SEPTIEMBRE NEGRO
La izquierda estaba pegando duro era previsible que la derecha iba a responder.
El
sábado 7 de septiembre una mujer llegó hasta la puerta del edificio
ubicado en Senillosa 292, esquina Guayaquil y golpeó levemente el
vidrio. El policía que custodiaba la entrada caminó hacia ella y le
franqueó el paso, cerrando inmediatamente después. Eran las 3 de la
madrugada y no se veían movimientos por ningún lado.
En
el 8º piso vivía el Dr. Raúl Federico Laguzzi, rector de la Universidad
de Buenos Aires y fugaz decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica
durante la breve gestión de Cámpora. El recientemente designado ministro
de Cultura y Educación Jorge Taiana lo había nombrado por decreto, el
25 de julio de ese año, basándose en su trayectoria militante y su
gestión al frente de la mencionada facultad.
El alto funcionario, de 33 años, elemento clave de la JP, dormía junto a su esposa, Elsa Repetto, atentos ambos al menor sonido en la habitación contigua, donde descansaba el pequeño Pablo Gustavo, de cuatro meses de edad.
El alto funcionario, de 33 años, elemento clave de la JP, dormía junto a su esposa, Elsa Repetto, atentos ambos al menor sonido en la habitación contigua, donde descansaba el pequeño Pablo Gustavo, de cuatro meses de edad.
La familia no pasaba un buen momento, Laguzzi venía recibiendo amenazas desde el momento mismo de su asunción y ni el gobierno ni las fuerzas de seguridad prestaban oídos a sus reclamos.
En su artículo “Septiembre negro: el atentado contra el bebé del rector de la UBA que desencadenó el terrorismo en las aulas”, Marcelo Larraquy reproduce el tenebroso llamado que recibió en su despacho a poco de tomar el cargo:
-¿Vio lo que pasó con Ortega Peña? –le preguntaron.
El día anterior el legislador había sido fusilado en pleno barrio de Retiro.
-Sí – respondió Laguzzi. -El próximo es usted1.
Era la Triple A; Laguzzi lo sabía y por eso solicitó protección. Pero Taiana había renunciado tres semanas antes y el nuevo titular, Oscar Ivanissevich, un médico de 79 años, antiguo funcionario de los primeros gobiernos peronistas, no parecía dispuesto a prestarle atención. Por eso la guardia que le pusieron estaba infiltrada y muchos de sus componentes hacían inteligencia para la banda parapolicial.
Otra señal de que la agrupación fundada por Perón era la que impartía las amenazas, fue la lista de condenados a muerte que dio a conocer en esos días, comenzando por varios legisladores entre quienes figuraba una vez más Hipólito Solari Yrigoyen, víctima de su primer atentado (“Esta vez no vamos a fallar” le dijeron).
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| Raúl F. Laguzzi |
La
mujer caminó hasta el ascensor y una vez dentro oprimió el botón Nº 7.
Al llegar a destino abrió la puerta, se asomó para ver que no hubiera
nadie, subió por la escalera hasta el siguiente nivel y ya en el pasillo
se dirigió al incinerador, un espacio de reducidas dimensiones contiguo
al departamento de los Laguzzi. Tratando de no hacer ruido apoyó el
bolso en el suelo y se agachó para extraer algo, un objeto de ciertas
dimensiones que colocó cuidadosamente contra la pared contigua l
apartamento, más precisamente donde dormía el pequeño Pablo. Era una
bomba de 5 kilogramos de gelinita que debía provocar mucho daño2.
Ni bien terminó el trabajo, la desconocida volvió sobre sus pasos y se retiró, no sin antes hacerle un gesto al policía parado en la entrada.
Cinco minutos después, una poderosa explosión sacudió hasta los cimientos el edificio así como los de varias cuadras a la redonda. La estructura de cemento pareció desplomarse en tanto los vidrios se hacían astillas y las ventanas de casi toda la cuadra saltaban de las juntas y volaban en todas direcciones.
El 8º piso se había tornado un infierno. La onda expansiva demolió la pared del pequeño Pablo y la cuna se precipitó por el hueco del ascensor. El bebé cayó varios metros hasta estrellarse contra el ascensor, detenido en el 2º nivel. El matrimonio se salvó por milagro. Aunque presentaba heridas de consideración, quedó colgado de una viga y eso lo preservó de una muerte atroz. Sin embargo, estaban desesperados pues ignoraban la de su hijo.
A excepción de algunas estructuras de hierro, el apartamento quedó completamente en ruinas, lo mismo el contiguo y los dos semipisos de abajo.
Sumamente alarmados, los vecinos ganaron la calle, temerosos de que se pudiera provocar un derrumbe, sin embargo, varios de ellos acudieron a la puerta de los Laguzzi e intentaron socorrerlos. Los hallaron presa del descontrol, buscando a su pequeño entre el humo, el polvo y los escombros pero un principio de incendio dificultaba sus movimientos.
Los moradores del edificio se precipitaron fuera en ropas de dormir, en tanto las luces de los inmuebles vecinos se iban encendiendo y las personas se asomaban por las ventanas para ver que sucedía.
Al los primeros que vieron fue al portero y su mujer sacando a su hijo de 11 años a la rastra, con una grave herida en la cabeza, producto de un grueso trozo de mampostería que le había caído encima.
Minutos después se escucharon las primeras sirenas, y enseguida aparecieron entre dos y tres patrulleros, seguidos a los pocos minutos por una ambulancia y un carro de bomberos.
Se vivían momentos de incertidumbre en la calle. Las mujeres y los niños lloraban y los hombres intentaban consolarlos haciendo al mismo tiempo todo tipo de conjeturas. Se especulaba sobre los móviles del atentado y circulaban las versiones más inverosímiles en cuanto al lugar donde había sido colocada la bomba.
El estallido destruyó completamente los pisos 7º y 8º, dejando el 6º parcialmente dañado3.
Al cabo de media hora de búsqueda, Laguzzi encontró a su pequeño sobre el techo del ascensor. Con la ayuda de agentes policiales y algunos moradores logró retirarlo y con él entre sus brazos corrió hasta el primer patrullero, en el cual partió hacia el Sanatorio Antártida acompañado por un vecino.
