DESCALABRO EN EL MONTE
El cadáver de Hermes Peña yace tendido en la hierba |
La
noche del 9 de julio, Masetti tipeaba frenéticamente en su máquina de escribir
portátil, sentado frente a la mesa de su habitación, en la finca-base de
Emborozú, concentrado en el texto que estaba redactando. Cuando terminó, le
pidió a Bustos que se acercara, porque quería enseñarle algo. El mendocino
dormía en la sala principal cuando su superior lo zamarreó para despertarlo.
Una vez
en la pieza, que funcionaba como dormitorio y oficina, Masetti le tendió una
hoja de papel y le pidió que la leyera. Aturdido aún, el “Pelado” tomó el folio
y se sentó. Era una carta dirigida al presidente electo, Dr. Arturo Umberto
Illia, que su jefe firmaba como Comandante “Segundo” del Ejército Guerrillero
del Pueblo.
En ese
momento, no había nadie en la propiedad. “Papi” (José María Martínez Tamayo) se
encontraba en La Paz, intentando armar la red de apoyo fronterizo; “El Loro”
Vázquez Viaña, viajaba a Resistencia para contactar al grupo trotskysta
apalabrado por Granado meses atrás, “Furry” y Federico hacían lo propio en
Buenos Aires, a donde el último habían llevado un mensaje de Masetti para el
Che y Hermes patrullaba los alrededores con el resto de los hombres.
-Pelao,
somos unos comemierdas. Las elecciones son una farsa, una trampa del sistema.
Nada ha cambiado, seguimos adelante. Te vas al Chaco a para a Federico y seguir
viaje a Buenos Aires y por todo el país, donde conozcas a alguien1.
¿A qué
se refería Masetti?
El 7 de
julio de 1963, habían tenido lugar las elecciones presidenciales de las cuales
el Dr. Illia, uno de los políticos más rectos y honestos de la historia
argentina, resultó electo.
La
novedad vino a fastidiar los planes del Che y Masetti, porque no solo el
flamante mandatario contaba con un currículum impecable como persona y
dirigente, sino que, además, ponía al Ejército Guerrillero del Pueblo en la
disyuntiva de atacar a una democracia que respetaba los derechos humanos, la
libertad de expresión y las garantías individuales, como pocas veces se había
visto en un país tan racista y autoritario como la Argentina.
La
novedad los había sorprendido al regresar a Emborozú y eso obligó a Masetti a
replantear todo. ¿Era por eso que había suspendido la operación y enviado a
“Furry” con el mensaje para el Che? ¿Acaso pensaba abortar la misión?
Atacar
un gobierno democrático iba a ser algo en extremo contraproducente, que pondría
a Cuba como nación agresora y a la guerrilla como una banda de mercenarios al
servicio del castrismo, de ahí la imperiosa necesidad de buscar una salida.
Masetti
pensó y meditó durante varios días hasta que por fin, pareció dar con la
solución: el peronismo estaba proscripto y no había podido participar en los
recientes comicios y por consiguiente Illia, que se había impuesto con apenas
el 26% de los votos, no era un gobernante legítimo.
Era el
“quid de la cuestión”, la tabla a la cual sujetarse y de ella se aferró con
fuerza, resuelto a seguir adelante.
Aquel 9
de julio Masetti elucubró, rebuscó en su cerebro, analizó todas las variantes y
al cabo de un tiempo, tuvo lista aquella carta, en la que instaba al flamante presidente a renunciar y llamar
nuevamente a elecciones, con el peronismo incluido.
Masetti junto a un combatiente |
Bustos
encontró el texto viable y así lo hizo ver. Por consiguiente, su jefe decidió
enviarlo a recorrer las principales ciudades del país para reclutar
combatientes y tratar que los principales medios de prensa, publicasen el manifiesto.
Bustos
se dirigió a Orán y abordó un ómnibus a Formosa, desde donde voló en avioneta
hasta Resistencia para contactar a Federico e indicarle que todo seguía de
acuerdo al plan original. Cumplido ese trámite, siguió hasta Buenos Aires
decidido a establecer los primeros contactos, de acuerdo al mandato de su
superior.
El 4 de julio de 1963, el
Che Guevara desembarcó en Argel, especialmente invitado al primer aniversario de la independencia de de ese país. Como era
previsible, el futuro presidente Ahmed Ben Bella se encontraba en el aeropuerto de
Maison Blanche junto a otros funcionarios, para recibirlo.
Una formación de honor aguardaba formaba al pie del
avión de Air Algeria, a la que el recién llegado pasó revista con aire marcial;
incluso hizo la venia ante la bandera nacional, de pie junto al presidente, que
ese día lucía un impecable traje blanco.
El emisario cubano no solo venía a presenciar el
evento en nombre de su gobierno sino a participar en el Seminario Internacional
sobre Planificación y Progreso, que se llevaría a cabo entre el 16 y 18 de
julio en esa capital.
En la ceremonia oficial, compartió el palco con las
principales autoridades y durante el lunch que se sirvió para la ocasión, fue
la estrella principal, acaparando el interés de todos, en especial, el de la
prensa.
Su discurso en francés, durante el Seminario, fue
varias veces interrumpido por los aplausos y las ovaciones. En los días siguientes,
se entrevistó con varias personalidades, entre ellas, los líderes del Frente de
Liberación Nacional (FLN), a quienes felicitó por su lucha contra el
colonialismo francés; concedió entrevistas y mantuvo reuniones con las
principales autoridades de gobierno, destacando el ministro de Defensa Houari
Boumedien; los vicepresidentes Said Mohammedi, Rabah Bitat; el ministro de
Estado Amar Ouzegane; el de Interior, Amhed Medeghri; el de Justicia, Mohamed El Hadi Hajj
Smaine; Economía, Bachir Boumaza; Agricultura, Ahmed Mahsas y Relaciones
Exteriores, Abdelaziz Bouteflika, a quienes se los ve junto al líder caribeño
durante una recepción filmada por el periodismo local.
La estancia del Che en el país árabe se prolongó
cerca de un mes, decisión que anunció el 8 de julio en rueda de prensa “…porque este país, Argelia, es apasionante
y… hará tanto ruido en África como no lo hizo cuba en América”2.
En los días siguientes, Guevara visitó
Sidi-Bel-Abbes, Constantina, Orán, Bujía. Bizerta, los campamentos de los
colaboradores cubanos que operaban allí y, por supuesto, la embajada de su
país.
El lunes 15 arribó Constantina para almorzar en la
Comandancia del Cuartel Militar; luego siguió hasta el Hospital Militar
"Alfonso Laverán", donde trabajaban profesionales cubanos, con los
que concertó un encuentro especial al otro día a las 06.30 a.m. y de regreso en
Argel, prometió apoyo militar para la guerra fronteriza que Argelia mantenía
con Marruecos (la denominada “Guerra de las Arenas”)3.
A
mediados de septiembre, llegó a la finca Emborozú “Papi”, quien venía a darle
una mano al hiperactivo “Furry”, en todo lo relacionado a la logística, los
suministros, la obtención de armas y los contactos con la embajada. Fue un
alivio para Masetti porque se trataba de un hombre de vasta experiencia, que
había combatido en Sierra Maestra y había tenido a su cargo diversos grupos
armados en diferentes países del continente, entre ellos las guerrillas de
Turcios Lima en Guatemala y Héctor Béjar en Perú.
Con él
vino Alberto Castellanos (Raúl Dávila), el tercer cubano, cuya misión era
esperar al Che cuando este se presentara y seguir junto a él hasta el interior
de la Argentina. Masetti le encargó reclutar voluntarios y lo envió a Córdoba
para asistir al “Pelado”.
Lejos
de allí, Bustos apenas logró que los medios de difusión se interesasen por la
carta de Masetti. Solo la publicó “Compañero”, revista de izquierda peronista y
nadie pareció reparar en ella.
En
agosto, comenzaron a llegar a la finca los primeros voluntarios, con los hermanos
Héctor y Emilio Jouve a la cabeza, hijos de inmigrantes franceses, ex
militantes de la Juventud Comunista y estudiantes de Medicina y tras ellos el
porteño Agustín Enrique Bollini Roca, estudiante de Arquitectura enviado por
Bustos, quien debía colaborar en las tareas de abastecimiento.
Desde
Buenos Aires, Bustos viajó a Bell Ville y desde ahí a Córdoba capital, desde
donde pasó a su provincia natal. Logró reclutar algunos cuadros, el total de
ellos de origen urbano y burgués y consolidar las bases de la incipiente red
urbana, demostrando capacidad y presteza.
Debido a su trajín, se vio en la necesidad de adquirir una vieja camioneta IKA4, que le permitió desplazarse con mayor celeridad y acortar mucho los tiempos, estableciendo contactos en puntos tan distantes como las ciudades de Santa Fe, Rosario y La Plata, donde habló con la dirigencia comunista local y apalabró a los primeros aspirantes.
Alberto Castellanos (primero a la derecha) en la fiesta de casamiento del Che |
Debido a su trajín, se vio en la necesidad de adquirir una vieja camioneta IKA4, que le permitió desplazarse con mayor celeridad y acortar mucho los tiempos, estableciendo contactos en puntos tan distantes como las ciudades de Santa Fe, Rosario y La Plata, donde habló con la dirigencia comunista local y apalabró a los primeros aspirantes.
Por
entonces, las redes urbanas trabajaban activamente. La principal era la de
Córdoba, liderada por el grupo de intelectuales de la revista “Pasado y
Presente”, entre quienes se encontraban Samuel Kieczkowsky, apodado “Kichi”,
José María “Pancho” Aricó, Oscar del Barco, Aníbal Arcondo, Héctor Nahum
Schmukler y algunas mujeres. El de Buenos Aires tenía como cabeza al sociólogo
Juan Carlos Portariero, director de la revista “La Rosa Blindada” y José Luis
Mangieri; el de Rosario a Luis Ortolani y Liliana Dufino, futura pareja de
Roberto Mario Santucho; en Salta se movían el periodista Salvador María del
Carril, quien había visitado Cuba en 1962, Pedro González, titular de una
librería que servía de fachada para sus actividades, el escribano Francisco
Sánchez, de Orán; el contador Héctor Valencia, la señora María de los Ángeles
Cantarero, cuya casa servía de escondite a los combatientes que hacían las
veces de enlaces y Santiago Garrido, que moraba en El Quemado, provincia de
Jujuy.
Cuando
Bustos regresó al campamento guiando a los nuevos voluntarios, se encontró con
la sorpresa de que el EGP había adquirido un camión y alquilaba en Salta el
local de la mencionada librería a nombre de González, para utilizarlo como centro
de operaciones y depósito de armas5.
Poco
después, arribaron otros tres reclutas desde Buenos Aires, elevando el número
de combatientes a una treintena de efectivos, la mayoría, porteños y
cordobeses.
La
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires puede ufanarse
de haber aportado la mayor cantidad, entre ellos Eduardo Masulo, César
Carnevalli, Diego Miguel Magliano, Ariel Maudet (estudiaba antropología) y el
Marcos Slajter (judío chileno oriundo de Viña del Mar, cuyo apellido suele
aparecer como Szlachter). Jorge Bellomo, afiliado del Partido Socialista,
estudiaba Medicina; Federico Frontini, el más joven, había estado en Cuba,
Carlos Bandoni era un trabajador independiente que pertenecía a la Federación
Juvenil Comunista, Agustín Enrique Bollini Roca era, como dijimos, estudiante
de Arquitectura en tanto el resto, Oscar del Hoyo (otro afiliado de la
Federación Juvenil Comunista), Miguel Goicochea (“Pirincho”) y Adolfo Rotblat, procedía
de diversos estratos.
El
grupo cordobés era más reducido; lo integraban Héctor y Emilio Jouve (éste
último visitador médico), Bernardo “Nardo” Groswald (bancario), Henry Lerner
(estudiante de Medicina), Alberto Korn (bancario), Delfor Rey y Jorge Guille
(estudiantes de Ingeniería ambos), Oscar Altamirano (trabajador de DINFIA),
Antonio Paúl (antiguo trabajador del petróleo y delegado gremial), su hermano
Jorge (mecánico) y Miguel Colina (también trabajador petrolero y sindicalista).
Fernando Álvarez era español, aunque oriundo de Buenos Aires y también
estudiante de Filosofía y Letras y el chaqueño José L. Stachiotti, apodado el
“Correntino, no tenía militancia política.
El 21
de septiembre de 1962, el Ejército Guerrillero del Pueblo abordó el camión que
había adquirido el mes anterior y abandonó la finca-base en dirección a la
frontera6.
Para
entonces, “Papi” había traído información valiosa: el Che seguía con atención
las incidencias de la operación y John William
Cooke junto con su esposa, se ocupaban del apoyo logístico a través del
Departamento “M” del Servicio de Seguridad del Estado (G-2), dirigido por
Manuel Piñeiro y el Grupo de Operaciones Especiales, dependiente del Ministerio
del Interior (MININT).
Los guerrilleros cruzaron el Bermejo por el vado que corría
al sur de Aguas Blancas y desde ahí marcharon hasta Ana Muerta, a orillas del
río Pescado, para establecer su primer campamento. Había dado comienzo la
Operación Dorado
Ni Bustos, ni Masetti, ni los autores que han abordado el
tema son precisos a la hora de señalar el lugar por donde se produjo el cruce,
pero fue por un punto inhóspito y deshabitado, próximo a Los Terrones, desde
donde marcharon hacia el oeste, trepando los contrafuertes serranos que se
elevaban a escasos kilómetros de la gran vía de agua. Bustos menciona el río
Las Piedras, donde se detuvieron para reorganizarse, pero no es del todo claro
al ubicarlo.
Al parecer, algunos de los hombres festejaron el hecho de
manera excesiva y eso les ganó una sanción consistente en guardias nocturnas
dobles. Para lograr los objetivos era imperioso actuar con cautela; se debían
cuidar todos los detalles, aun los más mínimos y un griterío de esas
características podía atraer la atención del enemigo.
"Furry" varios años después
|
El cruce fue traumático, la fuerza de la corriente era
considerable y se corría el riesgo de ser arrastrado por ella. Lo hicieron muy
lentamente, con el agua a la altura del pecho y las armas en alto, intentando
que no se mojasen y no perder el equilibrio.
Se encontraban a mitad del camino, justo en el centro del
cauce, cuando “Furry” se volvió hacia el “Pelado” y alzando su mano derecha le
hizo una seña, anunciando un nuevo ataque de epilepsia. Bustos intentó
atajarlo, pero el cubano cayó de espaldas y se hundió en las aguas cenagosas,
desapareciendo de la vista.
Sabiendo que el peso de su mochila no lo iba a dejar mover,
el mendocino corrió a su lado y tomándolo de los cabellos, sacó su cabeza
fuera, evitando que la corriente se lo llevara.
Héctor Jouve, Henry, Jorgito y Enrique ya habían alcanzado la
orilla cuando se percataron de lo que estaba sucediendo. Arrojaron sus mochilas
sobre la tierra y se introdujeron nuevamente en las heladas aguas para ayudar
al “Pelado” a sacar a su compañero. Lo sujetaron entre todos y lo llevaron con
mucha cautela hacia la playa, donde lo depositaron cuidadosamente, para que se
le pasara el ataque.
Como el cubano estaba inconsciente, Bustos les indicó a los
otros que siguieran su camino, pues él se quedaría con “Furry”. Antes de
partir, lo ayudaron a quitarle el uniforme empapado, lo envolvieron en una
manta y lo llevaron hasta un lugar más distante, donde lo dejaron con alimentos
y una cobertura de nylon.
Bustos se acomodó junto a su compañero inconsciente y con su
subfusil M3 en las manos, se dispuso a esperar.
Para entonces, el grueso de la columna seguía su avance hacia
el oeste, trepando las laderas en dirección a Ana Muerta. Al día siguiente, por
la tarde, “Furry” estaba mejor; racionaron en caliente y después de revisar el
equipo, reanudaron la marcha, intentando ubicar el rastro de sus compañeros.
Veinte horas después se toparon con Hermes y Federico en un claro y juntos
llegaron al campamento, en momentos que Masetti daba una charla al grupo.
Así pasaron los días, con la llegada de nuevos reclutas y las
recorridas de exploración destinadas a conocer el terreno y dar con los
primeros pobladores para hacer proselitismo y tantear, de paso, la posibilidad
de incorporar más gente.
Se hallaban a 15 kilómetros del caserío de Aguas Blancas y el
doble de San Ramón de la Nueva Orán y en esas circunstancias dieron con los
primeros habitantes del área.
A Bustos aquella gente le causó impresión.
Era una cosa
realmente espantosa. A eso no se le puede decir ni siquiera campesinos; no eran
campesinos, eran gente que vivían ahí en los claritos del monte, llenos de pulgas
y de perros y de esas cosas, sin ninguna vinculación con el mundo real, con el
mundo del país… Ni siquiera vivían en las condiciones de los indios, que por lo
menos tenían su comida, sus coas, sus tribus. Estos eran gente realmente
perdidos, dejados a un lado totalmente; no se pueden considerar parte del país
y, pensándolo hoy, era muy difícil plantearse que eso era una base social…7.
Como bien dice Anderson, el EGP era cualquier cosa menos una
fuerza indígena pues al contrario de lo que ocurría en el resto de América, sus
componentes eran racialmente europeos y culturalmente hombres de ciudad,
universitarios e intelectuales, ajenos y en buena medida ignorantes de aquella
realidad. Y así los veían los lugareños, como a extraños, a extranjeros,
invasores, especialmente los indios, expoliados y martirizados por la Argentina
desde de mediados del siglo XIX y antes aún.
Algo que comenzó a llamar la atención fue el cambiante
carácter de Masetti. Con el paso de los días, el comandante guerrillero se fue
tornando aún más autoritario, despectivo y cruel, intentando imponer una férrea
disciplina militar y racionando los alimentos en extremo. Era lo que había aprendido
en la escuela militar cubana, de la que había egresado con el grado de capitán
y lo que entendía, debía soportar cualquier cuadro revolucionario que se
preciase de tal si lo que quería era estar a la altura del Che. Pero lo hacía
mal y en forma brutal.
Las agobiantes marchas de exploración, la falta de alimentos,
el cansancio y los rigores del clima comenzaron a hacer mella en los
combatientes. Y como asegura Anderson, el lado obscuro del comandante “Segundo”
comenzó a emerger cada vez con mayor frecuencia.
La sensación de
impotencia ante la lentitud de los primeros pasos, exacerbada por la
transformación política de la Argentina, generó una suerte de rabia contenida
al conducir a sus guerrilleros bisoños en sus vagabundeos por la selva saturada
de agua. La descargaba sobre todo en los más nuevos, los que más sufrían las
dificultades de la nueva vida, a quien llamaba desdeñosamente “pan blanco” y
sometía a castigos rudos por errores pequeños8.
