INFANCIA ITINERANTE
En brazos de sus padres |
Y no podía ser de otro modo ya que la inconstancia de sus progenitores llevó a la familia a un nuevo destino.
Celia,
como ya se ha dicho se hallaba en otra vez y eso decidió al matrimonio a
regresar a Buenos Aires, tal como ocurrió cuando el nacimiento del
pequeño Ernestito.
La idea
era dirigirse a Posadas en el “Kid” y allí abordar el vapor que los
llevaría a la Capital Federal pero como Curtido, el capataz paraguayo,
había fundido el motor el día previo a la partida, debieron remontar los
dos kilómetros el Paraná a remo, para llegar a Puerto Caraguatá antes
de que el viejo “Iberá”, levase anclas.
Tuvieron
suerte. Después de remar cerca de cuatro horas bajo un sol infernal, con
Celia quejándose por lo bajo y abanicándose frenéticamente en el
interior de la cabina y su marido lanzando esporádicas imprecaciones,
cubrieron la distancia a tiempo y a las 11 de la mañana, arrimaron la
lancha al vapor para pasar a la cubierta con la ayuda del capitán y
algunos marinos.
La hazaña
tuvo un final feliz, no solamente por el titánico esfuerzo realizado
por Guevara Lynch, Curtido y Emilio Skpposted, un amigo brasilero que
llevaban como pasajero, sino también porque el aludido capitán, que los
conocía, los vio venir a lo lejos y los esperó.
El
“Iberá”, veterano del Nilo y el Mississippi, empleó varias horas en
llegar a la capital provincial, donde la familia y su criada hicieron el
transbordo para alejarse definitivamente de aquel vergel inhóspito y
exuberante.
Los
primeros recuerdos de quien pasaría a la historia como el Che, datan de
sus años en San Isidro, la elegante localidad suburbana al norte del
Gran Buenos Aires, donde la familia se estableció a poco de su llegada.
Lo hicieron en una propiedad de estilo normando aunque sin tejas, sobre
la calle L. N. Alem 344, entre Acassuso y 25 de Mayo, que compartía el
jardín con la magnífica casona colonial de los Martínez Castro, actual
sede del Colegio de Abogados del distrito.
En un
país que se ha “especializado” en destruir su historia y su pasado,
demoliendo y haciendo añicos su patrimonio arquitectónico y cultural, el
que esas dos edificaciones aún se conserven en pie es un verdadero
milagro.
Martín
Martínez Castro era un prestigioso abogado de San Isidro, casado con
María Luisa Guevara Lynch (Maruja), hermana de Ernesto, con quien había
tenido tres hijas.
Fueron
años felices, que los recién llegados disfrutaron enormemente junto a la
recién nacida Celia; los tiempos del Astillero San Isidro, los juegos
en el jardín junto a sus primas, los días soleados en el Club Náutico,
los paseos por el bajo, las excursiones por el cercano Delta del Paraná,
las temporadas en la estancia de los Moore, en la provincia de Entre
Ríos o las escapadas a la estanzuela que la abuela Ana Lynch poseía en
Irineo Portela, localidad próxima a Baradero.
Los Moore
eran un matrimonio realmente agradable. Ernesto, cabeza de la familia,
era un individuo alto, delgado, rubio y de profundos ojos celestes; el
nieto de un inglés y una irlandesa1, que se hallaba tan
identificado con el campo, que vestía a la usanza de los gauchos,
incluso practicando sus costumbres y tradiciones. Su esposa Edelmira de
la Serna, era hermana de Celia y solían invitar a los Guevara muy
seguido a su campo de Galarza, la ex San Guillermo, localidad
entrerriana próxima a Gualeguay, donde solían pasar los fines de semana
largos y buena parte de los veranos.
Allí
Teté, apodo que la niñera Carmen le impuso al pequeño Ernesto, tomó su
primer contacto con las faenas rurales y las costumbres de su país,
siguiendo de cerca la fatigosa actividad de los gauchos entrerrianos,
célebres y habilidosos jinetes, maravillándose con la doma de potros
salvajes, la yerra, los enlaces, las marcas del ganado, el ordeñe de las
vacas, los grandes asados, las cosechas y las cabalgatas junto a su
padre, tíos y primos. La actividad era la misma en Irineo Portela, donde
a menudo se reunía la parentela invitando amigos.
En
Galarza se hicieron memorables las peleas con sus primos, en especial
con el mayor. Cuando la cosa se ponía fea, el menor de los Moore
intervenía y entonces el pequeño Teté se las veía en desventaja.
Misiones |
Ernesto
Guevara Lynch cuenta que ante tamaña injusticia, al querer intervenir
para separar a los niños, su concuñado le decía divertido “Dejalos, así se hacen hombres” mientras
disfrutaba del “espectáculo” con una sonrisa de oreja a oreja. Por esa
razón, cansado de aquella desigualdad, una noche aleccionó a su hijo
diciéndole que cuando fuese atacado por sus primos respondiese con saña y
que, de ser necesario, aplicase fuertes golpes en tal o cual parte,
incluyendo mordiscos y rodillazos, para amedrentarlos. Y así ocurrió.
En una de
tantas, habiendo comenzado una nueva pelea, los Moore se abalanzaron al
mismo tiempo sobre Teté sin imaginar que aquel se hallaba preparado. Y
recordando las instrucciones de su padre, en los primeros golpes
Ernestito se le prendió de la oreja del mayor con tan fuerte apretón de
dientes, que eso lo anuló, permitiéndole devolver los golpes del
hermano.
Entonces fue Moore quien quiso interceder pero Guevara, satisfecho y sonriente, lo contuvo con un grito: “¡Dejalos, así se hacen hombres!”. Fue la única vez que el anfitrión permaneció largo tiempo serio y en silencio.
En Irineo
Portela nació el gran afecto entre el pequeño Ernesto y su abuela,
sentimiento que llevaría a ambos a una profunda relación de amistad que
iría cobrando fuerza con el paso de los años. Y es que Ernesto era un
hombre de familia y ese sentimiento lo llevó a desarrollar un profundo
apego por los suyos, ya fueran sus padres y hermanos como sus tíos, tíos
abuelos y primos.
La de los
Guevara era la típica vida familiar de la clase media de su tiempo, con
el padre acudiendo a diario a su trabajo en el Astillero o efectuando
furtivos viajes a su yerbatal de Misiones para supervisar su marcha y la
madre ocupándose de los quehaceres hogareños junto con el cuidado de
los hijos.
Los fines
de semana se compartían con parientes y amigos, sobre todo en el Club
Náutico San Isidro, la quinta de la familia Gamas en Morón o en el Delta
del Paraná efectuando largos paseos, a veces solos, a veces en compañía
de los Martínez Castro.
Ernesto
Guevara Lynch dedica un espacio importante a esos recorridos isleños,
casi siempre por la primera y segunda sección del Delta, pertenecientes a
los partidos de Tigre y San Fernando respectivamente. Para ello,
tomaban por el río Luján hasta los arroyos Capitán y Pajarito, buscando
el Canal de la Serna y luego el Paycarabí, que los llevaba hacia los
caudalosos Paraná Miní, Paraná Guazú y Paraná de las Palmas.
Aquellos
paseos a través de lo que el padre del Che denomina el “Mekong
argentino”, se hacían a veces a bordo del “Kid”, a veces en el “Ala”,
otra embarcación de su propiedad o en el velero de los Martínez Castro y
traían al recuerdo de todos la provincia de Misiones, cuando se
adentraban por la espesura siguiendo el curso de algún arroyuelo o
cuando hacían alto en alguna isla para disfrutarde un pic nic, nadar y
pescar.
Eran
tiempos felices, sin ninguna duda, que finalizaron abruptamente un frío
día de otoño, cuando la inconciente Celia bajó hasta el Club Náutico
para nadar, llevando con ella a su hijo mayor.
Junto a su niñera gallega |
La
embestida duró varios días y eso llevó a los padres a acudir al médico
(el Dr. Pestaña) para que elaborase un diagnóstico y tratase al pequeño.
Sin embargo, todo sería en vano. Sin dar demasiada importancia al
asunto, el facultativo determinó bronquitis asmática y explicó que el
frío de la playa había despertado la vieja neumonía que había contraído
al nacer. Recetó calor, cataplasmas, jarabes con adrenalina e
inyecciones y recomendó mucho abrigo los días frescos.
El asma
se tornó crónica y a partir de ese momento fue motivo de nuevas
consultas otros con médicos de Buenos Aires. Comenzaba lo que la familia
llamó su calvario o “vía crucis”, con infinidad de análisis,
auscultaciones, sondeos y medicamentos, incluyendo el recomendado método
Andrew que consistía en quemar unos cartones especiales que despedían
un humo curativo para abrir los bronquios, pero el tratamiento no
sirvió.
Así fue
como llegaron los días del “papito, inyección”, el pedido de auxilio que
el niño apenas balbuceaba cuando se empezaba a asfixiar, algo que dolía
tremendamente a su progenitor. “…los niños tienen terror al pinchazo y él, en cambio, lo podía porque sabía que era lo único que le cortaba los accesos”2.
La vida
de los Guevara cambió a partir de aquel fatídico día y el mal que
contrajo su hijo se convirtió en su mayor preocupación ya que ni
pastillas, ni remedios, ni inyecciones, ni tratamientos parecían surtir
efecto.
Fue su
amigo, el Dr. Mario O’Donnell el que primero les sugirió cambiar de
clima en lugar de seguir con más tratamientos y de esa manera, el
matrimonio se puso a pensar.
San
Isidro, tan cerca del río, era un lugar extremadamente húmedo, lo mismo
Misiones, con su tupida vegetación y sus calores sofocantes. La idea era
permanecer en Buenos Aires, donde tenían todos sus afectos y contactos.
De ese modo, el matrimonio alquiló un departamento en el barrio de
Palermo, sobre la calle Bustamante, muy cerca de su intersección con
Peña, pensando que eso mejoraría el estado del niño, pero no fue así.
De esa
manera como comenzó el largo peregrinar de la familia pues aquella nueva
mudanza no pareció cambiar demasiado las cosas; los ataques continuaron
y los tratamientos siguieron siendo inútiles.
Por
aquellos días nació Roberto, el tercer hijo del matrimonio que, al igual
que Celia, no presentó problemas en lo que a salud se refiere.
Pese a
todos esos contratiempos, aquellos fueron tiempos de dicha, sobre todo
para los niños, que años después recordarían con nostalgia los paseos
por los célebres bosques de Palermo en compañía de Carmen y los fines de
semana en lo de los Gamas, donde disfrutaban del aire y el sol.
Pero el
estado de salud de Teté no mejoraba y eso llevó a sus padres a adoptar
una drástica determinación: era imperioso dejar Buenos Aires e ir en
busca de un sitio benigno si lo que se quería era que el asma
desapareciese. Y fue entonces que alguien les sugirió las sierras de
Córdoba.
Guevara
Lynch no había estado nunca en esa provincia pero, al parecer, según
averiguaciones, su clima era en extremo benigno y eso lo convenció.
Decidieron viajar por tandas, Celia, los chicos y la niñera en primer
lugar y Guevara unos días después, porque tenía algunos asuntos que
concluir, pero como el estado de salud del mayor de sus hijos era tan
calamitoso aquel día, optó por acompañarlos. A último momento sacó
boleto y con lo que tenía puesto abordó el tren.
Fue un
viaje realmente difícil, con Teté tosiendo y jadeando permanentemente,
sin poder concentrar el sueño e impidiendo que los demás lo hicieran.
Salieron
de Retiro en las últimas horas de la tarde y llegaron a la estación de
Córdoba a las 08.00 del día siguiente, el pobre padre urgido de zapatos
nuevos porque los que llevaba, pese a ser flamantes, le quedaban chicos.
Se
alojaron en dos habitaciones del Hotel Plaza, frente a la antigua
Catedral y casi enseguida notaron que Teté comenzaba a mejorar.
Tanto
Ernesto como Celia creyeron tocar el cielo con las manos porque después
de la agonía del trayecto, el chico respiraba sin ningún tipo de
inconveniente y lo siguió haciendo en los días siguientes, demostrando
que aquel aire era realmente bueno.
Con se hermana Celia, posiblemente en San Isidro |
Resulta
increíble a la distancia que impone el tiempo, que ante aquel cuadro de
situación, pensando que su hijo mayor se había curado, la familia haya
creído que el pequeño estaba curado y a tan poco tiempo de haber
llegado, decidiesen regresar. Una vez más, la falta de madurez de aquel
matrimonio de eternos adolescentes, le jugaría una mala pasada a la
familia.
Permanecieron
en Córdoba un tiempo no demasiado prolongado pero como nunca pensaron
afincarse definitivamente, viendo que su hijo estaba repuesto,
regresaron a Buenos Aires, pensando que el mal había sido superado. Fue
un error garrafal ya que a poco de su arribo, el asma reapareció con más
fuerza que nunca.
Desesperados,
hicieron nuevamente sus valijas y dejaron la capital a toda prisa para
volver a la provincia mediterránea, mentalizados e incluso resignados a
radicarse permanentemente.
A poco de
establecerse en un hotel, sometieron a Teté a la atención del doctor
Soria, un excelente pediatra cordobés que tomó su caso y se interesó por
él. Pasado un tiempo, alquilaron una casa en la localidad suburbana de
Argüello y allí se dispusieron a seguir su vida, pero para su desazón,
la cosa se puso peor.
Apareció
entonces el doctor Fernando Peña, amigo del matrimonio, que les habló de
Alta Gracia, pequeña ciudad serrana en la que residía, de su clima seco
y su aire benigno. Y de ese modo, a cuarto meses de su llegada, la
familia volvió a empacar y enfiló hacia su nuevo destino, no sin ciertos
resquemores, aunque dispuesta a agotar todas las instancias.
Notas
1 Ernesto
Guevara Lynch afirma erróneamente que Moore era hijo de padre inglés y
madre irlandesa. Los padres de su concuñado eran argentinos, Guillermo
Moore había nacido en Lobos en 1856 y María Elena Maguire y Murray en
Salto, cuatro años después.
2 Ernesto Guevara Lynch, Mi hijo el Che, p. 140.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)