EL COMBATE DE EL UVERO
Mientras
Huber Matos esperaba en la embajada costarricense el momento de abandonar el
país, se produjo en las costas de Oriente el desembarco del yate “Corynthia”,
una intentona pésimamente planificada, que acabó en completo desastre.
La
expedición buscaba la apertura de un nuevo frente en la Sierra de Cristal, en apoyo
de las fuerzas de Castro, que en esos momentos alcanzaban el corazón de Sierra
Maestra.
La nave
atracó en Los Coquitos, punto próximo a la Bahía de Nipe, la tarde del 23 de mayo de 1957,
iniciando de manera inmediata el desembarco de los 26 efectivos que traía a
bordo, todos cubanos, a excepción de su comandante, el dirigente sindical de la Federación Aérea
de Cuba Juan Calixto Sánchez White1, veterano de la Segunda Guerra
Mundial nacido en Glasgow, Escocia, el 3 de febrero de 1924, a quien secundaba
Héctor Cornillot.
Pertenecían
casi todos al Partido Auténtico y a la Organización Auténtica
(OA), una legión que había logrado reclutar un centenar de jóvenes, tanto en Cuba
como en el exterior, para someterlos a un riguroso entrenamiento en la República Dominicana
y lanzarlos luego a la lucha, en lo que se pretendía ser una acción conjunta
destinada a debilitar al dispositivo represivo en la región de Oriente.
La
embarcación, de 100 pies
de eslora y 12 de manga, fue adquirida a un particular de Miami por el ex
presidente Carlos Prío Socarrás, quien abonó u$s 9000 por ella.
Precisamente
desde esa ciudad partió la expedición, del 19 de mayo a las 21.00, decidida a
desembarcar, dos días después, en algún punto de la provincia de Holguín. Pero
el mal tiempo complicó la navegación y el trayecto duró más de lo esperado.
Recién
el 23 de mayo distinguieron Cayo Saetía, una saliente del municipio de Mayarí2,
hacia la que se aproximaron a baja velocidad, para evitar chocar contra algún
peñasco sumergido, bastante abundantes en ese sector. Mientra lo hacían, un
grupo de pescadores los divisó y se les aproximó para ofrecerles ayuda.
Siguiendo
a los botes de aquella gente, la expedición arrojó el ancla frente a una
pequeña playa ubicada sobre el acceso natural de la Bahía de Nipe y después de
apagar el motor, se dispuso a desembarcar a los milicianos, para iniciar lo
antes posible la marcha hacia el sur, en busca de la Sierra del Cristal.
Los
hombres fueron pasando de a uno a los botes pesqueros y cruzaron por tandas la Boca de Carenerito para pisar
tierra firme en Dos Bahías.
De
movida, Calixto Sánchez cometió un tremendo error táctico al recomendarles a
los pescadores que diesen parte de su presencia a las autoridades. No quería
perjudicar a los pobladores del lugar y para librarlos de cualquier sospecha,
les aconsejó que los denunciasen. De esa manera, el factor sorpresa y al
perderse la iniciativa se hizo imposible alcanzar el objetivo.
El
avance a través de la selva fue extenuante y comenzó a repercutir en el ánimo
de algunos combatientes. Dos de ellos, Antonio
Cáceres y Carlos Rafuls Sera, comenzaron a retrasarse y otros dos,
vencidos por el hambre y el agotamiento, decidieron escapar. Terminaron
capturados por efectivos del ejército regular, quienes los condujeron hasta un
puesto militar para someterlos a interrogatorio.
Aterrorizados,
los desertores brindaron valiosa información y de esa manera, entregaron a sus
compañeros.
Ese
mismo día (24 de mayo), la radio oficial interrumpió su programación para
informar que la noche anterior se había producido un nuevo desembarco en la
región de Bahía de Cabonico y que las fuerzas regulares marchaban hacia la zona
para neutralizarlo.
A las
03.00 del 26, tropas del ejército al mando del coronel Fermín Cowley Gallegos,
comandante del Regimiento de Holguín, pusieron en marcha un operativo destinado
a cercar las regiones de Barredera y Téneme, para cerrar el camino a las
alturas de Cristal. Se trataba de una fuerza de 500 efectivos, reforzados por
200 guardias rurales, a quienes se les había impartido la consigna “Rendidos
no, muertos”.
Casi al
mismo tiempo, los pescadores, siguiendo las instrucciones de Calixto, se
apersonaron en el puesto naval del Faro de Saetía y dieron parte a la Marina de Guerra del
desembarco.
Sin
perder tiempo, se cursaron alertas al Puesto Naval de Antilla y al Escuadrón 84
de la Guardia Rural
de Mayarí y se envió un radiograma a la Jefatura Naval de La Habana, dando cuenta del
hecho.
El
grupo del “Corynthia” fue localizado el 28 de mayo, cuando se desplazaba
extenuado y hambriento por las inmediaciones de Monte Santo, en la zona de
Brazo Grande, muy cerca del río Cabonico. Sin que se produjeran
enfrentamientos, las fuerzas regulares los rodearon y los obligarlos a deponer
las armas y rendirse. Solo dos de ellos lograron escapar y ponerse a salvo.
Los prisioneros fueron obligados a abordar un camión para ser conducidos hasta el campamento que la columna militar había levantado en cercanías de Barredera, pero a mitad de camino, un jeep del ejército en el que viajaba el sargento Ramiro Chirino interceptó al vehículo y le entregó un parte al jefe del pelotón.
Los prisioneros fueron obligados a abordar un camión para ser conducidos hasta el campamento que la columna militar había levantado en cercanías de Barredera, pero a mitad de camino, un jeep del ejército en el que viajaba el sargento Ramiro Chirino interceptó al vehículo y le entregó un parte al jefe del pelotón.
Cawley
leyó detenidamente el mensaje e inmediatamente después, ordenó al conductor
virar hacia el arroyo La Marea;
nadie imaginaba el horrendo desenlace que tendría lugar.
El
camión militar se detuvo en El Naranjal de Cabonico, un paraje inhóspito
próximo a Boca de Tanamo, donde los prisioneros fueron obligados a descender
mientras los guardias les apuntaban con sus armas. En ese preciso momento, la
radio informaba que la fuerza de desembarco había sido conminada a rendirse y
al no aceptar esa proposición, aniquilada tras un violento enfrentamiento.
Por
orden de Cowley, el capitán Pablo Cárdenas Taylor hizo formar a los
expedicionarios en hileras y sin mediar palabras ordenó hacer fuego. Las
descargas resonaron sobre la selva, elevando bandadas de aves y espantando a
los pocos animales que se pululaban por el lugar. Acto seguido, los militares
recogieron los cadáveres y los fueron arrojando a lo largo de una amplia zona,
de manera irregular, para que dieran la impresión de que habían muerto en
combate3.
La
noticia del frustrado desembarco desconcertó a Castro y lo sumió en profundas
cavilaciones. El intento había sido imprudente, no se había evaluado la
situación ni analizado las posibilidades, como tampoco la capacidad de los
expedicionarios para acometer la operación ni la aptitud de sus mandos. Y de
todas esas muertes era responsable una sola persona: Prio Socarrás, quien había
financiado la expedición e incluso llegó a incentivarla.
Algo
apuntó el Che al respecto.
El día 25 de mayo tuvimos noticias de
que por Mayarí había desembarcado un grupo de expedicionarios dirigidos por
Calixto Sánchez, de la lancha El Corinthia, pocos días después conoceríamos el
desastroso resultado de esa expedición; Prío enviaba sus hombres a morir sin
tomar nunca la decisión de acompañarlos. La noticia de este desembarco nos hizo
ver la necesidad imperiosa de distraer fuerzas del enemigo para tratar de que
aquella gente llegara a algún lugar donde pudiera reorganizarse y empezar sus
acciones. Todo esto lo hacíamos por solidaridad con los elementos combatientes,
aunque no conocíamos ni la composición social ni los reales propósitos de este
desembarco4.
Para
fortuna de Fidel, la llegada de las armas desde Santiago de Cuba elevó
considerablemente la moral de la tropa, un hecho oportuno después de que la
radio diera cuenta de las condenas que acababan de recaer sobre sus compañeros
del “Granma”. Eso los tenía mal porque temía lo peor, pese a ciertas esperanzas
que les daba la actitud de uno de los magistrados, Manuel Urrutia5,
al haberse pronunciado en contra de las sanciones.
Las
armas llegaron la noche del 19 de mayo y según el Che, constituyeron un
espectáculo maravilloso al ser depositadas “…como
en exposición ante los ojos codiciosos de todos los combatientes…”6.
Tres
ametralladoras pesadas con sus correspondientes trípodes, igual número de
fusiles ametralladoras Madzen, nueve carabinas M-1, diez fusiles automáticos
Johnson y seis mil municiones lucían majestuosamente en el interior de sus
cajas, a la vista de los combatientes.
Más no se podía pedir pese a que el improvisado arsenal no alcanzaba para armar
a aquella tropa que parecía crecer con el correr de los días.
Fidel
Castro dispuso de inmediato la distribución del arsenal. Una de las carabinas
M-1 le fue entregada a Ramiro Valdés y las otras dos a la vanguardia de Camilo
Cienfuegos; uno de los fusiles ametralladoras Madzen fue para Jorge Sotús, el
segundo para el pelotón de José Almeida y el tercero para el Estado Mayor,
aunque quedó a cargo del Che.
Las
ametralladoras pesadas fueron puestas a disposición de Raúl Castro, Guillermo
García y Crescencio Pérez y el resto entregado a la tropa de acuerdo a su rango
y méritos.
Fidel
destinó a cuatro hombres para ayudar al Che en el manejo del fusil
ametralladora, uno de ellos Joel Iglesias, un niño de 15 años al que se le
encomendó transportar los cargadores.
En esos
momentos, el ejército rebelde se aproximaba al centenar de hombres y contaba
con la ayuda de Enrique López, amigo de la infancia de los hermanos Castro, que
en esos momentos trabajaba en un puesto de cierta jerarquía en la gigantesca
finca de la poderosa familia Babún y les proveía suministros, además de buena
información.
Conocida
la noticia del desastre del “Corynthia”, Fidel Castro decidió llevar a cabo una
acción de envergadura destinada a mostrar a la opinión pública que el ejército
revolucionario continuaba en operaciones.
El
objetivo era la guarnición militar de El Uvero, defendida por 53 efectivos del
ejército cubano, al pie de la
Sierra, muy cerca de una pequeña aldea y del gran aserradero
que la familia Babún explotaba en el lugar.
La
noche del 27 de mayo, Fidel reunió al Estado Mayor y le ordenó preparar a la
tropa porque en las siguientes 48 horas iban a entrar en combate.
Esa
misma noche, la columna emprendió una larga caminata de 16 kilómetros a
través de los caminos que el aserradero había construido para bajar la madera
de los montes.
Emplearon
cerca de ocho horas en recorrer esa distancia, con las consabidas detenciones
que era necesario efectuar a medida que se aproximaban al puesto enemigo.
En las
primeras horas del día 28, los guerrilleros alcanzaron la pequeña aldea
serrana, próxima al cuartel, donde Gilberto Cardero y Eligio Mendoza, dos
empleados del establecimiento maderero, los esperaban para guiarlos. Los
hombres simpatizaban con el M-26 y conocían la zona como la palma de sus manos,
en especial los caminos que llevaban hasta la unidad, sus entradas y salidas y
sus puestos de guardia, por lo que Castro los puso al frente para que abrieran
la marcha.
Caminaron
otro trecho bajo las estrellas y media hora después, tomaron posiciones frente
a la unidad, cubriendo los tres flancos que la rodeaban por el norte, el oeste
y el sur. Recién entonces se impartieron las directivas: “…había que tomar las postas y acribillar a balazos el cuartel de
madera”7.
Siguiendo
el relato del Che, los puntos fuertes de la defensa eran las postas de 3 a 4 soldados, emplazadas
estratégicamente en las afueras del cuartel. Una loma que se hallaba frente a
su entrada principal dominaba el cuartel y allí fue donde Castro emplazó su
puesto de mando para dirigir el combate.
La
mayor preocupación era la población civil que moraba en el establecimiento
maderero, de ahí las instrucciones impartidas por el comandante, de no tirar en
esa dirección.
Fidel
distribuyó su fuerza de la siguiente manera: sobre el camino que conducía a
Peladero, bordeando el mar (el mismo que la guerrilla había utilizado para
aproximarse a la unidad), ubicó a los pelotones de Guillermo García y Jorge
Sotús; la sección dirigida por Almeida fue situada al norte, casi al pie de la
loma, para embestir desde ese punto contra la posta que enfrentaba a la
montaña, Raúl atacaría por el frente y el Che se posicionaría 500 metros detrás, con
Camilo y Ameijeiras situados a medio camino entre ambos.
Para
reforzar el dispositivo, la gente de Crescencio Pérez tomó posiciones en el
camino que unía a El Uvero con Chivirico, cortando cualquier intento que se
hiciese desde ese sector por reforzar a la unidad y finalmente Fidel con su
Estado Mayor se posicionaron sobre la loma, para dirigir desde allí las
acciones.
Diagrama del combate de El Uvero (Fidel Castro Ruz, La victoria estratégica) |
La distribución de la tropa llevó más tiempo del calculado por lo que las primeras luces del alba comenzaron a asomar en el horizonte, sorprendió a los hombres en mala posición, de ahí el aviso urgente de Sotús informando que desde donde se hallaba ubicado, no dominaba completamente el objetivo
Aún
así, viendo que el amanecer estaba pronto, Fidel apuntó a través de su mirilla
telescópica y como en el combate de La
Plata, disparó en primer lugar.
Siguiendo
las instrucciones impartidas a los tenientes antes de comenzar el combate, los
guerrilleros se lanzaron al ataque tiroteando las defensas, notando enseguida
una fuerte oposición.
Una lluvia
de balas detuvo su avance, concentrándose preferentemente en la elevación donde
se hallaba el puesto de mando. Julio Díaz, que se encontraba allí, junto a
Fidel Castro, fue alcanzado por un proyectil en la frente y murió en el acto.
Unos
metros más al allá, Eloy Rodríguez Tellez sentía que su corazón le latía con
fuerza mientras las balas silbaban a su alrededor. Y no era para menos ya que
aquel era su bautismo de fuego.
Iniciamos el ataque
con un fuerte volumen de fuego y cuando los guardias se dieron cuenta de que
les tiraban desde la loma situada al frente de la instalación, donde
se había posesionado Fidel, respondieron en esa dirección8.
En ese
momento, Almeida intentó lanzarse al ataque por el centro pero desde una de las
trincheras que protegían el frente lo obligaron a detenerse, frenando, de ese
modo, la embestida de Raúl.
Los
fogonazos que producían los defensores con sus armas, permitieron a los atacantes
ubicar el edificio principal y concentrar el fuego en esa dirección.
Envalentonado, Eligio Mendoza tomó su arma y se lanzó al ataque confiado, como
solía decir, en su “santo” protector, pero no alcanzó a dar tres pasos cuando
un disparo le destrozó el tronco.
El
fuego enemigo detuvo también a Jorge Sotús, que en esos momentos intentaba
avanzar por el camino de Peladero para flanquear las defensas. Su compañero, un
sujeto apodado el Policía, se incorporó y cayó muerto y el propio Sotús debió
arrojarse al mar para evitar ser alcanzado quedando, de ese modo, fuera de
combate.
Aún
así, la fuerza rebelde acribilló el frente de madera del edificio, destruyendo
la central telefónica que mantenía a la unidad en contacto con Santiago de Cuba
y matando en sus jaulas a cinco pericos que los soldados criaban como mascotas.
En el
fragor del combate, el Che comprendió que si bien desde la loma donde estaba
posicionado alcanzaba a dominar el cuartel, la distancia no le permitía batir
sus defensas, por lo que decidió desplazarse algunos metros hacia adelante para
ubicarse mejor.
Quienes
equivocaron el camino fueron Camilo y Ameijeiras porque en lugar de avanzar por
la derecha del Che, como estaba planeado, lo hicieron por la izquierda, detalle
que le llamó la atención, lo mismo el pañuelo con los colores y la sigla del
M-26 que colgaba de la nuca del primero al estilo “legión extranjera”. Eso le
hizo sonreír, pero la virulencia del enfrentamiento lo trajo de nuevo a la
realidad.
