sábado, 3 de agosto de 2019

COMANDANTE DEL EJÉRCITO REBELDE


Jon Lee Anderson sostiene acertadamente que la acción de El Uvero tomó por sorpresa al régimen de Batista, porque durante el prolongado período de inactividad que atravesó la guerrilla, su gobierno había multiplicado sus proclamas anunciando que la había derrotado.
El sorpresivo ataque dejó muy mal parado al coronel Pedro A. Barrera Pérez, quien a poco de ser designado para llevar a cabo las operaciones en la sierra, montó su cuartel general en Estrada Palma y puso en marcha una campaña de captación del campesinado, que incluyó la entrega de alimentos y medicamentos gratuitos. Sin embargo, a poco de su llegada, el alto jefe militar emprendió el regreso a la capital, asegurando que había logrado neutralizar no solo al ejército rebelde sino también a la red clandestina que lo apoyaba, afirmación que el gobierno creyó a rajatabla1.
Al quedar demostrado que todo era una patraña, se produjeron algunos cambios tendientes a revertir los efectos negativos que había generado la reaparición de la guerrilla. El coronel Martín Díaz Tamayo, comandante del Ejército de Oriente, fue reemplazado por Pedro A. Rodríguez Ávila, que tenía la orden de aniquilar a la guerrilla  y sus colaboradores, directiva que le fue impartida directamente por el jefe del Estado Mayor, general Francisco Tabernilla Dolz. En ese sentido, debía operar con el mayor rigor posible, utilizando los medios que fuesen necesarios para alcanzar ese fin.


De acuerdo a los planes elaborados en el ministerio de Defensa y el comando general del Ejército, era imperioso evacuar de la región a los civiles, para que la fuerza aérea pudiese bombardear indiscriminadamente las áreas por las que se movían los rebeldes y el ejército efectuase desplazamientos mucho más rápidos.

Mientras eso acontecía en la capital, el ejército rebelde se adentraba aún más en la selva, trepando las faldas de la sierra en busca de sus guaridas.

En esos momentos, el Che no era de la partida pues se había quedado a cargo de los heridos y de una treintena de combatientes, algunos bastante indisciplinados, que debían mantener a resguardo el arsenal capturado.

La misión, que el propio Fidel le había encomendado, le vino de perillas porque le permitió demostrar sus aptitudes militares al organizar los desplazamientos para proteger a su gente, procurarse de alimentos y ocultar las armas en diferentes puntos de la geografía serrana2.

Pero había algo que lo preocupaba ya que si bien en aquellos días agitados, numerosos campesinos se incorporaron a sus filas, varios combatientes desertaron, algunos de ellos hombres clave como el guía Senecio Torres y un guajiro apodado el Cuervo, quienes huyeron con sus armas para dedicarse al bandolerismo.

El Che enfurecido, envió tras ellos a Teodoro Banderas e Israel Pardo, de quienes desconfiaba y adoptó medidas para evacuar la zona en prevención de posibles delaciones. En realidad, al designar a aquellos dos individuos para que fuesen en busca de los desertores, los estaba poniendo a prueba pues no tenía muy buenas referencias de ellos. Para colmo de males, casi al mismo tiempo supo por boca de Hermes Leyva (primo de Joel Iglesias), que se organizaba un intento de fuga masiva y que a su frente se hallaba un sujeto nada confiable apodado el “Mexicano”.

Guevara confrontó al acusado quien le juró en nombre de todos los santos que jamás se le había pasado por la cabeza una cosa así y en vista de sus argumentos, le permitió seguir en la guerrilla, una decisión de la que, a la larga, se habría de arrepentir.

El nuevo desplazamiento ordenado por el Che llevó a su columna hasta Palma Mocha, en la región de las Cuevas, “…sobre la vertiente oeste del Turquino”3, donde varios guajiros le dieron refugio.

Una vez acomodados, el argentino volvió a probar suerte como “sacamuelas”, atendiendo, entre otros, a Israel Pardo y a Joel Iglesias, a quienes trató sus infecciones sin disponer de anestesia.

