Castellani y Pascual.
En
eso estaba ocupado cuando
alguien le dijo que el negocio de la pesca era redituable. Por esa razón
regresó a Mercedes, preparó un bolso con ropa, se despidió de su madre y
abordó un ómnibus con destino a Mar del Plata, decidido a probar suerte.
Tenía 16 años de edad.
Lo contrató la empresa pesquera San
Cayetano, cuyo aviso vio en los diarios, cuyos capataces lo destinaron a las
cámaras frigoríficas donde se guardaban las toneladas de pescado que los barcos
pesqueros descargaban a diario en los muelles marplatenses.
Oscar era cuidadoso con sus
ahorros pero se daba algunos gustos y los
fines de semana salía con sus amigos (todos ellos compañeros de trabajo), a
veces al cine y la mayoría a algún baile.
Un día, a los 19 años de
edad, supo que a uno de esos muchachos le acababa de llegar la citación para el
Servicio Militar Obligatorio. Eso lo preocupó porque le interesaba hacer la
conscripción y como en su documento figuraba su domicilio de Mercedes, llamó a
su madre urgido por saber si se sabía algo de la citación. La respuesta fue negativa y
como era una persona en extremo responsable, abordó un ómnibus y viajó hasta su
ciudad natal a los efectos de presentarse en el distrito militar San Martín correspondiente a su jurisdicción.
Los trámites de práctica le
llevaron tres días y una vez listos, se sometió al correspondiente
examen. Fue calificado “Apto A” fue y por esa razón le señalaron un camión
militar donde aguardaban otros jóvenes conscriptos destinados a la ciudad de Junín.
Como la capacidad del vehículo estaba colmada, debió quedarse. Los militares les dijeron a varios de ellos que podían
regresar a sus casas pero si en el plazo de un mes no recibían ningún a
citación, debían presentarse a la unidad militar más próxima a sus domicilios.
De regreso en Mercedes se
alojó en su casa materna y allí estuvo varios días, gozando de un
merecido descanso hasta que, cansado de esperar, se presentó en
dependencias del Regimiento de Infantería 6, donde lo recibió un suboficial
principal de apellido Tiliquien, quien le firmó el alta y lo envió a la
peluquería para cortarse el cabello.
Al
día siguiente, Poltronieri y
varios compañeros abordaron un camión militar y partieron rumbo al campo
de entrenamiento de Olivera, sobre la Ruta Nacional N° 5,
entre su Mercedes natal y Luján. Una vez allí, los recibió el cabo
primero Tolaba, quien a su
vez los presentó a subteniente Oliver, su jefe de sección, con quien
iniciaron
el período de instrucción.
Durante los 45 días que
duró el entrenamiento, Oscar manifestó condiciones excepcionales y
pronto sus superiores se dieron cuenta que era el mejor soldado de su grupo.
Aprendía rápido, era incansable, obediente, tenaz y ducho en el manejo de las
armas. Pero si algo sorprendió a sus instructores fue su habilidad en el manejo
de las ametralladoras pesadas, las MAG de 7.62 mm., a las que parecía conocer de toda la
vida; era increíble como asimilaba los pasos de su funcionamiento, su
armado y su limpieza.
A él le gustaba el rol de
apuntador, pero pasado un tiempo lo pasaron a la Compañía de Comando, a
las órdenes del teniente primero Luis Linari y luego a la Compañía B de
Infantería a las del teniente primero Raúl D. Abella, famoso por su parecido
con el actor Paul Newman.
Abella lo destinó a una columna de
vehículos a cargo del sargento Romualdo Barrientos y el cabo primero Paniagua,
de la que fue conductor motorista hasta que comenzó la dura instrucción y la
vida de campaña. Son dignas de recordar las agotadoras marchas diurnas y
nocturnas, las salidas al campo de entrenamiento en General Acha, provincia de La Pampa, o los ejercicios de
ataque y defensa en Campo San Ignacio, donde después de tres años, Poltronieri
tomó contacto con su medio natural: el campo.
Todas las mañanas abordaba el
Unimog MB 421 para llevar los víveres, la correspondencia y pertrechos desde el
Destacamento de Vigilancia del Cuartel en la Sección Destinos
“Tuyutí” hasta el acantonamiento de Olivera.
Cuando le llegó el turno a la Clase
1963, Poltronieri era
todo un “veterano”. Sabiendo que su servicio militar llegaba a su fin se
dispuso a regresar a Mercedes, ignorando que en unos meses se iba a
convertir en un héroe e iba a despertar,
incluso, la admiración en uno de los ejércitos más poderosos de
occidente.
“Fue
un buen año”, pensó más de una vez en alguno de esos viajes, recordando con afecto al mayor Oscar Jaimet, oficial de Operaciones y al
teniente coronel Jorge Halperín, jefe del regimiento, sin imaginar que iba a
vivir con ellos tremendas experiencias.
Una madrugada, aún de noche,
mientras se ponía el uniforme, notó que las luces de la unidad estaban
encendidas y los movimientos eran extremadamente inusuales.
-¡Que está pasando? – le preguntó al soldado encargado de servir el rancho.
Alcanzaba a distinguir entre quienes iban y venían al suboficial mayor Delgado, al sargento ayudante
Torres, al cabo primero San Martín y al suboficial principal Adami, un tipo
realmente extraordinario.
A Poltronieri le pasaron muchas
cosas por la cabeza pero no tuvo demasiado tiempo para pensar.
En plena agitación, lo enviaron de
regreso a la Compañía B
y una vez allí, le ordenaron preparase porque partía hacia el frente.
Antes de darse cuenta, el sargento primero Jorge Edgardo Pitrella le
extendió un bolso y casi enseguida le proveyeron una MAG, su amada
ametralladora de 7,62 mm. Tal como explica el valeroso teniente coronel
Esteban Vilgré La Madrid,
de quien tomamos buena parte de su relato, “Preparó
cuidadosamente las municiones, revisó las bandas, el afuste, el cañón de
repuesto y ayudó a preparar la carga que por mar, iría a las Islas”1.
Antes
de partir, se les permitió a
los soldados visitar a sus familias. Oscar les explicó a los suyos que
partía al frente y que tendría a cargo una de las ametralladoras pesadas
que
había aprendido a disparar.
A la mañana siguiente Poltronieri
cumplió 20 años y sin poder festejar, fue asignado a la 3ª Sección de la Compañía que hasta ese
momento no tenía jefe.
“Ojalá
sean los subtenientes Franco o Corbella”, pensó Oscar, “Son buenos profesionales”2;
pero no iban a ser ellos.
Días antes de la
partida, se hizo la presentación en el Regimiento de Infantería 3 ante el
general Oscar Jofre y el 8 de abril, mientras racionaban productos donados por
la empresa La Serenísima,
llegó quien sería su nuevo jefe de sección, el subteniente Esteban Vilgré La Madrid,
cadete del Colegio
Militar oriundo de la ciudad de Dolores, descendiente de familias
patricias, entre cuyos ancestros figuraban conquistadores, fundadores,
héroes de las
guerras de la
Independencia, combatientes de nuestras contiendas civiles,
gobernantes, legisladores y hombres de la cultura. Nadie lo conocía pero en
breve, daría pruebas de estar a la altura de sus antepasados.
