OSVALDO SPENGLER
EL HOMBRE DE HONOR Y EL PLEBEYO
Ya
en las tribus germánicas se le designa, en forma casi mística, con la palabra honor.
Este honor era una fuerza que impregnaba toda la vida de las estirpes. El honor
personal era sólo el sentimiento de la responsabilidad incondicional del
individuo por el honor de su clase, de su profesión, por el honor nacional. El
individuo vivía la existencia de la comunidad, y la existencia de los otros era
al mismo tiempo la suya. Lo que él hacía arrastraba consigo la responsabilidad
de todos. En aquel tiempo, el hombre moría anímicamente cuando llegaba a ser un
“deshonrado”, cuando su sentimiento del honor o el de los suyos había sido
herido mortalmente, ya por culpa propia, ya por la de extraños.
Todo aquello
que se llama deber, el supuesto de todo
verdadero derecho, la substancia fundamental de toda moral noble, se basa
en el honor. El campesino y todas las profesiones, el comerciante y el oficial,
el empleado público y las antiguas familias reales tienen cada uno su honor.
Quien no lo tiene, a quien “eso no le importa”, es decir, el que no siente la
necesidad de estar colocado decentemente ante sí y ante sus semejantes, es
“plebeyo”. Eso es lo opuesto a la distinción,
en el sentido de toda verdadera sociedad, y no la pobreza ni la falta de
dinero, como ha creído la envidia de los
hombres actuales, después que se perdió el instinto para apreciar la vida y la
sensibilidad distinguida; ahora, que las maneras públicas de todas las “clases”
y “partidos” son igualmente plebeyas…
Comentario nacionalista: De la
profética obra: “Decadencia de Occidente”, escrita por el eximio filósofo de la
Historia, Osvaldo Spengler, extraje estas ideas de absoluta actualidad, el
aplebeyamiento, como él lo llama, plaga inmoral, que se manifiesta como mal
gusto estético, trato grosero, vileza personal, irresponsabilidad social, y corrupción política; en definitiva, todas las
actitudes que exalten impúdicamente al propio
YO.
El hombre responsable que gobierna y
cumple honrada y heroicamente, con su deber a Dios, al prójimo, y a sí mismo,
es un hombre de honor, un servidor
del Bien común; que relega sus intereses personales. Pero en esta época inmoral
esta virtud política y social, ya abandonada, hace reír a los políticos democráticos
plebeyos, porque se ha generalizado e impuesto la moral de situación: “el que
no afana es un gil”. Desgraciadamente, tanto se divulgó el “aplebeyamiento”,
que ya pocos valoran la nobleza moral y el honor personal, sino, por el contrario,
reverencian e imitan, si pueden, al demagogo, al adinerado, y al que hizo
famoso la TV.
También los grupos de clase o
sindicales, plebeyos muy ufanos, con ínfulas belicosa, reclaman “derechos” a
troche y moche, la mayoría de las veces absurdos y prepotentes, sin nombrar
jamás los deberes que los obligan. Sin considerar que el egoísmo de los
“derechos”, está hundiendo políticamente a la sociedad, aumentando la miseria
popular, y alejándola cada vez más del Bien común y la grandeza nacional. Cuantos
más “derechos” usufructúan, más pobreza caerá sobre ellos.
Lamentablemente el resentimiento, la
lucha de clases y la violencia, son el único camino, sin solución, que ofrece
el liberalismo/marxismo para reclamar los derechos de la gente, aun los válidos
y honestos. ¡Porque nadie representa verdaderamente al pueblo! ¡Ningún político
democrático asume la enorme responsabilidad, la carga, a veces ingrata, de
gobernar en orden al Bien común! Por el contrario, tan degradada está la
política demoliberal, que necesita, para sobrevivir, fomentar dialécticamente
los reclamos injustos y las luchas intestinas; creando esperanzas ficticias y
utópicas. La democracia liberal y el marxismo sobreviven gracias a las más
ridículas e irreales utopías.
Ante esta degradación, el Nacionalismo proclama la vigencia del
culto del HONOR, honor político, social, familiar, conyugal, que se obtiene
“sirviendo”, porque servicio es el
nombre del amor cristiano. El hombre de honor, en cualquiera de sus
actividades, es el solidario, el que se entrega, el que sirve al prójimo; en
orden a su vida terrena y futura. Mientras que el plebeyo, individuo egoísta y
ambicioso, impuesto por la moral liberal, es el usurpador de lo que no le
pertenece. El gobernante honorable tiene:
“VOCACIÓN DE SERVICIO”.
“Años Decisivos”, ed. Ercilla, 1934,
pg.66.