Solo a los cubanos parecía respetar y en menor medida al “Pelado”
Bustos y los combatientes de la primera hora. Y como suele suceder en estos
casos, a falta de un enemigo a quien combatir, se la tomó con su propia gente,
azuzándolo, acosándolos en todo momento y hasta amenazándolos con los peores
castigos.
Los reclutas no tardaron en hacer de Bustos su intermediario,
quejándose amargamente de las arbitrariedades de su jefe. Le pedían que
intercediese por ellos, sobre todo cuando se les acercaban en los turnos de
guardia o en las noches, alrededor de una fogata y entonces él intentaba
convencerlos, explicándoles que el proceder de su jefe era el correcto,
producto de su preparación militar y esas mismas vivencias las había
experimentado el Che en Sierra Maestra y su marcha hacia La Habana. Pero no
había palabras para mitigar el malestar. Masetti se ponía cada vez peor y a la
par, Hermes incrementaba el rigor de su autoridad.
El primero en ceder fue “Pupi” (Adolfo Rotblat) y eso le
costó la vida. Su cuerpo comenzó a flaquear, su espíritu a debilitarse y su
mente a no responder. A las pocas semanas de llegar al monte su estado físico
era deplorable y su ánimo desapareció; se había convertido en una piltrafa, en
un cadáver viviente y no podía evitar seguir degradándose. Según el “Pelado”,
había desaparecido todo vestigio de orgullo y personalidad en él, no se
esforzaba, hacía todo mal y se quejaba constantemente.
Se quedaba sentado en
los descansos, provocando un lío en cada puesta en marcha. Se atrasaba al
caminar y había que ir a buscarlo. No aprendía nada, ni a hacer un fuego y
mucho menos la comida. Quienes lo tenían a la vista, se ocupaban de él hasta el
hartazgo y, finalmente, lo dejaban solo, para tener que retroceder a buscarlo
al descubrir su ausencia. Había que cuidarlo día y noche, y hasta se vivieron
situaciones alarmantes, como cuando debieron pasar por detrás de un puesto de
la gendarmería -antes de las sierras- y hubo que amenazarlo para no correr el
riesgo de que gritara9.
Masetti y Hermes estaban hechos una furia con él, sobre todo
el primero, y el resto de la compañía comenzó a impacientarse, aún cuando ellos
también experimentaban agotamiento y sufrían en carne propia los maltratos de
su jefe.
Entonces alguien planteó la necesidad de liberarse de
semejante carga y entre todos barajaron la posibilidad de enviarlo de regreso a
Bolivia o, al menos sacarlo del área. Pero Masetti se opuso terminantemente y
lo hizo de tal manera que nadie, ni siquiera Bustos, se atrevió a contradecirlo. Y
cuando manifestó que la pena para el pobre muchacho era el fusilamiento, el
atribulado mendocino se quedó de piedra.
El resto ocurrió en forma rápida. Masetti se llevó a los
combatientes más antiguos a un claro en el monte y los puso al tanto de la
decisión que acababa de tomar. Y cuando terminó de explicar los motivos, miró a
“Pirincho” y le ordenó encargarse de la ejecución.
-¡¿Yo?! – respondió pálido el joven porteño.
-Si, vos – respondió Masetti.
En su fuero interno, el pobre Miguel debió haber
experimentado las peores sensaciones, pero sabía que no podía negarse, porque ello
podía acarrearle una pena similar.
Permaneció sentado sobre una piedra unos cuantos segundos,
con la mirada clavaba en el piso y luego se incorporó para dirigirse hacia el
centro del campamento, donde “Pupi” aguardaba recostado en una hamaca.
El “Pelado” y sus compañeros, vieron a “Pirincho” perderse en
la espesura y sin pronunciar palabra, agradecieron en su fuero interno no haber
sido ellos los escogidos para tan tremenda tarea.
Quien no parecía experimentar nada era Masetti, sentado en el
centro del claro, con su rostro inexpresivo, mirando a cada uno de sus hombres,
como intentando escrutar sus mentes.
De pronto, un estampido repercutió en el monte y al cabo de
un momento, apareció “Pirincho”, gritando descompuesto que “Pupi” no se moría.
-¡¡No se muere!! –gritó- ¡¡No se quiere morir!!
Entonces Masetti le ordenó a Bustos que fuera a ver qué
ocurría y se encargase de resolver el asunto. El “Pelado” se incorporó y al
llegar al lugar vio al condenado tirado sobre su hamaca, con un tiro en la frente
y la sangre cubriéndole el rosto. Sus movimientos eran simples estertores pero
enseguida comprendió que el pobre muchacho estaba técnicamente muerto. Para
evitar que siguiera sufriendo, extrajo su pistola de la cintura, le apuntó al
pecho y disparó. Y en ese preciso instante, el cuerpo de Adolfo Rotblat dejó de
moverse10.
Héctor Jouvet tiene otra historia. Según él, ese día llegó al
campamento junto a otros nueve compañeros y ni bien dejaron sus cosas, Masetti
se le acercó y le comentó que iban a pasar por las armas a uno de los
combatientes. Cuando Jouvet le preguntó porqué, le explicó que el sujeto se
había convertido en una carga y representaba un peligro para la existencia del
grupo. Y ahí mismo le encargó que lo ejecutase. Héctor se negó, explicando sus
motivos y entonces su hermano lo reprendió, pidiéndole que se callara. A su
lado Agustín Canello permanecía mudo, sin mover un solo músculo de su cuerpo.
Justo ese día
se hace el juicio a Pupi (Adolfo Rotblat), un juicio en el que yo no participé.
Cuando llegamos, Masetti, que era el
jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto por qué. Y me dice cosas como que el Pupi no
andaba, que en cualquier momento nos iba
a traicionar, que andaba haciendo ruido con la olla, que andaba desquiciado. Yo pienso que estaba muy mal,
que se había quebrado, pero no vi que
representara un peligro. Me dice “bueno, entonces vas a ser vos el que le de un tiro en la frente”. Yo les digo
que no le voy a dar un tiro en la frente
a nadie y mi hermano me dice que me calle la boca. Y la cosa quedó ahí… estaba mi hermano y estaba un
muchacho que está en Cuba ahora, Canelo, así que… se hizo la ejecución. Yo no
estaba, porque salí con el grupo nuevo,
que no sabía de esto, y los llevé a caminar por la sierra11.
Para
que el lector pueda chequear las diferencias entre un relato y otro,
reproducimos el que hizo Bustos en su libro El
Che quiere verte.
Lo que hizo Masetti fue decretar su
muerte por fusilamiento. Pero, en la ficción desvaída en que se estaba transformando
nuestro sueño revolucionario, ni siquiera se cumplió la sentencia como tal,
sino con más apariencias de asesinato que de dura “justicia militar”. Había
llegado un nuevo contingente de aspirantes a la gloria de luchar por una vida
mejor para todos, y el escenario que encontraban se teñía, al ocaso, de duro
rojo escarlata subido que hacía juego con el del sol poniente, entre las
lianas. Masetti nos separó en dos grupos: el de los recién llegados por un
lado, alejado del campamento establecido un par de días antes, en el que “Pupi”
permanecía aislado en su hamaca de condenado; y el grupo original, con los
participantes de nuestra segunda entrada en exclusividad. Reunidos estos
últimos, Masetti explicó los considerandos de la sentencia y la necesidad de salir
de una situación traumática de una vez por todas, antes de que sus efectos
negativos nos minaran por dentro Nadie cuestionó la legitimidad del hecho, aún
estando en contra, empezando por mí. Uno de nosotros debía cumplir la
sentencia. Masetti designó al reemplazante del “Medecín”, uno de sus elegidos
–y admirado por él en el fondo- por su “clase”, su donde gente, su imposibilidad,
que no le impedía ser un eficiente
aspirante a guerrillero, pero al que deseaba someter a prueba, quitarle algunos
pruritos de generosidad.
El silencio fue la expresión visible
de la angustia que nos dominaba, rasgado por la voz áspera de “Pirincho”
diciendo: “¿Yo?”, y la fría de Masetti respondiendo: “Si, vos”. Partió
“Pirincho” hacia el lugar y, al cabo de unos minutos, escuchamos la detonación.
Regresó más blanco de lo que estábamos todos a la sombra de la selva,
trastornado, murmurando agitado: “¡No se muere!, ¿no se quiere morir!”… Masetti
me mandó a mí, entonces, a ver qué había pasado. La víctima de una experiencia
personal equivocada y de una mentalidad colectiva gravemente distorsionada
estaba echada en su hamaca, con un tiro en la frente, sacudida por espasmos
físicos finales, pero ya técnicamente muerta. Hice lo que debía para acabar con
el macabro cuadro sin salida y el estampido quedó para siempre resonando en mi
cabeza12.
¿Cuál versión es la
correcta? Según Jouvet, Masetti le pidió a él que se encargase de la ejecución;
según Bustos, se lo ordenó a “Pirincho” y luego él en persona le aplicó el tiro
de gracia. No podemos decir cuál de los dos relatos es el correcto, pero
resulta un tanto inverosímil que el jefe de la expedición le haya encargado la
ejecución a un recién llegado.
Al día siguiente, la
guerrilla levantó campamento y se puso en marcha hacia el norte, buscando el
río Santa María. En el camino se detuvo a hacer noche en el rancho de un
miserable grupo de desposeídos, conformado por un enjuto campesino llamado
Pedro, algunas mujeres y varios niños, entre quienes iban y venían perros
pulguientos y alguna que otra gallina.
