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REVISIONISMO Y LIBERALISMO
Tapa de la "Historia de la Confederación Argentina
Rozas y sus Campañas". Adolfo Salias (Edic.1892)
Rozas y sus Campañas". Adolfo Salias (Edic.1892)
Adolfo Saldías
HISTORIA DE LA CONFEDERACION
ARGENTINA
ROZAS Y SUS CAMPAÑAS
Al lector. En la presente edición de esta obra se ha conservado ortografía original del autor, que es la de la época de la edición del año 1892.
EL EDITOR.
PROSPECTO
"Voy á escribir la historia de la Confederación Argentina, movido por el deseo de trasmitir á quienes recojerlas quieran las investigaciones que he venido haciendo acerca de esa época que no ha sido estudiada todavía, y de la cual no tenemos más ideas que las de represión y de propaganda, que mantenían los partidos políticos que en ella se diseñaron.
Perseguiré la verdad histórica con absoluta prescindencia de esas ideas, que tuvieron su oportunidad en los días de la lucha y su explicación en la efervescencia de las pasiones políticas.
HISTORIA DE LA CONFEDERACION
ARGENTINA
ROZAS Y SUS CAMPAÑAS
Al lector. En la presente edición de esta obra se ha conservado ortografía original del autor, que es la de la época de la edición del año 1892.
EL EDITOR.
PROSPECTO
"Voy á escribir la historia de la Confederación Argentina, movido por el deseo de trasmitir á quienes recojerlas quieran las investigaciones que he venido haciendo acerca de esa época que no ha sido estudiada todavía, y de la cual no tenemos más ideas que las de represión y de propaganda, que mantenían los partidos políticos que en ella se diseñaron.
Perseguiré la verdad histórica con absoluta prescindencia de esas ideas, que tuvieron su oportunidad en los días de la lucha y su explicación en la efervescencia de las pasiones políticas.
No se sirve á la libertad manteniendo los odios del pasado. Lo esencial es estudiar el cuerpo social que, á impulsos de su sangre y de los defectos de su educación, incubó y exaltó á los que tales odios inspiraron. Sólo así se puede señalar las verdaderas causas de esa postración estupenda del sentido moral que llevó á un país fundador de cuatro repúblicas, á depositar sus derechos, esto es, su ser político, y á ofrecer su vida, sus haberes y su fama, esto es, su ser social, a los pies de un gobernante que los renunció infinidad de veces.
La generación argentina que pugna por autorizar con el prestigio del tiempo sus viejos y estériles rencores, cede naturalmente al sentimiento egoista de toda sociedad que graves culpas tiene ante el porvenir y ante la historia: se escuda tras el culpable que presenta á la execración del presente. Ella acusa, acusa siempre á Rozas porque no puede acusarse á sí misma. «Una sociedad, dice un eminente escritor francés (1), necesita arrojar siempre sobre alguno la responsabilidad de sus faltas. Cuanto mayor es el remordimiento que experimenta, mejor dispuesta se encuentra á buscar el culpable que por ella haga penitencia; y cuando lo ha castigado bastante, se acuerda el perdón á sí misma y se congratula de su inocencia.»
En cuanto á mí, estoy habituado á ver cómo se derrumban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la palabra autoritaria que, atando el porvenir al presente, echan al cuello de las generaciones un dogal inventado por el demonio del atraso. Pienso que aceptar sin beneficio de inventario la herencia política y social de los que nos precedieron, es vivir de prestado á la sombra de una quietud que revela la impotencia.
La prédica de los odios constituye, por otra parte, un verdadero peligro para el porvenir de las ideas, cuyo desenvolvimiento retarda, lanzando en senderos extraviados á la juventud, en vez de iniciarla en la experiencia saludable de la libertad, ó en las lecciones moralizadoras que presentan los propios infortunios políticos.
Tapa de la "Historia de la Confederación Argentina
Rozas y sus Campañas". Adolfo Salias (Edic.1892)
Rozas y sus Campañas". Adolfo Salias (Edic.1892)
Si la República Argentina hubiese seguido estas corrientes, su progreso
social y político no estaría en el estado de embrión; y las ideas que
ochenta años há fueron solemnemente proclamadas á la faz de la América,
servirían hoy de norma á los hombres y á los pueblos que reaccionan
todavía contra ellas.
