sábado, 3 de agosto de 2019

LA GUERRA RECRUDECE

Campamento de La Mesa. El Che sentado al centro


El 12 de septiembre de 1957 el Che Guevara y su columna se retiraban hacia Peladero, punto selvático en la sierra oriental sobre el que también convergía Fidel desde Chivirico. En el camino, la columna del primero pasó por la finca de Juan Balansa, un comerciante de Pinalito sospechado de colaborar con el gobierno y de recibir beneficios de los poderosos del lugar, razón por la cual le fue confiscado un mulo y se lo amenazó con tenerlo bajo vigilancia pues se temía que pudiese ser un delator. El animal, imprescindible para el acarreo, resultó más fuerte de lo que se esperaba, de ahí la decisión de no sacrificarlo como alimento y preservarlo (incluso sirvió de cabalgadura para el Che), aunque algún tiempo después cayó en manos del ejército que le dio el mismo destino.
Apremiado por imponer el orden y “marcar territorio”, Guevara despachó grupos de hombres armados en distintas direcciones, con instrucciones de ejecutar a cuanto bandolero, desertor, cuatrero o delator encontrasen en camino pues desde hacía un tiempo, bandas de malhechores recorrían la región cometiendo todo tipo de tropelías contra los pobladores, asesinando, robando, maltratando y ultrajando, casi siempre haciéndose pasar por combatientes rebeldes. La falta de autoridad gubernamental los había cebado y los actos de barbarie se sucedían uno tras otro, incrementando peligrosvamente su frecuencia.
Decidido a acabar con awuel flagelo, el Che se dispuso a combatir el terror con más terror y de ese modo, varios guajiros terminaron ejecutados al ser sorprendidos en actitud sospechosa o no poder justificar su situación.
Una vez en Peladero, el Che y Fidel mantuvieron una reunión privada en la que trataron diversos asuntos. El primero se hallaba ansioso por dar cuenta de lo sucedido en Pino del Agua y quería saber de antemano los planes para el futuro, pero su conversación se vio interrumpida cuando Ramiro Valdés llegó corriendo extremadamente agitado, informando que había sucedido algo grave.
El Che y Fidel le preguntaron qué era, el recién llegado explicó que Lalo Sardiñas acababa de matar a un recluta.

-¡¿Cómo es posible?! – preguntó Castro asombrado.

Al parecer, Lalo estaba reprendiendo a un subordinado por una falta grave cuando al intentar golpearlo con su pistola en la cabeza, se le disparó el arma.
Al llegar al lugar, los comandantes se toparon con un principio de motín. Los hombres estaban furiosos y exigían a gritos la muerte del acusado.
Fue necesario calmar los ánimos y organizar un juicio para resolver el asunto por la vía legal. Primero habló Fidel y luego lo hizo el Che, intentando mediar por su segundo aunque sin resultados porque los ánimos estaban tan exacerbados, que nadie parecía razonar. Hablaron también los testigos y finalmente se resolvió someter el asunto a votación para ver si se ejecutaba a Sardiñas o se le aplicaba algún otro castigo.
De los 146 sufragantes que emitieron su voto, 70 se inclinaron por la pena de muerte y 76 por la degradación.
Al conocerse los resultados, se alzaron nuevas voces de protesta reclamando airadamente por la ejecución y eso oblogó a Guevara a hacer nuevamente uso de la palabra para defender la voluntad de la mayoría. Castro lo apoyó y Lalo Sardiñas fue perdonado aunque degradado a lo más bajo del escalafón militar. Pero la medida no satisfizo a muchos de los combatientes quienes, al día siguiente, anunciaron que abandonaban la guerrilla y se marcharon, disgustados por lo que entendían era una injusticia y una grave falta al código militar guerrillero. No hubo manera de convencerlos y en el fondo tenían razón pues de haber sido otro el imputado, ninguno de los comandantes se hubiese mostrado tan interesado en salvarlo.
Con las primeras luces de la mañana, los hombres entregaron sus armas y se alejaron, situación verdaderamente azarosa que obligó a Fidel a transferir varios de sus combatientes a la columna del Che, uno de ellos Camilo Cienfuegos, quien debía ocupar el lugar de Lalo.
Fue así como nació la gran amistad entre el recién llegado y el Che, una amistad entrañable que iría en aumento con el paso del tiempo.
Ambos coincidieron plenamente. Camilo era alto, rubio, blanco, apuesto en extremo, extrovertido y conversador; había jugado béisbol en su juventud y tenía gran aliciente sobre la tropa. El Che lo designó capitán de la retaguardia e inmediatamente después le encomendó la tarea de acabar con una banda de forajidos que estaban sembrando el terror en torno al cerro Caracas y el Lomón, usando a la revolución para ganarse la confianza de la gente. La orden era clara y precisa, debía dar con los culpables y conducirlos al campamento para someterlos a juicio.
Mientras Camilo y su grupo partían a cumplir su misión, el Che regresó a El Hombrito para establecer allí su cuartel general. Sabía que Sánchez Mosquera y sus tropas se hallaban acampados en Minas de Bueycito y por esa razón quería darse prisa, para tomar posiciones y estar preparado en caso de que efectuase algún movimiento.
Antes de salir, dejó a cargo a Aristido, un guajiro incorporado unas semanas antes que no tuvo temple para soportar la situación. Ni bien el Che se alejó, entró en pánico, vendió su revolver a un campesino de la zona y se alejó en busca del ejército, no sin antes informarles a sus conocidos que pensaba desertar. Al proceder de esa manera, firmó su sentencia de muerte.
Enterado de lo ocurrido, el Che dio la vuelta y una vez de regreso, mandó por él. Se lo trajeron amarrado, obligado a caminar descalzo por la espesura. Enrique Acevedo lo vio pasar y sintió pena por él. “Nada queda de su facha de cacique”1, pensó para sus adentros. El hombre temblaba de miedo cuando quedó frente al comandante y con la cabeza gacha eperó, sin pronunciar palabra. El Che le hizo varias preguntas y cuando terminó de interrogarlo, dictó la sentencia.
Los disparos sobresaltaron a Acevedo y a quienes se hallaban con él; se miraron desconcertados y silenciosos; un extraño ailencio flotaba en el ambiente. Sin decir nada, se incorporaron, echaron a correr y al llegar al lugar del que habían venido los estampidos, vieron con sorpresa que a Aristido le estaban echando tierra. Después de la revolución, Guevara se preguntaría si había sido realmente necesario aplicarle la pena capital a aquel pobre guajiro y si no se había excedido al decretarla, pero a modo de justificación escribiría que la guerra era difícil y dura y por esa razón, no se podía mostrar signos de debilidad, mucho menos un comandante: “…durante los momentos en que el enemigo arrecia su acometividad no se puede permitir ni el asomo de una traición”2.
Inmediatamente después de la ejecución, el Che se encaminó hacia el cerro Caracas para brindar apoyo a Camilo Cienfuegos, que en esos momentos le pisaba los talones a la banda de Ricardo “Chino” Chang, forajido cubano de origen oriental que en las últimas semanas había recurdecido su accionar. Iba dispuesto a aniquilarlo y a mostrarle a tod el mundo como iba a proceder con quienes violasen la ley. Para su fortuna, contaba con un abogado en su columna, Humberto Sori Marín, quien le daría un marco de legalidad a sus juicios aunque justo es decirlo, todas las decisiones las tomaba él, de acuerdo a su parecer.
Camilo ya había capturado al Chino cuando el Che llegó al lugar. Los salteadores se hallaban amarrados, sentados sobre la hierba, aguardando en silencio la suerte que les deparaba el destino. Para someterlos a juicio se escogió una casa abandonada de las inmediaciones, una choza semiderruida en la que improvisaron algunos asientos y una suerte de mesa que había por allí. Durante los alegatos, salieron a la luz hechos escabrosos, como aquel según el cual, haciéndose pasar por combatientes revolucionarios, los acusados habían asesinado, torturado y robado a los campesinos de la región además de violar a numerosas mujeres. Las sentencias que impartió el tribunal, es decir el Che, fueron lapidarias; seis de ellos, incluyendo el cabecilla, fueron condenados a muerte y como no se quería prolongar demasiado el asunto, ni bien finalizó el juicio, se dispuso todo lo necesario para llevar a cabo las ejecuciones de manera inmediata.
Chang fue atado a un árbol con los ojos vendados. Con una calma fuera de lo común, el hombre de rasgos orientales pidió los auxilios espirituales del padre Sardiñas pero como el mismo se hallaba ausente, lejos de allí, solicitó que se dejara constancia de que había pedido por él. Cuatro combatientes fueron los encargados de llevar a cabo la ejecución. A una orden del jefe del pelotón, los hombres tomaron sus fusiles, apuntaron y dispararon. Inmediatamente después le siguió el Maestro, aquel personaje extraño que se había quedado cuidando al Che en aquella cabaña olvidada de la sierra cuando resultó herido tras el combate del 28 de febrero, cerca de Las Vegas; el mismo que le había dado mala espina pese a su aspecto fuerte y curtido. El sujeto se había hecho pasar por el “médico argentino” y aprovechando esa condición, ultrajó a una muchacha que había ido a consultarlo.
Al escuchar su sentencia el hombre solicitó un arma para morir en combate pero Guevara se rehusó. Cuando lo amarraron al árbol se negó a que le vendaran los ojos y antes de recibir las descargas que acabaron con su vida, lanzó vivas a la revolución. Le siguieron cuatro sujetos más y a ellos otros tres jóvenes con quienes el Che decidió simular un fusilamiento, para darles un susto. El resto fueron absueltos porque se trataba de “…algunos muchachos provenientes de las ciudades y otros campesinos que se habían dejado tentar por la vida libre, sin sujeción a ninguna regla y, a la vez, regalada que les ofrecía el Chino Chang”3.
Los tres condenados al simulacro de fusilamiento fueron atados a sendos árboles con los ojos vendados. El pelotón tomó ubicación y una vez efectuada la descarga, al ver que no habían muerto, uno de ellos corrió hasta donde se encontraba el Che, lo abrazó con fuerza y le dio un sonoro beso en la mejilla, más descarga de tensiones que otra cosa4.
Testigo presencial de aquellos hechos fue el periodista Andrew Saint George, que se hallaba de regreso con la guerrilla para hacer nuevas notas y dejar constancia de los hechos tomando fotografías5.
A aquellas ejecuciones les siguieron las de Dionisio Oliva, el mismo campesino que había ayudado a desenmascarar a Eutimio Guerra, convertido ahora en salteador y bandido, la de su cuñado Juan Lebrigo y la del “Bisco” Echevarría, hermano de Manuel Echevarría Martínez, uno de los expedicionarios del “Granma”. Este último también pidió morir en combate para no deshonrar a su familia pero como su deseo fue rechazado, solicitó lápiz y papel para escribirle a su madre explicándole que las causas de su ejecución eran justas.
A comienzos de octubre, el Che se encontraba de regreso en El Hombrito, decidido a iniciar la construcción de un campamento permanente al que pensaba convertir en su base de operaciones, una infraestructura industrial destinada a sostener la presencia permanente de la guerrilla en la sierra, según Jon Lee Anderson, con todo lo necesario para la subsistencia. Y en ese sentido, puso manos a la obra de manera eficaz, casi obsesiva, asistido por dos estudiantes universitarios que acababan de llegar de la capital, a quienes encomendó la construcción de una represa en el río El Hombrito, destinada a proveer energía eléctrica al hospital de campaña. Junto con eso, mandó levantar un horno de pan, depósitos, una barraca y una imprenta que le permitió fundar “El Cubano Libre”, diario guerrillero cuya primera edición estuvo lista en el mes de noviembre6. También construyó una panadería, una granja, un corral para guardar porcinos, una zapatería-talabartería, en la que reparaban el calzado, fabricaban cartucheras y correajes y hasta una armería destinada a la elaboración de minas terrestres, granadas para fusiles (llamadas “Spoutnik” en honor del satélite que Rusia acababa de poner en órbita iniciando la carrera espacial) e incluso obuses.
El broche de oro fue la gran bandera negra y roja del Movimiento 26 de Julio con la leyenda “Feliz 1958”, que se pensaba izar a fin de año en un mástil que estaba pronto a ser clavado en el centro del campamento.
Como para reforzar las defensas de aquel enclave, Guevara hizo cavar trincheras, construir refugios antiaéreos, organizar resguardos y montar puestos de observación en diferentes puntos de la sierra, cubriendo los accesos a la base y sus adyacencias.


No pasó mucho para que las tropas de Sánchez Mosquera se adentrasen en la región, tomando una ruta a través del valle contiguo a Mar Verde, mientras destruían todo a su paso, ya fueran fincas, bohíos, corrales, almacenes y cabañas.
Urgido por detener su avance, el Che adelantó a Camilo con órdenes de montar una emboscada a mitad de camino e inmediatamente después se puso en marcha siguiendo sus pasos, con el firme propósito de efectuar un rodeo y atacar desde la retaguardia.
En esos momentos, el enemigo trepaba dificultosamente las laderas, urgido por alcanzar el campamento guerrillero, lo que dio tiempo al Che para sorprenderlo por los flancos.
Sánchez Mosquera habíoa logrado sacarle una buena distancia a las fuerzas rebeldes, ignorando que se dirigía directamente hacia la emboscada de Camilo.
Durante la marcha, el perrito que la tropa del Che había adoptado como mascota, dio con la tumba de un soldado, prueba incuestionable de que el ejército había pasado por el lugar y que avanzaba directamente hacia la trampa. Casi sin detenerse, el Che siguió su marcha hacia la aldea de Mar Verde, decidiodo a interceptar y batir su retaguardia.
Encontraron el lugar completamente desierto, sin un alma a la vista, ni en las calles ni en el interior de las viviendas pues sus habitantes habían huido precipitadamente, dejando todo abandonado.
En la entrada del caserío, Guevara alzó el brazo y mandó hacer un alto para recuperar fuerzas, algo que la tropa agradeció profundamente. Inmediatamente después, los combatientes sacrificaron un cerdo y lo asaron, ansiosos por dar cuenta de él. Esa noche, durante el “banquete”, uno de sus hombres tomó su guitarra y amenizó la velada con bellas canciones.
A la mañana siguiente (29 de noviembre), los dos exploradores que el Che había enviado la noche anterior a recorrer los alrededores, regresaron con la noticia de que Sánchez Mosquera acampaba a menos de 2 kilómetros de allí y que Camilo aguardaba en su posición, esperando que el Che atacara primero.
