TIEMPOS DE FURIA Y VENGANZA
Una ojiva nuclear detona en Kansas, Estados Unidos
(Imagen: película "El Día Después", 1983, dir. NIcholas Mayer)
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Donde
nadie celebrara ni parecía sentirse aliviado era en la propia Cuba,
agobiada como estaba por la frustración y las sensaciones de traición y
abandono que se habían adueñado de la población. Y no era para menos, su
dirigencia había apostado a todo por su aliado soviético y el retiro de
las armas nucleares la dejaba prácticamente indefensa, a merced de un
enemigo poderoso.
La furia estalló entre los miembros del gobierno
revolucionario al ver que no se los había tenido en cuenta a la hora de decidir
su destino y por esa razón, el sentimiento de revancha se percibía por todas
partes.
Lo que más desesperaba a los líderes cubanos era que, por
primera vez en su historia, los norteamericanos habían experimentado miedo, un
terror pánico al ver sobre sus cabezas la amenaza de las ojivas nucleares y que
de ello, podían haber sacado provecho.
Como era de esperar, las relaciones entre La Habana y Moscú
se tensaron y las negociaciones se estancaron pues ni siquiera la paternal
carta de Kruschev a Fidel, del 28 de agosto, sirvió para atemperar los ánimos,
como tampoco las promesas que sobrevinieron después. Por esa razón, el Kremlin
decidió enviar a su segundo, Anastas Mikoyán, buscando calmar las aguas y
convenir el retiro de los misiles.
U-Than, quien visitó la isla entre el 30 y 31 de octubre,
percibió claramente ese clima de malestar1 y así se lo hizo ver a
sus colaboradores inmediatos una vez de regreso en Nueva York
Tan tensa se tornó la situación entre el gobierno castrista y
el Politburó, que Mikoyán debió viajar aún con su esposa moribunda, sabiendo
que posiblemente, no la volvería a ver.
El emisario llegó el 2 de noviembre y permaneció cerca de un
mes, supervisando el desmantelamiento de las armas. Fidel Castro lo recibió
varios días después, de manera fría y distante, solo porque se enteró que su
cónyuge acababa de fallecer. Aún así, mantuvo una actitud seca, que se percibió
claramente en las reuniones que mantuvieron ambos hasta el día 22, cuando un
Castro fuera de sí y un Guevara dominado por la ira, decidieron abordar el tema
a fondo y lo interpelaron como si estuvieran en un tribunal.
La revista mexicana “Proceso” ha reproducido ese diálogo,
descorriendo un velo que se mantuvo por más de medio siglo:
Castro: ¿Quiere saber mi opinión sincera?
Mikoyán: Por supuesto. Como siempre hemos
hablado el uno con el otro.
Castro: Muy mala.
Mikoyán: ¿En qué sentido?
Castro: En todos.
Mikoyán: ¿Le parece mal que se haya levantado
el bloqueo?
Castro: No. Que se haya levantado el bloqueo
no. Lo que me parece mal es que hayamos perdido los aviones Il-28. Precisamente
ahora estamos preparando una respuesta a las declaraciones de Kennedy en la
conferencia de prensa. No nos gusta nada su anuncio de que van a continuar con
los reconocimientos aéreos2.
Se hallaban
presentes, en la reunión, El Che, Raúl Castro, Osvaldo Dorticós, Carlos Rafael
Rodríguez, Emilio Aragonés, el embajador soviético Alexander Alexeiev y Sergo
Mikoyán, que oficiaba como secretario de su padre.
La
conversación prosiguió en los siguientes términos:
Castro: Los puntos que todavía no me quedan
claros, manifestó Castro-, lo que más me preocupa es la afirmación de Kennedy
de que todas las armas nucleares serán retiradas de Cuba. ¿Prometió eso la
Unión Soviética? ¿Es verdad que todas las armas nucleares tácticas ya fueron
retiradas?
Mikoyán: El gobierno soviético no hizo
ninguna promesa en cuanto al retiro de las armas tácticas. Los estadounidenses
ni siquiera tienen información de que están en Cuba.
Castro: ¿Entonces las armas nucleares
tácticas siguen aquí? ¿Y no se dieron garantías sobre su retiro?
Mikoyán: No sobre las armas tácticas (…) y
sí, siguen aquí, en manos del camarada Pavlov. Estas armas no son ofensivas. Se
pueden usar en lugar de los cañones nucleares.
Castro: Si no me equivoco se refiere a las
que llamamos Colina.