Desde ahí, siempre al comando del Che, la columna pasó a El Infierno, donde arribó el 15 de junio y al día siguiente estableció contacto con una avanzada encabezada por Lalo Sardiñas, que Fidel había despachado en esa dirección, para emboscar a un pelotón del ejército que había entrado en la región de Palma Mocha al mando del sanguinario Ángel Sánchez Mosquera, siguiendo a la guerrilla4.





El avión que transportaba a Huber Matos aterrizó en el aeropuerto de San José de Costa Rica la tarde el 1 de junio de 1957, luego de cinco horas de vuelo. Era la primera vez que el futuro líder rebelde salía de su país y por esa razón, observaba con extrema curiosidad a través de la ventanilla, sobre todo la estación aérea y el frondoso paisaje que la rodeaba.

Llegaba a un país amigo, acogedor, pacífico y democrático en el que, sin embargo, no conocía a nadie, mucho menos a gente de importancia.

Lo primero que notó una vez fuera de la aeronave, fue a un ruidoso grupo de compatriotas, exiliados como él, entre quienes destacaba un militante del M-26, Gregorio Junco, estudiante de Camagüey, que se ofreció a servirle de guía en los días venideros. Fueron ellos quienes lo llevaron hasta el modesto hotel en el que se hospedaban y lo invitaron a cenar, esa misma noche, a un restaurante de la zona céntrica.

Al día siguiente, se mudó a la pensión de doña Justa, una hondureña que fumaba mucho, donde estableció relación con el amplio espectro de nacionalidades que conformaba su clientela (no muy numerosa por cierto).

En los días que siguieron, el cubano se dedicó a recorrer la capital y algunos puntos del interior, interesado en conocer el país que le daba cobijo. Según refiere en su libro, visitó Heredia, Cartago, Alajuela y Puntarenas, en la costa del Pacífico, recorridas que le permitieron sacar sus primeras conclusiones, algunas de ellas, que Costa Rica era un país hermoso, poblado por gente amable y educada. Le llamaba mucho la atención el elevado nivel de enseñanza, la voluntad de superarse de los costarricenses, la pulcritud de sus floridos paseos, su clima benigno, sus plantaciones de café, que alcanzaban en esos días hasta los límites de la capital y las marcadas diferencias de carácter entre la gente de la meseta, la montaña y el litoral.

Los primero que hizo ni bien se instaló en San José fue ubicar la sede de la Logia Masónica local (Número 4), donde al llegar se identificó como miembro y en cuestión de minutos se hizo e nuevas amistades, entre ellas el también hondureño Moisés Herrera, quien se ofreció a asistirlo en todo lo que necesitase. Su casa se transformó en una suerte de refugio para Matos y su esposa, Rosita Fiallo, también de Honduras, en una verdadera protectora.

No tardó el recién llegado, en conformar el núcleo de exiliados que habían buscado refugio en el pequeño país centroamericano, en especial dominicanos y venezolanos, quienes, a su entender, comprendían el problema que aquejaba a Cuba y compartían el lenguaje político que tenía en las tiranías regionales al elemento en común.

Por esos días, doña Justa vendió su pensión a un matrimonio de Caracas y la misma se convirtió en punto de encuentro de una verdadera legión de proscriptos internacionales. Matos notó enseguida los diferentes grupos que conformaban al grupo de cubanos, a saberse, simpatizantes de Prío Socarras, representados en Costa Rica por Eufemio Fernández; los que seguían a un tal Aureliano Sánchez Arango y quienes admiraban al desaparecido José Antonio Echeverría, encabezados por Pepín Naranjo. Como Matos pertenecía al M-26 pasó a integrar aquel cuarto grupo, quizás el menos organizado pero el de mayor peso.

Los cubanos solían reunirse en diferentes puntos de la capital, dos de ellos el Soda Palace, frente al Parque Central y la casa de Eufemio, convertida en bunker de los partidarios de Prío Socarrás. En el primero, llamaban la atención las discusiones en alta voz que solían molestar a los parroquianos y en el segundo, el elemento más elevado que le daba vida.

Matos trabó amistad con Mosiés Herrera, que fue la persona que lo contactó con el coronel hondureño Marcial Aguiluz, a quien le expuso las causas por las que se hallaba en el país. El militar lo escuchó con atención y se comprometió a gestionarle una reunión con el presidente de Costa Rica, José Figueres, de quien era funcionario.

