jueves, 22 de agosto de 2019

LA CRISIS DE LOS MISILES

El domingo 14 de octubre de 1962, en horas de la mañana, el avión U2 matrícula 342 56-6675, piloteado por el mayor Richard Stephen Heyser, del 4080 Escuadrón de Reconocimiento Estratégico de la USAF, aterrizó en la Base Aérea McCoy de Florida, en lo que parecía otra misión de rutina sobre territorio cubano.
Había partido en la madrugada desde la base Edwards de California, su asiento natural, y después de atravesar todo México, salió al Caribe por la península de Yucatán, volando a máxima altura (72.500 pies), para virar luego hacia el nordeste, en dirección a Cuba.
Sobrevoló la isla de sur a norte, fotografiando las diferentes áreas en exposición potencial y al cabo de veinte minutos, abandonó el espacio aéreo, para regresar a su país. Cuando se posó en la mencionada base militar, al cabo de siete horas de vuelo, ignoraba por completo lo que traía a bordo.


El personal de tierra abrió las cámaras Polaroid con las que estaba equipada la aeronave espía, retiró cuidadosamente los rollos y después de colocarlos en la caja sellada, los condujo hasta un avión militar que aguardaba junto a la pista para llevarlos directamente a Washington D.C. y entregarlos a personal del Centro Nacional de Inteligencia Fotográfica.

Cuando los técnicos revelaron el contenido de aquel material, se comunicaron de manera inmediata con sus superiores y les dijeron que tenían algo que debían ver. Un primer examen reveló la presencia de objetos extraños, que a simple vista parecían misiles, rampas de lanzamiento e incluso algunas sombras que semejaban personas.

Las 928 fotografías que tomó Heyser fueron analizadas al detalle y efectivamente, mostraban objetos alargados, muy similares a vectores SS-4 soviéticos, montados -o a punto de serlo-, sobre lanzaderas, en una base que se estaba construyendo en San Cristóbal, provincia de Pinar el Río.

En las primeras horas del día 16, el material fue entregado a la CIA y esta lo derivó a la oficina del consejero de Seguridad Nacional, McGeorge Bundy, quien sin pérdida de tiempo, corrió a enseñárselo al presidente.

Bundy llegó a la Casa Blanca a las 08.00, acompañado por dos funcionarios de su dependencia y una vez sorteados los controles, le pidió a Kenny O’Donnell una reunión con el mandatario. El secretario privado del presidente le dijo que podía ser recibido entre las 15.00 y las 16 horas, pero el recién llegado lo interrumpió por la mitad, diciéndole que el asunto era urgente.

El rostro del consejero era la prueba de que sucedía algo grave, razón por la cual, O’Donnell le dijo que fuera subiendo mientras él lo anunciaba.

Minutos después, discutía por teléfono con uno de los encargados de las elecciones parlamentarias de noviembre cuando Kennedy apareció y le pidió que lo acompañara.



-Kenny –le dijo- Sígueme.



A O’Donnell no le quedaron dudas de que algo estaba ocurriendo pero no dijo hasta nada salir de su oficina. Una vez fuera preguntó si se le podía adelantar algo pero el presidente no abrió la boca. Recién en su despacho le dijo que una vez más, se trataba de Cuba.

Bundy se encontraba sentado en un sillón, junto a Rice S. Cline, subdirector de la CIA y de pie, contra una de las paredes, los dos funcionarios que habían llegado con el primero. Acababan de informarle al presidente lo que sucedía y este había quedado petrificado. Una vez más Cuba ponía en vilo a su gobierno, pero esta vez, por una causa mucho más seria.

Antes que nadie dijera nada, Kennedy le pidió a O’Donnell que mirara unas gigantografías que recogió ed la mesa. Veterano tripulante de bombarderos en la Segunda Guerra Mundial, el secretario personal tomó una lupa y observó detenidamente, sin poder decir de qué se trataba.

El propio Bundy fue quien se lo explicó; eran vectores soviéticos a punto de ser montados en plataformas de lanzamiento.



-Son misiles de largo alcance, capaces de recorrer 1100 millas y tienen como objetivo las ciudades más pobladas de nuestro país.



-Se trata de proyectiles SS-4 Sandal –agregó Rice-, como los que desfilaron en la Plaza Roja el último 1 de Mayo, cohetes de largo alcance, capaces de superar los 1600 kilómetros llevando ojivas nucleares de tres megatones.



Fue entonces O’Donnell quien quedó perplejo. Apenas lo podía creer pues de ser cierto lo que le decían, las principales ciudades del sudeste norteamericano, incluyendo Nueva York y la misma capital, estaban en peligro.

