sábado, 3 de agosto de 2019

EL COMBATE DE EL UVERO

Mientras Huber Matos esperaba en la embajada costarricense el momento de abandonar el país, se produjo en las costas de Oriente el desembarco del yate “Corynthia”, una intentona pésimamente planificada, que acabó en completo desastre.
La expedición buscaba la apertura de un nuevo frente en la Sierra de Cristal, en apoyo de las fuerzas de Castro, que en esos momentos alcanzaban el corazón de Sierra Maestra.
La nave atracó en Los Coquitos, punto próximo a la Bahía de Nipe, la tarde del 23 de mayo de 1957, iniciando de manera inmediata el desembarco de los 26 efectivos que traía a bordo, todos cubanos, a excepción de su comandante, el dirigente sindical de la Federación Aérea de Cuba Juan Calixto Sánchez White1, veterano de la Segunda Guerra Mundial nacido en Glasgow, Escocia, el 3 de febrero de 1924, a quien secundaba Héctor Cornillot.
Pertenecían casi todos al Partido Auténtico y a la Organización Auténtica (OA), una legión que había logrado reclutar un centenar de jóvenes, tanto en Cuba como en el exterior, para someterlos a un riguroso entrenamiento en la República Dominicana y lanzarlos luego a la lucha, en lo que se pretendía ser una acción conjunta destinada a debilitar al dispositivo represivo en la región de Oriente.
La embarcación, de 100 pies de eslora y 12 de manga, fue adquirida a un particular de Miami por el ex presidente Carlos Prío Socarrás, quien abonó u$s 9000 por ella.
Precisamente desde esa ciudad partió la expedición, del 19 de mayo a las 21.00, decidida a desembarcar, dos días después, en algún punto de la provincia de Holguín. Pero el mal tiempo complicó la navegación y el trayecto duró más de lo esperado.
Recién el 23 de mayo distinguieron Cayo Saetía, una saliente del municipio de Mayarí2, hacia la que se aproximaron a baja velocidad, para evitar chocar contra algún peñasco sumergido, bastante abundantes en ese sector. Mientra lo hacían, un grupo de pescadores los divisó y se les aproximó para ofrecerles ayuda.
Siguiendo a los botes de aquella gente, la expedición arrojó el ancla frente a una pequeña playa ubicada sobre el acceso natural de la Bahía de Nipe y después de apagar el motor, se dispuso a desembarcar a los milicianos, para iniciar lo antes posible la marcha hacia el sur, en busca de la Sierra del Cristal.
Los hombres fueron pasando de a uno a los botes pesqueros y cruzaron por tandas la Boca de Carenerito para pisar tierra firme en Dos Bahías.
De movida, Calixto Sánchez cometió un tremendo error táctico al recomendarles a los pescadores que diesen parte de su presencia a las autoridades. No quería perjudicar a los pobladores del lugar y para librarlos de cualquier sospecha, les aconsejó que los denunciasen. De esa manera, el factor sorpresa y al perderse la iniciativa se hizo imposible alcanzar el objetivo.

 
Calixto Sánchez
White
El avance a través de la selva fue extenuante y comenzó a repercutir en el ánimo de algunos combatientes. Dos de ellos, Antonio Cáceres y Carlos Rafuls Sera, comenzaron a retrasarse y otros dos, vencidos por el hambre y el agotamiento, decidieron escapar. Terminaron capturados por efectivos del ejército regular, quienes los condujeron hasta un puesto militar para someterlos a interrogatorio.
Aterrorizados, los desertores brindaron valiosa información y de esa manera, entregaron a sus compañeros.
Ese mismo día (24 de mayo), la radio oficial interrumpió su programación para informar que la noche anterior se había producido un nuevo desembarco en la región de Bahía de Cabonico y que las fuerzas regulares marchaban hacia la zona para neutralizarlo.
A las 03.00 del 26, tropas del ejército al mando del coronel Fermín Cowley Gallegos, comandante del Regimiento de Holguín, pusieron en marcha un operativo destinado a cercar las regiones de Barredera y Téneme, para cerrar el camino a las alturas de Cristal. Se trataba de una fuerza de 500 efectivos, reforzados por 200 guardias rurales, a quienes se les había impartido la consigna “Rendidos no, muertos”.
Casi al mismo tiempo, los pescadores, siguiendo las instrucciones de Calixto, se apersonaron en el puesto naval del Faro de Saetía y dieron parte a la Marina de Guerra del desembarco.
Sin perder tiempo, se cursaron alertas al Puesto Naval de Antilla y al Escuadrón 84 de la Guardia Rural de Mayarí y se envió un radiograma a la Jefatura Naval de La Habana, dando cuenta del hecho.
El grupo del “Corynthia” fue localizado el 28 de mayo, cuando se desplazaba extenuado y hambriento por las inmediaciones de Monte Santo, en la zona de Brazo Grande, muy cerca del río Cabonico. Sin que se produjeran enfrentamientos, las fuerzas regulares los rodearon y los obligarlos a deponer las armas y rendirse. Solo dos de ellos lograron escapar y ponerse a salvo.
Los prisioneros fueron obligados a abordar un camión para ser conducidos hasta el campamento que la columna militar había levantado en cercanías de Barredera, pero a mitad de camino, un jeep del ejército en el que viajaba el sargento Ramiro Chirino interceptó al vehículo y le entregó un parte al jefe del pelotón.
Cawley leyó detenidamente el mensaje e inmediatamente después, ordenó al conductor virar hacia el arroyo La Marea; nadie imaginaba el horrendo desenlace que tendría lugar.
El camión militar se detuvo en El Naranjal de Cabonico, un paraje inhóspito próximo a Boca de Tanamo, donde los prisioneros fueron obligados a descender mientras los guardias les apuntaban con sus armas. En ese preciso momento, la radio informaba que la fuerza de desembarco había sido conminada a rendirse y al no aceptar esa proposición, aniquilada tras un violento enfrentamiento.
Por orden de Cowley, el capitán Pablo Cárdenas Taylor hizo formar a los expedicionarios en hileras y sin mediar palabras ordenó hacer fuego. Las descargas resonaron sobre la selva, elevando bandadas de aves y espantando a los pocos animales que se pululaban por el lugar. Acto seguido, los militares recogieron los cadáveres y los fueron arrojando a lo largo de una amplia zona, de manera irregular, para que dieran la impresión de que habían muerto en combate3.


La noticia del frustrado desembarco desconcertó a Castro y lo sumió en profundas cavilaciones. El intento había sido imprudente, no se había evaluado la situación ni analizado las posibilidades, como tampoco la capacidad de los expedicionarios para acometer la operación ni la aptitud de sus mandos. Y de todas esas muertes era responsable una sola persona: Prio Socarrás, quien había financiado la expedición e incluso llegó a incentivarla.
Algo apuntó el Che al respecto.

El día 25 de mayo tuvimos noticias de que por Mayarí había desembarcado un grupo de expedicionarios dirigidos por Calixto Sánchez, de la lancha El Corinthia, pocos días después conoceríamos el desastroso resultado de esa expedición; Prío enviaba sus hombres a morir sin tomar nunca la decisión de acompañarlos. La noticia de este desembarco nos hizo ver la necesidad imperiosa de distraer fuerzas del enemigo para tratar de que aquella gente llegara a algún lugar donde pudiera reorganizarse y empezar sus acciones. Todo esto lo hacíamos por solidaridad con los elementos combatientes, aunque no conocíamos ni la composición social ni los reales propósitos de este desembarco4.

