jueves, 22 de agosto de 2019

A MINUTOS DEL HOLOCAUSTO NUCLEAR

EL OCASO DE LOS MISILES DE OCTUBRE


Objetivo: USA

En la reunión del 21 de octubre, el Comando Aéreo Táctico de los Estados Unidos informó al presidente Kennedy que solo podía garantizar la destrucción del 90% de los misiles instalados en Cuba, lo que dejaba un margen reducido, aunque riesgoso, en caso de que rusos o cubanos decidieran accionar al resto. Considerando esa opción, el mandatario ordenó tener todo listo para lanzar el ataque en la mañana siguiente y dispuso reforzar las medidas contra los buques que intentasen penetrar la zona de exclusión. Cuando se supo que la noticia se había filtrado y que la prensa estaba a punto de lanzarla a la calle, él en persona, telefoneó a los editores de los diarios para pedirles que no lo hiciesen.
Esa misma tarde, el mandatario informó al gabinete de crisis que al día siguiente, a las 17.00, pondría a los representantes del Congreso al tanto de los hechos y que a las 19.00 horas, el total de las fuerzas estadounidenses distribuidas a lo largo y ancho del globo, pasarían a nivel DEFCON 3, lo que implicaba el alistamiento de todas las unidades militares, por encima de lo normal1

El lunes por la mañana, Pierre Salinger informó a los medios de prensa acreditados en la Casa Blanca que esa noche, el presidente hablaría por radio y televisión sobre un tema de máxima importancia nacional.
Los titulares de los diarios se referían ya a la crisis y a las febriles gestiones que se estaban llevando a cabo y ni bien llegaban a los kioscos, desaparecían rápidamente, como llevados por el viento. En las calles, en las esquinas, en autobuses y trenes, estaciones ferroviarias y aeropuertos, en paseos públicos y oficinas, la gente leía las noticias con creciente preocupación y especulaba sobre lo que acaecía.
La reunión con los representantes del Congreso fue en extremo agitada; los senadores, en especial los del Partido Republicano, le reprocharon al presidente su proceder y manifestaron a viva voz su intención de no aprobar las medidas que fuese a adoptar.
Al salir de la sala, Ted Sorensen se acercó a un alterado Kennedy y le entregó el texto del discurso que debía pronunciar esa noche. El mandatario recibió la carpeta y antes de que pudiera echarle un vistazo, O’Donnell lo tomó de un brazo y se lo llevó hacia el Despacho Oval, para tratar de tranquilizarlo. En verdad, estaba bastante nervioso y en esas condicionen no podía presentarse ante la opinión pública.
Una vez fuera del alcance de los funcionarios, intercambiaron algunas palabras, abordaron ciertos asuntos y al cabo de unos minutos, salieron ambos, algo más distendidos, para dirigirse a la planta baja.
Cuando los relojes marcaban las 19.00 horas, el presidente se presentó ante las cámaras e hizo un anuncio estremecedor. Se habían detectado armas de largo alcance en la “isla prisión”, así como personal soviético y equipo, y aunque no se tenía pruebas de que esos efectivos fuesen tropas de combate, ni las mencionadas armas misiles ofensivos, esa presencia constituía, de por sí, una situación en extremo grave.
Después de informar sobre las medidas que se iban a adoptar y referirse a la actitud de la Unión Soviética, el presidente pasó a describir el armamento que los amenazaba.

En cuanto recibimos la primera información, un tanto alarmante, de esta naturaleza, el pasado martes por la mañana, a las nueve, ordené que se estrechara nuestra vigilancia, y habiendo ahora completado y evaluado la confirmación de aquella evidencia y nuestra decisión acerca de una norma de acción, este gobierno se siente obligado a informar a ustedes en detalle acerca de esta nueva crisis.
Las características de estas nuevas instalaciones de lanzamiento de proyectiles indican la existencia de al menos dos tipos. Varias de ellas incluyen proyectiles dirigidos de alcance intermedio, capaces de transportar cargas nucleares a una distancia de más de mil millas náuticas. Cada uno de esos proyectiles dirigidos, para abreviar, es capaz de alcanzar Washington, el Canal de Panamá, Cabo Cañaveral, México o cualquier otra ciudad al sudoeste de los Estados Unidos, América Central o zona del Caribe.
Otros emplazamientos de bases no terminados parecen estar destinados para proyectiles balísticos de mayor alcance y que podrían alcanzar las grandes ciudades del hemisferio occidental situadas tan al norte como las de la bahía de Hudson y Canadá y tan al sur como Lima. Además, bombarderos a reacción, que pueden llevar armas nucleares, están siendo llevados y situados en Cuba mientras se preparan las bases aéreas que necesitan.
Esta transformación urgente de Cuba en una importante base estratégica, por la presencia de estas grandes e terminantes armas ofensivas que pueden provocar repentinas destrucciones en masa, constituyen una amenaza explícita para la paz y la seguridad de toda América (…)

Se refirió luego a las artimañas soviéticas, a las mentiras del Kremlin y a las consecuencias que su actitud podía acarrear y terminó advirtiendo que ni Estados Unidos ni la comunidad internacional iban a tolerar ningún tipo de amenaza, razón por la cual, se iban a adoptar las medidas necesarias para contrarrestarlas.

Por lo tanto actuando en defensa de nuestra propia seguridad y de todo le hemisferio occidental, y con arreglo a la autoridad que me concede la Constitución, respaldado pro el Congreso, he dispuesto que sean adoptadas inmediatamente las siguientes medidas:
1. Para contener toda esta ofensiva una estricta cuarentena de todo equipo militar ofensivo que es embarcado para Cuba acaba de ser iniciada. Todos los buques de cualquier clase que se dirijan a Cuba, procedentes de cualquier nación o puerto, serán rechazados en el caso de que trasporten armas ofensivas (...)
2. He mandado una ordenada e incrementada vigilancia en Cuba y de sus construcciones militares (...). He ordenado a las Fuerzas Armadas que estén preparadas para cualquier eventualidad y creo que, en interés tanto del pueblo cubano como de los técnicos soviéticos de estos lugares, debe reconocerse el peligro que encierra esta amenaza.
3. La política de esta nación será considerar cualquier lanzamiento de un proyectil nuclear desde Cuba contra cualquier nación del hemisferio Occidental, como un ataque de la Unión Soviética contra los Estados Unidos (...)
4. Como medida militar de precaución totalmente necesaria, he ordenado que sea reforzada nuestra base de Guantánamo (...)
5. Esta misma noche hemos convocado una reunión inmediata al órgano consultivo de la Organización de Estados Americanos (...).
6. Con arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, hemos pedido esta noche una reunión urgente del Consejo de Seguridad, que deberá ser convocada sin demora para tomar una acción contra la última amenaza soviética contra la paz mundial (...)
7. por último, dirijo un llamamiento al premier Kruschev para que suspenda y elimine esta clandestina y provocadora amenaza para la paz del mundo y de unas estables relaciones entre nuestras dos naciones (...).

Sus últimas palabras fueron para el pueblo cubano, a quien trató de amigo en desgracia, de prisionero de un régimen totalitario con quien los ciudadanos estadounidenses se solidarizaban por saberlos víctimas del engaño y la traición y por encima de eso, porque iba a ser los primeros posibles mártires de la hecatombe nuclear.
La mañana del 23 de octubre, llegó por teletipo la respuesta de Moscú. Kruschev consideraba las medidas adoptadas por Estados Unidos como una seria amenaza para la paz mundial y dejó en claro que estaba en su derecho de intervenir. Fidel Castro, por su parte, declaró el alerta máxima a nivel nacional y anunció que no iba a ceder ante las presiones de la Casa Blanca. Y mientras lo hacía, el Kremlin puso en estado de combate a las naciones subyugadas del Pacto de Varsovia, alistando a sus reservas y convocando a todo el personal en armas para presentarse en sus respectivas unidades en las siguientes 72 horas. Comenzaba a percibirse una escalada bélica a nivel mundial y como nunca antes había ocurrido, el destino del mundo estaba en juego.
Esa misma mañana, el almirante Anderson se hizo presente en el Despacho Oval para informar que las naves soviéticas mantenían su rumbo y no daban señales de cambio. Los barcos más cercanos, el “Gagarin” y el “Kimovsk”, llegarían a la línea de cuarentena al día siguiente y el resto de la flota entre 36 y 48 horas después.
El "Gagarin" navega hacia la isla