En ese momento llegó Robert Kennedy, quien fue puesto al tanto de la situación de manera inmediata. Sin decir más, JFK dispuso una reunión de emergencia para esa tarde y ordenó mantener el asunto en el más estricto secreto.

Cuando el encuentro finalizó, Kennedy, O´Donnell y “Bobby” salieron al jardín en tanto Bundy y compañía partían presurosamente a cumplir las directivas que acababa de darles su presidente.

“Bobby”, con las manos cruzadas sobre el pecho, manifestó estar desconcertado y cuando su hermano le preguntó por sus contactos con la KGB, le aseguró que lo habían engañado completamente. Enseguida recordó que se le había hablado al país sobre la ausencia de misiles en Cuba y propuso convocar para la reunión de esa tarde a Dean Acheson, el experimentado ex secretario de Estado de Harry S. Truman, experto en cuestiones relacionadas con la Unión Soviética.
McGeorge Bundy
Como primera medida, Kennedy creó por decreto el Comité Ejecytivo del Consejo de Seguridad Nacional (ExComm), integrado por el secretario de Estado Dean Rusk, su par de Defensa, Robert McNamara, el fiscal general de la Nación Robert Kennedy, el vicepresidente Lyndon Johnson, el director de la CIA John McCone, el secretario del Tesoro Douglas Dillon, el consejero de Seguridad Nacional McGeorge Bundy, el asesor de la presidencia Theodore C. Sorensen, el subsecertario de Estado George Ball, su delegado U. Alexis Johnson, el general Maxwell Taylor en su calidad de presidente del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Edward Martin, secretario ayudante de Estado para América Latina; el secretario delegado de Defensa Roswell Gilpatric, su ayudante Paul Nitze, el embajador ante la ONU Adlai Stevenson, el director delegado de la Agencia de Información Donald Wilson, el asesor en cuestiones de Rusia y la Unión Soviética Charles Bohlen, que tras la priemra reunión fue reemplazado por Lewelyn Thompson (Bohlen fue designado embajador en Francia), Kenneth O’Donnell y el mismo presidente de la Nación.


Una hora después el gabinete departía en un lugar secreto. Se encontraban presentes los principales jefes militares y al menos dos hombres claves de cada departamento1.

El coronel de la Fuerza Aérea (USAF), Stanton Dorman, asistente del general Curtis E. LeMay, fue el encargado de explicar los alcances del plan ofensivo. Ochocientos cincuenta aviones se alistaban en diferentes bases, incluyendo Opaloka, Pensacola y Cayo Oeste, armados con misiles, bombas y proyectiles de diferentes calibres. Cuando mencionó las palabras “explosivos de alta potencia” y “napalm”, el embajador Stevenson pidió la palabra para insistir con la vía diplomática, asegurando que aún no se habían agotado todas las instancias, cosa que Bundy refutó.

Las imágenes mostraban estructuras misilísticas, bases de lanzamiento y rampas que apuntaban directamente a los Estados Unidos, además del personal trabajando en torno a ellas, algo que tornaba imperiosa una acción a corto plazo.

El general Taylor dijo, a su vez, que las Fuerzas Armadas confiaban plenamente en un ataque aéreo masivo y habló de hacerlo con premura porque en las siguientes semanas, Kruschev podía incrementar el número de misiles. Y cuando se refirió al ataque aéreo, puso especial énfasis en que debía ser sucedido por un desembarco a gran escala, ocho días después, el llamado Plan 306, que contemplaba la invasión de la isla por aire, mar y tierra.



-¿Me está hablando de invadir? – le preguntó Kennedy.



-Si, señor –respondió Taylor- De esa manera, acabaríamos con la amenaza de los misiles y terminaríamos de una vez con Castro.



-¿Es eso lo que recomienda la junta de jefes?



-Así es, señor. Proponemos, junto con el señor McNamara, atacar antes de que los misiles estén operativos.



Ante una requisitoria de Kennedy, Dean Acheson replicó que desde hacía quince años, venía batallando con los soviéticos. Según su parecer, ellos solo entendían el lenguaje de la fuerza, la única palabra que les infundía respeto, y por esa razón, se manifestó partidario del general Taylor sobre una invasión precedida por un ataque aéreo y un ultimátum exigiendo el desmantelamiento de los misiles.

Tanto Bundy como McNamara y los militares presentes, rechazaron de lleno la vía diplomática, coincidiendo con las palabras del general Taylor y Acheson, en el sentido de actuar cuanto antes. Cuando Kennedy le preguntó a este último como se desarrollaría el proceso, el ex funcionario fue claro y contundente. En primer lugar, se les daría a los soviéticos un ultimátum de entre doce y veinticuatro para que retirasen el total de los misiles. Ante la negativa, se lanzaría el ataque aéreo, seguido por la invasión. Los rusos tomarían represalias en otras partes del mundo, lo más probable, en Berlín donde de acuerdo a su evaluación, al enfrentarse ambas fuerzas, terminarían derrotados.

Cuando JFK habló de la posibilidad de una guerra nuclear, nadie pronunció una palabra. Acheson se echó hacia atrás en su asiento y el resto permaneció mudo. Un silencio profundo invadió el recinto, donde el aire se había tornado agobiante.

Al preguntar cual iba a ser el paso siguiente, el experimentado ex secretario de Estado dijo lacónicamente que esperaba que prevaleciera la cordura y no hubiera necesidad de un paso siguiente.
Reunión de emergencia en la Casa Blanca

El 17 de octubre Kennedy viajó a Connecticut, para apoyar al candidato demócrata en las elecciones republicanas del mes de noviembre. En la Casa Blanca, su hermano “Bobby” volvió a reunirse con el gabinete, para tratar el espinoso asunto y una vez más, volvió a insistir en la salida diplomática, refiriéndose una y otra vez a lo inoportuno de una acción armada. La opinión pública internacional iba a ver con malos ojos a un país grande y poderoso haciendo añicos a uno pequeño y eso implicaba la posibilidad de perder el apoyo de buena parte de sus aliados. Al oír eso, Acheson le pidió que no fuera ingenuo, porque los soviéticos no iban a entender otro lenguaje más que el de la fuerza, tal como lo había asegurado el día anterior. Y además, si se les seguía enviando señales de debilidad e indecisión irían por más, hasta cumplir todas sus metas.

“Bobby” volvió a la carga y al ver que no obtenía el consenso, se acercó a McNamara para pedirle otra salida. El secretario de Defensa permaneció un momento en silencio y al cabo de un instante, mencionó una alternativa que se venía estudiando desde hacía seis meses. Era lenta y no garantizaba el retiro de los vectores pero a la larga, podía dar resultados: el bloqueo a Cuba.

La línea dura volvió a insistir; la medida no solucionaría el problema y seguramente, como respuesta, Rusia haría otro tanto en Berlín.

Ese mismo día, Georgi Bolshakov, funcionario del área de Inteligencia de la embajada soviética, emitió un comunicado asegurando que las armas que su país estaba instalando en la isla eran de carácter defensivo.





Cuando Alexeiev expuso sus puntos de vista ante el Buró soviético, Rodion Malinovski, el severo ministro de Defensa de la URSS estalló en ira.



-¡Pero qué clase de revolución es esa, que no acepta ayuda semejante?! –preguntó indignado-¡Hasta la España burguesa lo hizo. ¿Cómo es posible que una nación que se dice socialista la rechace?!



Como hemos dicho, el flamante embajador intentó explicar la situación pero ninguno de los presentes pareció aceptar sus argumentos, mucho menos Kruschev, que se mantenía en silencio. Solo un funcionario ensayó una suerte de justificación, pero sus palabras cayeron en saco roto.

Durante el almuerzo, la tensión aflojó un poco pero Alexeiev continuó incómodo. Ni bien se sentaron a la mesa, Kruschev dijo que con los norteamericanos solo se podía conversar con la fuerza y que instalando los misiles en Cuba, se los forzarían a retirar sus cabezas nucleares de Turquía e Italia. De acuerdo a su parecer, Kennedy era un intelectual moderado, un blando y sobre todo, un inseguro, tal como lo había demostrado durante la crisis de Bahía de Cochinos y por esa razón, no se atrevería a adoptar medidas drásticas. Luego agregó que la operación se llevaría a cabo con el máximo sigilo, a fin de evitar las sospechas y recién después de noviembre, una vez realizadas las elecciones parlamentarias, se la daría a conocer. Eso ayudaría a mantener a los norteamericanos distraídos y facilitaría enormemente los trabajos de desplazamiento y montaje.

A solo dos días de su partida, Alexeiev recibió una nueva citación del premier. Fue conducido hasta su casa de fin de semana en Peredelkino, a 25 kilómetros al sudoeste de Moscú, la mima localidad en la que vivió Boris Pasternak2, y mucho se sorprendió cuando al llegar, vio reunido al gabinete en pleno.

Kruschev le dio la bienvenida y después de presentarlo a quienes aún no lo conocían, le hizo exponer sus puntos de vista con respecto a Castro y su dirigencia. Cuando el diplomático terminó de hablar, el premier le informó que había llegado a un acuerdo con los presentes y por eso se encontraba allí. En una palabra, le ordenó decirle a Fidel que los misiles eran el último recurso para enfrentar la política de agresión norteamericana y que se los emplazaría para disuadir a Washington de invadir la isla.



-Debe transmitir esa postura a Fidel Castro y acentuar que es lo más conveniente para su gobierno.



Dos días después, el flamante embajador abordó el avión con destino a La Habana, acompañado por una nutrida delegación de “asesores económicos”, entre quienes figuraban Rashidov y a un enigmático personaje conocido como Yuri Petrov, ingeniero agrónomo, especialista en producción agropecuaria.

Lo primero que hizo una vez en la isla, fue llamar a Raúl Castro para solicitarle una reunión. Cuando estuvieron frente a frente en el Palacio de Gobierno, le explicó los detalles de su misión y le reveló que el tal Petrov era en realidad Sergei Byriusov, máxima autoridad de las fuerzas misilísticas de su país, quien necesitaba imperiosamente hablar con Fidel.

Sin perder tiempo, un pálido y nervioso Raúl se encerró con su hermano en el despacho ministerial y al cabo de un instante salieron ambos, para pasar a las oficinas del presidente Dorticós.

Tras las correspondientes presentaciones, tomaron todos asiento y después de un breve intercambio de palabras, comenzó un diálogo seco y directo, en el que Raúl se la pasó tomando nota en un cuaderno.

Fidel escuchó atentamente lo que el emisario ruso había venido a decirle y a medida que aquel exponía sus argumentos, su rostro comenzó a evidenciar entusiasmo. Fue una buena señal y al término de la conversación, después de decir que tendría una respuesta para el día siguiente, los soviéticos sabían que habían ganado la partida.

Cuando, a la mañana siguiente, Byriusov y Alexeiev se presentaron nuevamente en el despacho de Dorticós, se encontraron con la sorpresa de que en el mismo, además de su titular, de Fidel y su hermano Raúl, se encontraban presentes Blas Roca, miembro del Buró político y secretario general del Partido Socialista Popular; Carlos Rafael Rodríguez, presidente del Instituto Nacional de Reforma Agraria y el Che Guevara.

Durante las conversaciones, Fidel primero y el Che después, expusieron sus puntos de vista, aprobando de manera rotunda el emplazamiento de los misiles. Según Alexeiev, el segundo tomó parte activa durante la charla, dejando clara su posición en el sentido de utilizarlos para equiparar fuerzas y hasta usarlos si fuese necesario. Cualquier cosa era buena con tal de detener a los norteamericanos.

Ahí mismo se decidieron los lugares de emplazamiento y luego Castro le dijo a Alexeiev que era imperioso formalizar el acuerdo con la firma de un tratado. Necesitaba establecer las condiciones cuando la Casa Blanca y el Departamento de Estado se enterasen de lo que ocurría y para ello, necesitaba el aval de Rusia por escrito.

El compromiso de no invadir y la entrega de Guantánamo eran los puntos principales.

Los rusos aceptaron y de esa manera, Alexeiev y Raúl Castro se pusieron a trabajar en un borrador que tuvieron listo al día siguiente. Fidel lo leyó y después de intercambiar pareceres con el Che, dispuso que su hermano volase a Moscú para que el premier y su gabinete lo firmasen.

El 1 de junio, Raúl y su esposa abordaron el avión que debía llevarlos a la capital soviética. En el aeropuerto los esperaba Vitali Korionov, jefe de la sección americana del comité central del Partido Comunista, enviado especialmente por el viceprimer ministro Alexei Kosygin, para recogerlos. Era noche cerrada cuando el funcionario los condujo hasta el apartamento que el gobierno les había asignado. Raúl apenas tuvo tiempo de dejar sus cosas; Korionov lo tomó de un brazo y lo llevó aparte para decirle que los esperaban en una residencia, al otro lado de la ciudad. Abordaron nuevamente el vehículo oficial en el que habían llegado (Vilma quedó en la casa, custodiada por dos hombres en el interior de un vehículo) y al cabo de varios minutos, llegaron a destino.

Era el mismísimo Kosygin, quien los estaba esperando.

En extremo nervioso y visiblemente agitado, Castro le entregó la versión en ruso del borrador y después que el alto funcionario lo leyera, procedieron a firmarlo de pie, apoyando los papeles sobre un piano de cola que había en medio de salón.
Alexei Kosygin
Vice primer ministro ruso

Kosygin partió enseguida, dejando a Korionov con indicaciones de tranquilizar al recién llegado, quien seguía en extremo agitado. Bebieron una copa de cognac y de esa manera, poco a poco, se relajaron.

