EL ASESINATO DEL PADRE MUGICA
El féretro del padre Mugica es conducido a hombros por la Villa 31 |
Eran
las 06:50 del lunes 6 de mayo cuando el patrullero chapa B-482523 del
Comando Radioeléctrico de Morón, se detuvo junto a un tinglado
perteneciente a la Municipalidad de La Matanza, frente al
establecimiento metalúrgico Santa Rosa. El cabo Nicomedes Díaz que iba
al volante, abrió la puerta y descendió en tanto el sargento Eliseo
Anatole Torres, que viajaba a su lado les daba algunas indicaciones a
los agentes Pablo Antonio Noir y Emilio Ricardo Nagel, que se
encontraban detrás.
Los
guardias del orden hacían ese recorrido en forma habitual y tenían por
costumbre lavar el móvil por lo cual, solicitaban un balde prestado en
el bar de enfrente.Se trataba de una zona relativamente tranquila, en jurisdicción de la subcomisaría de Villa Insuperable, dependiente a su vez de al 3ª de Villa Madero, típico vecindario obrero con sus construcciones sencillas, sus talleres, sus establecimientos fabriles y comercios. Sin embargo, como ocurría con buena parte del país, tenía su historia en la guerra antisubversiva. Dos años antes, en ese mismo lugar, había muerto un agente de guardia cuando un grupo extremista atacó el establecimiento Santa Rosa.
Mientras se dirigía al bar, el cabo Díaz se cruzó con los primeros obreros que llegaban a cumplir sus tareas. Se saludaron, hicieron alguna chanza con respecto al clima y siguieron su camino, cada uno en lo suyo. Sus compañeros habían descendido y conversaba junto al patrullero, como era costumbre diaria.
Justo en ese momento, aparecieron tres vehículos a gran velocidad, los cuales rodearon al móvil policial, bloqueándole toda posibilidad de escape. La pick-up Ford que los precedía lo cerró por delante, el Fiat 1500 rojo se detuvo a su lado y el Ford Falcon blanco hizo lo propio detrás, los tres rechinaron sus neumáticos al frenar.
Quince individuos provistos de armas cortas y largas, saltaron al pavimento y al tiempo que proferían gritos para darse ánimo abrieron fuego, acribillando a los guardias del orden.
Los
dependientes del depósito que funcionaba en el tinglado municipal se
sorprendieron al sentir los estampidos, lo mismo los trabajadores que
llegaban al establecimiento metalúrgico. Presas del espanto, corrieron
en todas direcciones intentando huir de las balas.
Parapetados detrás de los muros que rodeaban la dependencia, los empleados municipales pudieron ver el ataque y brindar algunos detalles.
Parapetados detrás de los muros que rodeaban la dependencia, los empleados municipales pudieron ver el ataque y brindar algunos detalles.
El patrullero patente B-482523 muestra algunos de los impactos recibidos (Imagen: "La Razón") |
Uno
de ellos relató posteriormente que los agresores parecían drogados
porque proferían sonoros aullidos y se movían como poseídos. Pero lo más
impresionante fue la mujer que se acercó a los policías moribundos para
descerrajarle a cada uno el tiro de gracia. Primero lo hizo con el
sargento Torres, a quien le puso el arma a la altura de la frente y le
disparó, destrozándole el cráneo. Inmediatamente después hizo lo propio
con Nagel y luego contra Noir para luego correr hacia uno de los
vehículos y huir junto a sus compañeros, también emitiendo gritos.
-¡¡Vamos, vamos, arranquen de una vez!!
Cuando los terroristas desaparecieron, llegó corriendo el cabo Díaz, desesperado por auxiliar a sus compañeros. Al notar que Noir todavía se hallaba con vida lo levantó y con la ayuda de varias personas lo introdujo en un automóvil particular con cuyo propietario partió hacia la clínica más cercana para que le brindasen asistencia.
En su huida, los insurgentes intentaron detener a un Citroen patente B-616076 pero su conductor, viendo sus intenciones, aceleró bruscamente y los eludió, recibiendo ráfagas e metralla e impactos de escopetas ITAKA, fusiles Máuser, revólveres y pistolas.
El sargento Torres, de 42 años falleció en el acto, lo mismo el agente Nagel, de 24. El primero era padre de tres hijos en tanto el segundo se hallaba de novio y vivía con su familia.
La causa recayó en el juzgado del Dr. Enrique R. Padilla en tanto la policía de la Provincia iniciaba las pesquisas para dar con los autores del hecho.
-¡¡Vamos, vamos, arranquen de una vez!!
Cuando los terroristas desaparecieron, llegó corriendo el cabo Díaz, desesperado por auxiliar a sus compañeros. Al notar que Noir todavía se hallaba con vida lo levantó y con la ayuda de varias personas lo introdujo en un automóvil particular con cuyo propietario partió hacia la clínica más cercana para que le brindasen asistencia.
En su huida, los insurgentes intentaron detener a un Citroen patente B-616076 pero su conductor, viendo sus intenciones, aceleró bruscamente y los eludió, recibiendo ráfagas e metralla e impactos de escopetas ITAKA, fusiles Máuser, revólveres y pistolas.
El sargento Torres, de 42 años falleció en el acto, lo mismo el agente Nagel, de 24. El primero era padre de tres hijos en tanto el segundo se hallaba de novio y vivía con su familia.
La causa recayó en el juzgado del Dr. Enrique R. Padilla en tanto la policía de la Provincia iniciaba las pesquisas para dar con los autores del hecho.
El agente Pablo Noir (izq.) resultó gravemente herido en el enfrentamiento, su compañero Emilio Nagel murió acribillado (Imagen: "La Razón") |
El
8 de mayo el juzgado federal de San Martín decretó la prisión
preventiva para Eusebio de Jesús Maestre, Luisa Irma Galle de
Peatkowski, Carlos Enrique Arias, Alberto Ángel Camps y Rosa María
Pargas de Camps, algunos de ellos sobrevivientes de la masacre de
Trelew. Se los acusaba de portación de armas de fuego y explosivos en
concurso real y posesión de documentos falsos.
Ese mismo día, en horas de la madrugada, estalló una bomba en la Unidad Básica “Liberación Nacional”, del barrio de Villa Urquiza, ubicada en Av. Constituyentes 3145. Cuatro individuos que circulaban en un automóvil pasaron por el frente a baja velocidad para arrojar el artefacto y efectuaron varios disparos contra la entrada.
En Núñez detonó otro objeto en un Citroen patente B-277927 frente a la vivienda situada en Cuba 4305. El ingenio estaba conectado a dos cargas iguales, halladas junto al árbol contiguo, las que no llegaron a explotar. El propietario del vehículo, Luis María Gila, manifestó a las autoridades desconocer los motivos del atentado pues no tenía militancia política y no se hallaba vinculado a ninguna persona que la tuviera. El destrozado vehículo, fue retirado por una grúa policial para su peritaje en tanto personal de la Brigada de Explosivos hizo lo propio con las bombas sin detonar, luego de desactivarlas.
En Avellaneda, varios desconocidos dispararon contra la Unidad Básica “Ramón Casaris” del barrio Entre Vías, perforando la cortina metálica del local. En ese lugar mantenían reuniones militantes de la JP regional, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y la UES por lo que se dedujo que la agresión provenía de elementos de ultraderecha.
En Lanús Oeste otro artefacto destruyó el frente de la Casa Justicialista, sita en Aristóbulo del Vale 26, así como dos ambientes interiores y la biblioteca, dañando también propiedades linderas.
En Olivos, cuatro desconocidos que viajaban en un automóvil dispararon contra el frente del destacamento “Albatros” de la Prefectura Naval Argentina, donde montaban guardia un cabo y un conscripto.
También en la madrugada fue atacado el automóvil de Julio César Molina, concejal justicialista de San Isidro y en la Capital Federal, dos desconocidos agredieron a golpes e intentaron secuestrar a Ricardo Luis Cherati, ex secretario del bloque de diputados justicialistas. Los sujetos intentaban apoderarse de su auto pero se dieron a la fuga al notar que varios vecinos se asomaban para ver que sucedía.
En Bahía Blanca estalló una bomba de alto poder en la Universidad Regional, donde estudiantes y dependientes cumplían un paro de 24 horas. La detonación se produjo cerca de las 2 a.m. y provocó destrozos en los ingresos y los ventanales, cuyos cristales estallaron en miles de astillas. Esa misma tarde, militantes de la Coordinadora Intercentros de la Universidad Nacional del Sur y la Universidad Tecnológica Nacional habían recorrido la zona céntrica de la ciudad manifestando su rechazo a las autoridades de la alta casa de estudios.
Mientras tanto, continuaba la acometida del gobierno contra los representantes de la Tendencia Revolucionaria. Durante aquella jornada, el Movimiento Nacional Justicialista de Mendoza, expulsó de sus filas al diputado Eduardo Molina por indisciplina partidaria y agravio al jefe del movimiento “…al declarar enfáticamente su subordinación a la denominada Tendencia revolucionaria, directamente excomulgada del orden partidario por el teniente general Perón”, según rezaba el texto.
Ese mismo día, en horas de la madrugada, estalló una bomba en la Unidad Básica “Liberación Nacional”, del barrio de Villa Urquiza, ubicada en Av. Constituyentes 3145. Cuatro individuos que circulaban en un automóvil pasaron por el frente a baja velocidad para arrojar el artefacto y efectuaron varios disparos contra la entrada.
En Núñez detonó otro objeto en un Citroen patente B-277927 frente a la vivienda situada en Cuba 4305. El ingenio estaba conectado a dos cargas iguales, halladas junto al árbol contiguo, las que no llegaron a explotar. El propietario del vehículo, Luis María Gila, manifestó a las autoridades desconocer los motivos del atentado pues no tenía militancia política y no se hallaba vinculado a ninguna persona que la tuviera. El destrozado vehículo, fue retirado por una grúa policial para su peritaje en tanto personal de la Brigada de Explosivos hizo lo propio con las bombas sin detonar, luego de desactivarlas.
En Avellaneda, varios desconocidos dispararon contra la Unidad Básica “Ramón Casaris” del barrio Entre Vías, perforando la cortina metálica del local. En ese lugar mantenían reuniones militantes de la JP regional, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y la UES por lo que se dedujo que la agresión provenía de elementos de ultraderecha.
En Lanús Oeste otro artefacto destruyó el frente de la Casa Justicialista, sita en Aristóbulo del Vale 26, así como dos ambientes interiores y la biblioteca, dañando también propiedades linderas.
En Olivos, cuatro desconocidos que viajaban en un automóvil dispararon contra el frente del destacamento “Albatros” de la Prefectura Naval Argentina, donde montaban guardia un cabo y un conscripto.
También en la madrugada fue atacado el automóvil de Julio César Molina, concejal justicialista de San Isidro y en la Capital Federal, dos desconocidos agredieron a golpes e intentaron secuestrar a Ricardo Luis Cherati, ex secretario del bloque de diputados justicialistas. Los sujetos intentaban apoderarse de su auto pero se dieron a la fuga al notar que varios vecinos se asomaban para ver que sucedía.
En Bahía Blanca estalló una bomba de alto poder en la Universidad Regional, donde estudiantes y dependientes cumplían un paro de 24 horas. La detonación se produjo cerca de las 2 a.m. y provocó destrozos en los ingresos y los ventanales, cuyos cristales estallaron en miles de astillas. Esa misma tarde, militantes de la Coordinadora Intercentros de la Universidad Nacional del Sur y la Universidad Tecnológica Nacional habían recorrido la zona céntrica de la ciudad manifestando su rechazo a las autoridades de la alta casa de estudios.
Mientras tanto, continuaba la acometida del gobierno contra los representantes de la Tendencia Revolucionaria. Durante aquella jornada, el Movimiento Nacional Justicialista de Mendoza, expulsó de sus filas al diputado Eduardo Molina por indisciplina partidaria y agravio al jefe del movimiento “…al declarar enfáticamente su subordinación a la denominada Tendencia revolucionaria, directamente excomulgada del orden partidario por el teniente general Perón”, según rezaba el texto.
Unidad Básica "Liberación Nacional" de Villa Urquiza luego del atentado (Imagen: "La Razón") |
Continuaba
diciendo la declaración que, el imputado, hasta hacía un tiempo
vicepresidente de la Cámara de Diputados, había demostrado en forma
abierta “…su
oposición sistemática y agresiva a las directivas del teniente general
Perón, lo que equivale a una traición que el Movimiento Nacional
Justicialista no puede tolerar…”.
El
viernes 10 de mayo, coincidiendo con el pase a retiro del general de
brigada Manuel Haroldo Pomar, jefe de Inteligencia del Estado Mayor
Conjunto, se llevaron a cabo espectaculares procedimientos
antiextremistas en La Plata, practicándose allanamientos, secuestro de
material y armamento así como detenciones e interrogatorios en varios
inmuebles de la ciudad.
La noche anterior, cerca de las 21:30, se desarrollaba una reunión en el primer piso de la Unidad Básica “Eva Perón” del barrio de Flores (Rivera Indarte 925), cuando varios desconocidos irrumpieron fuertemente armados en el local.
Una vez en la habitación que daba a la calle, los recién llegados extrajeron sus armas y dispararon contra Carlos Castelacci, militante de 41 años hiriéndolo de muerte.
Cuando se retiraron, los asistentes a la reunión se abalanzaron sobre el militante y cargándolo entre todos lo condujeron hasta un automóvil estacionado en la puerta en el cual lo llevaron hasta el Hospital Piñeiro. El esfuerzo resultó vano porque a poco de llegar, el herido falleció por la hemorragia. Una bala le había perforado el estomago y otra el corazón1.
El sábado 11 de mayo de 1974 la ultraderecha peronista cometió uno de los peores crímenes de la guerra antisubversiva.
Eran las 19:30 de aquel sábado frío y lluvioso cuando el padre Carlos Mugica finalizó la misa vespertina que acostumbraba oficiar en la parroquia de San Francisco Solano de la calle Zelada 4771, pleno barrio de Villa Luro.
Siguiendo su costumbre, saludó a las personas que lo esperaban en el atrio y después de cambiarse en la sacristía, se dirigió a su Renault 4 patente C-542119, estacionado fuera en compañía de su amigo Ricardo Copelli.
El vehículo se encontraba frente a la vivienda señalada con el Nº 4781, hacia donde ambos caminaron con paso presuroso dado que la llovizna arreciaba y hacía frío.
Justo en ese momento descendió de un Chevrolet verde estacionado detrás un hombre joven, armado con una ametralladora. Aprovechando la penumbra que proporcionaba la fronda del lugar, el sujeto caminó decididamente hacia ellos y cuando estuvo a menos de dos metros, alzó su arma y oprimió el gatillo, alcanzando al padre Carlos en varias partes del cuerpo. Copelli, que venía detrás recibió al menos dos proyectiles.
Sin decir nada, el atacante giró sobre sus talones y regresó al auto donde lo aguardaban tres compañeros con el motor en marcha. Una vez dentro, cerró rápidamente la puerta y el vehículo partió, desapareciendo en la obscuridad.
El clérigo y su acompañante quedaron tendidos sobre la acera y ahí se encontraban desangrándose cuando llegaron corriendo los últimos feligreses que permanecían en la puerta del templo. Los precedía el párroco Jorge Vernazza, quien al llegar junto a los caídos pidió ayuda a los gritos.
La noche anterior, cerca de las 21:30, se desarrollaba una reunión en el primer piso de la Unidad Básica “Eva Perón” del barrio de Flores (Rivera Indarte 925), cuando varios desconocidos irrumpieron fuertemente armados en el local.
Una vez en la habitación que daba a la calle, los recién llegados extrajeron sus armas y dispararon contra Carlos Castelacci, militante de 41 años hiriéndolo de muerte.
Cuando se retiraron, los asistentes a la reunión se abalanzaron sobre el militante y cargándolo entre todos lo condujeron hasta un automóvil estacionado en la puerta en el cual lo llevaron hasta el Hospital Piñeiro. El esfuerzo resultó vano porque a poco de llegar, el herido falleció por la hemorragia. Una bala le había perforado el estomago y otra el corazón1.
El sábado 11 de mayo de 1974 la ultraderecha peronista cometió uno de los peores crímenes de la guerra antisubversiva.
Eran las 19:30 de aquel sábado frío y lluvioso cuando el padre Carlos Mugica finalizó la misa vespertina que acostumbraba oficiar en la parroquia de San Francisco Solano de la calle Zelada 4771, pleno barrio de Villa Luro.
Siguiendo su costumbre, saludó a las personas que lo esperaban en el atrio y después de cambiarse en la sacristía, se dirigió a su Renault 4 patente C-542119, estacionado fuera en compañía de su amigo Ricardo Copelli.
El vehículo se encontraba frente a la vivienda señalada con el Nº 4781, hacia donde ambos caminaron con paso presuroso dado que la llovizna arreciaba y hacía frío.
Justo en ese momento descendió de un Chevrolet verde estacionado detrás un hombre joven, armado con una ametralladora. Aprovechando la penumbra que proporcionaba la fronda del lugar, el sujeto caminó decididamente hacia ellos y cuando estuvo a menos de dos metros, alzó su arma y oprimió el gatillo, alcanzando al padre Carlos en varias partes del cuerpo. Copelli, que venía detrás recibió al menos dos proyectiles.
Sin decir nada, el atacante giró sobre sus talones y regresó al auto donde lo aguardaban tres compañeros con el motor en marcha. Una vez dentro, cerró rápidamente la puerta y el vehículo partió, desapareciendo en la obscuridad.
El clérigo y su acompañante quedaron tendidos sobre la acera y ahí se encontraban desangrándose cuando llegaron corriendo los últimos feligreses que permanecían en la puerta del templo. Los precedía el párroco Jorge Vernazza, quien al llegar junto a los caídos pidió ayuda a los gritos.
Pronunciando un sermón (Imagen: "La Razón") |
En
respuesta al llamado, se acercó un vecino con su Citroen 3CV para
llevar a los heridos al Hospital Salaberry de Mataderos. Entre todos
cargaron al sacerdote y mientras el dueño del auto se ubicaba frente al
volante con un acompañante a su lado, el padre Vernazza se acomodó en el
asiento posterior, recostando a Mugica sobre sus rodillas.
Como
el herido tenía algo de lucidez, le alcanzó a suministrar los últimos
sacramentos y le pidió que se mantuviera despierto mientras pronunciaba
una oración. Sin embargo, cuando llegaban al nosocomio, el sacerdote
perdió el conocimiento y ya no lo recuperó.
Una vez en el hall del hospital, los enfermeros pasaron a Mugica a una camilla y lo condujeron rápidamente hasta la sala de operaciones, pero en esta Argentina anárquica donde siempre sucede algo, al llegar al quirófano no encontraron las llaves para abrir sus puertas y eso demoró varios minutos su atención.
El padre Vernazza no se encontraba en ese momento porque ni bien entregó a su amigo, corrió hasta un teléfono para dar aviso a los familiares y a las autoridades eclesiásticas.
Cuando regresó, el padre Carlos se encontraba en una sala contigua a la guardia, donde los médicos trataban de estabilizarlo. El padre Jorge debió abrirse camino entre la gente porque la noticia había echado a rodar y el revuelo en los pasillos era intenso.
Para entonces, Mugica había sido anestesiado y los facultativos intentaban extraerle las 15 balas que le habían perforado el cuerpo. Pero como la situación era tan precaria, el padre Vernazza decidió hacer un nuevo llamado sus relaciones para conducirlo a un lugar como la gente.
Lamentablemente, todo esfuerzo resultó vano porque dada la gravedad de su cuadro y la impericia del personal hospitalario que seguía sin dar con las llaves del quirófano, a las 21:55 el padre Mugica dejó de existir.
Profundamente conmovido, el padre Vernazza se dirigió a la puerta del Hospital y una vez allí dio la infausta noticia a los feligreses que se habían corrido hasta el nosocomio.
En ese mismo momento se hizo presente el obispo coadjutor de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, quien manifestó a los medios:
-Esto es deplorable, horrible, voy a informar de lo sucedido al cardenal Caggiano.
Dada la conocida militancia del occiso, la noticia conmocionó a la nación y motivó ediciones especiales de diarios e informativos.
El cuerpo del padre Mugica permaneció en el Hospital hasta la madrugada siguiente (2 a.m.), cuando fue conducido hasta la morgue judicial, situada en Viamonte 2100. Allí permaneció hasta las 09:30, cuando se lo trasladó a la parroquia San Francisco Solano, donde se había montado la capilla ardiente. Un patrullero de la Policía Federal precedió a la ambulancia, seguida a su vez por un cortejo de automóviles que tomó por la Av. Rivadavia.
Como a esa hora la primicia tenía conmocionada a la ciudadanía, una multitud se había congregado frente a la iglesia, destacando numerosas personas de la Villa 31 que se había corrido hasta allí en diferentes medios2.
Una vez frente a la parroquia, la gente rodeó la ambulancia y obligó a imponer un poco de orden para sacar el féretro y trasladarlo. Los villeros de Retiro habían solicitado velar el cuerpo en su capilla, pero la petición fue denegada.
A poco de llegado el sarcófago, comenzaron a aparecer las primeras ofrendas florales, entre ellas el Movimiento Villero “Peronistas Leales” del Bajo Belgrano, feligreses de Lobería y Rafaela, la Unidad Básica “Teniente General Perón” de la circunscripción 10ª de la JP, la Asociación de Empleados de Comercio de Bahía Blanca, los Amigos del Instituto de Estudios Políticos Argentinos, el Instituto de Adoctrinamiento y Formación Justicialista de Berazategui y el Ateneo “Perón-Isabel” de Villa Urquiza.
Junto a ellas, se hicieron presentes personalidades del quehacer político y cultural del país, entre las que fue dado ver a clérigos de diversas diócesis junto a sus feligreses, a Antonio Cafiero, el escritor y periodista Luis Alberto Murray, el padre Alberto Carbone, monseñor Manuel Menéndez, obispo de San Martín; el abogado Vicente Zito Lima, el ex guerrillero de Taco Ralo Arturo Ferré Gadea, el diputado Carlos Auyero del Partido Popular Cristiano, el de UDELPA Raúl Bacjzman, Eleuterio Cardozo, delegado interventor del Movimiento Nacional Justicialista de la provincia de Mendoza y el dirigente villero Guillermo Villar.
A las 16:25 hizo su arribo el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Antonio Caggiano, quien pronunció una oración y saludó a los deudos, encabezados por el padre del sacerdote asesinado, Dr. Adolfo Mugica (h) y su madre Carmen Echagüe, hija de terratenientes y descendiente de importantes figuras de la historia nacional3.
Media hora después, se produjo un incidente en la puerta del templo cuando los concurrentes notaron la presencia del diputado nacional Leonardo Bettanín y el dirigente de la JP Juan Carlos Añón.
Una vez en el hall del hospital, los enfermeros pasaron a Mugica a una camilla y lo condujeron rápidamente hasta la sala de operaciones, pero en esta Argentina anárquica donde siempre sucede algo, al llegar al quirófano no encontraron las llaves para abrir sus puertas y eso demoró varios minutos su atención.
El padre Vernazza no se encontraba en ese momento porque ni bien entregó a su amigo, corrió hasta un teléfono para dar aviso a los familiares y a las autoridades eclesiásticas.
Cuando regresó, el padre Carlos se encontraba en una sala contigua a la guardia, donde los médicos trataban de estabilizarlo. El padre Jorge debió abrirse camino entre la gente porque la noticia había echado a rodar y el revuelo en los pasillos era intenso.
Para entonces, Mugica había sido anestesiado y los facultativos intentaban extraerle las 15 balas que le habían perforado el cuerpo. Pero como la situación era tan precaria, el padre Vernazza decidió hacer un nuevo llamado sus relaciones para conducirlo a un lugar como la gente.
Lamentablemente, todo esfuerzo resultó vano porque dada la gravedad de su cuadro y la impericia del personal hospitalario que seguía sin dar con las llaves del quirófano, a las 21:55 el padre Mugica dejó de existir.
Profundamente conmovido, el padre Vernazza se dirigió a la puerta del Hospital y una vez allí dio la infausta noticia a los feligreses que se habían corrido hasta el nosocomio.
En ese mismo momento se hizo presente el obispo coadjutor de Buenos Aires, monseñor Juan Carlos Aramburu, quien manifestó a los medios:
-Esto es deplorable, horrible, voy a informar de lo sucedido al cardenal Caggiano.
Dada la conocida militancia del occiso, la noticia conmocionó a la nación y motivó ediciones especiales de diarios e informativos.
El cuerpo del padre Mugica permaneció en el Hospital hasta la madrugada siguiente (2 a.m.), cuando fue conducido hasta la morgue judicial, situada en Viamonte 2100. Allí permaneció hasta las 09:30, cuando se lo trasladó a la parroquia San Francisco Solano, donde se había montado la capilla ardiente. Un patrullero de la Policía Federal precedió a la ambulancia, seguida a su vez por un cortejo de automóviles que tomó por la Av. Rivadavia.
Como a esa hora la primicia tenía conmocionada a la ciudadanía, una multitud se había congregado frente a la iglesia, destacando numerosas personas de la Villa 31 que se había corrido hasta allí en diferentes medios2.
Una vez frente a la parroquia, la gente rodeó la ambulancia y obligó a imponer un poco de orden para sacar el féretro y trasladarlo. Los villeros de Retiro habían solicitado velar el cuerpo en su capilla, pero la petición fue denegada.
A poco de llegado el sarcófago, comenzaron a aparecer las primeras ofrendas florales, entre ellas el Movimiento Villero “Peronistas Leales” del Bajo Belgrano, feligreses de Lobería y Rafaela, la Unidad Básica “Teniente General Perón” de la circunscripción 10ª de la JP, la Asociación de Empleados de Comercio de Bahía Blanca, los Amigos del Instituto de Estudios Políticos Argentinos, el Instituto de Adoctrinamiento y Formación Justicialista de Berazategui y el Ateneo “Perón-Isabel” de Villa Urquiza.
Junto a ellas, se hicieron presentes personalidades del quehacer político y cultural del país, entre las que fue dado ver a clérigos de diversas diócesis junto a sus feligreses, a Antonio Cafiero, el escritor y periodista Luis Alberto Murray, el padre Alberto Carbone, monseñor Manuel Menéndez, obispo de San Martín; el abogado Vicente Zito Lima, el ex guerrillero de Taco Ralo Arturo Ferré Gadea, el diputado Carlos Auyero del Partido Popular Cristiano, el de UDELPA Raúl Bacjzman, Eleuterio Cardozo, delegado interventor del Movimiento Nacional Justicialista de la provincia de Mendoza y el dirigente villero Guillermo Villar.
A las 16:25 hizo su arribo el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Antonio Caggiano, quien pronunció una oración y saludó a los deudos, encabezados por el padre del sacerdote asesinado, Dr. Adolfo Mugica (h) y su madre Carmen Echagüe, hija de terratenientes y descendiente de importantes figuras de la historia nacional3.
Media hora después, se produjo un incidente en la puerta del templo cuando los concurrentes notaron la presencia del diputado nacional Leonardo Bettanín y el dirigente de la JP Juan Carlos Añón.
La mañana del domingo 12 de mayo la gente se empieza a congregar
frente a la parroquia donde el sacerdote fue asesinado (Imagen: "La Razón") |
Según
las crónicas periodísticas, la gente enfurecida se abalanzó sobre
ellos, los arrinconó contra una pared y les propinó una furibunda
golpiza que forzó la intervención de otras personas para evitar que
fuesen linchados. Los agredidos lograron refugiarse en el interior del
templo, ingresando por una puerta lateral no sin que el primero perdiese
los anteojos en la batahola. Un joven que intentó mediar también fue
atacado y fue necesaria la presencia del padre Jovanich para calmar los
ánimos y evitar males mayores.
Para entonces, Ricardo Copelli había sido trasladado al Hospital Rawson y allí se encontraba estabilizado aunque en muy grave estado.
Pasada la medianoche, el cuerpo del padre Mugica fue conducido a la capilla Cristo Obrero de la villa de emergencia 31, en Retiro, dando cumplimiento, de esa manera, a la petición formulada por sus vecinos en horas de la mañana. Un inmenso cortejo que fue aumentando a medida que iba avanzando acompañó sus restos por las calles de Buenos Aires.
Ni bien fue montada la capilla ardiente, el lugar se convirtió en meta de centenares de peregrinos que se corrieron hasta allí para rendirle homenaje, muchos de ellos del interior del país.
Se vivió un momento de tensión cuando los diputados Bettanin y Añón volvieron a aparecer con manifiesta intención de acercarse al féretro. Al percatarse de su presencia, la gente los rodeó y les impidió llegar, lanzándoles todo tipo de epítetos y hasta alguno que otro golpe. Los ánimos llegaron a caldearse de tal manera, que como en la parroquia de San Francisco Solano, los mencionados volvieron a retirase custodiados por la policía.
Una hora después trajeron una corona con la leyenda “Montoneros”. Cuando la misma era conducida hasta la casilla destinada a ese fin, los vecinos del asentamiento prorrumpiendo en fuertes insulto e intentaron impedir su arribo. Al llegar a la casilla en cuestión, la ofrenda fue arrojada al piso y después de ser pisoteada y escupida, le prendieron fuego.
-Este no es un velatorio político –manifestaron a la prensa militantes del Movimiento Villero- Aquí puede venir a rendir su homenaje al padre Mugica cualquier persona o tendencia pero sin ostentación de banderías.
Aparentemente, las palabras iban dirigidas a un sector de la JTP que había organizado una columna para acompañar los restos del sacerdote hasta el cementerio.
Al caer la noche la gente encendió fogatas para mitigar el frío y eso decidió a las autoridades a apostar una guardia del Cuerpo de Bomberos para prevenir inconvenientes.
Más de 5000 personas se congregaron en la capilla la mañana del 13 de mayo. Eso impidió oficiar la misa de cuerpo presente en su interior, razón por la cual las autoridades eclesiásticas dispusieron trasladar el féretro hasta la plaza que se encontraba detrás y montar un improvisado altar para cumplir con la ceremonia. Los pobladores del barrio fueron los encargados de llevar a hombros el ataúd y depositarlo sobre dos banquetas.
El servicio estuvo a cargo de monseñor Manuel Augusto Cárdenas, quien actuó secundado por medio centenar de sacerdotes, la mayoría pertenecientes al movimiento tercermundista.
Hubo gritos de apoyo al religioso asesinado, muestras de indignación, llantos y escenas de histeria, sobre todo cuando monseñor Cárdenas dijo que la muerte del padre Mugica debía servir para purificar las almas y evitar nuevos enfrentamientos entre hermanos. A la hora del Padre Nuestro, el alto dignatario solicitó el perdón de los asesinos e instó a los presentes a estrecharse las manos en gesto de fraternidad.
A las 10:55 el cortejo se puso en marcha hacia la Recoleta. Sacerdotes y vecinos del barrio tomaron el ataúd y llevándolo a hombros partieron por la calle Amistad, una improvisada arteria que unía los asentamientos de la zona, seguidos por la multitud que a esa hora rondaba las 10.000 personas.
La columna salió a Salguero y caminando por ella cruzó la Av. Figueroa Alcorta para seguir hasta Libertador. Una vez allí dobló hacia el norte precedida por varios patrulleros y motocicletas de la Policía Federal y así continuó ocupando toda la avenida. Una larga hilera de vehículos la seguía detrás y cerrando la marcha, más móviles policiales.
En el cruce de Figueroa Alcorta se produjeron algunos tumultos cuando personas pertenecientes a la “Tendencia” intentaron reemplazar a quienes portaban las ofrendas.
Se vivieron momentos de tensión, con golpes, empujones e insultos y si la cosa no pasó a mayores fue porque quienes rodeaban a los exaltados se interpusieron y lograron calmar los ánimos.
Para entonces, Ricardo Copelli había sido trasladado al Hospital Rawson y allí se encontraba estabilizado aunque en muy grave estado.
Pasada la medianoche, el cuerpo del padre Mugica fue conducido a la capilla Cristo Obrero de la villa de emergencia 31, en Retiro, dando cumplimiento, de esa manera, a la petición formulada por sus vecinos en horas de la mañana. Un inmenso cortejo que fue aumentando a medida que iba avanzando acompañó sus restos por las calles de Buenos Aires.
Ni bien fue montada la capilla ardiente, el lugar se convirtió en meta de centenares de peregrinos que se corrieron hasta allí para rendirle homenaje, muchos de ellos del interior del país.
Se vivió un momento de tensión cuando los diputados Bettanin y Añón volvieron a aparecer con manifiesta intención de acercarse al féretro. Al percatarse de su presencia, la gente los rodeó y les impidió llegar, lanzándoles todo tipo de epítetos y hasta alguno que otro golpe. Los ánimos llegaron a caldearse de tal manera, que como en la parroquia de San Francisco Solano, los mencionados volvieron a retirase custodiados por la policía.
Una hora después trajeron una corona con la leyenda “Montoneros”. Cuando la misma era conducida hasta la casilla destinada a ese fin, los vecinos del asentamiento prorrumpiendo en fuertes insulto e intentaron impedir su arribo. Al llegar a la casilla en cuestión, la ofrenda fue arrojada al piso y después de ser pisoteada y escupida, le prendieron fuego.
-Este no es un velatorio político –manifestaron a la prensa militantes del Movimiento Villero- Aquí puede venir a rendir su homenaje al padre Mugica cualquier persona o tendencia pero sin ostentación de banderías.
Aparentemente, las palabras iban dirigidas a un sector de la JTP que había organizado una columna para acompañar los restos del sacerdote hasta el cementerio.
Al caer la noche la gente encendió fogatas para mitigar el frío y eso decidió a las autoridades a apostar una guardia del Cuerpo de Bomberos para prevenir inconvenientes.
Más de 5000 personas se congregaron en la capilla la mañana del 13 de mayo. Eso impidió oficiar la misa de cuerpo presente en su interior, razón por la cual las autoridades eclesiásticas dispusieron trasladar el féretro hasta la plaza que se encontraba detrás y montar un improvisado altar para cumplir con la ceremonia. Los pobladores del barrio fueron los encargados de llevar a hombros el ataúd y depositarlo sobre dos banquetas.
El servicio estuvo a cargo de monseñor Manuel Augusto Cárdenas, quien actuó secundado por medio centenar de sacerdotes, la mayoría pertenecientes al movimiento tercermundista.
Hubo gritos de apoyo al religioso asesinado, muestras de indignación, llantos y escenas de histeria, sobre todo cuando monseñor Cárdenas dijo que la muerte del padre Mugica debía servir para purificar las almas y evitar nuevos enfrentamientos entre hermanos. A la hora del Padre Nuestro, el alto dignatario solicitó el perdón de los asesinos e instó a los presentes a estrecharse las manos en gesto de fraternidad.
A las 10:55 el cortejo se puso en marcha hacia la Recoleta. Sacerdotes y vecinos del barrio tomaron el ataúd y llevándolo a hombros partieron por la calle Amistad, una improvisada arteria que unía los asentamientos de la zona, seguidos por la multitud que a esa hora rondaba las 10.000 personas.
La columna salió a Salguero y caminando por ella cruzó la Av. Figueroa Alcorta para seguir hasta Libertador. Una vez allí dobló hacia el norte precedida por varios patrulleros y motocicletas de la Policía Federal y así continuó ocupando toda la avenida. Una larga hilera de vehículos la seguía detrás y cerrando la marcha, más móviles policiales.
En el cruce de Figueroa Alcorta se produjeron algunos tumultos cuando personas pertenecientes a la “Tendencia” intentaron reemplazar a quienes portaban las ofrendas.
Se vivieron momentos de tensión, con golpes, empujones e insultos y si la cosa no pasó a mayores fue porque quienes rodeaban a los exaltados se interpusieron y lograron calmar los ánimos.
El cajón con los restos del padre Mugica llega a la parroquia de San Francisco Solano (Imagen: "La Razón") |
Un
fotógrafo que se encontraba en el lugar registró las escenas pero al
percatarse de ello varias personas lo rodearon exigiéndole a los gritos
que velase el rollo. Mientras tanto, la gente entonaba cánticos y
oraciones siguiendo a un camión provisto de altoparlantes.
A
medida que el cortejo avanzaba por Libertador llovían flores desde los
edificios, lo mismo de las veredas donde se hallaban agolpadas
centenares de personas.
En los portones de la necrópolis se agolpaba otra multitud. Los padres del sacerdote asesinado esperaban allí, acompañados por sus hijos y varios familiares. Con ellos se encontraban el cardenal Aramburu, el Dr. Vicente Solano Lima, el edecán militar del presidente de la Nación, teniente coronel Alfredo Sebastián Díaz y otras personalidades.
El féretro fue seguido por la muchedumbre hasta el panteón del clero, lugar de su postrer reposo, donde monseñor Aramburu rezó el responso junto los sacerdotes tercermundistas (13:20). Por pedido expreso del canciller de la Curia Metropolitana, presbítero Arnaldo Canale, se obviaron los discursos y todo tipo de manifestación, decisión que fue avalada por la familia Mugica.
Debido a la cantidad de gente, las fuerzas de seguridad intentaron evitar que la gente de la Villa 31 ingresase al cementerio pero resultó imposible contenerla. Los sacerdotes tuvieron que formar un cordón para ordenar la circulación y eso permitió el paso, sobre todo de quienes portaban las ofrendas florales.
A las 13:25 el cajón fue ubicado en el nicho correspondiente; los presentes guardaron un minuto de silencio y acto seguido, se inició un desfile que duró varias horas. Gran número de entidades dieron a conocer su repudio, repitiendo más o menos las mismas cosas, desde la JP “Lealtad”, el Partido Popular Cristiano, el gobernador de Salta Miguel Ragone, la Universidad del Salvador, donde el sacerdote asesinado era profesor de Teología; la JP Regional 1, el Frente Estudiantil Nacional, la Organización Universitaria Peronista, la Juventud Secundaria Peronista y el Movimiento Intervillas hasta el Consejo Superior del Movimiento Nacional Justicialista, el Movimiento Villero Peronista “Leales a Perón”, la JPRA, los Movimientos Argentinos Cristianos por la Liberación Nacional, las Brigadas de la Juventud Peronista, la Juventud del Movimiento de Integración y Desarrollo, legisladores, políticos y diferentes personalidades, entre ellas el ex vicepresidente de la Nación y senador nacional Carlos Perette y el obispo de Mar del Plata, monseñor Eduardo F. Pironio.
Sobre la autoría del crimen, mucho es lo que se ha escrito y más lo que se habló. En un primer momento se señaló a los montoneros como los responsables del hecho dado que el padre Mugica se había mostrado crítico ante el uso de la violencia, pero atribuirles la culpa es un despropósito. Muchos de sus cuadros y apologistas tenían al sacerdote como referente y varios de sus cabecillas se decían discípulos suyos.
Al padre Mugica lo asesinó la Triple A. El “modus operandi” que utilizaron para asesinarlo fue el de la organización ultraderechista. Se dijo más arriba que el autor material del asesinato era un hombre de barba y bigote cuya descripción coincidía con la de Rodolfo Almirón. Y si el religioso se había mostrado crítico hacia la organización terrorista mucho más lo fue con su antagonista de derecha. Prueba de ello son las palabras que el ex militante Miguel Bonasso pone en boca de Arturo Sampay, veterano dirigente del radicalismo renovador, constituyente en 1949 y juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a poco de conocer el atentado:
En los portones de la necrópolis se agolpaba otra multitud. Los padres del sacerdote asesinado esperaban allí, acompañados por sus hijos y varios familiares. Con ellos se encontraban el cardenal Aramburu, el Dr. Vicente Solano Lima, el edecán militar del presidente de la Nación, teniente coronel Alfredo Sebastián Díaz y otras personalidades.
El féretro fue seguido por la muchedumbre hasta el panteón del clero, lugar de su postrer reposo, donde monseñor Aramburu rezó el responso junto los sacerdotes tercermundistas (13:20). Por pedido expreso del canciller de la Curia Metropolitana, presbítero Arnaldo Canale, se obviaron los discursos y todo tipo de manifestación, decisión que fue avalada por la familia Mugica.
Debido a la cantidad de gente, las fuerzas de seguridad intentaron evitar que la gente de la Villa 31 ingresase al cementerio pero resultó imposible contenerla. Los sacerdotes tuvieron que formar un cordón para ordenar la circulación y eso permitió el paso, sobre todo de quienes portaban las ofrendas florales.
A las 13:25 el cajón fue ubicado en el nicho correspondiente; los presentes guardaron un minuto de silencio y acto seguido, se inició un desfile que duró varias horas. Gran número de entidades dieron a conocer su repudio, repitiendo más o menos las mismas cosas, desde la JP “Lealtad”, el Partido Popular Cristiano, el gobernador de Salta Miguel Ragone, la Universidad del Salvador, donde el sacerdote asesinado era profesor de Teología; la JP Regional 1, el Frente Estudiantil Nacional, la Organización Universitaria Peronista, la Juventud Secundaria Peronista y el Movimiento Intervillas hasta el Consejo Superior del Movimiento Nacional Justicialista, el Movimiento Villero Peronista “Leales a Perón”, la JPRA, los Movimientos Argentinos Cristianos por la Liberación Nacional, las Brigadas de la Juventud Peronista, la Juventud del Movimiento de Integración y Desarrollo, legisladores, políticos y diferentes personalidades, entre ellas el ex vicepresidente de la Nación y senador nacional Carlos Perette y el obispo de Mar del Plata, monseñor Eduardo F. Pironio.
Sobre la autoría del crimen, mucho es lo que se ha escrito y más lo que se habló. En un primer momento se señaló a los montoneros como los responsables del hecho dado que el padre Mugica se había mostrado crítico ante el uso de la violencia, pero atribuirles la culpa es un despropósito. Muchos de sus cuadros y apologistas tenían al sacerdote como referente y varios de sus cabecillas se decían discípulos suyos.
Al padre Mugica lo asesinó la Triple A. El “modus operandi” que utilizaron para asesinarlo fue el de la organización ultraderechista. Se dijo más arriba que el autor material del asesinato era un hombre de barba y bigote cuya descripción coincidía con la de Rodolfo Almirón. Y si el religioso se había mostrado crítico hacia la organización terrorista mucho más lo fue con su antagonista de derecha. Prueba de ello son las palabras que el ex militante Miguel Bonasso pone en boca de Arturo Sampay, veterano dirigente del radicalismo renovador, constituyente en 1949 y juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a poco de conocer el atentado:
...el asesinato del padre
Mugica es la respuesta de Perón al retiro de ustedes en la Plaza. Es una
operación maquiavélica, destinada a que los militantes de la Tendencia se maten
entre sí. Demasiado inteligente para que se le haya ocurrido al animal de López
Rega4.
Más claro imposible y por provenir de semejante figura, mucho más.
Inmediatamente después de muerto el sacerdote, los sectores de derecha se apresuraron a sindicar a los montoneros como los autores del crimen. “A MUGICA LO MATÓ LA TENDENCIA” se leía en la portada de “El Caudillo”, el 27 de mayo de 1974. Allí, muy suelto de cuerpo, su columnista Enrique M. Gérez escribía en el editorial:
Inmediatamente después de muerto el sacerdote, los sectores de derecha se apresuraron a sindicar a los montoneros como los autores del crimen. “A MUGICA LO MATÓ LA TENDENCIA” se leía en la portada de “El Caudillo”, el 27 de mayo de 1974. Allí, muy suelto de cuerpo, su columnista Enrique M. Gérez escribía en el editorial:
El asesinato del compañero
Padre Carlos Mugica, es la demostración más elocuente de la desesperación que
cunde entre las filas del neoperonismo de izquierda. Las fracturas producidas
en el seno de la tendencia a través de los últimos meses, obligaron al aparato
militar montonero a demostrar –a través del asesinato- que no están dispuestos
a permitir las deserciones ni los cuestionamientos al proyecto elaborado por
Mario Firmenich. El documento emitido por los sacerdotes del Tercer Mundo un
día antes del 1º de Mayo, revela la conversión ideológica y programática de un
ala importantísima de la izquierda peronista.
Mugica estaba amenazado de
muerte por los montoneros. Y esto no lo decimos nosotros, sino que lo afirman
personas cuyo pensamiento político está diametralmente opuesto al nuestro. Este
bárbaro crimen tiene otras connotaciones. La escalada de violencia desatada
contra el Gobierno Justicialista no es improvisación. Desde antes del 25 de
mayo empezó a articularse un frente de oposición a Perón, por parte de las
organizaciones guerrilleras ultraderechistas.
En el mismo momento en que [Edgardo]
Sajón afirmaba –por orden de Lanusse- de que no había que votar a Perón porque
se apoyaba en grupos terroristas, el ERP “22 de Agosto” secuestra a García y
publica una solicitada diciendo que había que apoyar la fórmula peronista. Con
la vista gorda del “llorón de Giles” [Cámpora], los grupos de la guerrilla
hicieron lo que se les dio la gana. Pocos días antes del 1º de Mayo asesinan al
juez Quiroga para tratar de intimidar psicológicamente al Pueblo.
Ahora, aprovechando la
excusa de las deserciones, ejecutan a Mugica. Todo esto forma parte de un plan
preconcebido para sabotear el proyecto Peronista de Reconstrucción y
Liberación. Y en este plan intervienen directamente como pensadores y
protagonistas, las bandas armadas de los montoneros.
Nadie se va a tragar el
cuento de la tendencia. Nadie se va a tragar que a Mugica lo mataron porque
ofició una misa por [Alberto] Chejolán. Es un argumento demasiado pueril y
malintencionado. La demostración más evidente del repudio popular hacia la
tendencia fue la paliza que le pegaron los compañeros del Barrio Comunicaciones
[Villa 31] a Bettanin y Añón. Contra esta realidad incontrastable se estrellan
todos los argumentos de Firmenich, generosamente difundidos por “Noticias”.
La indignación del Pueblo
Peronista no la van a cambiar los comunicados. Y si no que vayan a ver lo que
quedó de la corona con el nombre de Montoner0os que quisieron poner junto al
cadáver de Mugica. O pueden preguntarle al grupito de universitarios que fueron
al velatorio con carteles de la JTP como los putearon y apedrearon. Y los que
rompieron a patadas la corona de Firmenich, golpearon a Bettanin y Añón y los
que putearon al grupito con los carteles de la JTP, son los mismos que ellos
dicen defender. Son los compañeros que alzaron la vista y comprendieron el 1º
de Mayo que la conducción estratégica del Movimiento era solo Perón y que el
proyecto montonero era una aventura alucinante de quienes reventaron a Mugica y
luego al más puro estilo gangsteril le enviaron una corona. Como queriendo
confundir y engañar.
Pero nos e dan cuenta que
estos anticuerpos del Peronismo siempre gracias a Dios, han funcionado a la
perfección. De nada valen las infamias publicadas en el pasquín de Bonasso y en
“La Opinión”, donde nos acusan
de haber amenazado a
Muguca. En este número hay cuatro páginas que demuestran la verdad. Aunque
nosotros no le rendimos cuenta a nadie.
Porque es así y porque
Perón manda5.
El
órgano oficial de la JPRA intentaba despegarse del crimen. Sin embargo,
pese a que la nota contenía muchas verdades, es cierto que en el mes de
diciembre había publicado una carta abierta contra Mugica en la que
decía:
La verdad padre que usted
no anda por la vereda buena, sino por la de enfrente. Hace tanto escombro con
las villas que uno llega a preguntarse si usted, como dice, está al servicio de
los pobres o tiene a los pobres a su servicio. Usted no parece respetar mucho
su condición de ministro de Dios. Desde que usted salió, se supone, a
enseñarles el Cristianismo a los bolches ¿los bolches se han hecho más
cristianos o usted se ha hecho más bolche?”.
“El
Caudillo” intentaba desmentir a “Noticias”, el diario montonero que
dirigía Bonasso, publicando antiguas notas e incluyendo expresiones del
sacerdote donde descalificaba a la Tendencia. Pero todo el mundo sabía
que la labor social de Mugica era una amenaza para el gobierno y los
sectores de derecha, que el movimiento tercermundista se hallaba
alineado con la izquierda y que el sacerdote había recibido amenazas, no
precisamente de Montoneros ni del ERP.
El 11 de mayo del 2014, al cumplirse 40 años del atentado, Irina Hauser publicó en “Página 12” una versión totalmente distorsionada de los hechos, endilgando la autoría a la Triple A. Su escrito carece de valor por tratarse de un relato completamente errado y apresurado.
Según el artículo, aquel fatídico día “…en la última fila apareció un hombre que desentonaba con el lugar”. Falso, el asesino se encontraba fuera, en el interior de un automóvil estacionado a metros del templo, junto a otros tres individuos. En su intento por señalar a Rodolfo Almirón como el autor material del magnicidio Hauser expresa: “Era un extraño en un barrio donde todos se conocían. Hubo vecinos y feligreses que lo describieron como una persona de facciones algo aindiadas, robusto, de pelo oscuro y bigote”.
La afirmación no concuerda con la apariencia física del ex integrante de la Triple A dado que su fisonomía era caucásica, no aindiada; Almirón podía pasar tranquilamente por español, francés o italiano.
“Cuando Mugica estaba por salir de la iglesia lo llamó, ‘padre Carlos’, e inmediatamente comenzó a dispararle. Carlos Capelli, su amigo y colaborador, quien había ido a buscarlo para ir a un asado en la Villa 31, lo vio caer sentado contra una pared, mientras él mismo se desplomaba al recibir otros balazos”. Nada de eso es cierto. Como hemos dicho, el asesino no en el interior de la iglesia, nadie escuchó que llamara al clérigo por su nombre y los disparos se efectuaron fuera, en la vereda.
El 11 de mayo del 2014, al cumplirse 40 años del atentado, Irina Hauser publicó en “Página 12” una versión totalmente distorsionada de los hechos, endilgando la autoría a la Triple A. Su escrito carece de valor por tratarse de un relato completamente errado y apresurado.
Según el artículo, aquel fatídico día “…en la última fila apareció un hombre que desentonaba con el lugar”. Falso, el asesino se encontraba fuera, en el interior de un automóvil estacionado a metros del templo, junto a otros tres individuos. En su intento por señalar a Rodolfo Almirón como el autor material del magnicidio Hauser expresa: “Era un extraño en un barrio donde todos se conocían. Hubo vecinos y feligreses que lo describieron como una persona de facciones algo aindiadas, robusto, de pelo oscuro y bigote”.
La afirmación no concuerda con la apariencia física del ex integrante de la Triple A dado que su fisonomía era caucásica, no aindiada; Almirón podía pasar tranquilamente por español, francés o italiano.
“Cuando Mugica estaba por salir de la iglesia lo llamó, ‘padre Carlos’, e inmediatamente comenzó a dispararle. Carlos Capelli, su amigo y colaborador, quien había ido a buscarlo para ir a un asado en la Villa 31, lo vio caer sentado contra una pared, mientras él mismo se desplomaba al recibir otros balazos”. Nada de eso es cierto. Como hemos dicho, el asesino no en el interior de la iglesia, nadie escuchó que llamara al clérigo por su nombre y los disparos se efectuaron fuera, en la vereda.
La falsa versión de la JPRA |
Para
rematarla, termina remarcando que la escena, “nítida”, surge de los
relatos volcados en una resolución que firmó el juez Norberto Oyarbide
el 12 de julio de 2012, en la que establece que “Rodolfo Eduardo Almirón
fue el autor inmediato del homicidio de Carlos Francisco Sergio Mugica,
en el marco del accionar delictivo de la Triple A. El texto dice que,
como el juzgado logró reunir las pruebas necesarias, decidió “declarar
la verdad de lo que aconteció, y así brindar una respuesta a los
familiares de la víctima y a la sociedad”.
Demás está decir que por tratarse de uno de los jueces más indignos y cuestionados de la historia argentina, la declaración carece de validez.
Tampoco es fiable la versión que Antonio Cafiero lanzó en el programa “Tiene la palabra”, emitido en el 2012. En esa ocasión, el controvertido político dijo el padre Mugica había dicho dos días antes de morir que iba a ser asesinado por los montoneros, pero la palabra de quien justificó los disparos del chofer de Hugo Moyano, Emilio “Madonna” Quiroz, el día del traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente (17 de octubre de 2006), tampoco es de tener en cuenta6.
En la sentencia emitida el 19 de febrero de 2016 contra los integrantes de la Triple A, Jorge Héctor Conti, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Julio José Yessi, Norberto Cozzani y Rubén Arturo Pascuzzi, la jueza María Servini de Cubría acreditó que el asesinato lo había cometido la organización, posición que comparten numerosos analista y testigos necesarios de los hechos no así los historiadores Marcelo Laraquy y Ceferino Reato, quienes han manifestado sus dudas en numerosas oportunidades. Sin embargo, fue el mismo Ricardo Capelli, herido en el ataque, quien confirmó que el autor de los disparos homicidas fue Rodolfo Almirón.
Veinte años después del magnicidio, el sábado 13 de mayo de 1994, se llevó a cabo una marcha en memoria del padre Mugica, con motivo del vigésimo aniversario de su asesinato.
Ese día, por la tarde, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo organizó una marcha desde la Villa 31 hasta el cementerio de la Recoleta, efectuando el mismo recorrido que hiciera el cortejo fúnebre en 1974.
Encabezados por clérigos y familiares, los moradores de diferentes asentamientos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires efectuaron una caminata pacífica hasta la necrópolis, avanzando en lenta procesión, sin cortar el tránsito, mientras entonaban cánticos, reflexionaban y oraban.
Como todos los años, la marcha se desarrollaba de manera normal, precedida por un enorme cartel que decía “No hablen así de mis hermanos villeros”, la célebre frase del padre Mugica. Varias imágenes de la Virgen eran transportadas a pulso destacando banderas de Bolivia, Paraguay, Uruguay, países de donde son oriundos la mayoría de los pobladores de aquellos asentamientos.
La columna se desplazaba por Av. Figueroa Alcorta cuando la movilera de “Crónica TV”, Graciela Guiñazú, reparó en la presencia del padre Jorge Vernazza quien caminaba con cierta dificultad en compañía de personas amigas. La reportera y el camarógrafo se acercaron a él (ya habían entrevistado a otro sacerdote) y la primera le hizo una serie de preguntas que el clérigo respondió amablemente. Fue allí, sin dejar de avanzar, donde aclaró las circunstancias en las que había muerto su amigo, desmintiendo las versiones de que había fallecido en sus brazos.
Cuando la procesión se acercaba a las instalaciones de ATC (Canal 7 de TV), la periodista distinguió a Mario Eduardo Firmenich y su esposa María Elpidia Martínez Agüero, quienes avanzaban entre la multitud. Sin dudarlo, se acercó a él y mientras el camarógrafo los enfocaba, le preguntó cuál era el motivo de su presencia en la marcha.
-Mario Firmenich, ¿Cuál es la razón de su presencia en esta marcha? – le preguntó.
-No voy a hacer declaraciones; no voy a hacer declaraciones –fue la respuesta.
-¿Pero por qué no? -Porque no he venido a hacer declaraciones.
-Estamos hablando no solo con usted sino con toda la gente que ha venido aquí.
-Me parece bien. Me parece bien, pero no voy a hacer declaraciones.
-¿Usted lo conoció al padre Mugica? -Ha sido mi asesor espiritual, claro.
-¿Qué es lo que rescata de él?
-Todo, muchísimas cosas...
-¿Como por ejemplo...?
-Era un ser excepcional en todo sentido.
-¿Por qué se lo mató?
-Porque era una persona excepcional, por eso lo mataron.
-¿No fueron montoneros?
-¡Eso es una infamia! –manifestó Firmenich extremadamente molesto-. ¡Por favor... Por favor...!
-¿Por qué no quiere hablar de estas cosas?
-¡No respondo infamias, eh! ¡No respondo infamias! – agregó alzando la voz.
-Fue una pregunta, yo no le estoy…
-¡¡Yo no respondo infamias Eso es una infamia, no es una pregunta. Una infamia ofensiva a una persona que ha sido mi formador personal así que, por favor, retírese. Retírese!!
-Cuénteme que es…
-¡Retírese. No le voy a responder más!
-Lo que estamos haciendo es recorrer juntos este homenaje – agregó la periodista.
Justo en ese momento, apareció Marta Mugica, hermana del padre Carlos, quien profundamente molesta le pidió a Firmenich que se retire.
-Señor, le puedo pedir un favor, yo soy la hermana de Carlos.
-Bueno… - respondió Firmenich sorprendido.
-¡Le voy a pedir que se retire porque nos está ofendiendo con su presencia!
-No, vea, señora...
-¡¡Usted es un hombre que ha hecho mucho daño al país...!! ¡¡Le pido por favor que se retire!!
-Usted es la hermana de Carlos y yo soy discípulo de Carlos...
-¡Si, no, no, discípulo no…! -respondió Marta Mugica cada vez más indignada- ¡Si fuera discípulo hubiera sido otra su historia...! ¡Por favor! ¡¡Por favor se retira!!
-¡No, no me voy a ir!
En ese preciso instante intervino el joven Diego, hijo de Marta Mugica, para increpar al líder subversivo.
-¡¡¿Discípulo de quien sos?!! ¡¡¿Discípulo de quien sos?!! ¡¡P…!! - le gritó.
Molesto, Firmenich lo miró fijamente y le preguntó en tono de amenaza:
-¡¿Qué te pasa?!
Al ver a Marta Mugica enfurecida y a su hijo intimidado, la gente se arremolinó en torno al ex dirigente y lo empezó a insultar. Y mientras lo hacía, comenzó a empujarlo con violencia hacia la avenida.
-¡¡Rajá de acá!!
-¡¡Dale, tomátelas asesino!!
-¡¡Fuera de aquí, fuera!!
En ese momento, Marta Mugica comenzó a reclamar a los gritos que se vaya y la gente se sumó a su petición.
-¡¡Qué se vaya, que se vaya!! – gritaba al unísono la gente.
Visiblemente atemorizada, la diminuta esposa de Firmenich le pidió a su marido abandonar el lugar.
Un sacerdote alto, joven y fornido, de camisa verde y tupida barba, tomó a Firmenich del brazo y con energía lo sacó fuera de la vereda pidiéndole que se retire. Para entonces varios villeros amenazaban con agredir al montonero e incluso uno de ellos amagó con hacerlo mientras quien parecía ser su esposa intentaba sujetarlo.
Demás está decir que por tratarse de uno de los jueces más indignos y cuestionados de la historia argentina, la declaración carece de validez.
Tampoco es fiable la versión que Antonio Cafiero lanzó en el programa “Tiene la palabra”, emitido en el 2012. En esa ocasión, el controvertido político dijo el padre Mugica había dicho dos días antes de morir que iba a ser asesinado por los montoneros, pero la palabra de quien justificó los disparos del chofer de Hugo Moyano, Emilio “Madonna” Quiroz, el día del traslado de los restos de Perón a la quinta de San Vicente (17 de octubre de 2006), tampoco es de tener en cuenta6.
En la sentencia emitida el 19 de febrero de 2016 contra los integrantes de la Triple A, Jorge Héctor Conti, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Julio José Yessi, Norberto Cozzani y Rubén Arturo Pascuzzi, la jueza María Servini de Cubría acreditó que el asesinato lo había cometido la organización, posición que comparten numerosos analista y testigos necesarios de los hechos no así los historiadores Marcelo Laraquy y Ceferino Reato, quienes han manifestado sus dudas en numerosas oportunidades. Sin embargo, fue el mismo Ricardo Capelli, herido en el ataque, quien confirmó que el autor de los disparos homicidas fue Rodolfo Almirón.
Veinte años después del magnicidio, el sábado 13 de mayo de 1994, se llevó a cabo una marcha en memoria del padre Mugica, con motivo del vigésimo aniversario de su asesinato.
Ese día, por la tarde, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo organizó una marcha desde la Villa 31 hasta el cementerio de la Recoleta, efectuando el mismo recorrido que hiciera el cortejo fúnebre en 1974.
Encabezados por clérigos y familiares, los moradores de diferentes asentamientos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires efectuaron una caminata pacífica hasta la necrópolis, avanzando en lenta procesión, sin cortar el tránsito, mientras entonaban cánticos, reflexionaban y oraban.
Como todos los años, la marcha se desarrollaba de manera normal, precedida por un enorme cartel que decía “No hablen así de mis hermanos villeros”, la célebre frase del padre Mugica. Varias imágenes de la Virgen eran transportadas a pulso destacando banderas de Bolivia, Paraguay, Uruguay, países de donde son oriundos la mayoría de los pobladores de aquellos asentamientos.
La columna se desplazaba por Av. Figueroa Alcorta cuando la movilera de “Crónica TV”, Graciela Guiñazú, reparó en la presencia del padre Jorge Vernazza quien caminaba con cierta dificultad en compañía de personas amigas. La reportera y el camarógrafo se acercaron a él (ya habían entrevistado a otro sacerdote) y la primera le hizo una serie de preguntas que el clérigo respondió amablemente. Fue allí, sin dejar de avanzar, donde aclaró las circunstancias en las que había muerto su amigo, desmintiendo las versiones de que había fallecido en sus brazos.
Cuando la procesión se acercaba a las instalaciones de ATC (Canal 7 de TV), la periodista distinguió a Mario Eduardo Firmenich y su esposa María Elpidia Martínez Agüero, quienes avanzaban entre la multitud. Sin dudarlo, se acercó a él y mientras el camarógrafo los enfocaba, le preguntó cuál era el motivo de su presencia en la marcha.
-Mario Firmenich, ¿Cuál es la razón de su presencia en esta marcha? – le preguntó.
-No voy a hacer declaraciones; no voy a hacer declaraciones –fue la respuesta.
-¿Pero por qué no? -Porque no he venido a hacer declaraciones.
-Estamos hablando no solo con usted sino con toda la gente que ha venido aquí.
-Me parece bien. Me parece bien, pero no voy a hacer declaraciones.
-¿Usted lo conoció al padre Mugica? -Ha sido mi asesor espiritual, claro.
-¿Qué es lo que rescata de él?
-Todo, muchísimas cosas...
-¿Como por ejemplo...?
-Era un ser excepcional en todo sentido.
-¿Por qué se lo mató?
-Porque era una persona excepcional, por eso lo mataron.
-¿No fueron montoneros?
-¡Eso es una infamia! –manifestó Firmenich extremadamente molesto-. ¡Por favor... Por favor...!
-¿Por qué no quiere hablar de estas cosas?
-¡No respondo infamias, eh! ¡No respondo infamias! – agregó alzando la voz.
-Fue una pregunta, yo no le estoy…
-¡¡Yo no respondo infamias Eso es una infamia, no es una pregunta. Una infamia ofensiva a una persona que ha sido mi formador personal así que, por favor, retírese. Retírese!!
-Cuénteme que es…
-¡Retírese. No le voy a responder más!
-Lo que estamos haciendo es recorrer juntos este homenaje – agregó la periodista.
Justo en ese momento, apareció Marta Mugica, hermana del padre Carlos, quien profundamente molesta le pidió a Firmenich que se retire.
-Señor, le puedo pedir un favor, yo soy la hermana de Carlos.
-Bueno… - respondió Firmenich sorprendido.
-¡Le voy a pedir que se retire porque nos está ofendiendo con su presencia!
-No, vea, señora...
-¡¡Usted es un hombre que ha hecho mucho daño al país...!! ¡¡Le pido por favor que se retire!!
-Usted es la hermana de Carlos y yo soy discípulo de Carlos...
-¡Si, no, no, discípulo no…! -respondió Marta Mugica cada vez más indignada- ¡Si fuera discípulo hubiera sido otra su historia...! ¡Por favor! ¡¡Por favor se retira!!
-¡No, no me voy a ir!
En ese preciso instante intervino el joven Diego, hijo de Marta Mugica, para increpar al líder subversivo.
-¡¡¿Discípulo de quien sos?!! ¡¡¿Discípulo de quien sos?!! ¡¡P…!! - le gritó.
Molesto, Firmenich lo miró fijamente y le preguntó en tono de amenaza:
-¡¿Qué te pasa?!
Al ver a Marta Mugica enfurecida y a su hijo intimidado, la gente se arremolinó en torno al ex dirigente y lo empezó a insultar. Y mientras lo hacía, comenzó a empujarlo con violencia hacia la avenida.
-¡¡Rajá de acá!!
-¡¡Dale, tomátelas asesino!!
-¡¡Fuera de aquí, fuera!!
En ese momento, Marta Mugica comenzó a reclamar a los gritos que se vaya y la gente se sumó a su petición.
-¡¡Qué se vaya, que se vaya!! – gritaba al unísono la gente.
Visiblemente atemorizada, la diminuta esposa de Firmenich le pidió a su marido abandonar el lugar.
Un sacerdote alto, joven y fornido, de camisa verde y tupida barba, tomó a Firmenich del brazo y con energía lo sacó fuera de la vereda pidiéndole que se retire. Para entonces varios villeros amenazaban con agredir al montonero e incluso uno de ellos amagó con hacerlo mientras quien parecía ser su esposa intentaba sujetarlo.
Firmenich y su esposa huyen de la gente que quiso agredirlos durante la marcha anual en memoria del padre Mugica el 13 de mayo de 1994 La mayoría eran villeros que no deseaban su presencia |
El
matrimonio Firmenich tuvo que cruzar Figueroa Alcorta a la carrera para
evitar una golpiza mientras era insultado e increpado por la procesión.
Una vez más el pueblo llano al que la organización terrorista decía
representar, demostraba que no tenía nada que ver con ella.
A
la debutante Graciela Giñazú le salió la nota de su vida mientras los
Firmenich corrían por la avenida esquivando los autos, se acercó a Marta
Mugica y le solicitó una opinión de lo sucedido. Fue entonces que la
mujer pronunció aquella frase que parece despegar a la organización y la
Tendencia del atentado que le costó la vida a su hermano.
-Señora –preguntó la movilera-, ¿por qué usted no quiere [que Firmenich] esté acá?
-Yo no quiero que está acá –dijo Marta Mugica tomando el micrófono con sus manos- Primero, yo no sé si fueron los montoneros o fue la Triple A. Sé que las mismas ganas [le] tenían [ambos]… ese grupo, esa fracción, porque [en] los montoneros…, podemos hablar de los montoneros, hubo de todo, pero por sobre todo, el señor Firmenich creo que es un asesino que dejó morir a sus compañeros. Un hombre que lo único que hizo fue confundir. Y no puede estar diciendo que fue discípulo del padre Mugica, porque si él fuera el discípulo del padre Mugica no estaría vivo. No estaría acá ni estaría haciendo las cosas que está haciendo.
Y ante una nueva requisitoria agregó:
-Yo creo que Carlos fue un discípulo del Evangelio y un sacerdote consagrado al pueblo, a su historia. Al pueblo que a él le tocó vivir y en el momento que le tocó vivir. Un hombre que dio la vida de frente. Que se entregó a los más pobres, que desafió a los poderosos y por eso terminó como terminó. Creo que él siguió el camino de Jesús. A Carlos lo mataron los que estaban en contra del Evangelio, en contra de los pobres y en contra de Jesús.
Durante mucho tiempo la gente se acercaba en la calle para felicitar a Marta Mugica por la manera en la que se había enfrentado a Firmenich. “Mi familia casi me mata por ese episodio, pero fue visceral. ¡Me salió del alma!”, le manifestó durante un reportaje a Magdalena Ruiz Guiñazú.
El 9 de octubre de 1999 los restos de Carlos Mugica fueron depositados en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31, donde descansan hasta el día de hoy. El traslado fue sugerido por el Equipo de Sacerdotes para las Villas de la Arquidiócesis de Buenos Aires y estuvo encabezado por el entonces arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Mario Bergoglio, quien se encargó de los trámites civiles y eclesiásticos.
El cajón volvió a ser llevado a puso desde la Recoleta hasta el asentamiento de Retiro para ser depositado en un nicho especialmente construido para ese fin el cual puede ser visitado sin necesidad de ingresar al pequeño templo. El sacerdote de clase alta regresó al lugar donde había desarrollado su apostolado, mostrando su inusitado celo como “cura villero”.
-Señora –preguntó la movilera-, ¿por qué usted no quiere [que Firmenich] esté acá?
-Yo no quiero que está acá –dijo Marta Mugica tomando el micrófono con sus manos- Primero, yo no sé si fueron los montoneros o fue la Triple A. Sé que las mismas ganas [le] tenían [ambos]… ese grupo, esa fracción, porque [en] los montoneros…, podemos hablar de los montoneros, hubo de todo, pero por sobre todo, el señor Firmenich creo que es un asesino que dejó morir a sus compañeros. Un hombre que lo único que hizo fue confundir. Y no puede estar diciendo que fue discípulo del padre Mugica, porque si él fuera el discípulo del padre Mugica no estaría vivo. No estaría acá ni estaría haciendo las cosas que está haciendo.
Y ante una nueva requisitoria agregó:
-Yo creo que Carlos fue un discípulo del Evangelio y un sacerdote consagrado al pueblo, a su historia. Al pueblo que a él le tocó vivir y en el momento que le tocó vivir. Un hombre que dio la vida de frente. Que se entregó a los más pobres, que desafió a los poderosos y por eso terminó como terminó. Creo que él siguió el camino de Jesús. A Carlos lo mataron los que estaban en contra del Evangelio, en contra de los pobres y en contra de Jesús.
Durante mucho tiempo la gente se acercaba en la calle para felicitar a Marta Mugica por la manera en la que se había enfrentado a Firmenich. “Mi familia casi me mata por ese episodio, pero fue visceral. ¡Me salió del alma!”, le manifestó durante un reportaje a Magdalena Ruiz Guiñazú.
El 9 de octubre de 1999 los restos de Carlos Mugica fueron depositados en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31, donde descansan hasta el día de hoy. El traslado fue sugerido por el Equipo de Sacerdotes para las Villas de la Arquidiócesis de Buenos Aires y estuvo encabezado por el entonces arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Mario Bergoglio, quien se encargó de los trámites civiles y eclesiásticos.
El cajón volvió a ser llevado a puso desde la Recoleta hasta el asentamiento de Retiro para ser depositado en un nicho especialmente construido para ese fin el cual puede ser visitado sin necesidad de ingresar al pequeño templo. El sacerdote de clase alta regresó al lugar donde había desarrollado su apostolado, mostrando su inusitado celo como “cura villero”.
Imágenes
Villa Insuperable, partido de La Matanza.
La flecha señala el lugar donde cayó muerto el sargento Torres (Imagen: La Razón") |
Unidad Básica "Eva Perón" del barrio de Flores (Rivera Indarte 925). En su primer piso fue asesinado Carlos Castelacci (Imagen: "La Razón") |
Los fieles aguardan en San Francisco Solano la llegada de los restos (Imagen: "La Razón") |
El padre Jorge Vernazza oficia la misa en San Francisco Solano (Imagen: "La Razón") |
Los restos del padre Mugica son velado en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31 (Imagen: Revista "Así") |
La gente se agrupa frente a la capilla Cristo Obrero la mañana del 13 de mayo |
Sacerdotes tercermundistas transportan el féretro por la calle Amistad a través de la Villa Comunicaciones (Nº 31) |
La multitud avanza por la Av. Libertador hacia el cementerio de La Recoleta (Imagen: "La Razón") |
Llegan a la Recoleta los padres del sacerdote. Junto a ellos monseñor Antonio Caggiano, arzobispo de Buenos Aires (Imagen: "La Razón") |
La muchedumbre se agolpa en la entrada de la necrópolis (Imagen: "La Razón") |
Tres sacerdotes encabezan la procesión (Imagen: "La Razón") |
El padre Mugica asiste a un acto en memoria de Eva Perón |
Transitando la Villa 31 de Retiro |
Parroquia San Francisco Solano de Villa Luro Lugar donde el padre Mugica fue asesinado |
Portada de "Primera Plana" |
En 1999 los restos del padre Mugica fueron trasladados a la capilla Cristo Obrero de la Villa 31 donde yacen enterrados |
Capilla Cristo Obrero en la Villa 31 y sepulcro del padre Mugica |
13/01/94. Secuencia de la expulsión de Firmenich de la procesión del padre Mugica La periodista Graciela Guiñazú sigue al padre Jorge Vernazza durante la marcha |
Graciela Giñazú detecta a Mario Firmenich y su esposa en la procesión |
Firmenich se ofusca cuando se le pregunta si fueron los montoneros quienes asesinaron a Mugica |
Aparece Marta Mugica, hermana del padre Carlos y le exige a Firmenich que se retire de la marcha "¡Nos está ofendiendo con su presencia!" |
Firmenich insiste en quedarse pero Marta Mugica lo expulsa |
Diego, hijo de Marta Mugica, acaba de increpar a Firmenich. María Martínez Agüero quiere abandonar la procesión |
Un sacerdote toma del brazo al líder montonero y lo obliga a retirarse. La gente se abalanza sobre el matrimonio |
Firmenich es agredido. El pueblo llano vuelve a demostrarle que nunca comulgó con sus ideas y métodos. Montoneros jamás lo representó |
Los Firmenich huyen a la carrera por Av. Figueroa Alcorta. Todavía nerviosa Marta Mugica explica por qué no deseaba la presencia del subversivo en la marcha (Imágenes: "Crónica TV Informa") |
1 El occiso era casado y padre de dos adolescentes de 17 y 18 años de edad. La unidad básica ya había sufrido ataques.
2 El asentamiento era conocido entonces como Villa Comunicaciones.
3 Carmen Echagüe era descendiente directa del general Pascual Echagüe, militar y político nacido en Santa Fe el 16 de mayo de 1797, gobernador de esa provincia y de la de Entre Ríos en tiempos de Rosas, ministro de Guerra y Marina de la Confederación Argentina durante las gestiones de Justo José de Urquiza y Santiago Derqui. A fines de 1839 comandó la invasión a la Banda Oriental que tras una serie de triunfos iniciales fue derrotada en Cagancha, cerca de Montevideo. Pertenecían también a esta familia Gregorio de Echagüe y Maciel que en 1819 fue Teniente de Gobernador del Partido de Quillota en Chile y Pedro Antonio Echagüe, gobernador de Santa Fe entre 1906 y 1910. A través de los Echagüe y Andía Maciel, la familia remonta sus orígenes a los tiempos de la conquista. El Dr. Adolfo Mugica (h) abogado e ingeniero civil se había desempeñado como diputado nacional entre 1938 y 1942 y como ministro de Relaciones Exteriores y Culto en 1961.Había sido intendente municipal interino de la ciudad de Buenos Aires en 1931 y secretario de Obras Públicas de la Municipalidad porteña durante el gobierno del general José Félix Uriburu. Era hijo de Adolfo Mugica, ministro de Agricultura durante la presidencia de Roque Sáenz Peña y de Juana Elizalde
4 Miguel Bonasso, El presidente que no fue. Los archivos ocultos del peronismo. Buenos Aires: Editorial Planeta, 1997, p. 603.
5 “El Caudillo” Nº 27, 27 de mayo de 1974.
6 Ese día, finalizados los terribles incidentes que tuvieron lugar en el predio, luego de que Emilio Quiroz desenfundara su arma y disparara a mansalva contra la multitud, Cafiero dijo, ante la requisitoria de un periodista “¿Mató a alguien? ¿Mató a alguien?” y cuando la respuesta fue “no”, agregó “Entonces no hagan tanto escándalo”. Esos son los políticos que gobernaron la Argentina desde 1974 al día de hoy.