martes, 2 de julio de 2019

GUERRA EN LAS ALTAS CUMBRES (1a. Parte)

Dicen Patrick Bishop y John Witherow en La Guerra de Invierno:

Dos días después de la toma de Goose Green el general Moore había dicho en Puerto San Carlos que esperaba que sus fuerzas estuvieran en posición para el ataque final sobre Puerto Stanley el 6 o 7 de junio1.
Los británicos pensaban que la embestida final sobre la capital de las islas iba a ser rápida pero sus pronósticos resultaron demasiado optimistas. Los sucesos del 8 de junio mostraron que la Argentina todavía podía dar pelea, contrarrestar cualquier intento de desembarco y demorar el avance sobre la capital del archipiélago. Sin embargo, la estrategia de sus generales era en extremo limitada y sus fuerzas peligrosamente imprudentes. Según los mencionados autores:
Los argentinos de Puerto Stanley eran increíblemente descuidados a veces. Un día un observador vio a un camión de suministros estacionarse cerca de unas trincheras […] en las afueras de Puerto Stanley y, en sus propias palabras: "El camión abrió sus puertas, los soldados salieron de las trincheras para recibir la comida y nosotros comenzamos a dispararles. Era algo tan impersonal que nosotros simplemente estábamos sentados allí bombardeándolos"2.
Dueños de las alturas próximas a la capital, los británicos creían a sus oponentes desgastados e incluso desmoralizados tras la derrota de Prado del Ganso pero Bahía Agradable los obligó a demorar el asalto, limitándolos a efectuar patrullas nocturnas y bombardeos a distancia. Recién entre el 10 y el 11 de junio, el alto mando decidió iniciar la acometida final.

 

