ALTO JERARCA DE LA REVOLUCIÓN
El Che Guevara presidente del Banco Nacional de Cuba junto a un grupo de economistas |
El
primer cargo público que ocupó el Che en la revolución, después de ser
reconocido comandante militar de La Cabaña, fue el de director del Departamento
Industrial del Instituto Nacional de Reforma Agraria.
Su
designación tuvo lugar a poco de su gira internacional, después de brindar un
detallado informe a Fidel refiriéndole las perspectivas que ofrecían los países
visitados y la posibilidad de conquistar nuevos mercados.
Como
asegura Pierre Kalfon, se habían aumentado los salarios, los alquileres bajaron
y el poder adquisitivo de los cubanos daba señales de crecer. Y para más, la
reforma agraria había multiplicado las explotaciones y eso había generado una
mayor demanda de artículos industriales1.
Un
estudio pormenorizado de la situación, le permitió al flamante funcionario
determinar que buena parte de la industria nacional, se hallaba en poder de
particulares y que el Estado apenas poseía unas pocas fábricas confiscadas,
algunas abandonadas por sus propietarios, otras en situación de cierre y las
más inoperantes. El Che decidió activarlas y para ello designó a su frente a
varios de sus colaboradores, casi todos veteranos de Sierra Maestra y la guerra
civil aunque la mayoría inexpertos en esos asuntos.
Para
reactivar todo ese aparato, pensó que iba a necesitar gente experimentada y
como en la Cuba revolucionaria ese material escaseaba, se contactó a través de los respectivos
partidos comunistas, con varios economistas del continente, especialmente de
Chile y Ecuador, para que fueran a trabajar con él.
Fascinados
con la propuesta, los jóvenes especialistas aceptaron entusiasmados y sin decir
más, armaron sus maletas y se dirigieron a los aeropuertos. Uno de ellos,
Carlos Romero, le dijo a poco de pisar la islas, que en la Comisión Económica
de las Naciones Unidas en América Latina (CEPAL) que tenía su sede en Santiago
de Chile, había gente capacitada y sin pensarlo dos veces, el Che lo envió
hacia allá para tantear el terreno, lo mismo a Carlos Rafael Rodríguez,
militante del PSP, quien debía recorrer algunos países del continente.
De
ese modo, fueron llegando gente tan variada como Jaime Barrios, antiguo
directivo del Banco Central de Chile, sus compatriotas Albán Lataste, Gonzalo
Martner, Carlos Matus, Sergio Aranda y el ingeniero Alberto Martínez (los
“chilenitos”, como los empezó a llamar el líder revolucionario) y los
ecuatorianos Raúl Maldonado y Edmundo Meneses.
Se
trataba de individuos capaces, de marcada formación marxista, que creyeron
tocar el cielo cuando el célebre comandante guerrillero les propuso trabajar en
su proyecto. Con ese equipo, al que pronto se sumaron varios asistentes
cubanos, comenzó a elaborar un plan destinado a activar la industria nacional y
fortalecer la economía.
Tras
obtener la autorización del Ministerio de Trabajo, a cargo de Augusto Martínez
Sánchez, antiguo asesor de Raúl Castro, fueron intervenidas numerosas fábricas,
a las que pusieron a trabajar de manera inmediata. Y al frente de la
dependencia encargada de su administración fue designado Osvaldo Borrego quien,
como dice Jon Lee Anderson, se quemaba las pestañas con los gráficos y
anuarios estadísticos, para obtener un panorama claro de la actividad
industrial local.
Paralelamente,
el Che instituyó un severo programa de instrucción y alfabetización, destinado
preferentemente a quienes iban a estar al frente de las plantas de producción
ya que un estudio que mandó a hacer a tal fin, había arrojado la escalofriante
cifra del 80% de efectivos del Ejército Rebelde que no sabían leer ni escribir.
Los cursos se iniciaron en La Cabaña mientras él, en persona, tomaba clases de
economía, convocando a tal efecto, al experto mexicano Juan Noyola. Mientras
Noyola le impartía nociones de economía y finanzas, el profesor Salvador
Vilaseca le enseñaba matemáticas, no solo a él sino también a Francisco García
Vals y su amigo guatemalteco, el Patojo2.
El
29 de noviembre de 1959, el Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario
nombró al Che presidente del Banco Nacional de Cuba, un cargo de máxima
jerarquía, con el que comenzaba a ser visible la magnitud de su figura3.
El
día que prestó juramento, el flamante “economista” se comprometió a cumplir
cabalmente los deberes de funcionario y a hacer cumplir la ley con firmeza,
combatiendo la corrupción, la inmoralidad y a los enemigos de la nación. Poco
después renunció a su nuevo sueldo de mil dólares y se limitó a los doscientos
cincuenta que le correspondían como comandante del Ejército Rebelde y se puso a
trabajar de manera inmediata.
No
fueron pocos los que se preguntaron si Guevara, cuya profesión era la medicina,
estaba capacitado para ejercer tales responsabilidades, pero eso poco pareció
importarles a Castro y el consejo de ministros.
