NUEVOS COMBATES
Combatientes de la Columna 4 |
En la película Che!, de Richard Fleischer (1969), uno de los lugartenientes de Castro se dirige a la audiencia para señalar que el ascenso de Guevara al grado de comandante, mostró a todos un individuo implacable.
El médico quebró su juramento
hipocrático y se reveló un jefe muy autoritario […] En ese momento, todos
supimos quien impondría la dura disciplina
necesaria para la revolución […] El Che declararía que ni una y mil vidas,
incluída la suya, importaban frente a la revolución mundial. Las ejecuciones se
hicieron frecuentes.
El film
podrá tener todos los defectos que sea, pero la afirmación es absolutamente
real. Una vez abrochada en su boina la pequeña estrella roja que Celia Sánchez
le había entregado a modo de insignia, el hasta entonces médico de la
expedición mostró uno de sus lados más sombríos, el de un jefe brutal y
despiadado, dispuesto a todo con tal de imponer la disciplina en la tropa.
La
primera prueba tuvo lugar a los pocos días, cuando elaboraba un plan para
interceptar a Sánchez Mosquera y Casillas. Coincidiendo con su ascenso,
comenzaron a producirse una serie de deserciones que de seguir en esa tendencia,
acabarían por debilitar a la guerrilla.
Una
mañana, llegó corriendo hasta su puesto de mando un combatiente, informando que
el Chino Wong acababa de desertar llevándose consigo su fusil 22. El Che
comprendió enseguida que el sujeto intentaba alcanzar su aldea, situada al pie
de la sierra y envió detrás suyo a Baldo e Ibrahim con la orden de matarlo
donde lo encontrasen.
Poco
después, David Gómez, un mayoral incorporado a la guerrilla, le hizo llegar un
mensaje poniéndolo al tanto de que el ejército estaba introduciendo agentes
encubiertos en la región para que se infiltrasen en la tropa guerrillera y obtuviesen
información. Por ese motivo, el Che endureció la disciplina al extremo.
La
llegada de Israel Pardo y Teodoro Banderas pareció despejar un tanto los
temores porque quedaba demostrado que no eran traidores, como él pensaba y que
se podía contar con ellos para tareas de responsabilidad,
En
razón de ello, el Che decidió trazar un plan de ataque con ellos, que tenía
como objetivos a Estrada Palma, Yara y Veguitas. La idea era someterlo a la
opinión de Fidel y una vez aprobado, llevarlo a cabo a la brevedad.
En líneas generales, el plan consistía en rodear
el monte Turquino y atraer a las fuerzas regulares para aliviar la presión
sobre la columna de Fidel.
De esta manera podíamos tomar tres
cuarteles en un solo asalto, contando con la sorpresa. Hicimos algunas
prácticas de tiro, ahorrando balas y encontramos que todas las armas estaban
buenas, menos el fusil ametralladora Madzen, muy viejo y muy sucio1.
Cuando
el bosquejo estuvo listo, el Che lo mandó con uno de sus hombres al campamento
de Castro preguntándole expresamente si lo veía viable. En el interín, se
produjo un hecho extraño, que le sirvió al Che para robustecer su autoridad.
El 28
de julio, Bardo, uno de los encargados de dar muerte al Chino Wong, se topó en
el camino con la columna guevarista que en esos momentos se desplazaba hacia el
este por el paso de La Jeringa. Un tanto agitado, el hombre dio cuenta que su
compañero Ibrahim intentaba abandonar la guerrilla y por esa razón, después de
darle la voz de alto en un par de oportunidades, lo abatió, dejando su cuerpo
tendido en la hierba.
El Che
aprovechó la ocasión para sermonear a su tropa y darle lo que Jon Lee Anderson
denomina “una buena lección” en materia de disciplina, es decir, hacerle saber la
suerte que le esperaba a todo aquel que intentase traicionar a la revolución.
Reunió a sus hombres en una loma próxima a donde yacía tirado el cadáver y después
de hablarle los obligó a pasar a su lado, en fila india, para que comprobasen
con sus propios ojos que realmente hablaba en serio.