Educar para la libertad es engrandecerse en el porvenir, y esto no se consigue explotando los desvíos de una época en que se ahorcaba á la libertad, para consumar, á la sombra de este recuerdo, todos los escándalos políticos que vienen sucediéndose por los auspicios de un fanatismo análogo en tendencias y propósitos al que se pretendió derrumbar, aunque más ático en las formas y más soportable en la práctica.
Todos los fanatismos son perjudiciales. Cuarenta años hace que el pueblo argentino vive entre los desahogos de una libertad muy parecida á la licencia, y nada de más llamativo ha creado ó inventado que el modo de hacer el vacío alrededor de las instituciones, para consumar la mistificación más odiosa del mecanismo político que se dió.
¿Han faltado ciudadanos? ¿Han escaseado fuerzas poderosas? No; pero unos y otras han cedido á la perversión del espíritu liberal; y esta perversión lo ha invadido todo, derramando de sus senos impúdicos la leche que han bebido dos generaciones. Ella ha abierto el camino fácil á todas las reacciones. Ella ha minado los cimientos del edificio político que levantaron los hombres de 1810, sin imaginar de seguro que, al cabo de ochenta años, había de ser todavía un embrión en las manos de cuatro millones de argentinos que no saben ó que no pueden conducirlo con éxito.
Y el bienestar, el progreso, la prosperidad son en la República Argentina, meros resultantes de la cuestión de gobierno. La Francia pudo prosperar y engrandecerse bajo el despotismo deslumbrador de Napoleón I, porque Napoleón I era la Nación. La República federal Argentina, nunca ha sido grande relativamente, porque jamás el pueblo —que es la Nación— ha tomado la personería que le corresponde en esa cuestión de gobierno, que envuelve para él sus intereses más íntimos y vitales. No; la han tomado por él los interesados en desnaturalizar esa cuestión en provecho de conveniencias más ó menos extrañas y circuncritas; ó, cuando estas conveniencias han estado en pugna, lo han lanzado á derrocar autoridades, como si de este cambio efímero dependiera la realización de los bienes que todavía se esperan.
El pueblo argentino es, en tesis general, menor de edad. Pero hay algo más asombroso que esto, y es que, por su legislación política anterior, no lo era. El pueblo de 1810 —pueblo del agora, pueblo de ciudad griega, si se quiere— pero el pueblo fué quien decidió de sus destinos el 21 y el 25 de mayo de aquel año; in capite, ciudadano por ciudadano. El verdadero pueblo, por escaso que fuera, hacía acto de presencia en cada una de las evoluciones de la política militante. El pueblo era la fuerza del voto, cuya suma representaba la única opinión pública que había; y era, además, la fuerza armada, en nombre de la ley, para hacer respetar y cumplir sus resoluciones soberanas. Era un teatro diminuto, es cierto, pero era un teatro hermoso donde brillaba el ideal de las democracias, por lo que respecta al ejercicio libre del derecho individual, que gobernaba.
¿Qué educación democrática tenía el pueblo que aclamó virrey á Liniers, poseído de una sublime intuición de la libertad; que votó la destitución del virrey Cisneros, congregándose en la plaza pública, ó en los cuarteles de Patricios para sostener las decisiones de sus representantes legítimos; que creó su Gobierno, Junta, Triunvirato, Directorio; que conquistó su independencia, é inventó, adoptó, y divulgó las ideas más liberales y humanitarias; que gobernó él mismo, por el órgano de sus cabildos, durante los vaivenes o las derrotas de la Revolución; que asistió, en fin, fuerte y compacto, á todas las funciones políticas, donde se manifestaba realmente la influencia culminante y decisiva de la verdadera opinión pública?
El amor á la patria, el sentimiento de la propia dignidad, pudieron más que todos esos pretendidos progresos en las teorías y en las ideas, que extravían á los pueblos en vez de educarlos, cuando los llamados á gobernarlos por su influencia y por sus aptitudes no dan el ejemplo de la virtud cívica, para que ésta haga camino y se radique al pie de cada autoridad que se levante.
Por esto triunfó la revolución. Esa llama divina de la virtud ardió siempre en el espíritu del pueblo, lanzado tras los nobles estímulos con que los prohombres de la Revolución prestijiaban la causa del porvenir, haciendo llegar á todas partes los principios del gobierno libre que hemos ido olvidando poco á poco.
