miércoles, 21 de agosto de 2019
JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL PROBLEMA DEL INDIO
La frontera del Arroyo Azul, transcurrió en años de paz y progresivo
desenvolvimiento económico durante la época de Rosas. Las hordas de
Catriel el Viejo, Cachul y Cafulcurá, distantes unas y otras, no
impidieron ni perturbaron la estabilidad y el acrecer de las actividades
de sus pobladores. Pactos de amistad y sumisión, concebidos y llevados a
cabo por Rosas, con diestra y perseverada cautela de gaucho y del
perfecto conocimiento de la psicología del indio, habían mantenido a
aquellos tres poderosos caciques en interesada quietud, mediante
regulares y periódicas entrega de ganado, suministros de heterogénea
variedad de mercaderías y atenciones personales –regalos por bautismos,
vacunación antivariólica, caballada escogida, repartición de tierras,
etcétera.
Esos “pacíficos entendimientos”, o “negocios de indios”, según las
expresiones de entonces, en la documentación oficial y en los asientos
de contabilidad de los proveedores y comerciantes particulares,
terminaron enseguida de Caseros. Los primeros gobiernos que sucedieron a
la caída de Rosas, ineptos para tratar un problema desconocido para
ellos, harto preocupados por las luchas intestinas de poderío político y
complicando a los indios en los bandos antagónicos, postergaron a
planos secundarios el problema del indio y lo relativo a la seguridad de
las fronteras interiores. Más aún sin contar con elementos de fuerza
suficientes y disponibles para contener y dominar a los señores de la
pampa, se indispusieron definitivamente como lo expresa esta carta de
Catriel de 1874, “…quieren echarnos de los campos que habitamos ahora y
mandarnos a otros parajes, aún sin habernos comunicado los motivos de
esta medida tan triste e importante…”, cometiendo la imprudencia de
desafiar su poderío haciendo tabla rasa de aquellos pactos solemnemente
cumplidos y con creces por Rosas, negándoles las yeguas, vacunos y
mercaderías, ofendiendo a esa inmensa ola humana que estaba aquietada
gracias a los procedimientos escrupulosos de Don Juan Manuel.
Con ello el nuevo régimen instaurado después de Caseros, dio lugar a una
vigorosa coalición de tribus de los caciques nombrados con la de
Yanquetruz, y a la inmediata consecuencia de una sangrienta invasión que
costó millares de vidas, la pérdida de cuantiosísimos valores, la
despoblación de muchas decenas de leguas cuadradas y el retroceso de la
línea de fronteras.
Fácil fue a los salvajes percibir la debilidad e incoherencia de las
defensas que podían oponerse a sus ataques; fácil también que su
instintiva sagacidad, agudizada por las solicitaciones de elementos
militantes en las contiendas y pasiones políticas de la época,
advirtiera las urgencias de lucha en que se debatía el Estado de Buenos
Aires. Sintiéronse entonces más seguros que nunca en su poder y libres
de la férrea y observadas disciplinas a que habían estado sometidos y
consentidas sus insaciables e insaciadas rapacidades, volvieron a
significar una tremenda, continua y acrecida amenaza para las
poblaciones de las zonas exteriores al río Salado. A las tribus próximas
se agregaron las de alejadas regiones y tierras extrañas, y uno tras
otro, se sucedieron, los devastadores y cuentos malones, como lo relata
José Hernández en su “Martín Fierro”:
“Se vuelve aquello un infierno
Más feo que la mesma guerra
Entre una nube de tierra
Se hizo una mezcolanza
De potros, indios y lanzas
Con alaridos que aterran”.
El clamor de las víctimas y la cuantía de los despojos, movieron
espasmódicamente, pero sin eficaz trascendencia, la acción oficial.
Se emprendieron expediciones militares punitivas y de defensa sin
adecuada preparación, que sólo sirvieron para demostrar la impotencia de
los gobiernos frente a la cohesión y a la arrojada audacia del indio.
Los combates de Sierra Chica y Tapalqué fueron dos aniquilantes
contrastes. En ellos y otros encuentros habían fracasado, por
insuficiencia de recursos y falta de experiencia de sus conductores, las
mejores tropas de frontera. Agotados transitoriamente todos los
elementos de fuerza se hizo apremiante volver a los procedimientos
conciliatorios, reemprender el camino abandonado y pactar nuevamente con
los caciques y capitanejos.
Fuente:
Revisión n° 10, Buenos Aires, Octubre de 1964, p. 5.