jueves, 22 de agosto de 2019

OBJETIVO: ARGENTINA


El Che junto a Jorge Ricardo Masetti


La mañana del 27 de agosto de 1962, un jeep militar se desplazaba por la 5ª Avenida, en dirección oeste. Era media mañana pero el sol abrazaba y el aire pesado anunciaba otro día agobiante.
El vehículo avanzaba dejando a su siniestra el bulevar de palmeras y a su diestra el magnífico espectáculo que ofrecía el mar, bajo aquel cielo límpido, despejado de nubes, surcado a la distancia por alguna que otra gaviota.
El tránsito era fluido, no muy abundante y eso permitía al conductor, un joven y barbado miliciano, de gorra y uniforme verde olivo, moverse con facilidad.
En el asiento del acompañante viajaba otro individuo de indumentaria militar, aspecto fornido y estatura, tirando a baja, cuyo afeitado rostro dejaba entrever los típicos rasgos de su ascendencia europea. Detrás, el único pasajero, un hombre calvo, de tez blanca y altura elevada, el único que vestía de civil.
Los dos primeros pertenecían al Ejército Rebelde. El acompañante, Orlando Ramón Tamayo Pantoja (“Olo”), ostentaba el grado de capitán, ganado como combatiente en Sierra Maestra, más precisamente de la Columna Invasora Nº 8 “Ciro Redondo”, a la que se había unido en el Escambray para hacer toda la campaña hasta la capital. 

El tercero, era argentino, Ciro Roberto Bustos, de 30 años, oriundo de la provincia de Mendoza, de quien nos hemos referido en el capítulo dedicado a la invasión de Bahía de Cochinos, cuando viajaba hacia la isla en compañía de su mujer, a bordo de un buque de pasajeros procedente de Chile.
De tanto en tanto, Pantoja y Bustos intercambiaban unas palabras, pero buena parte del trayecto, el argentino lo hizo en silencio, meditando sobre el destino que le aguardaba y la aventura que estaba a punto de emprender.
El jeep se dirigía a Miramar, el elegante suburbio de mansiones ubicado al oeste de la capital1, lugar de residencia de la clase alta habanera, detalle que revelaba claramente la geografía circundante.
A medida que se alejaban del centro de la ciudad, las edificaciones se tornaban más lujosas y el panorama más selecto, con sus parques, residencias lujosas y paseos de tupida forestación.
Al atravesar la calle 188, los viajeros entraron en el distinguido Habana Country Club, con sus mansiones y jardines floridos que en ciertos casos, llegaban a abarcar hasta una manzana. Pero dejemos al mismo Bustos describir el paisaje.

Lo exclusivo se percibía hasta en el aire, que parecía más puro y transparente que el acostumbrado en La Habana. Las calles, pulcramente pavimentadas, describían curiosos vericuetos de amplias curvas entre los altos cercos de siemprevivas, adornados aquí y allá de buganvillas y otras flores, para mí desconocidas. Los edificios, verdaderas mansiones que apenas se veían detrás de frondosos árboles, estaban rodeados de césped crecido. Un algo de abandono había, que se notaba por el contraste entre el esplendor y el silencio de las calles vacías y los jardines solitarios llenos de yuyos, bajo el rumor de la brisa llegada del mar. Cada casa ocupaba un espacio similar a una manzana o más de vegetación lujuriosa, separadas por cercas de variado verdor2.

Bustos, recién llegado de Oriente, no conocía el sector y por eso lo observaba todo con curiosidad. Un halo de misterio envolvía aquel sector; un clima extraño, propio de una novela de suspenso y ficción. Los propietarios de aquellas moradas habían huido precipitadamente, dejándolas abandonadas, casi todas con su mobiliario intacto, sobre el cual se acumulaba lentamente el polvillo, el moho y la soledad. ¿Qué hubieran hecho Lovecraft, Poe o el mismo Stevenson con semejante escenario? ¿Qué cuento de horror y locura habría brotado de la atormentada mente de Horacio Quiroga en ese lugar?
En eso pensaba Bustos cuando el jeep se detuvo frente a una esquina, donde destacaba un gran portón en ochava, enmarcado por pilares de piedra rematados en sendas bolas de cemento pintadas de blanco.
El chofer hizo sonar la bocina y casi enseguida apareció otro miliciano para abrir los portales de par en par.
Pantoja y el guardia intercambiaron saludos cuando el rodado se introdujo en la propiedad, atravesando un sendero de grava que crujía a medida que se deslizaba hacia el edificio neoclásico que se alzaba en medio del parque, rodeado de árboles y vegetación. A Bustos le llamaron la atención la humedad y el musgo aferrados a la piedra caliza, las enredaderas que trepaban hasta el techo y las ventanas enrejadas con sus persianas bajas, que en su conjunto potenciaban el aspecto lúgubre del lugar.
Frente a la puerta de la propiedad, Pantoja saltó del jeep y se perdió en su interior. Bustos y el chofer también se apearon y antes de que pudieran darse cuenta, aquel reapareció, seguido por otros dos individuos y luego un tercero, procedente de una habitación del fondo.

-El ejército completo –dijo el oficial cubano con tono irónico, y a continuación, procedió a presentarlos.

Recién entonces, aquellos cuatro individuos se reconocieron connacionales. Uno era porteño, “el más canchero” a decir de Bustos, médico de profesión, alto, desenvuelto y fino, Leonardo Julio Werthein, perteneciente a una familia judía de Buenos Aires. Los otros dos eran chaqueños, uno flaco y huesudo, con cara de hacha, picado de viruela y pelo duro como cepillo, llamado Federico Méndez, técnico mecánico de profesión, el más tímido y menos locuaz y el otro apodado “Miguel”, de familia italiana, pulcro e impecable con sus pantalones a raya y camisa arremangada.

Un parco apretón de manos, sin mucha euforia, nos dejó mirándonos las caras. El cuarteto que formábamos dejaba mucho que desear. Nadie tenía cara de héroe. Más bien teníamos aspecto de personajes de prontuario policial. En una tira de cómic habría un solo globo con una sola leyenda salida al unísono de las cuatro cabezas: “con estos tipos no voy a ningún lado”3.

Una vez roto el hielo, “Olo” Pantoja ordenó descargar el armamento y ubicarlo en uno de los ambientes. La tarea no llevó demasiado tiempo y eso le permitió al capitán rebelde enseñarles las instalaciones.
Se trataba, efectivamente, de un chalet elegante, de una verdadera mansión, dotada de amplios espacios y lujosas habitaciones en las que destacaban mármoles, espejos, fina carpintería y rebuscada mampostería.
Finalizada la recorrida, informó que el abastecimiento de la finca se efectuaría dos veces por semana, que el guardia a cargo del portón se encargaría de recibirlo y que esa noche los visitaría “Segundo”, acompañado por otras personas. Aclaró además que no recibirían a nadie y que ninguno podía abandonar el lugar. Luego saludó y se retiró a bordo del jeep.
No les costó a los cuatro argentinos confraternizar, sobre todo al médico porteño, que enseguida tomó la voz cantante. Algo más distendidos, decidieron efectuar una nueva y mucho más extensa inspección, incluyendo los rincones más recónditos del magnífico jardín y una vez finalizada, regresaron a la casa, conversando animadamente y tratándose de “che”.
La hora del almuerzo fue en extremo agradable, con todos conversando e intercambiando experiencias, en especial “Pepín”, el miliciano cubano que cuidaba el lugar.
Mansiones abandonadas en el Country Club de La Habana (Miramar)

Se trataba de un muchacho alegre y extrovertido, integrante de una milicia del Ministerio del Interior (MININT), orgulloso de haber sido escogido para atender a aquel grupo de connacionales del Che (debió hacerlo bajo juramento de guardar el más estricto silencio), que se disponía a iniciar su entrenamiento para llevar la guerra revolucionaria a su país. Era un experto en armas, como el propio Federico Méndez y aseguraba haber combatido contra las milicias del Escambray, a las que llamaba “el bandidaje”. Y cuando lo hacía, imitaba el sonido de su arma diciendo “piripitipam”, expresión que los rioplatenses enseguida le colocaron como apodo4.
El resto del día lo pasaron entre charlas, caminatas y reflexiones. Cenaron temprano, como acostumbran hacerlo en Cuba y cuando estaban por terminar, distinguieron la silueta de un jeep que avanzaba hacia la casa por el camino de grava.

-Viene “Segundo” –dijo Pepín.

Todos se incorporaron y caminaron hacia la puerta de la casa, y cuando el vehículo se detuvo, Bustos reconoció enseguida a Jorge Ricardo Masetti, el mismo hombre al que había visto en infinidad de fotografías, revistas y programas televisivos, cuya obra Los que luchan y los que lloran, lo había decidido a acometer la riesgosa y romántica aventura que estaba por iniciar.
En cierto modo, aquella presencia lo sorprendió, porque se habían dicho muchas cosas de aquel enigmático individuo; que un buen día abandonó la agencia que había fundado para esfumarse en el aire; que se había ido del país, acusado de no ser comunista; que seguía fiel al peronismo, que había sido marginado durante la purga de Fidel contra el PSP, que se desempeñaba en el departamento de propaganda de las fuerzas armadas e incluso, que había sido detenido. Sin embargo, ahí se encontraba, entero y decidido, listo para acometer una misión de envergadura, luego de una serie de misiones secretas que el Che le había encargado en el exterior, varias de ellas en Praga y otra en Argelia, hacia donde debía coordinar la entrega de un cargamento de armas a través de Túnez5.
Ciro Roberto Bustos
Era la persona de la que tanto había escuchado hablar, cuya obra lo había incitado, el fundador de Prensa Latina, el primer periodista latinoamericano que le hizo una entrevista a Fidel en Sierra y había dirigido el interrogatorio televisivo de los brigadistas prisioneros tras la invasión de Playa Girón.
Para Bustos fue algo impactante, pues si bien no se trataba de una figura de la magnitud del Che, era alguien sumamente conocido y trascendente, de quien mucho se había hablado desde el triunfo de la revolución.
Tal como lo había anticipado Pantoja, Masetti llegó acompañado por otras personas. Saludó a cada uno de los presentes y luego presentó a sus compañeros, uno de ellos, Hermes Peña, joven guajiro de la guardia personal del Che, a quien ya nombramos en otros capítulos.
Los argentinos acomodaron la mesa del patio trasero y en torno a ella comenzó la reunión.
Como era de esperar, Masetti fue el primero en hablar. Lo hizo refiriéndose a si mismo, a sus orígenes, su infancia, su adolescencia y los motivos que lo habían llevado a Cuba. Se trataba de un hombre apuesto, instruido e inteligente, de treinta y tres años de edad, típico exponente de la clase media, nacido en Avellaneda el 31 de mayo de 1929 y eso lo convertía en tan porteño como Leonardo6.
Después de cursar sus estudios primarios en un instituto de la mencionada localidad, ingresó en la Escuela de Artes Gráficas y Publicidad Nº 15 del barrio de Barracas, al otro lado del Riachuelo y dos años después, comenzó a trabajar como mandadero en el periódico “El Laborista”.
Encandilado con Perón y su doctrina, en 1946 se incorporó a la Alianza Libertadora Nacionalista, la temible fuerza de choque del régimen, cuyo ideal abrazó con fervor.
Hay quienes afirman, temerariamente, que abandonó esa agrupación cuando la misma adoptó un carácter pro norteamericano (¡¿?!)7 y que conoció ahí al ambiguo y hoy “elevado a los altares” Rodolfo Walsh.
Después de pasar por las redacciones de numerosos diarios, se hizo cargo de la sección “Política Internacional” de Radio El Mundo y trabajó en el recientemente inaugurado Canal 7.
Su viaje a Cuba, para entrevistar a Fidel, lo marcó a fuego y en cierto sentido, torció su tendencia ideológica ya que de militante de un movimiento fascista como era el justicialismo, pasó a la izquierda más radical, encabezada por el líder cubano y su compatriota Guevara.
El resto es conocido. Terminó radicándose en la isla junto a su esposa y sus dos hijos y fundó Prensa Latina, donde trabajó hasta 1961.
Diferencias con la cúpula del PSP lo obligaron a alejarse hasta que Fidel lo volvió a llamar para que condujese los interrogatorios televisivos a los invasores de Playa Girón, pero el Che tenía planes para él, de ahí su ingreso en la Escuela Militar que los soviéticos dirigían en inmediaciones de La Habana, donde se capacitó en técnicas de lucha y combate, egresando con el grado de capitán dos años después.
Orlando Tamayo Pantoja
"Olo"
Ahora estaba ahí, explicándole a la reducida audiencia los alcances de la misión que estaban a punto de iniciar, ideada por alguien a quien admiraba y respetaba: el Che. Se refirió también a los compromisos a los que aquel estaba sujeto, su responsabilidad en la construcción de la Revolución y su proyecto de desencadenar la guerra revolucionaria en su país natal, idea que venía pergeñando desde los días de Sierra Maestra, y el propio Fidel Castro avalaba.
Los presentes escuchaban con atención, sin emitir sonido, apenas parpadeando, porque esas palabras tenían un sentido en extremo profundo.
Semejante determinación, continuó diciendo Masetti, no podía quedar librada a las eventualidades irresponsables de la aventura porque el Che no podía irse de un día para otro y desaparecer como si nada, cuando era uno de los mayores responsables del proceso revolucionario cubano. Su plan consistía en el envío de una avanzada a suelo argentino, cuya finalidad era preparar el terreno para ponerse él mismo al frente de las acciones8.
Según Masetti, el Che exigía un detallado relevamiento del terreno y de la población local, analizar la posibilidad de establecer bases en diferentes puntos de la región y evaluar las condiciones para la incorporación y el adiestramiento masivo de combatientes. Continuó diciendo que la puesta en marcha de semejante proyecto exigía un mínimo de personas pero la máxima capacidad y terminó asegurando que el Che en persona visitaría la finca para explicar los alcances de la operación9.
El Che le había encomendado personalmente la misión y por eso iba a ser él, el encargado de establecer el foco guerrillero y tener todo dispuesto para su llegada.
Finalizada la alocución, Masetti se refirió a cada uno de los presentes, explicando quien era cada uno, a que se dedicaba, cuáles serían sus funciones y su grado de responsabilidades terminó diciendo que el curso comenzaría de manera inmediata, con instructores de diversas especialidades. Y ratificando lo dicho por Pantoja esa misma mañana, aclaró que bajo ningún punto de vista se podía abandonar el lugar, ni recibir visitas y, lo más importante, revelar sus verdaderas identidades. Les ordenó escoger un seudónimo y aclaró que desde ese momento, el suyo era “Segundo”.
Así fue como Leonardo pasó a ser “Fabián”, Federico “Basilio”, en honor de uno de sus tíos, Ciro fue “Laureano” y “Miguel” conservó el suyo porque desde que llegó a la isla venía manteniendo oculta su verdadera identidad.
El adiestramiento comenzó a la mañana siguiente, antes de que saliera el sol.