En las dos semanas que Raúl permaneció en la Unión Soviética, se entrevistó con Kruschev en dos oportunidades, la primera, al día siguiente de su llegada, cuando el premier le garantizó que si Estados Unidos se enteraba de lo que sucedía, no iba a suceder absolutamente nada y que si algo acontecía, Rusia enviaría la flota del Báltico y la segundo, poco antes de partir, cuando se despidieron.

La seguridad de que Rusia pensaba movilizar sus fuerzas en caso de una agresión norteamericana serenó al emisario cubano quien, con repentino entusiasmo exclamó: “¡Qué bueno, está bien! Fidel aceptará todo; va a corregir algo pero, en principio, sí”3.

Según refiere Anderson, aquel tratado fue un acuerdo bélico temible y pesado: veinticuatro lanzadores de misiles balísticos de mediano alcance y dieciséis de alcance intermedio, equipado cada uno con dos misiles y una ojiva nuclear; veinticuatro baterías de misiles tierra-aire SA-2 SAM; cuarenta y dos interceptores MiG; cuarenta y dos bombarderos IL-28; doce buques misilísticos clase Komar con misiles de crucero de defensa costera y cuatro regimientos de combate de élite que totalizaban 42.000 efectivos, entre oficiales, suboficiales y tropas4.

El 15 de julio zarparon de los puertos de Sebastopol y Nikolaev, en el Mar Negro, los primeros cargueros, repletas sus cubiertas de contenedores, embalajes y extraños objetos camuflados. Sus capitanes llevaban destinos falsos y habían reportado tonelajes inferiores a sus respectivas capacidades.

Cerca de allí, Kruschev y sus colaboradores observaban la escena con sus prismáticos. A 2580 kilómetros hacia el sur, quince misiles PGM-19 Júpiter, apuntaban amenazadoramente desde Esmirna sobre sus cabezas. Podían llegar a sus blancos en menos de quince minutos, impulsados por sus motores Rocketdyne Ir70-NA, modelo S-3D Chrysler, que a una velocidad de 667 nudos, eran capaces de alcanzar una distancia aproximada de 2400 kilómetros.

SA la sección de misiles, de la que formaba parte el oficial Leonid Sannikov, se le presentó un serio problema cuando procedió a cargar el equipo porque las aperturas y las cubiertas de los buques resultaron pequeñas para los vectores. Imposibilitados de ubicarlos horizontalmente, debieron estivarlos en ángulo para cubrirlos con madera y rociarlos con repelente de metales, para evitar su detección. Se dice que ningún capitán de aquella gigantesca flota, conformada por ochenta y cinco unidades de superficie, conocía su destino ni la carga que transportaba. Recién en alta mar, al abrir los sobres con las instrucciones, en presencia de los correspondientes comisarios políticos, supieron cual era su misión y hacia donde se dirigían5. La Operación Anadyr estaba en marcha.

Raúl Castro y su esposa regresaron a Cuba el 17 de julio y después de una serie de reuniones a puertas cerradas junto a Fidel y el Che, se encontró con Alexeiev (5 al 7 de agosto) para analizar a fondo el acuerdo que, entre otras cosas estipulaba su renovación cada cinco años y establecía claramente que los misiles estarían bajo el control exclusivo de militares soviéticos.

Antes de partir de Moscú, Kruschev le había confirmado a Raúl, que los primeros vectores habían llegado a la isla (estaban siendo descargados en el puerto de Mariel), lo mismo cuatro submarinos diesel con torpedos nucleares, posicionados en el Triángulo de las Bermudas y le recomendó, una vez más, absoluto sigilo hasta después de noviembre. Le entregó un sobre cerrado para Alexeiev y le pidió que le transmitiera cumplir sus instrucciones al pie de la letra: no se podían enviar ni despachos, ni cables, ni telegramas y si había algo que decir, debía viajar directamente a la capital de Rusia o enviar emisarios con los mensajes memorizados.

El texto del acuerdo no convenció a Fidel Castro, que lo analizó detenidamente con el Che. Lo encontraron ambos demasiado específico, con excesiva cantidad de citas técnicas y muy escaso en contenido político. Entre ambos le efectuaron algunos retoques, dejando en claro que la responsabilidad de la operación era conjunta (de Rusia y Cuba) y que la Unión Soviética debía considerar un ataque a la isla como una agresión a su propio territorio.

En su libro, Anderson reproduce el preámbulo del tratado:En interés de asegura su soberanía y mantener su libertad, Cuba solicita a la Unión Soviética que considere y acepte la posibilidad de instalar misiles [en su territorio]…”6.

El nuevo borrador estuvo listo en la segunda quincena de agosto y fue despachado hacia Moscú en un sobre lacrado, sólo que en este caso, en lugar de Raúl Castro, el encargado de llevarlo fue el Che, acompañado en este caso por Emilio Aragonés.