A una requisitoria de “Bobby” Kennedy, el almirante respondió que había personal de habla rusa en todas las unidades navales y que cuando los buques rusos alcanzasen la zona de exclusión, se establecería contacto radiofónico con ellos para ordenarles reducir la velocidad y permitir una inspección. Equipos estadounidenses subirían a bordo y en caso de hallarse armamento, se les ordenaría abandonar inmediatamente el área y regresar a su país. En caso de negativa, serían remolcados hasta el puerto más cercano y si se mostrasen reacios a detenerse, se efectuarían disparos de advertencia para obligarlos a parar. De persistir en esa actitud, se les dispararía a sus timones y se efectuarían las inspecciones y en caso de ofrecer resistencia, se enviados a pique.
Al oír eso, el presidente ordenó claramente que él tomaría el total de las decisiones y, por consiguiente, nadie debía efectuar un solo disparo sin su expresa autorización.
El general Taylor dijo entonces, que estaban programadas misiones fotográficas a baja altura para confirmar el estado de los misiles y detectar nuevos objetivos y LeMay agregó que una escuadrilla de cazas Thunderchief estaba lista para responder ante cualquier ataque que se produjese contra esos aviones.
A O’Donnell no le agradó esa injerencia de las Fuerzas Armadas, adoptando decisiones por la suyas, de ahí las explicaciones que Kennedy le dio para tranquilizarlo. Él mismo se haría cargo del bloqueo y McNamara haría lo propio desde el Pentágono.
Se corría un gran riesgo al enviar aviones de combate a sobrevolar territorio cubano cuando Castro y sus fuerzas estaban en alerta, pero era imperioso estar al tanto de la situación, de ahí la necesidad de autorizar esas misiones.
O’Donnell aseguró que el personal cubano nunca iba a saber que los aparatos llevaban cámaras y no armas convencionales y por consiguiente, iba a disparar, pero el presidente se mantuvo firme, aún cuando su secretario le advirtió sobre la actitud de los militares, quienes necesitados imperiosamente de una guerra, lo estaban llevando a un callejón sin salida. Y en eso tenía razón; luego del fracaso de Playa Girón, los generales estaban ansiosos de elevar su imagen y la única manera de hacerlo era a través de una acción decidida y contundente. Acordaron entre ambos chequear cada orden emanada del Pentágono y solo participar a “Bobby”, para evitar confusiones que pudiesen derivar en tragedia.
Una hora después, O’Donnell llamó a la Estación Aeronaval Cecil Field de Jacksonville, Florida (código VFP-62) y pidió hablar con el capitán William B. Ecker, comandante de la misión de reconocimiento que estaba a punto de partir hacia los cielos de Cuba, para transmitirle la directiva de Kennedy: debían evitar ser derribados.
Ecker escuchó atentamente y se extrañó cuando el secretario del presidente le dijo que ocurriese lo que ocurriese, “nunca fueron atacados”. El oficial contestó que un vuelo de esas características era susceptible de recibir fuego antiaéreo pero el funcionario de la Casa Blanca insistió. Ecker ignoraba que ese era el pretexto que el Pentágono necesitaba para desencadenar la hecatombe y que el gabinete estaba decidido a impedirlo.
Una vez fuera, camino del jeep que debía conducirlo hasta su avión, le dijo a su compañero, el teniente Bruce Wilhemy, que volara pegado a él y solo se comunicara a través de señales. Para ese momento, el personal de tierra había instalado los rollos fotográficos en ambos aparatos y procedía a retirar las mangueras de los tanques de combustible.
Los pilotos treparon a sus cabinas y se sujetaron a los asientos mientras efectuaban un rápido control de sus tableros. Cuando todo estuvo listo, los operarios retiraron los tacos que sujetaban las ruedas y los dos RF-8 Crusaders comenzaron a rodar hacia la pista con sus cabinas abiertas, Ecker en el matrícula Nº 910/GA BuNo. 146871 y Bruce en el 906/GA BuNo. 146886.
Al llegar a la cabecera, se posicionaron uno junto a otro, con sus turbinas rugiendo a full, bajaron las aberturas y después de recibir la autorización de la torre, dieron máxima potencia y comenzaron a carretear.
Se elevaron al mismo tiempo, casi rozando sus alas y a Mach 1.86 de velocidad, llegaron a los 11.000 metros de altura, volando en línea recta hacia Tampa.
Salieron al mar por Sarasota y a la altura de Cayo Oeste comenzaron a descender, ingresando en el espacio aéreo cubano a 1975 km/h. Sobrevolaron la bahía de Cabañas y después de dejar atrás Orozco y Bahía Honda, hicieron un leve giro hacia el oeste para enfilar directamente a San Cristóbal.
Ecker y Wilhemy durante su raid sobre Cuba

Las aeronaves se desplazaban a muy baja altura, siguiendo el curso de un arroyo, cuando a lo lejos, semicubiertas por la vegetación, distinguieron las primeras instalaciones. Recién entonces Ecker le hizo una señal a Wilhemy y ambos encendieron sus cámaras para comenzar a registrar.
A medida que se acercaban, el objetivo se fue haciendo más nítido, destacando varias estructuras, vehículos, misiles, baterías antiaéreas, lanzamisiles y personal corriendo en todas direcciones.
Los aviones atravesaron el área con gran estruendo, mientras las antiaéreas cubanas intentaban derribarlos. Su paso duró entre cinco y seis segundos pero fue suficiente como para que varios proyectiles de 40 mm perforaran el ala derecha del comandante.
Los pilotos se elevaron rápidamente, efectuando un pronunciado viraje de sudeste a noroeste y escaparon hacia Las Pozas, en busca del mar.
Wilhemy miraba a su jefe cuando este se volvió hacia él y lo saludó con el pulgar derecho en alto.
Atravesaron el estrecho de Florida e ingresaron nuevamente en la península por St. Petersburgo y Tampa, de regreso a su base. Se posaron cerca del medio día, una hora después de su partida y rodaron lentamente hacia la plataforma, seguidos por personal técnico.
Wilhemy corrió hasta el avión de su comandante y al ver su ala derecha quedó paralizado. Presentaba numerosas perforaciones de 40 mm que de haber impactado unos centímetros más a la izquierda, hubieran ocasionado su derribo2.
Aún bajo los efectos de la incursión, Ecker recordó las palabras de O’Donnell y se quejó de la bandada de pájaros que se le había atravesado. Wilhemy y el mecánico se miraron y aseguraron que esos agujeros correspondían a proyectiles antiaéreos pero el capitán volvió a insistir, mirando a ambos fijamente.
Cuando Ecker y Wilhemy entraron en la sala de prevuelo, un suboficial se acercó al primero para decirle que tenía un llamado de Washington. El piloto tomó el tubo y una voz al otro lado le ordenó dirigirse inmediatamente al Pentágono, para entregar los rollos personalmente.
Apenas tuvo tiempo de cambiarse. Sujetando la caja sellada abordó un avión y partió hacia la capital, donde lo esperaba un automóvil para conducirlo directamente al gran edificio militar.
Allí se encontraban Taylor, LeMay, Anderson y otros altos oficiales, quienes luego de invitarlo a tomar asiento, le pidieron los pormenores de la misión. Ecker pasó a explicar los detalles y cuando finalizó, Taylor le preguntó claramente si les habían disparado. El aviador naval respondió negativamente y eso hizo que LeMay volviese a insistir. El experimentado aviador volvió a reiterar que nada había sucedido y eso pareció suficiente.
En la Sala de Situaciones, mientras tanto, el gabinete en pleno seguía de cerca lo que ocurría en el recinto de la OEA.
Máxima tensión en la Casa Blanca. McGeorge Bundy y Kennedy (de espaldas)
junto a otros miembros del Comité de Crisis

Estados Unidos necesitaba la mayor cantidad de votos para aprobar la mentada “cuarentena” y en ese sentido, sus representantes se movieron con celeridad logrando diecinueve a favor, contra solo cuatro abstenciones.
Kennedy anunció la entrada en vigor del bloqueo y la Unión Soviética volvió a acusarlo de entorpecer las negociaciones para alcanzar una solución pacífica.
Increíblemente, tanto Washington como Moscú, siguieron adelante con sus pruebas nucleares incrementando al máximo la tensión.
El 18 de octubre las fuerzas armadas norteamericanas detonaron una bomba de 1,59 megatones en el archipiélago Johnston, pleno Pacífico Sur (Prueba Chama) y dos días después, hicieron lo propio, en el mismo lugar, con otra de 7 kilotones (Prueba Checkmate).
El 22 de octubre Rusia puso en marcha la Operación K3, haciendo estallar una bomba de 300 kilotones en Kapustin Yar3; cuatro días después, Estados Unidos llevó a cabo en las Johnston, la Prueba Bluegill Triple Prime, detonando un artefacto de 410 kilotones y otro de igual poder al día siguiente (Prueba Calamity), todo en el marco de la denominada Operación Dominic. Como respuesta, el 28 de octubre Rusia detonó en Kapustin Yar una nueva bomba de 300 kilotones (Operación K4)4, mientras intensificaba su programa de misiles balísticos. Aún así, tuvo cara para emitir un nuevo comunicado denunciando a EE.UU., de llevar al mundo al borde de la guerra.
Fue cuando en la Casa Blanca se comenzó a hablar de evacuar a la población de la costa este y trasladar a las familias de sus principales dirigentes al Centro de Operaciones de Emergencia en el monte Weather5. En vista de ello, el presidente mandó llamar de regreso a su esposa y sus hijos, ausentes en el campo e incluso corrió el rumor de que Ethel Kennedy le entregó a su marido un rosario que pertenecía a su madre.
Anuncios amenazadores por radio y televisión daban cuenta del inminente estallido de las hostilidades; la gente se preparaba para correr a los refugios antinucleares, al tiempo que los diarios anuncian la inminente catástrofe y se referían a posibles enfrentamientos en el mar.
En todo el mundo se llevaban a cabo manifestaciones por la paz, largas hileras se extendían desde las puertas de las iglesias hasta las calles, con cientos de personas intentando confesarse, se prepararon hospitales, sanatorios y centros asistenciales de todo el país y se organizaron cadenas de oraciones en los cinco continentes.
Esa misma noche, Fidel Castro habló por televisión, para plantear su posición frente a la crisis. Sentado frente al micrófono, ante las autoridades nacionales y los líderes del Partido Comunista, recordó la actitud de Hitler al comenzar la Segunda Guerra Mundial, emitiendo un comunicado falso en el que acusaba a Polonia de agresión. Quería establecer un parangón con Kennedy y los Estados Unidos y para ello se valió de su dialéctica, criticando la Alianza para el Progreso y la complicidad de la ONU en el asesinato de Lumumba.