La familia los
recibió con mucho temor. Masetti trató de tranquilizarlos y de sacarles
información pero apenas logró que el pobre hombre dijese más que “si, señor”,
“no, señor”. Le llevó bastante tiempo entrar en confianza aunque finalmente lo
logró. Entonces Pedro contó que cerca de ahí había un pequeño caserío donde se
podían adquirir algunas cosas, pero era necesario andar con mucho cuidado
porque todas esas tierras pertenecían a un patrón muy bravo que junto a su
capataz y una partida de hombres armados, sembraba el terror en la región,
forzando a la gente a trabajar los campos, explotándola y abusando de ella.
Masetti junto a combatientes |
“Segundo” le habló de
la justicia revolucionaria, de cómo iban a castigar a aquel patrón y sus
secuaces y luego pidió permiso para acampar. Por supuesto que se lo dieron y
así fue como esa noche compartieron con aquella mísera gente el guiso de
gallina que sus hombres prepararon. Pero la familia prefirió comer aparte,
pegada al rancho, en silencio y mirando a los intrusos con mucha desconfianza.
Los guerrilleros
sabían que sus uniformes contrastaban con los harapos que Pedro y su gente
vestían y comprendieron su actitud de mantenerse alejados.
Al día siguiente
partieron, dejándole a Pedro unos pesos para que les consiguiera víveres en el
caserío.
Después de caminar
durante horas, arribaron al puesto del capataz de un ingenio tabacalero en
Carro Costas y de ahí siguieron hasta una pequeña aldea llamada Aguas Negras
donde su administrador los ayudó con algo de dinero y les señaló un sendero que
conducía a casa de su cuñado, para que acampasen allí.
Durante la marcha,
Henry Lerner se acercó al “Pelado” Bustos y le habló de los malos tratos que
recibía de Masetti, atribuyendo los mismos a su condición de judío. Estaba
seguro que esa era la causa y el fusilamiento de “Pupi” parecía corroborarlo.
Por el contrario, Bustos no creía que su jefe fuese antisemita o albergase
sentimientos racistas, pero el atribulado muchacho estaba seguro de que era por
ello. Trató de tranquilizarlo asegurándole que nadie que combatiese en nombre
del Che Guevara podía considerar esa posibilidad y le pidió paciencia.
Al llegar la noche,
luego de acampar en la finca del cuñado del administrador, el mendocino se
acercó a Masetti y le planteó el asunto. “Segundo” se sorprendió, sostuvo con
vehemencia que no tenía nada contra los judíos pero sí le confirmó que Henry
era un mal combatiente.
Bustos intentó
defenderlo y entonces su jefe le encomendó una tarea para ponerlo a prueba.
Debía viajar con él hasta el caserío señalado por Pedro, adquirir provisiones y
estudiar su comportamiento para luego elevar un informe.
Partieron ambos
(Bustos y Henry) a la mañana siguiente, siguiendo un arroyuelo que corría hacia
el sudeste, con Lerner exultante por causa del alejamiento; poner distancia con
Masetti era un alivio y eso preocupó al mendocino. Una guerrilla sin conexión
con su jefe era algo inimaginable, una empresa condenada al fracaso y por
consiguiente, algo había que hacer.
A medio día se desató
un aguacero y eso convirtió al arroyo en un caudaloso torrente de montaña que
puso en peligro la continuidad del viaje. Por la noche descubrieron a la
desembocadura y se refugiaron bajo una gigantesca roca saliente, esperando que
el vendaval amainase.
Finalmente, llegaron
a lo de Pedro, siguiendo unas señales que Henry había dejado durante el camino
de ida. Con mucha satisfacción, el campesino les entregó las provisiones que
había adquirido y se ofreció a seguir haciéndolo, inconsciente del peligro que
ello representaba. Nadie se iba a explicar como de un día para otro, un
individuo tan pobre y miserable como él, compraba productos a diario.
Estuvieron de regreso
tres días después, luego de toparse con una patrulla encabezada por Héctor
Jouve, que había salido en su búsqueda. Al parecer, Masetti estaba furioso por
“la tardanza” pero al llegar al campamento, los recibió con una amplia sonrisa,
les ordenó comer un poco del guiso recién preparado y luego los mandó
descansar. Pero antes, les dijo que a la mañana siguiente volvían a partir en
dirección al Bermejo, para recoger un cargamento de armas que “Furry” iba a
entregar.
Se trataba de la
Operación Trampolín, consistente en el traslado de armamento, suministros y un
equipo de comunicaciones desde el campamento-base de Emborozú, hasta La Toma.
Partieron
con las primeras luces en dirección a Orán, acompañados por Jorgito Guille,
Héctor Jouve, Henry Lerner y Federico Méndez, caminado un buen trecho hasta
Aguas Blancas, para abordar uno de esos camiones que transportaba peones. Se
alojaron en una mísera pensión de la localidad y a la mañana siguiente,
treparon un vehículo similar que los dejó sobre el puente del río Pescado.
Se
encontraron con “Furry” y “Papi” en horas de la noche, a orillas del Bermejo,
por el lado argentino, cuando los cubanos aparecieron a bordo del jeep,
llevando en la parte posterior el cargamento. Se trataba de varias mochilas,
armas, municiones, medicamentos y suministros que los combatientes cargaron
sobre sus espaldas para volver a repasar el río, que ese día estaba más alto y
torrentoso que de costumbre.
Fue un
cruce caótico, en el que Jorgito se hubiera ahogado de no haber sido por
“Papi”, quien lo sacó del agua y lo llevó a la rastra hasta la orilla opuesta.
La preparación de los cubanos era realmente formidable.
En el
punto indicado se encontraron con Canello y su camioneta y desde allí siguieron
hasta las inmediaciones del campamento, donde Masetti y compañía les brindaron
una gran acogida. El comandante “Segundo” y el mendocino se estrecharon en un
abrazo y el rostro del primero pareció iluminarse cuando este le dijo que junto
a “Furry” y “Papi”, había llegado Miguel Ángel Duque de Estrada, el abogado
amigo del Che, jefe de los tribunales revolucionarios, quien se encontraba en
la región como veedor, especialmente enviado por aquel.
Presa
de vivo entusiasmo, Masetti ascendió a Héctor Jouve al grado de teniente y
nombró a Ciro Bustos su delegado personal y enlace entre la guerrilla y la red urbana13.
La
exhibición del armamento pareció levantar el alicaído ánimo de la tropa.
Masetti tomó una Luger y le pasó su Browning al “Pelado”, que acababa de perder
la suya, mientras los restantes miembros de la compañía manipulaban los fusiles
y ametralladoras probando sus mecanismos.
Aprovechando
la ocasión, el comandante les explicó a sus hombres los pasos a seguir. La
siguiente etapa iba a ser en dirección a las regiones de cultivo, donde las
condiciones de trabajo de los cañeros, era realmente infrahumana. Según
Masetti, se trataba de un sector de considerable potencial humano, donde la
revolución prendería con rapidez.
José María Martínez Tamayo "Papi" |
En los
días siguientes llegaron nuevos reclutas. Uno de ellos, Jorge “el Cirujano”,
como lo llama Bustos, un médico cardiólogo porteño, pleno de entusiasmo, que en
el primer momento pareció el cuadro ideal, presto a adaptarse perfectamente a
las condiciones de la guerrilla, pero que al cabo de un tiempo, comenzó a
decaer y dar muestras de flaqueza.
Durante
la marcha en dirección a las regiones de cultivo, el EGP se extravió y sin el
río a la vista, que era su punto de referencia, acampó sobre las laderas
serranas para tratar de orientarse. Mientras los hombres montaban los puestos
de vigilancia y se ponía a racionar, Masetti se sentó sobre una roca y comenzó
a estudiar detenidamente la carta militar. Era cerca del mediodía y el cielo
aparecía despejado.
Pasado
un tiempo, el comandante, organizó dos patrullas para dar con el río, la
primera, integrada por solo por Hermes, debía dirigirse hacia el noroeste y la
segunda, por Bustos y el “Cirujano” hacia el noreste, llevando la expresa orden
de regresar si al cabo de dos horas no daban con el objetivo.
Partieron
ambas enseguida y al cabo de un tiempo, caminaban por lo más tupido de la
selva, tratando de orientarse con sus brújulas. Lo que Bustos no imaginaba, era
que Jorge se iba a transformar en una verdadera pesadilla.
Pese a
que caminaron buen trecho sobre terreno llano, el médico comenzó a extenuarse y
al cabo de un tiempo, la marcha se retrasaba considerablemente.
…el cirujano y cardiólogo,
acostumbrado a los pasillos relucientes de los hospitales, era la antítesis
viva del entorno. Creo que el contraste lo llevaba agarrotado en el alma y
constituía su tragedia total. En pocos días había descendido de la ciencia a la
inconsciencia, y no era capaz de actuar en una dirección acorde con su drama14.
El
“Pelado” intentó por todos los medios darle ánimos pero no lo logro. El hombre
estaba entregado y parecía degradarse a cada paso.
La marcha no era dificultosa; no
subíamos lomas. Caminábamos por una llanura boscosa, algo enmarañada y
agresiva, como siempre que no hay agua, pero plana. Sin embargo, antes de una
hora, él ya se había derrumbado y adoptado todas las características del
individuo quebrado que no tiene otro objetivo que abandonar todo y dejarse
estar sin dar un paso más15.