Mucho más aplomado y con mayor sangre fría, era el hombre ideal para tratar con la Nomenklatura y conducir las negociaciones.

El primer encuentro tuvo lugar el 30 de agosto, en la casa de verano que el premier ruso tenía en Crimea. Allí, Kruschev manifestó su completo acuerdo pero volvió a dilatar su firma porque, según sus palabras, quería estamparla en La Habana, junto a Fidel, durante los festejos por el cuarto aniversario de la revolución.

Temiendo una posible traición, el Che exigió divulgar el documento pero una vez más, el líder soviético se negó.



El Che y aragonés repitieron la persistente preocupación de Fidel –compartida por el canciller Andrei Gromyko y otros altos funcionarios soviéticos- de que los norteamericanos descubrieran la operación prematuramente. Según el relato posterior de Aragonés, Kruschev se mostró tan despreocupado entonces como anteriormente con Raúl. “[Nos] dijo al Che y a mí, en presencia de Malinovski: ‘No se preocupen, no habrá problemas con los Estados Unidos. Y si los hay, enviaremos la flota del Báltico’”7.



Ni el Che ni su acompañante quedaron convencidos, pero comprendiendo que nada podían hacer, aceptaron.

La CIA, como siempre, seguía los pasos del ministro de Industria cubano más de cerca que los del propio Fidel, de ahí su informe del 31 de agosto, dando cuenta de la premura del viaje, de su carácter reservado, de que Aragonés no era economista, que a su llegada los había recibido el propio viceprimer ministro Kosiguin en compañía de otros altos funcionarios y que habían viajado inmediatamente a Crimea para reunirse con Kruschev.

Regresaron a La Habana el 6 de septiembre y al día siguiente, discutieron con Fidel los términos de sus conversaciones.

Para entonces, el senador Kenneth Keating de los Estados Unidos, había efectuado veinticuatro denuncias, tanto en el Senado como en declaraciones públicas, advirtiendo sobre la presencia de cohetes en el sector occidental de Cuba y denunciando a la administración Kennedy por su inacción. Incluso se dice que varios refugiados cubanos llegados a Miami en esos días, se refirieron a extraños movimientos y la presencia de personal extranjero en todo el país, especialmente en Pinar del Río8. Las fotografías obtenidas por Heyser, el 14 de octubre, fueron prueba indiscutible de que el legislador republicano, tenía razón.





Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el jueves 18 Kennedy le pidió a su hermano que fuera a la embajada soviética, para hablar con su titular, Anatoli Dobrynin. El diplomático, como era de esperar, volvió a negar que hubiera misiles de largo alcance en Cuba e insistió en que solo se trataba de armas defensivas. Sin embargo, nuevas observaciones efectuadas por los U2 ese mismo día, revelaron mayor presencia de proyectiles, rampas, personal e incluso, lo que parecía ser la construcción de una base de submarinos.

Una nueva reunión del presidente con sus colaboradores tuvo lugar en horas de la tarde. Estuvieron presentes, además de O’Donnell, McNamara y Robert Kennedy, los principales jefes militares, a saberse, los generales Maxwell Taylor, Marshall Carter y Walter “Cam” Sweeney, el almirante George Whelan Anderson Jr. jefe naval de Operaciones y el brigadier general Curtis LeMay, jefe del Estado Mayor de la USAF.

El primero en hablar fue, como de costumbre, el general Taylor, para informar que nuevas observaciones daban cuenta de la existencia de bases adicionales, así como de al menos cuarenta misiles, capaces de alcanzar cualquier punto del país a excepción de Seattle, en el extremo noroeste de la nación. Aprovechando el momento, Le May solicitó autorización para lanzar el ataque, asegurando que tendría el total de sus aviones listo para operar en tres días. El presidente preguntó entonces para cuando estaría preparado el ejército y Taylor respondió que habiéndose ordenado secretamente la movilización, se debería calcular una semana y media.
Misil SS-4 Sandal durante el desfile del 1 de mayo de 1962

Viendo a JFK aún dubitativo, LeMay insistió con vehemencia en la necesidad de atacar, pues a medida que pasaba el tiempo, era más probable una guerra nuclear masiva. Los misiles amenazaban las bases de todo el país y el pueblo americano estaba en peligro. Taylor apoyó esas palabras insistiendo con la necesidad de actuar con celeridad pues seguir demorando la situación daría tiempo a los rusos a dejar sus vectores operativos y listos para ser disparados. Entonces LeMay ensayó una última estrategia, cuando dijo que los soviéticos podían considerar la imposición del bloqueo como una debilidad y que también lo vería el total de la nación.