Para fortuna de Fidel, la llegada de las armas desde Santiago de Cuba elevó considerablemente la moral de la tropa, un hecho oportuno después de que la radio diera cuenta de las condenas que acababan de recaer sobre sus compañeros del “Granma”. Eso los tenía mal porque temía lo peor, pese a ciertas esperanzas que les daba la actitud de uno de los magistrados, Manuel Urrutia5, al haberse pronunciado en contra de las sanciones.
Las armas llegaron la noche del 19 de mayo y según el Che, constituyeron un espectáculo maravilloso al ser depositadas “…como en exposición ante los ojos codiciosos de todos los combatientes…”6.
Tres ametralladoras pesadas con sus correspondientes trípodes, igual número de fusiles ametralladoras Madzen, nueve carabinas M-1, diez fusiles automáticos Johnson y seis mil municiones lucían majestuosamente en el interior de sus cajas, a  la vista de los combatientes. Más no se podía pedir pese a que el improvisado arsenal no alcanzaba para armar a aquella tropa que parecía crecer con el correr de los días.
Fidel Castro dispuso de inmediato la distribución del arsenal. Una de las carabinas M-1 le fue entregada a Ramiro Valdés y las otras dos a la vanguardia de Camilo Cienfuegos; uno de los fusiles ametralladoras Madzen fue para Jorge Sotús, el segundo para el pelotón de José Almeida y el tercero para el Estado Mayor, aunque quedó a cargo del Che.
Las ametralladoras pesadas fueron puestas a disposición de Raúl Castro, Guillermo García y Crescencio Pérez y el resto entregado a la tropa de acuerdo a su rango y méritos.
Fidel destinó a cuatro hombres para ayudar al Che en el manejo del fusil ametralladora, uno de ellos Joel Iglesias, un niño de 15 años al que se le encomendó transportar los cargadores.
En esos momentos, el ejército rebelde se aproximaba al centenar de hombres y contaba con la ayuda de Enrique López, amigo de la infancia de los hermanos Castro, que en esos momentos trabajaba en un puesto de cierta jerarquía en la gigantesca finca de la poderosa familia Babún y les proveía suministros, además de buena información.


Conocida la noticia del desastre del “Corynthia”, Fidel Castro decidió llevar a cabo una acción de envergadura destinada a mostrar a la opinión pública que el ejército revolucionario continuaba en operaciones.
El objetivo era la guarnición militar de El Uvero, defendida por 53 efectivos del ejército cubano, al pie de la Sierra, muy cerca de una pequeña aldea y del gran aserradero que la familia Babún explotaba en el lugar.
La noche del 27 de mayo, Fidel reunió al Estado Mayor y le ordenó preparar a la tropa porque en las siguientes 48 horas iban a entrar en combate.
Esa misma noche, la columna emprendió una larga caminata de 16 kilómetros a través de los caminos que el aserradero había construido para bajar la madera de los montes.
Emplearon cerca de ocho horas en recorrer esa distancia, con las consabidas detenciones que era necesario efectuar a medida que se aproximaban al puesto enemigo.
En las primeras horas del día 28, los guerrilleros alcanzaron la pequeña aldea serrana, próxima al cuartel, donde Gilberto Cardero y Eligio Mendoza, dos empleados del establecimiento maderero, los esperaban para guiarlos. Los hombres simpatizaban con el M-26 y conocían la zona como la palma de sus manos, en especial los caminos que llevaban hasta la unidad, sus entradas y salidas y sus puestos de guardia, por lo que Castro los puso al frente para que abrieran la marcha.
Caminaron otro trecho bajo las estrellas y media hora después, tomaron posiciones frente a la unidad, cubriendo los tres flancos que la rodeaban por el norte, el oeste y el sur. Recién entonces se impartieron las directivas: “…había que tomar las postas y acribillar a balazos el cuartel de madera”7.
Siguiendo el relato del Che, los puntos fuertes de la defensa eran las postas de 3 a 4 soldados, emplazadas estratégicamente en las afueras del cuartel. Una loma que se hallaba frente a su entrada principal dominaba el cuartel y allí fue donde Castro emplazó su puesto de mando para dirigir el combate.
La mayor preocupación era la población civil que moraba en el establecimiento maderero, de ahí las instrucciones impartidas por el comandante, de no tirar en esa dirección.
Fidel distribuyó su fuerza de la siguiente manera: sobre el camino que conducía a Peladero, bordeando el mar (el mismo que la guerrilla había utilizado para aproximarse a la unidad), ubicó a los pelotones de Guillermo García y Jorge Sotús; la sección dirigida por Almeida fue situada al norte, casi al pie de la loma, para embestir desde ese punto contra la posta que enfrentaba a la montaña, Raúl atacaría por el frente y el Che se posicionaría 500 metros detrás, con Camilo y Ameijeiras situados a medio camino entre ambos.
Para reforzar el dispositivo, la gente de Crescencio Pérez tomó posiciones en el camino que unía a El Uvero con Chivirico, cortando cualquier intento que se hiciese desde ese sector por reforzar a la unidad y finalmente Fidel con su Estado Mayor se posicionaron sobre la loma, para dirigir desde allí las acciones.
Diagrama del combate de El Uvero (Fidel Castro Ruz, La victoria estratégica)