Cuba no es el Congo. Ni bajo esa bandera ni bajo ninguna otra podrá venir nadie a inspeccionar nuestro país. Nosotros sabemos lo que hacemos y sabemos como debemos defender nuestra integridad y nuestra soberanía [aplausos].
¿Cuál es nuestra posición con respecto al armamentismo o al desarme. Somos partidarios decididos del desarme. ¿Cuál es nuestra política sobre bases militares? Somos partidarios decididos del desmantelamiento de todas las bases militares. ¿Cuál es nuestra política sobre la presencia de tropas en los distintos países? ¡Somos partidarios de una política de paz y que no haya tropas ni personal militar de ningún país en el territorio de otro país! Esa es nuestra posición de principios… Y nuestra, de todos, de los revolucionarios, de los patriotas. Será la misma suerte y de todos será la victoria. ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos! [aplausos].

En lo que al Che Guevara se refiere, desde el día anterior, 22 de octubre, se hallaba instalado en la Cueva de los Portales, la misma de la que hiciéramos referencia en los capítulos dedicados a Bahía de Cochinos, convertida ahora en centro de la comandancia militar de Pinar del Río.
Guevara se hallaba a cargo de las fuerzas militares de occidente y controlaba el territorio que disponía de la mayor cantidad de ojivas nucleares, apuntando hacia los Estados Unidos.
Instalado en la gigantesca caverna junto a parte de su estado mayor, desde allí iba y venía, recorriendo la región, inspeccionando las unidades de combate, supervisando los trabajos que los rusos llevaban a cabo en San Cristóbal o asistiendo a las reuniones de emergencia que tenían lugar en La Habana.
La Gruta de los Portales en Pinar del Río. Durante la crisis el Che estableció su allí comandancia.  A la izquierda, la barraca que mandó construir

La gruta disponía de dos grandes accesos, uno por delante y otro detrás y en su interior, próximo al del fondo, casi pegada contra la gran pared de piedra, se encontraba la tosca edificación que había mandado levantar en los días previos, una simple barraca construida con bloques de cemento, en la que apenas destacaban una puerta en su frente y dos ventanas rectangulares en el costado derecho. En el otro extremo, es decir, en la entrada principal, se alzaba una suerte de horno de ladrillos (o bloques), un tanque de agua y sobre una gran roca, el puesto de guardia. La retaguardia se hallaba apostada en la cercana hacienda “Cortina” y el centro de comunicaciones, con su correspondiente equipo de radio, en el interior de la caseta, cuyo mobiliario apenas constaba de una mesa, tres o cuatro sillas y un par de camastros, en uno de los cuales, dormía el Che6.
Allí se encontraba el segundo hombre fuerte de la revolución cuando una mañana de sol, dos McDonnell F-101B Voodoo, sobrevolaron la gran caverna a 1965 km/h, atronando el área con sus turbinas.


El miércoles 24, en horas de la mañana, McNamara se comunicó desde la Sala de Estrategia del Pentágono para informar que se acababan de detectar dos cargueros soviéticos -el “Gagarin” y el “Kimovsk”-, navegando directamente hacia la zona de exclusión. La cuarentena acababa de entrar en vigor (10.00 horas) y nada parecía indicar que fueran a detenerse.
Para entonces los países miembros de la OEA habían sido informados del inminente comienzo de las hostilidades (el plazo para la respuesta de Kruschev vencía a las 14.00 horas) y los gobiernos aliados de la OTAN ponían a sus fuerzas armadas en “alerta amarilla”.
Cuando, el “Gagarin” y el “Kimovsk” estuvieron a tiro, el sonar del USS “John R. Pierce” (DD-753), destructor clase “Allen M. Sumner” asignado al Grupo de Tareas 136, detectó la presencia de un submarino a navegando a 8200 metros de distancia, lo que movió a su comandante a lanzar el alerta general y ordenar a la tripulación ocupar sus puestos de combate. Se trataba del sumergible B-36, al comando del capitán Alexei Dubivko, que brindaba cobertura a los transportes, navegando entre estos y el destructor estadounidense. La situación era en extremo peligrosa porque en caso de que el destructor intentase detener a los cargueros, sería presa fácil para sus torpedos7.
Al tanto de lo que sucedía, Kennedy se comunicó directamente con el comandante del “Pierce”, capitán James W. Foust y le preguntó si podía obligar al submarino a emerger, sin provocarle daños. El marino le respondió que iba a resultar difícil y entonces, el presidente, tras meditarlo unos instantes, le ordenó proceder.
El capitán dio el “comprendido” y a viva voz retransmitió la directiva:

-¡Preparados para disparar!

-¡Preparados para disparar! – repitió su segundo.

Los hombres a bordo, con sus cascos relucientes y sus chalecos salvavidas sobre los uniformes, se apresuraron a cargar las baterías, rogando en su interior que el submarino ruso se detuviera.
En el portaaviones USS “Essex” (CV-9), los Skyhawk A4D se disponían a decolar y los helicópteros Sikorsky SH-34Js preparaban sus cargas antisubmarinas cuando las embarcaciones soviéticas comenzaron a reducir la velocidad. Su comandante se apresuró a comunicarle la novedad al almirante Anderson, en la Sala de Estrategia del Pentágono y este hizo lo propio con McNamara, quien a su vez, se la retransmitió a Kennedy.
En esos momentos, Estados Unidos tenía desplegada en el área, una poderosa flota de treinta unidades, integrada por un portaaviones, dieciséis destructores, tres cruceros y entre seis y diez buques cisterna, con los que tenía cubierto el amplio perímetro de 800 millas en torno a la isla.
Cuando el “Pierce” estaba a punto de disparar, llegaron desde el Pentágono, noticias de último momento: los buques comenzaban a virar y al parecer, se retiraban. McNamara le pidió a Anderson la confirmación y este corroboró que, efectivamente, los rusos se estaban alejando.
El presidente en persona le ordenó al comandante del destructor cancelar la orden y este detuvo sus cañones a tiempo.
Gritos y algarabía invadieron el recinto. Sin embargo, enseguida llegó la noticia de que si bien una veintena de cargueros se habían detenido y se retiraban del área, al menos media docena mantenía el rumbo y continuaba su avance hacia la zona de bloqueo. Las sonrisas desaparecieron y la tensión volvió a dominar el ambiente. ¿Qué estaba sucediendo?
En la Sala de Situaciones, algunos aventuraron la hipótesis de que los capitanes de esas naves aún no habían recibido la orden de regresar, pero la realidad era otra. Se trataba de un típico “tira y afloje” en el juego de la estrategia; una nueva muestra de las tácticas soviéticas, que dejaba entrever un hábil manejo de las piezas.
Un P2-H Neptune de reconocimiento sobrevuela un carguero soviético

Pese a que el peligro continuaba, cuatro de esos barcos estaban a más de un día de la línea de cuarentena y eso les daba a la Casa Blanca y al Kremlin, cierto margen de maniobra. Por eso Kennedy le ordenó a la flota, seguir de cerca a aquellos seis buques, pero no adoptar ninguna medid hasta tanto él no lo autorizara.
En esos momentos, bombarderos B-52 del Comando Estratégico Aéreo, cargados por primera vez con armas nucleares, se hallaban en alerta permanente, volando en misiones rotativas de veinticuatro horas desde distintas partes del mundo, mientras las comunicaciones entre la Casa Blanca y el Pentágono se tornaban febriles. Como para poner las cosas más tensas, la CIA confirmó que Moscú tenía listo a su ejército y que las unidades militares del Pacto de Varsovia, se hallaban en máxima alerta.
Se supo entonces, que alguien había dado la orden de pasar a DEFCON 2 -la siguiente fase operacional-, sin que el presidente lo autorizara, llevando la situación a un nivel de máxima tensión. De esa manera, Estados Unidos mostraba señales de un preocupante incremento de la actitud hostil y eso era lo último que Kennedy quería. En vista de ello, “Bobby” propuso medidas extremas contra los jefes del Pentágono, pero O’Donnell se opuso porque podían parecer respuestas a un intento de golpe de Estado.
Mientras tanto, en las calles, las protestas se sucedían, sobre todo frente a Casa Blanca, donde numerosos manifestantes se congregaban a diario para exteriorizar su opinión. Carteles con inscripciones tales como “NO A LA GUERRA”, “VIA DIPLOMÁTICA”,  “NEGOCIACIONES CON CUBA”, “QUEREMOS PAZ”, se veían en todas las ciudades del país.
Los titulares de la prensa cubana mostraban más hostilidad: “El bloqueo: LO RESISTIREMOS. La agresión directa: LA RECHAZAREMOS”, “¡Listos para el combate. ¡PATRIA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!”.
Todo parece indicar que ese día, los hermanos Kennedy hablaron por primera vez del retiro de los misiles Júpiter, apostados en Turquía, a cambio de que Rusia hiciera lo propio con los de Cuba. Lo plantearon al día siguiente -jueves 25 de octubre-, pero, al parecer, el gabinete no estuvo de acuerdo porque esa decisión parecía indicar debilidad ante las presiones soviéticas. Incluso a “soto voce” hubo quienes cuestionaron la credibilidad del presidente, convencidos  que se hallaba influenciado por los artículos que el periodista Walter Lippman del “New York Herald Tribune”, venía publicando desde antes de la crisis. Eso generó roces y malestar entre algunos funcionarios.
Para entonces, Valerian Zorin, el embajador ruso ante la ONU, se movía con extrema habilidad, mostrando a Estados Unidos como país agresor. Por otra parte, el representante cubano Mario García Incháustegui, supo poner el tono adecuado al referirse a su país como la principal víctima, condenada al hambre y la miseria por la gran potencia del norte, única responsable de entorpecer las negociaciones. Eso, según sus palabras, los había obligado a armarse en defensa de su soberanía y a buscar la protección de un aliado poderoso, de ahí la actitud de Washington, al enviar buques y aviones, para después recurrir a los organismos internacionales:

… los Estados Unidos han hecho una cosa muy curiosa: Han enviado sus barcos a Cuba, han enviado también sus naves aéreas a Cuba y a sus alrededores, y después han consultado a sus aliados y a los organismos internacionales.
De ahora en adelante la guerra a la paz, la terrible guerra nuclear, dependerá de lo que al Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos le convenga afirmar.
¡Como si los organismos internacionales y el Consejo de Seguridad no tuvieran una razón de existir!
Pedimos al Consejo de Seguridad, en nombre de la Carta, en nombre de la moral internacional, en nombre de los principios del derecho, el inmediato retiro de las fuerzas agresoras de los Estados Unidos alrededor de nuestras costas y la cesación del bloqueo ilegal adoptado unilateralmente por el gobierno de Estados Unidos con desprecio absoluto de la Carta. Pedimos el inmediato retiro de todas las tropas, naves y aeronaves enviadas a nuestras costas, la cesación de las acciones provocativas en Guantánamo y de los ataques piratas organizados por agentes al servicio del gobierno de los Estados Unidos. Pedimos la cesación de todas las medidas intervencionistas del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de Cuba, y la cesación de las violaciones de nuestro espacio aéreo y marítimo8.

Las palabras del diplomático cubano echaban por tierra las pretensiones de los Estados Unidos, de inspeccionar las instalaciones de misiles en la isla. Siguiendo instrucciones de su gobierno, presentó un documento denunciando las acciones de la Casa Blanca contra su nación, incluyendo actos de sabotaje, atentados, conspiraciones, invasiones y acciones piratas, palabras que Zorin, recogió para ahondar en la cuestión de la agresión estadounidense.

los Estados Unidos habían realizado un acto sin precedentes en las relaciones entre países que no estaban en guerra y habían puesto en peligro la navegación de numerosos de estos, violando abiertamente las prerrogativas del Consejo de Seguridad, único que podía autorizar la realización de cualquier clase de actos coercitivos. Zorin declaró que no entraría en polémicas con Stevenson, porque la declaración de Estados Unidos no era más que una cortina de humo para distraer la atención de las violaciones flagrantes de la carta de las Naciones Unidas. Agregó que confirmaba oficialmente la declaración del gobierno de la URSS de que no había enviado ni estaba enviando armamentos ofensivos a Cuba, que las armas enviadas a Cuba estaban destinadas solamente a fines defensivos, pues la URSS poseía cohetes tan poderosos que no necesitaba buscar territorio alguno fuera de la Unión Soviética para lanzarlos”9
.

Era imperioso intervenir y hacerlo con contundencia, de ahí la decisión de recurrir una vez más a Adlai Stevenson, para presionar al representante soviético y sacarlo de mentira a verdad. “Bobby” puso en duda la capacidad del diplomático, pero su hermano insistió y O’Donnell se encargó de contactarlo.
En La Habana, mientras tanto, el Consejo de Estado, integrado por Fidel Castro, su hermano Raúl, el Che, Osvaldo Dorticós y Carlos Rafael Rodríguez, mantenía constantes reuniones, buscando desesperadamente la manera de aparecer como el actor principal de la crisis y no una mera pieza del juego.
Fidel Castro se dirige a la ciudadanía

La capital era una ciudad en pie de guerra. Se observaban baterías antiaéreas apostadas en varios puntos, especialmente el sector costero, había cañones emplazados en calles y esquinas, sacos de arena apilados en los accesos a los edificios, baterías de misiles, tanques, camiones y vehículos militares que iban y venían, llevando tropas y armamento. Y mientras los más altos mandos efectuaban febriles gestiones; al tiempo que el Palacio de la Revolución era un hervidero de gente entrando y saliendo con novedades y llevando mensajes, las mujeres y los niños reemplazaban a los hombres en las faenas laborales pues sus esposos, padres, hijos y hermanos, habían sido convocados para la defensa.
Ese día tuvo lugar la célebre sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde los embajadores Stevenson y Zorin mantuvieron aquel singular duelo, que quedaría grabado para la posteridad. La Casa Blanca siguió con atención su desarrollo porque de ello dependía no solo su credibilidad sino el futuro de la humanidad.
En la oportunidad, el tan cuestionado (por Robert Kennedy) Adlai Stevenson, debía mostrar las pruebas de que la Unión Soviética había instalado misiles nucleares en Cuba y que estaba dispuesta a usarlos en caso de ser necesario, algo que su par ruso negaba rotundamente.
Se produjo entonces el siguiente diálogo:

Adlai Stevenson: “Señor Zorin. Tenemos esas pruebas… las tenemos y son claras. Además, déjeme que le recuerde que el otro día usted no negó la existencia de misiles en Cuba… Sin embargo hoy, si no le he entendido mal, dice que no existen”

El silencio que siguió a continuación, le permitió al embajador estadounidense extender su interpelación.

Adlai Stevenson: “Entonces, déjeme hacerle una sencilla pregunta embajador Zorin: ¿Niega usted que existan misiles de corto y medio alcance en la Isla de Cuba?… ¿Sí o no?… ¡¡No espere a la traducción!!… ¡¿Sí o no?!

La actitud de fingida sorpresa del representante soviético provocó risas en auditorio. Incluso el mismo Stevenson llegó a sonreír.

Valerian Zorin: No estoy ante un tribunal americano… Usted tendrá sus respuestas a lo largo de esta sesión.

Adlai Stevenson: Pero está usted ante el Tribunal de la Opinión pública y puede responder sí o no…

Valerian Zorin (gesticulando): Continúe con su discurso… No se preocupe… tendrá sus respuestas en su momento… así que no se ponga nervioso y no se preocupe tanto…

La respuesta provocó más risas en el auditorio y cierta incomodidad al embajador norteamericano.

Adlai Stevenson: Estoy dispuesto a esperar esas respuestas hasta que el infierno se congele…

Una salva de aplausos siguió a aquellas palabras, generando el clima adecuado para que el representante de Washington solicitase a sus asistentes exponer las fotografías aéreas que mostraban claramente la presencia de los misiles.
El auditorio quedó absorto ante la contundencia de las pruebas y a partir de ese momento, Zorin no tuvo más que decir.
Mientras se desarrollaba la sesión en el Consejo de Seguridad, McNamara  llamó desde el Pentágono, para informar que el “Grosny” acababa de cruzar la línea de bloqueo y se dirigía directamente a Cuba. Se le habían perdido el rastro el día anterior y cuando dieron con él, se encontraba a varias millas dentro de la zona de exclusión. Eso agravaba la situación considerablemente porque implicaba una acción decidida.
El embajador Stevenson (der.) exhibe las pruebas de que Rusia está instalando misiles nucleares en Cuba. A la izquierda, luciendo traje gris (escribiendo) su par soviético Valerian Zorin

Aviones norteamericanos sobrevolaron la nave a baja altura, obligando a su tripulación a buscar cobertura y taparse los oídos. Aún así, el carguero no se detuvo y siguió adelante, desplazándose a una velocidad de 17 nudos. La guerra parecía inminente10.
El viernes 26 de octubre el barco seguía su curso hacia la isla. La tensión era extrema y parecía que ya no quedaban más opciones para paliar la situación. En la Sala de Estrategia del Pentágono, Anderson mantenían permanente contacto con las unidades de superficie, ordenándoles mantener constante comunicación con el capitán soviético, para exigirle detener la marcha. Como este no respondía, mandó insistir y así continuó durante una hora, sin resultados positivos. A llegar a los 25º30’N/78º10’O, el “Pierce” se le puso a la par y comenzó a hacerle señales, indicándole detener sus calderas.
Personal de habla rusa, a bordo del destructor, seguía intentando establecer contacto, pero el transporte soviético seguía su avance, sin emitir respuesta.
El capitán Foust volvió a comunicarse con el almirante Anderson para transmitirle la novedad y solicitar instrucciones; inmediatamente después hizo sonar las alarmas y ordenó a sus hombres  ocupar sus puestos de combate.
Desde el Pentágono, Anderson mandó cargar las piezas y estar listos para disparar. El escuchar eso, McNamara le preguntó con que autorización había dado esa orden, y éste le respondió que el buque enemigo llevaba una hora sin responder y eso tornaba urgente proceder. Según algunas versiones, se produjo entre ambos una fuerte discusión, en la que Anderson aseguró estar siguiendo instrucciones de Kennedy, las mismas que el presidente había firmado y aprobado el día 23. Y sin decir más, tomó el micrófono y ordenó abrir fuego
El “Pierce” efectuó varios disparos pero lo que salieron de sus piezas no fueron proyectiles sino bengalas “star shell”, que estallaron sobre la embarcación soviética, generando pequeñas nubes de humo blanco.
Pálido como una hoja, McNamara ordenó detener el ataque e increpó a Anderson por su actitud. El marino le explicó con fuerte tono de voz que lo que se habían disparado eran simples bengalas, cuya finalidad era forzar al barco a detenerse, a lo que al secretario de Defensa respondió que eso podía ser mal interpretado por la tripulación. El intercambio de palabras fue subiendo de tono hasta que el funcionario le recordó al militar que la orden de Kennedy era no efectuar ningún movimiento sin su expresa autorización.
Anderson terminó cediendo y le ordenó al capitán del destructor detener el fuego.


El 26 de octubre a las 04.00 a.m., fue lanzado desde la Base Vandenberg que la USAF, tenía en Santa Bárbara, California (código VBG), un cohete Atlas CGM-16, con una ojiva capaz de transportar una cabeza W-38 de cuatro megatones11. Se trataba de otra movida de los militares, tendiente a presionar al presidente de la Nación, pues el disparo se había hecho a sus espaldas, en abierto desafío a su autoridad. Algunas horas después, en el punto límite de tensión, un bote del “Pierce” se desprendió del destructor, llevando personal a bordo para una inspección.
Mientras eso acaecía en alta mar, Dean Rusk apareció en la oficina de O’Donnell, acompañado por el periodista John Scali de la cadena ABC, algo que llamó la atención de todo el personal. El reportero venía con un mensaje de Alexander Fomin, agente de la KGB que quien, al parecer, hablaba en nombre de Kruschev.
En reunión con el presidente, Scali dijo que el ruso era portador de un mensaje del premier soviético y que, al parecer, tenía una proposición. Se trataba de un espía de máximo rango en Estados Unidos, que trabajaba desde hacía varias décadas en el país.
Se encontraban presentes en el Despacho Oval, en ese momento, Rusk, McCone, Ted Sorensen, O’Donnell, “Bobby” y el general Taylor, quienes escucharon con cierta desconfianza la propuesta. Fomin planteaba el retiro de los misiles a cambio de la promesa norteamericana de no invadir Cuba. Pese a que el planteo mostraba a los rusos intentando un arreglo, a los presentes, les sonó extraño. McCone temía una trampa e incluso planteó la posibilidad de que se tratase de una maniobra ideada por una facción disidente o la KGB.
Scali explicó que debía encontrarse con Fomin en tres horas y Kennedy le prometió una respuesta en un par de horas.
Cuando el hombre de prensa se retiró, el primer mandatario le pidió a O’Donnell que fuese al edificio del FBI y averiguase todo lo que pudiese sobre el tal Fomin. Inmediatamente después, convino con Dean Rusk el envío de un mensaje a través de la embajada de Brasil en La Habana, garantizando al gobierno cubano que su gobierno no iba a invadir la isla.
Recibida la notificación, Fidel y su equipo llegaron a la conclusión de que el mensaje era una estratagema y ordenaron abrir fuego contra toda aeronave que sobrevolase el espacio aéreo nacional.
Una vez en la Oficina Federal de Investigación, el secretario personal del presidente pidió el legajo del espía y allí supo que se trataba de Alexander Fermisov, ingeniero civil, veterano de la Segunda Guerra Mundial, que ejercía las funciones de vicecónsul en la embajada de su país pero en realidad era jefe de la KGB en la región. Al aparecer, había conocido a Kruschev en la guerra y eso fue la pauta de que venía realmente en su nombre.
Scali se reunió con Fomin en un restaurante de la zona céntrica y allí le comunicó que el gobierno aceptaba el acuerdo. Hoy se sabe que el mismo incluía una cláusula secreta en referencia al retiro de los misiles Júpiter de Turquía (nada decía de los de Italia y los Thor desplegados en Gran Bretaña), pero al mismo tiempo, establecía dos condiciones: en primer lugar, la ONU debería supervisar el retiro de los misiles en Cuba y segundo, el mismo se llevaría a cabo en las siguientes 48 horas.
En contraposición, Fomin exigió lo mismo para cuando se retirase los Júpiter de territorio turco pero Scali le respondió que no tenía instrucciones al respecto. Y luego agregó que vencido el plazo estipulado, el acuerdo quedaría sin efecto y no habría marcha atrás. Fomin meditó unos instantes y antes de retirarse dijo que lo intentaría.
Esa noche llegó a través del teletipo un mensaje de Kruschev, proponiendo un arreglo. La novedad tomó por sorpresa al gabinete y hasta lo puso en guardia. Muchos lo creyeron sincero, en especial McCone, quien creyó ver un borrador auténtico en él pero otros, como el general Taylor, se mostraron cautos.
En la carta, el premier soviético proponía el desmantelamiento de las bases de misiles, a cambio de la garantía de que Estados Unidos no invadiría Cuba ni apoyaría operaciones con ese fin. Kennedy sugirió considerar la posibilidad y ordenó trabajar deprisa porque los tiempos se acortaban y los plazos estaban próximos a vencer. Había entusiasmo y se respiraba un clima esperanzador.
Intensas gestiones en el Gabinete de Crisis.
En la foto, Lyndon Johnson y Robert Kennedy

El sábado 27 de octubre, cuando se evaluaba el tenor de la propuesta y se estudiaba una contestación, llegó a la Casa Blanca una segunda misiva, cuyo tono era completamente diferente. La misma parecía redactada por otra persona y sugería que teniendo bases militares en Turquía y otros puntos de Europa, con misiles apuntando sobre la URSS y sus aliados, además de haber distribuido armas nucleares por toda la Tierra, los Estados Unidos no estaban en condiciones de exigir nada. Cuba les preocupaba porque se hallaba a solo 150 km de sus costas cuando Turquia está pegada a la URSS, por lo que, así como Rusia había accedido a retirar sus misiles de la isla ahora, Estados Unidos debería hacer lo propio con los que tenía en Europa y Asia Menor.
Se temió entonces un golpe de Estado en Rusia, perpetrado por una línea extrema, que el premier soviético estuviese cautivo y ya no gobernase, razón por la cual, McNamara sugirió no seguir con las negociaciones y lanzar lo antes posible la invasión.
Entonces, alguien dijo que la carta no era auténtica pues la primera parecía más pasional, en tanto la segunda se veía fría y calculadora. Era posible que Kruschev estuviese presionado por su Cancillería y ya no obrara por su voluntad, razón por la cual, luego de arduos debates, se resolvió responder a la primera e ignorar la segunda.
Nuevas fotografías tomadas por los U2 esa misma mañana, mostraban a los rusos trabajando febrilmente y a los misiles casi listos. Varios de ellos se hallan activos desde la noche anterior y según informes de Inteligencia, el total estaría operable en unas 36 horas. La confirmación de que también había armas nucleares de corto alcance llevó al secretario de Defensa a insistir con el ataque, cosa que LeMay también apoyó, apremiando nuevamente con el tiempo.
En medio de la expectativa de los allí reunidos, Kennedy meditó en silencio durante unos segundos y al cabo de un tiempo, le ordenó al general Taylor ultimar los detalles para atacar el lunes por la mañana y lanzar la invasión inmediatamente después.

-No me queda otra alternativa –dijo- Quiero las órdenes sobre mi escritorio el domingo por la noche.

-Comprendido señor –respondió Taylor– ultimaremos todos los preparativos y el lunes por la mañana cumpliremos su directiva.

-Tiene mi total aprobación.

-Bien, señor.

