jueves, 22 de agosto de 2019

ALTO JERARCA DE LA REVOLUCIÓN

El Che Guevara presidente del Banco Nacional de Cuba junto a un grupo de economistas


El primer cargo público que ocupó el Che en la revolución, después de ser reconocido comandante militar de La Cabaña, fue el de director del Departamento Industrial del Instituto Nacional de Reforma Agraria.
Su designación tuvo lugar a poco de su gira internacional, después de brindar un detallado informe a Fidel refiriéndole las perspectivas que ofrecían los países visitados y la posibilidad de conquistar nuevos mercados.
Como asegura Pierre Kalfon, se habían aumentado los salarios, los alquileres bajaron y el poder adquisitivo de los cubanos daba señales de crecer. Y para más, la reforma agraria había multiplicado las explotaciones y eso había generado una mayor demanda de artículos industriales1.
Un estudio pormenorizado de la situación, le permitió al flamante funcionario determinar que buena parte de la industria nacional, se hallaba en poder de particulares y que el Estado apenas poseía unas pocas fábricas confiscadas, algunas abandonadas por sus propietarios, otras en situación de cierre y las más inoperantes. El Che decidió activarlas y para ello designó a su frente a varios de sus colaboradores, casi todos veteranos de Sierra Maestra y la guerra civil aunque la mayoría inexpertos en esos asuntos. 

Para reactivar todo ese aparato, pensó que iba a necesitar gente experimentada y como en la Cuba revolucionaria ese material escaseaba,  se contactó a través de los respectivos partidos comunistas, con varios economistas del continente, especialmente de Chile y Ecuador, para que fueran a trabajar con él.
Fascinados con la propuesta, los jóvenes especialistas aceptaron entusiasmados y sin decir más, armaron sus maletas y se dirigieron a los aeropuertos. Uno de ellos, Carlos Romero, le dijo a poco de pisar la islas, que en la Comisión Económica de las Naciones Unidas en América Latina (CEPAL) que tenía su sede en Santiago de Chile, había gente capacitada y sin pensarlo dos veces, el Che lo envió hacia allá para tantear el terreno, lo mismo a Carlos Rafael Rodríguez, militante del PSP, quien debía recorrer algunos países del continente.
De ese modo, fueron llegando gente tan variada como Jaime Barrios, antiguo directivo del Banco Central de Chile, sus compatriotas Albán Lataste, Gonzalo Martner, Carlos Matus, Sergio Aranda y el ingeniero Alberto Martínez (los “chilenitos”, como los empezó a llamar el líder revolucionario) y los ecuatorianos Raúl Maldonado y Edmundo Meneses.          
Se trataba de individuos capaces, de marcada formación marxista, que creyeron tocar el cielo cuando el célebre comandante guerrillero les propuso trabajar en su proyecto. Con ese equipo, al que pronto se sumaron varios asistentes cubanos, comenzó a elaborar un plan destinado a activar la industria nacional y fortalecer la economía.
Tras obtener la autorización del Ministerio de Trabajo, a cargo de Augusto Martínez Sánchez, antiguo asesor de Raúl Castro, fueron intervenidas numerosas fábricas, a las que pusieron a trabajar de manera inmediata. Y al frente de la dependencia encargada de su administración fue designado Osvaldo Borrego quien, como dice Jon Lee Anderson, se quemaba las pestañas con los gráficos y anuarios estadísticos, para obtener un panorama claro de la actividad industrial local.
Paralelamente, el Che instituyó un severo programa de instrucción y alfabetización, destinado preferentemente a quienes iban a estar al frente de las plantas de producción ya que un estudio que mandó a hacer a tal fin, había arrojado la escalofriante cifra del 80% de efectivos del Ejército Rebelde que no sabían leer ni escribir. Los cursos se iniciaron en La Cabaña mientras él, en persona, tomaba clases de economía, convocando a tal efecto, al experto mexicano Juan Noyola. Mientras Noyola le impartía nociones de economía y finanzas, el profesor Salvador Vilaseca le enseñaba matemáticas, no solo a él sino también a Francisco García Vals y su amigo guatemalteco, el Patojo2.
El 29 de noviembre de 1959, el Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario nombró al Che presidente del Banco Nacional de Cuba, un cargo de máxima jerarquía, con el que comenzaba a ser visible la magnitud de su figura3.
El día que prestó juramento, el flamante “economista” se comprometió a cumplir cabalmente los deberes de funcionario y a hacer cumplir la ley con firmeza, combatiendo la corrupción, la inmoralidad y a los enemigos de la nación. Poco después renunció a su nuevo sueldo de mil dólares y se limitó a los doscientos cincuenta que le correspondían como comandante del Ejército Rebelde y se puso a trabajar de manera inmediata.
No fueron pocos los que se preguntaron si Guevara, cuya profesión era la medicina, estaba capacitado para ejercer tales responsabilidades, pero eso poco pareció importarles a Castro y el consejo de ministros.
El Che en su despacho del Banco Nacional