El bebé entró en coma; se lo condujo directamente al quirófano (05:30 a.m.) pero por más esfuerzo que hicieron los médicos, no lograron salvarle la vida. El parte emitido por las autoridades del instituto decía textualmente:
Ni bien terminó el trabajo, la desconocida volvió sobre sus pasos y se retiró, no sin antes hacerle un gesto al policía parado en la entrada.
Cinco minutos después, una poderosa explosión sacudió hasta los cimientos el edificio así como los de varias cuadras a la redonda. La estructura de cemento pareció desplomarse en tanto los vidrios se hacían astillas y las ventanas de casi toda la cuadra saltaban de las juntas y volaban en todas direcciones.
El 8º piso se había tornado un infierno. La onda expansiva demolió la pared del pequeño Pablo y la cuna se precipitó por el hueco del ascensor. El bebé cayó varios metros hasta estrellarse contra el ascensor, detenido en el 2º nivel. El matrimonio se salvó por milagro. Aunque presentaba heridas de consideración, quedó colgado de una viga y eso lo preservó de una muerte atroz. Sin embargo, estaban desesperados pues ignoraban la de su hijo.
A excepción de algunas estructuras de hierro, el apartamento quedó completamente en ruinas, lo mismo el contiguo y los dos semipisos de abajo.
Sumamente alarmados, los vecinos ganaron la calle, temerosos de que se pudiera provocar un derrumbe, sin embargo, varios de ellos acudieron a la puerta de los Laguzzi e intentaron socorrerlos. Los hallaron presa del descontrol, buscando a su pequeño entre el humo, el polvo y los escombros pero un principio de incendio dificultaba sus movimientos.
Los moradores del edificio se precipitaron fuera en ropas de dormir, en tanto las luces de los inmuebles vecinos se iban encendiendo y las personas se asomaban por las ventanas para ver que sucedía.
Al los primeros que vieron fue al portero y su mujer sacando a su hijo de 11 años a la rastra, con una grave herida en la cabeza, producto de un grueso trozo de mampostería que le había caído encima.
Minutos después se escucharon las primeras sirenas, y enseguida aparecieron entre dos y tres patrulleros, seguidos a los pocos minutos por una ambulancia y un carro de bomberos.
Se vivían momentos de incertidumbre en la calle. Las mujeres y los niños lloraban y los hombres intentaban consolarlos haciendo al mismo tiempo todo tipo de conjeturas. Se especulaba sobre los móviles del atentado y circulaban las versiones más inverosímiles en cuanto al lugar donde había sido colocada la bomba.
El estallido destruyó completamente los pisos 7º y 8º, dejando el 6º parcialmente dañado3.
Al cabo de media hora de búsqueda, Laguzzi encontró a su pequeño sobre el techo del ascensor. Con la ayuda de agentes policiales y algunos moradores logró retirarlo y con él entre sus brazos corrió hasta el primer patrullero, en el cual partió hacia el Sanatorio Antártida acompañado por un vecino.
El bebé entró en coma; se lo condujo directamente al quirófano (05:30 a.m.) pero por más esfuerzo que hicieron los médicos, no lograron salvarle la vida. El parte emitido por las autoridades del instituto decía textualmente:
…el niño ingresó al
sanatorio con grave traumatismo de cráneo y en estado de coma, falleciendo poco
después, pese a las maniobras de resucitación efectuadas.
Para
entonces, Elsa Repetto de Laguzzi había llegado al lugar y era atendida
de sus heridas.
Pocas horas después, se apersonaron en el edificio de Caballito
ingenieros y personal técnico de la Dirección de Obras Municipales.
Debían supervisar los trabajos de remoción y dirigir las cuadrillas de
obreros mientras procedían a despejar las ruinas y quitaban los
escombros. Lo primero que retiraron fueron los trozos de pared que
amenazaban desprenderse, asó como las aberturas desencajadas de sus
marcos, quitándoles previamente los vidrios.
El ingreso de personas al edificio quedó prohibido y se cortó el tránsito vehicular en tanto personal de la comisaría 10ª y del Cuerpo de Vigilancia montaba estricta guardia, controlando la circulación de los peatones.
El estado del inmueble era tal, que los ingenieros debieron apuntalar una de sus columnas para evitar su colapso.
El ingreso de personas al edificio quedó prohibido y se cortó el tránsito vehicular en tanto personal de la comisaría 10ª y del Cuerpo de Vigilancia montaba estricta guardia, controlando la circulación de los peatones.
El estado del inmueble era tal, que los ingenieros debieron apuntalar una de sus columnas para evitar su colapso.
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| Estado en el que quedó el departamento del matrimonio Laguzzi (Imagen: "La Razón") |
Ni
bien fueron atendidos de sus heridas, los Laguzzi se retiraron hacia un
lugar desconocido, acompañados por familiares y allegados. Como era de
esperar, se negaron a hacer declaraciones.
Pablo Gustavo Laguzzi fue velado en el rectorado de la Universidad de Buenos Aires, por donde desfiló una verdadera multitud.
Al momento de partir hacia la Chacharita, el féretro fue envuelto por una bandera argentina y cargado por numerosos militantes.
Al ser retirado, una vez en el exterior, al menos un centenar de jóvenes alzaron sus brazos con sus puños cerrados o haciendo la “V” de la victoria en tanto lanzaban vivas a la tendencia y mueras al gobierno y sus personeros.
A las 10:15 el cortejo tomó Av. Córdoba; al cabo de unas cuadras dobló por Giribob y así continuó por Federico Lacroze, Av. Forest y Jorge Newbery hasta la puerta de la necrópolis. Al menos cinco vehículos portacoronas y doce automotores fúnebres integraban la caravana. En el primero era conducido el pequeño cajón y en el remís que seguía inmediatamente después se desplazaban sus padres acompañados por un allegado, todos profundamente conmovidos.
En la puerta del cementerio esperaban 200 militantes, los cuales al aparecer la columna comenzaron a entonar la marcha peronista.