Mikoyán: Sí y pueden ser usadas tanto con
ojivas convencionales como nucleares (…)
Fidel puso
marcado énfasis en la falta de información por parte de los soviéticos para con
los cubanos y sobre las medidas adoptadas para impedir que los misiles fueran
descubiertos.
Castro: Muchas cosas no estaban claras para
nosotros cuando los misiles ya venían hacia Cuba. Todo empezó cuando el
mariscal [Sergey Biryuzov] encargado de la artillería aérea nos prometió los
misiles. Creímos que serían entregados a Cuba… Luego di mi consentimiento,
pensando que cumplíamos con nuestra obligación hacia el campo socialista.
Asumimos el riesgo creyendo que éste también lo asumiría por nosotros. Estábamos
inclusive preparados para una guerra nuclear en caso de que la Unión Soviética
fuera atacada. Ahora veo que el gobierno soviético no estaba dispuesto a hacer
lo mismo por nosotros.
Mikoyán: Nosotros también estábamos
dispuestos a hacer sacrificios por Cuba. El temor de los estadunidenses no era
tanto porque nosotros desplegáramos misiles en la isla, sino porque se los
transfiriéramos a ustedes.
Castro: ¿La Unión Soviética no transfiere
armas nucleares a otros países?
Mikoyán: Tenemos una ley que prohíbe la
transferencia de cualquier arma nuclear incluidas las tácticas, a otro país.
Nunca las hemos transferido ni pretendemos transferirlas a nadie. Las armas
nucleares permanecen en nuestras manos y sólo se utilizarían en caso de guerra
para defender a todo el campo socialista.
Castro: ¿Y no sería posible que las armas
nucleares tácticas permanezcan en Cuba en manos soviéticas, sin transferirlas a
los cubanos?
Mikoyán: No. No es posible porque si no hay
una base soviética en Cuba, los oficiales soviéticos sólo podrían actuar como
asesores del ejército cubano. Los estadounidenses no saben que las armas
tácticas están aquí y las estamos retirando no porque ellos quieran, como usted
cree, sino por nuestra propia voluntad.
Castro: Comprendo… pero nosotros pensábamos
que una estrategia conjunta serviría para fortalecer los lazos entre los países
del campo socialista, tanto en lo político como en lo psicológico. No eludimos
nuestra responsabilidad (…) Entendimos sus argumentos… pero no pensamos que
escogerían la opción menos peligrosa. Si lo hubiéramos sabido no hubiéramos
aceptado el despliegue de misiles soviéticos en Cuba (…) Hicimos concesiones y
no nos aportaron nada más que el levantamiento del bloqueo (naval).
Mikoyán: ¿Y qué concesiones hicieron?
Castro: ¿Qué cree que somos? ¿Un cero a la
izquierda, un guiñapo? Quisimos ayudar a la Unión Soviética a salir de una
situación difícil (…) Ni siquiera pudimos disparar contra los U-2 mientras los
estadounidenses violaban constantemente nuestro espacio aéreo al despegar de
Guantánamo. (…) Repetidamente hemos protestado por ello y todo esto es muy
desagradable para nosotros. Se lo digo con toda sinceridad.
Mikoyán: Valoro su sinceridad, pero nosotros
vemos los resultados de un modo diferente. Fue un éxito que se levantara el
bloqueo, y así lo ven el Comité Central y Kruschev. Su carta a U Thant
(entonces secretario general de la ONU) fue publicada en Pravda con el título
La decisión debería ser aceptable para todos.”
Mentía Mikoyán
al mencionar de esa ley pues la misma no existía.
Castro: ¿Así que tienen una ley que prohíbe
la transferencia de todo tipo de armas nucleares a otros países? Es una
lástima. ¿Y cuándo van a derogar esa ley?
Mikoyán: Ya veremos. Ése es nuestro derecho.
Castro: ¿Y si ustedes usan sus misiles desde
territorio soviético, pueden dar con precisión en blancos estadounidenses?
Mikoyán: Sí, pero si atacamos a Estados
Unidos, eso naturalmente provocaría un ataque de ellos contra Cuba.
Castro: En el caso de una guerra mundial,
los misiles nucleares también los golpearían a ustedes.
Mikoyán: Claro. Las armas que Pavlov les va a
transferir son de gran importancia para la defensa de Cuba en las condiciones
actuales. Por ejemplo ustedes tienen tanques T-34 y nosotros los nuevos tanques
T-55. Sus cañones están equipados con un mecanismo giroscópico, que asegura la
precisión de los disparos mientras el tanque está en movimiento. Es el más
moderno.”
A
continuación, Mikoyán explicó que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética
habían levantado sus medidas de emergencia y preguntó si Cuba estaba dispuesta
a hacer lo mismo.