Kennedy le preguntó entonces, sobre la actitud de los rusos en caso de un ataque norteamericano y el jefe de la Fuerza Aérea le respondió con lo último que quería escuchar:



-Nada -dijo remarcando cada palabra-. No harán absolutamente nada porque la única alternativa que les queda es, precisamente, la que no pueden escoger.



Fue lo peor que pudo haber hecho porque sus palabras trajeron a la memoria el recuerdo del general Lemnitzer, garantizando un desembarco exitoso en Bahía de Cochinos y al pueblo cubano plegándose a la invasión.

Una hora después, el mandatario norteamericano se reunió con Andrei Gromyko, quien había viajado expresamente para abordar el asunto.

El canciller soviético llegó a la Casa Blanca acompañado por el embajador Dobrynin, en medio de un gran dispositivo de seguridad y amplia cobertura periodística. Le costó mucho a Pierre Salinger, secretario de Prensa de la Casa Blanca, contener a los reporteros y responder lo que no sabía. Le insistió a O’Donnell sobre ciertas maniobras de las fuerzas armadas en Puerto Rico9 y quiso saber que debía responder.

Gromyko habló sin tapujos. Acusó a los estadounidenses de estar acosando a una pequeña nación subdesarrollada y dijo claramente que eso justificaba la intervención de su nación para defenderla.

El viernes 19 de octubre, el Departamento de Estado analizó en detalle las vías legales, con el objeto de imponer el bloqueo. Esa tarde, el presidente viajó a Chicago, para apoyar al candidato de su partido y una vez más, Salinger abordó a O’Donnell con respecto a las maniobras. El secretario de la Presidencia manifestó no saber nada, lo mismo a un reportero cuando le preguntó sobre el estado de alerta en el que habían sido puestas dos divisiones aéreas y el intenso tráfico ferroviario que tenía lugar en el sur. Poco después, recibió en su habitación del hotel un llamado de “Bobby”, anunciándole que había consenso para establecer el bloqueo y que China estaba movilizando tropas para atacar a la India10.

Kennedy regresó a Washington la mañana del 20, argumentando un catarro. Ya en la Casa Blanca, su gabinete le anunció que tras mucho deliberar, se había llegado a la conclusión de que lo más adecuado para afrontar la situación era imponer el bloqueo; el apoyo de los estados miembros de la OEA le daría legitimidad a la medida y los rusos tendrían tiempo de recapacitar. Le explicaron que según el derecho internacional, por tratarse de un acto de guerra era un procedimiento ilegal, de ahí la decisión de denominarlo “cuarentena” y le sugirieron aplicarlo lo más rápidamente posible, porque en esos momentos entre veinte y treinta barcos navegaban hacia la isla, cargados de armamento. La Marina (US Navy) los detendría a 800 millas de la costa cubana, límite establecido como “zona de exclusión” y tras comprobar la existencia de misiles y equipo, los obligaría a regresar a Rusia. En caso de negarse, serían atacados y los misiles desplegados en tierra, destruidos.
Nuevas observaciones dan cuenta que los rusos incrementan su potencial en la isla


Cuando McCone anunció que Inteligencia había logrado determinar que los vectores podrían ser disparados a ocho horas de impartida la orden y que acababan de identificar las primeras ojivas nucleares (no había certeza de que estuviesen ensambladas aún), el embajador Stevenson tomó la palabra para sugerir una tercera vía: un acuerdo por el que Estados Unidos devolvería Guantánamo y quitaría los misiles Júpiter de Turquía (ya obsoletos, por cierto) a cambio de la retirada de los cohetes. Las negociaciones se efectuarían a través del secretario general de las Naciones Unidas, U-Thant y este plantearía el asunto en el organismo, cuarenta y ocho horas después de que Washington y Moscú sellasen el convenio.

Kennedy estuvo de acuerdo y le pidió a Ted Sorensen11, que redactase dos declaraciones para el caso, una por si se decidía establecer el bloqueo y otra por si era necesario lanzar el ataque. Luego preguntó sobre la invasión de China a la India y tras analizar a fondo esa cuestión, dio por finalizada la reunión.

