martes, 2 de julio de 2019

LOS AÑOS FELICES

La barra de amigos en Alta Gracia. Ernesto y Roberto a la derecha, Ana María a la izquierda

Los primeros combates que libró el Che no fueron los que siguieron al desembarco del “Granma” durante la revolución cubana.
Establecidos en la nueva morada, la barra de amigos de los Guevara Lynch creció en número y actividad.
Como hemos dicho en el capítulo anterior, algunos de aquellos chiquillos pertenecían sino al mismo nivel social de ellos, al menos a la alta burguesía y la clase media local, sin embargo, la mayoría provenía del rancherío disperso que se extendía más allá de los límites de la ciudad, casi todos hijos de sirvientas, peones de campo, obreros, empleados del Sierras Hotel o simples jornaleros. Juntos, correteaban por los baldíos, escalaban las sierras, se introducían en los cañaverales y los bosques de espinillos que rodeaba la zona o emprendían largas caminatas, exploraban las viejas minas abandonadas y practicaban diversos juegos, entre ellos futbol, la mancha, las escondidas, el “poliladron”, la rayuela e indios y vaqueros, siempre con el pequeño Ernesto como líder y organizador. Lo más llamativo eran las mujeres, Guevara Lynch incluidas, que se movían a la par de los varones y que no tenían problemas a la hora de correr, patear la pelota y pelear.
Todo era armonía y diversión en tanto no apareciese el “enemigo”, la amenaza constante que asechaba en El Bajo, el sector de escasos recursos donde se movía una pandilla pendenciera y belicosa, que de tanto en tanto subía la loma para atacar Villa Carlos Pellegrini.

 
Como llevaban las de ganar, no solo porque eran más numerosos, sino porque sus jefes llegaban montados a caballo, Ernestito ideó un dispositivo defensivo destinado a contrarrestar su poderío, una ingeniosa línea de trincheras comunicadas entre sí por estrechos pasillos subterráneos en los que hizo acumular piedras, trozos de madera, ladrillos y cuanto objeto sirviese para la defensa, sin contar las hondas y los garrotes que portbaan siempre consigo.
Las primeras incursiones de los del Bajo tomaron los por sorpresa. Los tipos peleaban bien y contaban con buen “equipo”, por lo que había que estar siempre preparado.
Una tarde, alguien vino con la noticia de que era inminente un ataque por lo que, a una orden del Che, todo el mundo corrió a sus puestos, incluyendo a su hermana Celia y a las chicas de los ranchos, para sostener la posición.
Los “combatiente” esperaban en sus posiciones cuando los del Bajo aparecieron a lo lejos, con los jinetes a la cabeza, todos munidos de piedras, palos y hondas.
El pequeño Ernesto despachó mensajeros a la vanguardia con instrucciones precisas: debían esperar su orden para iniciar el ataque. La idea era dejar aproximarse al adversario y cuando estuviese dentro de su radio de acción, sorprenderlo.
Sin el “enemigo” a la vista, los invasores se desconcertaron y lo primero que pensaron fue que los “muy cobardes” se habían dado a la fuga por lo que siguieron avanzando confiados, ignorando que se estaban introduciendo en una emboscada.
Todo se dio de acuerdo a lo previsto por Ernestito; la columna enemiga cruzó los límites del dispositivo y se les puso a tiro.
A una orden suya, los defensores se pusieron de pie y la batalla comenzó con una lluvia de objetos cayendo sobre la primera línea del Bajo que, en la confusión, no atinó a responder. Cuando intentó hacerlo, Ernesto mandó concentrar los “disparos” sobre las cabalgaduras y estas, al recibir sobre el lomo las primeras descargas, se encabritaron e intentaron alejarse. Eso desconcertó aún más a los jinetes y dejó fuera de combate a la “infantería” que avanzaba detrás y se desbandó en desorden al ver que las bestias se les venían encima. En ese preciso momento Ernesto ordenó la carga y de ese modo, aullando como lobos, varones y niñas se lanzaron al ataque, sin dejar de arrojar piedras, palos y todo lo que tuvieran a mano. De nada sirvieron los esfuerzos de los del Bajo por reagruparse y llevar a cabo un contraataque; los caballos se alejaron y no hubo manera de detenerlos.
Los gritos de victoria se escucharon a varias cuadras durante unos cuantos minutos, tanto, que algunas señoras se asomaron por las ventanas de sus hogares para ver que ocurría.
Los del Bajo regresaron en varias oportunidades y en ninguna de ellas fueron tomados por sorpresa porque entonces sabían del dispositivo de trincheras ideado por Ernestito y contaban con refuerzos munidos de hondas que disparaban tuercas y bulones.
Los combates se tornaron desiguales, pero la barra de Villa Carlos Pellegrini siempre se defendido, a pesar de las graves heridas que les producía la diferencia de armamento.


Debido a su asma, el Che comenzó el período escolar más tarde de lo que establecía el reglamento. El primer grado lo hizo en su casa, con su madre oficiando pacientemente de maestra y recién fue inscripto en 1936 cuando comenzaba 1º Superior (el actual segundo grado).
En este punto surgen las típicas contradicciones de quienes se apresuran a escribir y publicar ya que en numerosas fuentes, reproducidas por varios sitios de Internet, el pequeño Ernesto cursó el ciclo primario en las escuelas “San Martín” y “Santiago de Liniers” de Alta Gracia, egresando de esta última en 1940. Sin embargo, en las recorridas turísticas que se han organizado en aquella ciudad, los guías mencionan a la Escuela “José Manuel Solares” como el establecimiento en el que el futuro líder revolucionario cursó el último grado. Por otra parte, Horacio López Das Eiras sostiene en su libro Ernestito antes de ser el Che, que el último año lo hizo en la Escuela Municipal Nº 5 del Barrio Matienzo, en la ciudad de Córdoba, de ahí que salteemos esa etapa que poca y ninguna trascendencia tiene en la vida del Che, para seguir adelante con el relato.
Nos encontramos, así, con un niño travieso, obstinado y en extremo inteligente, característica esta última que desarrolló gracias a su temprana afición por la lectura y al interés que despertaban en él las conversaciones de los mayores.
Jugando a indios y vaqueros en Alta Gracia
Era niño aún cuando oyó por primera vez de la Guerra del Chaco, el conflicto que entre 1932 y 1935 desangró a Bolivia y Paraguay por la posesión del enclave petrolero de Oriente y le valió a la Argentina su primer Premio Nóbel, que fue también el primero de América Latina1. Lo mismo ocurrió con la Gurra Civil Española, tema que lo apasionó tanto o más que el anterior y lo llevó a hacer de ambos conflictos sus juegos predilectos, formando con sus amigos dos bandos bien diferenciados: paraguayos y bolivianos, siempre comandando él a los primeros, con quienes simpatizaban la mayoría de los argentinos y algo más tarde republicanos y falangistas.
La contienda que desangró a la península repercutió con más fuerza en su ánimo, no solo porque lo sorprendió más grande sino porque su padre fue el encargado de organizar el comité de apoyo a la República Española en Alta Gracia, tomando decidido partido por ese bando.
Según cuenta Ernesto Guevara Lynch, su hijo mayor, que en 1937 tenía nueva años de edad, consiguió un mapa de España y con pequeñas banderitas que fabricó especialmente, comenzó a marcar los avances y retrocesos de las fuerzas contendientes. Y cuando, con el paso del tiempo, comenzaron a llegar los primeros emigrados, entre ellos el gran compositor Manuel de Falla y el general Enrique Jurado, vencedor del ejército fascista en la batalla de Guadalajara, ese interés se transformó en pasión, sobre todo cuando el segundo comenzó a frecuentar a su familia (y viceversa) y a relatar sus experiencias en el frente.
La vocación por la lectura nació en el pequeño Ernesto cuando era muy niño. Al principio fueron lo cuentos infantiles que le leía su madre pero cuando aprendió a leer, su avidez por los libros se tornó hábito. Y como ocurre siempre en esa etapa de la vida, los primeros que cayeron en sus manos fueron los clásicos juveniles, que tanto apasionaban a los chicos de su edad, encandilados por el género de viajes y aventuras.