La batalla de Monte Longdon
La madrugada del 11 de junio (04.00 hora argentina) comenzó con intenso fuego naval sobre las posiciones del BIM53. El mismo se prolongó durante todo el día, acompañado por gran actividad aérea y el accionar de las baterías en tierra.
Con las primeras luces asomando por el horizonte, los oficiales de los comandos 42 y 45 así como los del Para 3, emitieron las órdenes para iniciar el ataque esa misma noche. Habían dedicado toda la jornada a estudiar la operación basándose en mapas, planos y maquetas de la región y eso les permitió llegar a una conclusión determinante: era imperioso y necesario lanzar acometer esa misma noche porque en breve sus fuerzas también comenzarían a dar señales de desgaste.
Después de una reunión con la plana mayor, los comandantes de batallones se prepararon para el asalto, transmitiendo las correspondientes directivas a sus unidades.
Se hicieron prácticas simulando ataques sobre terrenos similares al que iban a atravesar, especialmente en elevaciones y peñascos y se despachó al Para 2 en varios helicópteros para unirse a la 3ª Brigada a modo de reserva en caso de que el avance comenzase por el sector norte. Hasta ese momento, sus integrantes pensaban que el asalto sobre Sapper Hill o el monte Williams iba a ponerse en marcha desde Bluff Cove y se alegraron en extremo al saber que los planes habían cambiado.
Cuando todo estuvo listo, ya entrada la noche, el ejército británico inició la marcha, lenta pero firmemente.
Del lado argentino las posiciones del Regimiento de Infantería 7, al mando del teniente coronel Omar Giménez, se disponían a resistir, observando con preocupación el constante desplazamiento de helicópteros en los alrededores del monte Kent, fuera del alcance de sus armas. Como se verá durante las acciones, se trataba de una unidad profesional, especialmente preparada para el combate, dispuesta a resistir hasta agotar sus fuerzas. 
Según el brigadier Thompson, a las 20.01, el Para 3 inició la batalla atacando el monte Longdon por el sector izquierdo. El plan de su jefe, el teniente coronel Hew Pike, consistía en adelantar las tres compañías de fusileros del batallón junto al Cuartel General Táctico, aproximándose al objetivo al amparo de la noche, operación sumamente riesgosa dado porque la cumbre del monte, larga, estrecha y saturada de rocas, solo permitía el paso de una persona por vez. Por esa razón, no quedaba más opción que arremeter de frente por el oeste, evitando los flancos sembrados de minas y las posiciones enemigas apostadas en Wireless Ridge.
De acuerdo a lo planificado, el Para 3 se puso en marcha desde un punto situado al norte del paso de Furze Bush, con la Compañía B lista para asaltar las alturas y la A haciendo lo propio sobre los contrafuertes del norte. Los planes contemplaban dejar a la Compañía C como reserva en la línea de partida, con sus equipos de apoyo provistos de ametralladoras y misiles antitanque Milan al mando del mayor Peter Dennison, que tenía a su cargo unidades menores.
Por detrás del dispositivo se colocó la sección de morteros para desplazarse de manera independiente a medida que las fuerzas avanzasen, mientras los equipos de provisión de municiones y evacuación de heridos al mando del mayor Roger Patton (segundo jefe del batallón), lo harían en vehículos Bandwagons y tractores requisados a los civiles.
Una hora después, el ejército británico se desplazaba a la luz de la luna en dirección a los cerros pero en el momento en que se disponía a adoptar formación de combate, el cabo Brian Milne, jefe del grupo que marchaba a la izquierda de la Sección 4, pisó una mina y el efecto sorpresa se perdió. El sonido de la explosión y los lamentos del soldado, afectado por la pérdida de su pie, pusieron en alerta a los argentinos quienes, de manera inmediata, abrieron fuego nutrido sobre las compañías A y B, dando comienzo a la lucha.
Se entabló, de ese modo, un duro combate con disparos de fusiles, ametralladoras, morteros, granadas y lanzacohetes Law 66 en cuyas primeras acciones cayeron heridos el teniente Andrew Bickerdike, alcanzado en una pierna y el cabo Ian Bailey, en ambas piernas y el estómago.
En ese mismo momento, se cortaron los tendidos telefónicos argentinos dejando a las distintas fracciones comunicadas solamente por radio. Al mismo tiempo se decidió apagar el radar porque los ingleses lo habían detectado y comenzaban a batir la posición con disparos de morteros.
Bajo intenso fuego, personal de comunicaciones intentaba restablecer las líneas, objetivo que se logró parcialmente, al cabo de mucho esfuerzo.
Con los británicos avanzando a toda carrera, la lucha se tornó infernal.
En una trinchera argentina, el cabo Gustavo Pedemonte vio a un royal marine agazapado frente al pozo de zorro en el que se encontraba ubicado junto a tres conscriptos y sin pensarlo dos veces accionó su arma. El sujeto, que se había incorporado, cayó mortalmente herido en su interior, aunque todavía accionando el gatillo de su arma. Fuera de sí y movidos por el espanto, los conscriptos acribillaron su cadáver sin percatarse de que el individuo estaba muerto.
Viendo aquello, el sargento Ian McKay tomó el mando y ordenó avanzar sobre una ametralladora pesada enemiga que estaba causando estragos entre sus filas. Con intención de neutralizarla, reagrupó parte de la Sección 4 y se lanzó al ataque. Si bien logró el cometido a fuerza de disparos y granadas de mano, acabó perdiendo la vida junto al soldado Jason Burt.
Una segunda ametralladora comenzó a concentrar su fuego en el cuartel general de la Compañía B, obligando a su gente a arrojarse al suelo y buscar cobertura entre las rocas. Al mismo tiempo, francotiradores argentinos provistos de fusiles sin retroceso daban muerte a los portadores de una sección de misiles Milan. Como dicen Hastings y Jenkins, “…los ingleses fueron castigados más de una vez por el mismo tirador, terrible demostración de lo certero del fuego argentino”4.
Poco a poco la lucha se fue tornando sangrienta, demostrando ambas partes no estar dispuestas a ceder. Se entablaron combates a muy corta distancia y la cosa tomó ribetes increíbles cuando británicos y argentinos calaron bayonetas y se lanzaron a la lucha cuerpo a cuerpo.
“Para matar debíamos calcular donde meter la punta de la bayoneta, ya que si quedaba entre las costillas, estábamos muertos. No podíamos perder tiempo, metíamos la bayoneta y disparábamos dejando un agujero en el otro cuerpo. Había restos de hombres tirados por todas partes, el olor a carne quemada era terrible” referiría años después el cabo José Carrizo, sobreviviente de la batalla5.
Trinchera a trinchera se repitieron escenas como no se veían desde la Primera Guerra Mundial. En realidad, aquello no parecía una contienda de fines del siglo XX, con toda la tecnología y sofisticación que mostrarían las sucesivas guerras del Golfo Pérsico, los Balcanes y Medio Oriente. La pelea estilo “callejón” se prolongó por más de diez horas con un terrible saldo de muertos y heridos.
La Sección 6, sin mucho batallar, ocupó la cumbre occidental del cerro y mientras ascendían, sus hombres arrojaban granadas contra las trincheras enemigas sin percatarse que habían dejado detrás varios puntos ocupados por los argentinos, quienes les dispararon y les produjeron numerosas bajas. Los que no fueron alcanzados, se arrojaron cuerpo a tierra justo cuando caía sobre ellos fuego nutrido, lo mismo sobre la Sección 5 que se desplazaba por la ladera opuesta y también intentó ponerse a cubierto.
De esa forma, mezclándose con la gente de la Sección 4, los de la 6 trataron de moverse hacia la izquierda, en busca de un terreno más abierto que descendía en dirección este, pero los argentinos percibieron el movimiento y apuntando sus ametralladoras de 12,7 mm, las medianas GPMG y un cañón antitanque de 105 mm, dispararon, apoyados por los francotiradores apostados en la ladera opuesta. Fue allí donde cayeron el teniente Bikerdocke y algunos de sus hombres.
Muerto el sargento McKay, a su par Des Fuller se le ordenó hacerse cargo de lo que quedaba de la Sección 4 y al frente de ella intentó apoderarse de la ametralladora pesada que batía su sector pero fue contenido con cinco bajas a cuestas. Cuando su segundo, el cabo Stewart McLaughlin quizo hacer lo mismo, también fracasó por lo que ambas secciones (4 y 5) debieron retroceder. Se las reagruparía y adosaría al resto de la Compañía para batir al enemigo con fuego de artillería y metralla, hasta ablandar sus posiciones y de esa manera, asaltar su flanco izquierdo.
Se generó entonces un intenso duelo de artillería que incluyó el de las piezas navales de 115 mm.
Al cabo de una hora, el mayor Mike Argue organizó tres secciones con las cuales reinició el asalto por la izquierda, en tanto el teniente Mark Cox y el cabo Kevin Connery se abrían paso lanzando granadas y disparando sus Law de 66 mm.
En un determinado momento, el fuego cesó y eso hizo creer a los británicos que los argentinos estaban abandonando sus posiciones, razón por la cual, adelantaron el cuartel general de la compañía pensando que la batalla, al menos por ese lado, estaba finalizando. Recibieron sobre sí una andanada extremadamente violenta que les provocó numerosas bajas y los obligó a regresar a su posición original. Intentando socorrer a sus compañeros, el teniente coronel Pike lanzó al ataque a la Compañía A, ordenándole cruzar la línea de partida en dirección a los contrafuertes ubicados al norte, mientras caía sobre ellos una lluvia de proyectiles.
Cuando llegaron a la cima, el combate se tornó tan intenso, que obligó a los británicos a buscar refugio entre las piedras y los accidentes geográficos.
El poder de fuego de los argentinos fue tal que a Pike ordenó la retirada, obligando a la Compañía A a contornear el extremo occidental del monte y dejarla peligrosamente expuesta antes de ocupar el sector oriental.
Bajo la acción de la artillería y las ametralladoras argentinas, el jefe de la Compañía B cuyas órdenes eran ocupar la posición que aquella había dejado, se desplazó hasta donde se encontraba el mayor Argue y le explicó la situación. Era evidente que cualquier intento de flanquear el lado norte de la montaña resultaría inútil y por esa razón la Compañía A debería limitarse a combatir siguiendo la línea de las elevaciones hacia el oeste.
Ni bien la sección de artillería del capitán Freer (segundo jefe de la Compañía A) y el teniente Lee estuvo lista, la Sección 1 inició la marcha dejando al resto de la unidad encargada de despejar el terreno para no dejar enemigos a sus espaldas, como sucedió anteriormente, esto a fuerza de granadas y bayonetas6.
Fueron los argentinos, entonces, los que se vieron obligados a replegarse y tomar ubicación al otro lado de las sierras, para entablar combate cuerpo a cuerpo con las secciones 1 y 2.
A las 21:30 horas el Subteniente Juan Domingo Baldini, jefe de la 1ª Sección del RI7, informó al puesto de mando que los ingleses se hallaban cerca de sus posiciones y se aprestaba a llevar a cabo un contraataque sobre su flanco derecho. Baldini y su gente se hallaban empeñados en combate cuerpo a cuerpo y por esa razón la comunicación se cortó.
El combate se tornaba cada vez más difícil para los argentinos, dada la carencia de visores nocturnos; aún así, el ímpetu del ataque enemigo fue contenido, forzando a los británicos a aferrarse al terreno.  
En vista de ello Baldini, que multiplicó sus esfuerzos para alentar a sus hombres, decidió desalojar a las fuerzas oponentes de las alturas recientemente conquistadas y para ello conformó un pequeño pelotón con soldados de su sección e infantes de marina, a cuyo frente se lanzó al ataque, seguido a corta distancia por el cabo primero Darío Ríos y el cabo Orozco. De esa manera llegó hasta donde se encontraba una ametralladora MAG que había estado accionando el herido suboficial Flores y una vez allí, se hizo cargo de ella y comenzó a disparar, sin embargo, al cabo de unos minutos, se le trabó.
Intentó reparar el problema con su cuchillo de campaña y como no lo logró, tomó la Browning 9 mm y oprimió el gatillo. Cuando se dio vuelta para socorrer a Flores, una ráfaga proveniente de una distancia de siete metros, acabó con su vida. Otra bala alcanzó a Ríos y una bayoneta terminó con Orozco. Eso obligó al resto de la fracción a detener el avance y buscar cobertura formando un semicírculo en torno a Flores, mientras se respondía la acción tirándole a todo lo que se movía. 
No lejos de allí, Kevin Connery distinguió movimientos a 25 metros de distancia. Cuando dio la voz de alto, alguien le respondió en español: “¡¡Andate a la p… que te parió, inglés de mierda!”. Connery oprimió el gatillo y el argentino cayó. Al instante apareció otro al que también intentó abatir pero, para su asombro, después de dispararle una descarga, el individuo se levantó.
El espantado Connery hizo fuego otra vez, apoyado ahora por su compañero Johnny, pero para el asombro de ambos, el sujeto volvió a incorporarse, ahora sobre sus rodillas y levantó su arma para volver a tirar. Johnny lanzó un grito y le arrojó una granada que lo golpeó y rebotó sobre el cuerpo de su oponente, cayendo a la turba sin explotar. El soldado argentino se arrastró hasta la granada, la tomó y cuando estaba por devolvérselas, estalló en su mano, matándolo en el acto. Los ingleses, mudos de asombro e impresionados en extremo, se miraron sin decir nada, sorprendidos por tanto arrojo. “Si los demás argies combaten así, vamos a tener una larga noche”, le dijo Kevin a su amigo7.
En pleno intercambio de disparos Jerry Philips dejó su fusil y su puesto de francotirador para asistir a los numerosos heridos que yacían sobre el terreno. Aquello parecía un verdadero infierno. 
Sobre la medianoche, el jefe del Subsector Plata 2 (el área de defensa a cargo del RI7 se denominada “Plata” y estaba dividida en tres subsectores), mayor Carlos Carrizo Salvadores, ordenó al teniente Hugo Quiroga, jefe de la 1ra Sección de la Compañía de Ingenieros 10, lanzar un nuevo contraataque sobre el sector de la 1ra Sección, a efectos de recuperar sus posiciones y posibilitar el repliegue ordenado de sus efectivos.
Bajo intenso fuego, Quiroga reagrupó a su personal y se lanzó al ataque subiendo la pendiente a través de un terreno irregular que dificultó notablemente su desplazamiento. Aún así, la fracción entabló combate a escasa distancia del enemigo y lo hizo retroceder con fiereza. Sin embargo, cerca del objetivo, debió detener el ataque porque los británicos iniciaban la presión sobre los flancos. De esa manera, se produjeron intensos combates cuerpo a cuerpo, que ocasionaron numerosas bajas en ambos bandos.
Quiroga logró su cometido; su fracción logró contener la embestida y estabilizó la situación en ese punto.
Desde la 23.00 horas, las posiciones argentinas comenzaron a ser presionadas con fuerza por el oeste, el suroeste y noroeste aunque por varias horas la situación se mantuvo estable.
A medida que pasaba el tiempo, la lucha iba adquiriendo una intensidad realmente infernal. Horacio Cañeque, ingeniero civil de 23 años, insultaba a los ingleses en su propia lengua, tanto, que aquellos lo creyeron un boina verde norteamericano.