Más de un millar de personas acompañaron los restos hasta la bóveda de la familia Troglio. Frente a la misma, hicieron uso de la palabra el Dr. Justino Farrel, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, el profesor Raúl Aragón y el dirigente Miguel Talento, dirigente de FULNBA (Federación Universitaria para la Liberación Nacional de Buenos Aires) quien recalcó que el pequeño era la víctima más joven del justicialismo.
Días antes del atentado, Laguzzi había solicitado una reunión con el flamante ministro de Cultura y Educación pero aquel jamás se la concedió, de ahí la nota acusatoria que redactó a poco del asesinato de su hijo, publicada por distintos medios y leída en todas las universidades.
Al momento de partir hacia la Chacharita, el féretro fue envuelto por una bandera argentina y cargado por numerosos militantes.
Al ser retirado, una vez en el exterior, al menos un centenar de jóvenes alzaron sus brazos con sus puños cerrados o haciendo la “V” de la victoria en tanto lanzaban vivas a la tendencia y mueras al gobierno y sus personeros.
A las 10:15 el cortejo tomó Av. Córdoba; al cabo de unas cuadras dobló por Giribob y así continuó por Federico Lacroze, Av. Forest y Jorge Newbery hasta la puerta de la necrópolis. Al menos cinco vehículos portacoronas y doce automotores fúnebres integraban la caravana. En el primero era conducido el pequeño cajón y en el remís que seguía inmediatamente después se desplazaban sus padres acompañados por un allegado, todos profundamente conmovidos.
En la puerta del cementerio esperaban 200 militantes, los cuales al aparecer la columna comenzaron a entonar la marcha peronista.
Más de un millar de personas acompañaron los restos hasta la bóveda de la familia Troglio. Frente a la misma, hicieron uso de la palabra el Dr. Justino Farrel, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, el profesor Raúl Aragón y el dirigente Miguel Talento, dirigente de FULNBA (Federación Universitaria para la Liberación Nacional de Buenos Aires) quien recalcó que el pequeño era la víctima más joven del justicialismo.
Días antes del atentado, Laguzzi había solicitado una reunión con el flamante ministro de Cultura y Educación pero aquel jamás se la concedió, de ahí la nota acusatoria que redactó a poco del asesinato de su hijo, publicada por distintos medios y leída en todas las universidades.
En el día
de la fecha mi hogar y mi familia fueron objeto de un atentado criminal que
costó la vida de mi hijo de cuatro meses. Los autores materiales del hecho
fugaron impunemente. Su acción contó con el pretexto político que se brindó
injustificada e irresponsablemente desde el Ministerio de Cultura y Educación y
otras fuentes oficiales, con la excusa de la infiltración ideológica y del
desorden interno de la Universidad, así como con la complicidad abierta de las
fuerzas de seguridad, que pocas horas antes del atentado levantaron la custodia
de mi domicilio. Quiero expresar al señor ministro que estos actos de inhumana
y sistemática violencia contra los sectores que pretenden mantener en alto las
banderas de liberación votadas por el pueblo argentino, son también de
responsabilidad del gobierno al que pertenece; que ya no volveré a insistir con
pedidos de audiencia, pues he comprendido cuáles son las formas que el diálogo
asume hoy en esta dolorosa etapa de la historia argentina.
Incluso Franja Morada, la tendenciosa agrupación estudiantil radical se sumó a la ola de protestas con los intrascendentes Federico Storani, Marcelo Stubrin y el acomodaticio Leopoldo Moreau a la cabeza. Los dirigentes exigieron un pronunciamiento a la cúpula de su movimiento y la formación de un comité de investigación. Pese al reclamo, su máximo líder, Ricardo Balbín, optó por un discurso ambiguo (una tradición en la UCR) donde condenó el hecho pero se referió a Lasguzzi en términos condenatorios:
-Hoy será noticia que al rector le han puesto una bomba que le mató al hijo e hirió gravemente a su mujer y a él. Nosotros vamos a documentar nuestro reclamo, pero ese rector, antes de la bomba, no había serenado al ámbito universitario.
Dos semanas después, Laguzzi presentó su renuncia y en su lugar el gobierno nombró al polémico Raúl Alberto Ottalagano, un fascista confeso que venía de militar en la ultraderecha peronista desde 1943.
Ottalagano asumió el 17 de septiembre y de manera inmediata puso en marcha un programa que acabó de un plumazo con la política de su antecesor y la infiltración marxista en las aulas. Lo primero que ordenó fue una investigación de personal administrativo universitario y una limpieza de elementos subversivos y personas inconvenientes al régimen, la mayoría estudiantes y docentes.
Ex integrante de la Alianza Libertadora Nacionalista, militante activo del Movimiento Tacuara, jefe de Juventudes de la Unión Nacionalista del Interior (UNIR) y secretario de la Agrupación Tradicionalista y Centro “Martín Fierro” de Paraná, tras la caída del régimen pasó a la clandestinidad y tras incorporarse a Resistencia Peronista, tomó parte activa en el levantamiento del general Valle (9 al 12 de junio de 1956), razón por la cual fue arrestado y condenado a prisión.
Exiliado el líder justicialista, pasó a formar parte del Comando Estratégico y Táctico del movimiento y en 1973 fue nombrado asesor de la presidencia cuando aquel asumió el gobierno por tercera vez.
Perón se rodeada de personeros que sin ningún tapujo se autocalificaban de fascistas y la tendencia seguía hablando de hacer la revolución en su nombre y le echaba la culpa de todo a López Rega.
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| Alberto Ottalagano |
Quince
días antes de ser designado, Ottalagano fue víctima de un atentado en
el Hotel Villaguay de la localidad homónima. Del mismo salió ileso, no
así el dueño del establecimiento y el atacante, quienes perecieron
durante el intercambio de disparos, el primero al recibir dos balazos de
parte del agresor y el segundo al ser abatido por los custodios del
funcionario.
La designación de Ottalagano al frente de la UBA generó el repudio de amplios sectores del estudiantado, del profesorado y distintas agrupaciones políticas. Amparado en la nueva Ley Universitaria, una vez en funciones estableció el ingreso restringido, despidió el personal “no calificado”, aplicó la segregación y promovió el favoritismo al entregar los decanatos a conocidos militantes del nacionalismo católico.