El comandante decidió actuar con celeridad, ordenando levantar campamento para iniciar un desplazamiento veloz hacia el vivac enemigo. De esa manera, después de una travesía accidentada a través de la espesura, la columna alcanzó las márgenes del río Turquino y allí se detuvo para que su jefe distribuyese a la gente, colocándola de frente a las vías de acceso en lo que parecía un punto bastante vulnerable y expuesto. Durante la marcha, se produjo un hecho triste y desagradable, que turbó profundamente a los combatientes. En un determinado momento, el cachorrito que llevaban como mascota se puso a ladrar desesperadamente, generando con ello el consabido peligro de ser detectados por el enemigo. Félix, el más encariñado de todos, intentó callarlo pero fue en vano. Entonces Guevara, mirando a su subalterno, le ordenó que matara al animal, "Félix, ese perro no da un aullido más, tu te encargarás de hacerlo. Ahórcalo. No puede volver a ladrar". El pobre soldado no sabía que hacer pero ante la mirada intimidante de su jefe, sacó una soga que llevaba guardada y ahorcó al perrito ahí, frente a toda la tropa, que miraba apenada y silenciosa. El comandante lo explicaría muy bien en su diario: "Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fijo que podía burlar el círculo atenazante de la garganta. No se cuanto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin. El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse. Quedó allí esmirrado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte".
Camilo Cienfuegos
El Che se ubicó detrás de unos árboles y allí esperó, acompañado por tres o cuatro hombres. Al cabo de varios minutos, apareció lo que parecía ser la vanguardia de Sánchez Mosquera, integrada por al menos cinco soldados que avamzaban cautelosamente entre el follaje.
Temeroso de perder el efecto sorpresa, Guevara alzó su pistola, apuntó y disparó, errándole al primer soldado por muy poco. Se desencadenó entonces un furibundo tiroteo que forzó a los soldados a correr en busca de cobertura mientras sus compañeros devolvían la agresión.
Los guerrilleros acribillaron la finca en la que los soldados habían montado su cuartel pero en el intercambio de disparos Joel Iglesias, que en esos momentos perseguía a un grupo de soldados, cayó gravemente herido, alcanzado por seis balazos, quedando tendido sobre la hierba mientras perdía abundante sangre.
El Che dio indicaciones ordenando su evacuación en dirección a El Hombrito e incluso él mismo ayudó a recogerlo y sacarlo de la línea de fuego.
Cuando los hombres que cargaban a Joel se perdieron en el follaje, regresó a su puesto de combate y siguió disparando, comprobando, no sin preocupación, que el enemigo estaba bien apostado y que resistía el ataque con determinación.
En ese preciso instante, se percibieron en la selva una serie de movimientos que atrajeron la atención de los guerrilleros. Al parecer, Sánchez Mosquera estaba recibiendo refuerzos y eso comprometía la situación de los combatientes, de ahí el intento desesperado del Che por mantenerlos alejados. Gritando por sobre el fragor del combate, el comandante le ordenó a Ciro Redondo que se adelantase contenerlos, a lo que aquel respondió alzando su pulgar derecho.
De haber intuido lo que iba a suceder, el Che hubiera evitado toda maniobra e incluso tal vez, se hubiese replegado, pero nada le hizo preveer el funesto desenlace.
En cumplimiento de la orden, Ciro se incorporó y echó a correr hacia delante pero a los pocos metros, una bala le atravesó la cabeza, matándolo en el acto.
El Che sintió una tremenda impotencia al ver caer al mejor de su mejor pero nada pudo hacer, solo echar una maldición y seguir disparando para descargar su ira.
Cerca de las 17.00, las fuerzas del gobierno quebraron las líneas guerrilleras y eso obligó a sus cuadros a retirarse, llevándose a la rastra a cinco hombres heridos.
El repliegue hacia El Hombrito fue en extremo sacrificado, con las tropas gubernamentales pisándoles los talones y los heridos volviéndose más pesados. Llegaron a marchas forzadas y se dispusieron a resistir, preparando las defensas y tomando posiciones.
Dos días después, Sánchez Mosquera alcanzó El Hombrito, forzando al Che a retirarse hacia La Mesa, previa evacuación de heridos y suministros; lo hizo sembrando el terreno con las mismas minas que había fabricado en su propio arsenal pero, para su desazón, al poco tiempo comprobó que las mismas no habían estallado.
La primera en evacuar el sector fue la vanguardia, seguida inmediatamente después por el grueso de la columna. Debían alcanzar los Altos de Conrado, paraje denominado de esa manera en honor de un combatiente, tomando a través de una senda ascendente, por un terreno irregular, hasta una casa abandonada donde el Che tenía pensado montar una nueva emboscada.
En verdad el lugar era ideal para la celada, por eso Guevara, después de estudiar el terreno, parapetó a su gente tras una saliente que bloqueaba parte del camino, situando a
Camilo en un montículo de árboles con él un tanto retrasado, y al grueso de su fuerza a ambos lados del sendero, posición en la que permanecerían cerca de tres días, sin moverse, esperando a las fuerzas enemigas que no se dignaban aparecer.
Su vanguardia debía abatir al primer soldado que apareciese por el sendero y las dos secciones principales acribillar desde ambos costados al grueso de la columna enemiga, en tanto la retaguardia cargaría de frente.