-American green beret? (¿boina verde norteamericano?), preguntó en voz alta el sargento John Pettinger, pegado a una roca.

-No, argentino, hijo de remil p…- fue la respuesta.

Junto a Pettinger se encontraba el cabo Vincent Bramley (autor de Viaje al infierno) que disparaba incesantemente su MAG. El oficial Alejandro Rosas y el cabo Oscar Mussi le devolvían las atenciones desde un pico rocoso, obligándolos a mantenerse a cubierto.
En otro sector Carrizo Salvadores, Félix Barreto, el cabo Oscar Carrizo y otros soldados intentaron una acción suicida:

-Gente –dijo el primero- tratemos de rescatar a algunos hombres y retirarnos en orden. Vos, Barreto, dispará en cobertura.

Lamentablemente, el fuego enemigo les impidió todo tipo de movimiento y los obligó a ponerse a cubierto, cosa que Carrizo Salvadores aprovechó para impartir una nueva directiva:

-Es preciso salvar la vida de la mayoría y retroceder. Sargento, ordene a la tropa replegarse. ¡Ya!

La orden se cumplió al instante, y a los gritos se retransmitió a aquellos que seguían combatiendo a la distancia:

-¡Vamos, que en la próxima nos pasan por encima!

El conscripto Jorge Suárez obedeció sin vacilar, pero enseguida se dio cuenta que su amigo Daniel Massad no salía de su pozo:

-¡¡Vamos Daniel –le gritó- Apurate que nos barren!! ¿Qué  pasa?

-¡¡Mirá, los flacos de abajo –contestó su amigo- No oyeron la orden de repliegue y siguen en sus puestos!!

-¡¡Quedate acá que voy a avisarles!!

Suárez se lanzó carrera abajo y llegó a las posiciones que aquellos ocupaban.

-¡¡Vamos, muchachos. Hay que replegarse!! – les dijo una vez a su lado.

Todo el mundo obedeció y empezó a salir de los pozos, mientras Suárez los iba palmeando para darles ánimo. Cuando salió el último, se dispuso a seguirlo pero una ráfaga de metralla lo alcanzó de lleno. Al caer herido, sostenía entre sus manos su doble rosario.  
Comprendiendo que esa situación no podía durar demasiado, el jefe del Subsector Plata 2, carente de reservas, solicitó refuerzos al teniente coronel Giménez (jefe del RI7), para intentar otro contraataque sobre las contenidas fuerzas británicas. Eran las 02.00 del 12 de junio cuando llegó a su puesto el subteniente Raúl Castañeda, jefe de la 1ra Sección C/RI 7, que venía desde el Subsector Plata 1, hostigado por fuego enemigo. De esa manera, se lo impuso de la situación y se le ordenó ejecutar un contraataque en dirección noroeste, buscando envolver a los efectivos enfrentados por la Sección de Ingenieros y lo que quedaba de la 1ra Sección del RI7 (Compañía B).
En ese momento, los jefes de la 2ª y 3ª Sección, sargento primero Raúl González y teniente primero Enrique Neirotti, contenían el avance de un pelotón que pretendía sobrepasar sus posiciones. Neirotti accionaba una ametralladora MAG cuando, repentinamente, un inglés se incorporó y con mucho coraje comenzó a correr hacia él con la evidente intención de arrojarle una granada. En una fracción de segundos le apuntó y prácticamente lo cercenó en dos.
El británico cayó cerca suyo y allí quedó tendido, gritando espantosamente. Ni Neirotti ni sus soldados se movieron porque el fuego era intenso y se los impedía, pero el primero siguió tirando hasta que cayó herido. El marine agonizó durante horas y finalmente murió, sin recibir atención.
El sargento primero Raúl González también fue alcanzado por los disparos pero al igual que Neirotti, sus heridas no fueron tan graves y sobrevivió. El mando de sus fracciones quedó bajo las órdenes de los suboficiales más antiguos, en tanto recrudecía la acción en ambas posiciones.
A las 03.00, la sección del teniente Castañeda llegó a la primera línea británica y entabló duros combates cuerpo a cuerpo intentando evitar que el enemigo cercase por el norte a la Sección de Ingenieros.
Los ingleses retrocedieron y para cubrirlos, la artillería comenzó a batir el sector ocupado por la gente de Castañeda. El fuego de morteros fue tan intenso, que los forzó buscar refugio aunque posteriormente reiniciaron el ataque, generalizándose la lucha de manera infernal.
El soldado Mark Eyles-Thomas esperaba la orden de entrar en acción aferrando fuertemente su fusil automático. Así relató sus experiencias al término de la guerra: 