Los
combatientes pasaron junto al cuerpo en el más complato silencio y siguieron caminando
hacia lo que su nuevo jefe denomina “algunas zonas ya conocidas anteriormente”,
consternados por lo que acababan de ver2.
En lo
que a la acción sobre Estrada Palma se refiere, Fidel Castro nunca respondió si
el plan del Che le parecía practicable aunque sí lo hizo la radio.
El
mismo día de la ejecución de Ibrahim, las emisoras cubanas dieron cuenta del
ataque al cuartel de Estrada Palma perpetrado por 200 hombres al mando de Raúl
Castro, que finalizó con su quema y la presencia del propio Fidel en el lugar.
La
novedad sorprendió al Che porque, al parecer, Castro había llevado a cabo su
estrategia sin consultarlo ni darle su parecer, pero luego se supo que casi
toda la información era falsa. En primer lugar, no había sido Raúl quien había
llevado a cabo la accción sino Guillermo García y la cantidad de hombres no era
ni por asomo la que brindaban las emisoras gubernamentales. Además, nunca hubo
enfrentamientos porque previendo un ataque de mayores proporciones, el coronel
Pedro A. Barrera Pérez se había retirado, dejando el camino libre a los
guerrilleros.
El Che
se dio cuenta de que Fidel se había apropiado de sus ideas y aunque aquel no le
había dicho nada, la decisión de ponerlas en práctica le pareció acertada
porque era imperioso mantener la iniciativa. Por esa razón, decidido a aliviar
la presión sobre la Columna 1 (la que comandaba Castro), se puso nuevamente en
movimiento para atacar la localidad de Bueycito y de ese modo atraer sobre sí,
al menos una parte de las fuerzas de represión.
Durante
su desplazamiento hacia el llano, Lalo Sardiñas, uno de sus jefes de pelotón,
estableció contacto con Armando Oliver, comerciante de la región minera, con
quien acordó un encuentro en un bohío próximo al arroyo California, al que debía
acudir el Che en persona.
Batista junto a oficiales y soldados |
El día y la hora convenidos, el comandante se presenó acompañado por sus lugartenientes. Allí los esperaba Oliver junto a Jorge Abich, quienes informaron que todos los domingos, el mayor Joaquín Casillas solía visitar una choza en la que vivía su amante. El Che rechazó de plano la idea de secuestrarlo y ejecutarlo, porque a su entender, era mucho más conveniente una acción contra un puesto militar, de ahí su petición de que lo orientasen para llegar a Bueycito.
Armando
Oliver se comprometió a conseguir los vehículos necesarios para el traslado de
la tropa y a traer a un minero especialista en demoliciones para que volase los
puentes carreteros que unían Manzanillo con Bayamo, dejando aislado al pueblo.
De esa
manera, la tarde del 21 de julio, apenas pasado el mediodía, la columna
guerrillera se puso en marcha hacia la cima la sierra, a la que alcanzaron dos
horas después; allí escondieron sus mochilas e inmediatamente después
comenzaron a descender hacia el llano, aligerados de peso, solo portando sus
armas y lo indispensable para sobrevivir.
El
descenso se hizo a través de un camino irregular que al cabo de varias horas
los condujo directamente a la casa de un campesino llamado Santiesteban, donde
Armando Oliver y Jorge Abich los estaban esperando con dos camiones, una
camioneta, los guías y el experto en demoliciones.
Sin
perder tiempo, el Che dividió su columna en cuatro secciones y luego les ordenó
abordar los vehículos, urgido por ponerse en marcha a la mayor brevedad posible.
Quedaron constituidos tres pelotones al mando de Ramiro Valdés, Lalo Sardiñas y
Ciro Redondo, la vanguardia, a cargo de Juan Vitalio “Vilo” Acuña Núñez3
y un cuerpo de vigilancia a cargo del teniente Noda.
El plan
de ataque era simple: Armando debería aproximarse al cuartel iluminando con los
focos de la camioneta a los guardias; Lalo atacaría por el lado oeste, Ciro,
por el frente y Ramiro lo rodearía el edificio principal en tanto la gente a
cargo de Noda, bloquearía los accesos para impedir la entrada o salida de
cualquier vehículo.
La
columna partió al mediodía y en horas de la noche divisó a lo lejos las luces del
poblado.
Cuando
los camiones estuvieron a una distancia prudente, apagaron sus motores y los
hombres saltaron a tierra, para tomar posiciones de acuerdo a las instrucciones
que les iba dando el Che.
La
maniobra duró más de lo esperado y el despliegue no se pudo llevar a cabo del
modo en que se había programado, tanto por la falta de experiencia de los
cuadros como por su absoluto desconocimiento del terreno. Para colmo de males, Armando
no pudo hacer arrancar el vehículo que debía encabezar el ingreso al caserío y
varios hombres de Ramiro Valdés perdieron el rumbo, extraviándose en la
espesura.
No
quedó más remedio que improvisar e intentar ajustarse lo mejor posible al plan
original.
El Che
entró muy cautelosamente, avanzando lentamente por la calle principal del
caserío, en dirección al cuartel, aferrando fuertemente su ametralladora. Lo seguían
varios de sus hombres, todos en silencio, atentos al menor movimiento. De
repente, de una de las viviendas salió un individuo que al ver gente armada
caminando por el pueblo a esas horas, se sobresaltó.
-¡Alto,
¿quién vive?! – preguntó el Che apuntándole con su arma.
-La
Guardia Rural – fue la respuesta.
Al ver
que lo encañonaban con un arma, el sujeto se metió nuevamente en la casa,
trancó la puerta y huyó por los fondos, sin pronunciar palabra.
En una casa, mientras transitaba por
la calle principal del pueblo, me salió un hombre; le di el “alto quién vive”,
el hombre creyendo que era un compañero se identificó “La Guardia Rural”;
cuando lo fui a encañonar saltó a la casa, cerró rápidamente la puerta y se oyó
dentro un ruido de mesas, sillas y cristales rotos, mientras alguien saltaba
por atrás en silencio; fue casi un contrato tácito entre el guardia y yo, pues
no me convenía disparar ya que lo importante era tomar el cuartel, y él no dio
ningún grito de aviso a sus compañeros4.
El Che
y sus efectivos siguieron avanzando buscando un sitio donde parapetarse cuando
el soldado que hacía guardia en la puerta del cuartel se adelantó para ver que
ocurrida, alertado por el constante ladrido de los perros. De esa manera, quedó
frente a frente con el comandante guerrillero, separados apenas por unos metros,
mirándose fijamente sin pronunciar palabra.
Fue una
fracción de segundo en la que estuvieron paralizados y cuando el jefe rebelde
dio la voz de alto, el guardia alzó su arma con la evidente intención de
disparar.
Veloz
como el rayo, el Che hizo lo propio y al oprimir el gatillo dispuesto a vaciar
el cargador en el cuerpo de su oponente, notó con espanto que el arma no le respondía.
Israel
Prado, que avanzaba a su lado, también quiso tirar pero su rifle calibre 22
tampoco funcionó. Era evuidente que de seguir en esa situación, con aquel
arsenal defectuoso, la revolución iba a ser derrotada, pero ni el Che ni su
compañero estaban para evaluar situaciones en esos momentos.
“No sé bien
cómo Israel salió con vida, mis recuerdos alcanzan sólo para mí…”,
apuntará Guevara en su diario para seguir relatando, con sorprendente franqueza, que cuando el soldado abrió fuego con su Garand,
él giró sobre sus pasos y corrió a una velocidad que jamás volvería a alcanzar
en su vida, para doblar una esquina prácticamente en el aire y caer en una
calle transversal, donde intentó desesperadamente destrabar su ametralladora.
Para entonces había estallado
un tiroteo de consideraciones que pese a su intensidad, apenas duró unos
minutos porque los soldados de Batista enseguida depusieron las armas. Y no era
para menos, porque acababan de sufrir seis bajas, dos de ellas fatales y se
encontraban completamente rodeados.
La irrupción de Ramiro por
la parte posterior del edificio fue lo que decidió el combate. Su embestida
había sido contundente y terminó por minar el ímpetu de los doce soldados que lo
defendían.
Los rebeldes también
perdierojn a un hombre, Pedro Rivero, un combatiente recientemente incorporado a
sus filas, que al ser alcanzado por un impacto a la altura del tórax, murió en
el acto.
El Che mandó tomar todas
armas y aquellos objetos que pudiesen resultar útiles para la guerrilla e
inmediatamente después, hizo incendiar el cuartel. En ese mismo momento, se
escuchó una poderosa explosión que sacudió los alrededores, llenando de pánico
a los pobladores, quienes aterrados, se encerraron aún más en sus casas
trancando puertas y ventanas. Cristino Naranjo, el experto en demoliciones,
había volado el puente de madera próximo a la carretera central, cortando uno
de los accesos al caserío.
El Che ordenó a sus hombres rfecoger
el cuerpo de Rivero y abordar inmediatamente los camiones. Antes de retirarse,
un bodeguero del lugar les convidó cerveza helada y eso les sirvió a todos para
bajar un poco la adrenalina. Con ellos se llevaron prisioneros al sargento a
cargo del destacamento y a un delator llamado Orán, al que pensaban ajusticiar
en el camino.
En el trayecto, Naranjo hizo
volar un segundo puente sobre el arroyo próximo al pueblo que acababan de
atravesar y con el sol asomando tenuemente, se alejaron en dirección a Las
Minas, donde tenían calculado llegar cerca del mediodía.
La pequeña columna
motorizada se detuvo en la plaza de aquella localidad, un simple espacio
abierto, para representar una pantomima ideada por el Che antes del combate, Había
arreglado con un comerciante amigo de apellido Abich, que si volvían a pasar
por ahí, traerían consigo a algún prisionero para garantizar la vida de los
campesinos, es decir, que no se tomaran represalias contra ellos.
De esa manera, el tal Abich
les salió al cruce para rogar por la libertad del sargento y el delator y tal
como había sido acordado, los mismos fueron liberados, bajo la amenaza de
regresar por ellos en caso de alguna acción contra los civiles.
El Che decidió reanudar la
marcha pero antes de partir, dispuso enterrar a Rivero en el cementerio local.
Fue una ceremonia sencilla, en la que se hicieron los honores correspondientes,
con unos pocos pobladores como testigos.
Antes e ponerse en marcha,
los combatientes efectuaron una nueva parada. En las afueras del pueblo había
una bodega donde se detuvieron para revisar a los heridos. La demora fue
oportuna porque, tal como apunta el Che, la zona comenzó a ser sobrevolada por algunos
aviones y aunque lo hacían a mucha altura, eso tornaba riesgoso su
desplazamiento.
Uno de los hombres presentaba una lesión de bala en el hombro
izquierdo, otro un roce en la mano, también producto de un disparo y el tercero
un fuerte golpe en la cabeza, causado por un trozo de mampostería que voló por
los aires cuando una mula asustada pateó una pequeña cerca. Sin mucho que hacer
por ellos, el Che dispuso distribuir el arsenal capturado, reservándose para sí
el fusil ametralladora Browning, que reemplazó gustoso por el defectuoso
Thompson que le había deparado tantos sustos en el pasado.
En este punto, el otrora médico de la expedición vuelve a
mostrarnos su admirable sinceridad, al referir que se quedó con aquella arma,
pese al poco valeroso desempeño que había demostrado durante el combate.
Aunque mi participación en el combate
fue escasa y nada heroica, pues los pocos tiros los enfrenté con la parte
posterior del cuerpo, me adjudiqué un fusil ametralladora Browning, que era la joya del cuartel, y dejé
la vieja Thompson y sus peligrosísimas balas que nunca disparaban en el momento
oportuno. Se hizo el reparto y la adjudicación de las mejores armas para los
mejores combatientes y se licenció a los que habían tenido peor actuación
incluyendo a los “mojados”, un grupo de hombres que se había caído al río
huyendo al escuchar los primeros disparos. Entre la gente que había tenido
mejor actuación en aquel momento podemos citar al capitán Ramiro Valdés, que
dirigió el ataque, y al teniente Raúl Castro Mercader que junto con algunos de
sus hombres participó decisivamente en el pequeño combate5.
Los guerrilleros esperaron unas cuantas horas, momento que
aprovecharon para restregar las heridas y cuando los aviones se retiraron, reanudaron
la marcha en dirección al Alto de California, un paraje selvático donde pensaban
abandonar los vehículos para seguir el avance a pie.
El
ascenso de las escarpadas y frondosas laderas de la Sierra se hizo lentamente,
a través de caminos agrestes, acosados por los insectos y alimañas, extenuados
y sedientos, siempre en busca de sus bases. Y decimos sus bases porque ya a esa
altura, podemos hablar de “territorio liberado”, es decir, de un amplio sector
de la Maestra en poder de la guerrilla, sobre sus laderas nororientales, al que
las fuerzas de Batista acababan de abandonar.
Fue en
una loma del camino donde supieron por boca de algunos campesinos, que debido a
los últimos sucesos, se habían establecido nuevamente el estado de sitio y la
censura en todo el territorio nacional y que Frank País había sido asesinado.
El Che
definió su muerte como una gran pérdida para la revolución y se refirió al
dirigente asesinado como una de sus vidas más puras y gloriosas de la historia
de Cuba.
Con Frank País perdimos uno de los más
valiosos luchadores, pero la reacción ante su asesinato demostró que nuevas
fuerzas se incorporaban a la lucha y que crecía el espíritu combativo del
pueblo6.
…el pueblo de Santiago, de La Habana y
de toda Cuba se lanzaba a la calle en la huelga espontánea de agosto, caía en
una censura total la semicensura del gobierno, e iniciábamos una nueva época,
expresada por el silencio de los cotorros pseudoposicionistas y los salvajes
asesinatos cometidos por los batistianos en toda Cuba, que se ponía en pie de
guerra7.
A fines
del mes de agosto, la Columna 4 alcanzó el valle de El Hombrito, así denominado
por las dos gigantescas rocas incrustadas en la ladera de la montaña, cuyas
formas daban la apariencia de un hombre pequeño.
Mayor Joaquín Casillas |
Dos de
aquellas personas eran arrieros y una tercera, nada menos que el padre de
Israel Pardo quien, si bien no había muerto, recibió gravísimas lesiones. Por
boca de un guajiro que se había acercado para brindar información, se supo que los responsables de aquella tragedia eran
tres chivatos (delatores) que trabajaban desde hacía tiempo para el gobierno y
que los mismos merodeaban la zona buscando indicios de su presencia, de ahí la
decisión del Che de despachar un nuevo pelotón para darles muerte.
Anderson
refiere que el comandante pidió voluntarios parta conformar ese verdadero
escuadrón de la muerte y que al instante se ofrecieron varios hombres, entre
ellos (y como era de esperar) los hermanos Israel y Samuel Pardo, Manolito y
Rodolfo, a quienes instruyó y les entregó unos carteles de reciente manufactura
que decían “Ajusticiado por traidor al pueblo”. M-26-7”8.
El Che
acampaba en La Mesa cuando llegaron noticias referentes al desertor René Cuervo
quien, al parecer, estaba colaborando nuevamente con el ejército rebelde y
pedía perdón por haber abandonado sus
filas. Alguien comentó que el sujeto andaba recorriendo la región y pidió
instrucciones para el caso de que fuese hallado. Implacable, el Che ordenó investigar
el asunto y si realmente estaba molestando a los campesinos, fusilarlo de
manera inmediata9.
La
noche del 19 de agosto, llegó corriendo un guajiro para informar que una
columna del ejército acababa de entrar en el valle y después de atravesar los
Altos de Conrado, había levantado campamento en la finca de Julio Zapatero, a un
par de kilómetros de los contrafuertes serranos10.
El Che,
cansado de los falsos informes, amenazó al hombre con hacerlo fusilar si la
versión era inexacta pero el pobre individuo volvió a insistir, temblando como
una hoja. Decidido a confirmar la versión, el comandante argentino envió varios
exploradores quienes, a su regreso, dieron cuenta de que efectivamente, una
columna de entre 140 y 150 soldados acampaba en el lugar, muy bien pertrechada.
La
columna guerrillera esperó hasta la noche para ponerse a tiro del enemigo. De
acuerdo al plan elaborado por el Che, debían tomar posiciones sobre una pequeña
curva de casi 90º, próxima a una roca que sobresalía de la ladera y emboscar
allí al enemigo; Lalo Sardiñas se ubicaría al este, dentro de un conjunto de
helechos secos, de baja altura, desde donde abriría fuego cuando la tropa se
detuviera. La sección de Ramiro Valdés haría lo propio por el oeste, con su
armamento de escaso poder, en apoyo de Raúl Castro Mercader11; Ciro
Redondo se lanzaría al asalto en forma oblicua en tanto él (el Che) se situaría
en la primera línea con la vanguardia, para iniciar el combate en persona.
Desde
la plantación de café en la que se hallaba posicionado junto a la gente de
Ramiro, Guevara y sus segundos observaban la finca de Zapatero, recostada sobre
la ladera del monte, cuando al despuntar el alba comenzaron a percibir
movimientos. Minutos después, vieron a los soldados colocándose los cascos y
sujetando sus mochilas, listos para emprender la marcha.
“El campesino no mentía”, fue lo primero que pensó
el Che y enseguida regresó a su puesto mientras la columna enemiga trepaba la
ladera con cierta dificultad.
La
adrenalina se apoderó de los combatientes cuando los soldados se aproximaban.
El Che,
con su dedo sobre el gatillo, sentía su corazón latiendo aceleradamente y esos
latidos aumentaron a mil cuando el primer hombre pasó muy cerca suyo, sin
percatarse de su presencia.
Esperando al enemigo |
La consigna era disparar sobre el decimosegundo efectivo y así dar inicio al combate, pero los hombres de la vanguardia venían bastante separados y por esa razón, decidió tirarle al que avanzaba en sexto lugar.
El
sujeto cayó gravemente herido y al iniciarse el tiroteo, los hombres que lo
precedían corrieron barranca abajo y desaparecieron por el cauce de un pequeño
arroyo que corría hacia el sur.
Los guerrilleros
tirotearon a la columna desde diversos ángulos, generando una gran confusión,
los de Ramiro creando más efecto que otra cosa con sus escopetas, y los de Ciro
Redondo cargando temerariamente, hasta situarse a metros de sus oponentes.
Recuperado
de la sorpresa, el mayor Merob Sosa, comandante de las fuerzas regulares, logró
reagrupar a su gente y devolver el fuego con sus bazookas y lanzagranadas.
Las
explosiones retumbaron en las laderas, pero no amilanaron a los combatientes
quienes, firmes en sus posiciones, forzaron a los soldados a aferrarse al
terreno.
El
pelotón de Ciro Redondo fue certero a la hora de embestir. En otro sector, el
teniente Orestes Guerra, integrante de la vanguardia, adelantó sus líneas,
seguido por Raúl Castro Mercader y varios hombres más, mientras desde un peñón cercano
les disparaban constantemente para impedir sus movimientos.
Merob Sosa |
Al
llegar junto al hombre abatido por el Che (se trataba del médico de la compañía
y estaba muy mal herido), Rodolfo Vázquez le quitó el arma, un simple revolver
45 con apenas diez o doce balas y continuó avanzando12.
Mientras
el Che accionaba su Browning, esperaba con ansiedad el sonido de la
ametralladora Maxim que debía accionar Julio Pérez pero esta se había atascado
y fue imposible hacerla funcionar13.
Israel,
Ramiro y Joel, lograron aproximarse aún más al enemigo y desde una nueva
ubicación batieron sus posiciones con mayor certeza, iniciativa que permitió el
repliegue de los pelotones laterales, al mando de Ciro Redondo y Lalo Sardiñas.
Cuando este último terminó de pasar, el Che hizo lo propio, dejando a la
vanguardia para contener cualquier intento enemigo por reiniciar el avance.
La
fuerza guerrillera se retiró unos mil metros, hasta una pequeña meseta que se
extendía al sudeste y una vez allí montó una nueva emboscada, seguro su
comandante de que los guardias se lanzarían en su persecución por allí.
Vilo
Acuña Núñez (el futuro Joaquín) llegó corriendo hasta la nueva posición, para
informar que Hermes Leyva, el primo de Joel Iglesias, había muerto y que el
enemigo se había apoderado de su cadáver.
Desde
la meseta donde se hallaban nubicados, el Che y sus hombres, incluyendo el
pelotón de refuerzo enviado por Fidel al mando de Ignacio Pérez, fueron
testigos impotentes de la profanación del cuerpo de Hermes.
Los
soldados se ensañaron con él, mutilándolo y quemándolo a la vista de todos y de
nada sirvieron los disparos que los guerrilleros les hicieron, porque se
hallaban fuera de su alcance.
La
lucha se prolongó hasta la caída del sol, cuando las tropas regulares,
cumpliendo órdenes de su comandante, abandonaron el campo de batalla y se
retiraron.
El Che
había logrado una gran victoria pues con un puñado de hombres mal armados y
peor entrenados, había batido a una compañía completa de 150 efectivos, bien
equipados, adiestrados en las técnicas del combate y provistos de armamento de
última generación, incluyendo bazookas y morteros. Aún así, no estaba
satisfecho.
Este combate nos
probaba la poca preparación combativa de nuestra tropa que era incapaz de hacer
fuego con certeza sobre enemigos que se movían a una tan corta distancia como
la que existió en este combate, donde no debe haber habido más de diez o veinte
metros entre la cabeza de la columna enemiga y nuestras posiciones14.
Pero
también las tropas regulares habían demostrado muy poco profesionalismo y
capacidad de lucha al disparar tan a tonas y a locas sobre sus adversarios como
ellos, con muy poca precisión y sin adoptar las precauciones propias de un
enfrentamiento en la selva.
Bien o
mal, el éxito alcanzado en durante la acción de El Hombrito dejaba en claro una
cosa: Fidel Castro no se había equivocado al escoger a su par.
Notas
1 Ernesto Che Guevara,
op. cit. P. 119.
2 Al Che le dio mala
espina la muerte de Ibrahim. Su cadáver estaba boca abajo, presentaba una
herida de bala a la altura del pulmón, tenía las manos juntas y los dedos
plegados, como si hubiera estado atado. Sin embargo, prefirió no indagar ya que
había usado esa muerte a modo de ejemplo y convenía dejar las cosas como
estaban.
3 Se trata de Joaquín,
el leal combatiente que tendría a su cargo la segunda columna durante la
campaña de Bolivia.
4 Ernesto Che Guevara,
op. cit, p. 123.
5 Ídem, p. 125.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Jon Lee Anderson,
op. Cit,
p. 267. El pelotón de ejecución enviado por el Che cumpliría su misión a medias
ya que solo dio con uno de los delatores. A su regreso trajo consigo la falsa
noticia de la muerte de David Gómez.
9 Ídem, p. 268.
10 Unos días antes, el
Che dejó partir a un grupo de reclutas que se habían unido a su columna tras la
acción de Bueycito, porque además de mostrar temor y debilidad, carecían de
convicción.
11 La sección estaba
armada con escopetas.
12 Esto vuelve a
desmentir a Nicolás Márquez cuando en su libro afirma que no existen pruebas de
que el Che haya abatido a algún contendiente en combate.
13 El armamento
guerrillero continuaba siendo en extremo defectuoso.
14 Jon Lee Anderson,
op. cit. p.268.