-¡Levantarse! – gritó Hermes Peña con voz firme.

El guajiro, luciendo su uniforme militar, solo esperó unos segundos y al ver que nadie se movía, insistió una vez más, ahora con mayor vehemencia.

-¡¡Levantarse, coño!!

Los argentinos se incorporaron y comenzaron a vestirse mientras Hermes, los observaba con las manos tomadas en la espalda. A las 06.00 estaban desayunando y media hora después, comenzaron los ejercicios físicos, que se prolongaron hasta las 09.00.
Hermes los obligó a corre, saltar, echarse cuerpo a tierra y arrastrarse entre la maleza. Casi sin detenerse, hicieron flexiones y abdominales, treparon a los árboles, saltaron desde lo alto y pasaron por debajo de matorrales espinosos, rasgándose la indumentaria y arrancándose jirones de piel. Algo más adelante, comprobarían con horror que cuando intentaban atravesar las alambradas instaladas ex profeso a lo largo del terreno, se les disparaba por encima de sus espaldas.
A esa hora llegó otro jeep con “Olo” Pantoja y otros dos sujetos, un oficial armero y Juan Carretero, apodado “Ariel”, miembro del Servicio de Inteligencia y jefe del cuerpo de instructores, designado por el MININT. Les dio una charla instructiva y cuando finalizó, dijo que se encontraba allí a pedido de alguien muy especial, que lo había honrado al designarlo para la tarea: el comandante Che Guevara. Les aclaró que el curso de entrenamiento iba a ser duro pero les garantizó que terminaría por convertirlos en excelentes combatientes.
El oficial armero comenzó enseñándoles un Mauser modelo 1894, reliquia de la guerra hispano-norteamericana y luego un Springfield del mismo período, ambos con cerrojo a mano, a los que les enseñó a desarmar y armar.

Había que desarmarlas  y montarlas una y otra vez, pieza por pieza, hasta hacerlo sin errores, en tiempo récord. Había que limpiarlas, aceitarlas, pulirlas, acariciarlas, como si de un objeto erótico se tratara, hasta acostumbrarse…10.

Trabajaron en eso una semana, hasta que el instructor llegó con más armas, primero un Winchester calibre 32,30, luego un FAL de origen belga, pistolas, ametralladoras livianas, carabinas y fusiles, que utilizarían para enfrentarse primero a la Gendarmería y la policía argentina y luego al Ejército.
Hermes Peña
El paso siguiente fueron las prácticas de tiro, “…en polígonos apartados, en medio del campo, cotos del Ministerio del Interior”, ello sin descuidar un solo día los ejercicios físicos con los que Hermes los torturaba, los peores, mantenerse inmóviles sobre los grandes nidos de hormigas rojas que se les metían en cantidades industriales dentro del uniforme y cubrían su piel de picaduras ardientes, a caminar sobre piedras y subir pendientes con mucho peso.
La llegada del jeep con Pantoja, Manolito, Iván o “Ariel”, constituía una suerte de bendición pues solo eso los rescataba, aunque fuera por unos minutos  “…de manos del obseso guajiro al mando, convencido de que entrenar era demoler”.
Los argentinos ya no estaban en Cuba sino en Esparta o en algún campo de entrenamiento de la antigua Roma, sufriendo en carne propia los rigores que hoplitas y legionarios experimentaron dos mil y tres mil años antes. Y ese era el entrenamiento al que también eran sometidos peruanos, guatemaltecos, nicaragüenses y dominicanos, como parte del Programa de Preparación Especial de Tropas Irregulares (PETI) orquestado por las autoridades rebeldes para conformar grupos comando, integrados mayoritariamente por jóvenes extranjeros adiestrados por especialista cubanos. 