El Monte Longdon apareció  en la obscuridad, mi corazón se aceleró y el miedo se estableció.
Entre las rocas en la cima escarpada, protegidos por bunkers fortificados, 600 soldados argentinos estaban esperando a mi batallón.
A pesar de nuestra moderna tecnología y armamento sofisticado, esta batalla iba a ser solo de hombres, cara a cara, cuerpo a cuerpo, metro a metro.
¿Qué hacía yo en esta posición, miles de kilómetros de casa y la gente que amaba? A los 17, no estaba listo ni siquiera para ver una película con clasificación X o beber una copa en el pub de mi barrio.
Sin embargo, en cuestión de minutos, yo podría hacer el último sacrificio para mi país. ¿Cómo podrían mi madre y mi hermana hacer frente a la noticia de mi muerte?
Mi cuerpo se estremeció. Traté de controlar mi respiración, pero mi ansiedad era demasiado grande.
Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba la orden de avanzar.
Su moral [la de los argentinos] se espera que fuera baja y de débil resistencia. Se nos aseguró también que no había campos de minas.
Con el apoyo de misiles Milan y morteros, además de fuego sostenido de nuestras propias ametralladoras se esperaba que el Para 3 fuera a atacar a pie.
Para ayudar a la sorpresa, el ataque sería en silencio, lo que significaba que las posiciones argentinas no serían bombardeadas por la artillería.
Al amparo de la obscuridad, nuestro pelotón, 4 Pelotón B, avanzaría a lo largo del borde norte de la montaña antes de trasladarse hacia el sur hasta un punto intermedio conocido como Fly Half.
Allí se uniría con las fuerzas del 5 Pelotón para continuar el avance hacia la cumbre, con nombre en código Full Back. Nuestra empresa consistía en atacar  una cumbre más pequeña, conocida como Wing Forward.
Justo después de la medianoche iniciamos el avance en formación escalonada. Menos de cinco minutos después hubo una explosión seguida de gritos de dolor.
Mi comandante de sección, el cabo Brian Milne, había pisado una mina anti-personal. La inteligencia se había equivocado y el elemento de sorpresa quedó eliminado.
Inmediatamente después, rondas tras ronda de balas de ametralladoras argentinas cayó sobre nosotros y las bengalas iluminaron el cielo. Me dejé caer sobre el terreno. Monte Longdon y nuestro objetivo inicial, Fly Half, todavía se encontraban a 100 metros a mi derecha.
Nuestra sección, ahora en los espacios abiertos del campo de minas, era vulnerable a los disparos del enemigo.
El Cabo Milne gritaba en medio de horrendos gemidos de hombres que sufrían a causa de las graves heridas.
Nos quedamos allí, en el frío y la hierba húmeda, incrédulos de lo que se estaba desarrollando ante nosotros.
Situado junto a mí, mi amigo Jason Burt se volvió y dijo que iba hacia donde se encontraba el cabo Milne para inyectarle su morfina.
Minutos más tarde Jas llegó junto al herido y le dijo: “Si puedo aliviar algo de su dolor. Yo voy a darle lo mío”.
Como todo soldado sabe, la morfina syrette que se lleva en el cuello es para su propio uso. Así estaban las cosas; había que ser muy valiente para dar su propia morfina en una fase tan temprana de la batalla a un compañero.
Ron Duffy lo arrastró hacia nosotros. “Creo que perdió la parte inferior de la pierna” – le susurró Jas- “OK, muchachos, no digan nada de lo que han visto aquí”, dijo Ron. “Seria malo para la moral”.
Rompimos nuestra posición a los pies de la montaña para unirnos al resto de nuestro pelotón. Para entonces se había desatado el infierno arriba nuestro.
Los hombres gritaban “¡Muévanse a la izquierda!” o “Contra el bunker de la derecha!”, mientras el caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguidas por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones.
De vez en cuando se escuchaba el golpeteo fuerte de una gigantesca bestia diseñada para destrozar aviones en pleno vuelo: la ametralladora pesada calibre.50. El enemigo había encontrado un nuevo objetivo para el arma: nosotros.
Se nos dijo que nos moviéramos alrededor de la esquina de una pared de roca formada por una pequeña cresta rocosa. Una vez en el lugar, llegó la orden de cargar de frente hacia el enemigo, teníamos una posición argentina de calibre 50 a sólo 30 metros de distancia.
Los hombres que estaban detrás de mí y a mi izquierda, calaron sus bayonetas que brillaban bajo la luna. Jas estaba inmediatamente a mi derecha inmediata, esperando todos la orden de atacar.
En la Primera Guerra Mundial se daban las órdenes por medio de un silbato, con lo cual los soldados se lanzaban contra el enemigo, Más de 60 años después, estábamos haciendo básicamente lo mismo, pero sin el silbato.
-¡Carga!. Como ya he dicho, subimos la cresta y corrimos hacia el enemigo disparando nuestras armas, sin pensar en nada. Sin dudas, sin miedo, como un robot.
Mientras cruzaba el suelo delante de su posición, los argentinos dispararon contra mí. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas.
Tomando cubierta detrás de un macizo de rocas, miré hacia atrás a través de la obscuridad sobre la tierra, después de pasar junto a los heridos y cuerpos inmóviles.
Consideré romper la cubierta y recordé vagamente a Jas, que estaba a mi derecha.
-¡Jas! -grité. No me respondió.
-Tom, ¿eres tú? -preguntó una voz. Tom era mi apodo.
-¿Eres tú, Scrivs? -pregunté.
-Sí, soy yo. Estoy aquí con Grose. Ha recibido un disparo.
Me arrastré de nuevo en busca de Jas y lo encontré acostado boca abajo a 30 pies de donde yo me había cubierto.
Lo llamé, pero no tuve respuesta. Mientras me acercaba temía lo peor.
-¡Jas! -dije esperando que me contestara. Una vez más nada. Agarre su ropa, su cuerpo se desplomó hacia mí con sus brazos a ambos lados. Una descarga de ametralladora 0.50 había penetrado en su casco, matándolo instantáneamente.
Me quedé mirando a Jas, incapaz de desprenderme de él. A medida que la sangre le corría por la cara, recordé una de las muchas escenas que había visto en la noche durante nuestra formación en el Brecon Beacons.
Nos habíamos jurado cuando uno muriera que el otro le quitaría placas de identificación para entregárselas a sus padres como un recuerdo de su último acto de valentía.
Me preparé, pero debido a sus lesiones, no pude. No me atreví a hacerlo. Mental y físicamente, la tarea era demasiado. 
Me disculpé y lo dejé ahí, boca abajo.
Me arrastró hasta Scrivs, que estaba con Grose en el centro del campo de batalla.
-¡Creo que [Jas] ha recibido un disparo en el pecho, dijo Scrivs.
Cada vez que sonaba un disparo, Scrivs se arrojaba sobre Grose para protegerlo. Era un francotirador disparando contra nosotros todo el tiempo.
Con la posición de la ametralladora ahora en silencio, se oía a otros miembros del pelotón heridos gimiendo y pidiendo ayuda.
La habíamos eliminado. Grose había sido herido, gemía por el dolor y tenía dificultad para respirar. Pedía que no lo moviéramos pues herido en los pulmones podían llenarse de sangre y ahogarse.
-Tranquilo amigo, volverás a disfrutar de su fiesta de cumpleaños – le dijo Scrivs en tono de broma preguntó.
Grose intentó reír, pero el dolor era demasiado.  
El que inmediatamente pereció fue Scrivs a causa de una explosión. Así relata Eyles-Thomas lo sucedido: 
Me quedé sin poder creer lo que había sucedido. Hacía un minuto yo estaba hablando con Scrivs con mi mano en su hombro, y al siguiente el siguiente ZAP, se había ido.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Dondequiera que miraba, había soldados heridos.
Grose me miró y me preguntó por Scrivs. No quiero decirle nada, pero se dio cuenta al verlo en mis ojos. Grose entornó los suyos, y dolorido la pérdida de un amigo, dejó caer unas las lágrimas. Yo también lloré.
-¿Dónde? esta el maldito helicóptero? -preguntó.
-Ya viene, Grose-mentí.
Los disparos de los francotiradores resonaban por todas partes, los demás miembros del pelotón cubrieron a Grose con un poncho y lo llevaron barranca abajo, el pie de la colina para ponerlo a cubierto a resguardo del viento detrás de un conglomerado de rocas.
Alrededor de las 03.00Z a.m. Grose comenzó a perder la conciencia.
-Mantén tus ojos abiertos -le dije, temeroso al ver que se iba -Si te duermes perderás el helicóptero.
Grose me miró y dijo:
-Está  bien Tom, sé que viene el helicóptero.
Dejando a Grose por unos momentos, corrí en torno al puesto del regimiento en busca de un médico. Contra una pared de roca junto a un grupo de soldados heridos encontré uno con la cabeza entre las manos, totalmente agotado.
-No hay vendas y la morfina se está acabando – le dije.
Me fulminó con la mirada y a regañadientes me siguió hasta donde estaba Grose. Revisó su boca para comprobar sus vías respiratorias. Y en ese momento [Grose] tosió y escupió un coágulo de sangre. El médico se incorporó, se volvió hacia mí, sacudió la cabeza y se retiró dando a entender que no había nada que hacer.
En ese momento lo odié más que a nuestros enemigos. Tomé la cabeza Grose y lo acune como lo haría con un hermano. Él se agitó en un último intento desesperado, luchando contra de su lesión.
-Gracias, Tom – me dijo mientras lo sujetaba en mis brazos, antes de lanzar su último aliento. No lo quise soltar, pues esperaba en vano que volviese a la vida.
Las lágrimas asomaron en mis ojos y después un aumento enorme de la emoción, lloré incontrolablemente. Lloré por Grose, lloré por sus padres, lloré por su hermano y lloré por su hermana.
Sostuve firmemente a Grose por última vez, puse su cabeza suavemente en el suelo, lo besé en la mejilla y le dije adiós. Quedó acostado con la cabeza hacia abajo, cubierto por el poncho que le arrojé encima.
El sargento Fuller, que tras la muerte del sargento Ian McKay, se había hecho cargo de Pelotón 4, reunió a los hombres restantes para reiniciar el avance.
La porción de tierra que disputábamos había sido ocupada de nuevo por las tropas argentinas. El capitán McLaughlin nos condujo a una posición de liderazgo.
Yo había perdido mi rifle cuando estaba con Grose, pero me entregaron una pistola Browning 9mm con nueve rondas de municiones.
Los hombres me pasaron y avanzamos con sigilo, fusiles en ristre. Inmediatamente después sonó un disparo seguido de una andanada de fuego. El soldado líder cayó muerto con una bala en la frente y otras víctimas sufridas graves. El avance se detuvo. Estábamos perdiendo la batalla.
El batallón fue detenido y forzado a replegarse hacia abajo obligando a los grupos de apoyo a disparar sus misiles Milan y abrir fuego de ametralladoras.
Una vez más, la Compañía B se lanzó hacia delante. Desde su posición más alta en la ladera, el Pelotón 5 brindó fuego de cobertura y se hizo cargo del asalto. Un contraataque argentino fue detenido y finalmente reprimido.
En las primeras horas de la mañana, la cumbre fue finalmente tomada.
En total, 23 hombres de 3Para murieron y resultaron heridos 47. Los argentinos perdieron 31 con 120 heridos y 50 prisioneros.
La realidad de que nunca volver ver a mis amigos me golpeó. Sufro la reiteración de la batalla en mi mente y comencé a tener pesadillas la primera noche después de los combates en Monte Longdon y he vivido con ellas desde entonces.
Me sentía culpable por no haber retirado las placas de Jas y por no comprobar el pulso de Scrivs. También me sentía responsable por no haber podido salvar a Grose. Había defraudado a mis amigos.
Las imágenes de la batalla toman vida en tu mente y te conviertes en esclavo de ellas. Tienes miedo de apagar la luz, o cerrar los ojos, sabiendo que tan pronto como te relajas, la mente comience a divagar y te devuelva al fondo de la batalla.
Solía despertaba sobresaltado en medio de la noche, bañado en sudor o gritando. Una vez que el momento pasaba, las lágrimas afloraban. No he recibido ningún tipo de asesoramiento del Ejército y hasta me sentí traicionado por el batallón. Yo había firmado por tres años y no pude dejarlo.
Más de seis meses después de Longdon, me casé con mi novia Laura y tuve dos hijos.
Las Falklands me había cambiado de manera irrevocable, y después de dos años y medio nos separamos. Al mismo tiempo, dejé el Regimiento de Paracaidistas y comencé a trabajar en una empresa de seguridad privada.
Me he vuelto a casar, tengo dos hijos más y fundé mi propia empresa, que emplea a 300 personas.
La persona con la que me casé en 1990, por coincidencia, en el aniversario de la batalla de Longdon ha sido testigo de mis pesadillas, mis recuerdos, las depresiones y la culpa. Pero ella me ha apoyado en todo y somos muy felices. 