A partir de ese momento, la persecución se tornó violenta en los claustros y cobró ribetes realmente dantescos. Durante los tres meses y medio de su gestión perdieron la vida once alumnos y otros cuatro desaparecieron sin dejar rastros.
Ottalagano, a quien Perón, afectuosamente le decía: “O talagano o talaempato”, siempre se declaró fascista, ultraderechista y católico. Lo hizo públicamente y hasta se retrató en más de una ocasión haciendo el saludo romano. Y si bien negaba ser antisemita, solía sometió a apremios al estudiantado judío y reivindicaba constantemente a Hitler, Franco y sobre todo a Benito Mussolini, su máximo ídolo después de Perón. Pero para él, el modelo a seguir fue el general José Millán-Astray, militar y funcionario del régimen falangista, veterano de la guerra de Marruecos e incondicional del caudillo de España, a quien permanentemente citaba en publicaciones y discursos.
A través de sus escritos, así como en sus manifestaciones públicas, exhortaba al peronismo a ser lo que realmente era y casi nadie quería ver: un movimiento fascista y como tal cristiano, enemigo de la izquierda y los regímenes democráticos.
Este era el hombre al que Perón llamó a su lado ni bien regresó de su exilio y su viuda elevó a la dirección del mayor centro de estudios de la República Argentina, el mismo que tras el advenimiento de la democracia en 1983, no dudó en afirmar:
La designación de Ottalagano al frente de la UBA generó el repudio de amplios sectores del estudiantado, del profesorado y distintas agrupaciones políticas. Amparado en la nueva Ley Universitaria, una vez en funciones estableció el ingreso restringido, despidió el personal “no calificado”, aplicó la segregación y promovió el favoritismo al entregar los decanatos a conocidos militantes del nacionalismo católico.
A partir de ese momento, la persecución se tornó violenta en los claustros y cobró ribetes realmente dantescos. Durante los tres meses y medio de su gestión perdieron la vida once alumnos y otros cuatro desaparecieron sin dejar rastros.
Ottalagano, a quien Perón, afectuosamente le decía: “O talagano o talaempato”, siempre se declaró fascista, ultraderechista y católico. Lo hizo públicamente y hasta se retrató en más de una ocasión haciendo el saludo romano. Y si bien negaba ser antisemita, solía sometió a apremios al estudiantado judío y reivindicaba constantemente a Hitler, Franco y sobre todo a Benito Mussolini, su máximo ídolo después de Perón. Pero para él, el modelo a seguir fue el general José Millán-Astray, militar y funcionario del régimen falangista, veterano de la guerra de Marruecos e incondicional del caudillo de España, a quien permanentemente citaba en publicaciones y discursos.
A través de sus escritos, así como en sus manifestaciones públicas, exhortaba al peronismo a ser lo que realmente era y casi nadie quería ver: un movimiento fascista y como tal cristiano, enemigo de la izquierda y los regímenes democráticos.
Este era el hombre al que Perón llamó a su lado ni bien regresó de su exilio y su viuda elevó a la dirección del mayor centro de estudios de la República Argentina, el mismo que tras el advenimiento de la democracia en 1983, no dudó en afirmar:
... el
fascismo es el primer nacionalismo popular y social que asoma en la historia...
el justicialismo no se concibe sin la experiencia fascista.
En eso llevaba razón, sin embargo, en su siguiente expresión demostró que en el fondo era apenas un vulgar ignorante:
La historia futura necesita un nuevo Hitler acristianado. Necesita de
un nuevo Hitler católico. Un Hitler sin Auschwitz (o esos campos que se le
atribuyen y cuyas pruebas de existencia no me constan). Dios reclama en este
momento una espada de fuego. Pero una espada de fuego católica.
Ottalagano parecía ignorar que su héroe había sido católico practicante, que tenía profundas raíces cristianas y que hasta el fin de sus días aportó el diezmo a la Iglesia4. Ese era, lo repetimos, el hombre que Perón había para ocupar funciones en su tercer mandato y el que su viuda designó para suplir a Laguzzi luego del atentado que le costara la vida a su hijo. Esa la respuesta a los reclamos de seguridad que venía formulando el catedrático militante a raíz de las amenazas que estaba recibiendo desde que asumió sus funciones.
El 9 de septiembre era un día de sol. Pese a que era lunes, el agente de la bonaerense Luis Alberto Coronel estaba de franco y por eso vestía de civil y estaba desarmado. Esa mañana salió a hacer unas compras y en el camino, más precisamente sobre la calle Ñandú 1945 de William C. Morris, se encontró con un vecino y se puso a conversar. En su casa, a unas pocas cuadras, su mujer les preparaba el desayuno a sus hijos de 5, 3 y 2 años. Los dos mayores, de 12 y 13 se hallaban en la escuela y no regresarían hasta pasado el mediodía.
Coronel dialogaba despreocupadamente cuando un automóvil se detuvo a su lado y de él bajaron tres desconocidos, uno de ellos armado con una escopeta de caño recortado y los otros con revólveres calibre 38 mm.
Los sujetos se dirigieron resueltamente al policía y después de identificarse como pertenecientes al ERP, le dispararon a mansalva, efectuándole varias descargas.
El portador de la escopeta oprimió el gatillo en dos oportunidades, sin darle tiempo a reaccionar. Coronel cayó gravemente herido y en esas circunstancias, otro de los atacantes se le acercó y le efectuó un disparo de gracia, destrozándole la cabeza.
Después de proferir amenazas e invocar a la organización, los asesinos abordaron el auto y escaparon a gran velocidad dejando detrás un cuadro desolador. Era la prueba que todo aspirante debía hacer para ingresar a la banda subversiva: ejecutar en la calle a un policía y así mostrar el temple y la sangre fría necesarios para el combate.
Ese mismo día fue desactivada una bomba en Villa Lugano, en Lomas de Zamora se realizó un allanamiento en una imprenta clandestina apresándose a varios subversivos y en Rosario fueron inhumados los restos de Juan Máximo Ferrarons, joven abogado montonero, muerto junto a dos compañeros al estallar las cargas explosivas que llevaban en su automóvil.
Ferrarons, de 25 años, se desplazaba junto a Víctor Hugo Codemo (29) y Guadalupe Porporato de Molina (22), ambos estudiantes de Filosofía y Letras cuando las tres bombas que portaban explotaron, matándolos al instante.