Julio Verne, Emilio Salgari, Robert L. Stevenson, Alejandro Dumas, Jack London,  Mark Twain, H. Rider Haggard, Daniel Defoe, Charles Dickens, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Jonathan Swift, Herman Melville, Edgar Rice Burroughs y Horacio Quiroga, fueron algunos de los volúmenes que llenaron su biblioteca y llevaron su mente a recorrer los lugares más recónditos de la Tierra, selvas, desiertos, montañas, regiones heladas, la profundidad marinas, mundos subterráneos, ciudades en ruinas, planetas extraños y reinos legendarios y a compartir peligros y aventuras que ni siquiera imaginaba que algún día iba a emular e incluso, superar. Luego, con el paso de los años, incorporaría otros nombres con los que ampliaría considerablemente su campo intelectual y filosófico, destacando entre ellos Cervantes, Borges, Sartre, Quevedo, Emilio Zola, Anatole France, Alberto Camus, George Bernard Shaw, Tomas Mann, John Steinbeck, Rubén Darío, Leopoldo Marechal, José Ingenieros y algo más tarde Voltaire, Freud,  Mao, Maquiavelo y el chileno Neruda.
Fue de ese modo que aquel niño-adolescente de clase alta fue forjando su formación, al tiempo que adquiría una cultura poco común en personas de su edad.
Al hábito de la lectura hay agregar el de los juegos y la práctica de deportes, los paseos a las montañas cercanas, las largas caminatas, los partidos de fútbol en improvisados potreros, su incipiente práctica de golf en el Sierras Hotel o sus temporadas estivales en Irineo Portela y Mar del Plata, en compañía de su familia.
Mientras esto sucedía, el pequeño iba desarrollando una fuerte personalidad y un marcado sentimiento de obstinación y responsabilidad que le permitieron, en buena medida, autoeducarse para superar y reprimir el miedo, algo que le sería de mucho provecho en los años siguientes.
Uno de los primeros contactos de Ernestito con la política tuvo lugar a fines de los años treinta y principios de los cuarenta, cuando su padre se incorporó a Acción Argentina, una agrupación antifascista que deliraba con conspiraciones secretas, operaciones encubiertas y una imaginaria invasión nazi a la Argentina.
Según Ernesto Guevara Lynch, en su libro Mi Lucha, Hitler “…señalaba a los alemanes el camino de la conquista de todos los países subdesarrollados de América”2 agregando, por su cuenta, que en nuestro país eran bien conocidos esos planes y que la clase proletaria se había colocado sin titubeos de parte de los aliados, no tanto por apoyar los capitalismos occidentales sino por entender que nuestra libertad corría riesgo de caer bajo la bota del ensoberbecido ejército germano3.
Ante ese imaginario peligro fue que surgió Acción Argentina, entidad formada por personas de diferentes tendencias políticas nucleadas en torno a un ideal común que no era otro que su temor al fascismo y sobre todo, a una posible infiltración en nuestro país.
La apreciación de Guevara Lynch demuestra que no alcanzó a percibir lo que realmente ocurría.
Desde el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, la Argentina había iniciado un acercamiento a los regímenes fascistas europeos, primero al de Italia y luego al de Alemania, mirando con buenos ojos su marcado militarismo, su carrera armamentistas, su oposición al comunismo y aquel vigor que les permitió superar la tremenda crisis de posguerra, las secuelas del hambre, la desocupación, la hiperinflación, el desempleo y, sobre todo, los avances de la izquierda.
Alemania tenía fresco en su memoria el apoyo que la Argentina le había brindado después de la Primera Guerra Mundial4 y por esa razón, mantenía lazos relativamente estrechos con ella. Y para más datos, en esos momentos, el ministro de Agricultura y Abastecimientos de Hitler, jefe de la Oficina de la Raza y el Reasentamiento de las SS y teórico supremacista del nacionalsocialismo, además de artífice de la reforma agraria del nuevo régimen, Walter Oscar Ricardo Darré, era argentino, nacido en Buenos Aires el 14 de julio de 1895.