Tras un frugal refrigerio, llegaban las prácticas de tiro que incluían utilización, almacenamiento y manejo de explosivos.
Las prácticas con granadas reales iban precedidas por una explicación previa: se debía cerrar fuertemente el puño sobre la manilla, retirar la anilla del seguro, calcular el ángulo de tiro para que el brazo pudiese moverse extendido, correr hacia el enemigo en zig zag, arrojar el proyectil con fuerza y aguardar en el piso no menos de diez segundos, hasta que el mismo estallara.
En su primera práctica, supervisado por Pantoja, Bustos olvidó retirar la anilla y la granada no explotó. Repitió la práctica un tanto avergonzado y en ese segundo intento sí detonó.
Luego vino el uso de armas pesadas, especialmente ametralladoras calibre 50 y cargas de TNT y finalmente, la preparación de explosivos.
Entonces Hermes, organizó una serie de golpes comando, seleccionando una parte del pelotón para tomar la vivienda y la otra para defenderla. Los “atacantes” debían arrastrarse hasta los accesos, sin ser vistos, y aplicar diferentes tácticas para ocupar la posición, maniobra que repetían una y otra vez, cambiando los roles en cada ocasión. Y a eso le seguían las clases de doctrina, entre cuyas lecturas obligatorias figuraba La guerra de guerrillas del Che.
Bustos relata la llegada de un sexto individuo y las caminatas nocturnas en las que solían cubrir distancias de hasta 20 kilómetros, luciendo uniforme, cargando sus mochilas y armamento, incluyendo su munición completa, pistolas y cantimploras. Cada diez minutos hacían un alto y luego reanudaban la marcha durante otros cuarenta y cinco, siempre bajo la supervisión de Abelardo Colomé Ibáñez (“Furry”), jefe de Policía de La Habana, quien los seguía a bordo de un jeep, evaluando su resistencia. 
Lo hacían por las calles, hasta salir del sector urbano, tomando por caminos solitarios, en muchos casos, sin pavimentar.
Las visitas de Masetti se hicieron diarias e incluso, en algunas oportunidades, solía quedarse a dormir y hasta tomaba parte en las prácticas.
Refiere Bustos que desde su llegada a la casa, “Fabián”, el médico, vivía hablando de los tesoros ocultos en las mansiones, que sus antiguos moradores habían abandonado antes de huir.

Rato que nos librábamos de Hermes, rato que lo pasábamos juntos inventando la manera de sacarle provecho al tiempo. Fabián vivía obsesionado  por lo que constituía una noticia casi diaria en la TV: el descubrimiento de escondites en las mansiones abandonadas…

Al parecer, sus propietarios poseían en ellas escondites secretos, recónditos pasadizos, habitaciones ocultas y túneles en los que habían guardado joyas, obras de arte, alhajas, piezas de oro y plata, monedas, jarrones chinos, alfombras persas y antigüedades valuadas en miles y tal vez millones de dólares.
Ese fue el motivo por el cual, se dedicaron a recorrer la residencia, calculando el espesor de sus paredes, golpeando en diferentes sectores, tanteando maderas, mosaicos y hasta el parquet de los pisos, esperando dar con uno de esos escondites. Sin embargo, para su desazón, solo encontraron un viejo rifle de caza, una escopeta de doble caño, alguno adorno y documentación que, como era obligatorio en esos casos, entregaron a las fuerzas de seguridad11.
El Che Guevara y Masetti recorren las instalaciones de Prensa Latina

La unidad argentina tuvo oportunidad de ponerse a prueba cuando una noche, “Basilio” detectó movimientos extraños en una casa vecina. Las referencias a grupos de salteadores merodeando por el sector, eran frecuentes, sobre todo porque se sabía que el producto de su rapiña, aparecía en ciertos comercios de la capital, a precios elevados.
Al parecer, los saqueadores aprovechaban la soledad y falta de vigilancia en el área para ingresar en las abandonadas residencias y sustraer todo lo que pudiesen, desde sanitarios, cañerías y grifería, hasta revestimientos de mármol, puertas, ventanas y herrajes, que luego vendían en el mercado negro.
Con la autorización de Pantoja, Hermes organizó una patrulla y al frente de ella salió a la calle, provista de su armamento completo, intentando dar con los bandidos.
De esa manera, el entrenamiento cumplió la doble finalidad de foguear a los reclutas con prácticas reales y poner fin a una situación delictiva.
La primera ronda se llevó a cabo en la residencia explorada por “Basilio” la noche anterior y para ello, se planificó una operación de cerco y asalto, encabezada por Hermes y Pepín (o “Piripitipam”), únicos autorizados para aplicar la ley.
Al llegar a la residencia, el pelotón ingresó muy lentamente, con sus armas listas para ser accionadas, pero para su desazón, no halló a nadie, salvo evidencias del “trabajo” a medio hacer. Todo parecía indicar que al escuchar a “Basilio”, los delincuentes habían huido, dejando tiradas algunas de sus herramientas.
Las rondas continuaron los días siguientes, con los mismos resultados: los ladrones huían antes de que el pelotón de entrenamiento diese con ellos.

Así comenzó un juego del gato y el ratón que nos ocupó varias noches, terminando cuando la última de las mansiones se quedó sin nada. A pesar de que cambiamos de técnica, atentos al sonido de la piqueta con que trabajaban, para caerles encima silenciosos pero implacables, siempre llegamos tarde. Nos nació la sospecha de que tenían mejor información que el grupo y sabían, dado nuestro armamento, que con nosotros no se podían enfrentar, por lo que se dedicaron a  jugar con nosotros, sin presentar batalla12.

