sábado, 3 de agosto de 2019

Combatientes de la Columna 4

En la película Che!, de Richard Fleischer (1969), uno de los lugartenientes de Castro se dirige a la audiencia para señalar que el ascenso de Guevara al grado de comandante, mostró a todos un individuo implacable.
El médico quebró su juramento hipocrático y se reveló un jefe muy autoritario […] En ese momento, todos supimos quien impondría la dura disciplina  necesaria para la revolución […] El Che declararía que ni una y mil vidas, incluída la suya, importaban frente a la revolución mundial. Las ejecuciones se hicieron frecuentes.
El film podrá tener todos los defectos que sea, pero la afirmación es absolutamente real. Una vez abrochada en su boina la pequeña estrella roja que Celia Sánchez le había entregado a modo de insignia, el hasta entonces médico de la expedición mostró uno de sus lados más sombríos, el de un jefe brutal y despiadado, dispuesto a todo con tal de imponer la disciplina en la tropa.

La primera prueba tuvo lugar a los pocos días, cuando elaboraba un plan para interceptar a Sánchez Mosquera y Casillas. Coincidiendo con su ascenso, comenzaron a producirse una serie de deserciones que de seguir en esa tendencia, acabarían por debilitar a la guerrilla.
Una mañana, llegó corriendo hasta su puesto de mando un combatiente, informando que el Chino Wong acababa de desertar llevándose consigo su fusil 22. El Che comprendió enseguida que el sujeto intentaba alcanzar su aldea, situada al pie de la sierra y envió detrás suyo a Baldo e Ibrahim con la orden de matarlo donde lo encontrasen.
Poco después, David Gómez, un mayoral incorporado a la guerrilla, le hizo llegar un mensaje poniéndolo al tanto de que el ejército estaba introduciendo agentes encubiertos en la región para que se infiltrasen en la tropa guerrillera y obtuviesen información. Por ese motivo, el Che endureció la disciplina al extremo.
La llegada de Israel Pardo y Teodoro Banderas pareció despejar un tanto los temores porque quedaba demostrado que no eran traidores, como él pensaba y que se podía contar con ellos para tareas de responsabilidad,
En razón de ello, el Che decidió trazar un plan de ataque con ellos, que tenía como objetivos a Estrada Palma, Yara y Veguitas. La idea era someterlo a la opinión de Fidel y una vez aprobado, llevarlo a cabo a la brevedad.
En  líneas generales, el plan consistía en rodear el monte Turquino y atraer a las fuerzas regulares para aliviar la presión sobre la columna de Fidel.

De esta manera podíamos tomar tres cuarteles en un solo asalto, contando con la sorpresa. Hicimos algunas prácticas de tiro, ahorrando balas y encontramos que todas las armas estaban buenas, menos el fusil ametralladora Madzen, muy viejo y muy sucio1.

