El presente artículo, Mayo 2012, llevaba como título original «El resto fiel a la Misa Católica«
LOS CISMÁTICOS ACÉFALOS DE HOY

No quiero repetir lo que he dicho sobre esos grupos que se reúnen en diversas capillas o asociaciones o sectas que por todo el mundo se van declarando cada una de ellas los conservadores de la verdadera ortodoxia católica totalmente desunidas en la forma más brutal y que se introducen, e introducen con ellos a sus fieles por los terrenos de la herejía y de la estupidez.


     La desunión que ellos tienen se llama cisma, y este cisma trae gravísimas consecuencias. Primero que nada, les arranca una de las NOTAS que distinguen a la verdadera Iglesia de Cristo. Pero también les arranca las otras tres NOTAS, pues sin unidad, no puede existir la santidad, ni la apostolicidad, ni la catolicidad, y la razón es obvia. El Magisterio ha enseñado la inseparabilidad de las cuatro NOTAS. ¿Son tan tontos que no saben ésto?.
     Dije que las misas de todos ellos son válidas -sólo los que han recibido válidamente el orden- pero ciertamente ilícitas y ofensivas a Dios, porque la Misa es el Sacrificio de la Iglesia UNIDA y por ella, en el cisma, no se va a recuperar la unidad, como tampoco se puede recuperar la gracia de Dios comulgando en pecado. Estas gentes ¿no llevarían a sus fieles a comulgar en pecado para recuperar la gracia, como quieren solucionar la crisis diciendo misas cismáticas?, ¿no es lo mismo?.
     También dije que las confesiones de todos estos en el cisma son inválidas. La jurisdicción baja a los obispos y sacerdotes por el cuerpo social, visible de la Iglesia. Así lo enseñan el Magisterio y Santo Tomás de Aquino. El cismático se separa de la estructura social y visible de la Iglesia y así queda fuera de la Iglesia. En el Decreto del Santo Oficio a los Obispos de Inglaterra del 16 de septiembre de 1864 se les dice: «Nada ciertamente puede ser de más precio para un católico que arrancar de raíz los cismas y disensiones entre los cristianos y que los cristianos sean solícitos en guardar la unidad de la Fe y la caridad en un solo cuerpo CONEXO Y COMPACTO« . Un cuerpo «conexo y compacto» enseña que la Iglesia además de tener la unidad espiritual, es una sociedad visible a los sentidos, cuyas estructuras están conexas y compactas. ¿Qué dice el Diccionario que es algo conexo y compacto?, es algo «apretado y poco poroso». ¿Cómo podemos entender una unidad espiritual «apretada y poco porosa»?, ¿no es una estupidez decir lo que ahora muchos de esos cismáticos que la unidad de la Iglesia es espiritual?. Lo que les ha pasado a estos cismáticos herejes es lo que dice León XIII en la Encíclica SATIS COGNITUM: se han convertido en una muchedumbre«confusa y perturbada». Ellos se han diluido en una muchedumbre infecciosa. En un montón que mira torcido porque están bizcos ó están ciegos. ¿Cómo es posible que sean los pastores y los guías del rebaño de Cristo?. Pero ellos enseñan que la unidad debe ser espiritual para justificar su cisma y así deforman la Doctrina como si ésta fuera un manualito chirigotero de uso y de interpretación personal.