A la pequeña escuadra se le fueron
uniendo combatientes que quedaban desperdigados de sus unidades; un compañero
de Pilón al que llamaban Bomba, y el compañero Mario Leal y Acuña se unieron a
lo que ya constituía una pequeña unidad de combate. La resistencia se había
hecho dura y habíamos llegado a la parte llana y despejada donde había que
avanzar con infinitas precauciones, pues los disparos del enemigo eran
continuos y precisos9.
Desde su posición, a
apenas 50 ó 60 metros
de la línea defensiva enemiga, el Che vio a dos soldados abandonar la trinchera
que ocupaban y alejarse a la carrera. Sin perder un segundo, apuntó y les
disparó sin alcanzarlos; los hombres se pusieron a cubierto en las casas del
aserradero y por esa razón dejó de tirarles.
“…se refugiaron en las casas del
batey que eran sagradas para nosotros”10.
En ese momento, llegó a oídos de Emiliano “Nano”
Díaz la voz de Fidel, ordenándole acercarse al edificio para batirlo desde
una posición más cercana.
Llevando a cuestas la ametralladora de 30, Nano
comenzó a arrastrarse sobre el terreno, seguido por Eloy Rodríguez
Tellez, Raúl Perozo y Abelardo Colomé. Cuando estuvieron a 25
o 30 metros
de la línea defensiva, Luis Crespo arrojó una granada contra le trinchera más
cercana y al ver que la misma no explotaba, Nano le extendió otra a Abelardo,
para que hiciese lo propio desde su posición.
El guerrillero se lanzó a la carrera y cuando estuvo a
15 metros
del objetivo lanzó el proyectil, provocando la muerte de tres defensores y
graves heridas al cuarto, hecho que posibilitó al pelotón de Guillermo García
filtrarse por allí.
Con las primeras luces del día, un avión de
reconocimiento comenzó a sobrevolar la región, pero al cabo de unos minutos se
alejó hacia el norte, aparentemente sin haber detectado nada. Era evidente que
el cuartel había alcanzado a lanzar un SOS y que las fuerzas gubernamentales
intentaban corroborar la información.
Con las balas silbando peligrosamente sobre su cabeza,
el Che disparaba en dirección a una segunda trinchera, tratando de alanzar a
sus ocupantes. Desde su posición, reparó en la sección de Nano, que en esos
momentos se desplazaba hacia la izquierda, intentando neutralizar las defensas
de ese sector y fue entonces que por sobre el estrépito del combate, llegó
hasta él un gemido.
En
un primer momento pensó que se trataba de un soldado enemigo y por esa razón,
se arrastró hacia él para tomarlo prisionero. Joel Iglesias, que se hallaba
cuerpo a tierra cerca suyo, lo vio incorporarse y lanzarse a la carrera mientras
disparaba su ametralladora, sin tomar ninguna precaución. “¡Tenemos que ganar!” lo escuchó gritar al tiempo que tiraba11.
Al
llegar junto al herido, el Che notó que se trataba de Mario Leal, quien acusaba
un disparo en la cabeza y perdía mucha sangre.
Un
primer examen le permitió comprobar que la lesión presentaba un orificio de
entrada y otro de salida por la región parietal y eso le daba cierta chance.
Lo
primero que intentó hacer fue reanimarlo pero el pobre hombre estaba perdiendo
el conocimiento y su costado derecho comenzaba a paralizarse.
Sin
otro elemento a mano, el Che tomó un pedazo de papel y lo colocó sobre la
herida, intentando contener la hemorragia. Realmente Leal estaba muy mal y era
evidente que si no se lo atendía como se debía, iba a morir. Fue entonces que reparar
en Joel Iglesias, le pidió que se aproximara y se quedase junto al herido,
presionando el improvisado apósito para evitar que siguiera perdiendo sangre.
En
ese mismo momento cayó Manuel Acuña pero el Che notó aliviado que se estaba
vivo, no así Anselmo Vega, Gustavo Adolfo Moll y Francisco Soto Hernández,
cuyos cadáveres yacían sobre la hierba.
Los
guerrilleros concentraron el fuego sobre la trinchera que tenían delante, desde
donde se les disparaba con mucha intensidad y pese a tener varios heridos
tirados en los alrededores, entre ellos Manals, Cilleros, Maceo, Pena y Hermes
Leyva, comenzaron a recuperar el vigor inicial. Entonces, haciendo acopio de
decisión, se lanzaron al ataque, sabiendo, como asegura el Che, que esa era la
única forma de acabar con la resistencia.
Corrieron
cubiertos por el fuego de la ametralaldora de Guillermo García y alcanzaron la
meta, después que aquel abatiera a tres defensores y matase al cuarto cuando se
daba a la fuga tras abandonar la posición. Esa circunstancia fue aprovechada
por Raúl Castro que al ver a sus compañeros correr en dirección al cuartel, se
lanzó al ataque dividiendo su pelotón en dos en tanto Almeida, herido en un
hombro y en la pierna izquierda, hacía lo propio contra la trinchera de su
sector.
De
esa manera, después de tres horas de combate, la guarnición militar se rindió
poniendo fin a la lucha.
De
aquella trinchera que tan bien se había defendido, salió un soldado sosteniendo
su arma y casi en el mismo momento, se vio flamear un trapo blanco en el edificio
principal.
El
Che se puso de pie y comenzó a caminar hacia el cuartel, seguido por tres o
cuatro hombres con sus armas listas.
Cuando los guerrilleros intimaban a quienes aún resistían para que depusieran las armas, una última descarga abatió a Nano Díaz.
Guardias rurales prisioneros tras el combate de El Uvero |
Cuando los guerrilleros intimaban a quienes aún resistían para que depusieran las armas, una última descarga abatió a Nano Díaz.
El
grupo del Che se encaminó hacia el aserradero para desarmar a los dos soldados
que se habían refugiado ahí y detener al médico del destacamento junto con su
asistente. En el camino que conducía a Chirivico, el grupo de Crescencio Pérez
detuvo a varios soldados que huían y después de desarmarlos, los obligó a
regresar con las manos en alto12.
Fidel
se hallaba en el interior del cuartel cuando el Che y su grupo llegaron con los
prisioneros y mientras impartía una serie de directivas, el argentino se llevo
a un costado a su colega y le pidió que se hiciera cargo de los heridos.
…mis conocimientos de
medicina nunca fueron demasiado grandes; la cantidad de heridos que estaban
llegando era enorme y mi vocación en ese momento no era la de dedicarme a la
sanidad13.
El facultativo cubano le preguntó al Che su edad y
cuanto tiempo hacía que se había recibido.
-Hace algunos años ya – contestó el argentino.
-Mira chico, hazte cargo de todo esto porque yo me
acabo de recibir y tengo muy poca experiencia.
La respuesta descolocó completamente a Guevara. Aquel
hombre, escaso de experiencia, estaba tan asustado que había olvidado sus
conocimientos de ahí que, una vez más haya dejado su arma para dedicarse a su
profesión.
Catorce muertos, diecinueve heridos y una docena de
prisioneros fue el saldo que el ejército pagó aquella jornada, sin contar los
seis hombres que se dieron a la fuga. Por el lado rebelde, perecieron media
docena de efectivos e igual número de combatientes resultaron
heridos. Entre los primeros se encontraban combatientes de experiencia
como Nano y Julio Díaz, Eligio Mendoza, Francisco Soto Hernández, Gustavo Moll
Leyva, Emiliano R. Sillero Marrero y Anselmo Vega Verdecia. Entre los segundos,
los mencionados Manuel Acuña y Mario Leal, Cilleros, Maceo, Hermes Leyva,
Almeida, Enrique Escalona, Manals y Pena.
Si se considera que
nuestros combatientes eran unos 80 hombres y los de ellos 53, se tiene un total
de 133 hombres aproximadamente, de los cuales 38, es decir, mбs de la cuarta
parte, quedaron fuera de combate en poco mбs de dos horas y media de combate.
Fue un ataque por asalto de hombres que avanzaban a pecho descubierto contra
otros que se defendнan con pocas posibilidades de protecciуn. Debe reconocerse
que por ambos lados se hizo derroche de coraje. Para nosotros fue ademбs, la
victoria que marcу la mayorнa de edad de nuestra guerrilla. A partir de este
combate, nuestra moral se acrecentу enormemente, nuestra decisiуn y nuestras
esperanzas de triunfo aumentaron tambiйn, simultбneamente con la victoria y,
aunque los meses siguientes fueron de dura prueba, ya estбbamos en posesiуn del
secreto de la victoria sobre el enemigo. Esta acciуn sellу la suerte de los
pequeсos cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del enemigo y
fueron desmantelados al poco tiempo14.
Aquel enfrentamiento, con sus muertos y heridos, marcó
otra decisiva victoria del ejército rebelde, la primera de importancia, por sus
característuicas y magnitud. Según el Che, aquel combate marcó la mayoría de
edad de la guerrilla, incrementó la moral y de acuerdo a las palabras de Raúl, sirvió
al médico argentino para destacarse como combatiente impetuoso15.
El primer herido que atendió Guevara fue Cilleros, a quien
una bala le había partido el brazo derecho, atravesado el pulmón y dañado severamente
la columna, dejándolo paralítico. Su estado era crítico y sus posibilidades de
sobrevivir nulas.
Lo primero que hizo, para aliviar su siuación, fue aplicarle
un calmante y comprimirle el tórax para que respirase mejor.
A la hora de partir, Fidel convino con el médico militar que
le dejaría a los dos heridos más graves para que los atendiesen conforme a las
leyes militares.
La despedida del Che fue más que emotiva, sabiendo que esa
era la última vez que vería al combatiente con vida.
Cuando se lo
comuniqué a Cilleros, diciéndole las palabras reconfortantes de rigor, me
saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese
momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Lo sabíamos
también y estuve tentado en aquel momento de depositar en su frente un beso de
despedida pero, en mi más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para
el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos
momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta
certeza. Me despedí, lo más cariñosamente que pude y con enorme dolor, de los
dos combatientes que quedaban en manos del enemigo. Ellos clamaban que preferían
morir en nuestras tropas, pero teníamos nosotros también el deber de luchar
hasta el último momento por sus vidas. Allí quedaron, hermanados con los 19
heridos del ejército batistiano a quienes también se había atendido con todo el
rigor científico de que éramos capaces. Nuestros dos compañeros fueron
atendidos decentemente por el ejército enemigo, pero uno de ellos, Cilleros, no
llegó siquiera a Santiago. El otro sobrevivió a la herida, pasó prisionero en
Isla de Pinos todo el resto de la guerra y hoy todavía lleva huellas indelebles
de aquel episodio importante de nuestra guerra revolucionaria16.
Después de despedirse
de sus dos compañeros, los guerrilleros cargaron un camión de la compañía Babún
con mercancías y medicinas, acomodaron en él a los heridos y se alejaron.
Quienes pudieron hacerlo a pie, tomaron caminos alternativos y los contusos lo
hicieron en el vehículo, bajo la supervisión del Che, todos en dirección a sus
escondrigos, en la ladera de la montaña. Mientras lo hacían, aviones de
reconocimiento comenzaron a sobrevolar la región intentando localizarlos.
Notas
1 Era hijo del
diplomático cubano Calixto Eugenio Sánchez y de la británica Helen White.
2 Provincia de
Holguín.
3 Solo tres
expedicionarios del “Corynthia” lograron salvarse gracias a la ayuda del M-26-7,
que se movía en la zona de Dos Caminos y Cabonico, bajo la dirección de
Francisco Gutiérrez. Fueron ellos Antonio
Caseres, Carlos
Octavio Rafull y Fernando
Virelles.
4 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit, p. 81.
5 Presidente
provisional de Cuba tras la fuga de Batista.
6 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit, p. 78.
7 Ídem, p. 84.
8 Felipa Suárez Ramos,
“Combate de Uvero confirmó la posibilidad real de la victoria”, diario
“Trabajadores”, órgano de la central de trabajadores de Cuba, La Habana, 27/05/2012.
9 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit, p. 86.
10 El grupo de
Crescencio recibió la orden de apostarse en esa posición después que su
ametralladora se atascara. Por esa
razón, casi no intervino en el combate.
11 Froilán Escobar y
Félix Guerra, Che, sierra adentro,
Editora Política, La Habana,
1988, p. 93, citado en Pierre Kalfon, op. Cit., p. 212.
12 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit, p. 89.
13 Ídem, p. 87.
14 Ídem, p. 90.
15 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit.
16 Ídem, pp-91-92.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)