sábado, 3 de agosto de 2019

ANEXO XVI. EL ESCUADRÓN ALACRÁN



LA GENDARMERÍA ARGENTINA EN MALVINAS

La Gendarmería Nacional Argentina estuvo presente en el conflicto del Atlántico Sur con la Compañía de Tropas Especiales 601, que por iniciativa de sus integrantes tomó el nombre de Escuadrón “Alacrán”.
Sus cuadros estaban capacitados para llevar a cabo operaciones especiales y ese fue el tipo de tareas que se les encomendó en el teatro de operaciones.
Por ser una fuerza de elite, el escuadrón se unió a las unidades de comandos del Ejército, reforzando el sector ocupado por el Regimiento de Infantería 25, a las órdenes del teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, padre de las tropas de elite de la República Argentina.
Su paso a las islas fue algo tardío porque recién el 26 de mayo, cuando las acciones entraban en su etapa más dura, el comandante José Ricardo Spadaro, fue convocado por el subdirector nacional de Gendarmería, comandante general Antonio Becich, para imponerlo de la última novedad: su sección iba a ser enviada a las Malvinas.


Un día después, gendarmes de distintas unidades del país convergían sobre Comodoro Rivadavia para pasar al archipiélago. Alguien consiguió una bandera argentina a la cual se le adosó 
con cinta adhesiva negra la inscripción “Gendarmería Nacional - Escuadrón Alacrán”, convirtiéndola en estandarte de la unidad. 
El 28 de mayo a las 18.00, los cuarenta gendarmes de la unidad abordaron un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina y a las 19.00 partieron rumbo a las islas, siguiendo los pasos de la Compañía de Comandos 602 que lo había hecho tes días antes.
En tres oportunidades el avión que transportaba a los gendarmes debió regresar al aeropuerto por razones de seguridad, pero finalmente el pase se concretó.
Llegaron a las islas a vuelo rasante, desplazándose a solo 15 metros del agua en una noche cerrada y un tanto ventosa. Aterrizaron en Puerto Argentino a las 23.45 y ni bien la aeronave se detuvo, saltaron todos a tierra para iniciar la descarga del equipo, las raciones y el armamento.
El escuadrón fue recibido por un oficial del Centro de Operaciones Logísticas del ejército (COL) quien, ignorante de su llegada, dispuso su alojamiento en un galpón de chapa, de unos 30 metros de largo por 20 de ancho, perteneciente a la Falkland Island Company, proporcionándole los medios de transporte necesario. El improvisado cuartel se alzaba cerca de la zona portuaria, solo disponía de dos portones corredizos y carecía de ventanas. Para aligerar la situación de los recién llegados, le adosaron una improvisada cocina y sanitarios que hicieron bastante confortable la permanencia.
Al día siguiente el comandante Spadaro se presentó ante los mayores Carlos Rodolfo Doglioli y Agustín Buitrago para recibir instrucciones. Lo condujeron ante el general Menéndez, a quien previamente hizo una detallada descripción de las capacidades del escuadrón y su organización.
El 29 de mayo a las 20.00 horas tuvo lugar una reunión de coordinación con los comandos de las compañías 601 (mayor Mario Castagneto) y 602 (mayor Aldo Rico), con quienes se planificó una operación conjunta al monte Kent a efectos de hostigar en forma cubierta la aproximación de helicópteros y reforzar el perímetro defensivo en torno a Puerto Argentino.
El plan consistía en dejarse sobrepasar por el ejército enemigo y atacarlo por su retaguardia para infligirle la mayor cantidad de bajas posible. La Gendarmería debía ocupar cinco posiciones, al norte y al sur, ambas en contacto con el mar, dejando las tres centrales a cargo de los comandos del Ejército.
El dispositivo iba a estar conformado por la 2ª y 3ª sección de la Compañía de Comandos 601 junto a su plana mayor, la Compañía de Comandos 602 y el Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea además del recién llegado escuadrón de la Gendarmería Nacional.
El 30 de mayo a las 08.00 horas, los gendarmes abordaron el helicóptero Puma SA.330L matrícula AE-508 de la Aviación de Ejército, piloteado por el teniente primero Hugo Alberto Pérez Cometto1 y partieron desde la cancha de fútbol, contigua a la Casa de Gobierno (improvisado aeropuerto alternativo), en dirección al monte Kent, su destino. En ese momento, el teniente primero Jorge M. Vizoso Posse intentó abordar el aparato junto al sargento primero Franco, llevando entre ambos el mortero de 60 mm que tenían a su cargo pero el segundo comandante alacrán, Jorge Enrique San Emeterio, les pidió que lo hiciesen en otra nave porque aquel estaba en el límite de su peso con sus cajas de municiones. El helicóptero ladeó el monte Longdon y después de sobrepasar las líneas de vanguardia argentinas, alcanzó el objetivo, al norte del puente Murrell. El piloto iniciaba el descenso, sobrevolando la ladera este, cuando  los 51º 39.9’ S/58º 03.7’ O, un misil de procedencia desconocida impactó en su cola, estremeciendo toda su estructura. 
