lunes, 26 de agosto de 2019

DESCALABRO EN EL MONTE

El cadáver de Hermes Peña yace tendido en la hierba

La noche del 9 de julio, Masetti tipeaba frenéticamente en su máquina de escribir portátil, sentado frente a la mesa de su habitación, en la finca-base de Emborozú, concentrado en el texto que estaba redactando. Cuando terminó, le pidió a Bustos que se acercara, porque quería enseñarle algo. El mendocino dormía en la sala principal cuando su superior lo zamarreó para despertarlo.

Una vez en la pieza, que funcionaba como dormitorio y oficina, Masetti le tendió una hoja de papel y le pidió que la leyera. Aturdido aún, el “Pelado” tomó el folio y se sentó. Era una carta dirigida al presidente electo, Dr. Arturo Umberto Illia, que su jefe firmaba como Comandante “Segundo” del Ejército Guerrillero del Pueblo.

En ese momento, no había nadie en la propiedad. “Papi” (José María Martínez Tamayo) se encontraba en La Paz, intentando armar la red de apoyo fronterizo; “El Loro” Vázquez Viaña, viajaba a Resistencia para contactar al grupo trotskysta apalabrado por Granado meses atrás, “Furry” y Federico hacían lo propio en Buenos Aires, a donde el último habían llevado un mensaje de Masetti para el Che y Hermes patrullaba los alrededores con el resto de los hombres.


-Pelao, somos unos comemierdas. Las elecciones son una farsa, una trampa del sistema. Nada ha cambiado, seguimos adelante. Te vas al Chaco a para a Federico y seguir viaje a Buenos Aires y por todo el país, donde conozcas a alguien1.

¿A qué se refería Masetti?
El 7 de julio de 1963, habían tenido lugar las elecciones presidenciales de las cuales el Dr. Illia, uno de los políticos más rectos y honestos de la historia argentina, resultó electo.
La novedad vino a fastidiar los planes del Che y Masetti, porque no solo el flamante mandatario contaba con un currículum impecable como persona y dirigente, sino que, además, ponía al Ejército Guerrillero del Pueblo en la disyuntiva de atacar a una democracia que respetaba los derechos humanos, la libertad de expresión y las garantías individuales, como pocas veces se había visto en un país tan racista y autoritario como la Argentina.
La novedad los había sorprendido al regresar a Emborozú y eso obligó a Masetti a replantear todo. ¿Era por eso que había suspendido la operación y enviado a “Furry” con el mensaje para el Che? ¿Acaso pensaba abortar la misión?
Atacar un gobierno democrático iba a ser algo en extremo contraproducente, que pondría a Cuba como nación agresora y a la guerrilla como una banda de mercenarios al servicio del castrismo, de ahí la imperiosa necesidad de buscar una salida.
Masetti pensó y meditó durante varios días hasta que por fin, pareció dar con la solución: el peronismo estaba proscripto y no había podido participar en los recientes comicios y por consiguiente Illia, que se había impuesto con apenas el 26% de los votos, no era un gobernante legítimo.
Era el “quid de la cuestión”, la tabla a la cual sujetarse y de ella se aferró con fuerza, resuelto a seguir adelante.
Aquel 9 de julio Masetti elucubró, rebuscó en su cerebro, analizó todas las variantes y al cabo de un tiempo, tuvo lista aquella carta, en la que instaba al  flamante presidente a renunciar y llamar nuevamente a elecciones, con el peronismo incluido.
Masetti junto a un combatiente
El “Pelado” la leyó y en su fuero interno, tuvo que admitir que estaba muy bien redactada. Masetti instaba a Illia a replantear la situación, ser consecuente con su prestigio de hombre honesto y su intachable conducta cívica y dar un paso al costado para obrar como individuo probo, es decir, convocar a un nuevo escrutinio que le permitiese al justicialismo tomar parte en él. Y para presionarlo, lo acusó de haberse equivocado, de ser cómplice de un fraude de proporciones y de ceder ante el chantaje de los poderosos, servir a la oligarquía y obedecer obsecuentemente al imperialismo. Por esa razón, el EGP había subido a las montañas y bajaría de ellas para dar batalla.
Bustos encontró el texto viable y así lo hizo ver. Por consiguiente, su jefe decidió enviarlo a recorrer las principales ciudades del país para reclutar combatientes y tratar que los principales medios de prensa, publicasen el manifiesto.
Bustos se dirigió a Orán y abordó un ómnibus a Formosa, desde donde voló en avioneta hasta Resistencia para contactar a Federico e indicarle que todo seguía de acuerdo al plan original. Cumplido ese trámite, siguió hasta Buenos Aires decidido a establecer los primeros contactos, de acuerdo al mandato de su superior.


El 4 de julio de 1963, el Che Guevara desembarcó en Argel, especialmente invitado al primer aniversario de la independencia de de ese país. Como era previsible, el futuro presidente Ahmed Ben Bella se encontraba en el aeropuerto de Maison Blanche junto a otros funcionarios, para recibirlo.
Una formación de honor aguardaba formaba al pie del avión de Air Algeria, a la que el recién llegado pasó revista con aire marcial; incluso hizo la venia ante la bandera nacional, de pie junto al presidente, que ese día lucía un impecable traje blanco.
El emisario cubano no solo venía a presenciar el evento en nombre de su gobierno sino a participar en el Seminario Internacional sobre Planificación y Progreso, que se llevaría a cabo entre el 16 y 18 de julio en esa capital.
En la ceremonia oficial, compartió el palco con las principales autoridades y durante el lunch que se sirvió para la ocasión, fue la estrella principal, acaparando el interés de todos, en especial, el de la prensa.
Su discurso en francés, durante el Seminario, fue varias veces interrumpido por los aplausos y las ovaciones. En los días siguientes, se entrevistó con varias personalidades, entre ellas, los líderes del Frente de Liberación Nacional (FLN), a quienes felicitó por su lucha contra el colonialismo francés; concedió entrevistas y mantuvo reuniones con las principales autoridades de gobierno, destacando el ministro de Defensa Houari Boumedien; los vicepresidentes Said Mohammedi, Rabah Bitat; el ministro de Estado Amar Ouzegane; el de Interior, Amhed Medeghri; el de Justicia, Mohamed El Hadi Hajj Smaine; Economía, Bachir Boumaza; Agricultura, Ahmed Mahsas y Relaciones Exteriores, Abdelaziz Bouteflika, a quienes se los ve junto al líder caribeño durante una recepción filmada por el periodismo local.
La estancia del Che en el país árabe se prolongó cerca de un mes, decisión que anunció el 8 de julio en rueda de prensa “…porque este país, Argelia, es apasionante y… hará tanto ruido en África como no lo hizo cuba en América”2.
En los días siguientes, Guevara visitó Sidi-Bel-Abbes, Constantina, Orán, Bujía. Bizerta, los campamentos de los colaboradores cubanos que operaban allí y, por supuesto, la embajada de su país.
El lunes 15 arribó Constantina para almorzar en la Comandancia del Cuartel Militar; luego siguió hasta el Hospital Militar "Alfonso Laverán", donde trabajaban profesionales cubanos, con los que concertó un encuentro especial al otro día a las 06.30 a.m. y de regreso en Argel, prometió apoyo militar para la guerra fronteriza que Argelia mantenía con Marruecos (la denominada “Guerra de las Arenas”)3.


A mediados de septiembre, llegó a la finca Emborozú “Papi”, quien venía a darle una mano al hiperactivo “Furry”, en todo lo relacionado a la logística, los suministros, la obtención de armas y los contactos con la embajada. Fue un alivio para Masetti porque se trataba de un hombre de vasta experiencia, que había combatido en Sierra Maestra y había tenido a su cargo diversos grupos armados en diferentes países del continente, entre ellos las guerrillas de Turcios Lima en Guatemala y Héctor Béjar en Perú.
Con él vino Alberto Castellanos (Raúl Dávila), el tercer cubano, cuya misión era esperar al Che cuando este se presentara y seguir junto a él hasta el interior de la Argentina. Masetti le encargó reclutar voluntarios y lo envió a Córdoba para asistir al “Pelado”.
Lejos de allí, Bustos apenas logró que los medios de difusión se interesasen por la carta de Masetti. Solo la publicó “Compañero”, revista de izquierda peronista y nadie pareció reparar en ella.
En agosto, comenzaron a llegar a la finca los primeros voluntarios, con los hermanos Héctor y Emilio Jouve a la cabeza, hijos de inmigrantes franceses, ex militantes de la Juventud Comunista y estudiantes de Medicina y tras ellos el porteño Agustín Enrique Bollini Roca, estudiante de Arquitectura enviado por Bustos, quien debía colaborar en las tareas de abastecimiento.
Desde Buenos Aires, Bustos viajó a Bell Ville y desde ahí a Córdoba capital, desde donde pasó a su provincia natal. Logró reclutar algunos cuadros, el total de ellos de origen urbano y burgués y consolidar las bases de la incipiente red urbana, demostrando capacidad y presteza.
Alberto Castellanos (primero a la derecha)
en la fiesta de casamiento del Che

Debido a su trajín, se vio en la necesidad de adquirir una vieja camioneta IKA4, que le permitió desplazarse con mayor celeridad y acortar mucho los tiempos, estableciendo contactos en puntos tan distantes como las ciudades de Santa Fe, Rosario y La Plata, donde habló con la dirigencia comunista local y apalabró a los primeros aspirantes.
Por entonces, las redes urbanas trabajaban activamente. La principal era la de Córdoba, liderada por el grupo de intelectuales de la revista “Pasado y Presente”, entre quienes se encontraban Samuel Kieczkowsky, apodado “Kichi”, José María “Pancho” Aricó, Oscar del Barco, Aníbal Arcondo, Héctor Nahum Schmukler y algunas mujeres. El de Buenos Aires tenía como cabeza al sociólogo Juan Carlos Portariero, director de la revista “La Rosa Blindada” y José Luis Mangieri; el de Rosario a Luis Ortolani y Liliana Dufino, futura pareja de Roberto Mario Santucho; en Salta se movían el periodista Salvador María del Carril, quien había visitado Cuba en 1962, Pedro González, titular de una librería que servía de fachada para sus actividades, el escribano Francisco Sánchez, de Orán; el contador Héctor Valencia, la señora María de los Ángeles Cantarero, cuya casa servía de escondite a los combatientes que hacían las veces de enlaces y Santiago Garrido, que moraba en El Quemado, provincia de Jujuy.
Cuando Bustos regresó al campamento guiando a los nuevos voluntarios, se encontró con la sorpresa de que el EGP había adquirido un camión y alquilaba en Salta el local de la mencionada librería a nombre de González, para utilizarlo como centro de operaciones y depósito de armas5.
Poco después, arribaron otros tres reclutas desde Buenos Aires, elevando el número de combatientes a una treintena de efectivos, la mayoría, porteños y cordobeses.
La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires puede ufanarse de haber aportado la mayor cantidad, entre ellos Eduardo Masulo, César Carnevalli, Diego Miguel Magliano, Ariel Maudet (estudiaba antropología) y el Marcos Slajter (judío chileno oriundo de Viña del Mar, cuyo apellido suele aparecer como Szlachter). Jorge Bellomo, afiliado del Partido Socialista, estudiaba Medicina; Federico Frontini, el más joven, había estado en Cuba, Carlos Bandoni era un trabajador independiente que pertenecía a la Federación Juvenil Comunista, Agustín Enrique Bollini Roca era, como dijimos, estudiante de Arquitectura en tanto el resto, Oscar del Hoyo (otro afiliado de la Federación Juvenil Comunista), Miguel Goicochea (“Pirincho”) y Adolfo Rotblat, procedía de diversos estratos.
El grupo cordobés era más reducido; lo integraban Héctor y Emilio Jouve (éste último visitador médico), Bernardo “Nardo” Groswald (bancario), Henry Lerner (estudiante de Medicina), Alberto Korn (bancario), Delfor Rey y Jorge Guille (estudiantes de Ingeniería ambos), Oscar Altamirano (trabajador de DINFIA), Antonio Paúl (antiguo trabajador del petróleo y delegado gremial), su hermano Jorge (mecánico) y Miguel Colina (también trabajador petrolero y sindicalista). Fernando Álvarez era español, aunque oriundo de Buenos Aires y también estudiante de Filosofía y Letras y el chaqueño José L. Stachiotti, apodado el “Correntino, no tenía militancia política.


El 21 de septiembre de 1962, el Ejército Guerrillero del Pueblo abordó el camión que había adquirido el mes anterior y abandonó la finca-base en dirección a la frontera6.
Para entonces, “Papi” había traído información valiosa: el Che seguía con atención las incidencias de la operación y John William Cooke junto con su esposa, se ocupaban del apoyo logístico a través del Departamento “M” del Servicio de Seguridad del Estado (G-2), dirigido por Manuel Piñeiro y el Grupo de Operaciones Especiales, dependiente del Ministerio del Interior (MININT).
Los guerrilleros cruzaron el Bermejo por el vado que corría al sur de Aguas Blancas y desde ahí marcharon hasta Ana Muerta, a orillas del río Pescado, para establecer su primer campamento. Había dado comienzo la Operación Dorado
Ni Bustos, ni Masetti, ni los autores que han abordado el tema son precisos a la hora de señalar el lugar por donde se produjo el cruce, pero fue por un punto inhóspito y deshabitado, próximo a Los Terrones, desde donde marcharon hacia el oeste, trepando los contrafuertes serranos que se elevaban a escasos kilómetros de la gran vía de agua. Bustos menciona el río Las Piedras, donde se detuvieron para reorganizarse, pero no es del todo claro al ubicarlo.
"Furry" varios años después

Al parecer, algunos de los hombres festejaron el hecho de manera excesiva y eso les ganó una sanción consistente en guardias nocturnas dobles. Para lograr los objetivos era imperioso actuar con cautela; se debían cuidar todos los detalles, aun los más mínimos y un griterío de esas características podía atraer la atención del enemigo.
El cruce fue traumático, la fuerza de la corriente era considerable y se corría el riesgo de ser arrastrado por ella. Lo hicieron muy lentamente, con el agua a la altura del pecho y las armas en alto, intentando que no se mojasen y no perder el equilibrio.
Se encontraban a mitad del camino, justo en el centro del cauce, cuando “Furry” se volvió hacia el “Pelado” y alzando su mano derecha le hizo una seña, anunciando un nuevo ataque de epilepsia. Bustos intentó atajarlo, pero el cubano cayó de espaldas y se hundió en las aguas cenagosas, desapareciendo de la vista.
Sabiendo que el peso de su mochila no lo iba a dejar mover, el mendocino corrió a su lado y tomándolo de los cabellos, sacó su cabeza fuera, evitando que la corriente se lo llevara.
Héctor Jouve, Henry, Jorgito y Enrique ya habían alcanzado la orilla cuando se percataron de lo que estaba sucediendo. Arrojaron sus mochilas sobre la tierra y se introdujeron nuevamente en las heladas aguas para ayudar al “Pelado” a sacar a su compañero. Lo sujetaron entre todos y lo llevaron con mucha cautela hacia la playa, donde lo depositaron cuidadosamente, para que se le pasara el ataque.
Como el cubano estaba inconsciente, Bustos les indicó a los otros que siguieran su camino, pues él se quedaría con “Furry”. Antes de partir, lo ayudaron a quitarle el uniforme empapado, lo envolvieron en una manta y lo llevaron hasta un lugar más distante, donde lo dejaron con alimentos y una cobertura de nylon.
Bustos se acomodó junto a su compañero inconsciente y con su subfusil M3 en las manos, se dispuso a esperar.
Para entonces, el grueso de la columna seguía su avance hacia el oeste, trepando las laderas en dirección a Ana Muerta. Al día siguiente, por la tarde, “Furry” estaba mejor; racionaron en caliente y después de revisar el equipo, reanudaron la marcha, intentando ubicar el rastro de sus compañeros. Veinte horas después se toparon con Hermes y Federico en un claro y juntos llegaron al campamento, en momentos que Masetti daba una charla al grupo.
Así pasaron los días, con la llegada de nuevos reclutas y las recorridas de exploración destinadas a conocer el terreno y dar con los primeros pobladores para hacer proselitismo y tantear, de paso, la posibilidad de incorporar más gente.
Se hallaban a 15 kilómetros del caserío de Aguas Blancas y el doble de San Ramón de la Nueva Orán y en esas circunstancias dieron con los primeros habitantes del área.
A Bustos aquella gente le causó impresión.

Era una cosa realmente espantosa. A eso no se le puede decir ni siquiera campesinos; no eran campesinos, eran gente que vivían ahí en los claritos del monte, llenos de pulgas y de perros y de esas cosas, sin ninguna vinculación con el mundo real, con el mundo del país… Ni siquiera vivían en las condiciones de los indios, que por lo menos tenían su comida, sus coas, sus tribus. Estos eran gente realmente perdidos, dejados a un lado totalmente; no se pueden considerar parte del país y, pensándolo hoy, era muy difícil plantearse que eso era una base social…7.

Como bien dice Anderson, el EGP era cualquier cosa menos una fuerza indígena pues al contrario de lo que ocurría en el resto de América, sus componentes eran racialmente europeos y culturalmente hombres de ciudad, universitarios e intelectuales, ajenos y en buena medida ignorantes de aquella realidad. Y así los veían los lugareños, como a extraños, a extranjeros, invasores, especialmente los indios, expoliados y martirizados por la Argentina desde de mediados del siglo XIX y antes aún.


Algo que comenzó a llamar la atención fue el cambiante carácter de Masetti. Con el paso de los días, el comandante guerrillero se fue tornando aún más autoritario, despectivo y cruel, intentando imponer una férrea disciplina militar y racionando los alimentos en extremo. Era lo que había aprendido en la escuela militar cubana, de la que había egresado con el grado de capitán y lo que entendía, debía soportar cualquier cuadro revolucionario que se preciase de tal si lo que quería era estar a la altura del Che. Pero lo hacía mal y en forma brutal.
Las agobiantes marchas de exploración, la falta de alimentos, el cansancio y los rigores del clima comenzaron a hacer mella en los combatientes. Y como asegura Anderson, el lado obscuro del comandante “Segundo” comenzó a emerger cada vez con mayor frecuencia.