El Che se hizo cargo del Banco en reemplazo de Felipe Pazos, que había renunciado el 23 de octubre, cada vez más desencantado de la revolución. Con él, se fueron muchos otros burócratas de ahí que, cuando el argentino llegara el primer día a la dependencia, encontrase con buena parte de sus oficinas vacías.
Para llenar esos espacios, el nuevo presidente llamó a individuos de confianza, entre ellos Osmany Cienfuegos, para que reemplazase a Manuel Ray en el Ministerio de Construcción, al cuñado de Vilma Espín, Rolando Díaz Aztarain, para hacer lo propio con Faustino Pérez en el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados y al doctor Vilaseca para sustituir a Justo Carrillo en la gerencia general.
Según refiere Anderson, Vilaseca habría intentado negarse, por consideración a su antecesor, con quien tenía lazos de amistad, pero el Che se lo ordenó aceptar de manera imperativa, demostrándole que más que un pedido, lo suyo era una orden.

-¡Yo tampoco sé nada de bancos, y soy el presidente! –le dijo en tono áspero- pero cuando la revolución lo nombra a uno en un puesto, hay que aceptarlo y entonces hacerlo bien4.

Alguien le dijo a Guevara que el viejo edificio de piedra sito en la parte vieja de La Habana, iba a ser reemplazado por un rascacielos de 32 pisos, a metros de la costa y que ya se habían comenzado a construir sus cimientos. Se trataba de una obra colosal, de dieciséis millones de dólares, un edificio moderno, al estilo norteamericano, como no se había construido ninguno hasta entonces.
Para interiorizarse del tema, el Che hizo llamar al joven arquitecto Nicolás Quintana, a quien Felipe Pazos había asignado fondos para iniciar los trabajos.
Jon Lee Anderson reproduce aquel encuentro aún en sus mínimos detalles, dando a entender que no fue nada cordial.
Según parece, el entusiasta profesional llegó a la entidad bancaria habiendo escuchado previamente a Pazos.

-Lo que están haciendo con el país es una barbaridad. Vas a heredar un nuevo presidente [del Banco Nacional] y su nombre es Che Guevara. No está capacitado para el puesto y ésa es una de las razones por las que me voy al exilio. Tú también lo harás; es inevitable.

Pero Quintana no lo escuchó. Tenía esperanzas, había depositado su confianza en el nuevo orden y quería hacerse cargo la obra arquitectónica de mayor envergadura proyectada hasta entonces. Además, contaba en su favor el hecho de haber colaborado con el Ejército Rebelde y todo el mundo recordaba que había sido él quien facilitara los planos topográficos del Escambray y eso, según su creencia, jugaría en su favor.
Entrar en la sede de la del Banco no solo lo trajo a la realidad sino incluso, le recordó las palabras de Pazos. Lo que antes era un edificio impecable, lucía desordenado, sucio y en extremo desorganizado, lleno de papeles y objetos tirados por el suelo.
Una vez en la antesala, se hizo anunciar y al cabo de unos instantes ingresó en la presidencia. El Che lo recibió sentado en su escritorio, con rostro altanero.

-¿Es usted un pequeño burgués? – le preguntó ni bien se sentaron.

-No, no lo soy – respondió el joven arquitecto.

-¿No?, entonces es un revolucionario.

-No, comandante, yo no dije que fuera revolucionario. Soy un “gran” burgués. El “tendero” es un burgués.

El Che sonrió levemente y luego continuó.

-Usted es la primera persona honesta de su clase que he conocido desde que llegué.

-En realidad hay muchos –respondió Quintana creyendo que se había metido al comandante en el bolsillo-, el problema es que usted no les da la oportunidad de hablar.

Al oir eso el semblante del Che cambió por completo. Su sonrisa desapareció y su rostro mutó en una expresión de desagrado. El arquitecto comprendió que se había pasado de la raya y aguardó el estallido.

-¡Recuerde que está hablando con el comandante Guevara! –le dijo su interlocutor.

-Si, comandante.

Conversaron un par de horas y acordaron un segundo encuentro para ajustar los detalles.
Al día siguiente, Quintana y su socio llegaron con los planos y los cálculos, pensando que el Che los iba a aprobar. Pero para su sorpesa, este comenzó a dar larga al asunto y a preguntar cosas absurdas mientras observaba.
Los arquitectos se refirieron a los materiales necesarios para un edificio tan elevado cerca de la costa; se necesitaban aberturas capaces de resistir los huracanes, marcos de acero inoxidable y ascensores adecuados, como los que elaboraba la firma Otis.

-¿Hacen falta ascensores? –preguntó el Che sin levantar la vista de los planos.