Y, sin embargo, el liberalismo corruptor de nuestros días llama á ese hecho elocuentísimo, candores patrióticos que hicieron su época. Y se diría que la sociología que pregona los progresos, ha encontrado principios más humanitarios que aquél; el mismo que formulaba Montesquieu sentando que la virtud es el fundamento de la República. Sustituyendo todo lo propio que al porvenir hablaba, con ideas cuya misma inconsistencia engendra la perpetua reacción en que se vive, se llega á creer que tal principio fundamental es ó será una resultante de los medios de vida y de gobierno que se desenvuelvan en lo comercial, en lo industrial y lo artístico.
Los vuelos paradojales de De Maistre no irían más lejos. Cuando ese desenvolvimiento se opera en grande escala, se levanta Cartago, —esa ecuación del mercantilismo, cuya incógnita era la nacionalidad que nunca se encontró. Cuando se opera en pequeño, se levantan juderías, adonde tampoco llegan más ecos que los del Dios Oro, cuyo culto sublima la avaricia de los que en ella pululan como átomos del espíritu de Bentham, el cual vive bajo la forma de una libra esterlina que arrojó á la faz del mundo entre una sonrisa de desprecio.
Se aparta como vetusto lo que los abuelos creían que duraría cuando menos el tiempo necesario para comprenderlo y practicarlo. Se hace consistir el progreso en divorciarse del pasado, pero en divorciarse de lo que conspira contra el liberalismo pervertido; de lo que no favorece las tendencias al absolutismo, que deja la opinión pública en esqueleto; de lo que puede oponer barrera á los vicios que corroen la administración y el gobierno. Y se busca, sin embargo, en el pasado el atraso, el error y todo aquello que pueda dar pávulo á la hipocresía que corrompe; á la molicie y el lujo que enervan; al lucro ilegítimo con los intereses generales, que hace á la mitad de la sociedad tributaria de la otra mitad; á la avaricia sórdida que crea la explotación vergonzoza y los escándalos administrativos que se vienen perpetuando en la República.
Educar para la libertad es engrandecerse en el porvenir, y esto no se consigue explotando los desvíos de una época en que se ahorcaba á la libertad, para consumar, á la sombra de este recuerdo, todos los escándalos políticos que vienen sucediéndose por los auspicios de un fanatismo análogo en tendencias y propósitos al que se pretendió derrumbar, aunque más ático en las formas y más soportable en la práctica.
Todos los fanatismos son perjudiciales. Cuarenta años hace que el pueblo argentino vive entre los desahogos de una libertad muy parecida á la licencia, y nada de más llamativo ha creado ó inventado que el modo de hacer el vacío alrededor de las instituciones, para consumar la mistificación más odiosa del mecanismo político que se dió.
¿Han faltado ciudadanos? ¿Han escaseado fuerzas poderosas? No; pero unos y otras han cedido á la perversión del espíritu liberal; y esta perversión lo ha invadido todo, derramando de sus senos impúdicos la leche que han bebido dos generaciones. Ella ha abierto el camino fácil á todas las reacciones. Ella ha minado los cimientos del edificio político que levantaron los hombres de 1810, sin imaginar de seguro que, al cabo de ochenta años, había de ser todavía un embrión en las manos de cuatro millones de argentinos que no saben ó que no pueden conducirlo con éxito.
Y el bienestar, el progreso, la prosperidad son en la República Argentina, meros resultantes de la cuestión de gobierno. La Francia pudo prosperar y engrandecerse bajo el despotismo deslumbrador de Napoleón I, porque Napoleón I era la Nación. La República federal Argentina, nunca ha sido grande relativamente, porque jamás el pueblo —que es la Nación— ha tomado la personería que le corresponde en esa cuestión de gobierno, que envuelve para él sus intereses más íntimos y vitales. No; la han tomado por él los interesados en desnaturalizar esa cuestión en provecho de conveniencias más ó menos extrañas y circuncritas; ó, cuando estas conveniencias han estado en pugna, lo han lanzado á derrocar autoridades, como si de este cambio efímero dependiera la realización de los bienes que todavía se esperan.