Lo presentó el
sargento primero José Luis Pira e inmediatamente después, los arengó, reclamando
entre otras cosas, “Subordinación y Valor”. Los soldados formados en la plaza
de armas ignoraban que aquel joven oficial los conduciría
a la gloria por el espinoso y atormentado camino del sacrificio.
La tropa abordó tres camiones
Unimog y partió hacia Buenos Aires, más precisamente a la Base Aérea de El
Palomar, donde debía abordar un avión con destino al sur.
Al salir de cuartel, Poltronieri
distinguió entre las personas agolpadas en los portones a su madre, a sus hermanos y algunos familiares. Apenas les pudo hacer un guiño y
saludar con la mano en alto porque los vehículos salieron raudamente y se
alejaron por la carretera.
Para
Oscar aquello era como una
especie de fiesta, tal vez una aventura; no parecía demasiado consciente
de lo que
estaba ocurriendo. Le parecía más bien un viaje turístico por lo que, al
principio se reía y
disfrutaba, pero ni bien subió al avión vio rostros graves, algunos de
ellos llorosos y por esa razón se puso serio no habló más.
El avión hizo escala en Río Gallego
y un par de horas después inició el cruce a las islas. En pleno vuelo, quince
minutos antes de llegar, apareció un capitán solicitando su atención y luego les lanzó
una suerte de arenga: “Yo quiero decirles
que faltan quince minutos para aterrizar en Malvinas y que todo lo que
aprendieron durante el año lo tienen que desarrollar acá”3.
Al tocar tierra, los soldados
estallaron en sonoras hurras y aplausos, inmediatamente después tomaron sus
cosas y cuando las puertas se abrieron, descendieron para iniciar una marcha
hacia Moody Brook, donde se encontraba el tantas veces mencionado cuartel de
los Royal Marines.
Junto a Oscar marchaba el soldado
Juan Domingo Horisberger, otro apuntador de ametralladoras nacido en Tigre y
vecino de General Pacheco, quien habría de pasar a la inmortalidad junto a tantos
otros protagonistas de esta historia.
Horisberger descendía de alemanes y
su padre era policía de la provincia de Buenos Aires por lo que algo de armas
sabía; su jefe de grupo era el sargento "Tito" Echeverría, quien tenía a su cargo
las ametralladoras pesadas y los morteros de 90 mm, un tipo “…grandote y gritón pero con un corazón
bueno (‘tarrito con piedras’ le decían, puro ruido...) sabían que jamás cumplía
las amenazas e insultos... podían sentir su afecto”4.
En
los cuarteles de Moody Brook,
cerca de los galpones del Batallón Logístico 10, Poltronieri volvió a
demostrar
su predisposición y espíritu de servicio al ofrecerse para descargar los
camiones en los que se transportaban las vituallas. Eso tenía su
recompensa porque gracias a ello pudo reforzar las raciones con
chocolates “Tunquelen”,
algunos “Mantecoles” e incluso gaseosas.
A partir de aquí, seguimos el
relato del actual coronel Vilgré La
Madrid por ser el más gráfico y el que mejor refleja los
hechos:
Los días fueron
transcurriendo apacibles, alternaban el entrenamiento de embarque y desembarque
en helicópteros (ya que la
Compañía B era "Reserva Helitransportada") con
momentos junto al fogón que hábilmente encendía. Un día un cordero cometió el
error de cruzar la zona de responsabilidad de la Sección y, ante la duda si
era o no enemigo (desconocía la "señal de Reconocimiento") ¡¡¡fue
puesto fuera de combate!!! Poltronieri hábilmente lo degolló, cuereó y limpió,
pero (siempre hay un “pero”) eso estaba prohibido... excavó con otro compañero
un pozo en la turba, lo llenaron de brazas y cubrieron el delito con chapas...
la bruma del mediodía hizo el resto. El jefe de Compañía recorrió el sector
pues le había llamado la atención el olor en el aire, aparentemente había sido
engañado pero... una llamada de atención posterior al jefe de sección demostró
que no lo había sido tanto...
Estos días previos
fueron positivos, el Grupo se había afianzado; aprendió a conocer a su jefe de
sección, el subteniente [Vilgré] La
Madrid y a su nuevo encargado, el sargento primero Corbalán,
un sanjuanino excepcional. Así cuando llegó la orden de marchar al cerro Dos
Hermanas (Two Sisters) una larga columna de infantes endurecidos y
cohesionados, cargada con todo su equipo y armamento, se encolumnó en el camino
que atravesaba el valle entre el Longdon y el Two Sisters; en sus rostros se
observaba claramente que no eran los mismos que habían llegado, estaban
forjados en el entrenamiento y el frío y estaban ávidos de probar fuerzas con
el enemigo. Una larga mirada a los galpones y la antena de comunicaciones y,
volviendo la espalda, rompieron la marcha. Ahora, entre los ingleses y ellos
solo quedaban las enormes planicies malvineras.
Ocupó una
posición en el cerro; al norte: el monte Kent con el río Murrel corriendo a su
falda; al este: el Longdon; al oeste: el Tumbledown y el océano y al sur:
Puerto Argentino. La Sección
rápidamente cambió el nombre al cerro por uno más acorde a sus
"formas" femeninas. Allí realizaron patrullas de reconocimiento,
[Poltronieri] organizó con el otro apuntador (Horisberger) las posiciones de
cambio y suplementarias para la ametralladora, reconoció caminos de repliegue y
hasta participó de una sesión de tiro para comprobar la eficiencia de su Arma.
En poco tiempo transformaron el cerro en un erizo, todas las armas funcionaban
a la perfección... cubrieron todas las posibles avenidas de aproximación del
enemigo. Recibieron visores nocturnos y equipos de comunicaciones más potentes
(visores Litton y radios TRC 300).
Los días eran cada
vez más fríos, cortos y ventosos. El clima los golpeaba intensamente
exigiéndoles adaptarse al máximo si deseaban sobrevivir. Pese a esto y como
todo Infante, [Poltronieri] poseía espíritu inquebrantable e inquieto, por eso
no fue de extrañar que fuese voluntario al primer Puesto de Bloqueo en el monte
Challenger y luego al del monte Kent. Eran tareas duras, había que estar alerta
durante 48 horas, aislado con equipos de comunicaciones, casi sin moverse para
no ser detectados por el enemigo; la primera vez estuvo con su jefe de sección
y el frío le enseñó que debía llevar más equipo. No obstante ello, Poltronieri
se destacaba por no perder nunca su espíritu alegre, por la atención que ponía
a su misión y por el cuidado que ponía por su ametralladora.