El Che se hizo cargo del Banco en reemplazo de Felipe Pazos, que había renunciado el 23 de octubre, cada vez más desencantado de la revolución. Con él, se fueron muchos otros burócratas de ahí que, cuando el argentino llegara el primer día a la dependencia, encontrase con buena parte de sus oficinas vacías.
El Che en su despacho del Banco Nacional |
El Che se hizo cargo del Banco en reemplazo de Felipe Pazos, que había renunciado el 23 de octubre, cada vez más desencantado de la revolución. Con él, se fueron muchos otros burócratas de ahí que, cuando el argentino llegara el primer día a la dependencia, encontrase con buena parte de sus oficinas vacías.
Para
llenar esos espacios, el nuevo presidente llamó a individuos de confianza,
entre ellos Osmany Cienfuegos, para que reemplazase a Manuel Ray en el
Ministerio de Construcción, al cuñado de Vilma Espín, Rolando Díaz Aztarain,
para hacer lo propio con Faustino Pérez en el Ministerio de Recuperación de
Bienes Malversados y al doctor Vilaseca para sustituir a Justo Carrillo en la
gerencia general.
Según
refiere Anderson, Vilaseca habría intentado negarse, por consideración a su
antecesor, con quien tenía lazos de amistad, pero el Che se lo ordenó aceptar
de manera imperativa, demostrándole que más que un pedido, lo suyo era una
orden.
-¡Yo
tampoco sé nada de bancos, y soy el presidente! –le dijo en tono áspero- pero
cuando la revolución lo nombra a uno en un puesto, hay que aceptarlo y entonces
hacerlo bien4.
Alguien
le dijo a Guevara que el viejo edificio de piedra sito en la parte vieja de La
Habana, iba a ser reemplazado por un rascacielos de 32 pisos, a metros de la
costa y que ya se habían comenzado a construir sus cimientos. Se trataba de una
obra colosal, de dieciséis millones de dólares, un edificio moderno, al estilo
norteamericano, como no se había construido ninguno hasta entonces.
Para
interiorizarse del tema, el Che hizo llamar al joven arquitecto Nicolás
Quintana, a quien Felipe Pazos había asignado fondos para iniciar los trabajos.
Jon
Lee Anderson reproduce aquel encuentro aún en sus mínimos detalles, dando a
entender que no fue nada cordial.
Según
parece, el entusiasta profesional llegó a la entidad bancaria habiendo
escuchado previamente a Pazos.
-Lo
que están haciendo con el país es una barbaridad. Vas a heredar un nuevo
presidente [del Banco Nacional] y su nombre es Che Guevara. No está capacitado
para el puesto y ésa es una de las razones por las que me voy al exilio. Tú
también lo harás; es inevitable.
Pero
Quintana no lo escuchó. Tenía esperanzas, había depositado su confianza en el
nuevo orden y quería hacerse cargo la obra arquitectónica de mayor envergadura
proyectada hasta entonces. Además, contaba en su favor el hecho de haber
colaborado con el Ejército Rebelde y todo el mundo recordaba que había sido él
quien facilitara los planos topográficos del Escambray y eso, según su
creencia, jugaría en su favor.
Entrar
en la sede de la del Banco no solo lo trajo a la realidad sino incluso, le
recordó las palabras de Pazos. Lo que antes era un edificio impecable, lucía
desordenado, sucio y en extremo desorganizado, lleno de papeles y objetos
tirados por el suelo.
Una
vez en la antesala, se hizo anunciar y al cabo de unos instantes ingresó en la
presidencia. El Che lo recibió sentado en su escritorio, con rostro altanero.
-¿Es
usted un pequeño burgués? – le preguntó ni bien se sentaron.
-No,
no lo soy – respondió el joven arquitecto.
-¿No?,
entonces es un revolucionario.
-No,
comandante, yo no dije que fuera revolucionario. Soy un “gran” burgués. El
“tendero” es un burgués.
El
Che sonrió levemente y luego continuó.
-Usted
es la primera persona honesta de su clase que he conocido desde que llegué.
-En
realidad hay muchos –respondió Quintana creyendo que se había metido al
comandante en el bolsillo-, el problema es que usted no les da la oportunidad
de hablar.
Al
oir eso el semblante del Che cambió por completo. Su sonrisa desapareció y su
rostro mutó en una expresión de desagrado. El arquitecto comprendió que se
había pasado de la raya y aguardó el estallido.
-¡Recuerde
que está hablando con el comandante Guevara! –le dijo su interlocutor.
-Si,
comandante.
Conversaron
un par de horas y acordaron un segundo encuentro para ajustar los detalles.
Al
día siguiente, Quintana y su socio llegaron con los planos y los cálculos,
pensando que el Che los iba a aprobar. Pero para su sorpesa, este comenzó a dar
larga al asunto y a preguntar cosas absurdas mientras observaba.
Los
arquitectos se refirieron a los materiales necesarios para un edificio tan
elevado cerca de la costa; se necesitaban aberturas capaces de resistir los
huracanes, marcos de acero inoxidable y ascensores adecuados, como los que
elaboraba la firma Otis.
-¿Hacen
falta ascensores? –preguntó el Che sin levantar la vista de los planos.
Los
arquitectos se miraron y permanecieron unos segundos en silencio, sin dar
crédito a lo que oían.
-Bueno,
comandante… el edificio tendrá treinta y dos pisos…-respondió Quintana algo
confuso.
-Yo
creo que las escaleras son suficientes – insistió el jerarca revolucionario –
Si yo que tengo asma puedo subirlas, ¿por qué no habrían de hacerlo los demás?
El
socio de Quintana no resistió más. Pidió autorización para dejar la sala y
abandonó el edificio. Guevara siguió como si nada.
-¿Por
qué tenemos que importar las ventanas de Estados Unidos o Alemania cuando
podemos emplear material mucho más barato y disponible aquí en La Habana?
Y
luego agregó.
-La
cantidad de baños es excesiva. Podemos eliminar la mitad.
-Pero,
comandante, en las revoluciones la gente va al baño como lo hacía antes.
-El
hombre nuevo no. Él puede sacrificarse.
Quintana
volvió a insistir con el tema de las ventanas y entonces, el Che lo
interrumpió.
-Vea,
Quintana. Para la mierda que vamos a guardar aquí dentro de tres años, es mejor
que el viento se lleve todo5.
Era
la prueba de que el edificio jamás se iba a construir. El arquitecto se retiró
llevándose sus planos y nunca regresó. Las obras del nuevo Banco Nacional
permanecieron detenidas por años y en su lugar, se levantó el Hospital Hermanos
Ameijeiras, que recién se inauguraría en 1982.
El
Che llegaba al Banco a media mañana, rodeado por sus escoltas armados, con su
uniforme verde olivo y su pistola al cinto.
Claude
Julien de “Le Monde”, escribió en su diario, el 22 de marzo de 1960, “Comprendo que un ‘bussinessman’ americano,
de rostro lampiño y estricto tarje gris, me confesara su desconcierto ante aquel
banquero despechugado, de sonrisa franca y ojos brillantes de inteligencia”6.
Así
ingresaba en su despacho, un ambiente amplio e iluminado, con alfombras en el
piso y sillones de cuero. Un gran mapa de Cuba destacaba en la pared principal
y otro de la Argentina en la puerta que conducía al baño (siempre tuvo cerca a
su país).
Desde
ahí partió la directiva de imprimir los nuevos billetes de diez y veinte pesos,
con la inscripción “Che”, donde siempre había figurado la firma de los
presidentes, una manera clara y contundente de demostrar que los tiempos del
capitalismo extremo habían terminado.
Poco
después, Fidel Castro anunció la nacionalización de las minas y las industrias
petroleras, una abierta señal para el Departamento de Estado, mostrando que se
avecinaban tiempos difíciles.
El
Che, mientras tanto, continuaba con su rutina. Llegaba a eso de las diez, como
se ha dicho y se retiraba a la una o dos de la madrugada (a veces más tarde
aún). Aleida era una de sus secretarias y compartía con él las horas, ocupando
un despacho contiguo, bastante reducido.
El
22 de febrero de 1960, llegaron a Cuba Jean-Paul Sartre y su esposa, Simone de
Beauvoir, ansiosos por conocer los alcances de aquella verdadera primavera
cubana. El Che los recibió en la sede del Banco Nacional y habló con ellos
cerca de tres horas. El afamado filósofo había estado en la Unión Soviética en
1954 y en China, al año siguiente y eso interesaba a su anfitrión.
Fidel Castro anuncia la nacionalización de minas y petroleras |
La pareja se quedó un mes entero, hasta el 21 de marzo, recorriendo la isla de una punta a la otra, interiorizándose de su proceso revolucionario, su historia, sus costumbres y tradiciones. Habló con políticos, hombres de letras, pensadores y artistas e intentó impregnarse de tan entusiasta movimiento social, algo jamás visto en la historia de América a excepción del movimiento justicialista en la Argentina peronista.
Fue
para ambos, como un volver a vivir, un regreso a los años mozos, la utopía
hecha realidad, pero lo que más les atrajo de todo, fue la personalidad de
aquel comandante extranjero que se había hecho cargo de la economía nacional.
Lo visitaron de noche en su despacho bancario y allí conversaron largo y
tendido, en compañía de Antonio Núñez Jiménez, con Juan Arcocha haciendo las
veces de intérprete y Alberto Korda inmortalizando el momento a través de sus
imágenes.
Las
fotografías son un claro testimonio. A Sartre y Beauvoir se los ve serios pero
fascinados, atentos a lo que el argentino dice, él con su traje de verano negro
y ella con su look estilo Frida Khalo
De
regreso en Francia, Simone de Beauvoir escribirá sus impresiones para el
periódico “France-Observateur”.
A
los visitantes les sorprendió enormemente el elevado nivel cultural de su
anfitrión y su aguda inteligencia, así como el proceso revolucionario cubano y
su gente.
Al
reivindicar su independencia, Cuba entra en lucha contra la fuerza de atracción
de una enorme masa continental que quiere reintegrarla a su campo de
gravitación […] Las relaciones de la isla con los Estados Unidos no son buenas,
en efecto […] ¿Hará Estados Unidos el boicot a los navíos cubanos? ¿Rebajará la
cuota del azúcar? ¿Organizará el bloqueo de Cuba? […]. Hay un orden en el Nuevo
Mundo que se elabora en Washington y se impone al continente, a sus islas,
desde Alaska a Tierra del Fuego; este orden no permitirá por mucho tiempo, lo
que considera un desorden insular; algún día, las fuerzas armadas del
continente querrán meter en cintura a ese fragmento de azúcar contestatario
[…]. El mundo vio, sin conmoverse, como Monroe impuso el orden en Guatemala. La
suerte de esa república amenaza, a cada instante, a Cuba7.
“El hombre más completo
de nuestro tiempo”,
diría Sartre, fascinado con la personalidad, el intelecto y la formación de
Guevara.
A
comienzos de marzo, el Che pronunció un discurso en la Universidad de La
Habana, comprometiendo a los estudiantes con el crecimiento económico de la
nación y en el mes de abril salió a la venta su libro La guerra de guerrillas, publicado por el Departamento de
Instrucción Militar del INRA, con su emotiva dedicatoria a Camilo Cienfuegos.
Todo
era fiesta, sobre todo para quienes querían verla; un reverdecer adolescente
que parecía conducir a la nación caribeña por la senda de la autonomía y el
crecimiento. Sin embargo, la realidad era muy distinta porque detrás de esa
fachada, se gestaban acontecimientos graves, que hacían presagiar días tormentosos.
El
4 de marzo de 1960, a las 15.10 de la tarde, el Che Guevara se encontraba en su
despacho del Banco Nacional de Cuba, reunido con algunos representantes de
instituciones intermedias, cuando una violenta explosión hizo estremecer el
sector oriental de La Habana.
Como
catapultado, saltó de su asiento, seguido por los presentes y al asomarse por
el gran ventanal que daba hacia el noroeste, distinguió una densa columna de
humo, que se elevaba desde el sector portuario.
-¿Qué
es eso? – atinó a decir.
Casi
enseguida sonó el teléfono y una voz agitada, anunció del otro lado, que un
barco extranjero acababa había volado por los aires.
Fidel
Castro y José Enrique Mendoza se encontraban reunidos con los representantes de
las provincias en el piso superior del INRA, cuando se produjo la explosión y
al ver lo que ocurría, se lanzaron por las calles, en dirección a la bahía.
En
la acera contigua al cuartel de San Ambrosio, se cruzaron con el Che, cuando
llegaba en su auto acompañado por Aleida March y Hermes Peña. Inmediatamente
después, aparecieron Dorticós y el secretario de la Presidencia, Luis M. Buch,
seguidos a su vez por Juan Almeida, Evelio Saborit y el capitán Jorge García
Cartaya.
El
lugar era un pandemonium, con gente yendo de aquí para allá, gritando y dando
directivas que nadie seguía.
Se
trataba del “La Coubre”, un carguero francés de 4309 toneladas de
desplazamiento, tripulado por 35 marineros, que ardía envuelto en una densa
nube de humo. Lo comandaba el capitán George Dalmas y traía además, dos
pasajeros ocasionales, el fraile francés Raoul Desobry, de la orden de los
dominicos y el fotógrafo independiente norteamericano Donald Lee Chapman, que
se dirigía a Nebraska.
Sartre y Simone de Beauvoir viistan al Che en el Banco Nacional |
El buque, había llegado esa misma mañana, procedente de Amberes (08.12),
trayendo
treinta y una toneladas de granadas para fusiles, estibadas en el
compartimiento superior de la bodega Nº 6 y cuarenta y cuatro de municiones,
embaladas en 1492 cajas, acomodadas en el nivel inferior.
Siguiendo
instrucciones de Raúl Castro, a las 10.30 la nave amarró junto al muelle de
Tallapiedra (Pan American Docks) y a las 11.00 fue abordada por dos oficiales
del Ejército Rebelde, quienes después de comprobar que todo estaba en regla,
ordenaron iniciar la descarga. Treinta efectivos de la sección blindada del
cercano Regimiento de Artillería, acordonaron el área, montando una estricta
vigilancia
La
medida violaba las normas de seguridad portuaria, que establecían claramente
que todo cargamento de armas debía hacerse en medio de la bahía, a través de lanchones,
pero ansioso por disponer del armamento, Raúl lo hizo bajar de ese modo,
ignorando por completo el reglamento.
Cuando
los veintisiete estibadores asignados a la tarea bajaron al muelle las 1492
cajas de municiones de la bodega inferior, procedieron a hacer lo propio con
las granadas y cuando ya habían sacado la mitad, se produjo la tremenda
explosión. El estallido destrozó completamente la popa, mató al instante a todo
el personal y arrojó la nave contra el muelle opuesto.
El
Che corrió hacia el buque, decidido a colaborar en el rescate. Castro, su
hermano y quienes les acompañaban se dispusieron a seguirlo pero en el momento
que descendían las escalinatas del muelle, un estallido mucho más violento hizo
estremecer nuevamente la ciudad (15.40).
Trozos
incendiados cayeron por todas partes, incluyendo restos humanos y los gritos de
lamento se multiplicaron. Al ver que comenzaban estallar las cajas de balas,
Mendoza y sus acompañantes se arrojaron sobre Fidel para cubrirlo con sus
cuerpos pero aquel, presa de un ataque de histeria, comenzó a tirar patadas y
puñetazos, ordenando que lo liberaran.
-¡¡Carajo,
me está sofocando!!
Estibadores,
trabajadores portuarios, policías, militares, bomberos e incluso vecinos, se
acercaron hasta el lugar para ayudar en las tareas. Las escenas eran dantescas;
había restos humanos calcinados por todas partes, entremezclados con trozos de
maquinarias, hierros retorcidos y escombros.
El
periodista José Agraz, del periódico “Información”, fue alcanzado por la onda
expansiva y cayó de espaldas sobre el muelle. Al verlo tendido sobre el
pavimento, su colega, Jorge Oller Oller, pensó lo peor, pero cuando
aquel se incorporó y siguió registrando las escenas con su cámara, se sintió
aliviado y continuó con lo suyo.
En
momentos en que Fidel era retirado del lugar, el Che alcanzaba la cubierta del
barco. Hubo quienes intentaron retirarlo de allí pero les fue imposible porque
ni siquiera les permitió acercarse.
-¡¡No
jodan conmigo, carajo -gritó- Ya hubo dos explosiones; todo lo que iba a
explotar ya explotó!! ¡¡Déjenme subir…!!8.
El
espectáculo que ofrecía la nave era realmente estremecedor. Había cuerpos mutilados,
gente herida que se quejaba lastimosamente, objetos tirados, hierros
retorcidos, llamas y una humareda infernal.
El
Che impartió algunas directivas e intentó asistir a quienes todavía se hallaban
con vida. Enseguida llegaron los bomberos y las tareas de rescate se
intensificaron.
Cuando había pasado media hora de la explosión, los bomberos,
soldados rebeldes y policías continuaban haciendo supremos esfuerzos para
sofocar aquel infierno, salvar lo que podían de la carga y sacar a los
cadáveres o los pedazos de cuerpos que encontraban, y los médicos y
enfermeras atendían a los heridos y mutilados para salvarles la vida. Entonces,
sobrevino una segunda explosión, inesperada, terrible, mortal y más
destructiva que la primera, lo que elevó el número de víctimas9.
Mientras
los socorristas trabajaban frenéticamente intentando retirar a los heridos del
lugar, Jorge Ricardo Masetti, cámara en mano, registraba las escenas,
desafiando valerosamente las llamas y las balas que salían disparadas hacia
todas partes desde el interior de la nave.
Recién
al anochecer logró controlarse el siniestro. Los cuerpos fueron retirados de
entre los hierros retorcidos o rescatados de las aguas, para ser tendidos sobre
el muelle y colocados en sus respectivos cajones, una tarea penosa e
impresionante, por el estado en que estaban algunos de ellos. Desde allí se los
condujo hasta el edificio de la Central de Trabajadores y en horas de la noche
se abrieron las puertas para que el pueblo pudiese velar sus restos y rendirles
honores. Varios más serían recuperados al día siguiente.
Ciento
uno fueron los muertos (y desaparecidos) en la tragedia y doscientos los
heridos, sin contar los terribles daños materiales que sufrieron los edificios
cercanos. De ellos, seis eran franceses, el primer teniente Francois Artola, el
timonel Jean Buron y los marineros Jean Gendrón, André Picard, Alain Moura y
Lucien Aloi.
El 5 por la tarde se llevó a cabo una multitudinaria marcha encabezada por Fidel, el Che, Raúl, Osvaldo Dorticós y los más altos funcionarios de gobierno y después de los entierros, el primero subió a la gran tribuna que se había montado especialmente en la Avenida 23, esquina con la Calle 12 -pleno barrio de el Vedado-, para pronunciar palabras encendidas. Medio millón de personas se habían congregado en el lugar para presenciar el acto.
El "La Coubre" estalla en el puerto de La Habana |
El 5 por la tarde se llevó a cabo una multitudinaria marcha encabezada por Fidel, el Che, Raúl, Osvaldo Dorticós y los más altos funcionarios de gobierno y después de los entierros, el primero subió a la gran tribuna que se había montado especialmente en la Avenida 23, esquina con la Calle 12 -pleno barrio de el Vedado-, para pronunciar palabras encendidas. Medio millón de personas se habían congregado en el lugar para presenciar el acto.
El Jefe de la Revolución hizo un amplio análisis de las
causas que habían provocado la explosión del barco La Coubre. Estaban
fundamentadas en las investigaciones y pruebas que se habían hecho. Explicó que
los proyectiles venían muy bien protegidos contra cualquier accidente ocasional
y para probar esto había ordenado que dos de las cajas de granadas de fusil, de
las que se habían salvado de la explosión, fueran lanzadas desde un avión a
alturas de 400 y 600 pies. Las cajas se rompieron pero ninguna de las granadas
explotó y mostró al pueblo dos de ellas. No podía hacer explotado por un
accidente. Si no era un accidente, dijo, entonces era un sabotaje y ese
sabotaje, también demostró, no podía haberse hecho desde adentro, sino que
estaba muy relacionado con las presiones que trataba de ejercer el Gobierno
norteamericano sobre los fabricantes de armas de otros países para que no
le vendieran armas a Cuba10.
Según
la opinión generalizada, la terrible explosión fue producto de un acto de
sabotaje, programado y organizado por los Estados Unidos para menoscabar el
ánimo de los cubanos y derribar su gobierno. A ello, Castro replicó:
… no sólo sabremos resistir cualquier agresión, sino que
sabremos vencer a cualquier agresión y que nuevamente no tendríamos otra
disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria, la de
libertad o muerte; solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía,
libertad quiere decir patria, y la disyuntiva nuestra seria: patria o muerte.
Hay
quienes dudan que el siniestro fue un hecho premeditado. De haberlo sido, es el
mayor atentado terrorista de la historia de Cuba, desde la catástrofe del
“Maine”, en 1898. No existen referencias de él en los documentos
desclasificados del Departamento de Estado ni en los archivos de las
universidades y centros de estudios del país del norte salvo breves menciones y
algunas conjeturas.
Según
parece, en las cajas de seguridad de una fundación marítima francesa, se
encuentra depositado el legajo completo de la investigación que llevó a cabo la
Compañía General Transatlántica, propietaria de la nave, pero los mismos
permanecerán vedados hasta el año 2109.
Aún
así, el gobierno castrista sacó provecho del suceso y lo utilizó para tensionar
aún más las relaciones con su poderoso vecino.
Como
era de esperar, las principales sospechas recayeron sobre el periodista
estadounidense Donald Lee Chapman, que viajaba a bordo como pasajero. Para
muchos investigadores cubanos, fue el principal responsable de la explosión por
el simple hecho de haber nacido en los Estados Unidos.
El
Dr. José Luis Méndez Méndez, historiador revolucionario, lo involucró
directamente en un estudio que efectuó en 2002, es decir, cuarenta y tres años
después, al decir:
Un solitario pasajero de ese vapor, Donald Lee Chapman, se
dirigía a Nebraska, aunque desembarcaría en Miami a miles de millas de su
destino, mientras que otro, Jack Lee Evans, salió precipitadamente de Cuba el 5
de marzo para declarar en Miami haber conocido a los autores del sabotaje, lo
que resultó ser una medida para obstruir las indagaciones iniciales. “¿Estaban
estos estadounidenses solamente en el lugar y momento equivocados?11
Solo
deducciones. Ninguna prueba. Para peor, el buque fue reflotado por buzos
norteamericanos, y conducido a dique seco, para ser sacado a remolque por el
buque holandés “Oostzee”, el 22 de agosto, y ser acarreado en esas condiciones,
hasta su país de origen, más precisamente el puerto de Rouen12.
Aparecerá otro “culpable”, meses después, William Alexander Morgan, hasta el
momento, niño mimado de la revolución quien, además de ser estadounidense de
nacimiento, a mediados de año abrió un frente contrarrevolucionario en el
Escambray, convirtiéndose, por consiguiente, en el enemigo público número uno, en
principal sospechoso y culpable de todo.
Ese
día, además del gran acto y el discurso que pronunció Fidel, se produjo otro
hecho que marcaría a fuego la historia.
Alberto
Díaz Gutiérrez “Korda”, un habanero de treinta años, era el fotógrafo oficial
de la revolución, por más que años después lo negara rotundamente. Algo así
como Heinrich Hoffmann los fue de Hitler, Antonio Pérez de Perón y Pinélides Aristóbulo Fusco de Evita. Una suerte
de Jacques-Louis David napoleónico, salvando las distancias.
En
aquella oportunidad, como solía ocurrir, Alberto acompañó la procesión y
registró las principales escenas. La imagen que muestra a Fidel, Dorticós,
Guevara y otros líderes revolucionarios avanzando con los brazos entrelazados,
le pertenece, lo mismo las que se tomaron cerca del palco y durante los
entierros.
En
el momento que Castro iniciaba su discurso, Alberto se hallaba parado debajo
del escenario, intentando registrar a todos y cada uno de sus ocupantes.
La
tarde era un poco metida en agua […], un poco gris. No era una de esas tardes
cubanas habituales, de mucho sol. Había frío. Entonces, estoy recorriendo los
personajes de la tribuna y retratándolos. Y en esa primera fila que da al
público que está abajo, pegado a la baranda que existe, yo voy paneando mi
cámara lentamente; la figura del Che no está ahí en ese momento. Yo luego paneo
con el F-90 mm buscando las figuras, así [hace el gesto] y él no está. Vuelvo a
hacer lo mismo; en ese momento, cuando vengo con el paneo, aparece la imagen
del Che. O sea, el Che estaba situado pero en un segundo plano.
Con
esa visión, con ese rostro que aparece en la foto, así se me mete dentro del
visor de la cámara. Yo te digo honestamente, que la cara del Che me impresionó
tanto cuando yo la vi en el visor, y me impresionó tanto la… esa cosa que hay
en el rostro de él, que s lo que se ve en la foto; me impresiona tanto cuando
la veo en la cámara que, te digo, que lo que a mí nunca se me olvida, es que
instintivamente, hice como una cosa…, como una cosa así, hacia atrás [hace el
gesto]. Me asusto, si te puedo decir un poco y al mismo tiempo de asustarme,
apreté el obturador. Y entonces, ahí queda la imagen esa12.
Cuando
Korda se acomodó debajo de la tarima, ignoraba que estaba a punto de obtener la
fotografía más famosa de todos los tiempos; el retrato más difundido de la
historia, la efigie más icónica jamás lograda.
Siete
años después, la instantánea recorrería el mundo como símbolo de lucha y
protesta, encabezando revueltas, alzamientos, revoluciones y guerras civiles,
adornará millones de camisetas, banderas y emblemas; la enarbolarán jóvenes
contestatarios, estudiantes, trabajadores y combatientes de todas las
latitudes, en todos los tiempos y a toda hora y pasaría a ser el símbolo de
rebeldía por antonomasia. No importaba, a esa altura, que en sus otras tomas
hubiese registrado a Castro, a Raúl, al mismo Sartre y a Simone de Beauvoir
compartiendo la tribuna. Todos ellos quedaron en segundo plano, eclipsados por
ese rostro magnífico, serio e indignado, que parecía la encarnación misma de un
semidiós.
La
fuerza expresiva de esa foto es inmensa. Con su boina estrellada, vistiendo un
extraño chaquetón de cuero verde obscuro adornado con lana azul marino –regalo
de un amigo mexicano- el Che tiene una mirada sombría, lejana. Su severo rostro
está enmarcado por un a larga y enmarañada cabellera14.
La
efigie del Che es en verdad impresionante. Parecía desafiarlo todo, llamar a
las armas, a la violencia y la guerra, como llamando a los vientos, los rayos y
los truenos para desatar la peor de las tormentas.
El
Che aparece como el ícono revolucionario sin par, con una mirada desafiante que
escruta el futuro, su rostro es la encarnación viril de la indignación ante la
injusticia social15.
Lo
que tampoco imaginaba Korda era que esa fotografía que lo hubiera hecho
millonario (por no decir multimillonario), terminaría haciendo ricas a
infinidad de personas ajenas a la revolución y a lo que se vivía en Cuba. Uno
de ellos, el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, la obtendría del mismo
Alberto, quien le regaló dos copias cuando visitó la isla buscando imágenes del
Che.
Muerto el guerrillero en el mes de octubre, el italiano haría imprimir carteles de un metro de ancho por setenta centímetros de altura y llegaría a vender más de un millón de copias en menos de seis meses. El irlandés Jim Fitzpatrick la retocaría y las comercializaría en cantidades, siendo la suya, la que se vio en las calles de París durante las ardorosas manifestaciones del Mayo Francés y en las revoluciones hippies de los Estados Unidos e Inglaterra.
La fotografía de Alberto Díaz Korda que transformará en ícono universal |
Muerto el guerrillero en el mes de octubre, el italiano haría imprimir carteles de un metro de ancho por setenta centímetros de altura y llegaría a vender más de un millón de copias en menos de seis meses. El irlandés Jim Fitzpatrick la retocaría y las comercializaría en cantidades, siendo la suya, la que se vio en las calles de París durante las ardorosas manifestaciones del Mayo Francés y en las revoluciones hippies de los Estados Unidos e Inglaterra.
Pero
nos estamos apartando de tema.
El
8 de mayo, Fidel Castro anunció oficialmente que Cuba reanudaba relaciones
diplomáticas con la Unión Soviética y que Faure Chomón, el antiguo combatiente
del Directorio Revolucionario, era el flamante embajador. Dos días después,
llegó su contraparte ruso, Serguei Kudriatzov, antiguo agente de la KGB, quien
se apresuró a designar a Alexeiev, secretario y agregado cultural de la flamante
legación. Era otro golpe al mentón de Washington.
A
dos días de aquellos acontecimientos, Fidel citó a Alexeiev a una reunión en la
casa que Antonio Núñez Jiménez ocupaba en La Cabaña y le pidió armas para el
pueblo, especialmente ametralladoras ligeras. Sugirió transportarlas
secretamente en un submarino y depositarlas en algún punto del litoral para
ocultarlas en las numerosas cuevas que existían allí. Sin perder tiempo, el
ruso regresó a su embajada y envió un cablegrama a Moscú, cuyo destinatario era
Nikita Kruschev.
El
diplomático pensó que la respuesta iba a demorar unas cuantas semanas pero,
para su sorpresa, la tuvo en su escritorio al día siguiente, confirmando el
envío, pero de manera abierta, a la vista de todo el mundo. “¿Por qué tenemos que esconderlas y
llevarlas en submarino si Cuba es un país soberano y usted puede comprar las
armas que usted necesite, sin ocultarlo?”16.
Mientras
tanto, la violencia crecía en las zonas rurales, a medida que se iban llevando
a cabo las expropiaciones. En Sierra Maestra, se estableció la guerrilla
contrarrevolucionaria del ya mencionado Manuel Beatón; en la Sierra de Cristal
hizo lo propio la que encabezaban Higinio Díaz y Jorge Sotús (Movimiento de
Rescate de la Revolución), cuyo ideólogo era el profesor de la Escuela Naval
Manuel Artime y a nivel urbano, se movía una red clandestina universitaria
dirigida por Manuel Ray, titular de una cátedra en al Universidad de La Habana.
Fidel
Castro acusó una vez más a Estados Unidos de estar detrás de ellos y de fomentar
la creación de un frente internacional contra Cuba, al tiempo que el primer
mandatario guatemalteco, Ydígoras Fuentes, denunció los preparativos de una
invasión a su país, por parte del Che Guevara.
Washington
respondió instalando una planta emisora en la isla Swan, próxima al
archipiélago Caimán y desde ahí comenzó a transmitir propaganda
contrarrevolucionaria, tarea que confió a Davis Atlee Phillips, aquel agente
encubierto que había advertido sobre las actividades subversivas del argentino
en los días previos a la invasión de Castillo Armas a Guatemala.
Imágenes
Nota firmada por el Che en su condición de presidente del Banco Nacional de Cuba dirigida al Dr. Enrique Camejo Argudín en relación al contrato de técnicos en producción arrocera en Japón |
Otra nota del Che Guevara como presidente del Banco Nacional, haciendo referencia a ciertos créditos en el extranjero para la importación de productos |
Cuatro instantáneas de la visita de Sartre y Simone de Beauvoir tomadas por Alberto Korda |
El matrimonio escucha atentamente al Che. A la izquierda, Antonio Núñez Jiménez |
El filósofo francés quedó fascinado con la personalidad del argentino |
Sartre junto al Che y Fidel por las calles de La Habana |
Otra de Sartre y De Beauvoir por las calles habaneras. Detrás, el Che |
La explosión de "La Coubre" sacude a La Habana |
Caos y destrucción en inmediaciones del puerto |
Un hombre herido yace entre los escombros |
El mismo hombre es retirado por los rescatistas |
Terribles escenas en el sector portuario |
La zona del puerto se transformó en un infierno |
Proa del buque antes del desastre |
Las máximas autoridades de la revolución encabezan la marcha |
Alberto Díaz Korda registra el momento en que Fidel Castro se dirige a la multitud |
Una imagen de leyenda |
Alberto Korda años después |
Notas
1 Pierre Kalfon, op.
Cit., p. 297.
2 Jon Lee Anderson, op. Cit. pp. 430-431.
3 Se ha dicho que
durante cierta reunión que Fidel mantuvo con sus ministros, preguntó si alguno
de los presentes era economista porque necesitaba ponerlo al frente del Banco
Nacional. Según la leyenda, el Che, que en esos momentos dormitaba, alzó la
mano y de manera inmediata fue confirmado para el puesto. Ni bien finalizó la
sesión, Castro se le acercó para preguntarle si realmente estaba dispuesto a
asumir esas funciones. “¿Ahora eres
economista?”, le preguntó. “No -respondió
aquel- pensé que habías preguntado si
alguien era comunista”.
4 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 432.
5 Ídem, p. 432-433.
6 Pierre Kalfón, op.
cit., p. 303.
7 Ídem, p. 311. Cita
al artículo de Sartre, “Ouragan sur le sucre”, aparecido en “France-Soir”,
París, 10 de julio de 1960.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 441.
9 Jorge
Oller Oller, “La
explosión del barco La Coubre”, Cubaperiodistas.cu
El sitio
de la Unión de Periodistas, “Grandes
momentos del fotorreportaje cubano”, miércoles, 07 de marzo de
2012 (http://www.cubaperiodistas.cu/fotorreportaje/72.html).
10 Jorge Oller Oller, op. Cit.
11Jean-Guy Allard, “La
agresión
terrorista de La Coubre: 50 años después, Washington se calla”,
CubaDebate, 3
de marzo de 2010,
http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/03/03/agresion-terrorista-coubre-50-anos-despues-washington-calla/#.VWr-KdJ_Oko
12 El “La Coubre” fue conducido posteriormente a los
astilleros de Chantiers de Normandie, donde lo reconstruyeron totalmente.
Volvió al servicio el 1 de abril de 1961, con el nombre de “Bárbara” y años más
tarde fue vendido a una empresa griega, que lo bautizó “Notios Hellas”. A fines
de 1979 fue adquirido por compañía la valenciana Gandía, que procedió a su
desguace (por entonces llevaba el nombre “Agia Marina”).
13 Documental Una
foto recorre el mundo, Instituto Cubano de Arte y la Industria
Cinematográfica, dirección: Pedro Chaskel. Entrevista a Alberto Korda.
14 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 312.
15 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 442.
16 Ídem.