¿Es pecado votar por un candidato pro-aborto? Por P. Javier Olivera Ravasi, SE
Introducción
El tema que nos toca se encuentra
enmarcado dentro del campo de la participación política, que es el
ámbito de la moral, es decir, de los actos humanos que, por ende, deben
estar regulados por la virtud de la prudencia, y puntualmente, de la
prudencia política. No nos encontramos en el ámbito de la enseñanza de
la virtud teologal de la Fe o de la santidad de los candidatos, o de un
proceso de canonización electoral.
A raíz de varias consultas y ante las
próximas elecciones presidenciales en nuestro país (escribimos en
Argentina, en Julio de 2019) intentaremos repasar las causas o fuentes
de la moralidad para, luego, sacar algunas conclusiones.
Tres elementos son los que concurren en toda acción humana: el objeto moral (lo que se hace), el fin(para qué se hace) y las circunstancias (lo
que rodea al acto). Por tal motivo, sólo la acción en la cual concurran
la bondad del fin, del objeto (o al menos su indiferencia) y de las
circunstancias, podrá ser plenamente buena.
1) El objeto moral: votar y votar a candidatos malos. ¿Se puede o no?
Es importante recordar que, en moral, el objeto no es una cosa, sino una acción.
En el caso que nos ocupa, el objeto es el “votar”. Y ante esto cabe
preguntarse dos cosas: en primer lugar, “¿es malo votar?” y, en el caso
que no lo sea, “¿qué se vota en cada caso?”.
a) ¿Es pecado votar?
Per se, es decir, de suyo,
parece que no es malo votar; se lo hace muchas veces en la vida diaria,
entre amigos, para elegir qué película ver, entre los hijos, para
discutir a dónde se irá uno de vacaciones, incluso hasta entre los
cardenales al nombrar un nuevo Papa. Es decir: no parece ser malo, per se,
el votar. Se nos podrá decir que, hacerlo en un “sistema democrático”,
ante la ideología nefasta con que el liberalismo lo ha inficionado (vía
“partidocracia”), lo sería; pues entendemos que, mientras no se adhiera a
los principios ideológicos de la “soberanía popular”, de la “igualdad
intrínseca” de los hombres, etc., etc., sería lícito votar dejando de
lado –lo repetimos– el “democratismo” -como lo llamaba el Padre
Meinvielle.
Votar no implica entonces y per se,
adherir a ese nuevo dogma del sufragio universal ni cooperar con el
sistema. De hecho, la inmensa mayoría de los que votan ni siquiera sabe
qué quiere decir eso de la “soberanía popular” o el sufragio universal
y, al hacerlo, simplemente cumplen con un trámite o “consumen” un
producto como podría hacerlo quien bebe Coca Cola o usa cierto sistema
operativo informático, sin por ello estar de acuerdo con las políticas
anti-natalicias y degeneradas que promueven sus dueños. Nadie entendería
que, por usar una cuenta bancaria se haría partícipe –y por ende
culpable– del sistema financiero usurario…
Algo análogo –creemos– sucede con el sistema democrático. Es, si no un accionar bueno, al menos indiferente.
b) ¿Qué se vota?
La acción, es decir, el objeto moral que se realiza, en este caso, es un objeto complejo constituido por muchos intereses. Hay en juego personas, plataformas, promesas, etc. El contenido de
la acción es un “votar algo”, en este caso, un partido que dice
plantear soluciones a la política nacional en vistas del bien común. Un
partido con cosas buenas y malas con gente virtuosa y pecadora.
¿Pero qué pasaría si sólo existiesen
candidatos que, claramente estuviesen, al menos en unos puntos
importantes, en clara disonancia con la doctrina cristiana y la recta
razón? ¿Qué debería hacer un católico? ¿Sería lícito votarlos? ¿Sería
cooperar con un mal el hecho de elegir a algún candidato claramente
contrario a la recta razón y a la moral cristiana? Claramente, como lo
han dicho ya algunos de nuestros obispos[1] –incluso
sin ser de la misma “línea pastoral”-, no se puede cooperar
positivamente con quienes, de un modo claro y abierto se han declarado
en favor de políticas contrarias a la recta razón y a la Fe católica. Es el caso del binomio Macri/Fernández que
han dado en sus plataformas electorales, signos claros, inequívocos y
directos de estar a favor de la política anti-natalicia, máxime habiendo
opciones que –con sus falencias, claro está- proponen lo contrario.
