sábado, 3 de agosto de 2019

PINO DEL AGUA


Mientras el Che y sus hombres combatían en El Hombrito, Fidel Castro atacó un cuartel del ejército en Las Cuevas, una acción que el primero calificó como mucho más reñida e importante que la que acababa de dirigir, siempre intentando poner la imagen de su admirado jefe por encima de la suya.
Habían sido un ataque directo sobre “…un campamento con cierta preparación defensiva…”1, que si bien no logró su aniquilamiento, provocó numerosas bajas y forzó a las tropas regulares a abandonar el lugar.
Durante el combate, el negro Félix Pilón (el héroe de la jornada), llegó hasta una choza donde había apilados, unos “tubos raros con unas cajitas al lado”. El guerrillero estaba herido en una pierna y por eso se retiró, sin dar demasiada importancia, al hallazgo, ignorando que acababa de desperdiciar una partida de bazookas con su correspondiente carga de proyectiles, que hubiese brindado a la guerrilla armas capaces de provocar graves daños a las fortificaciones enemigas.
Sea como fuere, con o sin bazookas, la acción de Fidel fue, efectivamente, una victoria mucho más significativa que la obtenida por el Che en El Hombrito aunque a un costo bastante más elevado ya que durante el ataque, cayeron para siempre combatientes de experiencia como Juventino Alarcón, de Manzanillo, uno de los primeros campesinos en incorporarse al ejército rebelde, Yayo Castillo, Pastor Palomares y Rigoberto Oliva, joven recluta, hijo de un teniente del ejército regular2.



En lo que al Che respecta, inmediatamente después del combate, procedió a ascender a aquellos hombres que se habían destacado en la lucha, uno de ellos Alfonso Zayas y una vez finalizada la ceremonia, emprendió el regreso a lo más profundo de la sierra, intentando reunirse lo antes posible con Fidel.
En los días que siguieron, la Columna 4 sufrió algunas deserciones pero lo peor tuvo lugar durante el avance hacia Pino del Agua cuando Roberto Rodríguez, un joven combatiente díscolo e indisciplinado a quien el Che mandó a desarmar por insubordinación, le arrebató la pistola a un compañero y se suicidó frente a toda la tropa.
Los testigos de aquella escena quedaron pasmados, entre ellos el propio Che, que intentando, una vez más imponer las reglas del juego, prohibió se le hicieran honores durante el funeral por considerar que la muerte por mano propia era algo deshonroso para un guerrillero.
El hecho estuvo a punto de provocar un motín porque eran muchos los que creían que el muchacho merecía las honras y eso llevó al comandante argentino a endurecer aún más su actitud, conformando un tribunal especial al frente del cual puso a un muchacho de apenas 15 años, recientemente incorporado a la lucha.
Jon Lee Anderson, de quien extraemos estas referencias, pone en boca de Enrique Acevedo, el muchacho en cuestión, la descripción de aquel nuevo organismo, una suerte de policía militar que debía velar por que las leyes se cumplieran, cuidando que los cuadros hablasen en voz baja, que no se encendieran fogatas antes del anochecer, que hubiera siempre agua junto a ellas para apagarlas en caso de necesidad, impedir que se lleven diarios personales y recorrer las posiciones constantemente para corroborar que todo estuviera en orden3.
Durante la marcha hacia el interior de la sierra, llegaron a oídos de los combatientes, siniestras versiones de ejecuciones y muertes.
Al parecer, enfurecido por su derrota en El Hombrito, el coronel Merob Sosa, un individuo tan siniestro como Sánchez Mosquera y Casillas, se la tomó con los campesinos, fusilando a cuatro de ellos y ahorcando posteriormente a otros seis, a quienes saqueó sus propiedades para luego incendiarlas. Los acusaba de haber brindado información a los guerrilleros y de no advertir su presencia al comando. Como contrapartida, un parte del ejército dio cuenta de que sus tropas habían sufrido la muerte de al menos cinco hombres y que varios más resultaron heridos, novedad que quedó confirmada, días después, cuando las fuerzas regulares se retiraron definitivamente el área.
Batista abandonaba la Sierra y salvo alguna que otra intentona del coronel Sánchez Mosquera, el más bravo, el más asesino y uno de los más ladrones de todos los jefes militares que tenía Batista4, nunca la volvería a recuperar.
Una evaluación posterior, efectuada por el estado mayor guerrillero, permitió determinar que la táctica de tirar a matar a las vanguardias gubernamentales parecía haber dado resultados ya que había producido motines y deserciones que acabaron por alejar el peligro de la zona.
Durante su avance por las cada vez más escarpadas y frondosas laderas de la Sierra, los guerrilleros se enteraron del alzamiento de Cienfuegos.
Como consecuencia de ello, el dirigente Justo Carrillo, antiguo ministro de Prío Socarrás y conocido opositor a Batista (incluso había llegado a establecer contacto con gente del M-26), acusó Fidel Castro de haber instigado la insurrección en su propio beneficio, para sacarse de encima potenciales rivales.
Nadie pareció darle importancia a aquella imputación en el ejército rebelde, mucho menos su máximo comandante que confiado como estaba de su creciente popularidad, le restó importancia al asunto. Quien sí tuvo problemas, a decir de Jon Lee Anderson, fue el propio Batista, cuando los norteamericanos censuraron su proceder por haber reprimido al pueblo con armas que se le habían entregado para la defensa del hemisferio.
El dictador no supo brindar las explicaciones del caso, mucho menos sus asesores militares y eso terminó por agravar la situación pues el Pentágono comenzó a estudiar la posibilidad de suspender nuevos envíos5.
El embajador Earl T. Smith, tenáz
 opositor a la política de Batista
Las primeras señales de distanciamiento entre Estados Unidos y el régimen cubano comenzaron a percibirse a mediados de ese año, cuando funcionarios de distintas áreas del Departamento de Estado, comenzaron a evaluar la posibilidad de retirar el apoyo a quien hasta entonces había sido uno de sus más sumisos aliados, preocupados por la suerte que podrían correr las inversiones y los intereses de sus connacionales en la isla. En Washington eran consientes del progresivo descontento popular y de la creciente fuerza guerrillera y eso decidió el envío de un nuevo embajador.
La elección recayó en Earl T. Smith, quien lo primero que hizo fue organizar una visita oficial para conocer su nuevo destino y evaluar la posición a adoptaba con respecto a la política represiva del régimen. Lo que vio, no le gustó nada, de ahí su aproximación a la posición del subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Roy Rubottom, que compartía con el recién asumido titular de la Oficina del Caribe, William Wieland, el especialista de la CIA en asuntos cubanos, Joseph Caldwell King y los agentes de la Central de Inteligencia en la isla, quienes rivalizaban en ese aspecto con los altos mandos de la misión militar estadounidense, estrechamente vinculados a las fuerzas armadas locales, en especial la BRAC (Buró de Represión de Actividades Comunista), la división secreta de la policía Batistiana6.
Aquella postura le valió al nuevo embajador duras críticas por parte de los sectores más comprometidos del régimen cubano y del ala dura del Partido Republicano, es decir, los ultraconservadores más acérrimos, sobretodo después de su viaje a Santiago de Cuba, donde, después de presenciar una brutal represión policial contra una manifestación de mujeres, depositó una ofrenda floral en la tumba de Frank País7.
Como asegura Anderson, por aquellos días y aún antes del asesinato de País, la CIA comenzó a buscar contactos con el M-26 a través de sus agentes en La Habana y Santiago, intentando un acercamiento8.


El 10 de septiembre de 1957 el ejército rebelde llegó a Pino del Agua, un poblado pequeño, entre dos aserraderos, que por entonces administraba por un ciudadano de origen español.
Por orden de Fidel, la tropa ocupó el caserío y como primera medida, hizo saber a sus pobladores la ruta a seguir, seguro de que alguno de ellos acudiría al ejército para pasarle la información. Poco después, la columna reanudó la marcha, simulando tomar la ruta de Santiago pero unos kilómetros más adelante, se dividió en dos; la sección encabezada por Castro continuó bajando hacia el este en tanto la del Che efectuó un rodeo para montar una emboscada, sobre una loma que dominaba el camino principal que unía Yao con Pico Verde. Se esperaba que una columna motorizada pasase por ahí y eso les permitiese capturar algunos de sus vehículos, además de armas y víveres. La sección llegó a la posición en horas de la noche y allí aguardó una semana, en espera de su presa.
El Che distribuyó a sus hombres de tal manera, que todos los caminos quedasen cubiertos, colocando a quienes se hallaban armados con escopetas en el que conducía a Pico Verde, encomendándoles expresamente estar atentos para dar la alarma y mantener despejados los accesos pues era por allí, por donde pensaban retirarse.
A Efigenio Ameijeiras lo ubicó en la retaguardia, al pelotón de Lalo Sardiñas en un sector denominado El Zapato, vigilando los caminos madereros que terminaban en el río Peladero, Ciro Redondo bloquearía el paso que unía El Uvero con Pino del Agua y él se posicionaría en la parte lateral de la huella que conducía a Guisa, enfrentando a la columna motorizada que avanzaría de frente.
Esperaron una semana, según se ha dicho, mientras un viejo campesino de apellido Tamayo iba y venía desde el pueblo trayendo provisiones.
Al séptimo día, cerca de las 12.00, se desató sobre la región un violento aguacero que empapó hasta los huesos a los combatientes. Era otro característico temporal tropical, intenso pero de corta duración, que no entorpeció en absoluto el dispositivo.
El lugar escogido para montar la emboscada, estaba situado sobre un farallón, en pleno monte y eso permitía el avistaje de los vehículos desde muy larga distancia, de ahí que cuando alguien se acercó hasta el puesto de mando9 para avisar que el enemigo se aproximaba, fue muy fácil detectarlo, primero, por el sonido de sus motores, al trepar las pronunciadas pendientes y luego al mostratse a la vista de los guerrilleros, mientras se desplazaba dificultosamente por el camino.
Los hombres de Ignacio Pérez, apostados en la elevación que dominaba la curva, tomaron sus armas y apuntaron, lo mismo el pelotón de Raúl Castro Mercader, ubicado al otro lado de la calzada.
El Che se desplazó hasta la primera línea y ahí se encontraba cuando el encargado de la ametralladora Thompson abrió fuego.
Al recibir las primeras descargas, el camión que encabezaba la columna giró hacia la izquierda y los soldados que viajaban en él saltaron a tierra para perderse tras el farallón, sin dejar de accionar sus armas.
Al hacerlo, mataron a Juan de la Cruz, el otro poeta de la fuerza guerrillera, acabando, de esa manera, con uno de los hombres más apreciados por la tropa.
Ciro Redondo

La hilera de vehículos se detuvo en seco al ver que el primer camión bloqueaba parte del camino. Tiroteada desde ambos lados, sus ocupantes también saltaron fuera e intentaron cubrirse, respondiendo la agresión.
En esos momentos llegó corriendo el Che, notando con sorpresa, que muchos de sus hombres comenzaban a retirarse. Cuando le preguntó a Arquímedes Fonseca que era lo que ocurría este, que había sufrido una herida en la mano por detenerse a recoger un fusil ametralladora abandonado por un compañero, le dijo que alguien había dado la orden de replegarse y que por esa razón se producía el desbande. Fue necesario redoblar esfuerzos para impartir la contraorden y forzar a aquella gente a regresar al combate.
El Che mandó pedir refuerzos a Lalo Sardiñas y Efigenio Ameijeiras e incentivado por un joven recluta apodado “Tatín”, se lanzó de manera inconciente al ataque, herido en lo más íntimo por el coraje fuera de prueba de aquel muchacho valeroso.

-¡¡Ahí está, debajo del camión, vamos, vamos que aquí se ven los machos!! – gritó Tatín.

Se refería a un soldado parapetado bajo el primer vehículo, que batía el sector con su ametralladora impidiendo a los guerrilleros asomar sus cabezas.

Me llené de coraje, ofendido en lo más íntimo por esta manifestación que presumía una duda, pero cuando tratamos de acercamos al anónimo combatiente enemigo que disparaba con su fusil automático desde bajo el camión, tuvimos que reconocer que el precio de demostrar nuestra guapería iba a ser demasiado caro; ni mi impugnador ni yo pasamos el examen. El soldado se retiró con su fusil ametralladora arrastrándose y se salvó de caer prisionero o muerto10.

El Che se dio cuenta que aquellos cinco camiones transportaban a toda una compañía, por lo que esperaba un enfrentamiento duro y prolongado, pero la llegada de los refuerzos y la firme resistencia del pelotón de Antonio López, lograron doblegar la resistencia y poner en fuga al grueso de los soldados.
López alcanzó su propósito al impedir la fuga por su sector, después de iniciado el combate, forzando a los hombres del tercer camión a mantenerse aferrados al terreno.
La llegada de Lalo y Efigenio puso fin a la lucha; la mayoría de los soldados se dieron a la fuga, corriendo camino abajo para trepar a los dos últimos camiones de la columna y alejarse velozmente, dejando detrás compañeros, armas y pertrechos.
El enfrentamiento había finalizado con una nueva victoria del Che.
Al aproximarse al primer vehículo, los guerrilleros descubrieron los cadáveres de dos soldados y a un tercer hombre que agonizaba.
El Che inspeccionaba el segundo rodado acompañado por algunos de sus sobordinados, cuando un estampido aislado lo hizo sobresaltar. Uno de sus reclutas había rematado de un disparo al soldado herido.
El comandante argentino corrió presurosamente y una vez en el lugar recriminó duramente al combatiente. Se trataba de un hombre joven que había perdido a su familia a manos del ejército y ardía en deseos de venganza pero de acuerdo a las normas del Che, eso no era motivo para actuar de manera tan brutal con un hombre que no se podía defender.
En esas estaban ambos, cuando debajo de unas mantas emergió una voz pidiendo clemencia. Los hombres que rodeaban al Che apuntaron con sus armas en esa dirección y cuando alguien descorrió los cobertores, vieron aparecer a un sujeto que presentaba un tiro en la pierna.

-¡No me maten, por favor! – dijo estirando su mano.

Lo sacaron allí; el Che le revisó la herida y luego ordenó que lo sentasen a un costado del camino.

-¡¡No me mate, no me mate. El Che dice que no se mata a los prisioneros!! – exclamaba el pobre individuo cada vez que un guerrillero pasaba a su lado11.

Mientras aún resonaban algunos estampidos en los alrededores, el Che ordenó confiscar el armamento y prender fuego a los camiones. Fueron requisados un fusil ametralladora Browning, seis Garand y un trípode con sus respectivas municiones.
El comandante guerrillero hizo ahí mismo el reparto, entregando la Browning al teniente Antonio López, los Garand a Joel Iglesias, al soldado Alejandro Oñate Cañete, a Fernando Virelles, un expedicionario del malogrado “Corynthia” que se les había unido en días anteriores y a tres combatientes más, todos en mérito a su actuación en tanto el trípode con carga de prooyectiles quedó para Arquímedes Fonseca, aquel que había sido herido al recoger la ametralladora abandonada por un compañero.
Surgió entonces un entredicho con Efigenio, jefe de los refuerzos enviados por Fidel, quien reclamó para sí uno de los Garand, argumentando que se lo había ganado merecidamente por el apoyo que había prestado durante las acciones. Desoyendo tales argumentos, el Che se lo reservó para su gente.
Mientras las columnas de humo se elevaban hacia el cielo desde los vehículos incendiados, la tropa guerrillera partió hacia Peladero, intentando mimetizarse en la espesura para evitar ser detectada por los aviones de exploración que comenzaron a sobrevolar el área.
Antes de iniciar la marcha, el Che despachó mensajeros para notificar a Fidel sobre el combate que había tenido lugar y a Ciro Redondo, para que evacuase su posición (no había llegado a entrar en combate). Estaba ansioso por reencontrarse con su colega cubano y referirle las incidencias del enfrentamiento.
Nuevamente en camino, se escucharon varias detonaciones que pusieron a todo el grupo en estado de alerta. Se supo después que algunos de los escopeteros de la vanguardia, habían descubierto a un soldado cuando huía mimetizado entre el follaje y al no responder la voz de alto, le tiraron. Y si bien no alcanzaron a pegarle, fue suficiente para que en plena huida, el individuo arrojase a un lado su arma y desapareciera en la espesura a gran velocidad.
La Columna 4 se alejó hacia Peladero, dejando arás el campo de batalla y mucho más allá a un ejército derrotado que hizo correr la noticia del enfrentamiento, magnificada y tergiversada por el periodismo adicto. Fue a partir de ese momento que comenzó a hablarse de un agente comunista internacional que combatía en las filas guerrilleras.
Nacía el mito del Che12.

Notas
1 Ernesto Che Guevara, op. cit, p. 132.
2 Ídem, pp. 131-132.
3 Jon Lee Anderson, op. cit, p. 269.
4 Ernesto Che Guevara, op. cit. p. 133.
5 Jon Lee Anderson, op. cit, p. 271.
6 Ver al respecto: Jon Lee Anderson, op. cit, pp. 262-265.
7 Uno de ellos el controvertido Spruille Braden, antiguo representante diplomático en Cuba, el mismo que intentó contrarrestar el creciente poder de Perón entre 1955 y 1956, quien acusó a Castro de “compañero de viaje de los comunistas”.
8 Se llegó a insinuar, en un momento, que el propio País actuó como enlace entre los militares conspiradores de Cienfuegos y representantes de las fuerzas armadas estadounidenses. Ver al respecto: Jon Lee Anderson, páginas citadas.
9 El puesto de mando solía estar ubicado donde se preparaba la comida.
10 Ernesto Che Guevara, op. Cit, p. 166.
11 Finalizado el combate, el soldado fue llevado hasta uno de los aserraderos y tras practicarle las primeras curas, lo dejaron allí para ser devuelto.
12 Froilán González y Félix Guerra, Che, sierra dentro, La Habána, Ediciones Política, 1988, p. 190.