Bustos
insistió, hablándole de proyectos y revoluciones, del Che, de la necesidad de
encontrar el río y de los peligros que implicaba el retraso, pero no tuvo
éxito. El hombre gemía y pedía parar.
Ciro
debió ponerse firme y así logró retomar la marcha, pero el pobre facultativo
apenas podía moverse y cuando lo hacía era porque el mendocino, después de
rogar y suplicar, recurría a amenazas y violencia. Peor iba a ser si Masetti se
enteraba.
En esas
condiciones, lenta y dificultosamente, repararon en un sonido que les pareció
surgido del paraíso. Era el río que tanto necesitaban ubicar para poder
orientarse, de ahí la celeridad que el “Pelado” le impuso al desplazamiento.
Con el
“Cirujano” casi a cuestas y a la vista de la magnífica vía de agua, Bustos se
lanzó a la carrera decidido a cargar sus cantimploras y mojarse el rostro para
despejarse.
Bebió
con prudencia unos sorbos y después de llenar los recipientes, se incorporó
para regresar junto a su compañero. Lo encontró tendido sobre la hierba, casi
dormido y cuando le ordenó ponerse de pie para emprender el regreso, este se
negó. No podía dar un paso más y pidió que, de ser necesario, lo dejara ahí
tirado.
Desesperado,
Bustos amenazó con recurrir a la violencia, pero ni aún así consiguió hacer
razonar al sujeto.
-¡Matame
aquí mismo, donde no me van a encontrar! – rogó.
Entonces
Ciro lo tomó del cuello y le exigió a ponerse de pie. Y así, a duras penas se
internaron en la espesura donde, al cabo de un tiempo perdieron el rumbo y se
extraviaron. Tuvieron que desandar el camino y acampar junto al río. El
“Pelado” hizo una fogata y una vez más, su compañero se quedó profundamente
dormido, demostrando por milésima vez su total incapacidad.
A la
mañana siguiente reanudaron la marcha. El “Cirujano” intentó negarse nuevamente
pero Bustos extrajo su arma y a punta de pistola lo obligó a caminar. Cuatro
horas después (10.00 a.m.) dieron con Hermes, que los estaba buscando y juntos,
siguieron hasta el campamento donde, una vez más, encontraron a Masetti hecho
una furia por el injustificado retraso. Debían haber regresado a las dos horas
de haber partido pero lo hacían a la mañana siguiente, casi una jornada
después.
A
Bustos le costó mucho minimizar la flojera de su compañero y gracias a que
habían dado con el río, la cosa no pasó a mayores. Eso distrajo la atención del
comandante y si no lo puso de mejor humor, al menos mitigó en parte su ira.
Aprovechando
ese momento, le relató los hechos, tratando de encontrar las palabras adecuadas
para que su superior no perdiese los estribos. Jorge era inepto, no servía para
la misión, demostraba debilidad y poca predisposición para seguir en la
guerrilla, de ahí la necesidad de deshacerse de él.
El
hecho de haber recobrado el rumbo sirvió para que Masetti accediese y
dispusiera la salida del “Cirujano” junto con un grupo de cordobeses que
también había dado muestras de ineptitud.
¿Habría
corrido “Pupi” la misma suerte en esas circunstancias? Jamás lo sabremos. Lo
cierto es que los días siguientes los pasaron estudiando el terreno y tratando
de encontrar nuevas rutas, efectuando exploraciones y haciendo guardias, sin
encontrar nada. Y en esas estuvieron hasta fines de noviembre y principios de
diciembre cuando tras un nuevo desplazamiento, establecieron el campamento de
La Toma, sobre las colinas que baña el río Bermejo, a 20 kilómetros al
sudeste de San Ramón de la Nueva Orán y más de 30 de su base en territorio
boliviano. En las semanas siguientes, levantarían otros.
Los campamentos se construían siguiendo procedimientos del propio Che Guevara, despejándose primero un área de 150 a 200 metros cuadrados, fácil de cubrir con armas livianas desde diferentes puntos, y abriendo un sendero hacia el interior de la selva, para evadirse en caso de ataque. En el centro se hacía la fogata y en los laterales se instalaban las hamacas para dormir16.
Hermes Peña (izq.) en Cuba, cuando era jefe de la guardia personal del Che |
Los campamentos se construían siguiendo procedimientos del propio Che Guevara, despejándose primero un área de 150 a 200 metros cuadrados, fácil de cubrir con armas livianas desde diferentes puntos, y abriendo un sendero hacia el interior de la selva, para evadirse en caso de ataque. En el centro se hacía la fogata y en los laterales se instalaban las hamacas para dormir16.
Según
el periodista Oscar Fernández Real, quien acompañó a la Gendarmería durante el
operativo contra los guerrilleros, el campamento principal disponía de un
generador de la Segunda Guerra Mundial, montado en un trípode a pedal y de un
transmisor que si bien no emitía, captaba las radios zonales y permitía obtener
información. A través de él, supieron del asesinato de John F. Kennedy, la
independencia de Guinea Ecuatorial de España, la masacre que tropas
norteamericanas perpetraron en la zona del Canal de Panamá el 9 de enero de
1964 y la visita sorpresa de Fidel Castro a Moscú. Pero lo más importante, les
permitiría en breve seguir con atención los desplazamientos de la Gendarmería17.
Una
noche, a fines de diciembre, se hallaban Masetti, Bustos y los “veteranos” del
EGP analizando su situación, cuando el centinela apostado en cercanías de un
arroyuelo que corría cerca del vivac, subió corriendo agitado para anunciar que
alguien se aproximaba por su sector.
-¡¡Viene
gente por el arroyo!! – gritó.
Todo el
mundo se puso en pie y catapultados como un rayo, el “Pelado” y Federico Méndez
corrieron hacia el centro del campamento para hacerse de dos ametralladoras M2
que había apoyadas sobre unas mochilas y lanzarse barranca abajo para contener
al enemigo.
En el
camino decidieron separarse, tomando Bustos por la orilla izquierda del arroyo
y Federico por la derecha y en esas condiciones, anduvieron un techo, atentos a
cualquier sonido, con sus dedos listos para accionar el gatillo. No encontraron
nada y eso les dio la pauta de que, al parecer, la zona se hallaba despejada.
De
regreso al campamento, los sorprendió una voz que les dio el “alto”; era Héctor
Jouve, acompañado por dos o tres combatientes, quienes emergieron de la
espesura apuntándoles con sus armas.
Masetti
los reprendió frente a todos por haber actuado de manera impulsiva y
“desarmado” a dos compañeros (las M2 no les pertenecían) y para su vergüenza,
les impuso en castigo, les impuso doble turno de guardia hasta las 04.00 de la
mañana.
Acto
seguido, Masetti decidió montar un operativo cerrojo para envolver a los
posibles merodeadores en caso de encontrarse en los alrededores y para ello,
llamó a incorporarse a los dos castigados. Le ordenó a Hermes establecer una
emboscada en un punto determinado y con el resto de la gente organizó patrullas
para cubrir el perímetro del campamento. Lo único que hallaron fueron las
huellas de Bustos y Méndez junto al arroyo, prueba fehaciente de la ausencia de
intrusos.
Por
entonces, la situación en el campamento era la siguiente: Héctor Jouve había
sido designado comisario político, Federico Frontini (“Grillo”) se hallaba
convaleciente por una picadura de araña y “Nardo” estaba bajo arresto porque
desde hacía tiempo venía dando señales de debilitamiento. Los dos últimos se
hallaban al cuidado de Henry, mientras el resto se dedicaba a sus tareas
específicas. Algunos montaban guardia, otros recorrían las inmediaciones, los
menos aguardaban instrucciones y Masetti escribía en el refugio subterráneo que
se había construido, suerte de “comandancia”, bajo un improvisado techo de
ramas y hojas y una tela en la entrada para contener a los mosquitos.
Según me transmitieron, el caso de
Nardo se desarrolló rápidamente y estaba pasando ya la barrera de comprensión y
solidaridad que hasta el momento lo había protegido, intentándose salvarle de
la degradación antes de caer bajo la “mira” de Masetti, quien, para la fecha,
esgrimía códigos de conducta militar elaborados por él mismo. Lo cierto es que
esa imprevista mentalidad nefasta, que roía ya nuestros principios, prende como
los virus en organismos agotados, cuya salida era anticiparse al estallido de
la crisis: todos querían sacar a Nardo de allí18.
En el
mes de enero, Masetti decidió enviar a “Pirincho” a Buenos Aires para
establecer contacto con la red local. Un mes después, lo siguió Bustos con
indicaciones de apoyarlo y reforzar su labor.
Fue
entonces, que Masetti ordenó un nuevo fusilamiento.
Estando
Bustos ausente, el comandante “Segundo” terminó perdiendo los estribos con
“Nardo” y decidió someterlo a un tribunal militar. Parodiando lo que fue una
incidencia repetida en Sierra Maestra, designó a dos asistentes para someter a
consideración el caso y después de una parodia de juicio, del que todos fueron
testigos (salvo quienes montaban guardia), lo hizo ejecutar.
La
decisión causó profunda indignación en la red urbana de Córdoba, de donde el
condenado era oriundo y movió al “Pelado” Bustos a reflexionar sobre la aptitud
de su jefe y el sentido de aquella guerrilla, aunque sacando conclusiones
erróneas y elementales.
Apenas unos días después de mi salida,
cuando yo había dejado resuelta su evacuación a Córdoba y viajaba confiado a
Mendoza, Masetti formó un tribunal, frente al cual Nardo fue juzgado por
degradación moral y mal ejemplo.