Volveremos sobre el tema.
2) El fin
La segunda fuente de la moralidad es el
fin, es decir, aquello a lo que se ordena todo el acto voluntario, el
objeto no ya de la elección sino de la intención (por ejemplo, el que decide calumniar al prójimo -objeto moral- para que pierda su puesto de trabajo – fin moral).
¿Para qué se vota? ¿Qué lo lleva a uno a votar? Vale tener en cuenta que, en cuanto al fin moral, no hay fines indiferentes:
el fin moral o es bueno o es malo porque los fines son siempre
concretos, rodeados de circunstancias que los determinan. El fin será
bueno cuando sea conveniente con la recta razón y la ley eterna, y malo
si choca con ellas.
Claramente, si el fin es malo, no hay nada más que pensar, a saber, si alguien votase a un candidatopara que siguiese
persiguiendo a los cristianos o profundizando las políticas “de género”
o para que implantase el aborto legal, el mismo fin del acto moral
estaría viciado y, hablando sin vueltas, nos encontraríamos ante una
situación objetiva de pecado.
Pero si uno votase para intentar mejorar
el estado de postración en el que se encuentra su país o a fin de que
el candidato que venga, en cierto aspecto, sea mejor que el otro, el fin
sería bueno, no malo. Sin embargo, el fin no es todo…
3) Las circunstancias
Las circunstancias son las condiciones
accidentales que acompañan todo acto humano (el lugar en que se realiza
una acción, el momento, la condición del actor, etc.) que pueden, por sí
mismas, llegar a modificar la moralidad del acto humano (no es lo mismo
el matar a un delincuente en defensa propia que asesinar a un vecino
porque escucha la música demasiado alto: en ambos casos hay una muerte,
pero las circunstancias cambian su especie).
El
votar en las circunstancias actuales del país, ¿lo llevaría, de por sí,
a pecar a quien lo hiciese? Al parecer, dado el estado actual de
desmoronamiento de las instituciones, no parecería que las
circunstancias cambiasen el acto.
4) ¿Se peca siempre al votar a un candidato pro-aborto?
Los moralistas llaman cooperación al
concurso físico o moral a la obra de otro. En el caso de que la obra de
otro sea mala, la cooperación es, claramente, al mal. Pongamos un
ejemplo: el enfermero que, estando de acuerdo con practicar un aborto y
sin hacerlo él mismo, acerca los instrumentos quirúrgicos; o el que
entra a un banco para asaltarlo pero se queda fuera alertando a los
delincuentes de la llegada de la policía.
En ambos casos hay un mal efectivo, real, concreto con el que no se puede cooperar sin cometer pecado. Es el caso, llamado por los moralistas, de la cooperación formal subjetiva,
a saber, el hecho de concurrir al acto pecaminoso de otro compartiendo
su intención. Pero no es todo. Los autores también hablan de otra manera
de cooperar formalmente: la cooperación formal objetiva.
Hay cooperación formal objetiva cuando se concurre al acto pecaminoso de otro sin compartir su intención pero con un acto que no sólo ayuda sino que no podría darse en un contexto bueno o indiferente. Se trata de un acto intrínsecamente malo como,
por ejemplo, el farmacéutico que vende medicamentos abortivos sin
compartir las intenciones del cliente y sólo para conservar su trabajo;
o, de nuevo, el enfermero que no está de acuerdo con el aborto pero que
facilita al médico los elementos quirúrgicos. Siempre es ilícita, porque
no podría afirmarse que su prestación al pecado es sólo accidental ya
que la acción que realiza no puede terminar sino en el pecado del otro. También en este caso, el votar por un candidato claramente favorable al aborto sería siempre ilícito, aun cuando éste fuese “menos malo” y no se compartiesen sus intenciones pecaminosas.