Era la guerra. Sin embargo, el gobierno iba a ensayar una última salida. Y mientras la preparaba, despegó de Florida el vigesimocuarto vuelo del 4028º
Escuadrón Reconocimiento Fotográfico Ligero, para obtener nuevas imágenes del territorio cubano.
A las 09.09 del 27 de octubre, el mayor Rudolf Anderson, de 35 años de edad, trepó a la cabina de su Lockheed U2 “Dragon Lady”, matrícula Nº 343 56-6676, listo para emprender su quinta misión.
Después de recibir la indicación de la torre, el piloto condujo su aparato hasta la cabecera de la pista, en la Base Aérea McCoy, próxima a Orlando (Florida) y al cabo de un par de minutos comenzó a carretear, para elevarse pausadamente en dirección sur, hasta alcanzar los 22.000 kilómetros de altitud.
Debía sobrevolar el territorio próximo a Guantánamo, obtener imágenes del despliegue misilístico en ese sector y sondear las defensas antiaéreas que los rusos habían montado allí, unos veinticuatro emplazamientos de misiles tierra-aire V-75, como los que habían derribado a Francis Gary Powers sobre Sverdlosk, en 1960.
Anderson atravesó la Florida y después de sobrevolar Miami pasó junto a las Bahamas, siguiendo rumbo sudeste, en línea recta hacia la base que Estados Unidos poseía en el extremo oriental cubano.
Habiendo dejado atrás la bahía de Nipe, atravesó sobre Mayarí y cuando pasaba sobre las laderas el pico Cristal, encendió sus cámaras y comenzó a registrar el sector asignado. Así continuó durante varios kilómetros, desplazándose bajo un cielo magnífico, siempre con el sol a su izquierda, mientras observaba a través del visor. Ignoraba que los radares de tierra lo habían detectado y se acababa de impartir la orden de disparar.
Dos misiles V-75 partieron de su lanzadera a velocidad Mach 3,5, acelerando cinco segundos a medida que iban ascendiendo.
Mayor Rudolf Anderson
Anderson se hallaba concentrado en la mira cuando las luces rojas de su tablero se encendieron y las alarmas comenzaron a sonar. En acto reflejo tomó los mandos y viró bruscamente hacia la izquierda, al tiempo que incrementaba la velocidad. Recién entonces vio a los proyectiles y eso lo llevó a efectuar un brusco giro a la derecha para esquivarlos. Le pasaron muy cerca, a escasos metros de la cola y siguieron su curso hacia el noreste, dejando detrás su estela de humo.
Pero el peligro no había pasado. Dos nuevos misiles avanzaban hacia él a gran velocidad, forzándolo a realizar un nuevo desplazamiento hacia la izquierda y en descenso, que lo puso fuera del alcance del primero. Sin embargo, el segundo siguió su curso e impactó en su ala izquierda, provocando una violenta explosión.
El U2 se desintegró y cayó envuelto en llamas, sobre un campo de cañas próximo a Banes. La crisis se había cobrado su única víctima.
La noticia provocó desazón en la Casa Blanca. Bundy se lo informó a O’Donnell y en la reunión de urgencia que tuvo lugar inmediatamente después, Taylor fue la personificación de la furia que imperaba en el Pentágono. Cuando llegó la novedad de que un segundo U2 acababa de ser derribado en Siberia, Kennedy estalló en indignación. Alguien había tardado en anular esa misión y con ello, agravado considerablemente la situación.
Taylor propuso un ataque urgente, pero Kennedy insistió en la necesidad de confirmar si realmente había sido un derribo o se había tratado de un accidente. Para asombro de todos, esta vez LeMay estuvo de acuerdo.
Esa misma noche, el presidente aceptó el trato por Turquía. O’Donnell se mostró en discrepancia porque a su entender, los rusos irían por más; ahora era el intercambio, después sería Berlín y así continuarían hasta desembocar en una guerra.

Pese a que Estados Unidos logró amplio consenso en la OEA para implantar el bloqueo en torno a Cuba, solo tres países respondieron a su “pedido de ayuda”: Argentina, Venezuela y República Dominicana. De esa manera, la opinión pública internacional vio como el país de nacimiento del Che Guevara alistaba una fuerza militar y la enviaba al Caribe, para combatir al régimen comunista.
La crisis se hallaba en su punto más alto cuando Buenos Aires anunció el envío de unidades de la armada, a través de un decreto que se dio a conocer el 24 de octubre.
Ese día, el presidente José María Guido respondió afirmativamente al pedido de colaboración que su par norteamericano le había formulado la tarde anterior, a través del embajador argentino en Washington, Dr. Roberto T. Alemann, solicitándole apoyo para enfrentar la situación. La Casa Blanca sabía de antemano la respuesta, porque el representante argentino ante la Organización de Estados Americanos, Rodolfo Weidmann, había dado señales en ese sentido cuando en el mes de enero se celebró la Octava Reunión de Consulta.
Fue Weidmann, precisamente, quien informó al presidente del organismo, que su país iba a apoyar militarmente a Washington, enviando una fuerza para sumarse al bloqueo.
Después de cursar las correspondientes directivas, la Armada ordenó el alistamiento de los destructores ARA “Espora (D-21) y ARA “Rosales” (D-22), unidades de la 1ª División de Destructores de la Escuadra de Mar y emitió las correspondientes ordenanzas para que sus tripulaciones se presentasen en la Base Naval de Puerto Belgrano, no más tarde del jueves 25 de octubre, a los efectos de iniciar el alistamiento y zarpar dos días después. Al mismo tiempo, el gobierno instruyó a su embajador y a su representante en la OEA, para que cada uno por su lado, solicitasen una resolución destinada a la coordinación de esa fuerza con las de las restantes naciones que se sumasen a la operación12.
Actuando por su cuenta, el comandante de la Fuerza Aérea Argentina, Cayo Antonio Alsina, ofreció también la participación de su arma, solicitud que fue muy bien recibida por las autoridades militares de los Estados Unidos.
Por el contrario, la iniciativa tomó por sorpresa al Poder Ejecutivo nacional, generando malestar tanto en el Ministerio de Relaciones Exteriores como en el de Defensa, por no haber sido informados a la hora de adoptar la decisión. La actitud del alto jefe militar profundizó aún más la grave crisis que atravesaban las Fuerzas Armadas y puso en evidencia la falta de autoridad del presidente de la República, a quien buena parte de la opinión pública consideraba una simple marioneta al servicio de los altos mandos castrenses.
Pese a ese malestar, el arma del aire dispuso el alistamiento de dos transportes DC-54 y un calificado escuadrón de pilotos, para sumarlo a las misiones que que se iban a llevar a cabo en el Caribe.
El Ejército, por su parte, hizo lo propio con toda una brigada, que ni bien recibió la novedad, inició aprestos en Campo de Mayo.
ARA "Espora" (D-21)
Argentina, Venezuela y Rep. Dominicana fueron las únicas naciones 
que se sumaron al bloqueo

El país atravesaba momentos difíciles en esos días, con las Fuerzas Armadas enfrentadas, por la compleja situación del peronismo. Divididas en dos bandos, “Azules” y “Colorados”, los primeros pugnaban de permitir el ingreso del proscripto peronismo en el quehacer político nacional en tanto los segundos se manifestaban antiperonistas a ultranza. Al no lograr un acuerdo, el 21 de septiembre de 1962 “llegaron a las manos”, cuando la Fuerza Aérea (de inclinación peronista), atacó una concentración de tropas coloradas en San Antonio de Padua, produciéndose nuevos combates en la ciudad de Buenos Aires (Constitución, Parque Chacabuco y Parque Avellaneda)13.
La flotilla argentina se hizo a la mar entre el 27 y el 28 de octubre, al mando del capitán de navío Constantino Argüelles.
El primero en zarpar fue el “Rosales” (sábado 27), al comando del capitán de fragata Carlos F. Peralta, llevando a bordo un capellán naval y un corresponsal del diario “La Prensa”. El presidente de la Nación, Dr. José María Guido, se hizo presente para despedir a los marinos, acompañado por algunos de sus ministros y altos oficiales navales.
El “Espora” zarpó al día siguiente, al mando del capitán de fragata Julio O. Vázquez, quien llevaba como segundo, al capitán de corbeta Aldo Fornasari.
Después que el buque-tanque “Punta Alta” completara la carga de combustible, la unidad se separó lentamente del muelle y salió a aguas abiertas, para seguir a su predecesor a 18 nudos de velocidad.
Para entonces, la crisis había pasado pero el bloqueo continuaba y las gestiones para que Rusia se comprometiera a no volver a enviar armamento a Cuba, seguían.
Argentina, como muchos países del área, veía con temor el hecho de que, libre del bloqueo, Cuba reanudase su política de agresión y penetración ideológica en la región y en ese sentido, Alemann mantuvo una charla con Adlai Stevenson, para transmitirle esa preocupación. El diplomático estadounidense lo tranquilizó, diciéndole que la administración Kennedy no iba a tolerar la presencia de un estado comunista en esta parte del mundo y aseguró que se iba a trabajar en el asunto. Pero había que hacerlo con prudencia porque recién se estaba saliendo del trance y precipitarse podía ser peligroso.
Cinco días después de su partida, los buques llegaban a Río de Janeiro, su primera escala logística.
Las naves cargaron combustible, efectuaron ajustes y al día siguiente reanudaron la navegación, separados por una distancia de mil yardas, sin tierra a la vista. Tres días después, superaban el delta del Orinoco e ingresaban en el puerto de Chaguaramas, Trinidad y Tobago, su base de operaciones14.
Los buques atracaron junto al destructor norteamericano USS “Mullinnix” (DD-944), nave insignia de la Fuerza de Tareas 137, a cargo del contraalmirante John Tyree, y allí aguardaron instrucciones del alto mando aliado. Formaban parte de aquella fuerza, las naves argentinas, venezolanas y dominicanas que tomarían parte en el operativo. Los marinos argentinos permanecieron allí un período de 48 horas, que aprovecharon para recorrer la localidad y conocer su capital. Les sorprendió notablemente la cantidad de imágenes del Che Guevara que vieron por las calles de ambas poblaciones.
El 11 de noviembre tuvo lugar la primera misión. La unidades argentinas zarparon siguiendo al “Mullinnix” y llegaron al Mar de las Antillas, donde ya se encontraban los destructores venezolanos ARV “Nueva Esparta” (D-11) y ARV “Zulia” (D-21), junto al submarino ARV “Carite” (S-11), de la misma nacionalidad y las fragatas dominicanas “Gregorio Luperón” (F-103) y “Pedro Santana” (F-104), que por desperfectos mecánicos, fueron retiradas hacia los diques de San Juan de Puerto Rico y prácticamente no tomaron parte en las acciones.
Ese mismo día, Venezuela denunció la infiltración de guerrillas castristas en su territorio, hecho que decidió a las FF.AA. argentinas a incrementar su presencia en el área.
Las naves latinoamericanas comenzaron el patrullaje del arco formado por las Antillas Menores, desde Trinidad a Puerto Rico, asignándosele al “Rosales” el sector comprendido entre la isla Guadalupe (al norte) y Dominica (al sur) y al “Espora” el que iba desde la primera (norte) y Monserrat (sur), totalizando entre ambos un área de 80 millas de extensión. Por su parte, el “Zulia”, al mando del capitán de navío Bernatuil Guastini, hizo lo propio en las aguas situadas entre su país y Grenada, lo mismo el “Nueva Esparta”, a las órdenes del capitán de fragata Luis J. Ramírez, aunque algo más al norte, quedando a cargo del “Mullinnix”, el sector septentrional del arco, a la altura de las islas Antigua, Barbuda, Saint Martin, Anguilla y Puerto Rico.
Solo en un caso el “Rosales” debió perseguir a un carguero de bandera liberiana, al no responder los llamados que se le hicieron desde el puente. Lo hizo en la noche, durante varias horas, hasta interceptarlo en el Mar de las Antillas, donde procedió a identificarlo y una vez verificado su destino –un puerto del Golfo de México-, le permitió continuar. En otra ocasión, fue necesario insistir varias veces por radio, para que otro transporte respondiese.
Un total de ciento cincuenta y tres embarcaciones fueron reportadas y supervisadas por la Fuerza de Tareas 137, treinta y una por el “Nueva Esparta”, cuarenta por el “Zulia” y el resto por las naves argentinas y el buque estadounidense.
Destructor venezolano ARV "Nueva Esparta" (D-11)