La única enseñanza de aquella experiencia, según Bustos,  fue que sin información sobre el enemigo, era imposible actuar contra él, sin embargo, se pudo establecer que los salteadores no actuaban solos pues el fruto de su botín era cargado en vehículos oficiales para ser enviado a las tiendas del ramo, que lo adquirían a precio módico.
Una tarde llegó Masetti con la novedad de que ese mismo día, el Che visitaría la residencia. Sería en horas de la noche, posiblemente en la madrugada porque sus responsabilidades le impedían hacerlo antes.
Fue un momento de júbilo y expectación para los reclutas, quienes desde hacía tiempo, esperaban la ocasión de ver a su compatriota en persona.
Tal como anunció Masetti, Guevara llegó cerca de las 02.00 de la madrugada, a bordo de un automóvil precedido por un jeep.
Fue Hermes quien los vio avanzar por el camino de grava y lo comunicó al resto.

-El comandante está aquí.

Se pusieron todos de pie, ansiosos y emocionados, pero por indicación de su instructor cubano, permanecieron en el patio, junto a la mesa.
El Che caminó hacia allí, seguido por Masetti y los hombres de su escolta. Saludó amistosamente y luego ordenó tomar asiento. Como dice Bustos, muchos de ellos ya lo conocían, pero para “Fabián”, “Braulio” y “Miguel” fue una experiencia increible13.

El impacto de la escena es nítido en la memoria. Recuerdo la disposición de la mesa en el patio, al final de la galería, a la izquierda, bajo el techo de cristal abierto a una noche cargada y calurosa. Recuerdo nuestra ubicación en la misma y la asocio con las láminas de cabildos y congresos patrióticos, con una notable alteración: en las viejas litografías, los tribunos fundadores aparecen sentados a una mesa, agrupados de un solo lado, entre solapas y terciopelos,. Frente a un costado vacío detrás del cual se agolpó la ciudadanía. Aquí, nos encontrábamos todos de un lado de la mesa, frente a un héroe solitario que se despatarraba en la silla desburocratizando su cuerpo agotado, mientras pedía un  vaso de agua y un café que Piripitipán se apresuró a servirle14.

De esa manera comenzó a hablar. Lo hizo distendido, relajado, cómodo en presencia de sus connacionales, con quienes podía utilizar a gusto sus modismos y terminología. Ellos lo escuchaban entre fascinados y concentrados, orgullosos de compartir ese momento con aquel héroe de leyenda y saberse hijos de la misma nación.
Para el recién llegado, encontrarse allí reunido, en torno a aquella mesa, significaba compartir una actitud ética ante la vida, que obligaba a todos a hacerse cargo del compromiso implícito.
Siempre siguiendo el relato de Bustos, recordó que estaban allí porque habían aceptado participar de un gran proyecto, consecuente con ese compromiso. Además, se avecinaban grandes sacrificios y si bien el objetivo final era la toma del poder, este no sería su premio, ni siquiera llegando a él. Y luego lanzó aquella frase que a todos pareció estremecer.

-Lo más probable es que ninguno de nosotros salga vivo de esto. Lo más seguro es que acabaremos muertos. Por eso, hagan de cuenta, desde ahora, que ya están muertos. Lo que vivan de aquí en adelante, será de prestado.

Un silencio profundo siguió a aquellas palabras, pero nadie se atrevió a mirar al otro. Todos mantuvieron la vista fija en el líder y siguieron escuchando con atención.
Mientas sorbía su café, el Che continuó explicando que estaban siendo testigos de una situación atípica en América Latina, inadmisible para el imperio, acostumbrado al servilismo de las oligarquías continentales. La Revolución cubana era una espina en su costado, la piedra en el zapato, una molestia que el sistema norteamericano no podía tolerar, de ahí el incremento de sus acciones hostiles. Sin embargo, Cuba era, además de una experiencia victoriosa en busca de su propio camino, la última carta que les quedaba a los pueblos de América, razón por la cual, debían seguir su ejemplo.

Podrán destruir Cuba si optan por arrasar la isla, aunque pagando un costo muy alto, pero no pueden ya borrar su ejemplo, y si el ejemplo cunde y el continente se llena de Cubas, lo destruido será el imperialismo15.

El Che no fantaseaba. Sabía que derrotar al ejército más poderoso de América era imposible, pero se podía incidir para que la alternativa de la lucha no fuese ignorada o temida por los demás pueblos.
En una palabra, no había más camino que el de la guerra, la confrontación directa y a la misma, era necesario expandirla. El camino de Cuba era el correcto y en ese sentido, estaba seguro de que en la Argentina se podían echar las bases para una revolución continental y de ahí expandirla por toda Sudamérica.
Luego se refirió a la necesidad de aprovechar al máximo el curso de entrenamiento, especialmente sus clases teóricas y fue muy claro al afirmar que la Revolución estaba capacitada para sostener solo una parte de la operación (la incursión sobre la Argentina) pues distraer capital de las reservas cubanas constituía un gran sacrificio. Por esa razón, había que moverse rápido y no prolongar el asunto más allá de lo necesario.

…Cuba cubriría un mínimo de factores organizativos y de apoyo imprescindibles. Nuestra tarea, como grupo, sería la de mantenerse  a salvo, permanecer, asentarse en el lugar, crecer, evitando combatir antes de su llegada16.

Antes de finalizar, prometió tratar de visitar el lugar al menos una vez por semana, aunque no dio demasiadas esperanzas de poder lograrlo. El clima de tensión era enorme en esos momentos, y estaba a punto de desencadenarse la crisis de los misiles.
A continuación, preguntó si alguien tenía algo para decir y esperó. Se mantuvieron todos callados, incluso Masetti, sentado en el extremo derecho de la mesa, quien miraba al resto como instándolos a hablar.
Bustos, intentó quebrar el hielo preguntando sobre el tipo de apoyo que recibirían al llegar a destino. “Ninguno”, fue la respuesta; el grupo mismo debería establecerlo.
Bustos se atrevió a recordar el escaso número de combatientes frente a uno de los ejércitos más poderosos de América Latina, a lo que el Che respondió con su propia experiencia, cuando apenas un puñado de hombres decididos, logró el triunfo de la revolución. El mendocino recordó entonces que si bien era cierto que los expedicionarios del “Granma” habían sido apenas un grupo en extremo reducido, al momento de su llegada contaba con el apoyo de una red clandestina local, liderada por el M-26. Según el Che, la situación era otra porque la acción contra el Moncada, había puesto a las fuerzas armadas cubanas en estado de alerta, cosa que no sucedería en la Argentina, donde no se esperaba ningún ataque. Entonces Bustos se refirió a las divisiones que sumían a la sociedad argentina, cuando aún no había podido resolver el espinoso asunto del peronismo.