La llegada del presidente Agustín P. Justo vigorizó la alianza encubierta entre ambos gobiernos y creó el clima adecuado para poner en marcha el plan alemán de penetración nazi en América Latina, utilizando como plataforma y punta de lanza a la Argentina. Para ello, Berlín instrumentó a través de su embajada en nuestro país un buró especial denominado Oficina de Información de los Ferrocarriles Alemanes (R.Y.D.), que puso a cargo del agente infiltrado Godofredo Sandstede, centro de operaciones encubierto desde el que alemanes y argentinos trabajaron activamente para difundir la ideología en todo el territorio nacional, en coordinación con la Organización Central de Alemanes en el extranjero que dirigía Ernst Wilhelm Bohle5 y el flamante Partido Nacionalsocialista Argentino que presidía Alfred Müller.
Inmediatamente después de fundar el comité de Alta Gracia, Ernesto Guevara Lynch, comenzó a recibir las primeras denuncias de infiltración y actividad nazis y fascistas en la provincia y eso dio pie a una exhaustiva investigación cuyos resultados no superaron los supuestos y las especulaciones. Pese a ello, se obtuvieron algunos indicios que parecían confirmar alguna que otra hipótesis tales como señales pintadas en las piedras, versiones de banderas rojas con la cruz svástica flameando en lo alto de determinados cerros y la construcción de un misterioso camino de acceso a una cumbre en un paraje despoblado de Calamuchita, con subida y bajada. También se especuló con la llegada de camiones cargados de armas desde Bolivia, destinados a los marinos del “Graf Spee” que, según se decía, hacían ejercicios de tiro en la región junto a varios argentinos. Por otra parte, cerca de cada puente ferroviario o caminero vivía un alemán o descendiente de alemanes “provisto de dinamita”; un fotógrafo de esa nacionalidad que trabajaba a sueldo de un fondo de cultura argentino había efectuado un relevamiento aerofotométrico de la región y en un hotel de La Falda, fuertemente custodiado por personal de la policía provincial, funcionaba un poderoso transmisor de radio con el que alguien se comunicaba en clave con la capital del III Reich. Nada de eso se pudo probar.
Vestido de gaucho con su padre
(Calamuchita, 1939)
El pequeño Ernesto tenía once años cuando su padre lo afilió a la Juventud de Acción Argentina y como tal, lo acompañó en los viajes de inspección por la región serrana, siempre portando su carnet, incluido el que hicieron al mencionado hotel faldeño en compañía de otras personas. Lo mismo cuando se organizaba algún acto, alguna disertación o se necesitaba hacer algún trámite o determinada averiguación. Y en ese sentido, se lo vio pletórico junto al palco en el que su padre abrió como orador el meeting organizado en una plaza pública de la capital provincial6.
En 1942 Ernesto se disponía a iniciar el ciclo secundario, etapa clave de la vida en la que todo niño entra en la adolescencia con muchas expectativas, preparado para enfrentar grandes cambios.
Y aquí, una vez más, las fuentes y la bibliografía vuelven a tornarse confusas, del mismo modo que cuando comenzó el primario.
En los sitios turísticos de Alta Gracia y en el Museo que funciona en Villa Nydia, se dice que el Che hizo los cuatro primeros años en el histórico Colegio Monserrat de la capital cordobesa y que luego pasó al Colegio Nacional Dean Funes, que por entonces funcionaba en una vieja casona ubicada en la intersección de las calles Rioja y General Paz de la capital provincial (en la Argentina casi nada conserva su lugar original). Pero en su biografía Mi hijo el Che, Ernesto Guevara Lynch solo dice que en 1942 su hijo ingresó en el último de aquellos establecimientos y que cursó allí los cinco años del ciclo7.
Sea de una forma o de otra, la familia decidió establecerse en la capital mediterránea, dado que además de Ernesto, Celia hija se había matriculado en el liceo de señoritas y la distancia de 36 kilómetros entre una ciudad y otra tornaba dificultosa la asistencia de ambos a clases.