Castro: Sí, también planeamos hacerlo. Pero
quiero hacerle otra pregunta, camarada Mikoyán. ¿Dónde puedo comprar
bombarderos?
Mikoyán: Ya hablamos sobre los Mig-21. Estos
aviones son capaces de realizar todo tipo de tareas de combate […] Son los más
modernos […] Por lo que concierne a los Il-28, usted mismo sabe que son
obsoletos, es mejor usarlos como señuelos.
Castro: Y entonces, ¿para qué nos los
enviaron?
Mikoyán: Acompañados de aviones de combate
pueden ser muy útiles para la defensa.
Con algo de
sarcasmo, Fidel preguntó si podían ser empleados para proteger sus barcos de
pesca y luego retomó el tema de su interés, a saberse, la firma de un tratado
de asistencia militar recíproca, como los que Rusia tenía con sus naciones
satélite, y evaluar la posibilidad de desplegar tropas soviéticas en la isla.
Castro: [… ]Les pedimos que no se apresuren
con la retirada de tropas (de la isla). Creemos que nuestras fuerzas, solas, no
sirven como disuasión. Hay condiciones nuevas: el acuerdo militar que firmamos
sigue vigente, pero las tropas soviéticas deben ser retiradas, porque incomodan
al imperialismo. […] Creo que sería deseable abrir negociaciones sobre un nuevo
tratado. […] Todos los países socialistas de Europa tienen acuerdos militares
con la Unión Soviética. Si nosotros firmáramos también un nuevo acuerdo, eso
funcionaría como un fuerte factor disuasivo […]
Mikoyán: Camarada Fidel, ¿está usted pensando
en el Pacto de Varsovia?
Castro: No. Estoy pensando en un acuerdo
militar bilateral […] Si sustituyéramos el actual por otro no creo que el
imperialismo pudiera emplearlo como un arma política contra Cuba y la Unión
Soviética. […] Un paso así reforzaría la confianza del pueblo cubano y de todos
los pueblos de América Latina hacia ustedes […].
Mikoyán: Como usted sabe, Kruschev ha dicho
que entendemos la responsabilidad de la URSS en la defensa de Cuba frente a la agresión
imperialista. […] En lo que concierne a los medios de disuasión, éstos se
ubican en territorio soviético. Kruschev ya dijo que los misiles que se retiren
de Cuba serán apuntados contra Berlín.
El emisario
ruso se refería a los planes de un acuerdo de no agresión entre el Pacto de
Varsovia y la OTAN, destinado a distender la tensión internacional, pero Castro
volvió sobre el tema que lo obsesionaba: el acuerdo bilateral.
Castro: Camarada Mikoyán, para nosotros
sería muy importante sentir un escudo protector en la forma de un acuerdo
militar. Le rogaríamos que la URSS no se apresurara con el retiro de tropas3.
La
controvertida película Che!, de
Richard Fleisher, muestra una escena en la que Castro y Dorticós, celebran
jubilosamente el fin de la crisis, brindando con el embajador Alexeiev y sus
asistentes. Repentinamente, entra al recinto un Guevara fuera de sí, para
increpar al ruso e instar a Fidel a no ceder y apoderarse de los misiles.
Durante la
conversación, el líder máximo de la revolución trata de apaciguar a su segundo
y al no lograrlo, le dice con firme tono de voz que el tratado estaba cerrado y
no había más nada que hablar. El Che indignado, se retira, no sin antes ofender
al representante soviético (quien lo llama “provocador”) y forzar a Dorticós a
pedir disculpas, diciendo que el argentino no hablaba en representación del
gobierno cubano.
En ese pasaje,
la película deja entrever que a causa de ese acuerdo, se produjo un
distanciamiento entre Castro y el Che, origen de una suerte de ruptura y del
alejamiento definitivo entre ambos.
Todos sabemos que eso no fue así; Guevara abandonó Cuba recién en 1965, para frente un frente en el Congo y que hasta entonces, corrió mucha agua debajo del puente. La ruptura con Fidel jamás existió, incluso el vínculo entre ambos se fortificó. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y se desclasificaban nuevos documentos, el mencionado film, tan criticado en su momento, fue mostrando, hechos que realmente ocurrieron.
Frío recibimiento a Mikoyán en La Habana |
Todos sabemos que eso no fue así; Guevara abandonó Cuba recién en 1965, para frente un frente en el Congo y que hasta entonces, corrió mucha agua debajo del puente. La ruptura con Fidel jamás existió, incluso el vínculo entre ambos se fortificó. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y se desclasificaban nuevos documentos, el mencionado film, tan criticado en su momento, fue mostrando, hechos que realmente ocurrieron.
Uno de ellos,
la idea del Che, de apoderarse de los misiles para lanzarlos sobre Estados
Unidos.
Aunque suene demencial, el hecho realmente ocurrió, tal como lo deja entrever una nota aparecida en el Cold War International History Project Bulletin, del
Woodrow Wilson International Center de Washington, Estados Unidos, en una
edición de fines del 2012. La idea era temeraria y consistía en tomar por
asalto las bases de lanzamiento que los rusos habían construido en la isla y
disparar los vectores contra Nueva York, Washington y las principales ciudades
de la costa este. Las milicias populares se lanzarían sobre ellas para desarmar
al poco personal soviético que aún quedase en la isla y hacerse del control de
los proyectiles.
La noticia se filtró el 30 de octubre, cuando una delegación
checoslovaca encabezada por el presidente Antonín Novotný visitó el Kremlin
para tratar con Kruschev la crisis de los misiles. Los huéspedes encontraron al
premier completamente desencajado, conmovido por lo que acababa de suceder. “…estuvimos
realmente a dos dedos de una guerra nuclear -les dijo-. Hace días, recibimos una carta de Castro
diciéndonos que los estadounidenses iban a atacar en menos de veinticuatro
horas y nos propuso ganarles de mano y
lanzar nosotros primero la guerra atómica. Nos quedamos totalmente estupefactos. Claramente, Castro no tenía la
más mínima idea de qué se trataba una guerra termonuclear. Además, si el
conflicto se llegaba a producir, Cuba iba a ser la primera en desaparecer.
Después de todo, ¿qué podríamos haber ganado? Millones de personas habrían
muerto en nuestro país. ¿Podíamos poner en peligro el mundo socialista y la
clase trabajadora por esto?”.
La carta a la que Kruschev se refería, era la que Fidel le envió al
embajador Alexeiev el 27 de octubre, luego de conversar el asunto con el Che,
instándolo a disparar los vectores.
Fue cuando el
mandatario soviético llegó a la conclusión de que era imperioso retirar los
misiles de la isla, e los efectos de evitar un desastre a escala global.
En esos días,
llegó a Cuba Mikoyán y fue cuando habló de los impedimentos legales que
imposibilitaban transferir a La Habana las armas nucleares que los
norteamericanos aún no habían detectado.
El peligro era
enorme, de ahí la necesidad de recurrir a aquella mentira (la de los obstáculos
legales), para detener a semejantes dementes. El Kremlin sabía por boca del
canciller yugoslavo, que el Che estaba dispuesto a lanzar los proyectiles
porque se lo había dicho a su embajador en la capital cubana y si Guevara lo
decía, era seguro que Castro lo aprobaba: “Si
logramos el control de las armas nucleares, las instalaríamos sobre cada
centímetro de Cuba y no dudaríamos, en caso de ser necesario, de lanzarlas contra el corazón del adversario, Nueva York”.
La conversación se
filtró y también llegó a Mikoyán,
quien de manera urgente, comunicó a Moscú su decisión de retirar el total de
las armas.
Castro estaba
tan molesto por la situación, que antes de entrar a una reunión de estudiantes
en el Rectorado la Universidad de Las Habana, manifestó a la pequeña
muchedumbre que se agolpó en la puerta para verlo llegar, que Washington debía celebrar en grande que los misiles
no estuviesen en manos cubanas porque en primer lugar, jamás habrían sido
retirados si antes no devolvía el territorio de Guantánamo y ponía fin al
bloqueo económico. Y segundo, “porque
hubiésemos lanzado los cohetes si realizaban un ataque aéreo o una invasión”4.
El joven estudiante de periodismo Roberto Álvarez Quiñones tomó nota de
aquellas expresiones y las volcó en una pequeña libreta que guardaba en su
habitación de la pensión estudiantil.
Fidel siguió explicando que si los cohetes llegaban hasta Nueva York y
Washington, esas ciudades, a las que calificó de “símbolo del imperialismo”,
habrían sido destruidas y que, de esa manera, los yanquis habrían pagado “un
precio terrible por su agresión”5. Las mismas palabras que le había
dicho el Che cuando mantuvieron aquella conversación a puertas cerradas.
Años después, Kruschev apuntaría en sus memorias que solo un loco o una
persona que no tenía idea de lo que significa una guerra nuclear, o que
estaba enceguecida por la pasión revolucionaria, como sucedía con Fidel Castro,
podía hablar de ese modo.