Los arquitectos se miraron y permanecieron unos segundos en silencio, sin dar crédito a lo que oían.

-Bueno, comandante… el edificio tendrá treinta y dos pisos…-respondió Quintana algo confuso.

-Yo creo que las escaleras son suficientes – insistió el jerarca revolucionario – Si yo que tengo asma puedo subirlas, ¿por qué no habrían de hacerlo los demás?

El socio de Quintana no resistió más. Pidió autorización para dejar la sala y abandonó el edificio. Guevara siguió como si nada.

-¿Por qué tenemos que importar las ventanas de Estados Unidos o Alemania cuando podemos emplear material mucho más barato y disponible aquí en La Habana?

Y luego agregó.

-La cantidad de baños es excesiva. Podemos eliminar la mitad.

-Pero, comandante, en las revoluciones la gente va al baño como lo hacía antes.

-El hombre nuevo no. Él puede sacrificarse.

Quintana volvió a insistir con el tema de las ventanas y entonces, el Che lo interrumpió.

-Vea, Quintana. Para la mierda que vamos a guardar aquí dentro de tres años, es mejor que el viento se lleve todo5.

Era la prueba de que el edificio jamás se iba a construir. El arquitecto se retiró llevándose sus planos y nunca regresó. Las obras del nuevo Banco Nacional permanecieron detenidas por años y en su lugar, se levantó el Hospital Hermanos Ameijeiras, que recién se inauguraría en 1982.
El Che llegaba al Banco a media mañana, rodeado por sus escoltas armados, con su uniforme verde olivo y su pistola al cinto.
Claude Julien de “Le Monde”, escribió en su diario, el 22 de marzo de 1960, “Comprendo que un ‘bussinessman’ americano, de rostro lampiño y estricto tarje gris, me confesara su desconcierto ante aquel banquero despechugado, de sonrisa franca y ojos brillantes de inteligencia”6.
Así ingresaba en su despacho, un ambiente amplio e iluminado, con alfombras en el piso y sillones de cuero. Un gran mapa de Cuba destacaba en la pared principal y otro de la Argentina en la puerta que conducía al baño (siempre tuvo cerca a su país).
Desde ahí partió la directiva de imprimir los nuevos billetes de diez y veinte pesos, con la inscripción “Che”, donde siempre había figurado la firma de los presidentes, una manera clara y contundente de demostrar que los tiempos del capitalismo extremo habían terminado.
Poco después, Fidel Castro anunció la nacionalización de las minas y las industrias petroleras, una abierta señal para el Departamento de Estado, mostrando que se avecinaban tiempos difíciles.
El Che, mientras tanto, continuaba con su rutina. Llegaba a eso de las diez, como se ha dicho y se retiraba a la una o dos de la madrugada (a veces más tarde aún). Aleida era una de sus secretarias y compartía con él las horas, ocupando un despacho contiguo, bastante reducido.
El 22 de febrero de 1960, llegaron a Cuba Jean-Paul Sartre y su esposa, Simone de Beauvoir, ansiosos por conocer los alcances de aquella verdadera primavera cubana. El Che los recibió en la sede del Banco Nacional y habló con ellos cerca de tres horas. El afamado filósofo había estado en la Unión Soviética en 1954 y en China, al año siguiente y eso interesaba a su anfitrión.
Fidel Castro anuncia la nacionalización de minas y petroleras

La pareja se quedó un mes entero, hasta el 21 de marzo, recorriendo la isla de una punta a la otra, interiorizándose de su proceso revolucionario, su historia, sus costumbres y tradiciones. Habló con políticos, hombres de letras, pensadores y artistas e intentó impregnarse de tan entusiasta movimiento social, algo jamás visto en la historia de América a excepción del movimiento justicialista en la Argentina peronista.
Fue para ambos, como un volver a vivir, un regreso a los años mozos, la utopía hecha realidad, pero lo que más les atrajo de todo, fue la personalidad de aquel comandante extranjero que se había hecho cargo de la economía nacional. Lo visitaron de noche en su despacho bancario y allí conversaron largo y tendido, en compañía de Antonio Núñez Jiménez, con Juan Arcocha haciendo las veces de intérprete y Alberto Korda inmortalizando el momento a través de sus imágenes.
Las fotografías son un claro testimonio. A Sartre y Beauvoir se los ve serios pero fascinados, atentos a lo que el argentino dice, él con su traje de verano negro y ella con su look estilo Frida Khalo
De regreso en Francia, Simone de Beauvoir escribirá sus impresiones para el periódico “France-Observateur”.
A los visitantes les sorprendió enormemente el elevado nivel cultural de su anfitrión y su aguda inteligencia, así como el proceso revolucionario cubano y su gente.