La misma se llevó a cabo en la semana siguiente y pese a lo breve, sirvió para plantear la necesidad de obtener armas, de las que Castro estaba necesitado.

Poco después llegó a San José su hijo mayor, Huber, de 13 años de edad y en el mes de agosto, lo hicieron María Luisa y el resto de la familia, dos acontecimientos que le sirvieron para levantar la moral, un tanto alicaída desde su forzosa partida.

Con parte del dinero que trajo su esposa, alquilaron un apartamento bastante cómodo en el barrio San Pedro, que al cabo de un tiempo cambiaron por una pequeña casa al otro lado de la ciudad, próxima al Paseo Colón5.

El 30 de julio de 1957, la noticia del asesinato de Frank País conmocionó a todos los cubanos, especialmente a los que combatían en la sierra y los que se hallaban en el exilio.

El encumbrado dirigente había sido emboscado y acribillado en una calle de Santiago, exactamente un mes después del atentado que le costó la vida a su hermano Josué, quien aún no había cumplido veinte años. Su sepelio se convirtió en una multitudinaria manifestación de protesta y el cajón con su cadáver fue transportado a hombros por las calles de la ciudad.

Días después, Agustín País, hermano de Frank y Josué, acusó a Vilma Espín, enlace de la red urbana y futura esposa de Raúl Castro, de haber delatado a sus hermanos en connivencia con Fidel, quien veía en ambos dirigentes, sobre todo en el primero, a dos potenciales rivales6.

A Huber Matos ni se le pasó por la cabeza semejante acusación y casi se olvidó de ella cuando el 5 de septiembre se enteró por la radio que la base naval de Cienfuegos se había sublevado contra Batista.
Asesinato de Frank País en una calle de Santiago

El alzamiento fue en verdad violento, con elementos disconformes de la Marina coordinando sus movimientos junto al M-26, una estrategia que se venía elaborando desde el mes de abril pero que no había sido posible llevar a la práctica porque no estaban dadas las condiciones.

Recién aquel día se puso en marcha la operación, después de una reunión secreta que mantuvieron altos mandos navales con gente del Movimiento el 3 de septiembre.

Las acciones comenzaron a las 05.20 a.m. con la toma de la sureña base naval de Cayo Loco, operación encabezada por el cabo Santiago Ríos Gutiérrez.

Casi al mismo tiempo, milicianos del M-26 procedieron a entregar armas a la población e inmediatamente después atacaron las estaciones de la Policía Marítima y la Policía Nacional, donde cayó muerto Gregorio Morán.
Sublevación de Cienfuegos

Viendo que las acciones solo se circunscribían a la ciudad de Cienfuegos, a las 09.00, Julio Camacho le propuso a José Dionisio San Román, un oficial naval que había sido separado de la Marina el 28 de septiembre del año anterior, tomar todas las armas y retirarse hacia el macizo de Escambray, para abrir un nuevo frente rural, pero aquel rechazó la proposición por entender que la aviación iba a aniquilar a sus fuerzas antes de alcanzar el objetivo.

Se decidió resistir en los puntos capturados pero la llegada de una escuadrilla de F-47 al comando del teniente Álvaro Prendes, desbarató todo.

El Distrito Naval y sus alrededores fueron ametrallados hasta después del mediodía, ataques que completaron los B-26 al mando de los hermanos Tabernilla (hijos del mencionado general Francisco Tabernilla), que sellaron la suerte del alzamiento.

Cayo Loco y el Parque Martí fueron los sectores más castigados por las bombas, con numerosos muertos y heridos, entre los primeros cuatro civiles ajenos al alzamiento, además de otros veinte que sufrieron graves lesiones.

San Román intentó apoderarse de la fragata “Máximo Gómez”, surta en la Bahía de Jagua, pero habiendo partido sin una escolta, fue apresado al llegar y enviado prisionero en un avión a La Habana, donde acabaría sus días torturado y asesinado.