El automóvil, propiedad del padre de Ferrarons, quedó reducido a una masa de hierros retorcidos en tanto en su interior los cuerpos de sus ocupantes se consumían envueltos en llamas. Al ser retirados por los bomberos una vez apagado el fuego, se hallaban irreconocibles.
Era evidente que se disponían a cometer un atentado pero apenas se pusieron en marcha las cargas se activaron y volaron en mil pedazos5.
En cuanto a la imprenta allanada en Lomas de Zamora, funcionaba también como refugio subversivo y arsenal. En ella se encontraron, además de literatura extremista, maquinaria por $ 500.000.000, armamento y correspondencia, la más significativa, notas emitidas por los Tupamaros de Uruguay6.
| Agente Luis Coronel ("La Razón") |
Pero
lo más significativo de aquella primera semana de septiembre fue el
relato apologético que Mario Eduardo Firmenich y Norma Arrostito
hicieron sobre el asesinato de Aramburu en “La Causa Peronista”, así
como la condena militar que la Corte Suprema le impuso a Hernán
Invernizzi, el soldado que posibilitó el copamiento del Comando de
Sanidad.
Con
respecto a lo primero, la indignación fue tal en la sociedad, que la
justicia decidió intervenir, presentando una denuncia ante la Cámara del
Crimen contra los editores de la publicación, disponiendo la inmediata
clausura de su redacción y el secuestro de la edición (y la de cualquier
otro órgano que reprodujese el texto). El descaro no tenía límites y la
actitud desafiante de los insurgentes creaba las condiciones para una
reacción castrense.
El 13 de septiembre la Infantería celebró su efeméride en un acto organizado en la Escuela del arma sita en Campo de Mayo. Asistieron entre otras personalidades, el comandante en jefe del Ejército, general Leandro Enrique Anaya, el pro vicario castrense Victorio Bonamín, el teniente general (RE) Jorge Raúl Carcagno y el general (RE) José Embrioni, intendente municipal de la ciudad de Buenos Aires.
En la oportunidad, antes de la parada que realizaron los regimientos de la Región Militar Buenos Aires con sus banderas y estandartes, hizo uso de la palabra el general Rosendo Fraga, presidente de la Comisión del Arma de Infantería. Finalizado el desfile se entonaron los acordes del Himno Nacional y monseñor Bonamín pronunció una oración.
En coincidencia, fueron incorporados a la Armada los submarinos “Salta” y “San Luis”, en una ceremonia que tuvo lugar en la Base Naval de Mar del Plata a la que asistieron el almirante Emilio E. Massera, el brigadier Héctor L. Fautario, el general Leandro Anaya, el capitán de navío Julio A. Torti, comandante de la fuerza de submarinos, el intendente de Gral. Pueyrredón, Luis Nuncio Fabrizio y monseñor Bonamín, quien tuvo a su cargo el acto de afirmado del pabellón nacional sobre ambas cubiertas.
Tras las palabras pronunciadas por el capitán Torti, la banda de suboficiales de la Escuela de Infantería de Marina ejecutó los acordes del Himno patrio y naves del Club Náutico Mar del Playa, del Yatch Club Argentino y el Club de Motonáutica, así como barcos pesqueros, desfilaron frente a la rada.
Las unidades, de origen alemán, acababan de ser ensambladas y soldadas en los astilleros Tandanor de Buenos Aires. Eran las dos primeras tipo 209/1200 de un lote de cuatro, construidas en el astillero Howaldtswerke, de Kiel, las cuales fueron entregadas en partes y transportadas a Buenos Aires en un buque mercante argentino.
Según la prensa, se trataba de “…naves provistas de la tecnología más avanzada, con un radio de operatividad que les permite. Al margen de su indiscutible poderío combativo, permanecer en profundidad hasta 200 horas”7, pero que en las dos ocasiones en que fueron desplegadas con motivo de un conflicto armado, demostraron ser un fiasco, presentando marcados defectos y una llamativa inoperancia8.
Mientras tanto, la lucha continuaba. En Rosario un comando del ERP acribilló al cabo Rubén Oscar San Juan, de 33 años, efectivo de la comisaría 2ª de esa ciudad y miembro activo del SAR (Sub-Área Rosario), una organización de lucha antisubversiva dependiente del II Cuerpo de Ejército.
El hecho tuvo lugar el día 3 a las 08:10 en Av. Godoy, entre Solís y Magallanes, cuando el aludido se desplazaba en su Fiat 600 para incorporarse al servicio.
En momentos en que pasaba a un colectivo que circulaba por la derecha, el agente fue encerrado por un Peugeot 504 blanco, patente T-045.370 y obligado a detener la marcha.
San Juan frenó bruscamente pero no pudo evitar la colisión contra el costado del rodado. Del otro vehículo descendieron tres de sus cuatro ocupantes y encañonándolo con sus armas abrieron fuego. El primero lo hizo con una ametralladora, el segundo con una pistola 9 mm y el tercero con una escopeta de caño recortado.
El suboficial recibió 15 impactos de bala, la mayoría en la cabeza y el tórax, muriendo instantáneamente. Uno de los proyectiles alcanzó en una pierna a Miguel Ángel Geromini, vecino de 30 años domiciliado en Amenábar 6030, quien fue asistido por los transeúntes y luego evacuado a la Asistencia Pública.
El vehículo atacante escapó seguido por un Chevy y dos Fiat 128 que le habían servido de apoyo.
El cabo San Juan había tomado parte en actos de extrema violencia, entre ellos el secuestro y la desaparición del estudiante de Ciencias Económicas Ángel Enrique Brandazza, hecho que tuvo lugar el 28 de noviembre de 1972, mientras aguardaba un colectivo en la esquina de Saavedra y San Nicolás. Los secuestradores lo introdujeron en un Chevrolet 400 y lo condujeron a un descampado donde lo obligaron a meterse en el baúl. Cuando lo trasladaban hacia otro destino, Brandazza logró abrir la compuerta y saltar a la calle, comprobando enseguida que estaba en Bulevar Oroño y Córdoba.