El pueblo argentino es, en tesis general, menor de edad. Pero hay algo más asombroso que esto, y es que, por su legislación política anterior, no lo era. El pueblo de 1810 —pueblo del agora, pueblo de ciudad griega, si se quiere— pero el pueblo fué quien decidió de sus destinos el 21 y el 25 de mayo de aquel año; in capite, ciudadano por ciudadano. El verdadero pueblo, por escaso que fuera, hacía acto de presencia en cada una de las evoluciones de la política militante. El pueblo era la fuerza del voto, cuya suma representaba la única opinión pública que había; y era, además, la fuerza armada, en nombre de la ley, para hacer respetar y cumplir sus resoluciones soberanas. Era un teatro diminuto, es cierto, pero era un teatro hermoso donde brillaba el ideal de las democracias, por lo que respecta al ejercicio libre del derecho individual, que gobernaba.
¿Qué educación democrática tenía el pueblo que aclamó virrey á Liniers, poseído de una sublime intuición de la libertad; que votó la destitución del virrey Cisneros, congregándose en la plaza pública, ó en los cuarteles de Patricios para sostener las decisiones de sus representantes legítimos; que creó su Gobierno, Junta, Triunvirato, Directorio; que conquistó su independencia, é inventó, adoptó, y divulgó las ideas más liberales y humanitarias; que gobernó él mismo, por el órgano de sus cabildos, durante los vaivenes o las derrotas de la Revolución; que asistió, en fin, fuerte y compacto, á todas las funciones políticas, donde se manifestaba realmente la influencia culminante y decisiva de la verdadera opinión pública?
El amor á la patria, el sentimiento de la propia dignidad, pudieron más que todos esos pretendidos progresos en las teorías y en las ideas, que extravían á los pueblos en vez de educarlos, cuando los llamados á gobernarlos por su influencia y por sus aptitudes no dan el ejemplo de la virtud cívica, para que ésta haga camino y se radique al pie de cada autoridad que se levante.
Por esto triunfó la revolución. Esa llama divina de la virtud ardió siempre en el espíritu del pueblo, lanzado tras los nobles estímulos con que los prohombres de la Revolución prestijiaban la causa del porvenir, haciendo llegar á todas partes los principios del gobierno libre que hemos ido olvidando poco á poco.
Y, sin embargo, el liberalismo corruptor de nuestros días llama á ese hecho elocuentísimo, candores patrióticos que hicieron su época. Y se diría que la sociología que pregona los progresos, ha encontrado principios más humanitarios que aquél; el mismo que formulaba Montesquieu sentando que la virtud es el fundamento de la República. Sustituyendo todo lo propio que al porvenir hablaba, con ideas cuya misma inconsistencia engendra la perpetua reacción en que se vive, se llega á creer que tal principio fundamental es ó será una resultante de los medios de vida y de gobierno que se desenvuelvan en lo comercial, en lo industrial y lo artístico.
Los vuelos paradojales de De Maistre no irían más lejos. Cuando ese desenvolvimiento se opera en grande escala, se levanta Cartago, —esa ecuación del mercantilismo, cuya incógnita era la nacionalidad que nunca se encontró. Cuando se opera en pequeño, se levantan juderías, adonde tampoco llegan más ecos que los del Dios Oro, cuyo culto sublima la avaricia de los que en ella pululan como átomos del espíritu de Bentham, el cual vive bajo la forma de una libra esterlina que arrojó á la faz del mundo entre una sonrisa de desprecio.
Se aparta como vetusto lo que los abuelos creían que duraría cuando menos el tiempo necesario para comprenderlo y practicarlo. Se hace consistir el progreso en divorciarse del pasado, pero en divorciarse de lo que conspira contra el liberalismo pervertido; de lo que no favorece las tendencias al absolutismo, que deja la opinión pública en esqueleto; de lo que puede oponer barrera á los vicios que corroen la administración y el gobierno. Y se busca, sin embargo, en el pasado el atraso, el error y todo aquello que pueda dar pávulo á la hipocresía que corrompe; á la molicie y el lujo que enervan; al lucro ilegítimo con los intereses generales, que hace á la mitad de la sociedad tributaria de la otra mitad; á la avaricia sórdida que crea la explotación vergonzoza y los escándalos administrativos que se vienen perpetuando en la República.
La mentira erigida en sistema, y la virtud puesta en ridículo: he ahí la
síntesis moral que ha resultado de ese divorcio del espíritu y de la
ciencia de la revolución de 1810, contra el cual clamó el genio
humanitario de Echeverría. Ensayos y reacción contra estos ensayos: he
ahí la síntesis política de lo que el presente puede adelantar como obra
suya.
Y se persigue tal extravismo porque los progresos materiales que se arrancan al sudor de los remotos descendientes, deslumbran hasta el punto de no ver que el progreso es fatal como las desgracias, en un país nuevo, lleno de vida y con aspiraciones á la libertad... Diez y ocho años después que el general Mitre unió á todos los argentinos bajo una constitución federo-nacional, Sarmiento, el infatigable Sarmiento, decía con el acento melancólico que inspira á la vejez la idea de no ver realizados los sueños de ventura que se persiguieron durante una vida de propaganda y de lucha: «Un hombre libre en América, será el hijo de la historia humana como gobierno y moral; el centro del universo, porque todo pensamiento, sonido, materia y visión, le obedecerá y vendrá adonde él esté; ó partirá á los cabos del mundo, guiado por la electricidad si es idea, empujado por el vapor si es materia. Podrán decir los que en tal época vivan, como Nerón: estoy al fin alojado como un hombre libre.»
¿Cómo es posible aproximarse á este punto si se invierte el orden; si en vez de partir de los propios fundamentos, se adopta sin reserva los agenos; si en vez de lo nuevo á que llamamos viejo porque es propio, se recoje lo viejo importado con los atavíos brillantes que tan á mano tienen las industrias fáciles de nuestros días?
Cuando un país como la Nación Argentina, por la obra de su espíritu y de su esfuerzo ha dado independencia y vida á medio continente y fundado la libertad á la sombra de la cual se han levantado seis nuevas repúblicas adonde pueden acudir trabajadores de todas partes del mundo, ese país tiene derecho de marchar con sus medios propios al progreso que le marcan sus destinos. Si no puede marchar así, si los ha perdido, es porque ha degenerado en su espíritu y en su sangre; como degeneró la Grecia, hasta el punto de vivir de la vida y de las ideas semibárbaras de Oriente, contra lo cual han protestado los bardos Kleptas, manteniendo en los campos y en los montes de la Jonia las gloriosas tradiciones de la patria vieja, que comienza recién á renacer.
Salustio refiere que Scipión el Africano y otros romanos ilustres, solían decir que ante el recuerdo de sus antepasados, sus corazones se sentían abrazados por un violento amor á la virtud. Los argentinos tenemos antepasados ilustres también que nos dieron con la independencia y la libertad, un nombre entre las naciones civilizadas. Si nos inspirásemos en sus obras, en su espíritu y en sus esperanzas, no retardaríamos los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestros hijos, viviendo en perpetua reacción contra el organismo político que nos dimos después de habernos despedazado cuarenta años; é imprimiendo á la época en que vivimos esa fisonomía de indolencia, de escepticismo y de perversión que suele ser precursora de grandes desastres ó de irreparables descensos.
Historiando esa lucha prolongada y sangrienta bajo sus múltiples aspectos de reacción, de represión, de descenso y de reconstrucción, y á la luz de los hechos y de la sana filosofía que de éstos se desprenden, creo hacer mejor servicio que el que han hecho hasta ahora los que han escrito libros para enseñar á odiar la tiranía, con el propósito deliberado de eludir responsabilidades propias, en tiempo de extravíos comunes. Las generaciones nuevas no necesitan de estos estímulos para rechazar, en principio, tal calamidad política. El peligro de una tiranía existe latente en el país que cree haber cimentado su libertad deshaciéndose de su tirano, pero sin remover las causas que á éste lo incubaron.
Para apreciar en su justo valor la importancia de estas causas, es indispensable trasportarse á la escena en que se desenvolvían; y á ella voy á llegar estudiando los primeros pasos del que fué en ella el protagonista obligado, en fuerza de las circunstancias que derivaban de la propia índole del teatro, y del poder de atracción de ciertas ideas cuyo empuje llegó á ser irresistible."
(1) Boissier; «L' opposition sous les César», pag. 125 (1885).
Saldías, Adolfo; Historia de la Confederación Argentina. Rozas y sus campañas. Tomo I. Capítulo primero, Prospecto. Buenos Aires, Felix Lajouane, Editor, 1892, pag.1 a 9.
Y se persigue tal extravismo porque los progresos materiales que se arrancan al sudor de los remotos descendientes, deslumbran hasta el punto de no ver que el progreso es fatal como las desgracias, en un país nuevo, lleno de vida y con aspiraciones á la libertad... Diez y ocho años después que el general Mitre unió á todos los argentinos bajo una constitución federo-nacional, Sarmiento, el infatigable Sarmiento, decía con el acento melancólico que inspira á la vejez la idea de no ver realizados los sueños de ventura que se persiguieron durante una vida de propaganda y de lucha: «Un hombre libre en América, será el hijo de la historia humana como gobierno y moral; el centro del universo, porque todo pensamiento, sonido, materia y visión, le obedecerá y vendrá adonde él esté; ó partirá á los cabos del mundo, guiado por la electricidad si es idea, empujado por el vapor si es materia. Podrán decir los que en tal época vivan, como Nerón: estoy al fin alojado como un hombre libre.»
¿Cómo es posible aproximarse á este punto si se invierte el orden; si en vez de partir de los propios fundamentos, se adopta sin reserva los agenos; si en vez de lo nuevo á que llamamos viejo porque es propio, se recoje lo viejo importado con los atavíos brillantes que tan á mano tienen las industrias fáciles de nuestros días?
Cuando un país como la Nación Argentina, por la obra de su espíritu y de su esfuerzo ha dado independencia y vida á medio continente y fundado la libertad á la sombra de la cual se han levantado seis nuevas repúblicas adonde pueden acudir trabajadores de todas partes del mundo, ese país tiene derecho de marchar con sus medios propios al progreso que le marcan sus destinos. Si no puede marchar así, si los ha perdido, es porque ha degenerado en su espíritu y en su sangre; como degeneró la Grecia, hasta el punto de vivir de la vida y de las ideas semibárbaras de Oriente, contra lo cual han protestado los bardos Kleptas, manteniendo en los campos y en los montes de la Jonia las gloriosas tradiciones de la patria vieja, que comienza recién á renacer.
Salustio refiere que Scipión el Africano y otros romanos ilustres, solían decir que ante el recuerdo de sus antepasados, sus corazones se sentían abrazados por un violento amor á la virtud. Los argentinos tenemos antepasados ilustres también que nos dieron con la independencia y la libertad, un nombre entre las naciones civilizadas. Si nos inspirásemos en sus obras, en su espíritu y en sus esperanzas, no retardaríamos los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestros hijos, viviendo en perpetua reacción contra el organismo político que nos dimos después de habernos despedazado cuarenta años; é imprimiendo á la época en que vivimos esa fisonomía de indolencia, de escepticismo y de perversión que suele ser precursora de grandes desastres ó de irreparables descensos.
Historiando esa lucha prolongada y sangrienta bajo sus múltiples aspectos de reacción, de represión, de descenso y de reconstrucción, y á la luz de los hechos y de la sana filosofía que de éstos se desprenden, creo hacer mejor servicio que el que han hecho hasta ahora los que han escrito libros para enseñar á odiar la tiranía, con el propósito deliberado de eludir responsabilidades propias, en tiempo de extravíos comunes. Las generaciones nuevas no necesitan de estos estímulos para rechazar, en principio, tal calamidad política. El peligro de una tiranía existe latente en el país que cree haber cimentado su libertad deshaciéndose de su tirano, pero sin remover las causas que á éste lo incubaron.
Para apreciar en su justo valor la importancia de estas causas, es indispensable trasportarse á la escena en que se desenvolvían; y á ella voy á llegar estudiando los primeros pasos del que fué en ella el protagonista obligado, en fuerza de las circunstancias que derivaban de la propia índole del teatro, y del poder de atracción de ciertas ideas cuyo empuje llegó á ser irresistible."
(1) Boissier; «L' opposition sous les César», pag. 125 (1885).
Saldías, Adolfo; Historia de la Confederación Argentina. Rozas y sus campañas. Tomo I. Capítulo primero, Prospecto. Buenos Aires, Felix Lajouane, Editor, 1892, pag.1 a 9.
Fuentes:
- Agradecemos el aporte de Teresita Carrillo, Presidente de la Fundación Dr.Ramón Carrillo.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
Leonardo Castagnino
Historia