Mientras tanto, en las calles, los combates seguían, resultando muertos José Gregorio Martínez Medina, apodado “El Yanqui”, Armando Rosquete y Pastor Sust, todos milicianos del M-26.

José Dionisio
San Román

De nada valieron los refuerzos enviados en apoyo de los sublevados que luchaban en el Parque Martí; tropas provenientes de Camaguey, Matanzas y La Habana, los arrollaron abatiendo, al menos, a medio centenar de ellos además de tomar un sinnúmero de prisioneros7.

Solo lograron escapar Julio Camacho, Osvaldo Rodríguez, Pedro Aragonés y Raúl Roll, quienes viendo cortadas sus posibilidades de alcanzar los focos de resistencia en el centro de la ciudad, abordaron el yate “Iraida” (18.00 horas) con la intensión de desembarcar en algún punto de la costa entre Cienfuegos y Trinidad y desde allí seguir hacia el Escambray. Pero ciertos desperfectos mecánicos impidieron la partida, por lo que se vieron obligados a regresar para esconderse varios días en un almacén y luego escapar en distintas direcciones.

Un nuevo alzamiento había sido aplastado, pero sirvió para demostrar el malestar que imperaba contra el régimen gobernante y dejar al descubierto el creciente deterioro que experimentaba la figura de Batista.





La noticia de aquel fracaso sumió en profundas cavilaciones a Matos y en ellas se hallaba inmerso cuando llegaron a Costa Rica Raúl Chibás y Antonio País, hermanos de Edgardo y Frank respectivamente, para establecer una serie de contactos destinados a organizar un movimiento revolucionario.

El primero había estado en la sierra con Fidel y eso fue lo que decidió a Huber a visitarlo pero al encontrarse con él, lo notó distante y poco accesible. Venía de firmar el Manifiesto de la Sierra con el comandante revolucionario y eso lo tenía en exceso creído.

A Matos no le causó muy buena impresión aquel sujeto, sí, en cambio, el periodista Carlos Franqui, que hizo su arribo unos días después.

La llegada de Napoleón Béquer, su amigo de Manzanillo, le levantó aún más el ánimo, sobre todo cuando le dijo que había seguido sus pasos y que deseaba hacer algo por Cuba. De esa manera, junto a Evelio Rodríguez Cubelo, otro proscrito, antiguo empleado de la tienda Fin de Siglo de La Habana y el periodista dominicano Julio César Martínez, también fugado de su tierra, organizaron una campaña destinada a recaudar fondos para adquirir armas.

Con los primeros ahorros, comenzaron a editar un pequeño periódico llamado “Cuba Libre”, al que convierten en vocero del M-26 y con la ayuda de la Confederación General de Trabajadores Costarricenses, presidida por Luis Alberto Monge, montaron sus oficinas en un local de la organización que les fue especialmente cedido. Poco tiempo después, lograron reunir un grupo de militantes y esa fue la base de la red de apoyo en el exterior8.





Al Che Guevara, ni Raúl Chibás, ni Felipe Pazos le causaron buena impresión cuando visitaron la sierra para hablar con Fidel. Le parecieron dos oportunistas que solo buscaban apoyo para alcanzar el poder y eso fue suficiente para sentir rechazo por ambos. El primero sacaba provecho del apellido de su hermano en tanto el segundo la jugaba de “hombre honesto”, basándose en su intachable gestión al frente del Banco Nacional, en tiempos de Prío Socarrás. Pero al argentino no lo engañaba.



Magnífico mérito, podrán pensar, mantenerse impoluto en aquella época. Mérito quizás, como funcionario que sigue su carrera administrativa insensible a los graves problemas del país; pero ¿cómo puede pensarse en un revolucionario que no denuncie día a día los atropellos inconcebibles de aquella época? Felipe Pazos se las ingenió para no hacerlo y para salir de la presidencia del Banco Nacional de Cuba, después del cuartelazo de Batista, adornado de los más grandes prestigios; su honradez, su inteligencia y sus grandes dotes de economista. Petulante, pensaba llegar a la Sierra a dominar la situación, era el hombre elegido, en su cerebro de pequeño Maquiavelo, para dirigir los destinos del país. Quizás ya hubiera incubado la idea de su traición al movimiento o esto fuera posterior, pero su conducta nunca fue enteramente franca9.



El 12 de julio de 1957, los recién llegados firmaron junto a Fidel Castro el Manifiesto de Sierra Maestra, documento en el que hacían público el ideario de la revolución, suerte de postulado con el que pretendían captar al pueblo y asegurase su apoyo. Pero para el Che había algo más detrás de aquello.



Amparado en la declaración conjunta que analizaremos, se autotituló luego delegado del 26 de Julio en Miami e iba a ser nombrado Presidente Provisional de la República. De esta manera, se aseguraba Prío un hombre de confianza en la dirección del gobierno provisional.

Tuvimos poco tiempo para conversar en aquellos días, pero Fidel me contó de sus esfuerzos para hacer que el documento fuera realmente combativo y que sentara las bases de una declaración de principios. Un intento difícil contra aquellas dos mentalidades cavernícolas e insensibles al llamamiento de la lucha popular.

Insistía fundamentalmente el manifiesto en “la consigna de un gran frente cívico revolucionario que comprendía a todos los partidos políticos de la oposición, todas las instituciones cívicas y todas las fuerzas revolucionarias”.
Se hacía una serie de proposiciones: la “formación de un frente cívico revolucionario en un frente común de lucha”; la designación de “una figura llamada a presidir el gobierno provisional”; la declaración expresa de que el frente no invocaba ni aceptaba la mediación de otra nación en los asuntos internos de Cuba; “no aceptaría que gobernara provisionalmente la República ningún tipo de junta militar”; la decisión de apartar al ejército totalmente de la política y garantizar a los institutos armados su intangibilidad; declarar que celebrarían elecciones en el término de un año10.



Al parecer, Fidel Castro había intentado incluir algunas referencias a la Reforma Agraria pero los dos “cavernícolas”, como los llama el Che, hicieron lo posible por impedírselo.



Fidel había tratado de influir para hacer más explícitas algunas declaraciones sobre Reforma Agraria. Sin embargo, fue difícil romper el monolítico frente de los dos cavernícolas; “sentar las bases para una Reforma Agraria que tienda a la distribución de las tierras baldías”, eso, precisamente, era la política que podía admitir el Diario de la Marina. Se establecía para colmo, “previa indemnización a los anteriores propietarios”.
Algunos de los compromisos aquí establecidos no fueron cumplidos por la Revolución en la forma originalmente redactada. Hay que puntualizar que el enemigo rompió el pacto tácito expresado en el manifiesto al desconocer la autoridad de la Sierra y tratar de crear ataduras previas al futuro gobierno revolucionario11.



El documento no fue del agrado del Che, ni de los otros integrantes del Estado Mayor quienes si bien es cierto que veían algunos puntos apropiados para la situación que se vivía, consideraban que los otros ocultaban aviesas intensiones, perjudiciales para la revolución y su líder. Y así lo deja entrever en su diario.



El golpe estaba bien dado; un grupo de personeros de lo más distinguido de la oligarquía cubana llegaba a la Sierra Maestra “en defensa de la libertad”, firmaba una declaración conjunta con el jefe guerrillero, prisionero en los montes de la Sierra y salía con libertad de acción para jugar con esa carta en Miami. Lo que no calcularon es que los golpes políticos tienen el alcance que permita el contrario, en este caso, las armas del pueblo. La rápida acción de nuestro jefe, con la confianza puesta en el Ejército Guerrillero, impidió que la traición prosperara y su encendida réplica de meses después, cuando se conoció el resultado del pacto de Miami, paralizó al enemigo. Se nos acusó de divisionistas y de pretender imponer nuestra voluntad desde la Sierra, pero tuvieron que variar la táctica y preparar una nueva encerrona, el Pacto de Caracas12.



El Che quedó sumido en profundas cavilaciones después que los emisarios partieran de regreso, y en esas estaba cuando un echo inesperado hizo que aquel asunto pasase a un segundo plano.