Al menos cuatro helicópteros operaban en el lugar cuando a eso de las 15.30 horas, la máquina se precipitó a tierra con la parte posterior de su estructura envuelta en llamas. Al impactar contra la ladera del cerro, el Puma comenzó a rodar sobre las piedras y la turba, finalizando su desplazamiento en la base, donde se detuvo convertido en una verdadera pira.
Enceguecido y semi asfixiado por el humo que impregnaba el interior, el comandante San Emeterio intentó incorporarse para ayudar a su gente. Casi en el mismo momento, el sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta vio una mano en medio de la humareda y tirando con fuerza de ella logró sacar de entre las cajas de municiones y los hierros retorcidos, al subalférez Oscar Rodolfo Aranda, que se hallaba semiinconsciente.
San Emeterio y el sargento primero Miguel Víctor Pepe reaccionaron con premura al extraer de aquel verdadero infierno al sargento Justo Rufino Guerrero, quien presentaba heridas de extrema gravedad en sus dos piernas, una de ellas prácticamente seccionada. El pobre individuo pedía a viva vos que lo dejasen allí, pues temía que las llamas alcanzasen las cajas de explosivos y al detonar 
matasen a toda la sección pero sus compañeros no lo escucharon; desafiando el fuego y las inminentes estallidos, lograron retirarlo y alejarlo, apenas segundos antes de que el aparato volase en pedazos.
Cuando el helicóptero estalló, perecieron en su interior el primer alférez Ricardo Julio Sánchez, el subalférez Guillermo Nasif, que en 1981 había hecho el curso de comandos en el Ejército, el cabo primero (s) Marciano Verón, los cabos Víctor Samuel Guerrero y Carlos Misael Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo.
Los sobrevivientes y el piloto se replegaron hacia Puerto Argentino, dejando al pie del monte al herido junto a tres de sus compañeros, quienes fueron rescatados después de una hora de riesgosa espera con el humo y las llamas señalando su ubicación a la distancia.
Para su fortuna, al cabo de ese tiempo, apareció entre los cerros un helicóptero Bell UH-1H de la Aviación de Ejército, quien los recogió y los llevó de regreso a la capital.
Detrás suyo quedó el Puma, consumiéndose con los cuerpos de seis de sus compañeros dentro, dos oficiales y cuatro suboficiales, quienes acababan de ofrendar su vida por la patria.
Nunca se supo si el cohete que derribó al helicóptero fue disparado desde un Sea Harrier, un helicóptero enemigo o Blow Pipe portatil, posibilidad nada descabellada dado que las avanzadas del ejército británico alcanzaban por entonces el monte Kent.
Ese mismo día se le encomendó al escuadrón otra misión. Una fracción reforzada con cuadros que habían participado en la fallida expedición al monte Kent debía alistarse para brindar cobertura a una sección de ingenieros de la Infantería de Marina, que ocupaba posiciones en las inmediaciones del cerro Dos Hermanas
Los efectivos fueron helitransportados en horas de la noche (21.00) y tras cumplir satisfactoriamente su misión, regresaron a Puerto Argentino, a veinticuatro horas de su partida.
El 6 de junio tuvo lugar una de las operaciones más espectaculares del Escuadrón Alacrán. Ese día, cerca de las 22.00, se le le ordenó a un pelotón al mando del subalférez Miguel Ángel Puente, montar una emboscada a dos kilómetros del cerro Dos Hermanas, en dirección al monte Kent, para cubrir un puente que atravesaba un brazo de agua y constituía una amenazadora avenida de aproximación.
La patrulla se desplazó por vía terrestre y cerca de media noche alcanzó la posición, efectuando una primera inspección ocular al tiempo que sus efectivos se desplegaban por el terreno.
En momentos en la vanguardia cruzaba la estructura hacia la orilla opuesta, una sección británica apostada en las inmediaciones abrió fuego, obligando a los gendarmes a correr presurosamente en busca de cobertura.
El enemigo los sorprendió con ametralladoras y morteros, concentrándose exclusivamente en los hombres que se desplazaban sobre el puente. Eso le permitió la sección del sargento ayudante Natalio Jesús Figueredo repeler el ataque, atrayendo el fuego sobre sí, facilitando el repliegue de la vanguardia.
Se generó entonces, un violento combate de aproximadamente media hora de duración, en el que las balas trazadoras surcaban la negrura de la noche en todas direcciones. Cuando el fuego enemigo cesó, el sargento Figueredo y el subalférez Miguel Ángel Puente se incorporaron y lanzaron a la carrera, sin dejar de accionar sus armas.
Alcanzaron la posición enemiga sin encontrar resistencia, comprobando con verdadera sorpresa que los ingleses se habían dado a la fuga. En su huida dejaron abandonado equipo y armamento así como también claves y planos con la ubicación de sus piezas de artillería.
El monte Dos Hermanas volvió a ser escenario de una nueva odisea cuando el 10 de junio, a las 02.30, otra sección de apoyo, al mando del segundo comandante Eduardo Miguel Santos, recibió órdenes de desplazarse hacia de sus laderas para cubrir la llegada de treinta efectivos de la Compañía de Comandos 602, 