Cuando el bosquejo estuvo listo, el Che lo mandó con uno de sus hombres al campamento de Castro preguntándole expresamente si lo veía viable. En el interín, se produjo un hecho extraño, que le sirvió al Che para robustecer su autoridad.
El 28 de julio, Bardo, uno de los encargados de dar muerte al Chino Wong, se topó en el camino con la columna guevarista que en esos momentos se desplazaba hacia el este por el paso de La Jeringa. Un tanto agitado, el hombre dio cuenta que su compañero Ibrahim intentaba abandonar la guerrilla y por esa razón, después de darle la voz de alto en un par de oportunidades, lo abatió, dejando su cuerpo tendido en la hierba.
El Che aprovechó la ocasión para sermonear a su tropa y darle lo que Jon Lee Anderson denomina “una buena lección” en materia de disciplina, es decir, hacerle saber la suerte que le esperaba a todo aquel que intentase traicionar a la revolución. Reunió a sus hombres en una loma próxima a donde yacía tirado el cadáver y después de hablarle los obligó a pasar a su lado, en fila india, para que comprobasen con sus propios ojos que realmente hablaba en serio.
Los combatientes pasaron junto al cuerpo en el más complato silencio y siguieron caminando hacia lo que su nuevo jefe denomina “algunas zonas ya conocidas anteriormente”, consternados por lo que acababan de ver2.
En lo que a la acción sobre Estrada Palma se refiere, Fidel Castro nunca respondió si el plan del Che le parecía practicable aunque sí lo hizo la radio.
El mismo día de la ejecución de Ibrahim, las emisoras cubanas dieron cuenta del ataque al cuartel de Estrada Palma perpetrado por 200 hombres al mando de Raúl Castro, que finalizó con su quema y la presencia del propio Fidel en el lugar.
La novedad sorprendió al Che porque, al parecer, Castro había llevado a cabo su estrategia sin consultarlo ni darle su parecer, pero luego se supo que casi toda la información era falsa. En primer lugar, no había sido Raúl quien había llevado a cabo la accción sino Guillermo García y la cantidad de hombres no era ni por asomo la que brindaban las emisoras gubernamentales. Además, nunca hubo enfrentamientos porque previendo un ataque de mayores proporciones, el coronel Pedro A. Barrera Pérez se había retirado, dejando el camino libre a los guerrilleros.


El Che se dio cuenta de que Fidel se había apropiado de sus ideas y aunque aquel no le había dicho nada, la decisión de ponerlas en práctica le pareció acertada porque era imperioso mantener la iniciativa. Por esa razón, decidido a aliviar la presión sobre la Columna 1 (la que comandaba Castro), se puso nuevamente en movimiento para atacar la localidad de Bueycito y de ese modo atraer sobre sí, al menos una parte de las fuerzas de represión.
Durante su desplazamiento hacia el llano, Lalo Sardiñas, uno de sus jefes de pelotón, estableció contacto con Armando Oliver, comerciante de la región minera, con quien acordó un encuentro en un bohío próximo al arroyo California, al que debía acudir el Che en persona.
Batista junto a oficiales y soldados

El día y la hora convenidos, el comandante se presenó acompañado por sus lugartenientes. Allí los esperaba Oliver junto a Jorge Abich, quienes informaron que todos los domingos, el mayor Joaquín Casillas solía visitar una choza en la que vivía su amante. El Che rechazó de plano la idea de secuestrarlo y ejecutarlo, porque a su entender, era mucho más conveniente una acción contra un puesto militar, de ahí su petición de que lo orientasen para llegar a Bueycito.
Armando Oliver se comprometió a conseguir los vehículos necesarios para el traslado de la tropa y a traer a un minero especialista en demoliciones para que volase los puentes carreteros que unían Manzanillo con Bayamo, dejando aislado al pueblo.
De esa manera, la tarde del 21 de julio, apenas pasado el mediodía, la columna guerrillera se puso en marcha hacia la cima la sierra, a la que alcanzaron dos horas después; allí escondieron sus mochilas e inmediatamente después comenzaron a descender hacia el llano, aligerados de peso, solo portando sus armas y lo indispensable para sobrevivir.
El descenso se hizo a través de un camino irregular que al cabo de varias horas los condujo directamente a la casa de un campesino llamado Santiesteban, donde Armando Oliver y Jorge Abich los estaban esperando con dos camiones, una camioneta, los guías y el experto en demoliciones.
Sin perder tiempo, el Che dividió su columna en cuatro secciones y luego les ordenó abordar los vehículos, urgido por ponerse en marcha a la mayor brevedad posible. Quedaron constituidos tres pelotones al mando de Ramiro Valdés, Lalo Sardiñas y Ciro Redondo, la vanguardia, a cargo de Juan Vitalio “Vilo” Acuña Núñez3 y un cuerpo de vigilancia a cargo del teniente Noda.
El plan de ataque era simple: Armando debería aproximarse al cuartel iluminando con los focos de la camioneta a los guardias; Lalo atacaría por el lado oeste, Ciro, por el frente y Ramiro lo rodearía el edificio principal en tanto la gente a cargo de Noda, bloquearía los accesos para impedir la entrada o salida de cualquier vehículo.
La columna partió al mediodía y en horas de la noche divisó a lo lejos las luces del poblado.
Cuando los camiones estuvieron a una distancia prudente, apagaron sus motores y los hombres saltaron a tierra, para tomar posiciones de acuerdo a las instrucciones que les iba dando el Che.
La maniobra duró más de lo esperado y el despliegue no se pudo llevar a cabo del modo en que se había programado, tanto por la falta de experiencia de los cuadros como por su absoluto desconocimiento del terreno. Para colmo de males, Armando no pudo hacer arrancar el vehículo que debía encabezar el ingreso al caserío y varios hombres de Ramiro Valdés perdieron el rumbo, extraviándose en la espesura.
No quedó más remedio que improvisar e intentar ajustarse lo mejor posible al plan original.
El Che entró muy cautelosamente, avanzando lentamente por la calle principal del caserío, en dirección al cuartel, aferrando fuertemente su ametralladora. Lo seguían varios de sus hombres, todos en silencio, atentos al menor movimiento. De repente, de una de las viviendas salió un individuo que al ver gente armada caminando por el pueblo a esas horas, se sobresaltó.

-¡Alto, ¿quién vive?! – preguntó el Che apuntándole con su arma.

-La Guardia Rural – fue la respuesta.

Al ver que lo encañonaban con un arma, el sujeto se metió nuevamente en la casa, trancó la puerta y huyó por los fondos, sin pronunciar palabra.

En una casa, mientras transitaba por la calle principal del pueblo, me salió un hombre; le di el “alto quién vive”, el hombre creyendo que era un compañero se identificó “La Guardia Rural”; cuando lo fui a encañonar saltó a la casa, cerró rápidamente la puerta y se oyó dentro un ruido de mesas, sillas y cristales rotos, mientras alguien saltaba por atrás en silencio; fue casi un contrato tácito entre el guardia y yo, pues no me convenía disparar ya que lo importante era tomar el cuartel, y él no dio ningún grito de aviso a sus compañeros4.

El Che y sus efectivos siguieron avanzando buscando un sitio donde parapetarse cuando el soldado que hacía guardia en la puerta del cuartel se adelantó para ver que ocurrida, alertado por el constante ladrido de los perros. De esa manera, quedó frente a frente con el comandante guerrillero, separados apenas por unos metros, mirándose fijamente sin pronunciar palabra.
Fue una fracción de segundo en la que estuvieron paralizados y cuando el jefe rebelde dio la voz de alto, el guardia alzó su arma con la evidente intención de disparar.
Veloz como el rayo, el Che hizo lo propio y al oprimir el gatillo dispuesto a vaciar el cargador en el cuerpo de su oponente, notó con espanto que el arma no le respondía.
Israel Prado, que avanzaba a su lado, también quiso tirar pero su rifle calibre 22 tampoco funcionó. Era evuidente que de seguir en esa situación, con aquel arsenal defectuoso, la revolución iba a ser derrotada, pero ni el Che ni su compañero estaban para evaluar situaciones en esos momentos.
No sé bien cómo Israel salió con vida, mis recuerdos alcanzan sólo para mí…”, apuntará Guevara en su diario para seguir relatando, con sorprendente franqueza, que cuando el soldado abrió fuego con su Garand, él giró sobre sus pasos y corrió a una velocidad que jamás volvería a alcanzar en su vida, para doblar una esquina prácticamente en el aire y caer en una calle transversal, donde intentó desesperadamente destrabar su ametralladora.
Para entonces había estallado un tiroteo de consideraciones que pese a su intensidad, apenas duró unos minutos porque los soldados de Batista enseguida depusieron las armas. Y no era para menos, porque acababan de sufrir seis bajas, dos de ellas fatales y se encontraban completamente rodeados.
La irrupción de Ramiro por la parte posterior del edificio fue lo que decidió el combate. Su embestida había sido contundente y terminó por minar el ímpetu de los doce soldados que lo defendían.
Los rebeldes también perdierojn a un hombre, Pedro Rivero, un combatiente recientemente incorporado a sus filas, que al ser alcanzado por un impacto a la altura del tórax, murió en el acto.
El Che mandó tomar todas armas y aquellos objetos que pudiesen resultar útiles para la guerrilla e inmediatamente después, hizo incendiar el cuartel. En ese mismo momento, se escuchó una poderosa explosión que sacudió los alrededores, llenando de pánico a los pobladores, quienes aterrados, se encerraron aún más en sus casas trancando puertas y ventanas. Cristino Naranjo, el experto en demoliciones, había volado el puente de madera próximo a la carretera central, cortando uno de los accesos al caserío.
El Che ordenó a sus hombres rfecoger el cuerpo de Rivero y abordar inmediatamente los camiones. Antes de retirarse, un bodeguero del lugar les convidó cerveza helada y eso les sirvió a todos para bajar un poco la adrenalina. Con ellos se llevaron prisioneros al sargento a cargo del destacamento y a un delator llamado Orán, al que pensaban ajusticiar en el camino.
En el trayecto, Naranjo hizo volar un segundo puente sobre el arroyo próximo al pueblo que acababan de atravesar y con el sol asomando tenuemente, se alejaron en dirección a Las Minas, donde tenían calculado llegar cerca del mediodía.
La pequeña columna motorizada se detuvo en la plaza de aquella localidad, un simple espacio abierto, para representar una pantomima ideada por el Che antes del combate, Había arreglado con un comerciante amigo de apellido Abich, que si volvían a pasar por ahí, traerían consigo a algún prisionero para garantizar la vida de los campesinos, es decir, que no se tomaran represalias contra ellos.
De esa manera, el tal Abich les salió al cruce para rogar por la libertad del sargento y el delator y tal como había sido acordado, los mismos fueron liberados, bajo la amenaza de regresar por ellos en caso de alguna acción contra los civiles.
El Che decidió reanudar la marcha pero antes de partir, dispuso enterrar a Rivero en el cementerio local. Fue una ceremonia sencilla, en la que se hicieron los honores correspondientes, con unos pocos pobladores como testigos.
Antes e ponerse en marcha, los combatientes efectuaron una nueva parada. En las afueras del pueblo había una bodega donde se detuvieron para revisar a los heridos. La demora fue oportuna porque, tal como apunta el Che, la zona comenzó a ser sobrevolada por algunos aviones y aunque lo hacían a mucha altura, eso tornaba riesgoso su desplazamiento.
Uno de los hombres presentaba una lesión de bala en el hombro izquierdo, otro un roce en la mano, también producto de un disparo y el tercero un fuerte golpe en la cabeza, causado por un trozo de mampostería que voló por los aires cuando una mula asustada pateó una pequeña cerca. Sin mucho que hacer por ellos, el Che dispuso distribuir el arsenal capturado, reservándose para sí el fusil ametralladora Browning, que reemplazó gustoso por el defectuoso Thompson que le había deparado tantos sustos en el pasado.
En este punto, el otrora médico de la expedición vuelve a mostrarnos su admirable sinceridad, al referir que se quedó con aquella arma, pese al poco valeroso desempeño que había demostrado durante el combate.

Aunque mi participación en el combate fue escasa y nada heroica, pues los pocos tiros los enfrenté con la parte posterior del cuerpo, me adjudiqué un fusil ametralladora Browning, que era la joya del cuartel, y dejé la vieja Thompson y sus peligrosísimas balas que nunca disparaban en el momento oportuno. Se hizo el reparto y la adjudicación de las mejores armas para los mejores combatientes y se licenció a los que habían tenido peor actuación incluyendo a los “mojados”, un grupo de hombres que se había caído al río huyendo al escuchar los primeros disparos. Entre la gente que había tenido mejor actuación en aquel momento podemos citar al capitán Ramiro Valdés, que dirigió el ataque, y al teniente Raúl Castro Mercader que junto con algunos de sus hombres participó decisivamente en el pequeño combate5.

Los guerrilleros esperaron unas cuantas horas, momento que aprovecharon para restregar las heridas y cuando los aviones se retiraron, reanudaron la marcha en dirección al Alto de California, un paraje selvático donde pensaban abandonar los vehículos para seguir el avance a pie.
El ascenso de las escarpadas y frondosas laderas de la Sierra se hizo lentamente, a través de caminos agrestes, acosados por los insectos y alimañas, extenuados y sedientos, siempre en busca de sus bases. Y decimos sus bases porque ya a esa altura, podemos hablar de “territorio liberado”, es decir, de un amplio sector de la Maestra en poder de la guerrilla, sobre sus laderas nororientales, al que las fuerzas de Batista acababan de abandonar.
Fue en una loma del camino donde supieron por boca de algunos campesinos, que debido a los últimos sucesos, se habían establecido nuevamente el estado de sitio y la censura en todo el territorio nacional y que Frank País había sido asesinado.
El Che definió su muerte como una gran pérdida para la revolución y se refirió al dirigente asesinado como una de sus vidas más puras y gloriosas de la historia de Cuba.

Con Frank País perdimos uno de los más valiosos luchadores, pero la reacción ante su asesinato demostró que nuevas fuerzas se incorporaban a la lucha y que crecía el espíritu combativo del pueblo6.

…el pueblo de Santiago, de La Habana y de toda Cuba se lanzaba a la calle en la huelga espontánea de agosto, caía en una censura total la semicensura del gobierno, e iniciábamos una nueva época, expresada por el silencio de los cotorros pseudoposicionistas y los salvajes asesinatos cometidos por los batistianos en toda Cuba, que se ponía en pie de guerra7.


A fines del mes de agosto, la Columna 4 alcanzó el valle de El Hombrito, así denominado por las dos gigantescas rocas incrustadas en la ladera de la montaña, cuyas formas daban la apariencia de un hombre pequeño.
Mayor Joaquín Casillas
Intentaba interceptar a las fuerzas del mayor Joaquín Casillas, que acababan de asesinar a diez campesinos acusados de colaborar con los guerrilleros durante el ataque a Bueycito.
Dos de aquellas personas eran arrieros y una tercera, nada menos que el padre de Israel Pardo quien, si bien no había muerto, recibió gravísimas lesiones. Por boca de un guajiro que se había acercado para brindar información, se supo  que los responsables de aquella tragedia eran tres chivatos (delatores) que trabajaban desde hacía tiempo para el gobierno y que los mismos merodeaban la zona buscando indicios de su presencia, de ahí la decisión del Che de despachar un nuevo pelotón para darles muerte.
Anderson refiere que el comandante pidió voluntarios parta conformar ese verdadero escuadrón de la muerte y que al instante se ofrecieron varios hombres, entre ellos (y como era de esperar) los hermanos Israel y Samuel Pardo, Manolito y Rodolfo, a quienes instruyó y les entregó unos carteles de reciente manufactura que decían “Ajusticiado por traidor al pueblo”. M-26-7”8.
El Che acampaba en La Mesa cuando llegaron noticias referentes al desertor René Cuervo quien, al parecer, estaba colaborando nuevamente con el ejército rebelde y pedía perdón por  haber abandonado sus filas. Alguien comentó que el sujeto andaba recorriendo la región y pidió instrucciones para el caso de que fuese hallado. Implacable, el Che ordenó investigar el asunto y si realmente estaba molestando a los campesinos, fusilarlo de manera inmediata9.
La noche del 19 de agosto, llegó corriendo un guajiro para informar que una columna del ejército acababa de entrar en el valle y después de atravesar los Altos de Conrado, había levantado campamento en la finca de Julio Zapatero, a un par de kilómetros de los contrafuertes serranos10.
El Che, cansado de los falsos informes, amenazó al hombre con hacerlo fusilar si la versión era inexacta pero el pobre individuo volvió a insistir, temblando como una hoja. Decidido a confirmar la versión, el comandante argentino envió varios exploradores quienes, a su regreso, dieron cuenta de que efectivamente, una columna de entre 140 y 150 soldados acampaba en el lugar, muy bien pertrechada.


La columna guerrillera esperó hasta la noche para ponerse a tiro del enemigo. De acuerdo al plan elaborado por el Che, debían tomar posiciones sobre una pequeña curva de casi 90º, próxima a una roca que sobresalía de la ladera y emboscar allí al enemigo; Lalo Sardiñas se ubicaría al este, dentro de un conjunto de helechos secos, de baja altura, desde donde abriría fuego cuando la tropa se detuviera. La sección de Ramiro Valdés haría lo propio por el oeste, con su armamento de escaso poder, en apoyo de Raúl Castro Mercader11; Ciro Redondo se lanzaría al asalto en forma oblicua en tanto él (el Che) se situaría en la primera línea con la vanguardia, para iniciar el combate en persona.
Desde la plantación de café en la que se hallaba posicionado junto a la gente de Ramiro, Guevara y sus segundos observaban la finca de Zapatero, recostada sobre la ladera del monte, cuando al despuntar el alba comenzaron a percibir movimientos. Minutos después, vieron a los soldados colocándose los cascos y sujetando sus mochilas, listos para emprender la marcha.
“El campesino no mentía”, fue lo primero que pensó el Che y enseguida regresó a su puesto mientras la columna enemiga trepaba la ladera con cierta dificultad.
La adrenalina se apoderó de los combatientes cuando los soldados se aproximaban.
El Che, con su dedo sobre el gatillo, sentía su corazón latiendo aceleradamente y esos latidos aumentaron a mil cuando el primer hombre pasó muy cerca suyo, sin percatarse de su presencia.
Esperando al enemigo

La consigna era disparar sobre el decimosegundo efectivo y así dar inicio al combate, pero los hombres de la vanguardia venían bastante separados y por esa razón, decidió tirarle al que avanzaba en sexto lugar.
El sujeto cayó gravemente herido y al iniciarse el tiroteo, los hombres que lo precedían corrieron barranca abajo y desaparecieron por el cauce de un pequeño arroyo que corría  hacia el sur.
Los guerrilleros tirotearon a la columna desde diversos ángulos, generando una gran confusión, los de Ramiro creando más efecto que otra cosa con sus escopetas, y los de Ciro Redondo cargando temerariamente, hasta situarse a metros de sus oponentes.
Recuperado de la sorpresa, el mayor Merob Sosa, comandante de las fuerzas regulares, logró reagrupar a su gente y devolver el fuego con sus bazookas y lanzagranadas.
Las explosiones retumbaron en las laderas, pero no amilanaron a los combatientes quienes, firmes en sus posiciones, forzaron a los soldados a aferrarse al terreno.
El pelotón de Ciro Redondo fue certero a la hora de embestir. En otro sector, el teniente Orestes Guerra, integrante de la vanguardia, adelantó sus líneas, seguido por Raúl Castro Mercader y varios hombres más, mientras desde un peñón cercano les disparaban constantemente para impedir sus movimientos.
Merob Sosa
Al llegar junto al hombre abatido por el Che (se trataba del médico de la compañía y estaba muy mal herido), Rodolfo Vázquez le quitó el arma, un simple revolver 45 con apenas diez o doce balas y continuó avanzando12.
Mientras el Che accionaba su Browning, esperaba con ansiedad el sonido de la ametralladora Maxim que debía accionar Julio Pérez pero esta se había atascado y fue imposible hacerla funcionar13.
Israel, Ramiro y Joel, lograron aproximarse aún más al enemigo y desde una nueva ubicación batieron sus posiciones con mayor certeza, iniciativa que permitió el repliegue de los pelotones laterales, al mando de Ciro Redondo y Lalo Sardiñas. Cuando este último terminó de pasar, el Che hizo lo propio, dejando a la vanguardia para contener cualquier intento enemigo por reiniciar el avance.
La fuerza guerrillera se retiró unos mil metros, hasta una pequeña meseta que se extendía al sudeste y una vez allí montó una nueva emboscada, seguro su comandante de que los guardias se lanzarían en su persecución por allí.
Vilo Acuña Núñez (el futuro Joaquín) llegó corriendo hasta la nueva posición, para informar que Hermes Leyva, el primo de Joel Iglesias, había muerto y que el enemigo se había apoderado de su cadáver.
Desde la meseta donde se hallaban nubicados, el Che y sus hombres, incluyendo el pelotón de refuerzo enviado por Fidel al mando de Ignacio Pérez, fueron testigos impotentes de la profanación del cuerpo de Hermes.
Los soldados se ensañaron con él, mutilándolo y quemándolo a la vista de todos y de nada sirvieron los disparos que los guerrilleros les hicieron, porque se hallaban fuera de su alcance.
La lucha se prolongó hasta la caída del sol, cuando las tropas regulares, cumpliendo órdenes de su comandante, abandonaron el campo de batalla y se retiraron.
El Che había logrado una gran victoria pues con un puñado de hombres mal armados y peor entrenados, había batido a una compañía completa de 150 efectivos, bien equipados, adiestrados en las técnicas del combate y provistos de armamento de última generación, incluyendo bazookas y morteros. Aún así, no estaba satisfecho.

Este combate nos probaba la poca preparación combativa de nuestra tropa que era incapaz de hacer fuego con certeza sobre enemigos que se movían a una tan corta distancia como la que existió en este combate, donde no debe haber habido más de diez o veinte metros entre la cabeza de la columna enemiga y nuestras posiciones14. 

Pero también las tropas regulares habían demostrado muy poco profesionalismo y capacidad de lucha al disparar tan a tonas y a locas sobre sus adversarios como ellos, con muy poca precisión y sin adoptar las precauciones propias de un enfrentamiento en la selva.
Bien o mal, el éxito alcanzado en durante la acción de El Hombrito dejaba en claro una cosa: Fidel Castro no se había equivocado al escoger a su par.
Batista retira sus fuerzas de la Sierra
Notas
1 Ernesto Che Guevara, op. cit. P. 119.
2 Al Che le dio mala espina la muerte de Ibrahim. Su cadáver estaba boca abajo, presentaba una herida de bala a la altura del pulmón, tenía las manos juntas y los dedos plegados, como si hubiera estado atado. Sin embargo, prefirió no indagar ya que había usado esa muerte a modo de ejemplo y convenía dejar las cosas como estaban.
3 Se trata de Joaquín, el leal combatiente que tendría a su cargo la segunda columna durante la campaña de Bolivia.
4 Ernesto Che Guevara, op. cit, p. 123.
5 Ídem, p. 125.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 267. El pelotón de ejecución enviado por el Che cumpliría su misión a medias ya que solo dio con uno de los delatores. A su regreso trajo consigo la falsa noticia de la muerte de David Gómez.
9 Ídem, p. 268.
10 Unos días antes, el Che dejó partir a un grupo de reclutas que se habían unido a su columna tras la acción de Bueycito, porque además de mostrar temor y debilidad, carecían de convicción.
11 La sección estaba armada con escopetas.
12 Esto vuelve a desmentir a Nicolás Márquez cuando en su libro afirma que no existen pruebas de que el Che haya abatido a algún contendiente en combate.
13 El armamento guerrillero continuaba siendo en extremo defectuoso.
14 Jon Lee Anderson, op. cit. p.268.