Ya con los
británicos desplazándose por la zona, bajo el diario bombardeo, siguió siendo
Voluntario para todas las acciones. Estaba ávido demostrarles a los ingleses
como combatían los argentinos y cualquier oportunidad, sea una emboscada o
patrulla, lo contaba entre los primeros. Su mayor acción de desprendimiento la
cometió cuando se armó una patrulla a cargo de su jefe de sección para
infiltrarse en territorio que, se apreciaba, estaba en manos del enemigo. El
subteniente [Vilgré La Madrid]
no lo eligió, porque era uno de los que más actividades de ese tipo habían
realizado y él, conmovido, se le acercó diciéndole que dejara al otro apuntador
(Horisberger) que él no tenía ningún problema en ir hasta Monte Simón (donde
luego se libró el Combate de Top Malo House de nuestros comandos). Quienes
integraban esa patrulla tenían muy claro que estarían absolutamente aislados,
librados a su suerte, con solo un equipo de comunicaciones y que era muy
probable que no regresaran. Por eso es de destacar su gesto...
Poco después
fueron relevados por una Patrulla de Comandos a la que le tocó recibir la peor
parte de esa misión5.
Como se puede observar, una
patrulla a cargo del subteniente Vilgré La Madrid, con el soldado Poltronieri como
integrante, estuvo en Top Malo House antes del combate al que
hicimos referencia en capítulos anteriores. Veamos como sigue el relato.
Posteriormente, y
detectado el enemigo en su aproximación, el teniente primero Abella le ordenó
al Jefe de sección la preparación de una emboscada en el “Murrel Bridge” y...
¡¡¡también allí se lo tuvo entre los voluntarios!!! Esa noche, al oscurecer,
marcharon con el mínimo equipo necesario en busca del enemigo... hasta ahora
habían sido amagues, rechazar alguna patrulla de exploración británica o el
intercambio de proyectiles de mortero. La excitación los embargaba; cruzaron en
silencio el río de piedras que los separaba del campo principal de combate y
comenzaron a buscar el sector elegido. La noche era muy oscura y al llegar al
río comenzaron a buscar un lugar para esperar al enemigo; el sitio no era el
mejor pues el puente quedaba cerca de unas pequeñas alturas; con pocas
cubiertas a disposición, hubiese sido fatal instalarse allí. Se desplazaron
hacia las alturas dejando personal de escucha (pues nada se veía) y se
desplazaron lentamente pues era un instante crítico al haberse hecho demasiado
tarde. Por correrse el riesgo de que llegase el enemigo, cada cuatro o cinco
pasos se detenían, se echaban cuerpo a tierra y escuchaban con atención, pero
solo sentían el aullido del viento en sus cascos... Grande fue la sorpresa
cuando al llegar se encontraron con equipo militar y personal descansando.
¡¡¡Era tarde para la emboscada!!! Un centinela británico abrió el fuego y esa
fue la señal para disparar con toda la potencia de las armas; arrojaron un par
de granadas sobre el equipo británico y abortaron la operación... ordenadamente
–y de acuerdo a lo coordinado previamente- se replegaron "a las tres, 200 metros"
reuniéndose detrás del río de piedras que habían elegido. Un error de
apreciación los había enviado a una zona que ya se encontraba en manos del
enemigo... se salvaron por milagro.
No obstante, pese
a su misión de apuntador, nunca descuidó su otra "misión" auto
impuesta (capturar los corderos que se acercaban a las posiciones), que
permitía un trueque semanal ¡¡¡con Puerto Argentino!!! Además con su grasa y un
poco de piolín, se fabricaban velas (los cueros se ocultaban...¡¡¡nunca
sabíamos cuando podíamos ser sorprendidos!!!) y su carne, obviamente,
alimentaba los desgastados cuerpos.
Con su carácter
alegre [Poltronieri] era una fuente de inspiración en los últimos días de la
batalla, baste para describirlo un hecho puntual: una noche, ya con el enemigo
en las cercanías, su jefe había dispuesto un turno en los pozos: uno dormía y
el otro observaba. Para hacerlo había que salir por la escasa visibilidad y la
niebla. Los turnos eran de dos horas debido al frío y al terrible viento;
Poltronieri [que] estaba en su turno de 2 a 4 de la mañana; conversó con el subteniente
La Madrid en
la posición de la ametralladora un rato, sin quejarse del frío ni del
cansancio; luego su jefe siguió la recorrida y regresó a su posición cerca de la MAG de Poltronieri... se
durmió escuchándolo tararear despacito una canción... de repente se despertó ya
que era difícil dormir de noche, sus hombres estaban afuera vigilantes... algo
le llamó la atención... ¡¡eran las 5 y 30 y se seguía escuchando el tarareo de
Poltronieri!! Salió dispuesto a reprender al mal camarada que no había hecho el
relevo y... Poltronieri le respondió: “Déjelo dormir jefe, son de la ciudad y a
mí no me hace nada el frío, en realidad yo no lo desperté” (era una excusa en
realidad para no destacar su excelente espíritu de camaradería; no había
despertado a su amigo, pese al cansancio para dejarlo descansar un poco mas).
Ya era parte de
ese suelo al que amaba, sentía a los integrantes de la Sección como su propia
familia y estaba dispuesto a cualquier sacrificio por ellos. En las últimas
noches, cuando la actividad del enemigo arreciaba, los bombardeos eran casi
constante y la llovizna o la niebla castigaban... el se quitaba su poncho y
cubría a su amiga inseparable, la
MAG, para que no se mojase... sabía que cuando llegase el
momento del combate, todos sus camaradas estarían esperanzados de escuchar la
sinfonía de su ametralladora escupiendo balas contra el enemigo... y no iba él
a defraudarlos.
Llegó la
noche del combate de Monte Longdon, [durante el cual] el enemigo los castigó
duramente todo el día. Al anochecer el ataque del Para 3 británico lo sacó de
sus pensamientos. Nadie dormía. El jefe de sección se le acercó y le dijo:
“Delante de nuestro puesto adelantado hay ingleses disparando con morteros al
cerro. Lanzales una ráfaga para desanimarlos”. Este fue su bautismo de fuego
para ayudar a sus hermanos del RI7. La ametralladora escupió furiosamente su
carga de muerte y el enemigo tuvo que cambiar de posición; su primera misión de
fuego había sido cumplida. Su jefe de sección [subteniente Vilgré La Madrid] fue también
emocionado testigo junto con él, de la bravura de otro apuntador pero del RI7,
que defendió su posición durante horas y mantuvo al enemigo clavado en el
terreno. [Poltronieri] le comentó al subteniente: “Ese sí que tiene lo que hay
que tener”. Al regresar sabría que ese apuntador había muerto heroicamente en
defensa de su posición.
Su momento
llegaba, el enemigo atacó el 12 de junio el RI4, la posición de su
ametralladora había sido bombardeada todo el día y se escuchaban los gritos y
disparos a su retaguardia. Eran las 10 de la noche, el soldado Delfino (también
de Mercedes) se acercó a su posición; los ingleses habían conquistado las
posiciones del RI4 y venían por retaguardia, había que prepararse para el
repliegue... [Poltronieri] no se dio tiempo para lamentos, con sus dos
compañeros preparó su equipo y con sus armas, concurrirían al lugar de reunión
de la sección que habían preparado previamente al otro lado del cerro; allí
había munición y raciones de combate. [Mientras lo hacía] observó que
Horisberger hacía lo mismo. En el lugar de reunión la actividad era febril. No
había que perder tiempo, desde lo alto del cerco el enemigo disparaba y la
artillería batía el lugar donde se encontraban. La orden de compañía había
determinado que el jefe de la 2ª Sección, subteniente Franco, sería el jefe de
las retaguardias de combate que cubrirían al grueso de la Compañía. Entre
los soldados de la sección que cubrirían el repliegue estaban los de los 1° y
2° grupos (de los cabos Fernández y Palomo) pero no del suyo. Se acercó a su
jefe de sección y le solicitó autorización para permanecer con ellos; conociendo
su tozudez, el subteniente le dio un abrazo. Lo último que [Poltronieri] vio
bajo la luz de las bengalas fue a su jefe, Biderbost y otros camaradas
atendiendo a los soldados Guanes y Tode que habían caído bajo el fuego del
enemigo. [El soldado Pedro Francisco] Adorno pasó a su lado y le dio una
palmada. Pronto todos se perdieron en las sombras del valle.
[Oscar] disparó su
ametralladora sobre el enemigo hasta que recibió la orden de replegarse por
donde ya habían pasado sus compañeros. Bajo el fuego enemigo y tropezando en
las piedras hasta lastimarse, alcanzó el monte Tumbledown.
Allí se
enteró que Guanes había muerto rezando sin una queja y Tode había sido
evacuado al puesto socorro de los infantes de marina. Se reunió con su sección
y ocupó una posición cerca de Sapper Hill. Estando allí se le ocurrió con otros
compañeros reinfiltrarse en las antiguas posiciones. La noche estaba muy fría y
no tenían abrigo... En silencio y evitando los centinelas llegaron hasta la
cueva donde estaban las reservas de la Compañía, ¡¡los ingleses no las habían
descubierto!! Cargaron víveres y mantas en una bolsa de dormir y regresaron con
su gente.
Al día siguiente
el frío era insoportable. El comandante de la brigada, general Jofré, recorrió
las posiciones; al pasar frente a él le preguntó que necesitaba, “Guantes” le
dijo [Oscar]. A la tarde un estafeta llegó con la promesa cumplida.
Se acercaba el
final, vio como se replegaba la artillería y se abandonaban, kilómetros cerro
abajo, las posiciones en Moody Brook. No se dio tiempo a pensar, se sentó entre
las rocas a limpiar su arma y a conversar con sus camaradas. El subteniente
[Vilgré La Madrid]
pasó pozo por pozo arengando a su gente para lo que (estaba seguro) sería el
final. Faltaban dos días para el cumpleaños de su jefe y les había prometido
que para esa fecha todo habría terminado.
El último día fue
como una película. La artillería naval y terrestre enemiga batiendo la zona y
haciendo temblar la tierra, a lo lejos, una intensa actividad de los
helicópteros británicos en las faldas del monte Kent y su infantería haciéndose
fuerte en los cerros que habían caído en su poder. Se escuchaban disparos a lo
lejos y ráfagas de ametralladora cruzaban el cielo. Al caer la noche una
silueta pasó a su lado saludándolo con una sonrisa, era su jefe de sección
rumbo al puesto de comando del jefe de la Compañía, que les comentó que había nuevas
órdenes y que por las dudas se fueran preparando...
La obscuridad se
hizo completa y los combates cada vez más cercanos. Habían tratado de descansar
un poco pero la adrenalina era más fuerte que el cansancio. La noche era
iluminada por bengalas y ráfagas de municiones trazantes de las ametralladoras
pasaban sobre sus cabezas. Los gritos y disparos cada vez más intensos
sindicaban que el momento llegaba. El jefe de sección les impartió la orden de
tomar lo indispensable y reunirse tras unas rocas. Tomó su ametralladora,
preguntó a sus compañeros si tenían el afuste y las bandas listas y se reunió
con el resto de sus camaradas.
El jefe de sección
les informó que marcharían hasta las posiciones de la Compañía
"Nácar" del BIM 5, [ya que] su Jefe había solicitado a su comandante
una acción ofensiva pues su gente en primera línea estaba en furioso combate
cuerpo a cuerpo. No había tiempo que perder; un oficial y un soldado de la Infantería de Marina
(ese oficial es hoy el comandante del batallón, capitán de fragata Waldemar
Aquino) los guiaron a través de las rocas hasta el puesto de comando.
¡¡Realizarían un contraataque!! El jefe de la sección los dejó en la posición
de partida para el ataque y concurrió con el soldado Arrúa a realizar las
coordinaciones finales y un reconocimiento. A la media hora observó como el
enemigo abría fuego en el sector donde estaba el subteniente [Vilgré La Madrid] y como éste, luego
del intercambio de disparos, disparaba una granada y regresaba de inmediato.
A partir de
allí todo se sucedió en velocidad; avanzaron entre las rocas evitando
ser detectados por las luces de las bengalas y desplegaron. Eligió una altura
por encima de sus camaradas y respondió el fuego inglés con furia. Las horas
pasaban y el intercambio de disparos se hacía mayor, los británicos trataban de
vencer la posición con sus armas antitanque Law, Tow y sus misiles Milán pero
ellos no cedían. Los proyectiles de morteros y artillería aullaban con furia
mientras golpeaban las posiciones pero ellos no cedían; pese a la evidente
superioridad y al desgaste personal y de munición no cederían fácilmente. Contó
las municiones que le quedaban y le pidió a otro compañero que llenase otra
banda. Cerca de él estaba el subteniente [Vilgré La Madrid] con Horisberger al
que se le había trabado la ametralladora. Una ráfaga los cubrió y se tapó, al
cesar observó que su jefe trataba en vano de reanimar a su amigo... era inútil,
había muerto como solo un Infante sabe morir, dientes apretados, el arma
aferrada y frente al enemigo... ¿existe acaso muerte mas heroica? No tuvo más
tiempo para pensar, el amanecer se acercaba y con luz la posición se haría
insostenible. Los guardias escoceses los habían aferrado y ahora desprenderse
sería difícil. No obstante no se retirarían antes de agotar la munición y
golpear con furia. Observó hacia abajo y cambió de posición para evitar el
fuego, lo habían detectado y querían eliminarlo. No podía permitirlo, era la
única boca de fuego respetable de la sección que se encontraba sin sus
lanzacohetes, con una sola ametralladora y sin apoyo de morteros por la
cercanía del enemigo...
