sábado, 24 de agosto de 2019

JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL PROBLEMA DEL INDIO

miércoles, 21 de agosto de 2019

JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL PROBLEMA DEL INDIO




La frontera del Arroyo Azul, transcurrió en años de paz y progresivo desenvolvimiento económico durante la época de Rosas. Las hordas de Catriel el Viejo, Cachul y Cafulcurá, distantes unas y otras, no impidieron ni perturbaron la estabilidad y el acrecer de las actividades de sus pobladores. Pactos de amistad y sumisión, concebidos y llevados a cabo por Rosas, con diestra y perseverada cautela de gaucho y del perfecto conocimiento de la psicología del indio, habían mantenido a aquellos tres poderosos caciques en interesada quietud, mediante regulares y periódicas entrega de ganado, suministros de heterogénea variedad de mercaderías y atenciones personales –regalos por bautismos, vacunación antivariólica, caballada escogida, repartición de tierras, etcétera.




Esos “pacíficos entendimientos”, o “negocios de indios”, según las expresiones de entonces, en la documentación oficial y en los asientos de contabilidad de los proveedores y comerciantes particulares, terminaron enseguida de Caseros. Los primeros gobiernos que sucedieron a la caída de Rosas, ineptos para tratar un problema desconocido para ellos, harto preocupados por las luchas intestinas de poderío político y complicando a los indios en los bandos antagónicos, postergaron a planos secundarios el problema del indio y lo relativo a la seguridad de las fronteras interiores. Más aún sin contar con elementos de fuerza suficientes y disponibles para contener y dominar a los señores de la pampa, se indispusieron definitivamente como lo expresa esta carta de Catriel de 1874, “…quieren echarnos de los campos que habitamos ahora y mandarnos a otros parajes, aún sin habernos comunicado los motivos de esta medida tan triste e importante…”, cometiendo la imprudencia de desafiar su poderío haciendo tabla rasa de aquellos pactos solemnemente cumplidos y con creces por Rosas, negándoles las yeguas, vacunos y mercaderías, ofendiendo a esa inmensa ola humana que estaba aquietada gracias a los procedimientos escrupulosos de Don Juan Manuel.

Con ello el nuevo régimen instaurado después de Caseros, dio lugar a una vigorosa coalición de tribus de los caciques nombrados con la de Yanquetruz, y a la inmediata consecuencia de una sangrienta invasión que costó millares de vidas, la pérdida de cuantiosísimos valores, la despoblación de muchas decenas de leguas cuadradas y el retroceso de la línea de fronteras.

Fácil fue a los salvajes percibir la debilidad e incoherencia de las defensas que podían oponerse a sus ataques; fácil también que su instintiva sagacidad, agudizada por las solicitaciones de elementos militantes en las contiendas y pasiones políticas de la época, advirtiera las urgencias de lucha en que se debatía el Estado de Buenos Aires. Sintiéronse entonces más seguros que nunca en su poder y libres de la férrea y observadas disciplinas a que habían estado sometidos y consentidas sus insaciables e insaciadas rapacidades, volvieron a significar una tremenda, continua y acrecida amenaza para las poblaciones de las zonas exteriores al río Salado. A las tribus próximas se agregaron las de alejadas regiones y tierras extrañas, y uno tras otro, se sucedieron, los devastadores y cuentos malones, como lo relata José Hernández en su “Martín Fierro”:

“Se vuelve aquello un infierno
Más feo que la mesma guerra
Entre una nube de tierra
Se hizo una mezcolanza
De potros, indios y lanzas
Con alaridos que aterran”.

El clamor de las víctimas y la cuantía de los despojos, movieron espasmódicamente, pero sin eficaz trascendencia, la acción oficial.

Se emprendieron expediciones militares punitivas y de defensa sin adecuada preparación, que sólo sirvieron para demostrar la impotencia de los gobiernos frente a la cohesión y a la arrojada audacia del indio. Los combates de Sierra Chica y Tapalqué fueron dos aniquilantes contrastes. En ellos y otros encuentros habían fracasado, por insuficiencia de recursos y falta de experiencia de sus conductores, las mejores tropas de frontera. Agotados transitoriamente todos los elementos de fuerza se hizo apremiante volver a los procedimientos conciliatorios, reemprender el camino abandonado y pactar nuevamente con los caciques y capitanejos.


Fuente:

Revisión n° 10, Buenos Aires, Octubre de 1964, p. 5.