al mando del mayor Aldo Rico, quienes tenía instrucciones de contener al enemigo en ese sector.
Los gendarmes llegaron hasta las líneas del RI4 a bordo de dos Lan Rover. Una vez allí, se reunieron con los comandos de la 602 para seguir su marcha a pie, divididos en dos columnas.
Alcanzado el objetivo, Rico dispuso una emboscada que quedó conformada de la siguiente manera: al pie del monte una sección de morteros y una ametralladora pesada a cargo del teniente primero Jorge Vizoso Posse y el sargento Mario A. “Perro” Cisnero; unos metros más arriba, Aldo Rico con el capitán Andrés Ferrero; cerca de ellos, un tanto más abajo y a la derecha, la ametralladora pesada del teniente primero Enrique Rivas y el sargento Miguel Franco, y luego el escalón de asalto, dividido en dos secciones ubicadas a ambos lados del dispositivo, la derecha al mando del capitán Tomás Fernández y la de la izquierda al del segundo comandante de GN Eduardo Miguel Santo, con sus alacranes. Por encima de todos, mucho más cerca de la cima, se hallaba el escalón de protección al mando del capitán Eduardo M. Villarruel con la avanzada del RI4 que disponía también de una ametralladora pesada. Entre ellos y Rico, a unos 150 metros de distancia, el capitán-médico Hugo Raniero aguardaba armado con un fusil de caza mayor.
Cerca de las 02.00, movimientos en la obscuridad pusieron a los comandos en máxima alerta. Se trataba de aproximadamente treinta efectivos del SAS desplazándose hacia el monte con lentes de visión nocturna y bengalas con las que iluminaron el área para lanzarse al ataque.
Fue así como se generó un violento combate durante el cual cayó abatido el célebre sargento Cisnero y resultó gravemente herido el sargento ayudante Acosta, cuando la GN interpretó mal una orden e inició un lento repliegue el cual se detuvo al percatarse del error.
Los alacranes tomaron ubicación y accionaron sus armas, iluminando la obscuridad con las trazadoras. Desbordado por ambos flancos, temeroso de quedar encerrado, el enemigo emprendió la retirada, perseguido por Rico y por el fuego del Grupo 3 de Artillería que comenzó a batir la zona a riesgo de los mismos comandos que corrían detrás suyo.
El Escuadrón Alacrán seguía empeñado en combate cuando su jefe y el gendarme Pablo Parada intentaron auxiliar a Acosta. Sin embargo, su tentativa fracasó porque un proyectil de bazooka mató a este último en el acto. Aquel que el 30 de mayo se había jugado la vida para sacar de entre las llamas a un compañero, había caído en duro combate contra un enemigo implacable.
El gendarme Parada también resultó herido pero logró ser retirado y puesto a cubierto, evitándose así una nueva baja fatal.
Pese a las muertes de Cisnero y Acosta, aquel enfrentamiento constituyó una contundente victoria argentina ya que la firme resistencia de comandos y alacranes permitieron el contraataque que puso en fuga a los británicos, quienes al retirarse, como ya había ocurrido otras veces, dejaron abandonado parte de su equipo.
El 12 junio, después de resistir victoriosamente innumerables embates ingleses, el comandante Spadaro entendió que había llegado la hora de evacuar algunas posiciones pues el riesgo de ser alcanzados por la artillería enemiga era cada vez más grande. “A la mañana siguiente, después del bombardeo nocturno había quedado en pie solo la chimenea. Hasta el día de hoy, bendigo mi acertada premonición”, apuntó en el Libro de Guerra de la unidad.
Dos días después comenzó el repliegue hacia Puerto Argentino. E
n ese preciso momento se presentó ante los alacranes el padre Natalio Astolfo, capellán de la Gendarmería Nacional, deseoso de despedirse de ellos porque partía de regreso al continente, llevando consigo a un grupo de heridos.
A sabiendas de las críticas horas que se avecinaban, el comandante Spadaro cerró el Libro de Guerra y se lo extendió al sacerdote, para que lo entregase en mano en el emblemático Edificio Centinela, sede de la Dirección Nacional de Gendarmería.
El 14 de junio, finalizados los combates, el grueso del escuadrón fue embarcado en el “Canberra”, a bordo del cual zarpó rumbo al continente. Escondida entre sus ropas, el subalférez Aranda, uno de los heridos en el helicóptero Puma, llevaba la bandera del Escuadrón. Los comandantes Spadaro y Hugo Alberto Díaz (su segundo) retornaron un mes después, el 14 de julio, a bordo del “Saint Edmund”, que los depositó en Puerto Madryn junto a otros oficiales y suboficiales de las tres fuerzas.
En el ultimo párrafo del Libro de Guerra del escuadrón, aquel que llevó de regreso al continente el padre Astolfo, el comandante Spadaro apuntó lo siguiente: “Al cerrar este epilogo de un grupo de gendarmes, sepan nuestros camaradas que, en cuanto a nosotros, hicimos lo que se pudo, llegamos tarde, Dios dirá en definitivo”.


Integrantes del Escuadrón Alacrán durante la guerra de Malvinas
Jefe: Comandante José Ricardo Spadaro 2do Jefe de Escuadrón: Comandante Hugo Alberto Díaz
Comandante Carlos Saturnino Vega
2do Comandante Jorge Enrique San Emetrio (+)
2do Comandante Eduardo Miguel Santo (+)
1er Alférez Néstor Alfredo Gómez del Junco
1er Alférez Ricardo Julio Sánchez (Muerto en Combate)
Subalférez Guillermo Nasif (Muerto en Combate)
Subalférez Miguel Ángel Puente
Subalférez Oscar Rodolfo Aranda
Sargento Ayudante Ramón Gumersindo Acosta (Muerto en Combate)
Sargento Ayudante Natalio Jesús Figueredo
Sargento Primero Miguel Víctor Pepe
Sargento Justo Rufino Guerrero
Cabo Primero Carlos Alfredo Oliva
Cabo Primero Blas Fanor Montellano
Cabo Primero Miguel Edgar Echeverría
Cabo Primero Juan Alberto Fleitas
Cabo Primero Agustín Jara
Cabo Primero Luis Alberto Kovalski
Cabo Primero Jorge Omar Trangoni
Cabo Primero Marciano Verón (Muerto en Combate
Cabo Primero Víctor Samuel Guerrero (Muerto en Combate)
Cabo Carlos Misael Pereyra (Muerto en Combate)
Cabo Miguel Ángel Encina
Gendarme Juan Carlos Acosta
Gendarme Julio Ramón Benito
Gendarme Julio Oscar Gibbons Capandegui
Gendarme Alfredo de Bernardo
Gendarme Ramón Duarte
Gendarme José Isidro Ferreira
Gendarme Víctor Jorge Ferreira
Gendarme Juan Carlos González
Gendarme Ángel Andrés Huenchul
Gendarme Máximo Ramón Molina
Gendarme Miguel Ángel Notarnicola
Gendarme Pablo Daniel Parada
Gendarme Juan Carlos Pardo (+)
Gendarme Santiago Ramón Sena
Gendarme Juan Carlos Treppo (Muerto en Combate)


Carta del sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta a su hijo, escrita en el frente, poco antes de morir en combate la noche del 6 al 7 de junio de 1982.


Puerto Argentino, 2 de junio de 1982

Querido hijo Diego.
¿Qué tal muchacho? ¿Cómo estás?
Perdoname que no me haya despedido de vos, pero es que no tuve tiempo, por eso te escribo, para que sepas que te quiero mucho y te considero todo un hombrecito y sabrás ocupar mi lugar en casa cuando yo no esté.
Te escribo desde mi posición y te cuento que hace dos días iba en un helicóptero y me bombardearon, cayó el helicóptero y se incendió, murieron varios compañeros míos pero yo me salvé y ahora estamos esperando el ataque final.
Yo salvé a tres compañeros de entre las llamas. Te lo cuento para que sepas que tenés un padre del que podrás sentirte orgulloso y quiero que guardes esta carta como un documento por si yo no vuelvo, o si vuelvo para que el día de mañana cuando estemos juntos me la leas en casa.
Nosotros no nos entregaremos, pelearemos hasta el final y si Dios y la Virgen lo permiten nos salvaremos.
En estos momentos estamos rodeados y será lo que Dios y la Virgen quieran. Recen por nosotros y fuerza hasta la victoria final.

Un gran abrazo a tu madre y a tu hermana, cuidalos mucho, como un verdadero Acosta.
Estudiá mucho.

“Viva la Patria”
Cariñosamente.
                                                                                          Ramón Acosta



Comandos del Escuadrón “Alacrán” caídos en combate

Primer alférez Ricardo Julio Sánchez,
Subalférez Guillermo Nasif
Cabo primero Marciano Verón
Cabo primero Víctor Samuel Guerrero
Cabo Carlos Miguel Pereyra 
Gendarme Juan Carlos Treppo
Suboficial Ramón Gumersindo Acosta


Notas
1 Algunas versiones señalan como piloto al capitán Pedro Ángel Obregón, quien durante la guerra fue copiloto del helicóptero Chinook C47 matrícula AE-520.