LOS AÑOS FELICES
La barra de amigos en Alta Gracia. Ernesto y Roberto a la derecha, Ana María a la izquierda
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Los primeros combates que libró el Che no fueron los que siguieron al desembarco del “Granma” durante la revolución cubana.
Establecidos en la nueva morada, la barra de amigos de los Guevara Lynch creció en número y actividad.
Como
hemos dicho en el capítulo anterior, algunos de aquellos chiquillos
pertenecían sino al mismo nivel social de ellos, al menos a la alta
burguesía y la clase media local, sin embargo, la mayoría provenía del
rancherío disperso que se extendía más allá de los límites de la ciudad,
casi todos hijos de sirvientas, peones de campo, obreros, empleados del
Sierras Hotel o simples jornaleros. Juntos, correteaban por los
baldíos, escalaban las sierras, se introducían en los cañaverales y los
bosques de espinillos que rodeaba la zona o emprendían largas caminatas,
exploraban las viejas minas abandonadas y practicaban diversos juegos,
entre ellos futbol, la mancha, las escondidas, el “poliladron”, la
rayuela e indios y vaqueros, siempre con el pequeño Ernesto como líder y
organizador. Lo más llamativo eran las mujeres, Guevara Lynch
incluidas, que se movían a la par de los varones y que no tenían
problemas a la hora de correr, patear la pelota y pelear.
Todo
era armonía y diversión en tanto no apareciese el “enemigo”, la amenaza
constante que asechaba en El Bajo, el sector de escasos recursos donde
se movía una pandilla pendenciera y belicosa, que de tanto en tanto
subía la loma para atacar Villa Carlos Pellegrini.
Como
llevaban las de ganar, no solo porque eran más numerosos, sino porque
sus jefes llegaban montados a caballo, Ernestito ideó un dispositivo
defensivo destinado a contrarrestar su poderío, una ingeniosa línea de
trincheras comunicadas entre sí por estrechos pasillos subterráneos en
los que hizo acumular piedras, trozos de madera, ladrillos y cuanto
objeto sirviese para la defensa, sin contar las hondas y los garrotes
que portbaan siempre consigo.
Las
primeras incursiones de los del Bajo tomaron los por sorpresa. Los
tipos peleaban bien y contaban con buen “equipo”, por lo que había que
estar siempre preparado.
Una
tarde, alguien vino con la noticia de que era inminente un ataque por
lo que, a una orden del Che, todo el mundo corrió a sus puestos,
incluyendo a su hermana Celia y a las chicas de los ranchos, para
sostener la posición.
Los
“combatiente” esperaban en sus posiciones cuando los del Bajo
aparecieron a lo lejos, con los jinetes a la cabeza, todos munidos de
piedras, palos y hondas.
El
pequeño Ernesto despachó mensajeros a la vanguardia con instrucciones
precisas: debían esperar su orden para iniciar el ataque. La idea era
dejar aproximarse al adversario y cuando estuviese dentro de su radio de
acción, sorprenderlo.
Sin
el “enemigo” a la vista, los invasores se desconcertaron y lo primero
que pensaron fue que los “muy cobardes” se habían dado a la fuga por lo
que siguieron avanzando confiados, ignorando que se estaban
introduciendo en una emboscada.
Todo se dio de acuerdo a lo previsto por Ernestito; la columna enemiga cruzó los límites del dispositivo y se les puso a tiro.
A
una orden suya, los defensores se pusieron de pie y la batalla comenzó
con una lluvia de objetos cayendo sobre la primera línea del Bajo que,
en la confusión, no atinó a responder. Cuando intentó hacerlo, Ernesto
mandó concentrar los “disparos” sobre las cabalgaduras y estas, al
recibir sobre el lomo las primeras descargas, se encabritaron e
intentaron alejarse. Eso desconcertó aún más a los jinetes y dejó fuera
de combate a la “infantería” que avanzaba detrás y se desbandó en
desorden al ver que las bestias se les venían encima. En ese preciso
momento Ernesto ordenó la carga y de ese modo, aullando como lobos,
varones y niñas se lanzaron al ataque, sin dejar de arrojar piedras,
palos y todo lo que tuvieran a mano. De nada sirvieron los esfuerzos de
los del Bajo por reagruparse y llevar a cabo un contraataque; los
caballos se alejaron y no hubo manera de detenerlos.
Los
gritos de victoria se escucharon a varias cuadras durante unos cuantos
minutos, tanto, que algunas señoras se asomaron por las ventanas de sus
hogares para ver que ocurría.
Los
del Bajo regresaron en varias oportunidades y en ninguna de ellas
fueron tomados por sorpresa porque entonces sabían del dispositivo de
trincheras ideado por Ernestito y contaban con refuerzos munidos de
hondas que disparaban tuercas y bulones.