-El conflicto argentino es la dependencia y la miseria de la población, en medio de una riqueza en manos ajenas–manifestó Guevara-. El peronismo no es más que un síntoma y, en la lucha, la enfermedad es lo que importa17.

La conversación continuó hasta el amanecer, cuando el Che, cansado aunque conforme, se puso de pie y se dispuso a retirarse. A una orden de Hermes, su escolta tomó posiciones y mientras éste se dirigía a la salida, se formó para acompañarlo hasta los vehículos.
Guevara atravesó la casa mientras dialogaba con Masetti y se retiró cuando el cielo ya había aclarado.
Los reclutas continuaron su adiestramiento, incrementando paulatinamente su actividad. Bustos explica que en los días siguientes se sumaron nuevos instructores, para adiestrarlos en el manejo de armas mucho más sofisticadas, incluyendo granadas antitanque, morteros, bazookas, cañones sin retroceso y también, equipos de radio-comunicación, telegrafía, defensa personal y primeros auxilios.
Un día Masetti apareció acompañado por un sujeto en extremo particular, que lucía uniforme sin insignias y hablaba con acento español. Era Francisco Ciutat de Miguel, un catalán apodado “Angelito”, oficial republicano durante la guerra civil, que tras el triunfo del falangismo se había exiliado en la Unión Soviética, donde alcanzó el grado de general El hombre era de estatura media tirando a baja, un tanto obeso y calvo, de suaves modales y trato amable. Había combatido contra los falangistas en su país y contra los nazis en Rusia, de ahí el respeto que todos le profesaban. Según explicó, se encontraba allí para supervisar el adiestramiento y elevar un informe con sus consideraciones, destinado seguramente al Che.
Según su opinión, Guevara había logrado la combinación perfecta entre el accionar de la guerrilla y la blitzkrieg alemana; estaba fascinado con sus tácticas, en Sierra Maestra y el Escambray, de ahí su admiración y respeto.
Tiempo después, comenzaron a llegar armas de origen soviético, la mayoría rusas y checoslovacas, entre ellas pistolas Makarov calibre 45, fusiles Kalashnikov AK-47, RPG-2 y RPG-7 antitanques y ametralladoras ligeras. Continuaron los cursos intensivos de inteligencia, logística, comunicaciones y operaciones y cuando todo estuvo listo, se le asignó a cada recluta una función en especial.
Manuel "Barbarroja" Piñeiro junto al Che

Por decisión de Masetti, a “Miguel” le tocó logística, a “Fabián”, sanidad y comunicaciones, a “Basilio” operaciones y a Bustos armamento, inteligencia y seguridad.
Las visitas del Che se hicieron más frecuentes, siempre a altas horas de la noche, lo mismo las de “Ariel” y Manuel “Barbarroja” Piñeiro, jefe del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, quien les manifestó en cierta oportunidad que el propio Hermes sería de la partida, como lugarteniente de Masetti, algo que en cierto modo, imaginaban.
Y así llegaron los difíciles días de la crisis de los misiles, cuando el mundo estuvo a minutos de volar en pedazos.
Como se dijo en su momento, el Che, instaló su comandancia en la Cueva de los Portales, y desde ahí ordenó que los reclutas argentinos fuesen enviados a Pinar del Río para ponerse al mando de oficiales cubanos por si había necesidad de combatir18. Quería foguearlos y una invasión estadounidense era el mejor de los entrenamientos.
Cuando la tormenta pasó, el grupo fue regresado a la capital y una vez allí, continuó su entrenamiento intensivo. Pero ni bien estuvo de vuelta, el Che les manifestó a sus integrantes que debían partir cuanto antes:

-Se van. No los quiero aquí19.