A su alrededor
volaban pedazos de roca levantados por los disparos del enemigo, antes de
alcanzar la otra posición vio caer a varios camaradas heridos o muertos. Gómez,
Ramos, Duarte, Pedeuboy, Adorno, Delfino otros mas, vendían cara la posición
cayendo heridos o muertos sin pensar siquiera en escapar.
Finalmente el subteniente
ordenó abandonar la posición, uno a uno comenzaron a replegarse pero había que
cruzar un pequeño valle batido por el enemigo. De nuevo se presentó [Oscar]
voluntariamente para proteger el repliegue de los pocos hombres que estaban en
pié y permaneció junto con el subteniente Robredo y el sargento primero
Corbalán hasta que el último hubiese cruzado la “zona de muerte”6.
Así relata el mismo
Poltronieri lo que ocurrió ese día:
Estábamos en el
monte Dos Hermanas, una noche yo estaba de guardia en la posición adelantada y
escucho unas voces raras. No eran de los nuestros, no entendía lo que decían.
Le aviso al teniente [Vilgré La
Madrid], que viene con visor nocturno; los tipos estaban a 50 metros. Los ingleses
venían todos amontonados, tirando tiros por cualquier parte, gritando, tocando
el tambor. Un soldado que estaba arriba del monte comenzó a tirarles con su
ametralladora (MAG). Ahí nos vieron y comenzó el fuego cruzado. A mi lado cayó
un compañero con la cara llena de sangre. A mí me dio impresión verlo, me dio
más coraje, mas bronca...
.....Yo le daba y le daba a la MAG. Ramón, el que había caído al lado mío, era mi compañero de arma. Él era MAG N° 2 y yo MAG N° 1. Éramos muy amigos, por eso me dio tanta bronca. Ahí me dije: “Si a él lo mataron a mí me van a matar también. ¿Por que me la voy a salvar?”. Entonces tenía que jugarme....Era casi de día; yo tiraba y tiraba, mi abastecedor, el que le ponía las cintas a la MAG, estaba cansado, pero yo seguía y seguía tirando contra los tipos. No se la iban a salvar. En un momento parecía que todos los ingleses querían pararme, les jodía mi ametralladora, sentía como pasaban las balas; a las trazantes se las veía clarito...Atrás de unas piedras estábamos nosotros amontonados, y a la orden de retirada, todos mis compañeros comenzaron a salir de sus posiciones, se fueron replegando hasta que en un momento estoy con mi abastecedor y el ayudante apuntador. Entonces les digo a los pibes: “Váyanse, repliéguense, que yo me quedo solo”. Ellos no querían, me decían: “Negro, vayámonos todos, a vos solo te van a matar, te la van a dar”. Yo les contesto: “No váyanse ustedes, tienen familia, amigos, todo”. Yo también tengo familia y amigos, pero ellos siempre entienden. “¡Váyanse de una vez, carajo, después voy a ir yo!”. Solamente quedaba cerca de mí un sargento, pero yo sabía que la señora de él, justo ese día había tenido una nena. Le había llegado un telegrama. Le digo entonces al sargento: “Mi sargento, usted tiene un nuevo hijo en el mundo y tiene que verlo. Repliéguese. Déjeme a mi solo. Yo soy soltero y prefiero morir yo, antes que usted. Me voy a arreglar”. Y me arregle...
...A lo lejos veía como peleaba la gente del RI7 de La Plata, en Monte Longdon atrás nuestro, cerca de la playa. Llovían las balas sobre mí, estaba solo. Me repliego y tiro, me repliego y tiro, hasta que llegué al pueblo...7
.....Yo le daba y le daba a la MAG. Ramón, el que había caído al lado mío, era mi compañero de arma. Él era MAG N° 2 y yo MAG N° 1. Éramos muy amigos, por eso me dio tanta bronca. Ahí me dije: “Si a él lo mataron a mí me van a matar también. ¿Por que me la voy a salvar?”. Entonces tenía que jugarme....Era casi de día; yo tiraba y tiraba, mi abastecedor, el que le ponía las cintas a la MAG, estaba cansado, pero yo seguía y seguía tirando contra los tipos. No se la iban a salvar. En un momento parecía que todos los ingleses querían pararme, les jodía mi ametralladora, sentía como pasaban las balas; a las trazantes se las veía clarito...Atrás de unas piedras estábamos nosotros amontonados, y a la orden de retirada, todos mis compañeros comenzaron a salir de sus posiciones, se fueron replegando hasta que en un momento estoy con mi abastecedor y el ayudante apuntador. Entonces les digo a los pibes: “Váyanse, repliéguense, que yo me quedo solo”. Ellos no querían, me decían: “Negro, vayámonos todos, a vos solo te van a matar, te la van a dar”. Yo les contesto: “No váyanse ustedes, tienen familia, amigos, todo”. Yo también tengo familia y amigos, pero ellos siempre entienden. “¡Váyanse de una vez, carajo, después voy a ir yo!”. Solamente quedaba cerca de mí un sargento, pero yo sabía que la señora de él, justo ese día había tenido una nena. Le había llegado un telegrama. Le digo entonces al sargento: “Mi sargento, usted tiene un nuevo hijo en el mundo y tiene que verlo. Repliéguese. Déjeme a mi solo. Yo soy soltero y prefiero morir yo, antes que usted. Me voy a arreglar”. Y me arregle...
...A lo lejos veía como peleaba la gente del RI7 de La Plata, en Monte Longdon atrás nuestro, cerca de la playa. Llovían las balas sobre mí, estaba solo. Me repliego y tiro, me repliego y tiro, hasta que llegué al pueblo...7
Poltronieri resistió horas en monte
Dos Hermanas, solo, manteniendo su posición. Incluso fue sobrepasado por el
enemigo, sin darse cuenta y cuando se percató de ello, inició un lento
repliegue, sin dejar de combatir.
En Puerto
Argentino les pregunto a unos soldados si sabían dónde estaba el RI6, yo quería
volver con los míos, Ellos dijeron que habían pasado por ahí y que les
habían dicho que el punto de reunión del regimiento era el cementerio.
Cuando llego al cementerio ya habían pasado casi dos días, mis compañeros me ven y no lo pueden creer. Ellos pensaban que los ingleses me habían matado. Y yo les digo: “¡Que? ¡Esos tipos a mi no me matan! Empezaron todos a gritar, a abrazarme, se me tiraban encima, como en la cancha al que hace un gol. Luego me levantaron, me llevaron en andas, tenían mucha alegría de verme. Entonces lloré... Después me enteré que al hacer el parte, me habían dado por muerto o desaparecido, pero el sargento contó que yo me había quedado en la posición tirando con mi MAG. El teniente [Vilgré La Madrid] no podía creer que yo hubiera vuelto; me agarró y me dio un abrazo, y me dijo: “¡Poltronieri!”, gritó. “Que va´cer”, dije yo, “El destino mío era volver. Acá estoy”8.