Los
combates se tornaron desiguales, pero la barra de Villa Carlos
Pellegrini siempre se defendido, a pesar de las graves heridas que les
producía la diferencia de armamento.
Debido
a su asma, el Che comenzó el período escolar más tarde de lo que
establecía el reglamento. El primer grado lo hizo en su casa, con su
madre oficiando pacientemente de maestra y recién fue inscripto en 1936
cuando comenzaba 1º Superior (el actual segundo grado).
En
este punto surgen las típicas contradicciones de quienes se apresuran a
escribir y publicar ya que en numerosas fuentes, reproducidas por
varios sitios de Internet, el pequeño Ernesto cursó el ciclo primario en
las escuelas “San Martín” y “Santiago de Liniers” de Alta Gracia,
egresando de esta última en 1940. Sin embargo, en las recorridas
turísticas que se han organizado en aquella ciudad, los guías mencionan
a la Escuela “José
Manuel Solares” como el establecimiento en el que el futuro líder
revolucionario cursó el último grado. Por otra parte, Horacio López Das
Eiras sostiene en su libro Ernestito antes de ser el Che, que el último año lo hizo en la Escuela Municipal Nº
5 del Barrio Matienzo, en la ciudad de Córdoba, de ahí que salteemos
esa etapa que poca y ninguna trascendencia tiene en la vida del Che,
para seguir adelante con el relato.
Nos
encontramos, así, con un niño travieso, obstinado y en extremo
inteligente, característica esta última que desarrolló gracias a su
temprana afición por la lectura y al interés que despertaban en él las
conversaciones de los mayores.
Jugando a indios y vaqueros en Alta Gracia |
La
contienda que desangró a la península repercutió con más fuerza en su
ánimo, no solo porque lo sorprendió más grande sino porque su padre fue
el encargado de organizar el comité de apoyo a la República Española en Alta Gracia, tomando decidido partido por ese bando.
Según
cuenta Ernesto Guevara Lynch, su hijo mayor, que en 1937 tenía nueva
años de edad, consiguió un mapa de España y con pequeñas banderitas que
fabricó especialmente, comenzó a marcar los avances y retrocesos de las
fuerzas contendientes. Y cuando, con el paso del tiempo, comenzaron a
llegar los primeros emigrados, entre ellos el gran compositor Manuel de
Falla y el general Enrique Jurado, vencedor del ejército fascista en la
batalla de Guadalajara, ese interés se transformó en pasión, sobre todo
cuando el segundo comenzó a frecuentar a su familia (y viceversa) y a
relatar sus experiencias en el frente.
La
vocación por la lectura nació en el pequeño Ernesto cuando era muy
niño. Al principio fueron lo cuentos infantiles que le leía su madre
pero cuando aprendió a leer, su avidez por los libros se tornó hábito. Y
como ocurre siempre en esa etapa de la vida, los primeros que cayeron
en sus manos fueron los clásicos juveniles, que tanto apasionaban a los
chicos de su edad, encandilados por el género de viajes y aventuras.
Julio
Verne, Emilio Salgari, Robert L. Stevenson, Alejandro Dumas, Jack
London, Mark Twain, H. Rider Haggard, Daniel Defoe, Charles Dickens,
Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, Jonathan Swift, Herman
Melville, Edgar Rice Burroughs y Horacio Quiroga, fueron algunos de los
volúmenes que llenaron su biblioteca y llevaron su mente a recorrer los
lugares más recónditos de la Tierra,
selvas, desiertos, montañas, regiones heladas, la profundidad marinas,
mundos subterráneos, ciudades en ruinas, planetas extraños y reinos
legendarios y a compartir peligros y aventuras que ni siquiera imaginaba
que algún día iba a emular e incluso, superar. Luego, con el paso de
los años, incorporaría otros nombres con los que ampliaría
considerablemente su campo intelectual y filosófico, destacando entre
ellos Cervantes, Borges, Sartre, Quevedo, Emilio Zola, Anatole France,
Alberto Camus, George Bernard Shaw, Tomas Mann, John Steinbeck, Rubén
Darío, Leopoldo Marechal, José Ingenieros y algo más tarde Voltaire,
Freud, Mao, Maquiavelo y el chileno Neruda.
Fue
de ese modo que aquel niño-adolescente de clase alta fue forjando su
formación, al tiempo que adquiría una cultura poco común en personas de
su edad.
Al
hábito de la lectura hay agregar el de los juegos y la práctica de
deportes, los paseos a las montañas cercanas, las largas caminatas, los
partidos de fútbol en improvisados potreros, su incipiente práctica de
golf en el Sierras Hotel o sus temporadas estivales en Irineo Portela y
Mar del Plata, en compañía de su familia.