La distribución de la tropa llevó más tiempo del calculado por lo que las primeras luces del alba comenzaron a asomar en el horizonte, sorprendió a los hombres en mala posición, de ahí el aviso urgente de Sotús informando que desde donde se hallaba ubicado, no dominaba completamente el objetivo
Aún así, viendo que el amanecer estaba pronto, Fidel apuntó a través de su mirilla telescópica y como en el combate de La Plata, disparó en primer lugar.
Siguiendo las instrucciones impartidas a los tenientes antes de comenzar el combate, los guerrilleros se lanzaron al ataque tiroteando las defensas, notando enseguida una fuerte oposición.
Una lluvia de balas detuvo su avance, concentrándose preferentemente en la elevación donde se hallaba el puesto de mando. Julio Díaz, que se encontraba allí, junto a Fidel Castro, fue alcanzado por un proyectil en la frente y murió en el acto.
Unos metros más al allá, Eloy Rodríguez Tellez sentía que su corazón le latía con fuerza mientras las balas silbaban a su alrededor. Y no era para menos ya que aquel era su bautismo de fuego.

Iniciamos el ataque con un fuerte volumen de fuego y cuando los guardias se dieron cuenta de que les tiraban desde la loma situada al frente de la instalación, donde se  había posesionado Fidel, respondieron en  esa dirección8.

En ese momento, Almeida intentó lanzarse al ataque por el centro pero desde una de las trincheras que protegían el frente lo obligaron a detenerse, frenando, de ese modo, la embestida de Raúl.
Los fogonazos que producían los defensores con sus armas, permitieron a los atacantes ubicar el edificio principal y concentrar el fuego en esa dirección. Envalentonado, Eligio Mendoza tomó su arma y se lanzó al ataque confiado, como solía decir, en su “santo” protector, pero no alcanzó a dar tres pasos cuando un disparo le destrozó el tronco.
El fuego enemigo detuvo también a Jorge Sotús, que en esos momentos intentaba avanzar por el camino de Peladero para flanquear las defensas. Su compañero, un sujeto apodado el Policía, se incorporó y cayó muerto y el propio Sotús debió arrojarse al mar para evitar ser alcanzado quedando, de ese modo, fuera de combate.
Aún así, la fuerza rebelde acribilló el frente de madera del edificio, destruyendo la central telefónica que mantenía a la unidad en contacto con Santiago de Cuba y matando en sus jaulas a cinco pericos que los soldados criaban como mascotas.
En el fragor del combate, el Che comprendió que si bien desde la loma donde estaba posicionado alcanzaba a dominar el cuartel, la distancia no le permitía batir sus defensas, por lo que decidió desplazarse algunos metros hacia adelante para ubicarse mejor.
Quienes equivocaron el camino fueron Camilo y Ameijeiras porque en lugar de avanzar por la derecha del Che, como estaba planeado, lo hicieron por la izquierda, detalle que le llamó la atención, lo mismo el pañuelo con los colores y la sigla del M-26 que colgaba de la nuca del primero al estilo “legión extranjera”. Eso le hizo sonreír, pero la virulencia del enfrentamiento lo trajo de nuevo a la realidad.