A la salida, Robert Kennedy estaba hecho una furia con Stevenson. Dijo que había que destituirlo por débil; que en la ONU su par ruso, Zorin, lo haría trizas y que era necesario reemplazarlo por alguien con más agallas. Mucho le costó a su hermano y a Kenneth O’Donnel tratar de tranquilizarlo, sobre todo en esos momentos, cuando era imperioso mantener la calma y demostrar sangre fría.
Imágenes


El avión espía U2 matrícula 56-6675 tripulado por el mayor Richard S. Heyser
detecta los primeros misiles en Cuba


Secuencia fotográfica de las imágenes obtenidas por Heyser el 14 de octubre de 1962


Fotografía Nº 24. Diversas instalaciones en Pinar del Río, área bajo el comando del Che




Misiles, ojivas nucleares, vehículos y edificios en otro sector de Pinar del Río

Mayor de la USAF Richard S. Heyser

General Maxwell D. Taylor

Robert Kennedy fue el brazo derecho
de su hermano durante la crisis


El Che Guevara viajó a Rusia para firmar el acuerdo con el Soviet Supremo.
En la foto junto a su asistente Emilio Aragonés


Ajetreadas reuniones del ExComm


Kennedy junto a altos oficiales de la USAF. A su derecha, el Gral. Curtis LeMay,
a su lado, el mayor Richard S. Heyser


Nuevos vuelos de los U2 revelan la presencia de más misiles


El senador republicano Kenneth Keating denunció la presencia
de armas rusas en Cuba mucho antes del estallido de la crisis


Kenneth O´Donnell, secretario personal de Kennedy


Notas
1 Según algunas versiones, la reunión tuvo lugar en la sala de juntas de la Universidad de Washington.
2 Boris Pasternak, escritor ruso nacido en Moscú, el 29 de enero de 1890 y muerto en Peredelkino el 30 de mayo de 1970. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1958. Su obra más famosa es Doctor Zhivago, que transcurre en su país, durante la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. El año en que obtuvo el Nobel de Literatura, fue desacreditado durante un acto multitudinario, por el secretario general del Comité Central de la Unión de las Juventudes Comunistas, Vladímir Semichastny, quien lo llamó “perro sarnoso”, “enemigo de la Unión Soviética” y “mentiroso”. Entre las 14.000 personas que se hallaban presentes ese día, se encontraba el propio Nikita Kruschev.
3 Jon Lee Anderson, p. 499.
4 Ídem, p. 500. Pierre Kalfon menciona a la vanguardia de un considerable contingente de 20.000 hombres (op. Cit., p. 378).
5 “La crisis de los misiles en octubre fueron trece días de mucho miedo”, Mundo Spoutnik, Opinión & Análisis, 15 de noviembre de 2012 (http://mundo.sputniknews.com/opinion/20121115/155578330.html).
6 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 500.
7 Ídem, p. 501.
8 Servando González, “Doce preguntas sobre la Crisis de los cohetes de octubre de 1962”, Amigos protectores de Letras-Uruguay (http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/gonzalez_servando /doce_ preguntas.htm), cita como fuente: el sitio del autor: http://www.intelinet.org/sg_site/sg_articles.html
9 Se refería a la Operación Ortsac (la palabra “Castro” pronunciada al revés).
10 Se trató de una guerra fronteriza por la disputada región de Aksai Chin. En el mes de junio de 1962, los hindúes construyeron un puesto de observación en el cerro Thag La. China exigió su inmediata evacuación y al no obtener respuesta, alistó sus fuerzas armadas para pasar a la acción. Como represalia, la India puso en marcha la Operación Leghorn y atacó a las tropas chinas apostadas cerca del límite, pero su ejército fue contenido con intenso fuego de artillería y obligado a retroceder. La noche del 19 al 20 de octubre, los chinos pasaron a la ofensiva, invadiendo toda la región. La guerra finalizó un mes después (20 de noviembre de 1962), con un alto el fuego y el territorio en disputa bajo control de Pekín.
11 Consejero especial de la Presidencia.


Otras fuentes
-“Crisis de los Misiles”,  sitio Historia1Imágenes, 5 de junio de 2007 (http://historia1imagen.cl/2007/06/05/crisis-de-los-misiles-2/)
-Elier Ramírez Cañedo, La batalla diplomática en torno a la Crisis de Octubre. El papel de la ONU (Primera parte), sitio La pupila insomne, 29 de agosto de 2012, https://lapupilainsomne.wordpress.com/2012/08/29/la-batalla-diplomatica-en-torno-a-la-crisis-de-octubre-el-papel-de-la-onu-primera-parte/ - Mathieu Rabechault, “U-2 n°56-6676, el avión militar que casi lleva al apocalipsis nuclear”, sitio El Nuevo Herald, 12 de octubre de 2012, http://www.elnuevoherald.com/noticias/especiales/la-crisis-de-los-misiles/article2018313.html
-“The global Cuban Missile Crisis at 50. New Evidence From Behind The Iron , Bamboo, an Sugarcane Curtains, and Beyond”, Cold War International History Project Bulletin del Woodrow Wilson International Center, Washington, Issue 17/18.