Mientras
esto sucedía, el pequeño iba desarrollando una fuerte personalidad y un
marcado sentimiento de obstinación y responsabilidad que le
permitieron, en buena medida, autoeducarse para superar y reprimir el
miedo, algo que le sería de mucho provecho en los años siguientes.
Uno
de los primeros contactos de Ernestito con la política tuvo lugar a
fines de los años treinta y principios de los cuarenta, cuando su padre
se incorporó a Acción Argentina, una agrupación antifascista que
deliraba con conspiraciones secretas, operaciones encubiertas y una
imaginaria invasión nazi a la Argentina.
Según Ernesto Guevara Lynch, en su libro Mi Lucha, Hitler “…señalaba a los alemanes el camino de la conquista de todos los países subdesarrollados de América”2 agregando,
por su cuenta, que en nuestro país eran bien conocidos esos planes y
que la clase proletaria se había colocado sin titubeos de parte de los
aliados, no tanto por apoyar los capitalismos occidentales sino por
entender que nuestra libertad corría riesgo de caer bajo la bota del
ensoberbecido ejército germano3.
Ante
ese imaginario peligro fue que surgió Acción Argentina, entidad formada
por personas de diferentes tendencias políticas nucleadas en torno a un
ideal común que no era otro que su temor al fascismo y sobre todo, a
una posible infiltración en nuestro país.
La apreciación de Guevara Lynch demuestra que no alcanzó a percibir lo que realmente ocurría.
Desde el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930, la Argentina había
iniciado un acercamiento a los regímenes fascistas europeos, primero al
de Italia y luego al de Alemania, mirando con buenos ojos su marcado
militarismo, su carrera armamentistas, su oposición al comunismo y aquel
vigor que les permitió superar la tremenda crisis de posguerra, las
secuelas del hambre, la desocupación, la hiperinflación, el desempleo y,
sobre todo, los avances de la izquierda.
Alemania tenía fresco en su memoria el apoyo que la Argentina le había brindado después de la Primera Guerra Mundial4 y
por esa razón, mantenía lazos relativamente estrechos con ella. Y para
más datos, en esos momentos, el ministro de Agricultura y
Abastecimientos de Hitler, jefe de la Oficina de la Raza y
el Reasentamiento de las SS y teórico supremacista del
nacionalsocialismo, además de artífice de la reforma agraria del nuevo
régimen, Walter Oscar Ricardo Darré, era argentino, nacido en Buenos
Aires el 14 de julio de 1895.
La
llegada del presidente Agustín P. Justo vigorizó la alianza encubierta
entre ambos gobiernos y creó el clima adecuado para poner en marcha el
plan alemán de penetración nazi en América Latina, utilizando como
plataforma y punta de lanza a la Argentina. Para ello,
Berlín instrumentó a través de su embajada en nuestro país un buró
especial denominado Oficina de Información de los Ferrocarriles Alemanes
(R.Y.D.), que puso a cargo del agente infiltrado Godofredo Sandstede,
centro de operaciones encubierto desde el que alemanes y argentinos
trabajaron activamente para difundir la ideología en todo el territorio
nacional, en coordinación con la Organización Central de Alemanes en el extranjero que dirigía Ernst Wilhelm Bohle5 y el flamante Partido Nacionalsocialista Argentino que presidía Alfred Müller.
Inmediatamente
después de fundar el comité de Alta Gracia, Ernesto Guevara Lynch,
comenzó a recibir las primeras denuncias de infiltración y actividad
nazis y fascistas en la provincia y eso dio pie a una exhaustiva
investigación cuyos resultados no superaron los supuestos y las
especulaciones. Pese a ello, se obtuvieron algunos indicios que parecían
confirmar alguna que otra hipótesis tales como señales pintadas en las
piedras, versiones de banderas rojas con la cruz svástica flameando en
lo alto de determinados cerros y la construcción de un misterioso camino
de acceso a una cumbre en un paraje despoblado de Calamuchita, con
subida y bajada. También se especuló con la llegada de camiones cargados
de armas desde Bolivia, destinados a los marinos del “Graf Spee” que,
según se decía, hacían ejercicios de tiro en la región junto a varios
argentinos. Por otra parte, cerca de cada puente ferroviario o caminero
vivía un alemán o descendiente de alemanes “provisto de dinamita”; un
fotógrafo de esa nacionalidad que trabajaba a sueldo de un fondo de
cultura argentino había efectuado un relevamiento aerofotométrico de la
región y en un hotel de La Falda,
fuertemente custodiado por personal de la policía provincial,
funcionaba un poderoso transmisor de radio con el que alguien se
comunicaba en clave con la capital del III Reich. Nada de eso se pudo
probar.
Vestido de gaucho con su padre (Calamuchita, 1939) |
En
1942 Ernesto se disponía a iniciar el ciclo secundario, etapa clave de
la vida en la que todo niño entra en la adolescencia con muchas
expectativas, preparado para enfrentar grandes cambios.