El 17 de julio, Fidel convocó a los miembros de su Estado Mayor a una reunión en una granja de las inmediaciones, para tratar diversos asuntos. Uno de los puntos era el envío de una carta de felicitaciones a y reconocimiento a Frank País, por su eficiente labor como coordinador de la red urbana, sobre todo en materia de suministros y provisión de armas. La misma debía estar firmada por todos los oficiales del ejército rebelde que supieran escribir y ser despachada hacia Santiago a la mayor brevedad posible.

Al anotarse los nombres de cada uno de los oficiales con sus respectivos grados, el encargado de redactar el documento preguntó a Castro cual correspondía al Che, y entonces, de manera inesperada, aquel respondió: “Ponle comandante”.

El argentino creyó que había escuchado mal y por esa razón, al estampar su rúbrica, miró con especial interés lo que decía bajo su nombre. Y ahí estaba, clara como el agua,  la palabra “comandante”, clara e ilegible, despejando cualquier duda.

Acababa de ser ascendido al más alto rango del ejército guerrillero, el mismo que Fidel, con la misma jerarquía, autoridad y poder de decisión y eso le permitiría, a partir de ese momento, moverse con absoluta autonomía y libertad.



De ese modo informal y casi de soslayo, quedé nombrado comandante de la segunda columna del Ejército Guerrillero, la que se llamaría número 4 posteriormente13. 



El Che sintió que su orgullo lo elevaba a las nubes, sobre todo al recibir las felicitaciones de sus camaradas y amigos después que Celia Sánchez le entregara la estrella roja de su insignia, símbolo de su nombramiento, aquella que se haría célebre una vez prendida en su boina14.

Edelfín Mendoza no olvidaría jamás la expresión de satisfacción que el argentino tenía ese día, sobre todo cuando Fidel le asignó 75 efectivos y un área de 200 km2 en el sector oriental de la sierra, donde su autoridad será equiparable a la suya. Su primera misión: tender un cerco a Sánchez Mosquera y arrinconarlo en Palma Mocha para aniquilar sus columnas.

La llegada de un nuevo médico fue el acto que selló aquel nombramiento, un hecho que sirvió para reforzar ante los combatientes su nueva imagen. Como dicen varios autores, ese día, el doctor Ernesto Guevara Lynch De la Serna se convirtió definitivamente en el Che15.



Imágenes

Multitudinario sepelio de Frank País en Santiago



Con la estrella de comandante
abrochada en su boina


Notas
1 Ver Jon Lee Anderson, op. cit, p. 253.
2 Los heridos más graves eran Juan Almeida, alcanzado en su brazo y pierna izquierda, Félix Pena, Enrique “Quique” Escalona, Miguel Ángel Manals, que tenía el pulmón perforado, Manuel Acuña, Hermes Leyva y Mario Maceo.
3 Ernesto Che Guevara, op. Cit, p. 108.
4 Fidel Castro estuvo a punto de cerca a esa columna pero la misma logró evadirse bordeando el Turquino a marchas forzadas en dirección este.
5 Durante su exilio en Costa Rica, Matos recibió el dinero que le correspondía por su participación en la empresa arrocera de su familia, cuyo padre le giraba todos los meses.
6 Ernesto F. Bentancourt, “Vilma delató a Frank País”, revista “Guaracabuya”, Órgano Oficial de la Sociedad Económica de Amigos del País, 26 de junio de 2007. http://www.amigospais-guaracabuya.org/oaget106.php. Agustín País lanzó sus acusaciones en un artículo titulado “A mano limpia”.
7 Las tropas regulares eran dirigidas desde el Hotel La Unión, donde los militares habían establecido su cuartel general.
8 La integraban, además de Huber y Napoleón, los hermanos Francisco y Rafael Pérez Rivas, Ricardo Martínez, Orlando Ortega y Samuel Rodríguez.
9 Ernesto Che Guevara, op. Cit, p. 111.
10 Ídem, p. 111-112.
11 Ídem, p. 112.
12 Ídem, p. 115.
13 Ídem, p. 116.
14 Pierre Kalfon afirma que el ascenso del Che a comandante tuvo lugar el 21 de julio y no el 17 como sostiene Jon Lee Anderson.
15 Ver Jon Lee Anderson, Pierre Kalfon, Paco Ignacio Taipo II, Adys Cupull, Froilán González, etc.
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