Cuando llego al cementerio ya habían pasado casi dos días, mis compañeros me ven y no lo pueden creer. Ellos pensaban que los ingleses me habían matado. Y yo les digo: “¡Que? ¡Esos tipos a mi no me matan! Empezaron todos a gritar, a abrazarme, se me tiraban encima, como en la cancha al que hace un gol. Luego me levantaron, me llevaron en andas, tenían mucha alegría de verme. Entonces lloré... Después me enteré que al hacer el parte, me habían dado por muerto o desaparecido, pero el sargento contó que yo me había quedado en la posición tirando con mi MAG. El teniente [Vilgré La Madrid] no podía creer que yo hubiera vuelto; me agarró y me dio un abrazo, y me dijo: “¡Poltronieri!”, gritó. “Que va´cer”, dije yo, “El destino mío era volver. Acá estoy”8.
Sigue relatando el coronel Vilgré La Madrid.
Fue el último
Infante argentino en combatir en la batalla de Puerto Argentino. Cuando ésta
terminó, un agotado y flaco Poltronieri ingresaba como un espectro con su
ametralladora aún en los brazos... Su espíritu le decía que aún se podía pero
sus fuerzas lo iban abandonando de a poco. Los últimos cinco días habían sido
agotadores y ya nada quedaba por hacer. Se reunió con su jefe... había muy
pocos... solo catorce, el resto: muertos, heridos y prisioneros...
Lo demás es
historia: la barraca de prisioneros, el embarque nocturno en un lanchón, las
luces del “Bahía Paraíso”, el regreso, el embarque, el descenso en El Palomar,
el viaje a Mercedes, las medallas y condecoraciones, los amigos y “de los
otros” que se le acercaron...9
Poltronieri también recuerda esos
momentos:
...De
allí fuimos al puerto, tres días esperamos el barco que nos iba a llevar,
el “Bahía Paraíso”. Ya éramos prisioneros, no podíamos salir de allí...
Uno de los nuestros sabía inglés. Por él nos enteramos de lo que hablaban de nosotros. Esos tipos dijeron: "A pesar de que son muy jóvenes, tienen buen entrenamiento”.
Yo pensaba, pensaba en lo que habíamos hecho y a dónde íbamos, ahora.... yo estaba solo y lloraba de la bronca10.
Uno de los nuestros sabía inglés. Por él nos enteramos de lo que hablaban de nosotros. Esos tipos dijeron: "A pesar de que son muy jóvenes, tienen buen entrenamiento”.
Yo pensaba, pensaba en lo que habíamos hecho y a dónde íbamos, ahora.... yo estaba solo y lloraba de la bronca10.
Continúa Vilgré La Madrid:
Solo queda contar
que después de la guerra se fue a trabajar con su tía materna Ángela Piris en
Olivera, que estuvo haciendo un tratamiento como él dice "contra el
frío" en el Hospital de Mercedes (el frío sufrido en la guerra no fue
gratis para sus miembros).
Llegó el
tiempo de las medallas, las entrevistas televisivas […]; su viaje a Europa para
la TV y la prensa.
Pero también el tiempo de continuar su vida. Se mudó a Gral. Rodríguez y vio
fallecer a su primer hijo. Mastellone le dio un trabajo en La Serenísima y permaneció
allí por 14 años.
Estando de visita
en Mercedes en casa de su madre conoció a una hermosa joven de 18 años que lo
enamoró de inmediato llamada Alejandra Viviana Carrizo (su madre conocía a la
familia pues habían trabajado juntos en la Estancia). Ella al principio no le prestó mucha
atención pero se vieron el 24 de diciembre en las fiestas de navidad. El 31 de
diciembre en el Club Estudiantes de Mercedes, propiedad de la familia Zárate,
el bravo combatiente que no temía al enemigo se le acercó tímidamente... Tardó
en declararse, no se animaba y ella le dio una pequeña ayuda... el 24 de agosto
de1990, se casaron en el Registro Civil de Mercedes (queda solo que algún
capellán castrense que lea estas líneas lo haga por la iglesia) y pronto
vinieron Jonathan, Melina, Lucas y Matías, los retoños de éste ombú pampeano
duro y filoso como el Tala pero tierno a la hora de los afectos.
Finalmente en 1994
dejó La Serenísima
y alternó su trabajo entre un canal de cable, una agencia de remises, seguridad
en la localidad de San Martín y en el año 1994 y 1995 en el Estado Mayor del
Ejército. Queda por decir que entabló amistad con un ex combatiente británico,
un oficial de los Royal Marines (que lo enfrentara en el Dos Hermanas) que
posee una holgada posición en Chile y le ha ofrecido partir con él... pero se
niega dejar su tierra "por ningún dinero" pese a que su amigo lo
visita... ("El valor de tu enemigo te honra" como diría Larteguy en su
libro de los franceses en Argelia Los Centuriones).
Como padre solo
queda decir que habiendo sufrido en carne propia el no poder estudiar, hoy se
preocupa con su esposa por los estudios de sus hijos: los varones concurren a la Escuela N° 10 en General
Rodríguez y la hija a la
Escuela N° 502.
Hoy trabaja en el
Hospital Militar de Campo de Mayo. Tal vez allí podamos decir que es su último
trabajo pero, conociendo a nuestro héroe... ¿lo será?
A su regreso de
Malvinas, Oscar fue condecorado con la mayor distinción entregada a un conscripto,
la Cruz “La Nación Argentina
al Heroico Valor en Combate”, por “Constituirse durante toda la campaña en
ejemplo permanente de sus camaradas, por su espíritu de lucha sencillez y
arrojo, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas. En combates
desarrollados en las zonas de los Montes Dos Hermanas y Tumbledown, operó
eficazmente con una ametralladora deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el
último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos
veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse con su sección y siguió
combatiendo con igual decisión y eficacia”. Finaliza diciendo el coronel Vilgré
La Madrid:
Por todo lo
expresado (y lo que no) quiero rendir homenaje a Oscar Poltronieri, héroe vivo
y representante de nuestra raza y valores, hombre que no dudó en ofrecer su
vida a la Patria,
que jamás puso la causa Malvinas bajo intereses deshonestos, que no permitió
jamás que su nombre sea utilizado políticamente ni por otros veteranos con
menos escrúpulos; hombre que lo único que desea como premio es lucir el
distintivo de integrante de nuestro Ejército Argentino y ser nombrado cabo VGM
"Ad-Honorem" hecho que –a no dudarlo- es absolutamente
merecido.
Que Dios, en estos
momentos de tribulación, bendiga a nuestra Patria y a nuestro Ejército ¡¡con
muchos Poltronieri!!11.
Pero no solo Poltronieri y
Horisberger se destacaron por su furia y determinación. Fueron muchos los
argentinos que obraron de esa manera, despertando la admiración del enemigo.
En el cementerio de Puerto Darwin yace un soldado no
identificado a quien británicos y malvinenses llaman “Pedro”. Tal como refiere
Hugh Bicheno en Al filo de la Navaja, fue el último
argentino caído en Tumbledown.