La sensación de impotencia ante la lentitud de los primeros pasos, exacerbada por la transformación política de la Argentina, generó una suerte de rabia contenida al conducir a sus guerrilleros bisoños en sus vagabundeos por la selva saturada de agua. La descargaba sobre todo en los más nuevos, los que más sufrían las dificultades de la nueva vida, a quien llamaba desdeñosamente “pan blanco” y sometía a castigos rudos por errores pequeños8.

Solo a los cubanos parecía respetar y en menor medida al “Pelado” Bustos y los combatientes de la primera hora. Y como suele suceder en estos casos, a falta de un enemigo a quien combatir, se la tomó con su propia gente, azuzándolo, acosándolos en todo momento y hasta amenazándolos con los peores castigos.
Los reclutas no tardaron en hacer de Bustos su intermediario, quejándose amargamente de las arbitrariedades de su jefe. Le pedían que intercediese por ellos, sobre todo cuando se les acercaban en los turnos de guardia o en las noches, alrededor de una fogata y entonces él intentaba convencerlos, explicándoles que el proceder de su jefe era el correcto, producto de su preparación militar y esas mismas vivencias las había experimentado el Che en Sierra Maestra y su marcha hacia La Habana. Pero no había palabras para mitigar el malestar. Masetti se ponía cada vez peor y a la par, Hermes incrementaba el rigor de su autoridad.
El primero en ceder fue “Pupi” (Adolfo Rotblat) y eso le costó la vida. Su cuerpo comenzó a flaquear, su espíritu a debilitarse y su mente a no responder. A las pocas semanas de llegar al monte su estado físico era deplorable y su ánimo desapareció; se había convertido en una piltrafa, en un cadáver viviente y no podía evitar seguir degradándose. Según el “Pelado”, había desaparecido todo vestigio de orgullo y personalidad en él, no se esforzaba, hacía todo mal y se quejaba constantemente.

Se quedaba sentado en los descansos, provocando un lío en cada puesta en marcha. Se atrasaba al caminar y había que ir a buscarlo. No aprendía nada, ni a hacer un fuego y mucho menos la comida. Quienes lo tenían a la vista, se ocupaban de él hasta el hartazgo y, finalmente, lo dejaban solo, para tener que retroceder a buscarlo al descubrir su ausencia. Había que cuidarlo día y noche, y hasta se vivieron situaciones alarmantes, como cuando debieron pasar por detrás de un puesto de la gendarmería -antes de las sierras- y hubo que amenazarlo para no correr el riesgo de que gritara9.

Masetti y Hermes estaban hechos una furia con él, sobre todo el primero, y el resto de la compañía comenzó a impacientarse, aún cuando ellos también experimentaban agotamiento y sufrían en carne propia los maltratos de su jefe.
Entonces alguien planteó la necesidad de liberarse de semejante carga y entre todos barajaron la posibilidad de enviarlo de regreso a Bolivia o, al menos sacarlo del área. Pero Masetti se opuso terminantemente y lo hizo de tal manera que nadie, ni siquiera Bustos, se atrevió a contradecirlo. Y cuando manifestó que la pena para el pobre muchacho era el fusilamiento, el atribulado mendocino se quedó de piedra.
El resto ocurrió en forma rápida. Masetti se llevó a los combatientes más antiguos a un claro en el monte y los puso al tanto de la decisión que acababa de tomar. Y cuando terminó de explicar los motivos, miró a “Pirincho” y le ordenó encargarse de la ejecución.

-¡¿Yo?! – respondió pálido el joven porteño.

-Si, vos – respondió Masetti.

En su fuero interno, el pobre Miguel debió haber experimentado las peores sensaciones, pero sabía que no podía negarse, porque ello podía acarrearle una pena similar.
Permaneció sentado sobre una piedra unos cuantos segundos, con la mirada clavaba en el piso y luego se incorporó para dirigirse hacia el centro del campamento, donde “Pupi” aguardaba recostado en una hamaca.
El “Pelado” y sus compañeros, vieron a “Pirincho” perderse en la espesura y sin pronunciar palabra, agradecieron en su fuero interno no haber sido ellos los escogidos para tan tremenda tarea.
Quien no parecía experimentar nada era Masetti, sentado en el centro del claro, con su rostro inexpresivo, mirando a cada uno de sus hombres, como intentando escrutar sus mentes.
De pronto, un estampido repercutió en el monte y al cabo de un momento, apareció “Pirincho”, gritando descompuesto que “Pupi” no se moría.

-¡¡No se muere!! –gritó- ¡¡No se quiere morir!!

Entonces Masetti le ordenó a Bustos que fuera a ver qué ocurría y se encargase de resolver el asunto. El “Pelado” se incorporó y al llegar al lugar vio al condenado tirado sobre su hamaca, con un tiro en la frente y la sangre cubriéndole el rosto. Sus movimientos eran simples estertores pero enseguida comprendió que el pobre muchacho estaba técnicamente muerto. Para evitar que siguiera sufriendo, extrajo su pistola de la cintura, le apuntó al pecho y disparó. Y en ese preciso instante, el cuerpo de Adolfo Rotblat dejó de moverse10.
Héctor Jouvet tiene otra historia. Según él, ese día llegó al campamento junto a otros nueve compañeros y ni bien dejaron sus cosas, Masetti se le acercó y le comentó que iban a pasar por las armas a uno de los combatientes. Cuando Jouvet le preguntó porqué, le explicó que el sujeto se había convertido en una carga y representaba un peligro para la existencia del grupo. Y ahí mismo le encargó que lo ejecutase. Héctor se negó, explicando sus motivos y entonces su hermano lo reprendió, pidiéndole que se callara. A su lado Agustín Canello permanecía mudo, sin mover un solo músculo de su cuerpo.

Justo ese día se hace el juicio a Pupi (Adolfo Rotblat), un juicio en el que yo no participé. Cuando llegamos,  Masetti, que era el jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto  por qué. Y me dice cosas como que el Pupi no andaba, que en cualquier momento  nos iba a traicionar, que andaba haciendo ruido con la olla, que andaba  desquiciado. Yo pienso que estaba muy mal, que se había quebrado, pero no  vi que representara un peligro. Me dice “bueno, entonces vas a ser vos el  que le de un tiro en la frente”. Yo les digo que no le voy a dar un tiro  en la frente a nadie y mi hermano me dice que me calle la boca. Y la cosa  quedó ahí… estaba mi hermano y estaba un muchacho que está en Cuba ahora, Canelo, así que… se hizo la ejecución. Yo no estaba, porque salí con el  grupo nuevo, que no sabía de esto, y los llevé a caminar por la sierra11.

Para que el lector pueda chequear las diferencias entre un relato y otro, reproducimos el que hizo Bustos en su libro El Che quiere verte.

Lo que hizo Masetti fue decretar su muerte por fusilamiento. Pero, en la ficción desvaída en que se estaba transformando nuestro sueño revolucionario, ni siquiera se cumplió la sentencia como tal, sino con más apariencias de asesinato que de dura “justicia militar”. Había llegado un nuevo contingente de aspirantes a la gloria de luchar por una vida mejor para todos, y el escenario que encontraban se teñía, al ocaso, de duro rojo escarlata subido que hacía juego con el del sol poniente, entre las lianas. Masetti nos separó en dos grupos: el de los recién llegados por un lado, alejado del campamento establecido un par de días antes, en el que “Pupi” permanecía aislado en su hamaca de condenado; y el grupo original, con los participantes de nuestra segunda entrada en exclusividad. Reunidos estos últimos, Masetti explicó los considerandos de la sentencia y la necesidad de salir de una situación traumática de una vez por todas, antes de que sus efectos negativos nos minaran por dentro Nadie cuestionó la legitimidad del hecho, aún estando en contra, empezando por mí. Uno de nosotros debía cumplir la sentencia. Masetti designó al reemplazante del “Medecín”, uno de sus elegidos –y admirado por él en el fondo- por su “clase”, su donde gente, su imposibilidad, que no le impedía ser un  eficiente aspirante a guerrillero, pero al que deseaba someter a prueba, quitarle algunos pruritos de generosidad.
El silencio fue la expresión visible de la angustia que nos dominaba, rasgado por la voz áspera de “Pirincho” diciendo: “¿Yo?”, y la fría de Masetti respondiendo: “Si, vos”. Partió “Pirincho” hacia el lugar y, al cabo de unos minutos, escuchamos la detonación. Regresó más blanco de lo que estábamos todos a la sombra de la selva, trastornado, murmurando agitado: “¡No se muere!, ¿no se quiere morir!”… Masetti me mandó a mí, entonces, a ver qué había pasado. La víctima de una experiencia personal equivocada y de una mentalidad colectiva gravemente distorsionada estaba echada en su hamaca, con un tiro en la frente, sacudida por espasmos físicos finales, pero ya técnicamente muerta. Hice lo que debía para acabar con el macabro cuadro sin salida y el estampido quedó para siempre resonando en mi cabeza12.

¿Cuál versión es la correcta? Según Jouvet, Masetti le pidió a él que se encargase de la ejecución; según Bustos, se lo ordenó a “Pirincho” y luego él en persona le aplicó el tiro de gracia. No podemos decir cuál de los dos relatos es el correcto, pero resulta un tanto inverosímil que el jefe de la expedición le haya encargado la ejecución a un recién llegado.
Al día siguiente, la guerrilla levantó campamento y se puso en marcha hacia el norte, buscando el río Santa María. En el camino se detuvo a hacer noche en el rancho de un miserable grupo de desposeídos, conformado por un enjuto campesino llamado Pedro, algunas mujeres y varios niños, entre quienes iban y venían perros pulguientos y alguna que otra gallina.
La familia los recibió con mucho temor. Masetti trató de tranquilizarlos y de sacarles información pero apenas logró que el pobre hombre dijese más que “si, señor”, “no, señor”. Le llevó bastante tiempo entrar en confianza aunque finalmente lo logró. Entonces Pedro contó que cerca de ahí había un pequeño caserío donde se podían adquirir algunas cosas, pero era necesario andar con mucho cuidado porque todas esas tierras pertenecían a un patrón muy bravo que junto a su capataz y una partida de hombres armados, sembraba el terror en la región, forzando a la gente a trabajar los campos, explotándola y abusando de ella.
Masetti junto a combatientes
Masetti le dijo que para eso estaban ahí, para luchar contra ese tipo de atropellos y lo instó a rebelarse contra el sistema. El hombre se negó porque le tenía terror al terrateniente y temía que viniese con esa gente e incluso, con la policía para quemarle el rancho.
“Segundo” le habló de la justicia revolucionaria, de cómo iban a castigar a aquel patrón y sus secuaces y luego pidió permiso para acampar. Por supuesto que se lo dieron y así fue como esa noche compartieron con aquella mísera gente el guiso de gallina que sus hombres prepararon. Pero la familia prefirió comer aparte, pegada al rancho, en silencio y mirando a los intrusos con mucha desconfianza.
Los guerrilleros sabían que sus uniformes contrastaban con los harapos que Pedro y su gente vestían y comprendieron su actitud de mantenerse alejados.
Al día siguiente partieron, dejándole a Pedro unos pesos para que les consiguiera víveres en el caserío.
Después de caminar durante horas, arribaron al puesto del capataz de un ingenio tabacalero en Carro Costas y de ahí siguieron hasta una pequeña aldea llamada Aguas Negras donde su administrador los ayudó con algo de dinero y les señaló un sendero que conducía a casa de su cuñado, para que acampasen allí.


Durante la marcha, Henry Lerner se acercó al “Pelado” Bustos y le habló de los malos tratos que recibía de Masetti, atribuyendo los mismos a su condición de judío. Estaba seguro que esa era la causa y el fusilamiento de “Pupi” parecía corroborarlo. Por el contrario, Bustos no creía que su jefe fuese antisemita o albergase sentimientos racistas, pero el atribulado muchacho estaba seguro de que era por ello. Trató de tranquilizarlo asegurándole que nadie que combatiese en nombre del Che Guevara podía considerar esa posibilidad y le pidió paciencia.
Al llegar la noche, luego de acampar en la finca del cuñado del administrador, el mendocino se acercó a Masetti y le planteó el asunto. “Segundo” se sorprendió, sostuvo con vehemencia que no tenía nada contra los judíos pero sí le confirmó que Henry era un mal combatiente.
Bustos intentó defenderlo y entonces su jefe le encomendó una tarea para ponerlo a prueba. Debía viajar con él hasta el caserío señalado por Pedro, adquirir provisiones y estudiar su comportamiento para luego elevar un informe.
Partieron ambos (Bustos y Henry) a la mañana siguiente, siguiendo un arroyuelo que corría hacia el sudeste, con Lerner exultante por causa del alejamiento; poner distancia con Masetti era un alivio y eso preocupó al mendocino. Una guerrilla sin conexión con su jefe era algo inimaginable, una empresa condenada al fracaso y por consiguiente, algo había que hacer.
A medio día se desató un aguacero y eso convirtió al arroyo en un caudaloso torrente de montaña que puso en peligro la continuidad del viaje. Por la noche descubrieron a la desembocadura y se refugiaron bajo una gigantesca roca saliente, esperando que el vendaval amainase.
Finalmente, llegaron a lo de Pedro, siguiendo unas señales que Henry había dejado durante el camino de ida. Con mucha satisfacción, el campesino les entregó las provisiones que había adquirido y se ofreció a seguir haciéndolo, inconsciente del peligro que ello representaba. Nadie se iba a explicar como de un día para otro, un individuo tan pobre y miserable como él, compraba productos a diario.
Estuvieron de regreso tres días después, luego de toparse con una patrulla encabezada por Héctor Jouve, que había salido en su búsqueda. Al parecer, Masetti estaba furioso por “la tardanza” pero al llegar al campamento, los recibió con una amplia sonrisa, les ordenó comer un poco del guiso recién preparado y luego los mandó descansar. Pero antes, les dijo que a la mañana siguiente volvían a partir en dirección al Bermejo, para recoger un cargamento de armas que “Furry” iba a entregar.
Se trataba de la Operación Trampolín, consistente en el traslado de armamento, suministros y un equipo de comunicaciones desde el campamento-base de Emborozú, hasta La Toma.
Partieron con las primeras luces en dirección a Orán, acompañados por Jorgito Guille, Héctor Jouve, Henry Lerner y Federico Méndez, caminado un buen trecho hasta Aguas Blancas, para abordar uno de esos camiones que transportaba peones. Se alojaron en una mísera pensión de la localidad y a la mañana siguiente, treparon un vehículo similar que los dejó sobre el puente del río Pescado.
Se encontraron con “Furry” y “Papi” en horas de la noche, a orillas del Bermejo, por el lado argentino, cuando los cubanos aparecieron a bordo del jeep, llevando en la parte posterior el cargamento. Se trataba de varias mochilas, armas, municiones, medicamentos y suministros que los combatientes cargaron sobre sus espaldas para volver a repasar el río, que ese día estaba más alto y torrentoso que de costumbre.
Fue un cruce caótico, en el que Jorgito se hubiera ahogado de no haber sido por “Papi”, quien lo sacó del agua y lo llevó a la rastra hasta la orilla opuesta. La preparación de los cubanos era realmente formidable.
En el punto indicado se encontraron con Canello y su camioneta y desde allí siguieron hasta las inmediaciones del campamento, donde Masetti y compañía les brindaron una gran acogida. El comandante “Segundo” y el mendocino se estrecharon en un abrazo y el rostro del primero pareció iluminarse cuando este le dijo que junto a “Furry” y “Papi”, había llegado Miguel Ángel Duque de Estrada, el abogado amigo del Che, jefe de los tribunales revolucionarios, quien se encontraba en la región como veedor, especialmente enviado por aquel.
Presa de vivo entusiasmo, Masetti ascendió a Héctor Jouve al grado de teniente y nombró a Ciro Bustos su delegado personal y enlace entre la guerrilla y la red urbana13.
La exhibición del armamento pareció levantar el alicaído ánimo de la tropa. Masetti tomó una Luger y le pasó su Browning al “Pelado”, que acababa de perder la suya, mientras los restantes miembros de la compañía manipulaban los fusiles y ametralladoras probando sus mecanismos.
José María Martínez Tamayo
"Papi"


Aprovechando la ocasión, el comandante les explicó a sus hombres los pasos a seguir. La siguiente etapa iba a ser en dirección a las regiones de cultivo, donde las condiciones de trabajo de los cañeros, era realmente infrahumana. Según Masetti, se trataba de un sector de considerable potencial humano, donde la revolución prendería con rapidez.
En los días siguientes llegaron nuevos reclutas. Uno de ellos, Jorge “el Cirujano”, como lo llama Bustos, un médico cardiólogo porteño, pleno de entusiasmo, que en el primer momento pareció el cuadro ideal, presto a adaptarse perfectamente a las condiciones de la guerrilla, pero que al cabo de un tiempo, comenzó a decaer y dar muestras de flaqueza.
Durante la marcha en dirección a las regiones de cultivo, el EGP se extravió y sin el río a la vista, que era su punto de referencia, acampó sobre las laderas serranas para tratar de orientarse. Mientras los hombres montaban los puestos de vigilancia y se ponía a racionar, Masetti se sentó sobre una roca y comenzó a estudiar detenidamente la carta militar. Era cerca del mediodía y el cielo aparecía despejado.
Pasado un tiempo, el comandante, organizó dos patrullas para dar con el río, la primera, integrada por solo por Hermes, debía dirigirse hacia el noroeste y la segunda, por Bustos y el “Cirujano” hacia el noreste, llevando la expresa orden de regresar si al cabo de dos horas no daban con el objetivo.
Partieron ambas enseguida y al cabo de un tiempo, caminaban por lo más tupido de la selva, tratando de orientarse con sus brújulas. Lo que Bustos no imaginaba, era que Jorge se iba a transformar en una verdadera pesadilla.
Pese a que caminaron buen trecho sobre terreno llano, el médico comenzó a extenuarse y al cabo de un tiempo, la marcha se retrasaba considerablemente.

…el cirujano y cardiólogo, acostumbrado a los pasillos relucientes de los hospitales, era la antítesis viva del entorno. Creo que el contraste lo llevaba agarrotado en el alma y constituía su tragedia total. En pocos días había descendido de la ciencia a la inconsciencia, y no era capaz de actuar en una dirección acorde con su drama14.

El “Pelado” intentó por todos los medios darle ánimos pero no lo logro. El hombre estaba entregado y parecía degradarse a cada paso.

La marcha no era dificultosa; no subíamos lomas. Caminábamos por una llanura boscosa, algo enmarañada y agresiva, como siempre que no hay agua, pero plana. Sin embargo, antes de una hora, él ya se había derrumbado y adoptado todas las características del individuo quebrado que no tiene otro objetivo que abandonar todo y dejarse estar sin dar un paso más15.

Bustos insistió, hablándole de proyectos y revoluciones, del Che, de la necesidad de encontrar el río y de los peligros que implicaba el retraso, pero no tuvo éxito. El hombre gemía y pedía parar.
Ciro debió ponerse firme y así logró retomar la marcha, pero el pobre facultativo apenas podía moverse y cuando lo hacía era porque el mendocino, después de rogar y suplicar, recurría a amenazas y violencia. Peor iba a ser si Masetti se enteraba.
En esas condiciones, lenta y dificultosamente, repararon en un sonido que les pareció surgido del paraíso. Era el río que tanto necesitaban ubicar para poder orientarse, de ahí la celeridad que el “Pelado” le impuso al desplazamiento.
Con el “Cirujano” casi a cuestas y a la vista de la magnífica vía de agua, Bustos se lanzó a la carrera decidido a cargar sus cantimploras y mojarse el rostro para despejarse.
Bebió con prudencia unos sorbos y después de llenar los recipientes, se incorporó para regresar junto a su compañero. Lo encontró tendido sobre la hierba, casi dormido y cuando le ordenó ponerse de pie para emprender el regreso, este se negó. No podía dar un paso más y pidió que, de ser necesario, lo dejara ahí tirado.
Desesperado, Bustos amenazó con recurrir a la violencia, pero ni aún así consiguió hacer razonar al sujeto.

-¡Matame aquí mismo, donde no me van a encontrar! – rogó.

Entonces Ciro lo tomó del cuello y le exigió a ponerse de pie. Y así, a duras penas se internaron en la espesura donde, al cabo de un tiempo perdieron el rumbo y se extraviaron. Tuvieron que desandar el camino y acampar junto al río. El “Pelado” hizo una fogata y una vez más, su compañero se quedó profundamente dormido, demostrando por milésima vez su total incapacidad.
A la mañana siguiente reanudaron la marcha. El “Cirujano” intentó negarse nuevamente pero Bustos extrajo su arma y a punta de pistola lo obligó a caminar. Cuatro horas después (10.00 a.m.) dieron con Hermes, que los estaba buscando y juntos, siguieron hasta el campamento donde, una vez más, encontraron a Masetti hecho una furia por el injustificado retraso. Debían haber regresado a las dos horas de haber partido pero lo hacían a la mañana siguiente, casi una jornada después.
A Bustos le costó mucho minimizar la flojera de su compañero y gracias a que habían dado con el río, la cosa no pasó a mayores. Eso distrajo la atención del comandante y si no lo puso de mejor humor, al menos mitigó en parte su ira.
Aprovechando ese momento, le relató los hechos, tratando de encontrar las palabras adecuadas para que su superior no perdiese los estribos. Jorge era inepto, no servía para la misión, demostraba debilidad y poca predisposición para seguir en la guerrilla, de ahí la necesidad de deshacerse de él.
El hecho de haber recobrado el rumbo sirvió para que Masetti accediese y dispusiera la salida del “Cirujano” junto con un grupo de cordobeses que también había dado muestras de ineptitud.
¿Habría corrido “Pupi” la misma suerte en esas circunstancias? Jamás lo sabremos. Lo cierto es que los días siguientes los pasaron estudiando el terreno y tratando de encontrar nuevas rutas, efectuando exploraciones y haciendo guardias, sin encontrar nada. Y en esas estuvieron hasta fines de noviembre y principios de diciembre cuando tras un nuevo desplazamiento, establecieron el campamento de La Toma, sobre las colinas que baña el río Bermejo, a 20 kilómetros al sudeste de San Ramón de la Nueva Orán y más de 30 de su base en territorio boliviano. En las semanas siguientes, levantarían otros.
Hermes Peña (izq.) en Cuba, cuando era jefe de la guardia personal del Che

Los campamentos se construían siguiendo procedimientos del propio Che Guevara, despejándose primero un área de 150 a 200 metros cuadrados, fácil de cubrir con armas livianas desde diferentes puntos, y abriendo un sendero hacia el interior de la selva, para evadirse en caso de ataque. En el centro se hacía la fogata y en los laterales se instalaban las hamacas para dormir16.
Según el periodista Oscar Fernández Real, quien acompañó a la Gendarmería durante el operativo contra los guerrilleros, el campamento principal disponía de un generador de la Segunda Guerra Mundial, montado en un trípode a pedal y de un transmisor que si bien no emitía, captaba las radios zonales y permitía obtener información. A través de él, supieron del asesinato de John F. Kennedy, la independencia de Guinea Ecuatorial de España, la masacre que tropas norteamericanas perpetraron en la zona del Canal de Panamá el 9 de enero de 1964 y la visita sorpresa de Fidel Castro a Moscú. Pero lo más importante, les permitiría en breve seguir con atención los desplazamientos de la Gendarmería17.


Una noche, a fines de diciembre, se hallaban Masetti, Bustos y los “veteranos” del EGP analizando su situación, cuando el centinela apostado en cercanías de un arroyuelo que corría cerca del vivac, subió corriendo agitado para anunciar que alguien se aproximaba por su sector.

-¡¡Viene gente por el arroyo!! – gritó.

Todo el mundo se puso en pie y catapultados como un rayo, el “Pelado” y Federico Méndez corrieron hacia el centro del campamento para hacerse de dos ametralladoras M2 que había apoyadas sobre unas mochilas y lanzarse barranca abajo para contener al enemigo.
En el camino decidieron separarse, tomando Bustos por la orilla izquierda del arroyo y Federico por la derecha y en esas condiciones, anduvieron un techo, atentos a cualquier sonido, con sus dedos listos para accionar el gatillo. No encontraron nada y eso les dio la pauta de que, al parecer, la zona se hallaba despejada.
De regreso al campamento, los sorprendió una voz que les dio el “alto”; era Héctor Jouve, acompañado por dos o tres combatientes, quienes emergieron de la espesura apuntándoles con sus armas.
Masetti los reprendió frente a todos por haber actuado de manera impulsiva y “desarmado” a dos compañeros (las M2 no les pertenecían) y para su vergüenza, les impuso en castigo, les impuso doble turno de guardia hasta las 04.00 de la mañana.
Acto seguido, Masetti decidió montar un operativo cerrojo para envolver a los posibles merodeadores en caso de encontrarse en los alrededores y para ello, llamó a incorporarse a los dos castigados. Le ordenó a Hermes establecer una emboscada en un punto determinado y con el resto de la gente organizó patrullas para cubrir el perímetro del campamento. Lo único que hallaron fueron las huellas de Bustos y Méndez junto al arroyo, prueba fehaciente de la ausencia de intrusos.
Por entonces, la situación en el campamento era la siguiente: Héctor Jouve había sido designado comisario político, Federico Frontini (“Grillo”) se hallaba convaleciente por una picadura de araña y “Nardo” estaba bajo arresto porque desde hacía tiempo venía dando señales de debilitamiento. Los dos últimos se hallaban al cuidado de Henry, mientras el resto se dedicaba a sus tareas específicas. Algunos montaban guardia, otros recorrían las inmediaciones, los menos aguardaban instrucciones y Masetti escribía en el refugio subterráneo que se había construido, suerte de “comandancia”, bajo un improvisado techo de ramas y hojas y una tela en la entrada para contener a los mosquitos.

Según me transmitieron, el caso de Nardo se desarrolló rápidamente y estaba pasando ya la barrera de comprensión y solidaridad que hasta el momento lo había protegido, intentándose salvarle de la degradación antes de caer bajo la “mira” de Masetti, quien, para la fecha, esgrimía códigos de conducta militar elaborados por él mismo. Lo cierto es que esa imprevista mentalidad nefasta, que roía ya nuestros principios, prende como los virus en organismos agotados, cuya salida era anticiparse al estallido de la crisis: todos querían sacar a Nardo de allí18.

En el mes de enero, Masetti decidió enviar a “Pirincho” a Buenos Aires para establecer contacto con la red local. Un mes después, lo siguió Bustos con indicaciones de apoyarlo y reforzar su labor.
Fue entonces, que Masetti ordenó un nuevo fusilamiento.
Estando Bustos ausente, el comandante “Segundo” terminó perdiendo los estribos con “Nardo” y decidió someterlo a un tribunal militar. Parodiando lo que fue una incidencia repetida en Sierra Maestra, designó a dos asistentes para someter a consideración el caso y después de una parodia de juicio, del que todos fueron testigos (salvo quienes montaban guardia), lo hizo ejecutar.
La decisión causó profunda indignación en la red urbana de Córdoba, de donde el condenado era oriundo y movió al “Pelado” Bustos a reflexionar sobre la aptitud de su jefe y el sentido de aquella guerrilla, aunque sacando conclusiones erróneas y elementales.

Apenas unos días después de mi salida, cuando yo había dejado resuelta su evacuación a Córdoba y viajaba confiado a Mendoza, Masetti formó un tribunal, frente al cual Nardo fue juzgado por degradación moral y mal ejemplo.

Hasta aquí, solo información. Pero Bustos sigue reflexionando y al hacerlo, sus convicciones políticas y los sentimientos encontrados, lo traicionan llevándolo a emitir reflexiones erróneas.

La mentalidad fascista triunfó y acertó otro golpe moral a la utopía libertadora. Porque el fascismo es una mentalidad antes que una ideología; la mentalidad del ejercicio del poder omnímodo contra el individuo supeditado al mismo. Una mentalidad independiente de la edad, del medio en el que se nace y de la militancia política a que se adhiere. No es patrimonio de la derecha ni ajena a la izquierda. El poder como herramienta de coerción, de chantaje, de humillación y de crimen. Síntesis del sadismo patológico y fanatismo fundamentalista, es la razón de ser de los dueños de la verdad. Desde el miserable torturador de la Escuela de Mecánica de la Amada de la Argentina, hasta el siniestro Pol Pot. Y nosotros estábamos impregnados de esa mentalidad fascistoide y no lo sabíamos: nos creíamos imbuidos de la verdad revolucionaria y no éramos más que ilusos engolosinados con la idea de imponer justicia por las armas19.

¿Quiere decir que cuando las cosas son malas, como a uno no le gustan, cuando muestran ser negativas y arbitrarias, son fascistas? ¿No son comunistas, revolucionarias o guevaristas? ¿Qué el fascismo no es una ideología sino una mentalidad? ¿Entonces el leninismo, el maoísmo o el stalinismo son fascismos? Suena muy elemental. “Cuando hago algo bueno soy el paladín de la libertad, de los derechos del hombre y de las reivindicaciones de los oprimidos, es decir, soy el izquierdista perfecto. Ahora, cuando demuestro brutalidad, crueldad, demencia y falta de humanidad paso a ser automáticamente un fascista”. Podrá ser una buena manera de tranquilizar la conciencia pero no sirve. No es real, por más Ciro Roberto Bustos que uno sea. El fascismo es una ideología. Un movimiento revolucionario proletario que supo dignificar al oprimido, al trabajador, al campesino y a la masa obrera como no lo hizo ni el socialismo ni el comunismo. Pero tuvo el desacierto de caer en la demencia imperial, en el racismo extremo, en el autoritarismo desbordante y el personalismo acérrimo. Pero esa es la naturaleza del hombre, sea de derecha, centro o izquierda y no una mentalidad. Decir que una dictadura militar es fascismo, constituye un absurdo. Las dictaduras militares de América Latina han sido todas conservadoras o liberales, siempre “pro” la potencia de turno, llámesela Francia, Inglaterra o Estados Unidos, pero nunca fascistas. De hecho, de fascismo no han tenido nada. Los fascismos, lo repetimos, han sido tan revolucionarios, proletarios y populistas, como los movimientos izquierdistas, que también hicieron de sus líderes un culto, llámense Stalin, Mao, Fidel Castro o Che Guevara.
Retomando nuestro relato, tras el juicio sumario y la ejecución de “Nardo”, el cada vez más desquiciado Masetti se la agarró con Bustos, debido a ciertos trascendidos de su paso por Buenos Aires. Solo evidencias de una mente que  comenzaba a alterarse.
El mendocino debía ubicar a “Furry” en la capital argentina y después de pasar por Córdoba y Mendoza, regresar a la guerrilla, que seguía dando vueltas por la selva y las montañas sin hallar ningún enemigo.
Con “Furry” y el “Pelado” querían subir Jorge Bellomo y “Rafael”, un militante encargado de los reclutamientos, pero eso no se iba a dar porque las cosas se precipitaron.
Lo que ocurrió fue que “Pirincho” desapareció sin dejar rastros (acababa de desertar) y que el cubano y el mendocino subieron a Córdoba cuando cinco nuevos voluntarios viajaban al frente para incorporarse a la “lucha”.
“Furry” se estableció en una casa, gracias a arreglos hechos por Oscar del Barco y Bustos decidió regresar en avión a Salta, para establecer contacto con la red clandestina local. Nunca saldría de la provincia mediterránea.
Antes de partir, acordó reunirse con la cúpula de “Pasado y Presente”, la publicación que nucleaba a la célula urbana local, para ajustar algunos puntos del programa y de camino al punto de cita, antes de abordar un colectivo de línea, compró un ejemplar de “La Voz del Interior”. Una vez en su asiento, se puso a leer y al ver los titulares de la primera página, creyó que se iba a desmayar. El EGP acababa de ser detectado por la Gendarmería y sus campamentos allanados.
Era el fin de la operación; el colapso de la misión planeada por el Che desde los tiempos de Sierra Maestra. Al parecer, algunos de los guerrilleros fueron capturados sin resistencia y conducidos a Orán para ser puestos a disposición de la justicia. El diario no decía nada de Masetti, como tampoco de Hermes y el resto de los cubanos y eso convenció a Bustos de que aún no los habían atrapado.
En la reunión que el “Pelado” mantuvo con “Furry” y Oscar del Barco esa misma tarde, se decidió sacar al primero del país y hacer desaparecer las redes urbanas.
El ”Pelado” decidió quedarse ahí hasta que el huracán amainase y cuando estuviesen dadas las condiciones, se esfumaría.

Se organizó el regreso de Furry a Buenos Aires para tomar su vuelo internacional, poniéndole de acompañante a una de las chicas cordobesas, la compañera de Jorgito. No se trataba de atenderlo con niñera incluida, que no solicitaba, sino de una medida de seguridad extrema, teniendo en cuenta su rango de comandante cubano. Se podía general un escándalo diplomático de presentarse una situación accidental con intervención policial. Por otra parte, el acento cubano llamaba siempre la atención, como un letrero luminoso, y además, claro, sus ataques imprevisibles no aconsejaban dejarlo viajar solo dentro del país. La muchacha lo dejaría en el avión y. acto seguido, haría los contactos necesarios para transmitir el alerta y la emergencia. Lo mismo se ordenó a Claudia, acelerando su regreso a Mendoza20.



El 4 de marzo de 1964, la Gendarmería puso en marcha la Operación Guerrilleros, destinada a desbaratar el movimiento.
Los uniformados partieron a las 05.00 a.m. desde Colonia Santa Rosa, llevando consigo a un corresponsal del diario “Clarín” y la revista “Panorama” de Buenos Aires, Oscar Fernández Real, un técnico mecánico aeronáutico devenido en periodista, interesado en registrar la actividad del arma en la zona.
Se trataba de una columna de catorce efectivos, encabezada por el segundo comandante Honorato y un baqueano, que hacía las veces de guía.
De acuerdo con el relato de Real, la Gendarmería había trabajado bien, realizando una investigación cuyos resultados fueron la detección de la guerrilla y su posterior captura. Había puesto a cargo de la misma a un gendarme de apellido Dalmonin, oriundo de Orán, quien se trasladó hasta Colonia Santa Rosa para recabar información. De esa manera, pudo averiguar que grupos de hombres barbudos recorrían la región, luciendo uniformes y esgrimiendo armas. Personalmente pudo comprobar señales inquietantes, sobre todo en horas de la noche, cuando percibió a la distancia ruido de motores en inmediaciones de la finca El Bananal, cerca del límite con Jujuy y el río de las Piedras. Con todo ese material en su poder, regresó a Salta (u Orán) y una vez allí, elevó la información a la superioridad21.
Armamento, equipo e insignias del Ejército Guerrillero del Pueblo
capturado en Salta

La Gendarmería y la policía provincial despacharon patrullas y de ese modo, se fueron aproximando a los diferentes campamentos que el EGP había montado en la región. Terratenientes, comerciantes y dueños de ingenios prestaron su valiosa colaboración, alertados oportunamente por peones y dependientes, temerosos de aquella presencia extraña.
Para entonces, Masetti había desplazado el campamento hacia el interior de la selva, dejando en La Toma a Alberto Castellanos, Oscar del Hoyo y Federico “Grillo” Frontini, para que instruyesen allí a los nuevos reclutas y esperasen a Bollini Roca con el nuevo cargamento de armas. Luego envió en su apoyo a Diego y Henry Lerner y se dispuso a esperar.
Según algunas fuentes, la guerrilla fue detectada luego de filtrarse información procedente de Buenos Aires. Según explica Bustos, el secretario general del Partido Comunista argentino, Victorio Codovilla, un dirigente italiano enviado en los años cincuenta por el mismo Stalin, habría recibido de su par uruguayo, Rodney Arismendi, la novedad de que el Partido Comunista boliviano le había hecho saber que ayudaba a un contingente revolucionario argentino en Salta, que contaba con aval cubano.
Además de la Gendarmería, la Policía Federal también hacía su seguimiento, y en ese sentido, logró infiltrar dos efectivos en el grupo que viajaba desde Buenos Aires. De esa manera, cuando la camioneta de Canello se desplazaba hacia el teatro de operaciones conducida por Enrique, llevaba en su cajuela cinco nuevos reclutas (iban camuflados bajo una lona), dos de los cuales eran agentes encubiertos, Víctor Eduardo Fernández, alias el “Pedícuro” y Alfredo Campos, personal de la División de Investigaciones Políticas Antidemocráticas (DIPA), de flamante creación.
Ajenos a ello, sus tres compañeros, Carlos Bandoni, Ariel Maudet y el español Francisco Álvarez, no se percataron de que el primero, iba haciendo señales con su linterna a un jeep sin identificación que los seguía en la noche22.
En el punto de encuentro, al menos cuatro guerrilleros esperaban a los recién llegados. Los comandaba Diego, armado con el M3 del “Pelado” Bustos, quien les ordenó descender y cargar el equipo para iniciar el ascenso al campamento.
Se produjo entonces un confuso incidente al que podemos calificar quizás, como el “primer enfrentamiento” de aquella patética guerrilla.
En un momento de descuido, el “Pedicuro” se abalanzó sobre Diego, le arrebató el M3 y le disparó, hiriéndolo en su pierna derecha. El guerrillero cayó al suelo mientras el policía apuntaba al resto del grupo ordenándole no moverse. Se sucedieron una serie de insultos, gritos y amenazas que de nada valieron, aún cuando los subversivos especulaban con la inminente llegada de sus compañeros.
Sin prestarles atención, el “Pedícuro” y Campos ataron a los prisioneros y se dieron a la fuga, descendiendo rápidamente la pendiente.
En ese preciso instante, la Gendarmería avanzaba en línea paralela al río y eso la llevó directamente a donde se encontraban “Grillo” Frontini y el “Marqués” del Hoyo, a quienes capturó desprevenidos, lo mismo a Alberto Castellanos que se encontraba unos metros más adelante.
Los gendarmes escucharon claramente el sonido de un hacha golpeando contra el tronco de un árbol y eso les hizo suponer que había más subversivos cerca.
Barranca arriba, Henry Lerner escuchó la voz de sus compañeros y tomando su fusil Thompson, descendió confiado, ignorando que se dirigía directamente a una trampa. Un gendarme le salió al paso y apuntándole directamente con su carabina, lo obligó a arrojar el arma.
Los gendarmes capturaron a otro grupo cerca del campamento principal. Los sometieron a una feroz golpiza y los condujeron maltrechos a San Ramón de la Nueva Orán, donde fueron arrojados a prisión.
La única acción que se podría considerar un verdadero combate de toda aquella campaña fue la que tuvo lugar el sábado 18 de abril de 1964, cuando una segunda patrulla de ocho efectivos de Gendarmería llegó hasta las inmediaciones del campamento de desmonte de Martínez, siguiendo el curso del río Piedras, por el lado de Jujuy. Apostado entre la maleza, Hermes los vio aparecer y les disparó, matando al cabo Juan Adolfo Romero, que avanzaba en primer lugar.
Cabo Juan Adolfo Romero
Los guerrilleros se dispersaron y el pelotón de Gendarmería se lanzó tras ellos, previo envío de un mensaje radiado a su comando. En el campo de tala, se toparon con su capataz, Pascual Bailón Vázquez, un hombre de 51 años que se encontraba junto a una mujer con tres pequeños e igual número de individuos. Los gendarmes lo interrogaron y este les informó que los guerrilleros habían pasado por ahí y le habían dejado dinero para comprar alimentos, asegurando que pasarían a retirarlo en cualquier momento.
Los soldados les ordenaron evacuar el lugar y se apostaron en las inmediaciones, atentos al menor movimiento. Al cabo de un par de horas, apareció uno de los subversivos, dirigiéndose directamente al galpón donde se encontraba Vázquez. Se sentó, se sirvió mate cocido, tomó un pedazo de pan y mientras racionaba, se dio cuenta que se había introducido en una trampa. Alterado, comenzó a discutir con el capataz y en un momento determinado, tomó su fusil y lo mató.
Era Hermes, quien sabiéndose rodeado, salió corriendo hacia la espesura alertando a su único compañero. Se generó entonces un intenso intercambio de fuego que culminó cuando el soldado Rosas abatió al cubano23.
La escaramuza se prolongó varios minutos más, con Jorge Guille, accionando su ametralladora desde lo más tupido de la vegetación, pero los gendarmes acabaron por matarlo, dejando su cuerpo tendido sobre la hierba.


No muy lejos de allí, Carlos Bandoni desató a Diego quien, pese a encontrarse herido, corrió hasta el campamento central para advertir a Masetti. En vista de ello, el comandante guerrillero decidió evacuar el sector y al hacerlo, organizó una serie de patrullas que solo sirvieron para desgastar a su gente.
A partir de ese momento, todo es confuso y enredado.
Maudet decidió desertar y huyó hacia Chaco, para entregarse a las autoridades policiales de la localidad de San Martín (poco después fue puesto en libertad). Francisco Álvarez fue capturado por la Gendarmería en la copa de un árbol, a donde había subido escapando de animales feroces que lo perseguían y la sección conformada por Castellanos, Lerner, Frontini y Hoyo, aguardaban en
La Toma, Ignorando de lo que sucedía.
Por decisión del primero, se organizaron dos secciones para establecer contacto con su gente. Castellanos y Lerner partirían en busca de Bollini Roca en tanto Frontini y Hoyo permanecerían en el lugar, preparando los escondites para las armas. Cayeron todos prisioneros y si bien Hoyos logró huir, volvió a ser apresado unas horas después.
Los gendarmes que habían detenido a los dos policías infiltrados, ignorantes de quienes eran realmente, decidieron dividirse en dos. Cuatro de ellos quedaron al cuidado de los agentes y el resto partió tras los subversivos en desbandada, a quienes detectaron en un claro, donde algunos cortaban leña y otros vigilaban.
Uno de ellos abrió fuego contra el cabo Dalmonin, aquel que había llevado a cabo las investigaciones que dieron con la guerrilla, pero no lo alcanzó. Los efectivos regulares respondieron y la escaramuza finalizó ahí mismo, cuando dos de los combatientes alzaron los brazos y se entregaron y los dos restantes se dieron a la fuga, huyendo precipitadamente hacia donde se encontraba el grupo de soldados con los policías detenidos.
El 5 de marzo los gendarmes detuvieron a Bollini Roca, incautándole su camioneta, el armamento y demás elementos. Pocas horas después, la policía allanó en Salta la casa de María de los Ángeles Cantarero24 y se levó detenidos a la propietaria y al joven estudiante de ingeniería cordobés Delfor Rey, militante comunista que oficiaba de enlace. En los días siguientes, fueron detenidos el periodista Salvador María del Carril, Pedro González, el escribano Sánchez y el contador Héctor Valencia, este último liberado poco después, por falta de mérito. Fueron trasladados todos a Orán y allí quedaron alojados, lo mismo las personas arrestadas tras los allanamientos del 12 de marzo en El Quemado (Jujuy), entre ellos Santiago Garrido.
Hermes Peña a poco de ser abatido
El “Pelado” cambió su nombre por el de “Mauricio” y despareció, ayudado por la red clandestina de Córdoba. Las restantes células urbanas fueron desapareciendo una a una y los guerrilleros que lograron escapar, buscaron el camino del exilio.
Emilio Jouve, su esposa y su cuñada “Porota” (mujer de Héctor), huyeron a Montevideo, seguidos por Agustín Canello y Jorge Bellomo; el “Correntino” José Luis Stachioti, se mantuvo escondido. Quebrando las reglas impuestas oportunamente, Bellomo regresó a Buenos Aires y fue detenido ni bien apareció por su casa, para ser conducido a Salta.
De los interrogatorios surgieron varios nombres que permitieron dar con las redes urbanas, el primero Samuel Kieczkowsky (“Kichi”), seguido por el de Delfor Rey, ambos detenidos y remitidos a Salta.
El final de aquel esbozo de guerrilla fue, como los intentos de Guatemala, Nicaragua, Venezuela y Perú, tan patético y trágico como su existencia. Doce muertos (cuatro de ellos en combate, incluyendo al capataz Vázquez y al gendarme Romero por el lado de las fuerzas regulares), catorce prisioneros y al menos ocho prófugos, Bustos, “Furry” y “Papi” entre ellos.
Del final de Masetti poco es lo que se sabe. Su intento de repliegue hacia Pampichuela para buscar provisiones y retornar por sus compañeros cercados, no dio resultados. Regresó antes de llegar a la localidad y no encontró a nadie.
Muerto Hermes y neutralizada el resto de la columna, buscó evadir el cerco de  la Gendarmería moviéndose hacia el oeste, acompañado por Atilio Altamirano, pero quedó atrapado cuando escalaban un farallón junto al río. Héctor Jouve y los hermanos Paúl quisieron socorrerlos pero no lo lograron. Antonio Paul se desbarrancó y pereció instantáneamente, obligando a sus compañeros a retirarse. César Augusto Carvevalli (estudiante porteño de Sociología), Marcos Szlachter y Diego Miguel Magliano, murieron de inanición.
De Masetti y su compañero no se supo más nada; evidentemente, lograron salir del farallón, se internaron en las selvas de Yuto, cerca del límite con Jujuy y nunca más se los volvió a ver. Lo más probable es que hayan perecido de inanición y acabasen devorados por las alimañas.
Así finalizó la invasión guevarista a la provincia de Salta y con ella, los sueños de su mentor, de desencadenar la guerra civil en la Argentina.
Se ha escrito mucho sobre el tema; se ha teorizado y polemizado sin llegar a ninguna conclusión. El intento fue un fracaso, eso es seguro, la operación se planificó mal y el escenario escogido no pudo ser peor, deshabitado, prácticamente despoblado, sin animales para cazar y casi sin pesca en sus ríos y arroyos. Para más, la escasa población, relegada e ignorante, vio con temor a esos hombres blancos y barbados que lucían uniformes y hablaban de cosas inentendibles. Y como siempre sucede en esos casos, fueron ellos, los desposeídos, los marginados, los desheredados y menospreciados, quienes acudieron a las autoridades para denunciarlos.
Hoy se escriben libros y se ruedan documentales intentando rescatar la figura de Masetti, elevándolo a la condición de mártir y héroe romántico cuando en realidad se mostró como un déspota tiránico, que al no alcanzar los objetivos, se la tomó con su propia gente, pasándole a ella sus errores y desaciertos. Con el paso de los años, se ha intentado minimizar su proceder y al hacerlo, han recurrido a una muletilla que empieza a sonar con insistencia, la de su “figura tergiversada”, la del líder idealista al que se intenta pasar por demente. Pues sería mejor creer eso porque, de lo contrario, estaríamos ante un canalla que no dudó en fusilar a inocentes y llevar a su gente al desastre.
La demencial guerrilla de Masetti, suerte de preludio de la que el Che comandaría en persona, en 1967, deambuló errante por el nordeste salteño sin encontrar apoyo, víveres, condiciones y mucho menos, a quien combatir. Como hemos dicho, su comandante, totalmente frustrado, se la tomó con sus propios cuadros, ordenando fusilamientos sin ninguna razón y tratando al resto con ira e irrespeto. Recién cuando entre marzo y abril de 1964 se topó con una patrulla de gendarmería, quedó al descubierto su falta de preparación e ineptitud, tal como sucedió con El Patojo en Guatemala y Alain Elías en Perú.
Que fue el Che el ideólogo de aquella locura, no cabe ninguna duda y una vez más, un grupo de desquiciados decidió inmolarse para cumplir sus objetivos. Pierre Kalfon lo explica claramente en su voluminoso trabajo:

No cabe duda que fue el Che quien incitó a Masetti a optar por la lucha armada en Argentina, porque siempre acarició el proyecto de ver allí una revolución análoga a la que tan bien hizo Fidel Castro en Cuba […] Masetti, zambullido en su sueño de combate… dirige al nuevo presidente electo [Illia] una carta abierta de tono inflamado en la que le exige que dimita. Firma ‘Comandante Segundo’, no tanto para referirse al comandante ‘primero’, Ernesto Guevara, autor intelectual de la operación…sino por identificación simbólica con un personaje de gaucho… Don Segundo Sombra25.

Masetti fue una figura atrapante y quijotesca, eso nadie lo duda; su vida y su final son dignos de una novela; tuvo coraje y decisión así como determinación y convicción, pero careció de capacidad de mando y le faltó visión. De él dijo Rodolfo Walsh, seis años después, que nunca más aparecerá, que se disolvió en la selva, en la lluvia y en el tiempo y que en algún lugar desconocido, su cadáver aún empuña un fusil herrumbrado26, a lo que nosotros agregamos: apuntando hacia ninguna parte. 


Imágenes




Jorge Ricardo Masetti en su oficina de Prensa Latina



Dr. Arturo Umberto Illia
Presidente electo de la Argentina
A él iba dirigida la carta del
Comandante "Segundo"

Ciro Roberto Bustos (Imagen: http://museocheguevaraargentina.blogspot.com.ar/2014_03_05_archive.html)


Guerrilleros capturados

Más guerrilleros detenidos. De izquierda a derecha, Federico "Grillo" Frontini, Oscar del Hoyo, Alberto Castellanos (Raúl Dávila) y Eduardo Fernández

Certificado expedido por la Municipalidad de San Ramón de la Nueva Orán  a pedido de la Gendarmería Nacional indicando el lugar de entierro de Hermes Peña  
Exhumación de los restos de Hermes varias décadas después


Ciro Roberto Bustos junto a su mujer y su hija
en Chile



Notas
1 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 154.
2 Ernesto Guevara, “El Socialismo y el Hombre Nuevo”, Siglo XXI Editores, Nuestra
América, México, 2003, p. 2403 Ese apoyo se consolidaría tres meses después, cuando el buque cubano “Aracelio Iglesias", atracó en el puerto de Orán, llevando a bordo tropas, piezas de artillería, tanques, aviones, municiones y armamento ligero. El contingente llegó al mando del incansable Efigenio Ameijeiras, a quien se le sumaron los voluntarios caribeños que ya operaban en el país.
Se ha dicho también que el Che se interesó por la cuestión del Sahara Español y que una vez de regreso en la isla, comenzó a trabajar en la constitución de una organización guerrillera, el Movimiento de Liberación del Sahara (MSL), génesis del Frente Polisario, para la que viajaron a formarse especialmente en La Habana, centenares de saharauíes. Ver: Dr. Washington Rosell Puig, “Recuerdos de aquel primer viaje” (http://bvs.sld.cu/revistas/his/cua_88/cua0288.htm); Renaud Towe, “El Che y Argelia: una historia de amor revolucionario”, Voz del Sahara Occidental en Argentina, 3 diciembre, 2012 https://rasdargentina.wordpress.com/2012/12/03/el-che-y-argelia-una-historia-de-amor-revolucionario/
-Gabriel S. P. Pautasso, “El grupo ‘PASADO y PRESENTE’ y el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo)”, Diario Pampero, sección “Documentos”, viernes 20 de noviembre de 2009, http://diariopamperodocumentos.blogspot.com.ar/2009/11/el-grupo-pasado-y-presente-y-el-egp.html
4 Industrias Kaiser Argentina.
5 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 543.
6 Las fuentes no parecen ponerse de acuerdo en cuanto a la fecha. Para algunos, el cruce a la Argentina tuvo lugar el citado día, según otros, se hizo en la primera semana de octubre.
7 Jon Lee Anderson, op. Cit. p. 543.
8 Ídem, p. 544.
9 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 187.
10 Ídem, p. 187-188.
11 Raúl Olicelli, “La guerrilla del Che en Salta cuarenta años después”, El Ortiba, reproduce reportaje publicado en “El Diario del Centro”, edición del 8 de octubre de 2006 (http://www.elortiba.org/egp40.html)
12 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 187-188.
13 Junto con José María “Pancho” Aricó, Armando Coria, Oscar del Barco, Agustín Canello y Enrique Bollini Roca, establecieron una base permanente en la capital de Salta. El segundo no pudo alcanzar el campamento en su primer viaje al teatro de operaciones, debido al agotamiento. Iban a reunirse con Masetti, quien deseaba mantener con ellos una serie de conversaciones destinadas a afianzar la célula urbana.
14 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 200.
15 Ídem.
16 Eduardo Huayti González, “Entrevista a Oscar Fernández Real. La guerrilla de Orán: una historia muy poco conocida”, La Fogata, p. 4. Publicado originalmente en el semanario “El Expreso”, (http://www.lafogatadigital.org/masetti/notas/egp.1.7.pdf). La guerrilla estableció varios campamentos entre diciembre de 1963 y marzo de 1964, los principales, Ana Muerta (o río Pescado), San Ignacio, El Alisal (o Río Las Piedras), El Limonar, Piedra Morada, Cinco Picos y Campo Raña, la mayoría cerca de la frontera con Jujuy.
17 Ídem, p. 2.
18 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 204.
19 Ídem, p. 208.
20 Ídem, p. 211.
21 Eduardo Huayti González, op. Cit., pp. 1-2.
22 Daniel Ávalos, La guerrilla del Che y Masetti en Salta, 1964, Ediciones La Intemperie, Ediciones Política y Cultura, 2005, p. 29.
23 Ídem, p. 38-40. Hermes cayó cuando efectuaba un cambio de posición.
24 Daniel Ávalos nos brinda la dirección exacta. La misma se hallaba ubicada en la calle Sarmiento 514, de la capital salteña.
25 Pierre Kalfon, op. Cit., p. 387.
26 Rodolfo Walsh, prólogo al libro de Masetti, Los que luchan y los que lloran, Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2014.



Otras fuentes
-Gabriel S.P. Pautasso, “El grupo ‘PASADO y PRESENTE’ y el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo)”, Diario Pampero, sección “Documentos”, viernes 20 de noviembre de 2009, http://diariopamperodocumentos.blogspot.com.ar/2009/11/el-grupo-pasado-y-presente-y-el-egp.html
-Ana Bianco, “Del periodismo a la lucha armada”, diario “Página 12”, sección “Cultura & Espectáculos, jueves 26 de mayo de 2011.