El operativo finalizó el 20 de noviembre, cuando Kennedy anunció el levantamiento del bloqueo y el fin de la cuarentena. Las naves argentinas se despidieron de sus pares latinoamericanas y regresaron a Chaguaramas, donde permanecieron amarradas algunos días, hasta la ceremonia de despedida, a cargo del contraalmirante John Tyree, el capitán Argüelles y primer ministro Dr. Eric Eustace Williams15.
La Argentina también desplegó un escuadrón de aviadores, que voló hacia la zona de operaciones a bordo de dos Douglas DC-54 de la I Brigada Aérea, al comando del comodoro Horacio E. Fellheimer. Tuvieron su asiento en la Base Aérea MacDill, próxima a Tampa, en la costa oeste de la península e integraron una fuerza de tareas combinada, que llevó a numerosas misiones de patrullaje aéreo, vigilancia y rescate.
El alto mando de la USAF, les asignó tres hidroaviones Grumman HU-16 Albatross, versión SA-16A, para vuelos de exploración y observación desde el litoral marítimo de la península de Florida hasta las Antillas e igual número de Hércules C-130B que, como los Albatross, estuvieron tripulados por personal argentino16. Aunque esos aviones mantuvieron el típico esquema metálico norteamericano, se les pintaron banderas argentinas en sus timones de cola y la inscripción Fuerza Aérea Argentina en color negro, sobre sus fuselajes. Su primera misión tuvo lugar el 4 de noviembre, a bordo de los HU-16 Albatross, cuando su personal participó en tareas de patrullaje combinadas sobre el sector norte del arco antillano.
La Argentina pagó su cuota de sangre y en mayor número que cualquier otra nación, cuando la noche del 16 al 17 de noviembre, el DC-54 matrícula TC-46 (LV-XGM), se estrelló contra las laderas del cerro El Gaital, en el Valle de Antón, Panamá, pereciendo sus nueve tripulantes (ocho argentinos y un estadounidense). El aparato efectuaba un vuelo logístico desde Managua hasta la base aérea de Howard, en la, Zona del Canal y regresaba a su asiento operacional, en el estado de Florida17. El gobierno norteamericano reconocería el valor de la participación argentina (como lo hizo también con Venezuela y República Dominicana), a través de una carta de Dean Rusk al canciller Carlos Manuel Muñiz, fechada el 10 de diciembre, agradeciéndole el envío de su fuerza expedicionaria e invitándolo a una visita oficial a Estados Unidos, el año siguiente18.

A solo veintiocho horas del ataque, la Casa Blanca decidió probar una última salida. En seis meses se retirarían los misiles de Turquía y quedaba descartado todo ataque o invasión a la isla. La Casa Blanca había estudiado minuciosamente la actitud de Kruschev y llegado a la conclusión de que su proceder era fruto de las presiones de su propia línea dura. Eso implicaba un serio riesgo porque los rusos podían atacar primero, pero no quedaba otra alternativa; si lo que se buscaba era evitar el colapso de la civilización, en algo había que ceder.
A las 19.45 horas de aquella agitada jornada, “Bobby” se reunió con Dobrynin. Debía exigir una respuesta para el día siguiente, porque de lo contrario, el lunes comenzaría la guerra. Según versiones, fue el propio O’Donnell quien lo condujo hasta el Departamento de Justicia, donde tendría lugar el encuentro. En esos momentos, personal de la embajada soviética incineraba la documentación comprometedora, mientras en la calle,  manifestantes radicales expresaban su furia a viva voz.

Máxima tensión en la Casa Blanca

Al llegar al gran edificio, el embajador Dobrynin hacía unos minutos que esperaba. Sin mayores preámbulos, “Bobby” le transmitió el mensaje de su hermano, afirmando que el presidente aceptaba los términos de la primera carta (no hizo referencia a la segunda). Si Moscú ordenaba detener el montaje de los cohetes y los retiraba, Estados Unidos cumpliría su parte. Como era de esperar, Dobrynin se refirió a los misiles Júpiter, haciendo especial hincapié en esa cuestión. Si su retiro era garantizado, habría acuerdo.
En extremo tenso, “Bobby”, dijo que eso resultaría imposible porque iba a parecer una cocción y en vista de ello, el diplomático ruso dijo que no había más nada que hablar. “Habrá guerra”, sentenció.
El diplomático se disponía a marcharse cuando Robert Kennedy lanzó su última carta. Si Rusia se comprometía a retirar los vectores de la isla, él le garantizaba que en seis meses Estados Unidos haría lo propio con los de Turquía.
Pese a que no se le movió un solo músculo de la cara, Dobrynin escuchó atentamente. Si los rusos revelaban ese acuerdo secreto, continuó “Bobby”, Estados Unidos lo negaría y los acontecimientos seguirían su curso de manera inexorable.

-¿De dónde procede esa garantía confidencial? – preguntó el ruso.

-De la más alta autoridad – respondió su interlocutor mirándolo fijamente a los ojos.

-¿Puedo transmitirle al premier Kruschev lo que me acaba de sugerir?

-Al premier, al cuerpo de ministros y a quienes usted crea conveniente, pero esa respuesta debe estar aquí mañana por la mañana y debe ser confidencial.

-Entonces debo darme prisa –respondió el embajador poniéndose de pie.

Antes de salir le dijo a Robert que estaba al tanto de la actitud de sus militares. Sabía que deseaban la guerra tanto como los de su propia línea dura y luego garantizó que en su país también había gente sensata, al igual que en los Estados Unidos.

-Espero que en ambos lados prevalezcan – agregó antes de estrechar la mano del fiscal general.

Esa noche el mundo se fue a dormir pensando que probablemente no habría otro día. Sin embargo, en buena parte de occidente el cielo amaneció despejado y el canto de los pájaros pareció anunciar que el Todopoderoso había escuchado las plegarias.
A las 12.30 del viernes 28, llegó el esperado mensaje de Kruschev. El premier hablaba de detener la escalada y preservar la paz mundial, palabras que en la Casa Blanca, sonaron como una bendición.
El Kremlin dispuso el retiro de los misiles y su retorno a la Unión Soviética y Kennedy anunció en rueda de prensa su propósito de no invadir Cuba y levantar el bloqueo19.
El mundo celebró el anuncio con clamorosas manifestaciones de júbilo. Hubo marchas, declaraciones, celebraciones religiosas y campanadas anunciando la paz.
Finalizada la conferencia de prensa, la Casa Blanca vivió momentos de euforia y optimismo. Sin embargo, en medio de los apretones de mano y los brindis, tras los enhorabuenas y las palabras efusivas, el presidente recordó a los presentes que habían sido dos semanas muy intensas, en las que se había trabajado duro; y después de darles las gracias a todos, recordó que había sido una victoria para ambas partes, cosa que todos aprobaron.
El 29 de noviembre Kennedy levantó bloqueo, redujo los niveles de alerta de sus fuerzas armadas y suspendió los vuelos de reconocimiento sobre Cuba. En el mes de abril de 1963 los misiles Júpiter comenzaron a ser retirados de Turquía y poco después, se hizo lo propio con los que apuntaban desde Italia.
La cordura había prevalecido y la paz parecía renacer, al menos por un tiempo.
Imágenes





Kennedy se dirige a la nación por la cadena de radio y televisión



Agitados debates en las Naciones Unidas. En la foto, de izq. a der., los embajadores Valerian Zorin (Rusia)
Mario García Incháustegui (Cuba) y Adlai Stevenson (EE.UU.)