Al reivindicar su independencia, Cuba entra en lucha contra la fuerza de atracción de una enorme masa continental que quiere reintegrarla a su campo de gravitación […] Las relaciones de la isla con los Estados Unidos no son buenas, en efecto […] ¿Hará Estados Unidos el boicot a los navíos cubanos? ¿Rebajará la cuota del azúcar? ¿Organizará el bloqueo de Cuba? […]. Hay un orden en el Nuevo Mundo que se elabora en Washington y se impone al continente, a sus islas, desde Alaska a Tierra del Fuego; este orden no permitirá por mucho tiempo, lo que considera un desorden insular; algún día, las fuerzas armadas del continente querrán meter en cintura a ese fragmento de azúcar contestatario […]. El mundo vio, sin conmoverse, como Monroe impuso el orden en Guatemala. La suerte de esa república amenaza, a cada instante, a Cuba7.

“El hombre más completo de nuestro tiempo”, diría Sartre, fascinado con la personalidad, el intelecto y la formación de Guevara.
A comienzos de marzo, el Che pronunció un discurso en la Universidad de La Habana, comprometiendo a los estudiantes con el crecimiento económico de la nación y en el mes de abril salió a la venta su libro La guerra de guerrillas, publicado por el Departamento de Instrucción Militar del INRA, con su emotiva dedicatoria a Camilo Cienfuegos.
Todo era fiesta, sobre todo para quienes querían verla; un reverdecer adolescente que parecía conducir a la nación caribeña por la senda de la autonomía y el crecimiento. Sin embargo, la realidad era muy distinta porque detrás de esa fachada, se gestaban acontecimientos graves, que hacían presagiar días tormentosos.


El 4 de marzo de 1960, a las 15.10 de la tarde, el Che Guevara se encontraba en su despacho del Banco Nacional de Cuba, reunido con algunos representantes de instituciones intermedias, cuando una violenta explosión hizo estremecer el sector oriental de La Habana.
Como catapultado, saltó de su asiento, seguido por los presentes y al asomarse por el gran ventanal que daba hacia el noroeste, distinguió una densa columna de humo, que se elevaba desde el sector portuario.

-¿Qué es eso? – atinó a decir.

Casi enseguida sonó el teléfono y una voz agitada, anunció del otro lado, que un barco extranjero acababa había volado por los aires.
Fidel Castro y José Enrique Mendoza se encontraban reunidos con los representantes de las provincias en el piso superior del INRA, cuando se produjo la explosión y al ver lo que ocurría, se lanzaron por las calles, en dirección a la bahía.
En la acera contigua al cuartel de San Ambrosio, se cruzaron con el Che, cuando llegaba en su auto acompañado por Aleida March y Hermes Peña. Inmediatamente después, aparecieron Dorticós y el secretario de la Presidencia, Luis M. Buch, seguidos a su vez por Juan Almeida, Evelio Saborit y el capitán Jorge García Cartaya.
El lugar era un pandemonium, con gente yendo de aquí para allá, gritando y dando directivas que nadie seguía.
Se trataba del “La Coubre”, un carguero francés de 4309 toneladas de desplazamiento, tripulado por 35 marineros, que ardía envuelto en una densa nube de humo. Lo comandaba el capitán George Dalmas y traía además, dos pasajeros ocasionales, el fraile francés Raoul Desobry, de la orden de los dominicos y el fotógrafo independiente norteamericano Donald Lee Chapman, que se dirigía a Nebraska.
Sartre y Simone de Beauvoir viistan al Che en el Banco Nacional

El buque, había llegado esa misma mañana, procedente de Amberes (08.12),
trayendo treinta y una toneladas de granadas para fusiles, estibadas en el compartimiento superior de la bodega Nº 6 y cuarenta y cuatro de municiones, embaladas en 1492 cajas, acomodadas en el nivel inferior.
Siguiendo instrucciones de Raúl Castro, a las 10.30 la nave amarró junto al muelle de Tallapiedra (Pan American Docks) y a las 11.00 fue abordada por dos oficiales del Ejército Rebelde, quienes después de comprobar que todo estaba en regla, ordenaron iniciar la descarga. Treinta efectivos de la sección blindada del cercano Regimiento de Artillería, acordonaron el área, montando una estricta vigilancia
La medida violaba las normas de seguridad portuaria, que establecían claramente que todo cargamento de armas debía hacerse en medio de la bahía, a través de lanchones, pero ansioso por disponer del armamento, Raúl lo hizo bajar de ese modo, ignorando por completo el reglamento.
Cuando los veintisiete estibadores asignados a la tarea bajaron al muelle las 1492 cajas de municiones de la bodega inferior, procedieron a hacer lo propio con las granadas y cuando ya habían sacado la mitad, se produjo la tremenda explosión. El estallido destrozó completamente la popa, mató al instante a todo el personal y arrojó la nave contra el muelle opuesto.
El Che corrió hacia el buque, decidido a colaborar en el rescate. Castro, su hermano y quienes les acompañaban se dispusieron a seguirlo pero en el momento que descendían las escalinatas del muelle, un estallido mucho más violento hizo estremecer nuevamente la ciudad (15.40).
Trozos incendiados cayeron por todas partes, incluyendo restos humanos y los gritos de lamento se multiplicaron. Al ver que comenzaban estallar las cajas de balas, Mendoza y sus acompañantes se arrojaron sobre Fidel para cubrirlo con sus cuerpos pero aquel, presa de un ataque de histeria, comenzó a tirar patadas y puñetazos, ordenando que lo liberaran.