El 13 de septiembre la Infantería celebró su efeméride en un acto organizado en la Escuela del arma sita en Campo de Mayo. Asistieron entre otras personalidades, el comandante en jefe del Ejército, general Leandro Enrique Anaya, el pro vicario castrense Victorio Bonamín, el teniente general (RE) Jorge Raúl Carcagno y el general (RE) José Embrioni, intendente municipal de la ciudad de Buenos Aires.
En la oportunidad, antes de la parada que realizaron los regimientos de la Región Militar Buenos Aires con sus banderas y estandartes, hizo uso de la palabra el general Rosendo Fraga, presidente de la Comisión del Arma de Infantería. Finalizado el desfile se entonaron los acordes del Himno Nacional y monseñor Bonamín pronunció una oración.
En coincidencia, fueron incorporados a la Armada los submarinos “Salta” y “San Luis”, en una ceremonia que tuvo lugar en la Base Naval de Mar del Plata a la que asistieron el almirante Emilio E. Massera, el brigadier Héctor L. Fautario, el general Leandro Anaya, el capitán de navío Julio A. Torti, comandante de la fuerza de submarinos, el intendente de Gral. Pueyrredón, Luis Nuncio Fabrizio y monseñor Bonamín, quien tuvo a su cargo el acto de afirmado del pabellón nacional sobre ambas cubiertas.
Tras las palabras pronunciadas por el capitán Torti, la banda de suboficiales de la Escuela de Infantería de Marina ejecutó los acordes del Himno patrio y naves del Club Náutico Mar del Playa, del Yatch Club Argentino y el Club de Motonáutica, así como barcos pesqueros, desfilaron frente a la rada.
Las unidades, de origen alemán, acababan de ser ensambladas y soldadas en los astilleros Tandanor de Buenos Aires. Eran las dos primeras tipo 209/1200 de un lote de cuatro, construidas en el astillero Howaldtswerke, de Kiel, las cuales fueron entregadas en partes y transportadas a Buenos Aires en un buque mercante argentino.
Según la prensa, se trataba de “…naves provistas de la tecnología más avanzada, con un radio de operatividad que les permite. Al margen de su indiscutible poderío combativo, permanecer en profundidad hasta 200 horas”7, pero que en las dos ocasiones en que fueron desplegadas con motivo de un conflicto armado, demostraron ser un fiasco, presentando marcados defectos y una llamativa inoperancia8.
Mientras tanto, la lucha continuaba. En Rosario un comando del ERP acribilló al cabo Rubén Oscar San Juan, de 33 años, efectivo de la comisaría 2ª de esa ciudad y miembro activo del SAR (Sub-Área Rosario), una organización de lucha antisubversiva dependiente del II Cuerpo de Ejército.
El hecho tuvo lugar el día 3 a las 08:10 en Av. Godoy, entre Solís y Magallanes, cuando el aludido se desplazaba en su Fiat 600 para incorporarse al servicio.
En momentos en que pasaba a un colectivo que circulaba por la derecha, el agente fue encerrado por un Peugeot 504 blanco, patente T-045.370 y obligado a detener la marcha.
San Juan frenó bruscamente pero no pudo evitar la colisión contra el costado del rodado. Del otro vehículo descendieron tres de sus cuatro ocupantes y encañonándolo con sus armas abrieron fuego. El primero lo hizo con una ametralladora, el segundo con una pistola 9 mm y el tercero con una escopeta de caño recortado.
El suboficial recibió 15 impactos de bala, la mayoría en la cabeza y el tórax, muriendo instantáneamente. Uno de los proyectiles alcanzó en una pierna a Miguel Ángel Geromini, vecino de 30 años domiciliado en Amenábar 6030, quien fue asistido por los transeúntes y luego evacuado a la Asistencia Pública.
El vehículo atacante escapó seguido por un Chevy y dos Fiat 128 que le habían servido de apoyo.
El cabo San Juan había tomado parte en actos de extrema violencia, entre ellos el secuestro y la desaparición del estudiante de Ciencias Económicas Ángel Enrique Brandazza, hecho que tuvo lugar el 28 de noviembre de 1972, mientras aguardaba un colectivo en la esquina de Saavedra y San Nicolás. Los secuestradores lo introdujeron en un Chevrolet 400 y lo condujeron a un descampado donde lo obligaron a meterse en el baúl. Cuando lo trasladaban hacia otro destino, Brandazza logró abrir la compuerta y saltar a la calle, comprobando enseguida que estaba en Bulevar Oroño y Córdoba.
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| Ángel E. Brandazza desaparecido en 1972 |
Viéndose
libre, comenzó a correr y a gritar pidiendo auxilio, pero fue
recapturado por los ocupantes de un Ford Falcon que venía detrás y ya no
se lo volvió a ver. Eran las 3 p.m. y entre los testigos del suceso se
encontraban un empleado de la estación de servicio Shell y varios
operarios de Gas del Estado que trabajaban en el lugar.
El
grupo de tareas que secuestró a Brandazza estaba integrado por al menos
ocho personas entre las que se encontraban el oficial ayudante Ovidio
Marcelo Olazagoitía, el subinspector Alberto Máximo Grandi, el cabo
Gregorio Prieto y el agente Ángel Jesús Farías.
Todos estos datos fueron proporcionados por el agente retirado Jorge Colombo cuando se encontraba cautivo del ERP (había sido secuestrado el 17 de julio de 1974).
Previo al asesinato de San Juan, se produjo el robo de al menos dos de los automotores utilizados en el operativo.
En horas de la madrugada (2 a.m.), el garaje de San Luis 4043 fue asaltado por tres desconocidos quienes, después de inmovilizar al sereno Domingo Varela, de 53 años, se llevaron un Fiat 128 patente S-308100, otro de la misma marca chapa S-244109 y un Renault 12 con placa provisoria.
Con el objeto de desorientar las investigaciones, los delincuentes procedieron a cambiar las placas de los rodados, reemplazándolas por las de otros, más precisamente las del Fiat 128 chapa N-028804 y una cupé Fiat 1500 matrícula, S-103813. Antes de escapar, los revisaron una vez más las ataduras del cuidador, le dijeron que se mantuviera tranquilo y cortaron las líneas telefónicas.