A la pequeña escuadra se le fueron uniendo combatientes que quedaban desperdigados de sus unidades; un compañero de Pilón al que llamaban Bomba, y el compañero Mario Leal y Acuña se unieron a lo que ya constituía una pequeña unidad de combate. La resistencia se había hecho dura y habíamos llegado a la parte llana y despejada donde había que avanzar con infinitas precauciones, pues los disparos del enemigo eran continuos y precisos9.

Desde su posición, a apenas 50 ó 60 metros de la línea defensiva enemiga, el Che vio a dos soldados abandonar la trinchera que ocupaban y alejarse a la carrera. Sin perder un segundo, apuntó y les disparó sin alcanzarlos; los hombres se pusieron a cubierto en las casas del aserradero y por esa razón dejó de tirarles.  “…se refugiaron en las casas del batey que eran sagradas para nosotros”10.
En ese momento, llegó a oídos de Emiliano “Nano” Díaz la voz de Fidel, ordenándole acercarse al edificio para batirlo desde una posición más cercana.
Llevando a cuestas la ametralladora de 30, Nano comenzó a arrastrarse sobre el terreno, seguido por Eloy Rodríguez Tellez, Raúl Perozo y Abelardo Colomé. Cuando estuvieron a 25 o 30 metros de la línea defensiva, Luis Crespo arrojó una granada contra le trinchera más cercana y al ver que la misma no explotaba, Nano le extendió otra a Abelardo, para que hiciese lo propio desde su posición.
El guerrillero se lanzó a la carrera y cuando estuvo a 15 metros del objetivo lanzó el proyectil, provocando la muerte de tres defensores y graves heridas al cuarto, hecho que posibilitó al pelotón de Guillermo García filtrarse por allí.
Con las primeras luces del día, un avión de reconocimiento comenzó a sobrevolar la región, pero al cabo de unos minutos se alejó hacia el norte, aparentemente sin haber detectado nada. Era evidente que el cuartel había alcanzado a lanzar un SOS y que las fuerzas gubernamentales intentaban corroborar la información.
Con las balas silbando peligrosamente sobre su cabeza, el Che disparaba en dirección a una segunda trinchera, tratando de alanzar a sus ocupantes. Desde su posición, reparó en la sección de Nano, que en esos momentos se desplazaba hacia la izquierda, intentando neutralizar las defensas de ese sector y fue entonces que por sobre el estrépito del combate, llegó hasta él un gemido.
En un primer momento pensó que se trataba de un soldado enemigo y por esa razón, se arrastró hacia él para tomarlo prisionero. Joel Iglesias, que se hallaba cuerpo a tierra cerca suyo, lo vio incorporarse y lanzarse a la carrera mientras disparaba su ametralladora, sin tomar ninguna precaución. “¡Tenemos que ganar!” lo escuchó gritar al tiempo que tiraba11.
Al llegar junto al herido, el Che notó que se trataba de Mario Leal, quien acusaba un disparo en la cabeza y perdía mucha sangre.
Un primer examen le permitió comprobar que la lesión presentaba un orificio de entrada y otro de salida por la región parietal y eso le daba cierta chance.
Lo primero que intentó hacer fue reanimarlo pero el pobre hombre estaba perdiendo el conocimiento y su costado derecho comenzaba a paralizarse.
Sin otro elemento a mano, el Che tomó un pedazo de papel y lo colocó sobre la herida, intentando contener la hemorragia. Realmente Leal estaba muy mal y era evidente que si no se lo atendía como se debía, iba a morir. Fue entonces que reparar en Joel Iglesias, le pidió que se aproximara y se quedase junto al herido, presionando el improvisado apósito para evitar que siguiera perdiendo sangre.
En ese mismo momento cayó Manuel Acuña pero el Che notó aliviado que se estaba vivo, no así Anselmo Vega, Gustavo Adolfo Moll y Francisco Soto Hernández, cuyos cadáveres yacían sobre la hierba.
Los guerrilleros concentraron el fuego sobre la trinchera que tenían delante, desde donde se les disparaba con mucha intensidad y pese a tener varios heridos tirados en los alrededores, entre ellos Manals, Cilleros, Maceo, Pena y Hermes Leyva, comenzaron a recuperar el vigor inicial. Entonces, haciendo acopio de decisión, se lanzaron al ataque, sabiendo, como asegura el Che, que esa era la única forma de acabar con la resistencia.
Corrieron cubiertos por el fuego de la ametralaldora de Guillermo García y alcanzaron la meta, después que aquel abatiera a tres defensores y matase al cuarto cuando se daba a la fuga tras abandonar la posición. Esa circunstancia fue aprovechada por Raúl Castro que al ver a sus compañeros correr en dirección al cuartel, se lanzó al ataque dividiendo su pelotón en dos en tanto Almeida, herido en un hombro y en la pierna izquierda, hacía lo propio contra la trinchera de su sector.
De esa manera, después de tres horas de combate, la guarnición militar se rindió poniendo fin a la lucha.
De aquella trinchera que tan bien se había defendido, salió un soldado sosteniendo su arma y casi en el mismo momento, se vio flamear un trapo blanco en el edificio principal.
El Che se puso de pie y comenzó a caminar hacia el cuartel, seguido por tres o cuatro hombres con sus armas listas.
Guardias rurales prisioneros tras el combate de El Uvero

