sábado, 3 de agosto de 2019

ANEXO XVII. OPERACIÓN BUITRE

La situación argentina en la primera semana de junio era en extremo crítica y amenazaba tornarse desesperante. No habiéndose logrado nunca el dominio del mar, perdida la supremacía aérea, neutralizadas las fuerzas apostadas en la Gran Malvina y con el puente aéreo a punto de colapsar, el tan temido desenlace era cuestión de tiempo.
Carentes de helicópteros, los argentinos ya no tenían manera de reforzar sus posiciones y mucho menos abastecerlas. Para peor, bloqueados económicamente y aislados en el terreno diplomático como se hallaban, sus posibilidades de reponer sus reservas eran nulas, de ahí los desesperados intentos del general Menéndez por hacerle entender a la Junta que la situación estaba perdida.
Lo que ignoraban en Buenos Aires, era que los británicos también se encontraban en serios aprietos. Sus pérdidas en el mar habían sido mayores de las calculadas, la resistencia con la que se toparon más dura de la esperada y pese al apoyo proveniente de Estados Unidos, las fuerzas de la OTAN, la CEE y las naciones del Commonwealth, se hallaban a horas de agotar su arsenal y sus provisiones.

Los combates habían durado más de la cuenta, el combustible se estaba terminando y apenas quedaban municiones y suministros para dos o tres días. No por nada el general Moore diría una vez finalizada la guerra, que de haberse prolongado las acciones 24 o 48 horas más, o si se hubiera llevado a cabo un contraataque argentino en esos momentos, la situación de las fuerzas a su mando se hubiera visto en extremo comprometida. “…nos hubieran hecho gastar el total de nuestras municiones para continuar adelante y hubiese habido un estancamiento en el frente hasta la llegada de refuerzos”.
Ignorando ese estado de cosas, el alto mando argentino ideó una operación destinada a frenar el avance enemigo y forzarlo a distraer medios para contrarrestarlo.
En vista de ello, se planificó una misión de alto riesgo que incluiría medios navales, aéreos y terrestres, con la participación de comandos, paracaidistas y fuerzas especiales de las tres armas.
La idea consistía en helitransportar esas fuerzas hasta la isla de los Lobos Marinos y una vez allí, recogerlas en unidades navales para aproximarlas lo más posible a los objetivos. De esa manera, se intentaría establecer un segundo frente destinado a golpear al enemigo por la retaguardia y obligarlo a debilitar sus líneas en el frente.
Trabajando con celeridad, se planearon golpes de mano y acciones relámpago tanto en San Carlos como en el istmo Darwin-Prado del Ganso y Fitz Roy, incluyendo el lanzamiento de paracaidistas y el desembarco de comandos anfibios, con el fin de rodear a las unidades británicas en las alturas próximas a Puerto Argentino y aislarlas del grueso de sus tropas.
Para llevar a cabo la operación fueron seleccionados en Río Gallegos entre setenta y noventa comandos anfibios y buzos tácticos, quienes actuarían bajo el mando del capitán de corbeta (buzo táctico) Alfredo Cufré y su segundo, el teniente de navío (Infantería de Marina) Sergio Gustavo Robles, quien en esos momentos revistaba como jefe de operaciones de los comandos anfibios1. Por tratarse de una misión suicida, el contraalmirante Carlos Büsser anunció que acompañaría a sus hombres en la operación. Por su parte, el Ejército convocó a la Compañía de Comandos 603 que se venía alistando desde principios de junio para ser enviada a las islas.
Vale recordar que muchos de esos hombres, Cufré y Robles entre ellos, habían tomado parte en el Operativo Rosario y tenían experiencia de combate y que el resto había sido desplegado en el teatro de operaciones durante la crisis del Canal de Beagle, en 1978, por lo que su entrenamiento y capacitación eran altamente eficientes.
Las unidades seleccionadas para la misión eran:
a)    Buzos tácticos
b)    Comandos anfibios c)    Paracaidistas de la IV Brigada Aerotransportada con asiento en Córdoba d)    Compañía de Comandos 603

El armamento a  emplear iba a ser de tipo ligero, como suele acontecer en estos casos, preferentemente fusiles FAL, ametralladoras pesadas MAG, lanzacohetes Instalaza y granadas, sabiéndose de antemano que las fuerzas en operaciones no iban a contar con apoyo de artillería terrestre ni fuego naval y que la cobertura aérea sería en extremo limitada.
Con respecto al traslado de esas unidades, se decidió el empleo de los dos helicópteros Chinook que acababan de llegar de Puerto Argentino para tareas de mantenimiento (10 de junio), dos Sea King de la Armada Argentina, una docena de aviones Hércules C-130, Fokker F-27 y F-28 Fellowship y las lanchas rápidas ARA “Intrépida” (P-85) y ARA “Indómita” (P-86), las cuales operarían desde su base en Ushuaia en misiones de apoyo.
Se barajó también, la posibilidad de emplear al submarino ARA “San Luis”, por entonces en dique seco o su gemelo, el ARA “Salta”, que en esos momentos operaba en el Golfo Nuevo efectuando pruebas de lanzamiento de torpedos e intentando superar inconvenientes técnicos.
La castigada Aviación Naval debería alistar sus unidades A4Q y Grumman S-2 Tracker para misiones de ataque y exploración y la Fuerza Aérea, pese a su desgaste, todos los aparatos disponibles, con el fin de programar una acción a gran escala, en especial sus Mirage III-E y los Lear-Jets del Escuadrón Fénix, los cuales se destinarían a misiones de cobertura y distracción.
En el archipiélago, serían movilizados el total de los buzos tácticos y comandos anfibios, los efectivos de las compañías de comandos 601 y 602 pertenecientes al Ejército Argentino (mayores Mario Castagneto y Aldo Rico), elementos del GOE de la Fuerza Aérea Argentina y el Escuadrón Alacrán de la Gendarmería Nacional.
Los Chinook y los Sea King asignados a la misión, cruzarían a Malvinas en horas de la noche, para depositar a las tropas especiales sobre la isla de los Leones Marinos. Una vez allí, unidades afectadas al Apostadero Naval Malvinas (la requisada “Forrest”, el buque auxiliar “Yehuin” y la PNA 2 “Islas Malvinas”), se ocuparían de recogerlos y trasladarlos al área de Fitz Roy-Bahía Agradable, a efectos de hostigar a los 1500 efectivos británicos que según informes de Inteligencia, se hallaban allí concentrados (infiltrando previamente patrullas de exploración).
Al mismo tiempo, paracaidistas de la IV Brigada Aerotransportada saltarían sobre los objetivos desde aviones Hércules C-130 y Fokker F-27 y F-28 Fellowship y una vez en tierra, establecerían contacto con los comandos del Ejército y Gendarmería, con quienes iniciaían acciones.
Los objetivos a atacar eran:
1)    Puesto de Comando británico (generales Moore, Thompson, Wilson).
2)    Aeródromo de campaña en San Carlos. 3)    Aeródromo de Darwin. 4)    Sistemas de defensa Antiaérea en tierra. 5)    Helicópteros de transporte. 6)    Piezas de artillería de campaña. 7)    Puestos de comunicaciones. 8)    Blancos de oportunidad.

El 11 de junio partió hacia Puerto Argentino en un Fokker F-27 de la Armada, el capitán Cufré, a efectos de coordinar las operaciones con la plana mayor de las tres fuerzas y los comandos que revistaban en las islas. A su regreso, presentó un breve informe con la situación real, anticipando la inminente caída de la plaza. Eso llevó a acelerar los preparativos y completar el alistamiento para poner en marcha la operación el 17 de junio.
Se tenían muchas expectativas respecto al accionar de estas fuerzas, adiestradas especialmente para operar directamente sobre blancos de alto valor estratégico, adentrándose profundamente en el dispositivo enemigo. Esos blancos debían ser:
a)    Objetivos afectados a la conducción Estratégico Operacional (EO).
b)    Objetivos altamente comprometidos con el escalón Estratégico Militar (EM). c)    Objetivos vinculados al aparato Estratégico Nacional (EN).

La Operación Buitre, tal su designación, fue cancelada el 14 de junio, pasado el mediodía, al conocerse la noticia de que Puerto Argentino había capitulado.
Paracaidista argentino

Conclusiones
Una vez más, el alto mando argentino dejó a la vista su impericia y falta de iniciativa, al no contar de antemano con plan de este tipo para accionar sobre la retaguardia enemiga. Esperar hasta último momento fue un error táctico que terminó costando la guerra.
Tal como lo han afirmado varios actores de la contienda, entre ellos los generales Thompson y Moorey el sargento Tony Davis del Batallón de Guardias Galeses2, de haberse prolongado por más tiempo las acciones, las fuerzas de Gran Bretaña hubieran tenido que detener su avance y su línea en el frente se hubiese estancado. Eso habría llevado a sus mandos a negociar un alto el fuego y solicitar más ayuda a sus aliados e incluso, involucrar a otras potencias para acabar rápidamente con las hostilidades. El almirante Woodward fue más lejos al afirmar que estuvo a minutos de llamar a Whitehall para solicitar abortar la misión y de haberse extendido una semana más las acciones, hubiesen perdido la guerra.
Argentina desplegó tropas sobre la frontera con Chile, en previsión de un ataque que nunca ocurrió. Con una torpeza rayana en el absurdo, distribuyó allí a fuerzas preparadas para la lucha austral y despachó hacia el Teatro de Operaciones a efectivos aptos para otro clima y otra geografía. En una palabra, distrajo hombres valiosos en un frente imaginario contra un enemigo que por tradición siempre rehuyó el enfrentamiento directo3 y prefirió golpear por la espalda (como realmente lo hizo), descuidando el verdadero escenario de guerra que, para más, involucraba a una potencia de primer orden. Los “genios” que idearon aquel dislate no tuvieron en cuenta que si Chile atacaba por detrás, como creían, quedaba sujeto a una acción directa de Perú y Bolivia por el norte, es decir, ellos también debían cuidar sus espaldas.
Para muchos analistas, la Operación Buitre pudo lograr algún éxito e incluso, haber cambiado el curso de la contienda, pero se esperó demasiado tiempo para organizarla y ponerla en marcha.


Notas

Según trascendidos, por tratarse de una misión suicida, se les indicó a esos comandos escribir cartas de despedida a sus familiares, las cuales fueron entregadas al capellán de la Armada, padre Cantalicio Sosa.

2 María Laura Avignolo (desde Londres), “Los británicos estuvimos a uno o dos días de perder la guerra de Malvinas”, diario “Clarín”, lunes 28 de mato de 2007, sección “El País”.

Ver del mismo autor La guerra que no fue. La crisis del Canal de Beagle en 1978.





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