A las 05:00 horas los británicos atacaban por el norte, el oeste y el sudoeste, lanzando el grueso de su gente mientras la artillería batía las posiciones argentinas con fuego nutrido.
Si bien estas últimas lograron resistir, sus defensas fueron infiltradas en varios puntos y eso las mantuvo aferradas, sin recibir ningún otro refuerzo porque los mismos ya habían sido consumidos y la munición comenzaba a escasear. Se imponía la necesidad de un reabastecimiento que en esas condiciones comenzaba a resultar imposible de llevar a cabo y aun cuando la artillería había logrado neutralizar el avance inglés, no fue suficiente como para rechazarlo definitivamente.
Con las bajas acumulándose considerablemente, a las 06:30 horas Puerto Argentino ordenó a Compañía B del RI7 iniciar el repliegue hacia Wireless Ridge. En ese punto, las fuerzas argentinas intentarían reagruparse y encarar los inminentes combates. Y eso fue lo que se hizo en tanto el Grupo de Artillería Aerotransportado 4, batía las avenidas de aproximación desde el oeste y noroeste.
Entre las 06.45 y las 08.00 horas, los efectivos de la Compañía B (RI7) comenzaron a desprenderse, quedando numerosas posiciones cercadas.
Solo 90 hombres de los 300 efectivos que habían combatido en Longdon alcanzaron Wireless Ridge. El resto yacía muerto, herido o cercado. En vista de ello y del estado físico de la tropa, habiendo soportado tanto dolor, sacrificio y tensión, el teniente coronel Giménez decidió ordenar el repliegue a Puerto Argentino para reorganizar a su gente y permitirle su recuperación.
Una vez asegurado el extremo oriental del monte, la Sección 3 de la Compañía A británica se adelantó para ocupar y retener la ladera que descendía en dirección a Wireless Ridge mientras el resto de la compañía se atrincheraba y aguardaba nuevas directivas.
Así llegaron las primeras luces, en medio de una espesa niebla que dificultó notablemente la acción de la artillería argentina asó como la función de los observadores que reglaban apostados en Tumbledown. Sin embargo, según refiere el general Thompson, a medida que fue despuntando la mañana, sus disparos se tornaron tan precisos, “pesados y amenazadoramente exactos”, que los ingleses comprendieron que avanzar en esos momentos sobre Wireless Ridge iba a ser imposible.
La batalla de monte Longdon había sido espeluznante. Fueron doce horas de lucha en las que se combatió con extrema ferocidad, llegando incluso al enfrentamiento cuerpo a cuerpo, según se ha dicho, en medio de la obscuridad y bajo intenso fuego cruzado. Los argentinos tuvieron 31 muertos y 60 heridos además de 39 prisioneros. Por el lado británico los muertos fueron 23 y los heridos 47, muchos de ellos de gravedad.
Aquella mañana, mientras se disipaba la bruma, una procesión de camilleros ingleses subía y bajaba las laderas transportando hombres ensangrentados o mutilados que junto a los cautivos, eran conducidos a retaguardia. En esas circunstancias, durante la batalla y aún después de finalizada, algunos royal marines ejecutaron a efectivos argentinos heridos y en algunos casos, prisioneros.
Vincent Bramley relata algunos de esos casos e incluso asegura haber participado. Todo se debió al fragor del combate y el alto nivel de adrenalina que dominaba a los combatientes porque no hubo ninguna orden en ese sentido, ni del alto mando británico, ni de los oficiales superiores, ni de los jefes de pelotones. Se trató de acciones individuales (y en algunos casos colectivas) de soldados descontrolados que obraron por impulso. Aún así, fueron actos reñidos con la moral del combatiente y con lo establecido por las convenciones internacionales, que debieron haberse penalizado.
De las 31 bajas fatales argentinas en monte Longdon, al menos media docena fueron cobardemente ejecutados cuando estaban heridos y desarmados. Las fuerzas británicas habían sufrido tremendas pérdidas en esta guerra y sus combatientes estaban furiosos y necesitados de descargar su ira. Lo mismo ocurrió del lado argentino cuando los efectivos de RI25 acribillaron en San Carlos a los pilotos heridos de uno de los helicópteros abatidos y el soldado de la fracción del subteniente Vázquez que estuvo a punto de correr hacia uno de ellos para cortarle las orejas y quedárselas como trofeos. Cosas propias de toda guerra.
  