Dispuesto a vender cara su vida, “Pedro” mantuvo su posición
sin dejar de disparar, conteniendo el avance de la Compañía L de los Royal Marines hasta bastante
tiempo después de la retirada. Cuando la situación lo obligó,
efectuó numerosos cambios de lugar, siempre accionando su arma, hasta que
finalmente, efectivos de la Sección F
rodearon la base del peñasco conocido como La Terraza (desde donde
“Pedro” disparaba) y lo mataron con ráfagas de metralla, después de mucho
bregar.
Hacía al menos una hora que la sección del subteniente
Vilgré La Madrid
se había replegado pero “Pedro” seguía combatiendo y por esa razón, el capitán
Campbell-Lamerton, jefe de la sección antitanque del Pelotón 2 de la Guardia Escocesa,
le pidió a un
oficial argentino prisionero que lo persuadiera. Sin embargo, pese a
todo el empeño, el obstinado efectivo no accedió. Como acertadamente
dice Bicheno,
“Si los argentinos quisieran, podrían
averiguar quien era ese oficial y a través de él y de De la Madrid quizás identificar y
honrar la memoria de un hombre muy valiente que yace en una tumba anónima en el
cementerio de Puerto Darwin”12.
El cabo Roberto Baruzzo, oriundo de la ciudad de Riachuelo,
provincia de Corrientes, prestaba servicios en el Regimiento de Infantería 12
cuando la guerra estalló.
Según
cuenta Nicolás Kasanzew, en los días previos a la batalla del monte
Longdon, los bombardeos británicos se habían intensificado sobre ese
sector, haciendo extremadamente difícil la situación de las tropas allí
apostadas13. El mismo Baruzzo fue herido en una oportunidad, al ser alcanzado por una esquirla en su mano derecha, sin demasiadas consecuencias, pero durante una de
aquellas interminables noches de cañoneo, gritos desgarradores llamaron su
atención.
Queriendo averiguar de qué se trataba, Baruzzo abandonó su
pozo de zorro y corrió hasta donde se hallaba tirado un soldado con la
pierna destrozada. Sin titubear, dejó su fusil junto a una roca y cargando al
herido sobre sus hombros lo condujo hasta el puesto de enfermería, mientras las
bombas explotaban aquí y allá.
Sin embargo, lo peor estaba por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, Kasanzew, pudo observar desde Puerto Argentino, el aterrador espectáculo que ofrecía la ofensiva británica.
Sin embargo, lo peor estaba por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, Kasanzew, pudo observar desde Puerto Argentino, el aterrador espectáculo que ofrecía la ofensiva británica.
En medio de estruendos estremecedores, los montes,
permanentemente iluminados por las bengalas, eran atravesados por una miríada
de proyectiles trazantes que con inusitada violencia surcaban la obscuridad en
todas direcciones. Conmovía pensar que en esos lugares, soldados de ambos
bandos se estaban se matando con ferocidad.
Allí, en medio de aquel fragor, la sección del cabo Baruzzo se había replegado hacia el monte Enriqueta (Harriet), sobre el que los ingleses intentaban una maniobra envolvente para aislar a los efectivos de los regimientos 12 y 4 que combatían en ese punto.
Allí, en medio de aquel fragor, la sección del cabo Baruzzo se había replegado hacia el monte Enriqueta (Harriet), sobre el que los ingleses intentaban una maniobra envolvente para aislar a los efectivos de los regimientos 12 y 4 que combatían en ese punto.
Fue
el teniente primero Jorge Echeverría, oficial de Inteligencia
del RI4, quien logró reagrupar a esa gente y encabezar la fuerte
resistencia a la cual Baruzzo y los suyos se incorporaron
inmediatamente.
Baruzzo vio a Echeverría disparar su FAL parapetado detrás de una roca y con el objeto de prestarle apoyo corrió hasta donde yacía un británico muerto y lo despojó de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, pensó.
Baruzzo vio a Echeverría disparar su FAL parapetado detrás de una roca y con el objeto de prestarle apoyo corrió hasta donde yacía un británico muerto y lo despojó de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, pensó.
Observando
con el aparato pudo ver a los ingleses asomando detrás de las rocas por
lo que después de hacer puntería, oprimió el gatillo,
obligándolos a arrojarse al suelo y cubrirse lo mejor posible antes de
responder el ataque y neutralizarlo.
Las trazantes pegan a escasos centímetros de Echeverría quien combatió con estoicismo hasta que una de ellas le dio en la pierna derecha, arrojándolo sobre un claro, lejos de la roca donde se cubría. Al verlo caer, Baruzzo intentó acercarse pero en ese mismo momento un soldado inglés apareció repentinamente, en medio de la obscuridad y le disparó un tiro, errándole por muy poco.
Las trazantes pegan a escasos centímetros de Echeverría quien combatió con estoicismo hasta que una de ellas le dio en la pierna derecha, arrojándolo sobre un claro, lejos de la roca donde se cubría. Al verlo caer, Baruzzo intentó acercarse pero en ese mismo momento un soldado inglés apareció repentinamente, en medio de la obscuridad y le disparó un tiro, errándole por muy poco.
Antes de que el británico volviese a tirar, Echeverría, alzó
su arma y desde el suelo oprimió el gatillo matándolo instantáneamente. Un
segundo soldado enemigo que se encontraba cerca, abrió fuego contra el oficial
argentino pero Baruzzo lo abatió de un certero disparo. Cerca de allí, el
conscripto Gorosito combatía como un león manteniendo a raya al enemigo, cuyas
siluetas apenas se distinguían, pese a encontrarse a siete u ocho metros
delante.
Echeverría, con tres balazos en su pierna, sangraba profusamente y por esa razón Baruzzo le hizo un torniquete en el muslo utilizando el cordón de la chaquetilla del oficial. De ese modo logró detener la hemorragia pero el cuadro de su superior era realmente grave. Su pierna se le tiñó de negro y su sangre comenzó a cubrir la nieve a su alrededor; sin embargo, aseguraba no sentir nada, excepto frío, por lo que Baruzzo se puso se pie y lo ayudó a incorporarse con la intención de sacarlo de allí. Fue así como iniciaron una penosa marcha a través de un desfiladero, mientras a su alrededor las trazadoras seguían impactando y rebotando contra las rocas.
Echeverría, con tres balazos en su pierna, sangraba profusamente y por esa razón Baruzzo le hizo un torniquete en el muslo utilizando el cordón de la chaquetilla del oficial. De ese modo logró detener la hemorragia pero el cuadro de su superior era realmente grave. Su pierna se le tiñó de negro y su sangre comenzó a cubrir la nieve a su alrededor; sin embargo, aseguraba no sentir nada, excepto frío, por lo que Baruzzo se puso se pie y lo ayudó a incorporarse con la intención de sacarlo de allí. Fue así como iniciaron una penosa marcha a través de un desfiladero, mientras a su alrededor las trazadoras seguían impactando y rebotando contra las rocas.