-¡¡Carajo, me está sofocando!!

Estibadores, trabajadores portuarios, policías, militares, bomberos e incluso vecinos, se acercaron hasta el lugar para ayudar en las tareas. Las escenas eran dantescas; había restos humanos calcinados por todas partes, entremezclados con trozos de maquinarias, hierros retorcidos y escombros.
El periodista José Agraz, del periódico “Información”, fue alcanzado por la onda expansiva y cayó de espaldas sobre el muelle. Al verlo tendido sobre el pavimento, su colega, Jorge Oller Oller, pensó lo peor, pero cuando aquel se incorporó y siguió registrando las escenas con su cámara, se sintió aliviado y continuó con lo suyo.
En momentos en que Fidel era retirado del lugar, el Che alcanzaba la cubierta del barco. Hubo quienes intentaron retirarlo de allí pero les fue imposible porque ni siquiera les permitió acercarse.

-¡¡No jodan conmigo, carajo -gritó- Ya hubo dos explosiones; todo lo que iba a explotar ya explotó!! ¡¡Déjenme subir…!!8.

El espectáculo que ofrecía la nave era realmente estremecedor. Había cuerpos mutilados, gente herida que se quejaba lastimosamente, objetos tirados, hierros retorcidos, llamas y una humareda infernal.
El Che impartió algunas directivas e intentó asistir a quienes todavía se hallaban con vida. Enseguida llegaron los bomberos y las tareas de rescate se intensificaron.

Cuando había pasado media hora de la explosión, los bomberos, soldados rebeldes y policías continuaban haciendo supremos esfuerzos para sofocar aquel infierno, salvar lo que podían de la carga y sacar a los cadáveres o los pedazos de cuerpos que encontraban, y los  médicos y enfermeras atendían a los heridos y mutilados para salvarles la vida. Entonces,  sobrevino una segunda explosión, inesperada, terrible, mortal y más destructiva que la primera, lo que elevó el número de víctimas9. 

Mientras los socorristas trabajaban frenéticamente intentando retirar a los heridos del lugar, Jorge Ricardo Masetti, cámara en mano, registraba las escenas, desafiando valerosamente las llamas y las balas que salían disparadas hacia todas partes desde el interior de la nave.
Recién al anochecer logró controlarse el siniestro. Los cuerpos fueron retirados de entre los hierros retorcidos o rescatados de las aguas, para ser tendidos sobre el muelle y colocados en sus respectivos cajones, una tarea penosa e impresionante, por el estado en que estaban algunos de ellos. Desde allí se los condujo hasta el edificio de la Central de Trabajadores y en horas de la noche se abrieron las puertas para que el pueblo pudiese velar sus restos y rendirles honores. Varios más serían recuperados al día siguiente.
Ciento uno fueron los muertos (y desaparecidos) en la tragedia y doscientos los heridos, sin contar los terribles daños materiales que sufrieron los edificios cercanos. De ellos, seis eran franceses, el primer teniente Francois Artola, el timonel Jean Buron y los marineros Jean Gendrón, André Picard, Alain Moura y Lucien Aloi.
El "La Coubre" estalla en el puerto de La Habana

El 5 por la tarde se llevó a cabo una multitudinaria marcha encabezada por Fidel, el Che, Raúl, Osvaldo Dorticós y los más altos funcionarios de gobierno y después de los entierros, el primero subió a la gran tribuna que se había montado especialmente en la Avenida 23, esquina con la Calle 12 -pleno barrio de el Vedado-, para pronunciar palabras encendidas. Medio millón de personas se habían congregado en el lugar para presenciar el acto.

El Jefe de la Revolución hizo un amplio análisis de las causas que habían provocado la explosión del barco La Coubre. Estaban fundamentadas en las investigaciones y pruebas que se habían hecho. Explicó que los proyectiles venían muy bien protegidos contra cualquier accidente ocasional y para probar esto había ordenado que dos de las cajas de granadas de fusil, de las que se habían salvado de la explosión, fueran lanzadas desde un avión a alturas de 400 y 600 pies. Las cajas se rompieron pero ninguna de las granadas explotó y mostró al pueblo dos de ellas. No podía hacer explotado por un accidente. Si no era un accidente, dijo, entonces era un sabotaje y ese sabotaje, también demostró, no podía haberse hecho desde adentro, sino que estaba muy relacionado con las presiones que trataba de ejercer el Gobierno norteamericano sobre los fabricantes de armas de otros países  para que no le vendieran armas a Cuba10.

Según la opinión generalizada, la terrible explosión fue producto de un acto de sabotaje, programado y organizado por los Estados Unidos para menoscabar el ánimo de los cubanos y derribar su gobierno. A ello, Castro replicó:

… no sólo sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer a cualquier agresión y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria, la de libertad o muerte; solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía, libertad quiere decir patria, y la disyuntiva nuestra seria: patria o muerte.

Hay quienes dudan que el siniestro fue un hecho premeditado. De haberlo sido, es el mayor atentado terrorista de la historia de Cuba, desde la catástrofe del “Maine”, en 1898. No existen referencias de él en los documentos desclasificados del Departamento de Estado ni en los archivos de las universidades y centros de estudios del país del norte salvo breves menciones y algunas conjeturas.
Según parece, en las cajas de seguridad de una fundación marítima francesa, se encuentra depositado el legajo completo de la investigación que llevó a cabo la Compañía General Transatlántica, propietaria de la nave, pero los mismos permanecerán vedados hasta el año 2109.
Aún así, el gobierno castrista sacó provecho del suceso y lo utilizó para tensionar aún más las relaciones con su poderoso vecino.
Como era de esperar, las principales sospechas recayeron sobre el periodista estadounidense Donald Lee Chapman, que viajaba a bordo como pasajero. Para muchos investigadores cubanos, fue el principal responsable de la explosión por el simple hecho de haber nacido en los Estados Unidos.
El Dr. José Luis Méndez Méndez, historiador revolucionario, lo involucró directamente en un estudio que efectuó en 2002, es decir, cuarenta y tres años después, al decir:

Un solitario pasajero de ese vapor, Donald Lee Chapman, se dirigía a Nebraska, aunque desembarcaría en Miami a miles de millas de su destino, mientras que otro, Jack Lee Evans, salió precipitadamente de Cuba el 5 de marzo para declarar en Miami haber conocido a los autores del sabotaje, lo que resultó ser una medida para obstruir las indagaciones iniciales. “¿Estaban estos estadounidenses solamente en el lugar y momento equivocados?11

Solo deducciones. Ninguna prueba. Para peor, el buque fue reflotado por buzos norteamericanos, y conducido a dique seco, para ser sacado a remolque por el buque holandés “Oostzee”, el 22 de agosto, y ser acarreado en esas condiciones, hasta su país de origen, más precisamente el puerto de Rouen12. Aparecerá otro “culpable”, meses después, William Alexander Morgan, hasta el momento, niño mimado de la revolución quien, además de ser estadounidense de nacimiento, a mediados de año abrió un frente contrarrevolucionario en el Escambray, convirtiéndose, por consiguiente, en el enemigo público número uno, en principal sospechoso y culpable de todo.


Ese día, además del gran acto y el discurso que pronunció Fidel, se produjo otro hecho que marcaría a fuego la historia.
Alberto Díaz Gutiérrez “Korda”, un habanero de treinta años, era el fotógrafo oficial de la revolución, por más que años después lo negara rotundamente. Algo así como Heinrich Hoffmann los fue de Hitler, Antonio Pérez de Perón y Pinélides Aristóbulo Fusco de Evita. Una suerte de Jacques-Louis David napoleónico, salvando las distancias.
En aquella oportunidad, como solía ocurrir, Alberto acompañó la procesión y registró las principales escenas. La imagen que muestra a Fidel, Dorticós, Guevara y otros líderes revolucionarios avanzando con los brazos entrelazados, le pertenece, lo mismo las que se tomaron cerca del palco y durante los entierros.
En el momento que Castro iniciaba su discurso, Alberto se hallaba parado debajo del escenario, intentando registrar a todos y cada uno de sus ocupantes.

La tarde era un poco metida en agua […], un poco gris. No era una de esas tardes cubanas habituales, de mucho sol. Había frío. Entonces, estoy recorriendo los personajes de la tribuna y retratándolos. Y en esa primera fila que da al público que está abajo, pegado a la baranda que existe, yo voy paneando mi cámara lentamente; la figura del Che no está ahí en ese momento. Yo luego paneo con el F-90 mm buscando las figuras, así [hace el gesto] y él no está. Vuelvo a hacer lo mismo; en ese momento, cuando vengo con el paneo, aparece la imagen del Che. O sea, el Che estaba situado pero en un segundo plano.
Con esa visión, con ese rostro que aparece en la foto, así se me mete dentro del visor de la cámara. Yo te digo honestamente, que la cara del Che me impresionó tanto cuando yo la vi en el visor, y me impresionó tanto la… esa cosa que hay en el rostro de él, que s lo que se ve en la foto; me impresiona tanto cuando la veo en la cámara que, te digo, que lo que a mí nunca se me olvida, es que instintivamente, hice como una cosa…, como una cosa así, hacia atrás [hace el gesto]. Me asusto, si te puedo decir un poco y al mismo tiempo de asustarme, apreté el obturador. Y entonces, ahí queda la imagen esa12.

Cuando Korda se acomodó debajo de la tarima, ignoraba que estaba a punto de obtener la fotografía más famosa de todos los tiempos; el retrato más difundido de la historia, la efigie más icónica jamás lograda.
Siete años después, la instantánea recorrería el mundo como símbolo de lucha y protesta, encabezando revueltas, alzamientos, revoluciones y guerras civiles, adornará millones de camisetas, banderas y emblemas; la enarbolarán jóvenes contestatarios, estudiantes, trabajadores y combatientes de todas las latitudes, en todos los tiempos y a toda hora y pasaría a ser el símbolo de rebeldía por antonomasia. No importaba, a esa altura, que en sus otras tomas hubiese registrado a Castro, a Raúl, al mismo Sartre y a Simone de Beauvoir compartiendo la tribuna. Todos ellos quedaron en segundo plano, eclipsados por ese rostro magnífico, serio e indignado, que parecía la encarnación misma de un semidiós.

La fuerza expresiva de esa foto es inmensa. Con su boina estrellada, vistiendo un extraño chaquetón de cuero verde obscuro adornado con lana azul marino –regalo de un amigo mexicano- el Che tiene una mirada sombría, lejana. Su severo rostro está enmarcado por un a larga y enmarañada cabellera14.

La efigie del Che es en verdad impresionante. Parecía desafiarlo todo, llamar a las armas, a la violencia y la guerra, como llamando a los vientos, los rayos y los truenos para desatar la peor de las tormentas.

El Che aparece como el ícono revolucionario sin par, con una mirada desafiante que escruta el futuro, su rostro es la encarnación viril de la indignación ante la injusticia social15.

Lo que tampoco imaginaba Korda era que esa fotografía que lo hubiera hecho millonario (por no decir multimillonario), terminaría haciendo ricas a infinidad de personas ajenas a la revolución y a lo que se vivía en Cuba. Uno de ellos, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, la obtendría del mismo Alberto, quien le regaló dos copias cuando visitó la isla buscando imágenes del Che.
La fotografía de Alberto Díaz Korda que transformará en ícono universal

Muerto el guerrillero en el mes de octubre, el italiano haría imprimir carteles de un metro de ancho por setenta centímetros de altura y llegaría a vender más de un millón de copias en menos de seis meses. El irlandés Jim Fitzpatrick la retocaría y las comercializaría en cantidades, siendo la suya, la que se vio en las calles de París durante las ardorosas manifestaciones del Mayo Francés y en las revoluciones hippies de los Estados Unidos e Inglaterra.
Pero nos estamos apartando de tema.
El 8 de mayo, Fidel Castro anunció oficialmente que Cuba reanudaba relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y que Faure Chomón, el antiguo combatiente del Directorio Revolucionario, era el flamante embajador. Dos días después, llegó su contraparte ruso, Serguei Kudriatzov, antiguo agente de la KGB, quien se apresuró a designar a Alexeiev, secretario y agregado cultural de la flamante legación. Era otro golpe al mentón de Washington.
A dos días de aquellos acontecimientos, Fidel citó a Alexeiev a una reunión en la casa que Antonio Núñez Jiménez ocupaba en La Cabaña y le pidió armas para el pueblo, especialmente ametralladoras ligeras. Sugirió transportarlas secretamente en un submarino y depositarlas en algún punto del litoral para ocultarlas en las numerosas cuevas que existían allí. Sin perder tiempo, el ruso regresó a su embajada y envió un cablegrama a Moscú, cuyo destinatario era Nikita Kruschev.
El diplomático pensó que la respuesta iba a demorar unas cuantas semanas pero, para su sorpresa, la tuvo en su escritorio al día siguiente, confirmando el envío, pero de manera abierta, a la vista de todo el mundo. “¿Por qué tenemos que esconderlas y llevarlas en submarino si Cuba es un país soberano y usted puede comprar las armas que usted necesite, sin ocultarlo?”16.
Mientras tanto, la violencia crecía en las zonas rurales, a medida que se iban llevando a cabo las expropiaciones. En Sierra Maestra, se estableció la guerrilla contrarrevolucionaria del ya mencionado Manuel Beatón; en la Sierra de Cristal hizo lo propio la que encabezaban Higinio Díaz y Jorge Sotús (Movimiento de Rescate de la Revolución), cuyo ideólogo era el profesor de la Escuela Naval Manuel Artime y a nivel urbano, se movía una red clandestina universitaria dirigida por Manuel Ray, titular de una cátedra en al Universidad de La Habana.
Fidel Castro acusó una vez más a Estados Unidos de estar detrás de ellos y de fomentar la creación de un frente internacional contra Cuba, al tiempo que el primer mandatario guatemalteco, Ydígoras Fuentes, denunció los preparativos de una invasión a su país, por parte del Che Guevara.
Washington respondió instalando una planta emisora en la isla Swan, próxima al archipiélago Caimán y desde ahí comenzó a transmitir propaganda contrarrevolucionaria, tarea que confió a Davis Atlee Phillips, aquel agente encubierto que había advertido sobre las actividades subversivas del argentino en los días previos a la invasión de Castillo Armas a Guatemala.


Imágenes


El Che jura como presidente del Banco Nacional de Cuba

Otra instantánea de Alberto Korda en el despacho del Banco Nacional

Nota firmada por el Che en su condición de presidente del Banco Nacional
de Cuba dirigida al Dr. Enrique Camejo Argudín en relación al contrato
de técnicos en producción arrocera en Japón

Otra nota del Che Guevara como presidente del Banco Nacional, haciendo referencia  a ciertos créditos en el extranjero para la importación de productos


Cuatro instantáneas de la visita de Sartre y Simone de Beauvoir
tomadas por Alberto Korda


El matrimonio escucha atentamente al Che.
A la izquierda, Antonio Núñez Jiménez

Imágen con la firma de Korda



El filósofo francés quedó fascinado con la personalidad
del argentino



Sartre junto al Che y Fidel por las calles de La Habana



Otra de Sartre y De Beauvoir por las calles habaneras.
Detrás, el Che



La explosión de "La Coubre" sacude a La Habana



Caos y destrucción en inmediaciones del puerto



Un hombre herido yace entre los escombros



El mismo hombre es retirado por los rescatistas



Terribles escenas en el sector portuario



La zona del puerto se transformó en un infierno



Proa del buque antes del desastre



El acto de homenaje por los muertos y heridos el 5 de marzo.  En primera fila, Fidel Castro, Osvaldo Dorticós, el Che Guevara,  Augusto Martínez-Sánchez, Antonio Núñez Jiménez, William Morgan y Eloy Gutiérrez Menoyo



Las máximas autoridades de la revolución encabezan la marcha



Alberto Díaz Korda registra el momento en que Fidel Castro se dirige a la multitud



Una imagen de leyenda



Alberto Korda años después
Notas
1 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 297.
2 Jon Lee Anderson, op. Cit. pp. 430-431.
3 Se ha dicho que durante cierta reunión que Fidel mantuvo con sus ministros, preguntó si alguno de los presentes era economista porque necesitaba ponerlo al frente del Banco Nacional. Según la leyenda, el Che, que en esos momentos dormitaba, alzó la mano y de manera inmediata fue confirmado para el puesto. Ni bien finalizó la sesión, Castro se le acercó para preguntarle si realmente estaba dispuesto a asumir esas funciones. “¿Ahora eres economista?”, le preguntó. “No -respondió aquel- pensé que habías preguntado si alguien era comunista”.
4 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 432.
5 Ídem, p. 432-433.
6 Pierre Kalfón, op. cit., p. 303.
7 Ídem, p. 311. Cita al artículo de Sartre, “Ouragan sur le sucre”, aparecido en “France-Soir”, París, 10 de julio de 1960.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 441.
9 Jorge Oller Oller, “La explosión del barco La Coubre”, Cubaperiodistas.cu
El sitio de la Unión de Periodistas, “Grandes momentos del fotorreportaje cubano”, miércoles, 07 de marzo de 2012 (http://www.cubaperiodistas.cu/fotorreportaje/72.html).
10 Jorge Oller Oller, op. Cit.
11Jean-Guy Allard, “La agresión terrorista de La Coubre: 50 años después, Washington se calla”, CubaDebate, 3 de marzo de 2010, http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/03/03/agresion-terrorista-coubre-50-anos-despues-washington-calla/#.VWr-KdJ_Oko
12 El “La Coubre” fue conducido posteriormente a los astilleros de Chantiers de Normandie, donde lo reconstruyeron totalmente. Volvió al servicio el 1 de abril de 1961, con el nombre de “Bárbara” y años más tarde fue vendido a una empresa griega, que lo bautizó “Notios Hellas”. A fines de 1979 fue adquirido por compañía la valenciana Gandía, que procedió a su desguace (por entonces llevaba el nombre “Agia Marina”).
13 Documental Una foto recorre el mundo, Instituto Cubano de Arte y la Industria Cinematográfica, dirección: Pedro Chaskel. Entrevista a Alberto Korda.
14 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 312.
15 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 442.
16 Ídem.