En tanto, el segundo hombre más influyente en la cúpula de poder
castrista en octubre de 1962 (por encima de Raúl Castro, el sucesor formalmente
designado), el Che Guevara, estaba igualmente a años luz de la sensatez y
pensaba exactamente igual. Estaba deseoso por desatar una guerra nuclear con
tal de hacer desaparecer al imperialismo yanqui6.
El 29 de
noviembre, el periodista británico Sam Russell, reportero del “London Daily
Worker”, le preguntó a Guevara sobre la crisis y este le respondió que de haber
estado los misiles en sus manos, no habría dudado en lanzarlos contra los
centros neurálgicos de los Estados Unidos, incluyendo la ciudad de Nueva York.
…marcharemos
hacia la victoria aun si ello cuesta millones de víctimas en una guerra atómica7.
No caben dudas
de que en caso de un ataque aéreo, seguido por una invasión anfibia, tal como
lo propuesto insistentemente por los militares al comité de crisis, los jefes
cubanos hubiese incentivado a los rusos para lanzar los vectores. Y en caso de
haberse rehusado, los habrían capturado con sus milicias para dispararlos
ellos, aunque ello significase quedar reducidos a cenizas.
Asombra hoy cómo un
hombre como el Che Guevara, contrariado porque no dispuso de cohetes atómicos
para masacrar a millones de civiles inocentes, y quien en el “Mensaje a la Tricontinental”
(su testamento político publicado en abril de 1967 en La Habana), llamaba a
convertir a los revolucionarios en una “selectiva y fría maquinas de matar”,
puede ser considerado hoy por vastos sectores de izquierda en el mundo como un
símbolo romántico de esperanza de los pueblos.
Y causa estupor
también que alguien pueda admirar hoy a Fidel Castro, quien expresó su
frustración ante un grupo de mozalbetes universitarios, hace hoy medio siglo,
por no haber tenido poder suficiente para iniciar la Tercera Guerra Mundial
–apocalíptica-- y llevar a los terrícolas de regreso a las húmedas y oscuras
cavernas de la Edad de Piedra8.
La revista
“Time” de los Estados Unidos, recogió la entrevista que Russell le hizo al Che
y la publicó en su edición del 21 de diciembre de aquel año9,
dejando en claro que el verdadero halcón de la crisis en Cuba, era su
extremista ministro de Industria y comandante de las milicias populares en
occidente.
Lo expuesto
hasta ahora, lo confirma la periodista Lucía
Luna, en su nota “Misión en La Habana
para calmar a Fidel Castro”, aparecida en la revista “Progreso” el 21 de
octubre de 2012.
[Svetlana]
Savranskaya dice que la Unión Soviética había trasladado a Cuba unas 100 armas
tácticas. “Ochenta misiles nucleares de crucero (FKR), 12 ojivas nucleares de
uso dual para cohetes Luna de corto alcance y seis bombas
nucleares para bombarderos Il-28”.
Y la documentación revela que si bien se retirarían las armas estratégicas, las
tácticas permanecerían y los soviéticos tenían la intención de entrenar a los
cubanos para usarlas.
Pero después
de llegar a Cuba el 2 de noviembre de ese año crítico, y a lo largo de 20 días
de pláticas frecuentemente agrias con el liderazgo cubano, Mikoyán empezó a
percatarse del peligro que significaba dejar esas armas en la isla y,
especialmente, en manos de los cubanos. Informó de ello al Soviet Supremo y se
vio ante el desafío de informar a sus anfitriones el retiro de todo el
armamento nuclear, sin que por ello dejaran de ser sus aliados10.
El malestar en
Cuba se agravó cuando los misiles comenzaron a ser desmantelados y conducidos
al puerto de Mariel para su embarque. Los líderes cubanos “sangraban por la
herida” y para desquitarse buscaron caminos alternativos.
En un
encuentro a puertas cerradas el Che y Fidel planearon llevar a cabo un acto
terrorista de magnitud, destinado a mostrarle al mundo, y sobre todo al
gobierno norteamericano, que con ellos no se jugaba.
Difícilmente
se sepa alguna vez de quien partió la idea pero, analizando las actitudes de
ambos jefes antes y durante la crisis, todo lleva a suponer que el genio
maléfico, como lo definió el artículo de “Time”, fue el propio Che Guevara,
quien ardía en deseos de venganza aún más que su par.
Documentos
desclasificados del Departamento de Estado, han aportado invalorables pruebas
sobre lo que aconteció en aquellos días, plasmados luego en innumerables
escritos, notas y volúmenes, de fácil ubicación.
En su artículo
“Castro and Che’s Foiled (and
Forgotten) 9/11”, publicado originalmente por la revista “Townhall”, de
Salem Media Group, el 4 de mayo de 2011, el analista cubano Humberto Fontova,
aporta valiosa información11, lo mismo su connacional, Servando
González, autor de The Nuclear
Deception: Nikita Khruschev and the Cuban Missile Crisis. Se trata de
apenas dos de los muchos investigadores que han reflotado el plan terrorista ideado por
ambos líderes (Fidel y el Che) para sembrar el terror en Nueva York, Washington
y otros puntos de la costa este de los Estados Unidos.
La operación
consistía en un selectivo sembrado de bombas incendiarias y poderosos
artefactos explosivos, seleccionándose meticulosamente puntos clave de todas
aquellas ciudades y hacerlos detonar al día siguiente de Acción de Gracias
(último viernes de noviembre), para provocar el mayor daño en la población.
Según fuentes
confiables, entre octubre y noviembre de 1962, agentes encubiertos procedentes
de Cuba cruzaron las fronteras por diferentes puntos, algunos con pasaporte
diplomático, otros con visas turísticas y los más simulándose exiliados del
régimen comunista y una vez en suelo norteamericano, establecieron contacto con
diversos enlaces que operaban desde tiempo antes en el país. De ese modo, se fueron
mimetizando entre el hombre común y esperaron instrucciones, destinadas a
completar los procedimientos previos.
Tal era el
grado de enceguecimiento que padecían los dos máximos líderes de la revolución,
que no vacilaron en poner en marcha aquel acto demencial y desproporcionado,
que tendría como blanco a víctimas inocentes, ajenas a cualquier decisión
política o militar. Y si bien el atentado no tendría las dimensiones de un
conflicto nuclear, hubiera sido igual de devastador por la cantidad de muertos,
heridos, mutilados y daños que hubiese provocado. Dos predecesores de Osama Bin
Laden y Al Qaeda, como los define Fontova en su artículo.
Que los
agentes cubanos llegaron a penetrar territorio norteamericano lo confirma el
historiador militar William B. Breuer en sus libros J. Edgar Hoover and His G-Men
y Vendetta: Castro and the Kennedy Brothers, donde certifica que la
mañana del sábado 17 de noviembre de 1962, el edificio central del Buró Federal
of Investigation (FBI) reunía todas las características de un puesto de mando
militar, con cientos (por no decir miles) de agentes saturando las líneas
telefónicas entre Washington y Nueva York, para coordinar los movimientos de
sus cuadros, en especial, las decenas de unidades móviles que recorrían las
atestadas calles de Manhattan, sobrecargadas de efectivos armados, cuya misión
era neutralizar cualquier intento de acción por parte de los terroristas. Los
coordinaba John Malone, director de la delegación neoyorkina del FBI, quien
sincronizaba cada movimiento con las directivas que le llegaban desde la
capital a través de sus superiores, Raymond Wannall, jefe de la División de
Inteligencia del Buró y Alan Belmont, segundo de Hoover. Estos, a su vez
mantenían permanente contacto con sus hombres en otros sectores del país e
informaban minuto a minuto al gobierno, a través de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA) y el Pentágono.
Los agentes y
sus oficiales estaban demacrados, con los ojos enrojecidos, y sumamente tensos.
Habían contemplado impacientes, como halcones desde su percha el desarrollo del
complot. Pero se acercaba la hora de lanzarse contra los agentes de Fidel y el
Che, empeñados en una conspiración terrorista que -dice el escritor--
"habría hecho babearse de gusto a Bin Laden12.
Los
mentores del atentado habían escogido los blancos minuciosamente. Se iban a
colocar considerables cantidades de explosivos en las grandes tiendas Macy’s,
Gimbels, Sacks Fifth Avenue y Bloomingdales, en la Estación Central del
Ferrocarril de Manhattan, en las refinerías de la calle Hudson de Nueva Jersey,
en especial la Humble Oil and Refining Company de Linden, en la terminal de
ómnibus sobre la calle 42 y la de transbordadores en Staten Island. También en
el puente de Brooklyn, el edificio de la ONU, instalaciones militares e
incluso, la Estatua de la Libertad, los que debían ser detonarlos el denominado
Viernes Negro, al día siguiente a Acción de Gracias, cuando la población suele
abarrotar las calles, tiendas, negocios, paseos y centros de diversión, (según
cálculos estimados, cada tienda recibe esa mañana cerca de 50.000 visitantes).
…miles de
neoyorquinos, incluidos mujeres y niños iban a ser incinerados y sepultados y
probablemente -considerando la fecha y los objetivos escogidos-- la mayoría
habrían sido mujeres y niños13.
El
FBI logró neutralizar el complot a tiempo, salvando vidas inocentes de una
muerte horrenda.
Los
autores que han abordado el tema aportan nombres y apellidos, el principal
Roberto Santiesteban Casanova, quien ingresó en Estados Unidos el 3 de octubre,
acompañando al presidente Osvaldo Dorticós cuando fue a hablar a las Naciones
Unidas. Santisteban, militante del M-26, era en realidad, experto en explosivos
y técnicas subversivas; se había graduado en una escuela ultrasecreta próxima a
La Habana y se movía con cierta facilidad gracias a su inmunidad diplomática.
Persecución por Manhattan (Imagen: película "El Pacificador", 1997) |
Una
vez en la gran ciudad, tomó contacto con otros infiltrados, entre ellos José
García Orellano, residente en Queens desde antes del triunfo de la revolución,
quien encubría su accionar tras la inofensiva fachada de una joyería llamada
“Model Craft”, ubicada en el 242 West 27th Street, Manhattan; su empleado Mario
Suero, José Gómez Abad y su esposa Elisa Monteiro, todos militantes del M-26,
los dos últimos agregados de la embajada cubana en la ONU. Incluso se ha dicho
que también tomó parte en aquel despliegue el célebre Antonio “Tony” de la
Guardia, quien años después ejecutaría junto con su hermano Patricio al
presidente chileno Salvador Allende, siguiendo instrucciones directas de Fidel14.
Con
el fin de la crisis de los misiles, otros veinticinco sicarios ingresaron en
suelo estadounidense, para distribuirse por toda la costa este, principalmente
Nueva York y Nueva Jersey.
La
mañana del 17 de noviembre, Santiseteban y el matrimonio Gómez Abad, debían encontrarse
en un punto determinado (posiblemente la joyería de García Orellano), para
ultimar los detalles. Previamente habían hablado con otros infiltrados a
quienes indicaron que tuviesen todo listo para la semana siguiente.
Antes
de salir a la calle, Santiesteban se colocó su pistola al cinto y la cubrió con
su abrigo. Cuando llegó a la intersección de Riverside Drive, ignoraba que al
menos media docena de agentes federales le seguían los pasos. No tardó mucho en
percatarse de lo que sucedía y viéndose en peligro, echó a correr por entre el
gentío que deambulaba en gran número por la acera. Y mientras lo hacía, se
colocó un papel en la boca y comenzó a masticarlo, para hacerlo desaparecer.
Los
federales le cayeron encima y comenzaron a forcejear, impidiéndole extraer su
arma. Hubo pánico, confusión y alaridos; la gente intentó alejarse, corriendo
en todas direcciones, en muchos casos cargando a sus hijos o buscando algún
lugar para cubrirse.
El
cubano intentó zafarse lanzando golpes y patadas, pero los agentes del FBI
estaban bien entrenados y lograron reducirlo. Le doblaron los brazos por la
espalda, lo introdujeron en un vehículo y salieron a gran velocidad, haciendo
chillar las ruedas sobre el pavimento.
Otro
grupo de agentes detuvo al matrimonio Gómez Abad cuando salía de su apartamento
de la calle 71 Oeste y se lo llevó arrestado, sin que ofreciera resistencia.
Durante los allanamientos que se practicaron ese mismo día, se secuestró documentación
comprometedora, especialmente planos y diagramas de los objetivos, así como
gran cantidad de explosivos, la mayoría en la trastienda y los sótanos de
“Model Craft”, la joyería de García Orellano, entre ellos, bombas incendiarias
de alto poder, detonadores, dispositivos, cables, herramientas, granadas de
mano y 500 kilogramos
de TNT.
Allí
arrestaron a su propietario junto con su empleado y es de suponer, que el FBI
suprimió de manera violenta a algunos de los cincuenta cubanos implicados en el
atentado.
Tanto
Santiesteban como García Sueiro y los Gómez Abad hicieron valer su inmunidad
diplomática y eso los salvó. Cinco meses después, fueron canjeados por agentes
de la CIA detenidos en Cuba, uno de ellos Miguel Ángel Orozco, que había
intentado volar las Minas de Matahambre, en Pinar del Río.
Como
afirma Servando González, el plan resultó demasiado ambicioso e involucró a
demasiada gente15.