En el caso de las votaciones de los candidatos pro-abortistas, la Iglesia ha sido más que clara al respecto en el reciente magisterio pontificio de Juan Pablo II al declarar que:
“Nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción realizada, o por su misma naturaleza o
por la configuración que asume en un contexto concreto, se califica
como colaboración directa en un acto contra la vida humana inocente o
como participación en la intención inmoral del agente principal” (Evangelium Vitae, 74)[2].
Se condena aquí la postura tanto de
quien estuviese de acuerdo con la acción mala como de quien, sin
estarlo, cooperase para que se realizara. En ambos supuestos nunca
podría votarse por un candidato pro-aborto.
Por último, existe también una cooperación material que
consiste en concurrir a la obra mala de otro sin compartir su intención
y con un acto que, de suyo, podría encontrarse en un contexto bueno o
indiferente (ej: quien vende alcohol sabiendo que hay personas que harán
mal uso del mismo); ante esto, bastará con que, el actor, moralmente,
ponga los medios para entender que no se abusará de su buen accionar.
Para que esta cooperación sea lícita se requiere que:
a) La acción del cooperante sea, por su objeto moral e independientemente de las intenciones del agente, buena o indiferente.
b) El que obra debe querer únicamente el efecto bueno que se sigue de su acción y rechazar el malo.
c) El efecto bueno que pretende quien
realiza la acción no debe ser consecuencia del malo (no se puede nunca
hacer el mal para que venga un bien).
d) Debe existir una causa proporcionalmente grave al daño que se seguirá de la cooperación material al mal.
Si bien en el planteo electoral alguno
podría hacer un malabarismo mental para sortear los tres primeros
requisitos, nunca podrá, en las actuales circunstancias y habiendo aún
candidatos que se han pronunciado claramente contra políticas las
anti-natalicias, sortear el cuarto: la causa proporcionalmente grave.
En el caso de las actuales elecciones,
claramente, de llegar al poder algunas de las posturas pro-aborto,
pro-ideología de género, etc., seguirán profundizando el mal que ya se
viene produciendo, por lo que tampoco cabría la posibilidad de escudarse
ante una cooperación material excusante.
5) ¿Qué hacer ante dos malos candidatos y un ballotage?
Como hemos visto, en todos los casos anteriores, nos encontramos frente a males futuros, a males que pueden llegar a ocurrir aunque con altísima probabilidad fáctica. Y ante éstos, siempre es ilícito darles nuestro apoyo como católicos (no
se puede votar positivamente, máxime, existiendo otras opciones, por
alguien que abiertamente se plantea con discursos contrarios a la Fe o a
la recta razón).
¿Qué pasaría entonces si uno se encontrase frente a males reales, es decir, actuales?
¿qué pasaría si un grupo de votantes se encontrase ante candidatos que
ya, en acto, claramente han vencido y cuyas políticas se aplicarán y
hasta profundizarán de todas maneras?¿qué pasaría si hubiese que elegir
entre dos candidatos que, de facto, ampliarán el aborto existente,
continuarán aplicando las políticas “de género”, o la mal llamada
“educación sexual integral”, etc.?
¿Se cooperaría al elegir entre dos tiranos en un posible ballotage y no antes? Como dijimos antes si lo hiciese estando de acuerdo con ellos, claro que sí. ¿Y si lo hiciese no compartiendo sus intenciones?
En la Argentina, la inmensa mayoría de
los candidatos se presentan con ideas contrarias a la recta razón y a la
Fe cristiana (salvo algunas honrosas excepciones, como el caso de Gómez Centurión y otros, por
ejemplo). ¿Qué pasaría entonces si dos de sus candidatos (Macri o
Fernández) llegasen a un ballotage? Nos encontraríamos frente a un caso
distinto donde, fácticamente el tema de la agenda pro LGBT, aborto, etc., sería ya un hecho (los
candidatos mayoritarios están claramente a favor); es decir el
panorama, las circunstancias, serían distintas a las de unas simples
elecciones generales, no pudiendo, en ese caso, elegir más que entre dos
opciones: “A” o “B” (salvando siempre la posibilidad de no ir a votar,
votar en blanco o impugnar el voto, claro).