     También dije que las confesiones de éstos, repito, en el cisma son inválidas. El poder de jurisdicción en la Iglesia, SOLO LO TIENE PEDRO, y todos los que absuelven en la Iglesia, LO HACEN EN PARTICIPACIÓN CON PEDRO. En Sede Vacante no se suspende la jurisdicción en la Iglesia, porque todos están unidos al papa muerto unidos para elegir al sucesor al que le serán fieles. En el caso de esos fieles a la Misa católica, es claro que no hay ninguna intención ni de unirse, y menos elegir al papa porque las obras los denuncian con fuerza. Ellos se han puesto en el lugar de Dios, cuando dicen cínicamente que«este no es el momento». ¿Y cómo lo saben?, ¿conocen los tiempos de Dios, los planes de Dios?. En los HECHOS DE LOS APÓSTOLES (I, 6), los Apóstoles le preguntaron al Señor:«¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?. El les contestó: A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad«. Ahora parece que tenemos frente a nosotros a quienes conocen esos tiempos y momentos. ¡A lo que el cisma ha llevado a estos pobres para justificarse!. Han hecho de la Doctrina un chicle mascado que estiran, encogen, retuercen o aplastan según se presenta la oportunidad. Hablan de un estado de necesidad que sólo ellos han creado, pues nadie les impide unirse, a excepción de sus caprichos y sus pasiones. Y dicen también que tienen jurisdicción, ¡que porque la Iglesia suple!. Desde las profundidades del cisma, que los tiene a la deriva, encienden sus motores y se lanzan en espiral hacia la nada. Este es el estado de la Iglesia actual. Desde Roma el Demonio gobierna y arrastra a los fieles a la pérdida insensible e inmisericorde de la Fe. El resto fiel a la Misa católica en la más espantosa división.
     Pero queda una pregunta: ¿esos mismos pastores, con quiénes se confiesan?, ¿o no se confiesan?, ¿a qué grado ha llegado la ceguera o la tontería?, ¿a qué grado creen que pueden manipular la Doctrina y quedar tranquilos?.
     San Gregorio Magno les dice a los que se esfuerzan en el trabajo «apostólico» y atienden a sus comunidades, pero que están en el cisma, lo siguiente: «Lo que se sufre fuera de la Iglesia, atormenta pero no purificaUna es la Iglesia en la cual el que pudiere ser purificado, podrá también ser purgado de cualquier mancha de pecado. Y si puestos fuera de la Iglesia padecéis POR DIOS alguna cosa de amargura o de tribulación, podéis ser tan solamente encendidos, más no limpiados. El fuego que toca por fuera, trae penas de dura pasión, pero no cuece la culpa del error; da tormento de penas crueles, pero no hace acrecentamiento de buenos méritos. El Apóstol San Pablo demuestra cómo es DE NINGUNA VIRTUD este fuego de purificación que fuera de la Iglesia Católica es tolerado: Si diere mi cuerpo para que arda y no tuviere Caridad (ES DECIR, SI ESTOY EN EL CISMA) NO ME APROVECHA NADA. Unos hay que sienten de Dios cosas perversas; otros, que tienen de su Hacedor lo que es justo, pero no tienen unidad con los hermanos. Aquellos primeros están divididos por el error de la Fe, y los segundos por el pecado del cisma. Y por eso en la primera parte del Decálogo son reprimidas las culpas de entrambas partes, cuando se dice por Voz divina: Amarás a tu Señor Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu virtud, y a tu prójimo como a tí mismo. Así es que el que siente de Dios cosas perversas, es manifiesto ciertamente que no ama a Dios; mas, el que está dividido de la unidad de la Santa Iglesia, está claro que no ama al prójimo, pues rehúsa tenerle por compañero« (LOS MORALES, Lib. XVIII, Cap. XXVI, 41).
     Hay un pecado imperdonable en todos los que por distintos motivos se justifican y creen tranquilizar su conciencia creyendo que ha de quedar justificado su cisma con su ignorancia culpable que a esos niveles no puede entenderse de ninguna manera. Los que a pesar de exponer para ellos todas las pruebas claras de la Doctrina y del Magisterio, dicen que exageramos y continúan manoseando y ensuciando la pureza doctrinal para aplicarla a su propia situación. Estos son los peores ciegos. Más puede un tonto negando que San Agustín probando. Esos son los que siempre se adaptan a todo. Son los tibios que huelen a vomitada. Son los que con nadie discuten y se esfuerzan por caerle bien a todos. Son los coyotes disfrazados de pastores que gustan de poner ojos desvaídos cuando se habla de tan grave situación en la Iglesia. ¿Se habrá también referido a ellos San Pablo cuando en su Epístola a los Filipenses (III, 2) nos advierte: «Ojo a los perros»?, porque con aparente ecuanimidad, imparcialidad, justicia, verdad, ciencia y doctrina, se llevan con ellos a muchos al error y al cisma. A todos los que respondiendo humanamente se apartan del conocimiento del cumplimiento de las profecías que ya claramente declaran los tiempos en los que estamos. «No despreciéis las profecías» (I Tes. V, 20).
     Lo que dice San Gregorio es tan claro como para que cualquier tonto lo entienda. Ningún cismático con todos sus esfuerzos y sufrimientos tiene nunca la intención de corregir el cisma. Esos son peores que los protestantes. ¿No se darán cuenta que mientras más tiempo permanezcan en la separación, fortalecen más la fuerza del cisma?, y la razón es obvia. Mientras más tiempo pasa, sus ordenaciones, si son obispos, o sus fundaciones, o sus trabajos en favor de su secta, les impedirá con más fuerza entregar lo que tanto valoran hecho «por la Iglesia» en manos de desconocidos. Si son tan celosos en ocultar tan sólo las direcciones de quienes ha ganado para su secta y provecho, ¿se puede pensar que entregarán sus comunidades en manos de un «colégio apostólico» de desconocidos (¡¡¡)? ni siquiera para que acabe el cisma y se elija a un verdadero papa, y esto porque: ellos saben los«tiempos y momentos» para extinguir el cisma, y porque ellos son los encargados de velar por la Iglesia, no el Espíritu Santo. Ellos son los que construyen a la Iglesia, no Cristo. Entonces, todos estos son diosecitos de alcantarilla. Despreciables y peligrosos.
     Y sus fieles no solamente se hacen un gran mal asistiendo a sus misas ilícitas y pecaminosas, y «confesándose» inválidamente con quienes por el cisma no tienen ninguna jurisdicción y así engañándose, sino que les hacen un enorme mal a esos pastores porque antes de exigirles la unidad a la que tienen derecho, afirman aun más el gravísimo error en el que están sumergidos hasta el cuello y hasta la cabeza.
     Pero también he de decir, que estos «pastores» no pueden bendecir absolutamente NADA. Y así el chantaje y el engaño es peor a un pueblo ignorante y confiado que amarrado por el cuello comienza a ser arrastrado al cisma y a la apostasía, pero por la puerta posterior de la casa. Por eso estos tiempos el Señor los advertía sumamente peligrosos.
     El Padre Remigio Vilariño Ugarte, S. J., en su libro PUNTOS DE CATECISMO, dice:«1,359. QUIENES PUEDEN BENDECIR. Hay bendiciones papales, reservadas al sumo pontífice, como la del palio, de los Agnus Dei, de la rosa de oro, de la espada imperial; las hay episcopales reservadas a los obispos como son las que están en el Pontifical, las cuales, sin embargo, se ponen en el Ritual para que las den los sacerdotes delegados o facultados para ello, por especial indulto; las hay, en fin, sacerdotales que pueden darlas los presbíteros, y aún algunas los diáconos como la del cirio pascual en Sábado Santo». De esto deducimos con claridad lo siguiente:
     1. Es clarísimo que así como el poder de jurisdicción no se da inherente al orden sacerdotal, aunque el individuo ordenado quede apto para recibirlo, tampoco el poder de bendecir se da como algo inherente al sacerdocio, pues la Iglesia lo comunica en la forma que cree conveniente.  
     2. Si se entregara indistintamente el poder de bendecir con la ordenación, todos los sacerdotes estarían facultados para bendecir lo que bendicen los obispos y el papa. Pero esto no es así. Lo que el papa bendice, los sacerdotes no lo podrían bendecir válidamente. Lo que los obispos bendicen como vasos sagrados, los sacerdotes no podrían bendecirlo válidamente. ¿Por qué ciertos sacerdotes delegados o facultades sólo, pueden bendecir lo que pueden bendecir los obispos?, pues por eso precisamente.
     3. Además, hay una ley canónica y elemental principio doctrinal, por el cual, todos los sacerdotes y obispos en el cisma, ni pueden confesar válidamente, excepto en artículo de muerte, ni pueden bendecir nada. Y no me digan los fieles que los cismáticos no están proclamando a voz en cuello su cisma. O se declaran solos e independientes, o pertenecen a una secta bien definida y enemiga de todos, o a alguna asociación que condena a los demás. El que no quiera averiguar eso es porque no quiere.


     Por «la necesidad» y porque «la Iglesia suple», o porque la unidad es «espiritual», doctrina herética tan vieja que huele a pátina y a hueso de ancestro, a estos violentos cismáticos, se les podría ocurrir que por la necesidad los obispos bendigan sus palios o que los sacerdotes bendigan los vasos sagrados o las aras, o todo lo que esta en el Pontifical. ¿Por qué no si estamos en la «necesidad» ¿hasta dónde manipulan éstos el límite de esa«urgente necesidad»? ¿es esto a capricho según a cada quien se le ocurra y le permita su acendrada ortodoxia?. Estos hipócritas manejan la necesidad como les dá la regalada gana. Por un lado, justifican su cisma con una declarada necesidad que sólo ellos han creado, y por el otro la necesidad en la Iglesia perfectamente definida, tratada por teólogos y moralistas y por la Tradición es condenada cuando así les parece para darse baños de agua bendita. Este es el caso de la ordenación de algunos sacerdotes y obispos que contrajeron el vínculo matrimonial como si este fuera un grave pecado. Por un lado enseñan la «necesidad» a los fieles para justificar su cisma, pero por el otro esconden ladinamente que: once Apóstoles fueron casados y que el Señor no los rechazó; que 29 papas fueron casados y 40 viudos; que el último papa casado fue Adriano II que llevó a su esposa e hija al Palacio Laterano (867-872); que el Papa San Silverio (536-538), era hijo del Papa San Hormisdas (514-523); que el Papa San Dámaso I (año 384), era hijo de un sacerdote que venía de España; que el Papa Paulo III (1534 a 1549) que convocó el concilio de Trento tenía 3 hijos y una hija; que el Concilio de Nicea que fue el primero ecuménico de la Iglesia en el año 325, que definió la divinidad de Cristo, determinó que era anatema o excomulgado, quien obligara a un sacerdote casado a abandonar a su esposa; que el Consilio Regional de Elvira en el mismo siglo IV, estaba formado por Padres Conciliares, todos casados; que son innumerables los sacerdotes y obispos casados en el primer milenio de la Iglesia y que incluso llegaron a la santidad, como San Maximino, presbitero, San Gregorio Nacianceno, Patriarca de Constantinopla, San Gregorio de Niza, hermano de San Basilio, San Hilario, Obispo de Poitiers, san Paulino deNola, San Fabián, Papa y mártir, y muchos otros; que san Ponciano después de su matrimonio en que tuvo a su hijo Déxtero, fue ordenado y fue Obispo de Barcelona de 360 a 390; que el Papa Pío XII autorizó que hombres casados fueran ordenados sacerdotes e incluso obispos en secreto para atender las necesidades espirituales de los católicos que detrás de la cortina de hierro estaban siendo parseguidos y matados; que este mismo Papa, recibió en la Iglesia a dos pastores protestantes que ordenan sacerdotes permitiéndoles seguir con su vida matrimonial; y por fin, para no continuar las pruebas que son innumerables, diré que por la falta de sacerdotes en Alemania, este Papa autorizó la ordenación de sacerdotes casados, el primero de los cuales fue un descendiente del poeta Goethe, a cuya ordenación asistió en primera fila su esposa. Todos ellos con juramente de guardar el celibato.
     Estos furiosos cismáticos de hoy, ¿nunca han oído hablar de la virtud de la EPIQUEYA? tratada ampliamente por Santo Tomás, por el padre Royo Marín, O. P., por Ferraris, O.F.M., por el Dr. Jesús Montanchez, por Hugón, por Cayetano, por Báñez, por Dom Gerard Calvet, O.S.B., por Fray José M. Morán, por el Padre Francisco Ginebra, S.J.,por el padre Reginald Garrigou-Lagrange, O.P., por el P. Remigio Vilariño Ugarte, S.J., por el P. Juan B. Ferreres, S.I., por el P. Bernhard Háring, C, SS. R., por el P. G. Battista Guzzeti, por el P. Enrique Denzinger, y por el Derecho Canónico. Todos ellos ilustres teólogos y otros más que tratan de la necesidad en la Iglesia, aplicada bajo estrictas normas que estos modernos cismáticos desencuadernan y aplican donde no se puede y sólo para justificar su hipocrecía.
     Ellos son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer a su amo. ¿No han leído la primera Carta de San Pablo a Timoteo?. En ella leemos: «…es preciso que el obispo sea irreprensible, esposo de una sola mujer, sobrio, prudente, grave, casto, amante de la hospitalidad, apto para enseñar, no dado al vino, no violento, sino moderado; no pleitista, no interesado, mas que sepa gobernar bien su casa, teniendo a los hijos a raya con toda descencia».
     Por la historia, por la Tradición y por este texto de San Pablo, vemos claramente que la ley del celibato en la Iglesia, no es una ley de derecho divino, sino eclesiástico. La Iglesia la impuso cuando lo juzgó conveniente, por graves motivos que ahora no trataré. En ella opera la necesidad, por ejemplo, cuando la Iglesia esta en peligro. Si a los soldados se les ha prohibido salir a la calle después de las ocho de la noche, no se puede decir que sean violadores de la ley si en la madrugada se inicia un incendio que requiere que los soldados salgan a la calle. La violación sería negarse a salir para solucionar la necesidad. Y si en el momento del incendio hay uno que está arrestado y no puede salir al patio del cuartel, ¿no sería un doble violador si se niega a salir para apagar el incendio?, ¿quién no comprende ésto?. Por eso Santo Tomás de Aquino (Sum. Theo. 1-2, q. 96, a. 1) dice que «la necesidad no está sujeta a la ley», y «cumplir la letra de la ley cuando no se debe, es pecado» (1-2, q. 120, a. 1).
     Además, el Canon 33 del Concilio de Elvira (año 300-306), preceptúa: «Plugo prohibir totalmente a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio,que se abstengan de sus cónyuges y no engendren hijos; y quienquiera que lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía».
     ¿No es muy claro que la Iglesia preceptuaba que los clérigos debían renunciar al débito conyugal antes de ser ordenados, y lógicamente las esposas debían renunciar a él también para que sus cónyuges se dedicaran exclusivamente al altar?.
     Pero estos nuevos cismáticos, ¿dónde han visto que el cisma, que es un grave pecado que te arroja fuera de la Iglesia, es materia de extrema necesidad?, ¿cuándo un gravísimo pecado que arranca y destruye las NOTAS que distinguen a la verdadera Iglesia de Jesucristo, puede considerarse una «extrema necesidad» que permita a todos la separación y permanezcan desencuadernados mientras supuestamente se arregla la crisis?, ¿cuándo el cisma que pone al cismático fuera de la Iglesia, por la «necesidad» le permite seguir confesando y bendiciendo todo y seguir engañando a los fieles ignorantes y desprevenidos?, ¿cuándo se ha dicho que «la Iglesia suple» para avalar toda clase de desmanes heréticos?, ¿en qué tratado de MORAL se dice que está autorizado hacer lo malo para obtener un bien?, ¿se puede entender la conciencia y la mente de estos hombres infames que destruyendo a la Iglesia digan que la están construyendo?.
     Cuando unos obispos pugnaron con admirables sentimientos y entrega por la unidad de la Iglesia y la elección del papa cuya sede había sido usurpada y a la vista del horrible futuro, se vieron forzados lícitamente a pasar sobre la letra de una ley que nunca fue de derecho divino sino eclesiástico, con la esperanza de mover las conciencias y los corazones de esta cepa maligna pero no hubo resultados como se dice en el capítulo 12 del Apocalipsis. Por eso son como el perro del hortelano. ¿No son estos esos demonios vestidos de ángeles de luz de los que nos advierte San Pablo en su Carta a los Corintios Cap. 11, v. 15?.
     ¿En alguno de estos cismáticos, puede existir una suave brisa de unidad o un leve murmullo que despierte la esperanza de la reconstrucción?. En todos ellos no debemos nunca oir las palabras de acendrado amor a la Iglesia con las que se adornan, sino que haciendo caso omiso de ellas, analizar las obras con las que manifiestan el fondo de su corazón de piedra. Cuando se enteraron que habían recibido el Orden episcopal tres o cuatro casados, se rasgaron las vestiduras como Caifás y gritaron: ¡sacrilegio!, como si lo que se pretendiese era pugnar por el matrimonio de los sacerdotes como lo quieren hacer los modernistas hijos de ese aquelarre que llamaron Concilio Vaticano II, lo cual estaba lejísimos de la verdad porque el espíritu de quienes se reunieron para tener el primer embrión de unidad en la Iglesia sólo querían defenderla con la pureza doctrinal con que Pío XII la dejó, sin sombras ni menoscabo. Si se llegó al expediente de la «extrema necesidad», no podemos dirigir nuestra vista más que a los que provocaron esta necesidad con su utilitarismo y su traición. Por eso son como el perro del hortelano. Ni comieron ellos, ni dejaron comer a otros, y cuando alguien se acercó a la mesa preparada por el Hijo de Dios, armaron una gritería como hacen las jaurías gritonas.
     Y en todo este tiempo que ha pasado desde el infortunado Cónclave de Asís, (año de 1994),único cónclave registrado en las sagradas Escrituras en el que el elegido fue arrebatado a Dios y a su trono papal (Ap. XII, 5-6), ¿qué han hecho?, ¿se han reunido para que el Espíritu Santo sea nuevamente el alma de la Iglesia pues no puede estar allá donde hay división?, para nada. Se calumnian entre ellos, se difaman, se juzgan con crueldad, se condenan sin pruebas, han hecho que todos desconfien de todos, difunden especies contra la dignidad sacerdotal validos incluso de los medios electrónicos, se envían comandos contra otras comunidades como si fueran guerrilleros y se mandan espiar. ¿Qué les pasa a estos hombres endemoniados que salen a sus misas con ornamentos sagrados como payasos de una comedia sacra?. ¿Quiénes son más malignos, los de la nueva misa, o los de la Misa católica que se manejan como papitas absolutos para sus fieles y llevándolos por otro camino a la pérdida de la Fe?.
     Y esto es cierto, porque el acto o la expresión corporal en una persona consciente, expresa un sentimiento interior que le da significación intelectual o espiritual a ese acto. Por sus actos podemos descubrir incuestionablemente la riqueza o miseria moral de la persona. El acto no es un ser separable de la persona, puesto que es la persona misma puesta en actividad. El valor moral afirmado o negado por el acto, contribuye a fomentar o disminuir el valor de la persona misma pues la acción exterior ejerce un influjo inmediato sobre la profundidad del acto interior. El acto humano, es un vehículo del valor moral.
     Estas comunidades cismáticas fieles a la Misa católica, están siendo adoctrinadas en el cisma, en la vacancia de la Sede de Pedro, que se convierte en innecesaria; en la enemistad y desconfianza a todo lo que no sea su comunidad. Están caminando que vuelan al abismo. Algunos de estos «pastores», esperan una señal, pero no se les dará ninguna. Así les contestó el Señor a los fariseos.

Mons. Urbina Aznar