Pasaron muchos
años desde aquellos hechos, pero la enorme conspiración quedó registrada no
solo en los medios de prensa de la época sino
en las denuncias públicas presentadas oportunamente por Robert Kennedy,
J. Edgard Hoover y otros funcionarios de peso. La desclasificación de los
documentos ha permitido a los estudiosos corroborar muchas de aquellas
circunstancias y reflotarlas para la posteridad16.
Notas
1 La gestión
del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas y sobre todo,
su diplomacia preventiva, merecen un capítulo aparte
2 Lucía Luna, “Misión en La Habana para calmar a Fidel Castro”,
revista “Proceso”, Nº 1877, 21 de octubre de 2012, pp. 67-70. El
artículo hace referencia al memorándum de las conversaciones publicado por la
traductora Svetlana Savranskaya, en la edición del 10 de octubre de 2012, de la
revista “Foreing Policy” y a las memorias de Anastas Mikoyán, plasmadas en Anatomía de la crisis del
Caribe, monumental obra de
su hijo Sergo, destacado investigador de la Academia de Ciencias de Rusia. En
ellas incluye testimonios, documentos, fichas y memorandos oficiales, desclasificados
por la URSS y Estados Unidos, junto a registros propios y de su padre. Según el
artículo, el archivo de Sergo Mikoyán fue donado al National Security Archive
de Estados Unidos. Parte de esos documentos inéditos, con las conversaciones
del 22 de noviembre de 1962, aparecieron en inglés, por vez primera, en el
libro The Soviet Cuban Missile Crisis.
http://www.kehuelga.org/revistas/proceso/PROCESO-1877.pdf
3 Ídem.
4 Roberto Álvarez Quiñones, “Nosotros Sí les
Lanzábamos los Cohetes”, Contacto Magazine,
(http://contactomagazine.com/articulos/crisismisiles1112.htm).
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Sam Russell,
entrevista al Che Guevara en La Habana, “London Daily Worker”, edición del 4 de
diciembre de 1962.
8 Roberto Álvarez Quiñones,
op. Cit.
9 “Cuba: Castro's
Warhawk”, Revista “Time”, Secc. World, Nueva York, viernes 21 de diciembre de 1962
(http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,940139,00.html).
10 Lucía Luna, op. Cit.
11 Nacido en La Habana en
1954, huyó con su familia a Nueva Orleáns cuando tenía siete años de edad
(1961).
12 Rolando Cartaya, “Un plan
terrorista fraguado por Fidel Castro y el Ché Guevara que hubiera destruido
gran parte de Nueva York… Osama bin Laden un alumno aventajado”, Baracutey
Cubano, viernes 6 de mayo de 2011, tomado de http://www.martinoticias.com
13 Ídem.
14 La presencia de Tony de la Guardia en Estados Unidos no ha sido probada. En cuanto a los acontecimientos del 11 de septiembre
de 1973 en Santiago de Chile, tanto él como su hermano Patricio eran cabeza de la guardia de korps cubana que Fidel Castro
envió ese año para proteger a Allende ante la inminencia del golpe. Tenían
instrucciones de ejecutar al mandatario si este entraba en pánico y decidía
entregarse, tal como ocurrió. Ver: Alain
Ammar, Cuba Nostra, les secrets d’Etat de
Fidel Castro, Ediciones Plon, París, 2005; Alberto N. Manfredi (h), La guerra que no fue. La Crisis del Canal de
Beagle en 1978, capítulo “Fracasan las negociaciones”,
http://crisisbeagle.blogspot.com.ar/. Ammar reproduce declaraciones del mismo
Dariel Alarcón Ramírez, quien se hizo célebre por su apodo de “Benigno”,
durante la campaña del Che en Bolivia. La hija de Tony se casó con Jorge
Masetti, hijo del homónimo guerrillero argentino que abrió el frente guevarista
de la provincia de Salta, en 1963.
15 Servando González, en “Castro’s Cuba: Asymmetric
Threat to the U.S. Part two: Castro’s Intentions”, NewsWithViews.com, 25
de Julio de 2002, http://www.newswithviews.com/news_worthy/news_worthy18.htm
16 Diego Trinidad, “El
golpe casi más grande de Fidel Castro”, Libertad USA, 15 de junio de 2014,
http://libertadusa.com/2014/06/el-golpe-casi-mas-grande-de-fidel-castro/
Otras fuentes
-“The global Cuban
Missile Crisis at 50. New Evidence From Behind The Iron , Bamboo, an Sugarcane
Curtains, and Beyond”, Cold War International History Project Bulletin del Woodrow Wilson International Center,
Washington, Issue 17/18.
-Servando González, The Nuclear Deception: Nijita Khruschev and the Cuban Missile Crisis,
InteliBooks, 2002, p. 154