La (nueva) Iglesia clandestina. Una reflexión
En
tiempos en que los intelectuales católicos eran capaces de denunciar la
infiltración marxista en la Iglesia, hubo algunos entre nosotros, Carlos Sacheri, que se animaron por estos lares (como Genta) a decir cuatro verdades en ese famoso libro que, al parecer, le costó la vida misma: «La Iglesia clandestina».
Fue
allí donde el joven filósofo y padre de varios hijos, declaró con
parresía el lento pero seguro acecho de la progresía eclesial para tomar
el poder. Era «la Iglesia clandestina», la que avanzaba por las alcantarillas conforme al lema de Descartes: larvatus prodeo («avanzo escondido»).
Hoy,
al parecer, se han invertido los tantos pues, gran parte de la «Iglesia
clandestina» de ayer, ha llegado al poder haciendo que el resto fiel pase a la clandestinidad.
– «¿Cómo?».
Claro
como el agua: hoy quienquiera que intente seguir la Fe de nuestros
padres es la «Iglesia clandestina», la invisible, la tildada de
«conservadora», «fundamentalista» e «hipócrita». Tal es la aversión que
genera tanto dentro como fuera de ciertos sectores que algunos hasta son
echados de los templos, vituperados, calumniados y reprobados por
aquellos pastores mercenarios de los que hablaba el Buen Jesús.
Si hasta podría decirse que el mundo nos barre y Dios nos junta.
¿Qué
hacer? Pues, en primer lugar, dar gracias a Dios por el don de la Fe,
un don gratuito, inmerecido e irrevocable de nuestra parte.
En segundo lugar, afinar la Caridad, virtud teologal que nos hace amar incluso a nuestros enemigos, por amor a Dios; sin encerrarnos en una torre de cristal,
sino tratando de ganar para el cielo, con nuestra palabra y nuestro
ejemplo, a quienes Dios nos ponga a nuestro lado; que las palabras
convencen, pero los ejemplos arrastran.
Por
último, saber esperar en Dios, conscientes del Cielo que nos tiene
prometido si nos mantenemos fieles; si nos mantenemos fieles.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE