jueves, 1 de agosto de 2019

LOS ALTOS DE ESPINOSA





La guerrilla se retiraba hacia tierras conocidas, sobre las faldas del cerro Caracas, cuando al Che le sobrevino un ataque de paludismo. Fue en verdad, una marcha penosa para el argentino que obligó una vez más al abnegado Luis Crespo y a Julio Zenón Acosta, a prestarles su ayuda para caminar.

El gallego Morán también parecía enfermo, algo que comenzó a llamar la atención de casi toda la columna porque comenzaba a estarlo “cada vez más seguido”; Ramiro Valdés, por su parte, presentaba un serio golpe en la rodilla, producto de una caída durante el enfrentamiento e Ignacio Pérez también estaba lesionado, por lo que fue necesario dejarlos a ambos a cubierto en medio de la espesura.

En los días posteriores, desertaron algunos cuadros, entre ellos Sergio Acuña, aquel díscolo que había amartillado su arma frente a Fidel, alejamientos que al Che le resultaron más que oportunos porque se trataba de gente con la moral baja, que podía “contagiar” a la tropa, sobre todo después de que uno de los combatientes sufriese un serio ataque de pánico en medio de la selva, poniéndose a gritar como un poseído.

Avanzar por territorio familiar le daba a la guerrilla mayor celeridad. Por momentos se desplazaba por senderos y por otros abriéndose paso con sus machetes, pero lo hacía confiada, sabiendo bien donde pisaba.
Durante un alto en la marcha llegó Ciro Frías trayendo a un nuevo grupo de combatientes y algunas novedades, la más significativa, la muerte del mencionado Sergio Acuña, noticia que tranquilizó al Che y le proporcionó cierta satisfacción porque el sujeto le daba mala espina.
Al parecer, el desertor se hallaba en casa de su familia cuando Pablo Herrera, uno de sus vecinos, lo delató a los militares. Estos se hicieron presentes al mando de un cabo de apellido Roselló1 para capturarlo y torturarlo y luego lo fusilaron, antes de colgar su cuerpo a la vista de todos.

Esto enseñaba a la tropa el valor de la cohesión y la inutilidad de intentar huir individualmente del destino colectivo; pero, además, nos colocaba ante la necesidad de cambiar de lugar pues, presumiblemente, el muchacho hablaría antes de ser asesinado y él conocía la casa de Florentino, donde estábamos2. 

Como en todo alto que la tropa hacía, el Che aprovechaba la ocasión para enseñarle a leer y escribir a Julio Zenón Acosta, campesino analfabeto de 45 años que demostraba mucho interés en aprender y progresar. Así había ocurrido en la finca de un tal Florentino y así sucedió en los Altos de Espinosa, una fracción elevada del terreno, sucedida por otras dos denominadas El Lomón y la Loma del Burro.
Allí se encontraban acampando cuando el 9 de febrero Luis Crespo y Ciro Frías salieron a reconocer los alrededores y cuando Emilio Labrada, un cuadro recientemente incorporado, llegó de una recorrida trayendo a punta de fusil a un guajiro que al ser interrogado, resultó ser pariente de Crescencio Pérez y dependiente del almacén de Celestino.
Sometido a una serie de requisitorias, el prisionero informó que el teniente coronel Arcadio Casillas acampaba en la tienda de su patrón junto a una columna de 140 hombres de la guardia rural y que después de hablar con Eutimio Guerra (el guía), supo que la zona iba a ser bombardeada por la aviación.
La versión provocó asombro y malestar entre los integrantes de la plana mayor rebelde porque no se explicaban cómo era posible que Eutimio supiera semejante detalle.
Seguidos por algunos compañeros, Fidel, el Che y Raúl subieron a lo alto de la loma y desde allí pudieron ver que los dichos del prisionero eran ciertos; allá a lo lejos, en torno al edificio del almacén, se veía vivaquear a varios soldados.
Enseguida comprendieron que se encontraban en una posición desventajosa porque corrían riesgo de quedar cercados. Por esa razón, Castro dispuso abandonar el lugar y poner la mayor distancia posible entre su gente y la columna enemiga.
A las 01.30 horas aparecieron Luis y Ciro, informando que todo estaba en calma y que no habían visto nada anormal, buena señal porque indicaba que podían retirarse sin ser advertidos. Al menos eso fue lo que creyeron porque cuando se encontraban listos para reemprender la marcha, Ciro Redondo pidió silencio y apuntó con su fusil en dirección a la selva.
En ese preciso instante sonó un disparo y casi enseguida se desató una nutrida balacera que tenía como blanco el lugar donde la guerrilla había estado acampada.
En una fracción de segundo el aire se llenó de explosiones y el humo cubrió buena parte del sector, dificultando la visión. Los rebeldes salieron corriendo en diferentes direcciones y en su huida dejaron el campo vacío y parte del equipo tirado en la hierba, inclusive la mochila del Che con los medicamentos, libros, alimentos y mantas.
Habían sido sorprendidos y eso los obligó a correr a través de la espesura para reagruparse en un punto distante.
En plena carrera, el Che se topó con varios de sus compañeros, entre ellos Camilo, Almeida, Universo, Ciro Frías, Julio Díaz, Guillermo García y Emilio Labrada quienes intentaban desesperadamente escapar de las balas.
Tomando un camino oblicuo, alcanzaron lo más tupido de la espesura y a las 05.15 estaban en medio de un paraje agreste en el que finalizaba abruptamente la vegetación. A lo lejos aún resonaban algunos disparos y explosiones por lo que optaron seguir avanzando un trecho más.
Lo hicieron de manera desordenada hasta desembocar un nuevo claro, un sitio apartado que a juzgar por su posición, resultó ideal para pasar la noche porque ofrecía una buena posición para montar una defensa. Sin embargo, al cabo de un par de horas optaron por continuar, llevando a Ciro Frías como guía pues, según apunta el Che en su diario, conocía algo la zona.
Llegaron primero a un paraje denominado Limones y luego a El Lomón, el lugar señalado por Fidel como punto de reunión en caso de dispersión.
El rencuentro tuvo lugar el 12 de febrero, en Derecha de la Caridad, punto próximo a El Lomón, en el que desembocaron después de tres días de peregrinar por la selva.
Como consecuencia de aquella emboscada, la guerrilla sufrió una baja fatal, la de Julio Zenón Acosta, el improvisado alumno del Che, que cayó mortalmente herido al ser atravesado por una bala a la altura del pecho. Si a ello le sumamos la momentánea pérdida de Labrada, extraviado durante la retirada y la deserción de algunos cuadros como Armando Rodríguez, el veterano del “Granma” que tenía s su cargo la ametralladora Thompson, el balance de aquel encuentro fue altamente desfavorable para la columna rebelde.
Después de recorrer varios kilómetros hacia el noroeste y de dejar a un lado la aldea de La Montería, los guerrilleros se detuvieron en un nuevo claro, próximo a un arroyuelo de aguas cristalinas que atravesaba la propiedad de Epifanio Díaz, un agricultor cuyos dos hijos militaban en el Movimiento 26 de Julio.
Allí, en ese lugar, se produjo el encuentro con la gente de la ciudad, que había llegado hasta ese punto encabezada por Frank País, a quien acompañaban también Armando Hart, Celia Sánchez, Vilma Espín, Haydée Santamaría y el viejo compañero del “Granma”, Faustino Pérez, quien había sido enviado a Santiago de Cuba por Castro, con una serie de recados.
Frank le causó una magnífica impresión al Che.