Repentinamente, detrás de un peñasco, en medio de la niebla,
apareció otro soldado inglés, iluminado por las bengalas. El individuo comenzó
a disparar, alcanzando de lleno a Echeverría. Baruzzo, que sostenía con el
brazo izquierdo a su superior, alzó su arma y apretando con furia los dientes
accionó su ametralladora, matando a su oponente en el acto. El británico cayó
sobre la nieve, en medio de su propia sangre, y ahí quedó tendido sin moverse.
Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo y tenía dos orificios de entrada y de salida por donde perdía abundante sangre. El oficial perdió el conocimiento y cayó boca abajo mientras Baruzzo se desesperaba por su suerte. “¡Se me está desangrando!”, pensaba para adentro.
Como dice Kasanzew, aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:
Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo y tenía dos orificios de entrada y de salida por donde perdía abundante sangre. El oficial perdió el conocimiento y cayó boca abajo mientras Baruzzo se desesperaba por su suerte. “¡Se me está desangrando!”, pensaba para adentro.
Como dice Kasanzew, aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:
El
es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí,
con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increíble,
una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo
dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. ¿Como iba a hacer
eso? ¡Yo no soy de abandonar! ¡Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de
valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos
había dado junto a un cigarrillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar.
‘Eso si que está bueno’, me comentó. En cierto momento, no me habló más, había
perdido el conocimiento. La forma en que sangraba, era una guarangada. Lo
cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo14.
Súbitamente, Baruzzo se vio rodeado por un pelotón de Royal Marines pertenecientes al Comando 42 pero lejos de amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate y se dispuso a pelear; en ese momento, uno de los soldados enemigos le pegó un ligero golpe en la mano con el caño de su fusil, indicándole con ese gesto que todo había terminado. Baruzzo, cubierto por la sangre de Echeverría dejó caer el arma y se quedó quieto, y para su asombro, el mismo soldado enemigo que le indicó arrojar el cuchillo, lo abrazó con fuerza, fraternalmente. “Eran unos señores”, diría años después Nicolás Kasanzew15. Llegado el amanecer, viendo que Baruzzo no presentaba heridas graves, sus captores le ordenaron que junto a otros prisioneros se dedicara a recoger muertos y heridos y los apilaran en un punto determinado. “Yo personalmente junté cinco ó seis cadáveres enemigos. ¡Pero en Internet los ingleses dicen que en ese combate sólo tuvieron una baja!”, recuerda el entonces cabo.
Los británicos helitransportaron a Echeverría al buque hospital “Uganda”, donde fue muy bien atendido. Eso le permitió sobrevivir y recibir del Ejército Argentino la medalla al Valor en Combate. Hoy vive en Tucumán con su mujer y sus dos hijas, la menor de las cuales tenía dos años en 1982.
Baruzzo también tiene dos hijas, a quienes bautizó Malvina Soledad y Mariana Noemí. En su Riachuelo natal, en el extremo oeste de la provincia de Corrientes, ha recibido dos emotivos homenajes: una calle de la localidad lleva su nombre y fue erigido un busto con su efigie. Aún así, permanece ignorado por la sociedad y nadie conoce su proeza, pese a haber sido uno de los dos suboficiales condecorados con la Cruz al Heroico Valor en Combate, la máxima distinción a la que puede aspirar un hombre de armas en la República Argentina.
A poco de finalizada la guerra, el 15 de noviembre de 1982, recibió en su domicilio una emotiva carta donde le teniente primero Echeverría le agradecía su “…resolución generosa y desinteresada, su sentido del deber hasta el final, cuando otros pensaron en su seguridad personal. Toda esa valentía de los ‘changos’, son suficiente motivo para encontrar a Dios y agradecerle esos últimos momentos. Pero, así Él lo decidió, guardándome esta vida que Usted supo alentar con sus auxilios”.
El oficial le contaba, además, que lo había propuesto para la máxima condecoración al valor y le manifestaba su “alegría de haber encontrado un joven suboficial que definió el carácter y el temple de aquellos que forman Nuestro Glorioso Ejercito, y de los cuales tanto necesitamos”.
Baruzzo se reencontró con Echeverria veinticuatro años después de aquella terrible noche; se abrazaron, lloraron y el oficial le mostró sus heridas, diciéndole que lo consideraba su ángel de la guarda. Después de pronunciar esas palabras, le regaló una plaquetita, con la siguiente inscripción: “Estos últimos 24 años de mi vida testimonian tu valentía”. También le contó que a bordo del “Uganda”, los médicos británicos lo dejaron sangrar por un buen rato, para lavar el fósforo de las balas trazadoras.
“You have very good soldiers” (“Usted tiene muy buenos soldados”), le dijeron en aquella oportunidad.
Como dice Kasanzew, la sociedad argentina en pleno les debe reconocimiento a Echeverria y Baruzzo, lo mismo a Gorosito, a Pinzos y a tantos otros héroes de Malvinas callados y acallados por la ingratitud de una sociedad ruin, cómplice de uno de los peores pecados en los que puede caer un pueblo: olvidar a sus héroes y a quienes lo dieron todo en pos de su dignidad.
Evidentemente, la gente que combatió en Longdon, Dos
Hermanas y Tumbledown era en extremo dura y valerosa.
Otro soldado que vendió cara su vida fue el dragoneante
Claudio Scaglione, quien pereció en el primero de aquellos cerros aferrado a su
ametralladora pesada, después de contener con tenacidad el avance del grupo de
apoyo de la Compañía A.
Favorecido
por una curva de la colina, Scaglione mató a los
soldados Grose y Scrivens e hirió de gravedad a otros tres hombres,
dificultando el desplazamiento de esa unidad hasta ser abatido, luego de
varias horas. Recién después de la guerra y gracias a relatos
británicos, la Argentina
supo de su heroísmo.
Referencias
1 A lo largo de su carrera, el coronel Esteban Vilgré La Madrid conoció otros
frentes de guerra, donde también dio muestras de heroísmo y profesionalidad.
Uno de ellos fue La Tablada,
cuando el 23 de enero de 1989 el fugazmente resurgido Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP) atacó los cuarteles del Regimiento de Infantería Mecanizado 3
“General Belgrano”, enfrentamiento que duró más de 24 horas y dejó un saldo de
39 muertos y decenas de heridos; el otro fue Croacia, donde en 1994 integró el
contingente militar enviado para operar como Fuerzas de Paz.
2 Esteban
Vilgré La Madrid,
“Soldado clase 1962 VGM Oscar Ismael
Poltronieri. Biografía de un Héroe gaucho”.
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Ídem.
12 Hugh Bicheno, op. cit.
13 Nicolás Kasanzew, “La silenciosa proeza del cabo
Baruzzo”, http://www.zonamilitar.com.ar/
foros/ threads/ la-silenciada-proeza-del-cabo-baruzzo.20974/
14 Ídem.
15 Ídem.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur