Bordeando el precipicio. Por Vicente Massot
Aún cuando a muchos les disguste el
término y en el gobierno se nieguen en redondo a considerarlo como
válido, lo cierto es que ha dado comienzo la transición entre quienes
resisten en la Casa Rosada, con poco poder de fuego y la pólvora mojada,
y quienes se preparan para instalarse en Balcarce 50 antes de que
termine el año. Mauricio Macri aguanta el chubasco como mejor puede,
mientras Alberto Fernández mantiene la calma y obra con mesura, midiendo
sus pasos de manera cuidadosa, porque sabe que el bastón y la banda
presidencial ya son suyos. A ninguno de los dos les preocupa tanto la
formalidad del acto comicial que tendrá lugar el 27 de octubre, como el
lapso abierto entre el pasado domingo y el día en el cual se llevará a
cabo la primera vuelta. Como no creen en los milagros, uno sabe que le
es casi imposible ganar en tanto el otro es consciente de que —salvo que
se cruce un imponderable en su derrotero— no puede perder.
Hay, al respecto, que distinguir con
cuidado las palabras de las decisiones; y los gestos de las medidas que
se toman. Quemar las naves —tentación que ronda la cabeza de algunos
sectores del oficialismo— es un camino que Macri no está dispuesto a
recorrer. La idea de dejar tras suyo tierra arrasada sería tentador si
estuviese convencido de desenvolver, en el corto tiempo que le falta
para completar su mandato, una estrategia de todo o nada. Pero no es ése
el caso. En cuanto a su contrincante kirchnerista, nada más lejos de su
plan que echar leña al fuego y tratar de que el oficialismo retroceda
escupiendo sangre. Por diferentes que sean sus razones, coinciden en la
moderación. La condición necesaria para llegar a octubre sin sobresaltos
peligrosos, quizás exista. Claro que, en punto a las condiciones
suficientes, no se halla dicha la última palabra ni mucho menos.
Lo primero que salta a la vista es el
grado de improvisación que ha aquejado al gobierno desde el momento en
que se despertó del sueño del empate técnico y debió desayunarse de la
derrota sufrida a manos de Frente de Todos, por más de quince puntos.
Aunque
parezca increíble, el macrismo se convenció de su propia acción psicológica y ni siquiera pensó en tener a mano un plan B, a los efectos de hacer frente a la contingencia de una derrota que inquietara a los mercados. El discurso lamentable del presidente el día de la catástrofe, las medidas económicas gestadas desde entonces, entre gallos y medianoche, y el cambio del ministro de Economía seis días después del mazazo en las urnas, lo que demuestran es —una vez más— su grado de incompetencia.
parezca increíble, el macrismo se convenció de su propia acción psicológica y ni siquiera pensó en tener a mano un plan B, a los efectos de hacer frente a la contingencia de una derrota que inquietara a los mercados. El discurso lamentable del presidente el día de la catástrofe, las medidas económicas gestadas desde entonces, entre gallos y medianoche, y el cambio del ministro de Economía seis días después del mazazo en las urnas, lo que demuestran es —una vez más— su grado de incompetencia.
Macri
semeja un boxeador, borracho por el golpe de knock out recibido, que
camina el ring aferrándose a las sogas y tomando el cuerpo de su
opugnador para evitar desparramarse en el suelo y escuchar la cuenta de
diez. Nada de lo que ha hecho es fruto de un libreto previamente
delineado, como hubiera sido lógico. Al fin y al cabo, la posibilidad de
perder por seis o más puntos era una probabilidad que —lo sabía
cualquiera— desataría una corrida cambiaria. ¿Cómo no prepararse para
operar en semejante escenario, si acaso se diese? Un misterio más del
trío Macri–Peña–Durán Barba.
En cambio, en el estado mayor de Alberto
Fernández, al cual también lo sorprendió —cierto que gratamente— la
dimensión del triunfo, no hay —de momento— improvisación ninguna digna
de comentar. Por de pronto la orden de que nadie se vaya de boca y
juegue con fósforos a la puerta del polvorín se ha acatado con
disciplina militar. No se ha escuchado a Horacio Verbitsky ni a Hebe de
Bonafini clamar venganza, ni a Guillermo Moreno proclamar las bondades
del dirigismo económico, ni a Mempo Giardinelli recomendar la reforma de
la Constitución. No significa esto que todos hayan abrazado el credo
socialdemócrata o reformista —o como prefiera llamárselo— dejando
archivado, en el desván de los trastos viejos, sus convicciones
revolucionarias. Sencillamente supone que hay un plan de acción cuyo
leit motiv es no asustar. En resumidas cuentas, si el bolsillo le ganó
al miedo en las PASO, es menester evitar que —fruto del triunfalismo— el
kirchnerismo resucite la desconfianza y el temor de parte de las clases
medias que lo votaron.
La mesura de Macri es producto de su
debilidad. La de Alberto Fernández, de su fortaleza. Aquél, si bien ha
logrado controlar el dólar momentáneamente, no ignora que al instante en
que se conozca el índice inflacionario del mes de agosto —de 4,5 % ó
más— y el de septiembre —que podría orillar 6 %— las presiones
salariales tomarán fuerza, los movimientos sociales incrementaran sus
demandas y los tenedores de plazos fijos pensarán dos veces antes de
renovarlos. Ello podría desatar otra corrida de envergadura y llevar el
precio de la divisa estadounidense a límites cercanos a los 70 pesos.
En
este orden de cosas es poca la artillería con la que el oficialismo
cuenta, a no ser que eche mano de las reservas del Banco Central y salga
a pulsear contra el mercado a como dé lugar. Táctica que, por ahora, ha
evitado y que no estaría en condiciones de llevarla a la práctica sin
una consulta previa con el Fondo Monetario Internacional y con las
futuras autoridades. Por su lado, los Fernández tampoco tienen a la mano
una batería de medidas que pudiesen recomendar y menos implementar. No
les conviene consensuar un libreto común con el gobierno y saben que
—por supuesto—cuanto menos hablen de economía mejor será. Lo que no
están dispuestos a hacer —y con razón— es escalar el conflicto social.
Llevan la ventaja de que carecen de las responsabilidades propias de
cualquier gobierno de turno pero —al propio tiempo— no pueden desconocer
que la mayor atención de los argentinos y de los extranjeros se fija en
ellos.
De la misma manera que el macrismo no
está en aptitud de demostrar que posee sólidos motivos para creer que
una victoria a expensas del kirchnerismo es probable, y por lo tanto ha
pasado a representar el papel del pato rengo, Alberto y Cristina
Fernández están presos de su pasado y son pocos los decididos a
perdonárselo así de fácil. Fueron plebiscitados hace diez días por la
mitad de la sociedad argentina aunque sólo una ínfima minoría en el
mundo de los negocios, los mercados y los fondos de inversión considera
que el hombre que encabeza la fórmula del denominado Frente de Todos
podrá gobernar sin hacerle concesiones a la muchachada de La Cámpora.
Las PASO nos han metido en una trampa
mortal. El largo compás de espera que han abierto —que habrá de
prolongarse por espacio de cuatro meses más— deja al país en un estado
de indefinición peligroso. Las consecuencias no queridas de un
cronograma electoral
disparatado han puesto en tela de juicio la gobernabilidad.
disparatado han puesto en tela de juicio la gobernabilidad.