Hasta
aquí, solo información. Pero Bustos sigue reflexionando y al hacerlo, sus
convicciones políticas y los sentimientos encontrados, lo traicionan llevándolo
a emitir reflexiones erróneas.
La mentalidad fascista triunfó y
acertó otro golpe moral a la utopía libertadora. Porque el fascismo es una
mentalidad antes que una ideología; la mentalidad del ejercicio del poder
omnímodo contra el individuo supeditado al mismo. Una mentalidad independiente
de la edad, del medio en el que se nace y de la militancia política a que se
adhiere. No es patrimonio de la derecha ni ajena a la izquierda. El poder como
herramienta de coerción, de chantaje, de humillación y de crimen. Síntesis del
sadismo patológico y fanatismo fundamentalista, es la razón de ser de los
dueños de la verdad. Desde el miserable torturador de la Escuela de Mecánica de
la Amada de la Argentina, hasta el siniestro Pol Pot. Y nosotros estábamos
impregnados de esa mentalidad fascistoide y no lo sabíamos: nos creíamos
imbuidos de la verdad revolucionaria y no éramos más que ilusos engolosinados
con la idea de imponer justicia por las armas19.
¿Quiere
decir que cuando las cosas son malas, como a uno no le gustan, cuando muestran
ser negativas y arbitrarias, son fascistas? ¿No son comunistas, revolucionarias
o guevaristas? ¿Qué el fascismo no es una ideología sino una mentalidad?
¿Entonces el leninismo, el maoísmo o el stalinismo son fascismos? Suena muy
elemental. “Cuando hago algo bueno soy el paladín de la libertad, de los
derechos del hombre y de las reivindicaciones de los oprimidos, es decir, soy
el izquierdista perfecto. Ahora, cuando demuestro brutalidad, crueldad, demencia
y falta de humanidad paso a ser automáticamente un fascista”. Podrá ser una
buena manera de tranquilizar la conciencia pero no sirve. No es real, por más
Ciro Roberto Bustos que uno sea. El fascismo es una ideología. Un movimiento
revolucionario proletario que supo dignificar al oprimido, al trabajador, al
campesino y a la masa obrera como no lo hizo ni el socialismo ni el comunismo.
Pero tuvo el desacierto de caer en la demencia imperial, en el racismo extremo,
en el autoritarismo desbordante y el personalismo acérrimo. Pero esa es la
naturaleza del hombre, sea de derecha, centro o izquierda y no una mentalidad.
Decir que una dictadura militar es fascismo, constituye un absurdo. Las
dictaduras militares de América Latina han sido todas conservadoras o liberales,
siempre “pro” la potencia de turno, llámesela Francia, Inglaterra o Estados
Unidos, pero nunca fascistas. De hecho, de fascismo no han tenido nada. Los
fascismos, lo repetimos, han sido tan revolucionarios, proletarios y
populistas, como los movimientos izquierdistas, que también hicieron de sus
líderes un culto, llámense Stalin, Mao, Fidel Castro o Che Guevara.
Retomando
nuestro relato, tras el juicio sumario y la ejecución de “Nardo”, el cada vez
más desquiciado Masetti se la agarró con Bustos, debido a ciertos trascendidos
de su paso por Buenos Aires. Solo evidencias de una mente que comenzaba a alterarse.
El
mendocino debía ubicar a “Furry” en la capital argentina y después de pasar por
Córdoba y Mendoza, regresar a la guerrilla, que seguía dando vueltas por la
selva y las montañas sin hallar ningún enemigo.
Con
“Furry” y el “Pelado” querían subir Jorge Bellomo y “Rafael”, un militante
encargado de los reclutamientos, pero eso no se iba a dar porque las cosas se
precipitaron.
Lo que
ocurrió fue que “Pirincho” desapareció sin dejar rastros (acababa de desertar)
y que el cubano y el mendocino subieron a Córdoba cuando cinco nuevos
voluntarios viajaban al frente para incorporarse a la “lucha”.
“Furry”
se estableció en una casa, gracias a arreglos hechos por Oscar del Barco y
Bustos decidió regresar en avión a Salta, para establecer contacto con la red
clandestina local. Nunca saldría de la provincia mediterránea.
Antes
de partir, acordó reunirse con la cúpula de “Pasado y Presente”, la publicación
que nucleaba a la célula urbana local, para ajustar algunos puntos del programa
y de camino al punto de cita, antes de abordar un colectivo de línea, compró un
ejemplar de “La Voz del Interior”. Una vez en su asiento, se puso a leer y al
ver los titulares de la primera página, creyó que se iba a desmayar. El EGP
acababa de ser detectado por la Gendarmería y sus campamentos allanados.
Era el
fin de la operación; el colapso de la misión planeada por el Che desde los
tiempos de Sierra Maestra. Al parecer, algunos de los guerrilleros fueron
capturados sin resistencia y conducidos a Orán para ser puestos a disposición
de la justicia. El diario no decía nada de Masetti, como tampoco de Hermes y el
resto de los cubanos y eso convenció a Bustos de que aún no los habían
atrapado.
En la
reunión que el “Pelado” mantuvo con “Furry” y Oscar del Barco esa misma tarde,
se decidió sacar al primero del país y hacer desaparecer las redes urbanas.
El ”Pelado”
decidió quedarse ahí hasta que el huracán amainase y cuando estuviesen dadas
las condiciones, se esfumaría.
Se organizó el regreso de Furry a
Buenos Aires para tomar su vuelo internacional, poniéndole de acompañante a una
de las chicas cordobesas, la compañera de Jorgito. No se trataba de atenderlo
con niñera incluida, que no solicitaba, sino de una medida de seguridad
extrema, teniendo en cuenta su rango de comandante cubano. Se podía general un
escándalo diplomático de presentarse una situación accidental con intervención
policial. Por otra parte, el acento cubano llamaba siempre la atención, como un
letrero luminoso, y además, claro, sus ataques imprevisibles no aconsejaban
dejarlo viajar solo dentro del país. La muchacha lo dejaría en el avión y. acto
seguido, haría los contactos necesarios para transmitir el alerta y la
emergencia. Lo mismo se ordenó a Claudia, acelerando su regreso a Mendoza20.
El 4 de
marzo de 1964, la Gendarmería puso en marcha la Operación Guerrilleros,
destinada a desbaratar el movimiento.
Los
uniformados partieron a las 05.00 a.m. desde Colonia Santa Rosa, llevando
consigo a un corresponsal del diario “Clarín” y la revista “Panorama” de Buenos
Aires, Oscar Fernández Real, un técnico mecánico aeronáutico devenido en
periodista, interesado en registrar la actividad del arma en la zona.
Se
trataba de una columna de catorce efectivos, encabezada por el segundo
comandante Honorato y un baqueano, que hacía las veces de guía.
De
acuerdo con el relato de Real, la Gendarmería había trabajado bien, realizando
una investigación cuyos resultados fueron la detección de la guerrilla y su
posterior captura. Había puesto a cargo de la misma a un gendarme de apellido
Dalmonin, oriundo de Orán, quien se trasladó hasta Colonia Santa Rosa para
recabar información. De esa manera, pudo averiguar que grupos de hombres barbudos
recorrían la región, luciendo uniformes y esgrimiendo armas. Personalmente pudo
comprobar señales inquietantes, sobre todo en horas de la noche, cuando
percibió a la distancia ruido de motores en inmediaciones de la finca El
Bananal, cerca del límite con Jujuy y el río de las Piedras. Con todo ese
material en su poder, regresó a Salta (u Orán) y una vez allí, elevó la
información a la superioridad21.
Armamento, equipo e insignias del Ejército Guerrillero del Pueblo capturado en Salta |
La Gendarmería y la policía provincial despacharon patrullas y de ese modo, se fueron aproximando a los diferentes campamentos que el EGP había montado en la región. Terratenientes, comerciantes y dueños de ingenios prestaron su valiosa colaboración, alertados oportunamente por peones y dependientes, temerosos de aquella presencia extraña.
Para
entonces, Masetti había desplazado el campamento hacia el interior de la selva,
dejando en La Toma a Alberto Castellanos, Oscar del Hoyo y Federico “Grillo”
Frontini, para que instruyesen allí a los nuevos reclutas y esperasen a Bollini
Roca con el nuevo cargamento de armas. Luego envió en su apoyo a Diego y Henry
Lerner y se dispuso a esperar.
Según
algunas fuentes, la guerrilla fue detectada luego de filtrarse información
procedente de Buenos Aires. Según explica Bustos, el secretario general del
Partido Comunista argentino, Victorio Codovilla, un dirigente italiano enviado
en los años cincuenta por el mismo Stalin, habría recibido de su par uruguayo,
Rodney Arismendi, la novedad de que el Partido Comunista boliviano le había
hecho saber que ayudaba a un contingente revolucionario argentino en Salta, que
contaba con aval cubano.
Además
de la Gendarmería, la Policía Federal también hacía su seguimiento, y en ese
sentido, logró infiltrar dos efectivos en el grupo que viajaba desde Buenos
Aires. De esa manera, cuando la camioneta de Canello se desplazaba hacia el
teatro de operaciones conducida por Enrique, llevaba en su cajuela cinco nuevos
reclutas (iban camuflados bajo una lona), dos de los cuales eran agentes
encubiertos, Víctor Eduardo Fernández, alias el “Pedícuro” y Alfredo Campos,
personal de la División de Investigaciones Políticas Antidemocráticas (DIPA),
de flamante creación.
Ajenos
a ello, sus tres compañeros, Carlos Bandoni, Ariel Maudet y el español
Francisco Álvarez, no se percataron de que el primero, iba haciendo señales con
su linterna a un jeep sin identificación que los seguía en la noche22.
En el
punto de encuentro, al menos cuatro guerrilleros esperaban a los recién
llegados. Los comandaba Diego, armado con el M3 del “Pelado” Bustos, quien les
ordenó descender y cargar el equipo para iniciar el ascenso al campamento.
Se
produjo entonces un confuso incidente al que podemos calificar quizás, como el
“primer enfrentamiento” de aquella patética guerrilla.
En un
momento de descuido, el “Pedicuro” se abalanzó sobre Diego, le arrebató el M3 y
le disparó, hiriéndolo en su pierna derecha. El guerrillero cayó al suelo
mientras el policía apuntaba al resto del grupo ordenándole no moverse. Se
sucedieron una serie de insultos, gritos y amenazas que de nada valieron, aún
cuando los subversivos especulaban con la inminente llegada de sus compañeros.
Sin prestarles
atención, el “Pedícuro” y Campos ataron a los prisioneros y se dieron a la
fuga, descendiendo rápidamente la pendiente.
En ese
preciso instante, la Gendarmería avanzaba en línea paralela al río y eso la
llevó directamente a donde se encontraban “Grillo” Frontini y el “Marqués” del
Hoyo, a quienes capturó desprevenidos, lo mismo a Alberto Castellanos que se
encontraba unos metros más adelante.
Los
gendarmes escucharon claramente el sonido de un hacha golpeando contra el
tronco de un árbol y eso les hizo suponer que había más subversivos cerca.
Barranca
arriba, Henry Lerner escuchó la voz de sus compañeros y tomando su fusil
Thompson, descendió confiado, ignorando que se dirigía directamente a una
trampa. Un gendarme le salió al paso y apuntándole directamente con su
carabina, lo obligó a arrojar el arma.
Los
gendarmes capturaron a otro grupo cerca del campamento principal. Los
sometieron a una feroz golpiza y los condujeron maltrechos a San Ramón de la
Nueva Orán, donde fueron arrojados a prisión.
La
única acción que se podría considerar un verdadero combate de toda aquella
campaña fue la que tuvo lugar el sábado 18 de abril de 1964, cuando una segunda
patrulla de ocho efectivos de Gendarmería llegó hasta las inmediaciones del
campamento de desmonte de Martínez, siguiendo el curso del río Piedras, por el
lado de Jujuy. Apostado entre la maleza, Hermes los vio aparecer y les disparó,
matando al cabo Juan Adolfo Romero, que avanzaba en primer lugar.
Cabo Juan Adolfo Romero |
Los
soldados les ordenaron evacuar el lugar y se apostaron en las inmediaciones,
atentos al menor movimiento.
Al cabo
de un par de horas, apareció uno de los subversivos, dirigiéndose directamente
al galpón donde se encontraba Vázquez. Se sentó, se sirvió mate cocido, tomó un
pedazo de pan y mientras racionaba, se dio cuenta que se había introducido en
una trampa. Alterado, comenzó a discutir con el capataz y en un momento
determinado, tomó su fusil y lo mató.
Era
Hermes, quien sabiéndose rodeado, salió corriendo hacia la espesura alertando a
su único compañero. Se generó entonces un intenso intercambio de fuego que
culminó cuando el soldado Rosas abatió al cubano23.
La
escaramuza se prolongó varios minutos más, con Jorge Guille, accionando su
ametralladora desde lo más tupido de la vegetación, pero los gendarmes acabaron
por matarlo, dejando su cuerpo tendido sobre la hierba.
No muy
lejos de allí, Carlos Bandoni desató a Diego quien, pese a encontrarse herido,
corrió hasta el campamento central para advertir a Masetti. En vista de ello,
el comandante guerrillero decidió evacuar el sector y al hacerlo, organizó una
serie de patrullas que solo sirvieron para desgastar a su gente.
A
partir de ese momento, todo es confuso y enredado.
Maudet
decidió desertar y huyó hacia Chaco, para entregarse a las autoridades policiales
de la localidad de San Martín (poco después fue puesto en libertad). Francisco
Álvarez fue capturado por la Gendarmería en la copa de un árbol, a donde había
subido escapando de animales feroces que lo perseguían y la sección conformada
por Castellanos, Lerner, Frontini y Hoyo, aguardaban en
La
Toma, Ignorando de lo que sucedía.
Por
decisión del primero, se organizaron dos secciones para establecer contacto con
su gente. Castellanos y Lerner partirían en busca de Bollini Roca en tanto
Frontini y Hoyo permanecerían en el lugar, preparando los escondites para las
armas. Cayeron todos prisioneros y si bien Hoyos logró huir, volvió a ser
apresado unas horas después.
Los
gendarmes que habían detenido a los dos policías infiltrados, ignorantes de
quienes eran realmente, decidieron dividirse en dos. Cuatro de ellos quedaron
al cuidado de los agentes y el resto partió tras los subversivos en desbandada,
a quienes detectaron en un claro, donde algunos cortaban leña y otros
vigilaban.
Uno de
ellos abrió fuego contra el cabo Dalmonin, aquel que había llevado a cabo las
investigaciones que dieron con la guerrilla, pero no lo alcanzó. Los efectivos
regulares respondieron y la escaramuza finalizó ahí mismo, cuando dos de los
combatientes alzaron los brazos y se entregaron y los dos restantes se dieron a
la fuga, huyendo precipitadamente hacia donde se encontraba el grupo de
soldados con los policías detenidos.
El 5 de
marzo los gendarmes detuvieron a Bollini Roca, incautándole su camioneta, el
armamento y demás elementos. Pocas horas después, la policía allanó en Salta la
casa de María de los Ángeles Cantarero24 y se levó detenidos a la
propietaria y al joven estudiante de ingeniería cordobés Delfor Rey, militante
comunista que oficiaba de enlace. En los días siguientes, fueron detenidos el
periodista Salvador María del Carril, Pedro González, el escribano Sánchez y el
contador Héctor Valencia, este último liberado poco después, por falta de
mérito. Fueron trasladados todos a Orán y allí quedaron alojados, lo mismo las
personas arrestadas tras los allanamientos del 12 de marzo en El Quemado
(Jujuy), entre ellos Santiago Garrido.
El
“Pelado” cambió su nombre por el de “Mauricio” y despareció, ayudado por la red
clandestina de Córdoba. Las restantes células urbanas fueron desapareciendo una
a una y los guerrilleros que lograron escapar, buscaron el camino del exilio.
Hermes Peña a poco de ser abatido |
Emilio
Jouve, su esposa y su cuñada “Porota” (mujer de Héctor), huyeron a Montevideo,
seguidos por Agustín Canello y Jorge Bellomo; el “Correntino” José Luis
Stachioti, se mantuvo escondido. Quebrando las reglas impuestas oportunamente,
Bellomo regresó a Buenos Aires y fue detenido ni bien apareció por su casa,
para ser conducido a Salta.
De los
interrogatorios surgieron varios nombres que permitieron dar con las redes
urbanas, el primero Samuel Kieczkowsky (“Kichi”), seguido por el de Delfor Rey,
ambos detenidos y remitidos a Salta.
El
final de aquel esbozo de guerrilla fue, como los intentos de Guatemala,
Nicaragua, Venezuela y Perú, tan patético y trágico como su existencia. Doce
muertos (cuatro de ellos en combate, incluyendo al capataz Vázquez y al
gendarme Romero por el lado de las fuerzas regulares), catorce prisioneros y al
menos ocho prófugos, Bustos, “Furry” y “Papi” entre ellos.
Del
final de Masetti poco es lo que se sabe. Su intento de repliegue hacia
Pampichuela para buscar provisiones y retornar por sus compañeros cercados, no
dio resultados. Regresó antes de llegar a la localidad y no encontró a nadie.
Muerto
Hermes y neutralizada el resto de la columna, buscó evadir el cerco de la Gendarmería moviéndose hacia el oeste,
acompañado por Atilio Altamirano, pero quedó atrapado cuando escalaban un
farallón junto al río. Héctor Jouve y los hermanos Paúl quisieron socorrerlos
pero no lo lograron. Antonio Paul se desbarrancó y pereció instantáneamente,
obligando a sus compañeros a retirarse. César Augusto Carvevalli (estudiante
porteño de Sociología), Marcos Szlachter y Diego Miguel Magliano, murieron de
inanición.
De
Masetti y su compañero no se supo más nada; evidentemente, lograron salir del
farallón, se internaron en las selvas de Yuto, cerca del límite con Jujuy y
nunca más se los volvió a ver. Lo más probable es que hayan perecido de
inanición y acabasen devorados por las alimañas.
Así
finalizó la invasión guevarista a la provincia de Salta y con ella, los sueños
de su mentor, de desencadenar la guerra civil en la Argentina.
Se ha
escrito mucho sobre el tema; se ha teorizado y polemizado sin llegar a ninguna
conclusión. El intento fue un fracaso, eso es seguro, la operación se planificó
mal y el escenario escogido no pudo ser peor, deshabitado, prácticamente
despoblado, sin animales para cazar y casi sin pesca en sus ríos y arroyos.
Para más, la escasa población, relegada e ignorante, vio con temor a esos
hombres blancos y barbados que lucían uniformes y hablaban de cosas
inentendibles. Y como siempre sucede en esos casos, fueron ellos, los
desposeídos, los marginados, los desheredados y menospreciados, quienes
acudieron a las autoridades para denunciarlos.
Hoy se
escriben libros y se ruedan documentales intentando rescatar la figura de
Masetti, elevándolo a la condición de mártir y héroe romántico cuando en
realidad se mostró como un déspota tiránico, que al no alcanzar los objetivos,
se la tomó con su propia gente, pasándole a ella sus errores y desaciertos. Con
el paso de los años, se ha intentado minimizar su proceder y al hacerlo, han
recurrido a una muletilla que empieza a sonar con insistencia, la de su “figura
tergiversada”, la del líder idealista al que se intenta pasar por demente. Pues
sería mejor creer eso porque, de lo contrario, estaríamos ante un canalla que
no dudó en fusilar a inocentes y llevar a su gente al desastre.
La
demencial guerrilla de Masetti, suerte de preludio de la que el Che comandaría
en persona, en 1967, deambuló errante por el nordeste salteño sin encontrar
apoyo, víveres, condiciones y mucho menos, a quien combatir. Como hemos dicho,
su comandante, totalmente frustrado, se la tomó con sus propios cuadros,
ordenando fusilamientos sin ninguna razón y tratando al resto con ira e
irrespeto. Recién cuando entre marzo y abril de 1964 se topó con una patrulla
de gendarmería, quedó al descubierto su falta de preparación e ineptitud, tal
como sucedió con El Patojo en Guatemala y Alain Elías en Perú.
Que fue
el Che el ideólogo de aquella locura, no cabe ninguna duda y una vez más, un
grupo de desquiciados decidió inmolarse para cumplir sus objetivos. Pierre
Kalfon lo explica claramente en su voluminoso trabajo:
No cabe duda que fue el Che quien
incitó a Masetti a optar por la lucha armada en Argentina, porque siempre
acarició el proyecto de ver allí una revolución análoga a la que tan bien hizo
Fidel Castro en Cuba […] Masetti, zambullido en su sueño de combate… dirige al
nuevo presidente electo [Illia] una carta abierta de tono inflamado en la que
le exige que dimita. Firma ‘Comandante Segundo’, no tanto para referirse al
comandante ‘primero’, Ernesto Guevara, autor intelectual de la operación…sino
por identificación simbólica con un personaje de gaucho… Don Segundo Sombra25.
Masetti
fue una figura atrapante y quijotesca, eso nadie lo duda; su vida y su
final
son dignos de una novela; tuvo coraje y decisión así como determinación y
convicción, pero careció de capacidad de mando y le faltó visión. De él
dijo Rodolfo Walsh, seis años después, que nunca más aparecerá, que se
disolvió en la selva, en la lluvia y en el
tiempo y que en algún lugar desconocido, su cadáver aún empuña un fusil
herrumbrado26, a lo que nosotros agregamos: apuntando hacia ninguna
parte.
Imágenes
Dr. Arturo Umberto Illia Presidente electo de la Argentina A él iba dirigida la carta del Comandante "Segundo" |
Ciro Roberto Bustos
(Imagen: http://museocheguevaraargentina.blogspot.com.ar/2014_03_05_archive.html)
|
Guerrilleros capturados |
Más guerrilleros detenidos. De izquierda a derecha, Federico "Grillo" Frontini, Oscar del Hoyo, Alberto Castellanos (Raúl Dávila) y Eduardo Fernández |
Certificado expedido por la Municipalidad de San Ramón de la Nueva Orán a pedido de la Gendarmería Nacional indicando el lugar de entierro de Hermes Peña |
Exhumación de los restos de Hermes varias décadas después |
Notas
1 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 154.
2 Ernesto Guevara, “El
Socialismo y el Hombre Nuevo”, Siglo XXI Editores, Nuestra
América, México, 2003, p. 2403 Ese apoyo se consolidaría tres
meses después, cuando el buque cubano “Aracelio Iglesias", atracó en el
puerto de Orán, llevando a bordo tropas, piezas de artillería, tanques,
aviones, municiones y armamento ligero. El contingente llegó al mando del incansable
Efigenio Ameijeiras, a quien se le sumaron los voluntarios caribeños que ya
operaban en el país.
Se ha dicho también que el Che se interesó por la cuestión del Sahara Español y que una vez de regreso en la isla, comenzó a trabajar en la constitución de una organización guerrillera, el Movimiento de Liberación del Sahara (MSL), génesis del Frente Polisario, para la que viajaron a formarse especialmente en La Habana, centenares de saharauíes. Ver: Dr. Washington Rosell Puig, “Recuerdos de aquel primer viaje” (http://bvs.sld.cu/revistas/his/cua_88/cua0288.htm); Renaud Towe, “El Che y Argelia: una historia de amor revolucionario”, Voz del Sahara Occidental en Argentina, 3 diciembre, 2012 https://rasdargentina.wordpress.com/2012/12/03/el-che-y-argelia-una-historia-de-amor-revolucionario/ -Gabriel S. P. Pautasso, “El grupo ‘PASADO y PRESENTE’ y el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo)”, Diario Pampero, sección “Documentos”, viernes 20 de noviembre de 2009, http://diariopamperodocumentos.blogspot.com.ar/2009/11/el-grupo-pasado-y-presente-y-el-egp.html
Se ha dicho también que el Che se interesó por la cuestión del Sahara Español y que una vez de regreso en la isla, comenzó a trabajar en la constitución de una organización guerrillera, el Movimiento de Liberación del Sahara (MSL), génesis del Frente Polisario, para la que viajaron a formarse especialmente en La Habana, centenares de saharauíes. Ver: Dr. Washington Rosell Puig, “Recuerdos de aquel primer viaje” (http://bvs.sld.cu/revistas/his/cua_88/cua0288.htm); Renaud Towe, “El Che y Argelia: una historia de amor revolucionario”, Voz del Sahara Occidental en Argentina, 3 diciembre, 2012 https://rasdargentina.wordpress.com/2012/12/03/el-che-y-argelia-una-historia-de-amor-revolucionario/ -Gabriel S. P. Pautasso, “El grupo ‘PASADO y PRESENTE’ y el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo)”, Diario Pampero, sección “Documentos”, viernes 20 de noviembre de 2009, http://diariopamperodocumentos.blogspot.com.ar/2009/11/el-grupo-pasado-y-presente-y-el-egp.html
4 Industrias Kaiser
Argentina.
5 Jon Lee Anderson,
op. Cit, p. 543.
6 Las fuentes no
parecen ponerse de acuerdo en cuanto a la fecha. Para algunos, el cruce a la
Argentina tuvo lugar el citado día, según otros, se hizo en la primera semana
de octubre.
7 Jon Lee Anderson,
op. Cit. p. 543.
8 Ídem, p. 544.
9 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 187.
10 Ídem, p. 187-188.
11 Raúl Olicelli, “La
guerrilla del Che en Salta cuarenta años después”, El Ortiba, reproduce
reportaje publicado en “El Diario del Centro”, edición del 8 de octubre de 2006
(http://www.elortiba.org/egp40.html)
12 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., pp. 187-188.
13 Junto con José María
“Pancho” Aricó, Armando Coria, Oscar del Barco, Agustín Canello y Enrique
Bollini Roca, establecieron una base permanente en la capital de Salta. El
segundo no pudo alcanzar el campamento en su primer viaje al teatro de
operaciones, debido al agotamiento. Iban a reunirse con Masetti, quien deseaba
mantener con ellos una serie de conversaciones destinadas a afianzar la célula
urbana.
14 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 200.
15 Ídem.
16 Eduardo Huayti
González, “Entrevista a Oscar Fernández Real. La guerrilla de Orán: una
historia muy poco conocida”, La Fogata, p. 4. Publicado originalmente en el
semanario “El Expreso”, (http://www.lafogatadigital.org/masetti/notas/egp.1.7.pdf).
La guerrilla estableció varios campamentos entre diciembre de 1963 y marzo de
1964, los principales, Ana Muerta (o río Pescado), San Ignacio, El Alisal (o
Río Las Piedras), El Limonar, Piedra Morada, Cinco Picos y Campo Raña, la
mayoría cerca de la frontera con Jujuy.
17 Ídem, p. 2.
18 Ciro Roberto Bustos,
op. Cit., p. 204.
19 Ídem, p. 208.
20 Ídem, p. 211.
21 Eduardo Huayti
González, op. Cit., pp. 1-2.
22 Daniel Ávalos, La guerrilla del Che y Masetti en Salta,
1964, Ediciones La Intemperie, Ediciones Política y Cultura, 2005, p. 29.
23 Ídem, p. 38-40.
Hermes cayó cuando efectuaba un cambio de posición.
24 Daniel Ávalos nos
brinda la dirección exacta. La misma se hallaba ubicada en la calle Sarmiento
514, de la capital salteña.
25 Pierre Kalfon, op. Cit.,
p. 387.
26 Rodolfo Walsh,
prólogo al libro de Masetti, Los que
luchan y los que lloran, Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2014.
Otras fuentes
-Gabriel S.P. Pautasso, “El grupo ‘PASADO y PRESENTE’ y el EGP (Ejército
Guerrillero del Pueblo)”, Diario Pampero, sección “Documentos”, viernes 20 de
noviembre de 2009,
http://diariopamperodocumentos.blogspot.com.ar/2009/11/el-grupo-pasado-y-presente-y-el-egp.html
-Ana
Bianco, “Del periodismo a la lucha armada”, diario “Página 12”, sección “Cultura &
Espectáculos, jueves 26 de mayo de 2011.