El Che y otros dos hombres constituían una suerte de reserva, que se ubicaría a unos 20 metros detrás del dispositivo, en un punto bastante al descubierto aunque ideal para brindar cobertura en caso de repliegue o cambio de posiciones.
Allí se encontraban los guerrilleros, esperando al enemigo, cuando este apareció repentinamente, avanzando por la espesura.
Violando su propia orden de mantenerse inmóviles en sus puestos hasta que el enemigo estuviese a tiro, Guevara se incorporó para ver que sucedía y ni bien lo hizo, se escuchó un disparo que precedió a un violento intercambio de fuego.
Pudo haber sido un combate desigual porque las tropas gubernamentales accionaron sus obuses pero los proyectiles cayeron lejos y eso permitió a los rebeldes batir a discreción el sector ocupado por sus oponentes, antes de que estos cayesen en la cuenta de que sus disparos se iban largos.
Una bala alcanzó el pie derecho del Che, que comenzó a sangrar abundantemente y mientras el dolor le invadía buena parte del cuerpo, escuchó ruidos entre el follaje, evidenciando la proximidad de varios hombres. Eran soldados de Batista, quienes después de rodear las posiciones guerrilleras, se aproximaban por detrás intentando rodear la línea de fuego.
Viéndose indefenso, habiendo gastado su cargador, el Che intentó arrastrarse para recoger el arma que se le había caído al ser herido. En ese preciso momento se le aproximó “Cantinflas” gritando que se retiraba porque se le había trabado el fusil. El argentino lo insultó y mientras reponía su carga de municiones, le ordenó alejarse. A su alrededor el tiroteo arreciaba en tanto los gritos de los contendientes llegaban desde todas direcciones, convirtiendo el ambiente en un infierno.
Herido en su amor propio, Cantinflas logró destrabar el arma pero al incorporarse para disparar, recibió un impacto de que lo tumbó pesadamente sobre la hierba.
El proyectil le entró por el brazo izquierdo y le salió por el omóplato, provocando una importante pérdida de sangre. Al ver a su hombre herido el Che intentó arrastrarse hacia él para retirarlo de la línea de fuego. Haciendo un esfuerzo supremo, llegó junto al cuerpo de su subalterno y al ver que estaba conciente, le preguntó si podía andar.

-Creo que si – le respondió.

De esa manera, siempre a la rastra, se fueron alejando hasta que varios metros más adelante lograron incorporarse y juntando fuerzas de donde no la tenían echaron a correr en dirección a una casa abandonada, distante a un par de kilómetros del lugar.
Durante el repliegue, se toparon con otros combatientes, quienes al verlos en esas condiciones, se ocuparon de asistirlos. Cantinflas fue colocado sobre una camilla y evacuado por dos combatientes, no así el Che, que se negó a ello y siguió a pie un trecho, pero los dolores lo obligaron a detenerse y aceptar la ayuda que se le ofrecía. Tragándose su orgullo, dejó que lo cargaran y una vez en la grupa de un caballo fue retirado del lugar.
En el improvisado refugio, Guevara organizó una nueva emboscada en La Mesa e inmediatamente después le escribió a Fidel poniéndolo al tanto de su situación. En la misiva pedía armas y aseguraba haber abatido al menos a tres soldados aunque en la retirada había perdido el fusil, aclarando sobre el final que no había logrado tomarle armas al enemigo y que estaba herido.

“Lamento muchísimo no haber seguido tu consejo, pero la moral de los hombres estaba bastante baja… y consideraba que mi presencia en las primeras líneas era absolutamente necesaria. Sin embargo, en general me cuidé mucho y la herida fue accidental…”7.

En un primer momento, el Che creyó que estaba perdido pero al cabo de un tiempo, comprendió que su situación no era tan grave pues el enemigo había desaprovechado la ventaja y en un movimiento que su jefe entendió, era táctico, se retiró del sector para reagruparse. Otra buena noticia fue exitosa intervención a la que había sido sometido Joe Iglesias, quien se recuperaba de sus heridas.
El Che también fue intervenido. El médico (se había incorporado recientemente a la guerrilla) le extrajo la bala con una hoja de afeitar y después de colocarle un apósito, lo puso a descansar, indicándole que permaneciese en el refugio hasta que pudiese caminar.
Pero eso era imposible porque ni bien se sintió aliviado, Guevara se incorporó y ordenó a sus hombres alistar sus armas y el equipo para regresar a El Hombrito.
No fue una marcha fácil, pero lo que se encontraron al llegar les hizo olvidar todas sus penurias; el lugar había sido arrasado, sus instalaciones destruidas o incendiadas y solo algunos gatos y puercos se veían aquí y allá buscando alimento.
Aquello enfureció al Che quien se la tomó con la gente del llano por no haberle enviado más armas.
En este punto Anderson hace hincapié en las desavenencias que surgieron entre el comandante argentino y el Directorio Nacional luego de la muerte de Frank País. Según el autor norteamericano, Guevara no sentía simpatías por aquella gente y ellos tampoco por él. ¿Las causas? Simples. El Che parecía ignorar a la dirigencia del movimiento y eso quedó demostrado cuando comenzó a tratar directamente con los proveedores de armas, sin efectuar las consultas correspondientes. El Directorio, encabezado por Armando Hart y Daniel (René Ramos Latour), sucesores de País, veía con preocupación la total independencia que Fidel había concedido aquel extranjero engreído, dejándolo obrar por su cuenta, con absoluta autonomía y autoridad. Para muchos eso era peligroso porque el Che mostraba con mayor frecuencia su faceta extremista e incluso parecía ejercer cierta influencia sobre el jefe máximo de la guerrilla, algo que no podía suceder de ninguna manera.
Armando Hart
Era evidente que el Directorio perdía poder al tiempo que el Che lo incrementaba y eso aumentaba la tensión; veían en el argentino a un marxista en potencia, decidido a todo y eso les asustaba, de ahí el viaje de Daniel y Celia Sánchez a la sierra para tratar el asunto con Fidel.
Los recién llegados trajeron consigo un mensaje de Armando Hart dando cuenta de la inminente alianza con Prío Socarrás y “ciertos círculos diplomáticos” con quienes venían pactando desde hacía algún tiempo. Se referían lisa y llanamente a la embajada de los Estados Unidos, de quien esperaban obtener apoyo, cosa que irritaba profundamente al Che Guevara y lo ponía cada vez más belicoso.
Mientras tanto, en La Habana y las principales ciudades del país, se sucedían crímenes brutales perpetrados por las fuerzas del gobierno, incluyendo matanzas de campesinos en la sierra, procedimientos que comenzaron a minar la relación de Batista con Washington.
En esos días, el coronel Alberto del Río Chaviano, aquel que había polemizado con Fidel en los medios gráficos y que se hizo célebre por la captura, tortura y el asesinato del grupo asaltante del cuartel Moncada, fue ascendido a general y designado comandante de las fuerzas punitivas que debían operar en Oriente, medida que coincidió con el precio puesto a la cabeza de Castro8.
Como respuesta, el M-26 contraatacó asesinando a numerosos militares y funcionarios de gobierno, el primero de ellos el mismísimo Gallego Morán, a quien se acusó de haber desertado hacia las filas gubernamentales y pasar información. Poco después fue ajusticiado el coronel Fermín Cowley Gallegos, el chacal de Holguín, comandante del Regimiento 8 de aquella ciudad, responsable de crímenes salvajes, como el de las Pascuas Sangrientas9 y la masacre de los expedicionarios del “Corynthia”, ejecutado por un comando subversivo en dependencias de la Cuban Air Co.
Con el fin de dañar la economía cubana, Castro ordenó quemar los cañaverales de la isla, incluyendo el de su familia en Birán. De esa manera, hombres provistos de material inflamante salieron a recorrer los campos, provocando varios incendios que pese a su magnitud, no llegaron a perjudicar demasiado la producción nacional10.
El momento parecía propicio porque el país atravesaba un período de bonanza debido a las inversiones extranjeras y el precio internacional del azúcar, el tabaco y el café, además del níquel que se extraía de Oriente. Las reservas del Banco Nacional estaban aumentando y ello permitió ampliar las instalaciones portuarias en La Habana y generar un boom turístico con buena afluencia de veraneantes a hoteles, casinos y balnearios.
René Ramos Latour
"Daniel"
Por entonces, el embajador norteamericano Earl Smith había aligerado un tanto su postura antibatistiana y comenzaba a mostrar una actitud más conciliadora después de recibir los primeros informes de presencia marxista en la guerrilla. Tal vez a ello se haya debido la condecoración que recibió en aquellos días el brigadier general Carlos Tabernilla, comandante de la fuerza aérea cubana, de manos del general Lemuel Sheperd, quien aprovechó la ocasión para referirse a Batista como un “gran general y presidente”11.
A todo esto, Castro respondió la nota de Armando Hart encomendándole que su representante en los Estados Unidos organizase la delegación que debía asistir en su nombre a la convención a llevarse a cabo en Miami el 1 de noviembre, recomendándole especialmente la confección de una lista con los nombres de los candidatos a integrarla, para su análisis. En lo que respecta a Daniel, rechazó terminantemente sus acusaciones contra el Che y lo envió de regreso a Santiago con la misión de conseguir armas y municiones mientras a Celia Sánchez le pidió que permaneciese a su lado, porque deseaba mantener una presencia femenina en la guerrilla.
El 1 de noviembre de 1957 tuvo lugar la gran convención de Miami en la que quedó constituida la Junta de Liberación Cubana. La misma dejó afuera a los comunistas pero dio amplia cabida a elementos del M-26.
Los debates fueron apasionados y los pronunciamientos encendidos y tras ardua deliberación, se establecieron los puntos básicos de su programa, a saberse:
-    Renuncia de Batista. -    Llamado a elecciones libres. -    Retorno al estado de derecho. -    Incorporación de la guerrilla castrista a las fuerzas armadas cubanas. -    Creación de puestos de trabajo. -    Elevar el nivel de vida.

La novedad inquietó a Castro y enfureció al Che, que vio en todo ello una movida para satisfacer a Washington. Para el primero, el peligro radicaba en que la declaración no ponía impedimentos a la formación de una junta militar luego del triunfo de la revolución y dejaba al descubierto que Felipe Pazos ambicionaba el poder al presentarse en nombre del M-26 y hablar por él. Eso fue lo que provocó la indignación general cuando la noticia llegó a la sierra y el rechazo de los términos cuando Daniel y Armando Hart le escribieron a Fidel pidiéndole su parecer.
La tensión se adueñó del espectro opositor cubano. Castro se sintió traicionado y Raúl pidió la inmediata ejecución de Pazos por entender que ambicionaba la presidencia. Aún así, el primero contuvo su ira y esperó que la gente del llano y las ciudades tomasen posición.
Quien se hallaba fuera de sí era el Che, que el 9 de noviembre le escribió nuevamente a Fidel desde La Mesa, para exigirle que emitiese un documento condenando lo resuelto en la asamblea, para publicarlo en “El Cubano Libre” y distribuirlo por todo Oriente y, de ser posible, en toda la isla. Los términos de aquella nueva carta fueron mucho más duros pues hablaba directamente de la desconfianza que le inspiraba el Directorio Nacional y de las sospechas que le generaban sus dirigentes, exigiendo, en consecuencia, adoptar medidas urgentes. En caso de no hacerlo, presentaría su renuncia y se alejaría.
El documento, fundamental en su esencia, fue el aliciente que Castro necesitaba para decidirse a actuar. Cuatro días después, le respondió aprobando todos sus planteos y dando a entender que se iba a pronunciar.
El 15 de noviembre el Che le envió a Fidel una tercera carta en la que manifestaba su entusiasmo por la decisión tomada pero ponía especial énfasis en que debía actuar de inmediato, pues urgía impedir la injerencia de Estados Unidos.
Siguiendo el consejo de su amigo, Castro denunció el Pacto de Miami como una traición lisa y llana contra Cuba y el movimiento revolucionario, acusando a los firmantes de haber actuado con tibieza y cobardía (Ver Anexo VI). Inmediatamente después le envió copias al Che, al Directorio Nacional y a los signatarios del Pacto y se dispuso a campear el temporal. Ni bien la recibió, el Che se apresuró a imprimir 10.000 ejemplares para su distribución.
Felipe Pazos
El pronunciamiento surtió efecto. Felipe Pazos renunció al M-26 y el dirigente estudiantil reformista Faure Chomón Mediavilla, miembro del Directorio Nacional, atacó directamente a Castro al tiempo que iniciaba los preparativos de su propia invasión a Cuba.
El Che, por su parte, le envió una dura carta a Daniel definiéndose sin ambages como marxista y acusándolos, tanto a él como al Directorio, de derechistas y blandos por haber permitido que la convención de Miami ignorase olímpicamente al ejército rebelde.
El remitente rechazó enérgicamente los términos y acusó a Guevara de pretender sujetar a Cuba al la órbita soviética. Además, aclaró que si bien el pacto no había sido de su agrado, entendía que el mismo debía ser sometido a la mesa directiva del M-26 para que la misma definiese su posición12.
Era evidente que se había producido un quiebre en las fuerzas antigubernamentales y que el ejército rebelde podía perder el respaldo del llano y las ciudades. La novedad corrió como reguero de pólvora por toda la isla y puso en alerta a la oposición13.
Para entonces, los efectivos de la Columna 4 hacía rato que recibían adoctrinamiento político.
Sabiendo que el Che hablaba cada vez con mayor frecuencia de “socialismo” y “marxismo” (algo que inquietaba bastante a Fidel), el Partido Socialista Popular intentó contactarlo para desarrollar una estrategia y para ello envió como emisario a Pablo Ribalta, un maestro de raza negra que había estudiado en la Universidad Estudiantil de Praga y se había graduado en la escuela de cuadros políticos del PC.
Miembro del Secretariado Nacional de la Juventud Comunista de Cuba, el enviado viajó a la sierra a mediados de 1957 luego de que el Che solicitara una persona con sus características para llevar a cabo el adoctrinamiento de la tropa.
Ribalta, hombre alto y extrovertido, llegó a La Mesa a través de Bayamo, cuando el Che se hallaba en campaña. Para entonces, el lugar se había convertido en el epicentro de la guerrilla, con sus barracas, sus corrales para la cría de aves y porcinos, su improvisado hospital de campaña, la usina eléctrica, la imprenta, la talabartería, en la que se reparaba el calzado y se fabricaban gorras, cartucheras y correajes, la fábrica de habanos y la armería donde se trabajaba en una suerte de mortero, el “M-26”, arma elemental consistente en un rifle lanza granadas montado sobre un trípode, que debía estar listo antes de fin de año.
Cuando Guevara estuvo de regreso, Ribalta y él trabaron buena relación; dos meses después montaron la tan mentada escuela de adoctrinamiento en Minas del Frío, sobre las laderas del pico Turquino y cuando todo estuvo listo comenzaron la instrucción de los cuadros.
Satisfecho con su labor, Guevara le sugirió al recién llegado que hiciese instrucción como guerrillero y como era de esperar, aquel aceptó.
Faure Chomón
Para entonces, había tenido lugar el decisivo encuentro con Urbino Rojas, alto dirigente del Sindicato de Trabajadores Azucareros, quien había llegado hasta el campamento para coordinar acciones conjuntas e iniciar acciones en el llano. Poco después llegó el padre Guillermo Sardiñas, suerte de capellán de la guerrilla, quien resultó indispensable a la hora de captar a los elementos que se mostraban temerosos o al menos titubeantes de las inclinaciones políticas del Che.
Y no era para menos. El argentino no solo intentaba volcar a sus subordinados hacia la extrema izquierda sino, incluso, atraer al campesinado para adoctrinarlo e incorporar a la lucha, de ahí las frecuentes visitas que comenzó hacer a fincas y aldeas.
La medida sirvió también para revertir cierta tendencia negativa que estaba dañando el reclutamiento de combatientes pues desde hacía algún tiempo, los pobladores de la región se alejaban de la guerrilla, temerosos de las represalias del ejército.
Durante las noches, en el campamento, después de la cena, el Che y Ribalta comenzaban sus lecciones hablando de Lenín, de Marx, de Engels, de la revolución bolchevique y sus alcances, omitiendo con mucha astucia las brutalidades del régimen en tiempos del primero y sobre todo bajo el terror stalinista. De esa manera, se organizaron grupos de estudio en los que se abordaban temas que iban desde historia de Cuba hasta estrategia militar, pasando por nociones de marxismo y posiblemente, algo de doctrina gramsciana. Fue en ese período que Guevara comenzó a bosquejar su artículo “Guerra y población campesina”, que publicaría una vez finalizada la revolución.
Finalizando el primer año de guerra, el Che tenía definida su posición y comenzaba a mostrarla abiertamente mientras convertía a su columna en una fuerza extremista, audaz y fanática, decidida a cumplir sus designios hasta las últimas consecuencias, aún a riesgo de la propia vida y de la de terceros. Lejos de allí, las centrales de inteligencia de las naciones occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, comenzaban a ver con recelo el creciente poder de aquel exaltado que el propio Fidel Castro parecía alimentar.
Crecía la inquietud en el Departamento de Estado y con ello el temor de un brote comunista en el Caribe.
Notas
1 Extraído de Jon Lee Anderson, op. Cit. p. 274.
2 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit. p.179.
3 Ídem, p. 180.
4 De acuerdo a lo que el Che apunta en su diario, fue por pedido de Fidel que se les perdonó la vida a los tres condenados. Se convertirían en excelentes soldados.
5 Su trabajo para la revista “Look” fue premiado. Muchos analistas creen que se trataba de un agente encubierto de la CIA enviado a la sierra para reunir información sobre Fidel Castro.
6 Desde hacía algún tiempo, el campamento contaba con una vieja impresora de 1903 que el Che mandó traer especialmente desde Santiago.
7 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit. p.280.
8 Se ofreció una recompensa de u$s 100.000 a quien lo entregase vivo o muerto.
9 Se trata de la ejecución de veintitrés jóvenes opositores, acaecida en Holguín, entre el 23 y el 25 de diciembre de 1956, poco antes del desembarco del “Granma”. Su líder, Pedro Miguel Díaz Coello, cabecilla del M-26, fue apresado el día 25 y conducido junto a varios compañeros a una finca de las afueras de Aguas Claras, donde Cowley y sus secuaces aguardaban para interrogarlos. El dirigente fue sometido a torturas y cuando apenas le quedaba un hilo de vida, fue conducido hasta el barrio del Corralito, más precisamente al terraplén que una a esa localidad con Santa Lucía y lo ejecutaron de un disparo en la cabeza, para colgar su cuerpo de un árbol.  Un comando del M-26 dirigido por el capitán William Gálvez e integrado por Carlos Borjas, Alex Urquiola Marrero, Dagoberto Sanfield, Ramón Cordero, Alfredo Abdón y Fredesvinda Pérez, interceptó a Cowley en dependencias de la Cuban Air Co., y lo ejecutó de varios disparos.
10 En la película Che!, Guevara es quien le da la idea a Castro, lo que según algunas fuentes, parece haber sido cierto.
11 Por aquellos días circuló una versión según la cual, Earl Smith le sugirió a Allen Dulles, director general de la CIA, el envío de un agente encubierto a Sierra Maestra, para infiltrarlo en las filas de Castro ¿Se trataba acaso del periodista Andrew Saint George?
12 Hay quienes dicen que el Che envió la carta a Daniel antes de que Fidel se pronucniara contra el Pacto de Miami.
13 En esos días, comenzaron a circular las 10.000 copias del pronunciamiento contra el Pacto de Miami que el Che mandó imprimir en su campamento. Su texto sería reproducido íntegramente por la revista “Bohemia” en su edición del 2 de febrero del año siguiente.