Cuando los guerrilleros intimaban a quienes aún resistían para que depusieran las armas, una última descarga abatió a Nano Díaz.
El grupo del Che se encaminó hacia el aserradero para desarmar a los dos soldados que se habían refugiado ahí y detener al médico del destacamento junto con su asistente. En el camino que conducía a Chirivico, el grupo de Crescencio Pérez detuvo a varios soldados que huían y después de desarmarlos, los obligó a regresar con las manos en alto12.
Fidel se hallaba en el interior del cuartel cuando el Che y su grupo llegaron con los prisioneros y mientras impartía una serie de directivas, el argentino se llevo a un costado a su colega y le pidió que se hiciera cargo de los heridos.

…mis conocimientos de medicina nunca fueron demasiado grandes; la cantidad de heridos que estaban llegando era enorme y mi vocación en ese momento no era la de dedicarme a la sanidad13.

El facultativo cubano le preguntó al Che su edad y cuanto tiempo hacía que se había recibido.

-Hace algunos años ya – contestó el argentino.

-Mira chico, hazte cargo de todo esto porque yo me acabo de recibir y tengo muy poca experiencia.

La respuesta descolocó completamente a Guevara. Aquel hombre, escaso de experiencia, estaba tan asustado que había olvidado sus conocimientos de ahí que, una vez más haya dejado su arma para dedicarse a su profesión.
Catorce muertos, diecinueve heridos y una docena de prisioneros fue el saldo que el ejército pagó aquella jornada, sin contar los seis hombres que se dieron a la fuga. Por el lado rebelde, perecieron media docena de efectivos e igual número de combatientes resultaron heridos. Entre los primeros se encontraban combatientes de experiencia como Nano y Julio Díaz, Eligio Mendoza, Francisco Soto Hernández, Gustavo Moll Leyva, Emiliano R. Sillero Marrero y Anselmo Vega Verdecia. Entre los segundos, los mencionados Manuel Acuña y Mario Leal, Cilleros, Maceo, Hermes Leyva, Almeida, Enrique Escalona, Manals y Pena.

Si se considera que nuestros combatientes eran unos 80 hombres y los de ellos 53, se tiene un total de 133 hombres aproximadamente, de los cuales 38, es decir, mбs de la cuarta parte, quedaron fuera de combate en poco mбs de dos horas y media de combate. Fue un ataque por asalto de hombres que avanzaban a pecho descubierto contra otros que se defendнan con pocas posibilidades de protecciуn. Debe reconocerse que por ambos lados se hizo derroche de coraje. Para nosotros fue ademбs, la victoria que marcу la mayorнa de edad de nuestra guerrilla. A partir de este combate, nuestra moral se acrecentу enormemente, nuestra decisiуn y nuestras esperanzas de triunfo aumentaron tambiйn, simultбneamente con la victoria y, aunque los meses siguientes fueron de dura prueba, ya estбbamos en posesiуn del secreto de la victoria sobre el enemigo. Esta acciуn sellу la suerte de los pequeсos cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del enemigo y fueron desmantelados al poco tiempo14.

Aquel enfrentamiento, con sus muertos y heridos, marcó otra decisiva victoria del ejército rebelde, la primera de importancia, por sus característuicas y magnitud. Según el Che, aquel combate marcó la mayoría de edad de la guerrilla, incrementó la moral y de acuerdo a las palabras de Raúl, sirvió al médico argentino para destacarse como combatiente impetuoso15.
El primer herido que atendió Guevara fue Cilleros, a quien una bala le había partido el brazo derecho, atravesado el pulmón y dañado severamente la columna, dejándolo paralítico. Su estado era crítico y sus posibilidades de sobrevivir nulas.
Lo primero que hizo, para aliviar su siuación, fue aplicarle un calmante y comprimirle el tórax para que respirase mejor.
A la hora de partir, Fidel convino con el médico militar que le dejaría a los dos heridos más graves para que los atendiesen conforme a las leyes militares.
La despedida del Che fue más que emotiva, sabiendo que esa era la última vez que vería al combatiente con vida.

Cuando se lo comuniqué a Cilleros, diciéndole las palabras reconfortantes de rigor, me saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Lo sabíamos también y estuve tentado en aquel momento de depositar en su frente un beso de despedida pero, en mi más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta certeza. Me despedí, lo más cariñosamente que pude y con enorme dolor, de los dos combatientes que quedaban en manos del enemigo. Ellos clamaban que preferían morir en nuestras tropas, pero teníamos nosotros también el deber de luchar hasta el último momento por sus vidas. Allí quedaron, hermanados con los 19 heridos del ejército batistiano a quienes también se había atendido con todo el rigor científico de que éramos capaces. Nuestros dos compañeros fueron atendidos decentemente por el ejército enemigo, pero uno de ellos, Cilleros, no llegó siquiera a Santiago. El otro sobrevivió a la herida, pasó prisionero en Isla de Pinos todo el resto de la guerra y hoy todavía lleva huellas indelebles de aquel episodio importante de nuestra guerra revolucionaria16.

Después de despedirse de sus dos compañeros, los guerrilleros cargaron un camión de la compañía Babún con mercancías y medicinas, acomodaron en él a los heridos y se alejaron. Quienes pudieron hacerlo a pie, tomaron caminos alternativos y los contusos lo hicieron en el vehículo, bajo la supervisión del Che, todos en dirección a sus escondrigos, en la ladera de la montaña. Mientras lo hacían, aviones de reconocimiento comenzaron a sobrevolar la región intentando localizarlos.

Notas

1 Era hijo del diplomático cubano Calixto Eugenio Sánchez y de la británica Helen White.

2 Provincia de Holguín.

3 Solo tres expedicionarios del “Corynthia” lograron salvarse gracias a la ayuda del M-26-7, que se movía en la zona de Dos Caminos y Cabonico, bajo la dirección de Francisco Gutiérrez. Fueron ellos Antonio Caseres, Carlos Octavio Rafull y Fernando Virelles.

4 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 81.

5 Presidente provisional de Cuba tras la fuga de Batista.

6 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 78.

7 Ídem, p. 84.

8 Felipa Suárez Ramos, “Combate de Uvero confirmó la posibilidad real de la victoria”, diario “Trabajadores”, órgano de la central de trabajadores de Cuba, La Habana, 27/05/2012.

9 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 86.

10 El grupo de Crescencio recibió la orden de apostarse en esa posición después que su ametralladora se atascara.  Por esa razón, casi no intervino en el combate.

11 Froilán Escobar y Félix Guerra, Che, sierra adentro, Editora Política, La Habana, 1988, p. 93, citado en Pierre Kalfon, op. Cit., p. 212.

12 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 89.

13 Ídem, p. 87.

14 Ídem, p. 90.

15 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit.

16 Ídem, pp-91-92.
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