Frank País era uno de esos hombres que se imponen en la primera entrevista; su semblante era más o menos parecido al que muestran las fotos actuales, pero tenía unos ojos de una profundidad extraordinaria.
Difícil es hoy referirse a un compañero muerto, que se conoció una sola vez y cuya historia está en manos del pueblo. Yo sólo podría precisar en estos momentos que sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma y además, que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama "el inolvidable Frank País"; para mí que lo vi una vez, es así. Frank es otro de los tantos compañeros cuya vida tronchada en flor hoy hubiera estado dedicada a la tarea común de la Revolución socialista; es parte del duro precio que pagó el pueblo para lograr su libertad.
Nos dio una callada lección de orden y disciplina, limpiando nuestros fusiles sucios, contando las balas y ordenándolas para que no se perdieran. Desde ese día, me hice el propósito de cuidar más mi arma (y lo cumplí, aunque no puedo decir que fuera un modelo de meticulosidad tampoco)4.

Fue en ese punto donde los rebeldes tuvieron la confirmación de que Herbert Matthews, el afamado periodista del “New York Times”, viajaba hacia allí para entrevistar a Fidel.
El contacto se había logrado a través de René Rodríguez, otro enlace enviado a La Habana para lograr ese cometido y tuvo su confirmación a los pocos días. Faustino estuvo intentando captar el interés de varios medios locales con la intención de que viajasen a la sierra a hacerle una nota a su jefe pero ninguno se había atrevido por temor a las represalias.
René logró comunicarse con la representante del órgano estadounidense en la capital cubana y de ese modo convino el viaje de Matthews, quien contaba en su haber con las impactantes coberturas que había realizado durante la Guerra Civil Española, la invasión italiana de Abisinia y la Segunda Guerra Mundial.
El reportero llegó al campamento el 17 de febrero, acompañado por un guía. La entrevista que le hizo a Castro duró más de tres horas y una vez finalizada, fue escoltado hasta Manzanillo, de donde siguió a bordo de un vehículo hasta Santiago y de ahí en avión hasta La Habana, para regresar por el mismo medio a su país.
Tal como cuenta Anderson en su libro, Fidel había montado una pequeña comedia para hacerle creer al norteamericano que contaba con un elevado número de combatientes. Y la treta pareció surtir efecto: “…Fidel había dispuesto una pequeña comedia: un combatiente sudoroso debía irrumpir en medio de la entrevista con un “mensaje de la Segunda Columna”5.
El Che no estuvo presente durante la entrevista (solo la presenció Javier Pazos que hizo las veces de traductor) pero una vez finalizada, su comandante le referiría hasta el más mínimo detalle. Al parecer, el estadounidense no le habían hecho ninguna pregunta capciosa, el interrogatorio resultó ser en extremo concreto e incluso llegó a declararse simpatizante del movimiento. Luego tomó su pequeña cámara de cajón, como la define el Che, sacó algunas fotografías y tras una breve ración, saludó cortésmente y se retiró.


Inmediatamente después de la partida de Matthews, se produjo la ejecución de Eutimio Guerra, el guía de la columna guerrillera que había estado delatando sus movimientos, provocando la muerte de numerosos campesinos, uno de ellos el hermano de Ciro Frías, que para peor era su compadre.
Fue un momento de máxima tensión.
El traidor había solicitado uno de sus tantos permisos para visitar a su familia y Fidel se lo había concedido. Para entonces, se tenían evidencias de que sus delaciones habían guiado al ejército hasta la última emboscada y a la aviación a bombardear puntos que los rebeldes habían ocupado poco tiempo antes.
Después de corroborar que Eutimio se hallaba en los alrededores, alojado en la casa de Epifanio, el alto mando, encabezado por Castro, despachó hacia el lugar a Camilo Cienfuegos, Efigenio Ameijeiras, Ciro Frías, Julio Díaz y el mismísimo Almeida, para que lo apresasen.
La patrulla rodeo la casa y esgrimiendo sus armas le ordenó al guía que saliera. Ciro fue el encargarlo de reducirlo, es decir, de quitarle sus pertenencias y conducirlo a presencia de Fidel, ante quien debía comparecer. El hombre se puso lívido y enseguida se lo notó excesivamente nervioso.
Una vez en el campamento, fue llevado donde se encontraba el comandante, quien al verlo venir lo increpó duramente mientras le enseñaba el salvoconducto que el ejército le había extendido en calidad de colaborador. Al ver eso, el guajiro sintió que las fuerzas lo abandonaban y cayó de rodillas, llorando desconsoladamente.
La película Che!, de Richard Flesicher, muestra a Eutimio rogando por su vida después de reconocer su falta. Lo que el Che apuntó en su diario muestra otra cosa. Al parecer, viéndose perdido, el traidor se hincó frente a Fidel y entre sollozos y gemidos le rogó que lo ejecutase ahí mismo pero que perdonasen a su familia, porque nada tenía que ver.

Fidel le increpó duramente su traición y Eutimio quería solamente que lo mataran, reconociendo su falta. Para todos los que lo vivimos es inolvidable aquel momento en que Ciro Frías, compadre suyo, empezó a hablarle; cuando le recordó todo lo que había hecho por él, pequeños favores que él y su hermano hicieron por la familia de Eutimio, y cómo éste había traicionado, primero haciendo matar al hermano de Frías —denunciado por éste y asesinado por los guardias unos días antes— y luego tratando de exterminar a todo el grupo. Fue una larga y patética declamación que Eutimio escuchó en silencio con la cabeza gacha: Se le preguntó si quería algo, y él contestó que sí, que quería que la Revolución, o, mejor dicho, que nosotros nos ocupáramos de sus hijos6.

Se suscitó entonces un problema del que nadie se quería cargo: la ejecución del guía.
Mientras se debatía el asunto, se desató sobre la región un fuerte temporal que oscureció el cielo y sacudió con inusitada violencia el follaje y las copas de los árboles, mientras se sucedían los truenos y relámpagos.
Fue una fracción de segundo; un instante que apenas percibieron quienes se encontraban allí, en torno al traidor. Viendo que sus compañeros titubeaban, el Che desenfundó su pistola, apuntó a la cabeza de Eutimio y disparó, justo en el preciso momento en que un trueno hizo temblar la tierra.
Nadie escuchó la detonación. El cuerpo del traidor quedó tendido sobre la hierba y allí permaneció empapado, hasta el día siguiente, cuando fue retirado hacia un costado para ser enterrado7. Manuel Fajardo quiso colocar una cruz sobre su  tumba pero el Che se lo impidió, argumentando que eso podía comprometer a los propietarios de la finca. Lo que sí le permitió fue tallar una cruz en el tronco de un árbol cercano y pronunciar una oración.
Ese mismo día ocurrió otro hecho que dejó en evidencia que el gallego José Morán era un desertor en potencia.
Se encontraban los rebeldes listos para abandonar el lugar cuando repentinamente se escuchó un disparo que puso a todo el mundo en guardia. Cuando Fidel, el Che y los demás combatientes corrieron hasta el lugar de donde había venido el estampido, vieron al aludido tirado en el suelo, con la pierna atravesada por una bala. Pocos le creyeron cuando dijo que se le había disparado accidentalmente el arma y que en esas condiciones no podía seguir. Acababa de llegar después de tres días de haberse “extraviado” en la selva, siguiendo el rastro de Eutimio y ahora solicitaba una licencia para reponerse de una nueva contingencia.

En el momento que nos aprestábamos a partir sonó un disparo y encontramos a Morán con la pierna atravesada por una bala. Los compañeros que estaban cerca del lugar del hecho sostuvieron, en esos días, enconadas discusiones, pues unos decían que el tiro fue casual y otros que se lo dio para no seguir con nosotros.
La historia posterior de Morán, con su traición y su muerte a manos de los revolucionarios en Guantánamo, indica que muy probablemente se dio el tiro intencionalmente. Al salir, quedó Frank País en mandar un grupo de hombres para los primeros días del mes de marzo siguiente; el punto de reunión sería la casa de Epifanio Díaz, en las cercanías del Jíbaro8.

Nota
1 El Che pone en duda la identidad de ese oficial.
2 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 33.
3 La misma apareció mucho tiempo después, en el interior de una cabaña, donde su portador la había abandonado antes de reemprender la huida.
4 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 41.
5 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 231.
6 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, pp. 42-43.
7 Ídem, p. 44.
8 Ídem.