Los combates del cerro Dos Hermanas
Para capturar el monte Dos Hermanas, una elevación de dos picos redondeados con laderas sumamente agudas y cinco cadenas de rocas, los británicos lanzaron un ataque en tres puntas siguiendo planes elaborados por Andrew Whitehead.
A las 21.00 la Compañía X del Comando 45, que llevaba una sección de misiles antipersonales Milan, recibió la orden de atacar el pico del sudoeste; la Compañía Z debía hacerlo propio sobre la cadena occidental, es decir, el segundo pico y la Compañía Y la oriental, sin contar con el apoyo de fuego de artillería.
El Comando 45 dejó sus posiciones en el monte Kent y Bahía Agradable (Bluff  Cove) a las 10.00, para avanzar en dirección al punto de reunión fijado al norte de la primera elevación, donde Whitehead acababa de establecer una base de patrullas. La Compañía X marcharía hacia el este, desde las faldas del Kent y el puente del río Murrell, pasando entre esa elevación y monte Challenger con el objeto de atraer sobre sí la atención del enemigo.
La marcha se hizo sumamente dificultosa y demandó cerca de seis horas (se había iniciado a las17.00), en lugar de las tres previstas por Ian Gardiner, su comandante.
Durante el avance, un hombre perdió el equilibrio y cayó por los acantilados, quedando tendido sin conocimiento. Se lo pudo hacer reaccionar y la columna reanudó la marcha pero debido al atraso, Gardiner debió romper el silencio de radio y establecer contacto con Whitehead, situado al sudeste del puente de Murrell con la Compañía Z. Gardnier informaba sobre los progresos de su desplazamiento cuando cayó sobre ellos un nutrido fuego de ametralladoras, que los obligó a buscar protección. Le ordenó a la Sección 3 de su compañía retroceder e inmediatamente después mandó a la Compañía Z accionar sus morteros. Los hombres del teniente Chris Caroe comenzaron a tirar pero al poco tiempo dejaron de hacerlo porque las bases y soportes de sus piezas se hundían en la turba.
Mientras ordenaba abrir fuego con los misiles de 66 mm, Caroe llevó a su gente colina arriba pero los argentinos detuvieron su avance con disparos de 105 mm, obligándolos a refugiarse entre las rocas. Se entabló entonces un duro enfrentamiento que cobró intensidad a medida que pasaban los minutos y amainó cuando los británicos lograron deshacerse de los apuntadores de las ametralladoras que los mantenían aferrados al terreno.
Con la Compañía X empeñada en combate, Whitehead dispuso que la Y y la Z, al mando del teniente Cole, iniciaran el avance. En tanto eso sucedía, la artillería argentina tronaba sin cesar, retrasando el desplazamiento británico.
Las unidades treparon la colina al grito de guerra de “¡Zulu, Zulu!” mientras iban tomando una a una las posiciones enemigas. En esa fase de la lucha, la Compañía Y no sufrió ninguna baja pero la Z tuvo un muerto y dos de sus tres comandantes heridos.
Según Thompson, los argentinos se distrajeron al ver a sus compañeros combatiendo con la Compañía X y no percibieron el avance de la Y y la Z, a las cuales Whitehead les había ordenado mantener sus posiciones y en especial a la primera asegurar el objetivo.
El cabo Hunt de la Sección 8, escudriñaba el campo a través de sus binoculares IWS de visión nocturna cuando detectó movimiento sobre el flanco derecho, cerca de la línea del horizonte. En vista de ello, el teniente Clive Dytor, jefe de la compañía, se arrastró hasta su posición y tomando los largavistas, detectó varios puestos argentinos, entre ellos el de una ametralladora pesada de 12,7 mm.
Después de mandar suspender el fuego, envió a retaguardia a un sargento para que le informara a Cole lo que habían descubierto. Justo en ese preciso momento, una bengala argentina cayó delante de la Compañía Z iluminando el lugar con intensidad.
Una lluvia de explosivos se abatió sobre los británicos cuando Dytor ordenaba a su gente disparar. Las piezas de 12,7 los obligaron a arrojarse cuerpo a tierra y mantenerse pegadas al terreno.
Dytor pidió al teniente Baxter que en su calidad de observador avanzado orientara el fuego de la artillería sobre el extremo oriental de las posiciones argentinas y casi al mismo tiempo se levantó y se lanzó a la carrera porque sabía perfectamente que de mantenerse en la misma posición, acabaría por ser aniquilado. Toda su sección se incorporó y echó a correr detrás suyo, siempre al grito de “¡Zulu!”.
Los hombres de Dytor llegaron a una concavidad bastante pronunciada y ahí se cubrieron mientras los proyectiles de la artillería enemiga silbaban amenazadoramente sobre sus cabezas. En ese momento, Cole hizo adelantar a la Sección 7 y le ordenó atacar las posiciones que tenía enfrente.
Cuando esos hombres partieron a la carrera, el combate en Dos Hermanas alcanzaba su clímax, con municiones de 105 mm, GPMG, MAW de 84 mm y LAW de 66 mm, volando por todas partes.
En ese momento, la Compañía Y marchaba por la derecha pero el fuego de morteros la detuvo, provocándole numerosas bajas, entre ellas, dos jefes de sección, los tenientes Dunning y Davies, quienes debieron ser reemplazados por los sargentos C. Davidson y G. C. Grace, respectivamente.
El intercambio de disparos se fue tornando feroz ya que, según Thompson, las posiciones argentinas estaban muy bien protegidas y soportaron los proyectiles británicos que estallaban sobre ellas8. Después de cada explosión, las ametralladoras volvían a tirar mostrando una tenacidad impresionante.
Whitehead se desplazaba por el flanco derecho con la Compañía 2 cuando le ordenó a la Y, detrás suyo, hacer lo mismo para ubicarse a en la misma dirección. De esa manera, con ambos posicionados uno al lado del otro, sus equipos MAW de 84 mm comenzaron un agresivo intercambio de fuego con las ametralladoras argentinas situadas un tanto más al sur. Entonces Dytor, dada su ubicación, ordenó a sus hombres suspender los disparos porque temía abatir a la gente de la Compañía X. Sin embargo Whitehead le mandó decir que siguiese tirando.
La Sección 8, en tanto reinició el combate contando en su haber una ametralladora de 12,7 tomada al enemigo y junto a su par, la Nº 7, alcanzó el límite sur del objetivo. Por otra parte, la Sección 9, en la retaguardia de la Compañía Z, se encontraba aferrada por el batir de los morteros y las piezas de 105 mm argentinas, muy certero en ese sector, pero a las 02.45, después de tres horas de lucha, logró asegurar el objetivo.
Pese a ello, la batalla continuaba en Dos Hermanas.
La Compañía Y siguió avanzando con dos secciones delante, siguiendo el contorno sur de la montaña por su cresta oriental, mientras era sometida por esporádico fuego pesado. Durante su desplazamiento, iba tomando las precauciones necesarias para evitar las minas controladas por alambre, descubiertas por el teniente Joseph Wassell y el sargento Frazer Haddow desde su puesto de observación en Goat Ridge, el 9 de junio y algo más adelante hicieron detonar una trampa cazabobos oculta debajo de un fusil abandonado.
En el extremo oriental de la cresta, la Compañía Y fue contenida por un nido de ametralladoras que recién fue dominado al cabo de un fuerte intercambio de disparos, en especial proyectiles LAW de 66 mm.
En esos momentos Davies creyó distinguir un emplazamiento de morteros ubicado 500 metros al este y en vista de ello, decidió enviar un grupo de reconocimiento al mando del cabo Harry Siddall, acompañado por el apuntador E. M. Holt, provisto de una radio, por si se necesitaba apoyo de artillería. En la incursión, abatieron a tres argentinos y tomaron prisionero a un cuarto después de un corto enfrentamiento.
El total de la compañía se reorganizaba cuando los argentinos atacaron con sus poderosos cañones SOFMA de 155 mm, obligando a los infantes a buscar protección. Los efectivos corrieron presurosamente por el terreno para arrojarse cuerpo a tierra. Eso no evitó que varios de sus compañeros fueran alcanzados por las esquirlas y quedaran sobre el terreno, algunos de ellos en muy mal estado.
Con las primeras luces del día, el sargento Maghini, a bordo de su helicóptero Scout, se aproximó peligrosamente a las posiciones del Comando 45 para evacuar a los heridos, desafiando el fuego argentino y la niebla.
A las 04.30 del 12 de junio, Whitehead informó a sus superiores que el total de los objetivos se hallaban asegurados y de acuerdo a las instrucciones recibidas, estaba listo para avanzar sobre el monte Tumbledown. Thompson, sin embargo, lo detuvo y le ordenó permanecer en Dos Hermanas porque iba a necesitar más tiempo para reorganizar la unidad. Además, la gente del Comando 45 estaba extenuada y por esa razón, saltar a Tumbledown hubiera sido un suicidio. Por otra parte, era imperioso asegurar previamente la Sierra del Chivo que el Comando 42 no había podido tomar y esperar para atacar con fuego de apoyo adecuado porque las municiones de 105 mm se estaban agotando.
Con las primeras luces del día, las patrullas de vanguardia comenzaron a traer a los prisioneros mientras en la retaguardia Nick Vaux (jefe del Comando 42) planificaba la captura de las posiciones argentinas, ideando un amplio movimiento por los flancos.
  

La lucha en Monte Harriet
Basándose en los resultados de las patrullas que se habían efectuado días antes, las Compañías K y L del Comando 42 se encaminaron hacia el sur, en dirección al monte Wall, atravesando el camino que une Fitz Roy con Puerto Argentino, para seguir después al sudeste. Debían alcanzar un punto situado a 1000 metros al sur de la mencionada arteria, antes de desviarse al noreste y volver a cruzarla para llegar a las primeras estribaciones rocosas al sudeste de monte Enriqueta9.
La Compañía K atacaría el extremo oriental y una hora después, haría lo propio la L sobre el occidental. De ese modo, una vez capturado, posibilitaría a la primera a acometer contra la Sierra del Chivo mientras la J permanecía como reserva y distracción en monte Wall.
A las 16.15 del 11 de junio, las dos unidades (Compañías K y L) se encaminaron al punto de reunión en monte Challenger donde efectuaron ejercicios de combate e hicieron aprestos para el asalto. 
Por el lado argentino, el Regimiento de Infantería 4 “Coronel Manuel Fraga”, cuyo asiento de paz se hallaba en Monte Caseros, provincia de Corrientes, estaba al mando del teniente coronel Diego Alejandro Soria y se hallaba integrado por soldados de las provincias de Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones.
Organizado en tres compañías de 200 hombres cada una, tenía una cuarta de Comando y Servicios como apoyo logístico, una sección antitanque, una de morteros pesados y otra de exploración, totalizando un centenar de efectivos.
Una vez en Malvinas, se le destinó una posición inicial como reserva, con el dispositivo general orientado hacia el este porque el alto mando argentino siempre pensó que el ataque enemigo llegaría por mar.
Al producirse el desembarco en San Carlos, todo el conjunto debió darse vuelta y posicionarse de frente al oeste.
Las compañías B y C del RI4 fueron destinadas al monte Enriqueta (Harriet), despachándose una tercera sección formada por parte de la Compañía A y otros elementos, al monte Dos Hermanas en tanto una fracción de aquella, a cargo del subteniente Oscar Augusto Silva, se ubicó entre ambos cerros para brindar cobertura.
A partir del 31 de mayo, el RI4 comenzó a recibir constante fuego de artillería, reforzado por ataques aéreos y el cañoneo naval durante las noches. Desde el 5 de junio, las patrullas de exploración británicas efectuaron numerosas aproximaciones, obligando a los efectivos del 4 a entablar permanentes tiroteos nocturnos, apoyados por su artillería.
Justamente el 7 de junio, una patrulla del SAS se infiltró entre los dos montes y entró en combate con la sección del subteniente Silva, que logró rechazarla.  
Según refiere Hugh Bicheno en su libro Al filo de la Navaja:

…los defensores de Harriet despertaron cuando un helicóptero [británico] sobrevoló la casa a plena luz del día. “Impunidad” alcanzó un rápido fin cuando un Blowpipe [argentino] explotó en tierra debajo del helicóptero y cuando las bombas de mortero de 120 mm., seguidas de fuego de metralla de la batería del BIM5, comenzaron a llover sobre Port Harriet House. Tras la detección de la patrulla argentina de combate, el Pelotón de Exploración abandonó el puesto de observación dejando todos sus implementos. El sargento del pelotón y otros dos soldados [británicos] resultaron heridos durante la retirada…10.