Debieron abandonar la casa, se les confeccionaron pasaportes falsos y se los dispersó por diferentes puntos de la ciudad hasta la partida. Su destino: Praga.
Federico Méndez completó su instrucción como radio-operador y Bustos en el manejo de un sistema ruso con claves secretas que según Anderson, estaba basado en diez números que jamás se repetían y requería la quema de los documentos una vez utilizados.
Partieron un par de meses después. La noche anterior, Masetti les había pedido que vistieran sus mejores ropas para cenar con él en el “Tropicana”. A la mañana siguiente partieron hacia Rancho Boyeros, decididos a poner en marcha la operación y al llegar a la estación aérea encontraron a Piñeiro, “Ariel” y el grupo de instructores que los había estado entrenando. Cuando los altavoces llamaron a embarcar, el primero les entregó los pasaportes y les dijo que Jorge “Papito”, Serguera, el feroz juez de los tribunales que habían juzgado a los acusados del régimen anterior, los esperaba en Praga20.
A Bustos le sorprendió lo mal hecho que estaba el suyo. Figuraba como ciudadano uruguayo y aparecía en extremo joven, con tupido pelo rubio cuando era morocho y comenzaba a evidenciar una considerable calvicie. Se le explicó que en Checoslovaquia no iba a tener problemas porque se trataba de un país amigo, pero eso no lo convenció.
Antes de que pudiera darse cuenta, Masetti le quitó el documento de las manos y sujetándolo junto a los de sus seis compañeros, tomó a Piñeiro de un brazo y se lo llevó aparte.
Cuando los altavoces reiteraron el llamado, los siete viajeros se dirigieron a la puerta con Masetti a la cabeza, seguido por “Furry”, Hermes Peña, Federico Méndez, Leonardo, “Miguel” y Bustos, cerrando la hilera.
El vuelo duró trece horas, previa escalas en México, Toronto y Dublin, donde rogaron en angustiante silencio para no despertar sospechas.
Tal como les había dicho Piñeiro, en el Aeropuerto Internacional de Ruznyè, los esperaba Serguera, quien los condujo hasta una furgoneta estacionada frente al edificio principal, repleta de ropa adecuada para esa época del año.
Los detalles de la estadía en Checoslovaquia han sido relatados por numerosos autores, el principal, Ciro Roberto Bustos, de ahí que pasemos por alto algunas minucias para continuar diciendo que Serguera los llevó hasta un hotel turístico a orillas del lago Slapi, donde quedaron alojados todos menos “Furry”. A Hermes, Federico, Leonardo y “Miguel”, les tocaron habitaciones dobles en tanto, por una cuestión de jerarquía, a Bustos y Masetti se les concedieron simples.
Ni bien terminaron de acomodarse, Serguera y “Furry” partieron hacia Praga, dejando al resto bebiendo café en el comedor.
Los días comenzaron a pasar de manera monótona y eso llevó a los futuros combatientes, a organizar paseos por el lugar y efectuar largas caminatas sobre la nieve, con la intensión de mantenerse en forma.
Pasaron los días sin novedades y por esa razón, a falta de comunicación con Praga, telefonearon a Serguera para pedirle instrucciones. El diplomático respondió que no las tenía y les pidió que tuviesen paciencia.
Así pasó un mes, con el grupo prácticamente incomunicado, de ahí la decisión de Masetti, de actuar por su cuenta. Sin esperar indicaciones, quebrando todas las normas de seguridad, se dirigió a la capital checa, abordó un avión y viajó hasta Argel, para entrevistarse con Ben Bella. Regresó dos días después, con la novedad de que el dirigente árabe, a quien conocía desde su viaje clandestino transportando armas, estaba dispuesto a recibirlos y permitirles seguir su instrucción allá. El país había logrado su independencia en el mes de julio y pese a que era un hervidero, ofrecía buenas perspectivas.
Se lo comunicaron a Serguera durante una de sus visitas y partieron poco después, previa escala en París, donde pasaron el Año Nuevo. Permanecieron alojados en el Hotel Palais d’Orsay, próximo a la terminal ferroviaria del mismo nombre y pese a lo encubierto de su misión, efectuaron algunas caminatas para  conocer la magnífica capital.
El 4 de enero abordaron un avión de línea y ese mismo día aterrizaron en Argel, donde enseguida percibieron el clima de agitación que dominaba el país.
Masetti les había explicado que tanto Ben Bella como su ministro de Defensa, Houari Boumedienne, le habían garantizado seguridad y eso les dio algo de confianza. Aún así, temían ser confundidos con franceses y que por esa razón, tomasen represalias contra ellos. Recién cuando una furgoneta pasó a buscarlos por el hotel y los condujo fuertemente custodiados a una finca de las afueras, estuvieron tranquilos. La vista del mar era fascinante, lo mismo la de los alrededores, pero la misma se vio interrumpida una semana después, cuando los trasladaron a una casa amurallada, en el centro de la capital, de cuyo jardín, prácticamente no se movieron.
Realmente el grupo argentino disfrutó de las bellezas de esa ciudad misteriosa y fascinante, situada frente al Mediterráneo, recostada sobre una magnífica colina, con sus edificaciones blancas, sus palacios, mezquitas y mercados. Hicieron frecuentes recorridas, siempre fuertemente escoltados y eso les permitió ver de cerca la realidad local, su gente, sus costumbres, sus actividades y como era la vida después de un proceso independentista tan traumático y fascinante como el argelino.
Quien más salía era Bustos, para dirigirse a la embajada cubana y regresar con alguna novedad. Finalmente, comenzaron las prácticas, con ejercicios de tiro, gimnasia y especializaciones y luego paseos hacia lugares más lejanos, todos ellos puntos emblemáticos de los alrededores, incluyendo la red de cuevas y túneles que el FLN había utilizado en torno a Argel, Orán y Constantine, para combatir a los franceses. Pudieron apreciar las trincheras excavadas por las tropas de ocupación, las fortalezas, defensas, campamentos y otros sitios de importancia, siempre acompañados por guías argelinos. También les ofrecieron un banquete, al que ellos retribuyeron con un asado criollo frente al Mediterráneo, que contó con la asistencia del especialmente invitado ministro Boumedienne21.
El entrenamiento militar en Argelia consistió en prácticas de tiro, empleo de armamento pesado, ejercicios de resistencia y largas caminatas hasta las elevaciones cercanas.
La falta de respuestas de La Habana obligó un viaje relámpago de “Furry”, para tratar el asunto directamente con el Che. A su regreso, explicó que algo extraño estaba ocurriendo porque muchos de sus mensajes (los del grupo) habían sido interceptados y lo peor, algunas cosas eran ignoradas por líder. En su despacho del Ministerio de Industria, habían chequeado juntos cada uno de los telegramas y al finalizar, llegaron a la conclusión de que muchos de ellos eran falsos, es decir, alguien había interceptado a los originales y enviado esos en su lugar. Los argentinos llegaron a la conclusión de que estaban saboteando los planes y eso les generó mucha incertidumbre.
Vista de Argel

El nombramiento de Jorge Serguera como embajador cubano en Argelia a mediados de febrero, pareció una respuesta en ese sentido. Hombre de confianza de Fidel y el Che, llegó a su nuevo destino a comienzos de marzo, para ocuparse de la legación y establecer contacto con la avanzada argentina que en esos momentos, se disponía a partir hacia Sudamérica. Sus contactos con el grupo fueron diarios, al menos hasta el día de su asunción -recepción diplomática de por medio-, cuando sus obligaciones prácticamente lo forzaron a relegar el asunto.
Por esos días, Juan Alberto Castellano partió clandestinamente a Bolivia. “Vas a ser el jefe hasta que yo llegue”, le dijo el Che antes de su salida. Debía ocuparse de adquirir una finca cerca de la frontera con la Argentina, estudiar el terreno y organizar la red de apoyo destinada a recibir y alojar al grupo invasor. Masetti, por su parte, obtuvo de los argelinos uniformes completos de fabricación yugoslava, borceguíes, cantimploras, cartucheras, botiquines, binoculares, porta-mapas y brújulas que serían de utilidad a la hora de iniciar la campaña y a través de Serguera se gestionó el operativo de salida del país.
Se dice que por esos días, Harry Villegas le pidió una audiencia especial al Che, para saber los motivos por los cuales no había sido incluido en la expedición.

-En la Argentina no hay negros – fue la respuesta.

Antes de abandonar Argelia, el grupo se instaló en una nueva casa, ubicada en el centro de la capital. Allí ocurrió el accidente deportivo en el que Masetti se luxó un par de costillas y lo que fue peor, “Miguel” anunció su intención de abandonar la misión.
La novedad sorprendió a sus compañeros y enfureció a su jefe, quien desde hacía varias semanas estaba con un humor terrible.
Fue él quien decidió someter a juicio al desertor y luego fusilarlo, no tanto para castigarlo sino para sentar precedente.
“Miguel” fue encerrado bajo llave en una habitación del piso superior mientras su caso era puesto a consideración del resto. La mayoría estuvo de acuerdo en darlo de baja y entregárselo a los argelinos hasta su salida del país, pero Masetti insistió en la necesidad de fusilarlo.
Se resolvió somete el caso a votación y de la misma, surgió la pena de muerte22. Por orden de Masetti, se labró un acta y la misma le fue entregada al coronel Bajtik, del ejército argelino, cuando se le informaron los hechos.
Corría el mes de abril cuando un grupo de uniformados golpeó a la puerta para llevarse al condenado. El jefe del pelotón recibió el acta de manos de Masetti junto con la indicación de que debía entregárselo a su superior para que elevase el caso al Estado Mayor, incluyendo la ejecución de la pena.
y luego subió para sacar de su encierro al “reo”. Le quitaron algunas de sus pertenencias, lo subieron a un furgón y se lo llevaron detenido, pasando en silencio frente a sus compañeros.
Por una providencia del destino, eludiría el paredón, salvando milagrosamente la vida por decisión del Alto Mando en Argel.
Notas
1 Anderson lo sitúa al este.
2 Ciro Roberto Bustos, El Che quiere verte, Javier Vergara Editor - Grupo Zeta, Buenos Aires, 2007, p. 86.
3 Ídem, p. 87.
4 Ídem, p. 88.
5 Masetti viajó a Túnez en octubre de 1961 y de ahí pasó clandestinamente a Argelia, llevando un mensaje de ayuda al Frente de Liberación Nacional (FLN). Reunido con sus dirigentes, entre ellos Amhed Ben Bella, quienes luchaban contra Francia desde 1954, acordó el envío de armas. Las mismas salieron con destino a Casablanca, en el transporte cubano “Bahía de Nipe”, que zarpó del puerto de La Habana en diciembre. Desde ahí, el cargamento fue despachado hacia Oujda, localidad fronteriza con Argelia (enero de 1962), e introducido en aquel país a bordo de tres camiones. 
6 Avellaneda, localidad fabril al sur del Gran Buenos Aires, separada de la Capital Federal por el Riachuelo. Masetti estaba casado con Clelia Dora Jury y tenía dos hijos Graciela y Jorge. Tiempo después se divorció para juntarse con su secretaria cubana Concepción Dumois, con quien tuvo una hija llamada Laura.
7 “Jorge Masetti”, apartado “Breve biografía”, Sitio El Ortiba, http://www.elortiba.org/masetti.html
8 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 89.
9 Ídem.
10 Ídem, pp. 96-97.
11 Ídem, p. 102.
12 Ídem, pp. 102-103.
13 Ciro Roberto Bustos conoció al Che el 25 de mayo de 1962, cuando los poco menos de cuatrocientos argentinos que residían en la isla, se reunieron para conmemorar la fecha patria. En el asado al aire libre que incluyó guitarreadas, danzas folklóricas y vestimenta típica, se hallaban presentes, entre otros, Alberto Granados, tal vez Ricardo Rojo, Gustavo Roca, John William Cooke y su mujer y Alicia Eguren, quien presumía de que todo connacional que quisiera hablar con el Che, debía pasar por sus filtro.
Siguiendo su costumbre, ese día Guevara pronunció un discurso en el que volvió a hacer mención de la lucha de los pueblos latinoamericanos, en especial, la Argentina. Se refirió a la necesidad de nuclearse en un solo mando para superar los antagonismos que dividían a su sociedad y mientras hablaba del peronismo, tomó una caja de fósforos y escribió en ella la palabra “unidad”, que le entregó al primer compatriota que tenía a su derecha, para que la pasase de mano en mano. Fue una señal para los presentes y una indirecta para los peronistas que lo escuchaban, en especial John William Cooke, el controvertido representante de Perón que pugnaba por convertir al justicialismo en un movimiento de izquierda revolucionaria.
Ni bien el Che terminó de hablar, Cooke tomó la palabra para apoyar lo dicho por el ministro de Industria e informar que le había escrito al líder justicialista en Madrid, para transmitirle la invitación que Fidel Castro le había formulado, de visitar la isla.
Dos meses después, el Che y Bustos se reunieron en el despacho que el primero tenía en el Ministro de Industria, entrevista concertada de antemano por Alberto Granado, donde el primero habló de su proyecto argentino, de sus alcances y su intención de ponerse al frente, invitando al mendocino a incorporarse. Al cabo de un par de días, un vehículo pasó a buscarlo por su hotel y lo condujo a la casa-campamento del Country Club. Ver Jon Lee Anderson, p. 510-512.
14 Ídem, pp. 103-104.
15 Ídem, p. 104.
16 Ídem, p. 105.
17 Ídem, p. 106
18 Jon Lee Anderson, op. cit., p.514.
19 Ídem, 516.
20 Serguera desempeñaba las funciones de agregado cultural de la embajada cubana.
21 Sucedió en la presidencia a Ben Bella el 20 de junio de 1965.
22 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 132-133.

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