¿Existirían elementos nuevos que permitirían optar entre uno u otro habiéndose decidido ya que el mal, sea quien fuere el gobernante, continuará necesariamente? ¿se podría elegir, en este caso y sin pecar, entre dos tiranos, entre Diocleciano y Nerón? Creemos que,
a fin de amortiguar las consecuencias y en vistas del mayor bien
posible que podría encontrarse mayoritariamente en uno y no en otro (finis operantis),
se podría votar (vgr., buscando un mayor grado de orden institucional,
una mayor transparencia en el gobierno, un mayor ejercicio de la
verdadera libertad, etc.). Con ello simplemente se estaría buscando el
aspecto de bien que uno de los dos candidatos tendría por sobre el otro,
tolerando per accidens, lo malo que le adviene con él, es decir, no eligiendo una propuesta in toto sino sólo su aspecto de bien de uno sobre otro.
Es como si debiese –de nuevo– votar a
dos tiranos perseguidores de los cristianos: Diocleciano está dispuesto a
enviar al destierro a quienes no adoren a los dioses y Nerón a
quemarlos vivos. Hay una opción; un plebiscito, un “ballotage”: ¿pecaría
quien votase por Diocleciano o estaría usando el único medio posible
para alivianar la pena de los cristianos? ¿se harían los votantes
cristianos partícipes de los destierros si ganase el primero o hubiesen
actuado buscando el aspecto de bien que ese tirano tendría al
simplemente desterrarlos? Negarlo parece ilógico.
Ejemplifiquemos aún más: en un embarazo
ectópico, el médico intenta posicionar al bebé para que pueda nacer,
sabiendo que el riesgo de muerte es altísimo. El bebé, lamentablemente,
fallece. ¿Ha muerto un bebé en manos de un médico? Sí. ¿Ha sido
físicamente algo parecido a un aborto?. Sí. ¿Ha sido un aborto? No.
Alguien dirá: «¡Pero si al final el bebé
se murió igual!… ¡Es lo mismo!». «¡Si al final, en un ballotage o en
primera vuelta vas a votar a tal o a cual candidato!¡Es lo mismo!».
Y no…
Quien no logre entender esto es por
falta de discernimiento. No; en un caso el fin es poner fin a una
hemorragia (embarazo ectópico) y la muerte del bebé una consecuencia
indirecta (per accidens), que no fue intentada como medio ni como fin: en un caso se está procurando la muerte de un inocente per se y, en otro resulta un efecto (temido, sí) pero per accidens. En razón de su objeto son dos casos distintos.
Algo análogo sucede en lo planteado, de
allí que, quien votase a un candidato malo por el aspecto de bien que
tuviese, desechando todo lo anteriormente planteado (rechazando sus
intenciones homicidas, no adhiriendo al dogma liberal de la democracia,
etc., etc.), creemos, no pecaría.
Claramente tampoco estaría obligado a hacerlo y, al menos creemos que sería mejor, en este caso último (en el de un eventual ballotage), no votar, o impugnar el voto, o votar en blanco, de modo que quedase marcadamente en evidencia que estos candidatos no representan a una enorme cantidad de ciudadanos.
O… de hacer una buena contra-revolución, como Fuenteovejuna, según anhelamos.
Todo, salvo mejor opinión.
http://www.quenotelacuenten.org
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[1] Mons. Aguer, arzobispo emérito de La Plata; Mons. Martínez Ossola, obispo auxiliar de Santiago delBorrador (1) Estero y Mons. Conejero, obispo de Formosa.
[2] El mismo cardenal Ratzinger en un memorandum dirigido en 2004 al entonces cardenal MacCarrick, resumía esta doctrina diciendo que “un
católico sería culpable de cooperación formal en el mal, y tan indigno
para presentarse a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a
favor de un candidato precisamente por la postura permisiva del
candidato respecto del aborto y/o la eutanasia” y terminaba con un
texto discutido al decir: “but votes for that candidate for other
reasons, it is considered remote material cooperation, which can be
permitted in the presence of proportionate reasons”; dejamos la exégesis
del texto para otro momento por no tratarse de un texto del valor
magisterial como el citado de Juan Pablo II.