Vale aclarar que la casa a plena luz era Port Harriet House y que “Impunidad” fue una fallida operación montada por el Pelotón de Exploración de la Guardia Escocesa sobre la propiedad, en busca de dos obuses y una batería de Exocet inexistentes.
Con la llegada de la noche, la Sección 12 de la Compañía J, al mando del teniente Badon inició el avance para instalar una sección de misiles Milan al sur del monte Enriqueta en tanto otro grupo se apostaba al sudeste, sobre el camino de Fitz Roy, por si los argentinos decidían enviar sus carros blindados Panhard allí. También deberían unirse a una patrulla de exploración de la Guardia Galesa cuya misión era asegurar las líneas de partida del comando.
Cuando los británicos lanzaron el ataque simultáneo sobre los montes Longdon y Harriet, la Compañía K emprendió la marcha al mando del sargento Tim Collins (17.30), seguida una hora después por la L, a efectos de no quedar atrapadas juntas en campo abierto. Detrás le siguió la Sección de Transportes, integrada por treinta y cuatro hombres del Cuartel General, llevando seis trípodes y miras de equipos SF para las ametralladoras GPMG de las compañías K y L, más 10.000 cargas de municiones.
En pleno avance, bengalas luminosas lanzadas por los argentinos alumbraron el área y dejaron al descubierto a los efectivos de la Compañía K, obligando a los comandantes a detener el avance de la L para que no le sucediese lo mismo. De ese modo, sus integrantes vieron con impotencia como el fuego enemigo se abatía sobre sus compañeros causándoles numerosas bajas.
En respuesta, la Compañía J arrojó sus propias bengalas y disparó, intentando hacerle creer a sus oponentes que habían chocado con patrullas numerosas. En esos momentos, el cielo se hallaba completamente despejado, con la luna y las estrellas brillando intensamente, y eso hacía que la obscuridad no fuese completa.
A las 22.00 la Compañía K inició una gran arremetida para cubrir los 800 metros que la separaban de las líneas enemigas. Faltándole apenas 100, la Sección 1 se topó con las avanzadas del dispositivo argentino cuyos cuadros se desplazaban de roca en roca, generándose allí un nuevo enfrentamiento.
Cuando se desplazaban velozmente por el flanco derecho, la Sección 2 se topó con una posición de morteros de 120 mm que le costó una hora desalojar. La lucha en ese punto se hizo muy dura, lo mismo en lo alto de la cresta, donde la Sección 3 al mando del capitán Peter Babbington, pudo superarla y alcanzar a la 1 iniciando con ella el descenso por la ladera sur.
Doblando luego hacia el oeste, se encontró de frente con nuevas posiciones de ametralladoras pesadas y francotiradores muy bien apostados.
En ese punto, el cabo Ward informó a su comandante que la Sección 3 había sido detenida y el cabo Steve Newland, notificó que podía divisar los puntos ocupados por el enemigo, razón por la cual se disponía a organizar la aproximación para aliviar la situación de sus compañeros de la 3. Ni bien se puso en pie para comenzar el avance, dos disparos de FAL impactaron en sus piernas, arrojándolo pesadamente sobre la turba.
En ese mismo momento, el capitán  Babbington se lanzó al asalto del objetivo con la Compañía K, trabándose en durísimos combates. Durante su desplazamiento, sus hombres incendiaron un hangar con granadas de fósforo, decisión un tanto torpe pues eso alertó a los argentinos quienes al concentrar el fuego sobre ellos les causaron numerosas bajas, entre ellos el segundo jefe de la compañía, teniente Whiteley.
La Compañía L, sometida al intenso accionar de la artillería, logró cruzar la línea de partida respondiendo con las GPMG aún a riesgo de sus compañeros de la K que se hallaban dentro de su campo de tiro y ya habían sufrido tres bajas. Su jefe (de la Compañía K), el capitán Wheen, solicitó fuego de misiles Milan sobre un nido de ametralladoras recientemente localizado. El mismo fue tan efectivo fue, que las armas pesadas argentinas acabaron por ser neutralizadas.
Los británicos comenzaban a tomar prisioneros y a recoger heridos, sobre todo en el extremo occidental del cerro, desde donde fueron conducidos a la retaguardia. Mientras eso sucedía, la Sección 5 se lanzó a la captura de sus objetivos, ubicados en una saliente rocosa a 500 metros al norte del extremo occidental del monte. Sin embargo, pese a la confianza de su jefe y la determinación de sus hombres, al descender la falda septentrional cayó en una emboscada que obligó a Wheen a replegarse bajo una verdadera lluvia de proyectiles de morteros, obuses y ametralladoras.
Después de reagruparse, la Sección 5 se lanzó nuevamente al ataque, arremetiendo metro a metro, hasta tomar la ubicación y obligar a los argentinos a replegarse al amparo de la niebla. Cinco prisioneros heridos fueron enviados a a la última línea en momentos que Vaux ordenaba a la Compañía L presionar sobre la Sierra del Chivo. Mientras tanto, la K, se mantenía en el extremo del monte Enriqueta cubriendo ese flanco. El oficial pretendía capturar ambos puntos antes del amanecer y evitar de ese modo el esperado contraataque argentino. En vista de ello, condujo a la Compañía J desde el monte Wall hasta el Enriqueta, y en esas estaba cuando la gente de la L le informó que la mencionada sierra se hallaba completamente abandonada. Los argentinos se habían retirado hacia Tumbledown y desde ese punto disparaban constantemente con su artillería.
Por el otro lado, cayó gravemente herido el teniente primero Jorge Alejandro Echeverría, -fue alcanzado por cinco impactos-, que tenía a su cargo dos secciones de reserva muy debilitadas. Ni bien el jefe de su regimiento ordenó el repliegue, el subteniente Silva intentó aproximarse a Dos Hermanas pero fuertemente tiroteado desde varios puntos, se retiró hasta el monte Tumbledown para unirse al Batallón de Infantería de Marina 5.
Al despuntar el alba, el total del monte Enriqueta estaba en poder de los británicos así como también los recientemente conquistados montes Longdon y Kent, puntos sobre los que caían constantemente proyectiles de 105 y 155 mm, estos últimos, disparados por los poderosos SOFMA.
Los argentinos tuvieron 18 muertos y 50 heridos, además de trescientos prisioneros, en tanto los ingleses acusaron la muerte de dos hombres (es posible que oculten algunos más) y 26 heridos de diferente consideración.
El 12 de junio amaneció despejado pero extremadamente frío, con las laderas del monte Kent cubiertas de nieve. Existía la seria amenaza de los bombarderos pesados Canberra y el alto mando británico temía un contraataque con helicópteros, razón por la cual el puesto de mando adoptó algunas medidas precautorias aunque Thompson sabía que esto último, jamás ocurriría.

Referencias
1 Cap. 6 “Los últimos días”, p. 151, Editorial Claridad, Bs. As. 1985.
2 Ídem. Pp. 151-152.
3 El fuego provenía de Bahía de la Anunciación,
4 Hastings y Jenkins, op. cit.
5 “Hoy. Interés General”, 6 de septiembre de 2001 
6 En vista de aquel movimiento, la artillería británica dejó de disparar pues corría el riesgo de batir a su propia gente.
7 Bramley Vincent; Viaje al Infierno, Planeta, Bs. As., 1992.
8 Julian Thompson, No Picnic, Testimonios Atlántida, Bs. As., 1989.
9 Monte Harriet en la nomenclatura británica.
10 Hugh Bicheno, Al filo de la navaja, pp. 306-307.


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