Guevara Lynch encontró una casa amplia y cómoda sobre la calle Chile 288 y allí, después de once años de residencia en Alta Gracia, se instaló con su familia.
La nueva propiedad daba a un gran parque de frondosa arboleda, cerca del Zoológico Provincial y de la sede de varias instituciones deportivas, pero tenía una contracara: se hallaba asentada en un terreno cenagoso y todos los años se hundía un poco en el suelo. Y para colmo de males, frente a ellos había una villa miseria, con todos los inconvenientes y peligros que ello implica. Sin embargo, hacia el otro lado, dominaba un área de edificaciones agradables, la mayoría chalets con techos de tejas, donde se encontraban las instalaciones del Lawn Tenis Club, del que la familia se hizo socia a poco de llegadar.
En esos días Celia esperaba a su quinto hijo y debía cuidarse, pero eso no fue impedimento para que se ocupase de los asuntos de la casa y entablase nuevas relaciones.
Fue allí donde los Guevara Lynch conocieron a los hermanos Alberto, Tomás y Gregorio Granado, jóvenes estudiantes oriundos de la pequeña ciudad de Hernando, con quienes trabaron una amistad que perduraría a través del tiempo. También estaban los González Aguilar, que habían vivido cerca de ellos en Alta Gracia y se había mudado a la capital por la misma época, movidos también por los estudios de sus hijos. Y en base a ese núcleo dieron forma a un nutrido círculo de amistades que hizo de la nueva morada el epicentro de su vida.
Poco después, Guevara Lynch compró una casa de fin de semana en el elegante suburbio de Villa Allende, muy cerca del club de golf y hacia allí escaparon en verano, siempre acompañados por amigos y familiares, entre éstos últimos, los Córdoba Iturburu.
Sin descuidar sus obligaciones y su vida social, Ernestito, que dejaba de ser un niño para convertirse en adolescente, se inscribió en un curso de dibujo por correspondencia que ofrecía la Academia Oliva de Buenos Aires a través de folletos y a ello estuvo abocado durante todo 1942 y parte de 1943, recibiendo los sobres con las instrucciones y ejercicios y enviándolos por el mismo medio para que los corrigiesen y calificasen.
Una gruesa carpeta llena de bocetos y trazos quedó guardada por años en la casa de su tía Beatriz y allí permaneció ignorada hasta que mucho después de muerto, la encontró su padre fortuitamente. También estudió grafología y comenzó a practicar ajedrez, disciplina esta última por la que desarrollaría una gran pasión.
El 18 de mayo de 1942 nació el último vástago de la camada, Juan Martín, el menor de los Guevara Lynch-De la Serna, diecisiete días exactos antes de que los temores de Acción Argentina que tanto desvelaron a su padre, se hiciesen realidad.


Imágenes

Ernesto (al centro) con sus hermanos

Los Guevara Lynch en las piletas del Sierras Hotel de Alta Gracia

Otra con sus hermanos


El Sierras Hotel de Alta Gracia

Veraneando en Mar del Plata

El mismo día en la playa

El apuesto quinceañero
caminando por la rambla


Un verano en la estancia de su abuela Ana Lynch
en la localidad de Irineo Portela

Notas
1 Dr. Carlos Saavedra Lamas, ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina entre 1932 y 1938. Por su mediación entre ambos países, en 1936 se le concedió el Premio Nóbel de la Paz, primero de América Latina.
2 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., p. 194.
3 Ídem.
4 La Argentina fue el único país que se opuso a las sanciones que las potencias vencedoras aplicaron a Alemania al finalizar la contienda.
5 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit, p. 197, nota al pie.
6 Existe una fotografía tomada en Pampa de Achala, en 1939, en la que se ve al Che, de once años, vestido de gaucho, posando junto a su padre durante uno de esas recorridas de inspección.
7 En ningún momento se refiere al Colegio Monserrat.

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