Y aquí, una vez más, las fuentes y la bibliografía vuelven a tornarse confusas, del mismo modo que cuando comenzó el primario.
En
los sitios turísticos de Alta Gracia y en el Museo que funciona en
Villa Nydia, se dice que el Che hizo los cuatro primeros años en el
histórico Colegio Monserrat de la capital cordobesa y que luego pasó al
Colegio Nacional Dean Funes, que por entonces funcionaba en una vieja
casona ubicada en la intersección de las calles Rioja y General Paz de
la capital provincial (en la Argentina casi nada conserva su lugar original). Pero en su biografía Mi hijo el Che,
Ernesto Guevara Lynch solo dice que en 1942 su hijo ingresó en el
último de aquellos establecimientos y que cursó allí los cinco años del
ciclo7.
Sea
de una forma o de otra, la familia decidió establecerse en la capital
mediterránea, dado que además de Ernesto, Celia hija se había
matriculado en el liceo de señoritas y la distancia de 36 kilómetros entre una ciudad y otra tornaba dificultosa la asistencia de ambos a clases.
Guevara
Lynch encontró una casa amplia y cómoda sobre la calle Chile 288 y
allí, después de once años de residencia en Alta Gracia, se instaló con
su familia.
La
nueva propiedad daba a un gran parque de frondosa arboleda, cerca del
Zoológico Provincial y de la sede de varias instituciones deportivas,
pero tenía una contracara: se hallaba asentada en un terreno cenagoso y
todos los años se hundía un poco en el suelo. Y para colmo de males,
frente a ellos había una villa miseria, con todos los inconvenientes y
peligros que ello implica. Sin embargo, hacia el otro lado, dominaba un
área de edificaciones agradables, la mayoría chalets con techos de
tejas, donde se encontraban las instalaciones del Lawn Tenis Club, del
que la familia se hizo socia a poco de llegadar.
En
esos días Celia esperaba a su quinto hijo y debía cuidarse, pero eso no
fue impedimento para que se ocupase de los asuntos de la casa y
entablase nuevas relaciones.
Fue
allí donde los Guevara Lynch conocieron a los hermanos Alberto, Tomás y
Gregorio Granado, jóvenes estudiantes oriundos de la pequeña ciudad de
Hernando, con quienes trabaron una amistad que perduraría a través del
tiempo. También estaban los González Aguilar, que habían vivido cerca de
ellos en Alta Gracia y se había mudado a la capital por la misma época,
movidos también por los estudios de sus hijos. Y en base a ese núcleo
dieron forma a un nutrido círculo de amistades que hizo de la nueva
morada el epicentro de su vida.
Poco
después, Guevara Lynch compró una casa de fin de semana en el elegante
suburbio de Villa Allende, muy cerca del club de golf y hacia allí
escaparon en verano, siempre acompañados por amigos y familiares, entre
éstos últimos, los Córdoba Iturburu.
Sin
descuidar sus obligaciones y su vida social, Ernestito, que dejaba de
ser un niño para convertirse en adolescente, se inscribió en un curso de
dibujo por correspondencia que ofrecía la Academia Oliva de Buenos
Aires a través de folletos y a ello estuvo abocado durante todo 1942 y
parte de 1943, recibiendo los sobres con las instrucciones y ejercicios y
enviándolos por el mismo medio para que los corrigiesen y calificasen.
Una
gruesa carpeta llena de bocetos y trazos quedó guardada por años en la
casa de su tía Beatriz y allí permaneció ignorada hasta que mucho
después de muerto, la encontró su padre fortuitamente. También estudió
grafología y comenzó a practicar ajedrez, disciplina esta última por la
que desarrollaría una gran pasión.
El 18 de mayo de 1942 nació el último vástago de la camada, Juan Martín, el menor de los Guevara Lynch-De la Serna, diecisiete días exactos antes de que los temores de Acción Argentina que tanto desvelaron a su padre, se hiciesen realidad.
Imágenes
El apuesto quinceañero caminando por la rambla |
Un verano en la estancia de su abuela Ana Lynch en la localidad de Irineo Portela |
Notas
1 Dr. Carlos Saavedra Lamas, ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina entre
1932 y 1938. Por su mediación entre ambos países, en 1936 se le
concedió el Premio Nóbel de la Paz, primero de América Latina.
2 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., p. 194.
3 Ídem.
4 La Argentina fue el único país que se opuso a las sanciones que las potencias vencedoras aplicaron a Alemania al finalizar la contienda.
5 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit, p. 197, nota al pie.
6 Existe
una fotografía tomada en Pampa de Achala, en 1939, en la que se ve al
Che, de once años, vestido de gaucho, posando junto a su padre durante
uno de esas recorridas de inspección.
7 En ningún momento se refiere al Colegio Monserrat.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)