Buques soviéticos desafían el bloqueo





El teniente Wilhemy sigue al capitán Ecker durante su vuelo a baja altura sobre Cuba



Tres de las imágenes obtenidas por Ecker y Wilhemy el 23 de octubre




Vectores cubiertos sobre transportes en San Cristóbal



Rusos y cubanos construyen un hangar para guardar ojivas nucleares




Distribución de misiles en la isla de Cuba



La Cueva del Guerrillero (o de los Portales). Allí el Che instaló su comandancia militar



Turistas extranjeros visitan la Cueva del Guerrillero




Misiles antiaéreos en La Habana



Un cañón apunta hacia el mar 



Portaaviones USS "Essex" (CV-9)



El Che Guevara habla por radio y televisión


Embajador Adlai Stevenson


Embajador Valerian Zorin


El embajador Stevenson presenta las pruebas de la presencia de misiles rusos en Cuba


Embajador Valerian Zorin tapa de "Time"
Notas
1 Siglas de “Defense Condition”. En esa situación, los indicativos de radio utilizados por las Fuerzas Armadas pasan a modo de seguridad.
2 Según algunas fuentes, fueron impactos de 20 mm.
3 Cosmódromo ruso en Astrakán, próximo a Znamensk. Junto con Baikonur, han sido las principales bases de lanzamiento del programa espacial soviético.
4 “The Cuban Missile Crisis and nuclear testing”, CTBTO Preparatory Commission. Recomienda el artículo del secretario ejecutivo de CTBTO, Tibor Toth, “Un mundo nuclear. 50 años después de la Crisis de los Misiles de Cuba, el mundo espera para retroceder las manecillas del reloj”, publicado en el “Chicago Tribune”, el 26 de octubre de 2012 (https://www.ctbto.org/press-centre/highlights/2012/the-cuban-missile-crisis-and-nuclear-testing/); Defense Nuclear Agency, Operation Dominic I 1962, DNA 6040F, AD-A136820 (http://www.dtic.mil/dtic/tr/fulltext/ u2/ a136820.pdf)
5 Centro de Operaciones de Emergencia de la costa este, próximo a la autopista 601 de Bluemont, en Virginia; se halla bajo control y supervisión de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA). Dispone de numerosos refugios subterráneos, construidos especialmente para albergar al gobierno en caso de guerra nuclear o catástrofe.
6 Rafael Azcuy González, La Cueva de los Portales, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 1996, p. 15-20.
7 Los submarinos procedían del la base de Severomorsk, sobre el mar de Barents, en la región de Murmansk y, como se ha dicho en el capítulo anterior, habían llegado al área de las Bermudas entre julio y agosto. Un día antes de su partida, el capitán Dubrivko recibió la orden de reemplazar uno de sus torpedos convencionales por otro con cabeza nuclear. Cuando se disponían a ingresar en el Triángulo de las Bermudas, notó que la zona estaba atestada de buques norteamericanos y eso lo obligó a mantenerse sumergido.
Permanentemente sobrevolado por aeroplanos y helicópteros, luego de dos días, el B-36 emergió para cargar sus baterías. Lo hizo con la bandera soviética desplegada y los americanos no actuaron. Incluso un destructor llegó a pasar a 75 metros de la cubierta mientras el resto se mantenía a distancia.
10 Ese mismo día, naves norteamericanas interceptaron al petrolero ruso “Bucarest”, cuando navegaba a 17 nudos en dirección a la isla, pero le permitieron continuar luego de comprobar que no llevaba armas.
11 De acuerdo con algunas fuentes, se trató de un Titán II. Al establecerse el DEFCON 3, los vectores, que formaban parte del programa de vuelos rutinarios ICBM, fueron equipados con ojivas nucleares, a excepción del que fue lanzado el 26 de octubre de 1962. Ver Alan F. Philips M.D., “20 Mishaps That Might Have Started Accidental Nuclear War”, NuclearFiles.org Project of the Nuclear Age Peace Foundation, (http://nuclearfiles.org/menu/key-issues/nuclear-weapons/ issues/accidents/20-mishaps-maybe-caused-nuclear-war.htm).
12 “El enfrentamiento de facciones militares, la ‘crisis de los misiles’ y el refinanciamiento de la deuda”, Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina (http://www.argentina-rree.com/13/13-033.htm)
13 Volverían a chocar con mayor violencia entre el 2 y el 5 de abril de 1963.
14 Américo Lohin, “Operación combinada de Cuarentena en el Mar Caribe: Octubre-Noviembre de 1962”, Histarmar. Historia y Arqueología Marítima (http://www.histarmar.com.ar/InfHistorica-3/CuarentenaCubana.htm).
15 La misma incluyó un desfile del ejército de Trinidad y el de los abanderados de los países intervinientes. Antes de regresar al país, los buques zarpanhicieron una escala en la base naval norteamericana de San Juan de Puerto Rico, donde se practican reparaciones. Estuvieron de vuelta en Puerto Belgrano el 19 de diciembre, luego de 12.000 millas de navegación.
16 Walter Marcelo Bentancor, “Ayer Noticia, Hoy Historia – Historia Aeronáutica Argentina”, “El Hércules C-130 en la FAA… Cómo nació la unión”, domingo 21 de marzo de 2010. Cita como fuente la Revista Nacional Aeronáutica y Espacial – diciembre de 1962 (http://ayernoticiahoyhistoria.blogspot.com.ar/2010_03_01_archive.html). Las tripulaciones de los Hércules, estuvieron integradas por el vicecomodoro Rafael Sanz; los comandantes Roberto Temporini y Edmundo Luis Abdala; capitán Tulio Salinas y Tenientes José María Pérez y Rubén Oscar Moro; personal militar subalterno formado por los suboficiales mayores Carlos W. Vera y Alcidio Z. López, los principales Ramón A. Barberis, Oscar R. Giovanetti, Juan M. Casco y Julio A. Owens y el ayudante Alfredo Wirszeker.
17 “La pérdida del TC-46”, Rol Out, Spotting Aeronáutico del Cono Sur, 23 de noviembre de 2012  (http://aerospotter.blogspot.com.ar/2012/11/la-perdida-del-tc-46.html). Los restos del aparato fueron hallados por un helicóptero panameño, en un paraje conocido como La Mesa, próximo a la localidad de El Valle, a 115 kilómetros al sudeste de la capital. Los tripulaban su comandante, el mayor Gover Pla, jefe del Escuadrón Aéreo de Relaciones Exteriores de la Secretaría Aeronáutica, su piloto, Hernán Norberto Aracama, el navegante, primer teniente Marelli, el radioperador sub-oficial mayor Vicente Jesús Attis, el vicecomodoro Anibal Borderas Castex, los suboficiales mayores Enrique Bartinotte y Vicente Bonavita, el sub-oficial principal Eduardo Olaechea y el capital norteamericano Rafael Villalobos. Sus restos fueron repatriados por una aeronave de la USAF, el 20 de noviembre, acompañados por, una delegación estadounidense, encabezada por el mayor general la fuerza Leland Stranatham, comandante aéreo del Caribe, quien hizo entrega de ellos en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza en emotiva ceremonia, presidida por el brigadier Alsina.
18 La visita de Muñiz se produjo el 22 de enero de 1963. Se le dispensaron honores de jefe de estado y se entrevistó con Kennedy y su secretario de Estado. Ver: “El enfrentamiento de facciones militares, la “crisis de los misiles” y el refinanciamiento de la deuda”, op. Cit.
19 Finalizada la crisis, se llegó a un compromiso secreto según el cual, los norteamericanos podrían inspeccionar los buques soviéticos en aguas abiertas, lejos de Cuba. De acuerdo a lo establecido, los misiles fueron cargados nuevamente, esta vez sin coberturas, sobre las cubiertas, en algunos casos dentro de contenedores o en camiones, para que los estadounidenses pudiesen verlos desde el aire. En cierta ocasión, el capitán de un barco americano agradeció el buen trabajo que los rusos habían realizado e invitó a su colega a tomar una taza de té a bordo. El marino soviético no aceptó, pero envió de obsequio una botella de vodka.



Otras fuentes
-Diario “ABC”, Madrid, martes 23 de octubre de 1962, edición de la mañana, p. 48-49.
-Luis Molla y Juan Carlos Pasamontes, “Cuba, 1962: Los misiles que estremecieron al mundo”,
-“Crisis de los Misiles”,  sitio Historia1Imágenes, 5 de junio de 2007 (http://historia1imagen.cl/2007/06/05/crisis-de-los-misiles-2/)
-Elier Ramírez Cañedo, “La batalla diplomática en torno a la Crisis de Octubre. El papel de la ONU (Primera parte)”, sitio La pupila insomne, 29 de agosto de 2012, https://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/08/29/la-batalla-diplomatica-en-torno-a-la-crisis-de-octubre-el-papel-de-la-onu-primera-parte/
- Mathieu Rabechault, “U-2 n°56-6676, el avión militar que casi lleva al apocalipsis nuclear”, sitio El Nuevo Herald, 12 de octubre de 2012 (http://www.elnuevoherald.com/noticias/ especiales/la-crisis-de-los-misiles/article2018313.html#storylink=cpy)
-“El enfrentamiento de facciones militares, la 'crisis de los misiles' y el refinanciamiento de la deuda”, Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina (http://www.argentina-rree.com/13/13-033.htm).
-“The global Cuban Missile Crisis at 50. New Evidence From Behind The Iron , Bamboo, an Sugarcane Curtains, and Beyond”, Cold War International History Project Bulletin del Woodrow Wilson International Center, Washington, Issue 17/18.