El 9 de septiembre poco antes de que el agente Coronel fuese asesinado en William Morris, apareció muerto José Luis Nell, el dirigente montonero herido durante la masacre de Ezeiza.
La investigación permitió establecer que el occiso se había quitado la vida pues junto a su cadáver fue encontrada una carta donde explicaba sus propósitos y un documento confirmando su identidad.
Pese a que buena parte de la opinión pública puso en duda la versión, el terrorista bajó las barrancas de Martínez hasta la estación Anchorena y al llegar a las vías del abandonado ramal “R”, extrajo una Browning 9 mm y se descerrajó un tiro en la sien. Su cuerpo fue hallado en horas de la mañana, a la altura de la calle Pasteur y por los estudios de balística realizados posteriormente se llegó a la conclusión de que había muerto alrededor de las 8 a.m. Sin embargo, pocos días después comenzó a hablarse de un ajusticiamiento por parte de la cúpula montonera, un procedimiento que se estaba dando con mucha frecuencia en los últimos tiempos ante la cantidad de deserciones y actos de indisciplina por parte de sus cuadros.
Todos estos datos fueron proporcionados por el agente retirado Jorge Colombo cuando se encontraba cautivo del ERP (había sido secuestrado el 17 de julio de 1974).
Previo al asesinato de San Juan, se produjo el robo de al menos dos de los automotores utilizados en el operativo.
En horas de la madrugada (2 a.m.), el garaje de San Luis 4043 fue asaltado por tres desconocidos quienes, después de inmovilizar al sereno Domingo Varela, de 53 años, se llevaron un Fiat 128 patente S-308100, otro de la misma marca chapa S-244109 y un Renault 12 con placa provisoria.
Con el objeto de desorientar las investigaciones, los delincuentes procedieron a cambiar las placas de los rodados, reemplazándolas por las de otros, más precisamente las del Fiat 128 chapa N-028804 y una cupé Fiat 1500 matrícula, S-103813. Antes de escapar, los revisaron una vez más las ataduras del cuidador, le dijeron que se mantuviera tranquilo y cortaron las líneas telefónicas.
El 9 de septiembre poco antes de que el agente Coronel fuese asesinado en William Morris, apareció muerto José Luis Nell, el dirigente montonero herido durante la masacre de Ezeiza.
La investigación permitió establecer que el occiso se había quitado la vida pues junto a su cadáver fue encontrada una carta donde explicaba sus propósitos y un documento confirmando su identidad.
Pese a que buena parte de la opinión pública puso en duda la versión, el terrorista bajó las barrancas de Martínez hasta la estación Anchorena y al llegar a las vías del abandonado ramal “R”, extrajo una Browning 9 mm y se descerrajó un tiro en la sien. Su cuerpo fue hallado en horas de la mañana, a la altura de la calle Pasteur y por los estudios de balística realizados posteriormente se llegó a la conclusión de que había muerto alrededor de las 8 a.m. Sin embargo, pocos días después comenzó a hablarse de un ajusticiamiento por parte de la cúpula montonera, un procedimiento que se estaba dando con mucha frecuencia en los últimos tiempos ante la cantidad de deserciones y actos de indisciplina por parte de sus cuadros.
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| José Luis Nell |
Como
se recordará, además de su participación en los hechos de Ezeiza, Nell
había tomado parte en el ataque al Policlínico Bancario, el 29 de agosto
de 1963, asaltos a mano armada y fugas espectaculares, entre ellas la
del Penal de Punta Carretas en Montevideo (mayo de 1968), luego e unirse
a los tupamaros con quienes venía operando desde su salida del país a
fines de 1973.
La causa fue rotulada como “suicidio” pero mucho se especuló entonces con el ajuste de cuentas, una ejecución sumaria dadas las críticas formuladas a la conducción por el asesinato de Rucci. Esa fue la causa de su salida y la unión con la vertiente “Lealtad” de la JP primero y los subversivos uruguayos posteriormente.
Se dice también que no bajó solo hasta las vías abandonadas del Ferrocarril Mitre sino que fue “acompañado” hasta allí por sus antiguos compañeros de militancia, quienes luego se retiraron.
¿Lo llevaron a un sitio solitario para que se suicide? ¿No lo ayudaron a superar la depresión? ¿De qué compañeros se habla cuando había dejado la organización hacía más de un año? Todo suena muy raro y como se ha dicho, desde hacía tiempo los montoneros combatían las deserciones con cortes marciales, juicios sumarios y fusilamientos. Este bien pudo ser uno de ellos.
Pero eso no fue todo. En horas de la noche, la Triple A secuestró en la Capital Federal al joven abogado Alfredo Curutchet, de 34 años, cuyo cuerpo fue hallado sin vida en un baldío sito en General Mosconi entre La Rábida y Alto Perú de la localidad de Beccar. Tenía las manos fuertemente atadas y su cuerpo acribillado a balazos.
Testigos del hecho relataron que poco antes de las 21 horas, un Ford Falcon verde se detuvo frente al terreno y de él descendieron dos personas, llevando a los empujones a una tercera maniatada y con la boca tapada. Una vez allí, los asesinos extrajeron armas de puño y le efectuaron varios disparos, rematándolo posteriormente con descargas de Itaka y ametralladoras.
Consumado el acto, los desconocidos abordaron nuevamente el vehículo y a muy baja velocidad se retiraron por Gral. Mosconi hasta la intersección de las avenidas Sucre y Juan Segundo Fernández, donde doblaron hacia Intendente Tomkinson y siguieron hasta la Panamericana.
Ni bien desaparecieron, algunos vecinos salieron a la calle para ver qué había sucedido. En el baldío había tirado un cadáver con numerosos impactos de bala, buena parte de ellos en la cabeza. Tenía las manos atadas con cables a la espalda, vestía saco gris, pantalón marrón y efectivamente llevaba la boca cubierta por una tela adhesiva.
Efectuada la denuncia, se hicieron presentes varias comisiones policiales y con ellas el juez de instrucción Francisco Lynch, quien como primera medida, ordenó radicar el hecho en la comisaría 5ª de San Isidro.
El cuerpo fue retirado por una ambulancia y conducido a la morgue judicial de la localidad donde efectuada la autopsia, se pudo determinar que se trataba del joven abogado nacido en Bell Ville, apodado “El Cuqui”, de activa actuación en la izquierda sindical.
Si bien al apellido Curutchet se lo asocia a la derecha nacionalista, la víctima nada tenía que ver con esa familia. Defensor de guerrilleros del ERP había viajado a esa provincia junto a Silvio Frondizi, Manuel Gaggero y Julio César Marcoli para representar a los terroristas que intentaron tomar el Regimiento de Infantería Aerotransportada 17. Su velatorio fue multitudinario, lo mismo su entierro, al cual, según algunas fuentes, asistieron cerca de 10.000 personas.
Conocida la noticia, un grupo de letrados del Departamento de Soberanía Política de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, encabezado por Silvio Frondizi, Manuel Gaggero, Rafael Pérez y Felipe Martín, denunciaron una campaña intimidatoria iniciada desde el gobierno. En su alegato, hicieron alusión al asesinato de Curutchet, la bomba incendiaria colocada en el estudio del Dr. Frondizi, y la granada arrojada por manos anónimas contra su domicilio, la cual no llegó a estallar.
La causa fue rotulada como “suicidio” pero mucho se especuló entonces con el ajuste de cuentas, una ejecución sumaria dadas las críticas formuladas a la conducción por el asesinato de Rucci. Esa fue la causa de su salida y la unión con la vertiente “Lealtad” de la JP primero y los subversivos uruguayos posteriormente.
Se dice también que no bajó solo hasta las vías abandonadas del Ferrocarril Mitre sino que fue “acompañado” hasta allí por sus antiguos compañeros de militancia, quienes luego se retiraron.
¿Lo llevaron a un sitio solitario para que se suicide? ¿No lo ayudaron a superar la depresión? ¿De qué compañeros se habla cuando había dejado la organización hacía más de un año? Todo suena muy raro y como se ha dicho, desde hacía tiempo los montoneros combatían las deserciones con cortes marciales, juicios sumarios y fusilamientos. Este bien pudo ser uno de ellos.
Pero eso no fue todo. En horas de la noche, la Triple A secuestró en la Capital Federal al joven abogado Alfredo Curutchet, de 34 años, cuyo cuerpo fue hallado sin vida en un baldío sito en General Mosconi entre La Rábida y Alto Perú de la localidad de Beccar. Tenía las manos fuertemente atadas y su cuerpo acribillado a balazos.
Testigos del hecho relataron que poco antes de las 21 horas, un Ford Falcon verde se detuvo frente al terreno y de él descendieron dos personas, llevando a los empujones a una tercera maniatada y con la boca tapada. Una vez allí, los asesinos extrajeron armas de puño y le efectuaron varios disparos, rematándolo posteriormente con descargas de Itaka y ametralladoras.
Consumado el acto, los desconocidos abordaron nuevamente el vehículo y a muy baja velocidad se retiraron por Gral. Mosconi hasta la intersección de las avenidas Sucre y Juan Segundo Fernández, donde doblaron hacia Intendente Tomkinson y siguieron hasta la Panamericana.
Ni bien desaparecieron, algunos vecinos salieron a la calle para ver qué había sucedido. En el baldío había tirado un cadáver con numerosos impactos de bala, buena parte de ellos en la cabeza. Tenía las manos atadas con cables a la espalda, vestía saco gris, pantalón marrón y efectivamente llevaba la boca cubierta por una tela adhesiva.
Efectuada la denuncia, se hicieron presentes varias comisiones policiales y con ellas el juez de instrucción Francisco Lynch, quien como primera medida, ordenó radicar el hecho en la comisaría 5ª de San Isidro.
El cuerpo fue retirado por una ambulancia y conducido a la morgue judicial de la localidad donde efectuada la autopsia, se pudo determinar que se trataba del joven abogado nacido en Bell Ville, apodado “El Cuqui”, de activa actuación en la izquierda sindical.
Si bien al apellido Curutchet se lo asocia a la derecha nacionalista, la víctima nada tenía que ver con esa familia. Defensor de guerrilleros del ERP había viajado a esa provincia junto a Silvio Frondizi, Manuel Gaggero y Julio César Marcoli para representar a los terroristas que intentaron tomar el Regimiento de Infantería Aerotransportada 17. Su velatorio fue multitudinario, lo mismo su entierro, al cual, según algunas fuentes, asistieron cerca de 10.000 personas.
Conocida la noticia, un grupo de letrados del Departamento de Soberanía Política de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA, encabezado por Silvio Frondizi, Manuel Gaggero, Rafael Pérez y Felipe Martín, denunciaron una campaña intimidatoria iniciada desde el gobierno. En su alegato, hicieron alusión al asesinato de Curutchet, la bomba incendiaria colocada en el estudio del Dr. Frondizi, y la granada arrojada por manos anónimas contra su domicilio, la cual no llegó a estallar.
| Un reportero dialoga con unos niños frente al terreno baldío de la calle Gral. Mosconi donde apareció el cuerpo de Curutchet (Imagen: "La Nación") |
La
situación interna era tal en la Argentina, que en previsión del
accionar subversivo, fueron militarizadas numerosas entidades civiles,
entre ellas el aeródromo de Santa Rosa, el cual fue convertido en Base
de la Fuerza Aérea, designándose a su frente al vicecomodoro Eduardo
Cáceres y su segundo, el teniente Eduardo Almonio, futuro héroe de
Malvinas.
Un
centenar de efectivos fueron asignados a la unidad, de cuales la
primera sección arribó en un avión Hércules C-130 junto con el armamento
y los pertrechos. Al menos diez camiones cisterna repletos de
combustible, llegaron por vía terrestre bajo un estricto operativo de
seguridad. En los días siguientes, comenzaron a aterrizar los primeros
cazabombarderos Skyhawk en tanto el personal técnico lo hacía por
diferentes medios.
Imágenes

La puerta del ascensor fue arrancada de cuajo en el
edificio donde vivía Laguzzi
(Imagen: "La Razón")

El vecino que ayudó a Laguzzi a encontrar a su hijo dialoga con la prensa
(Imagen: "La Razón")

El edificio de Senillosa 292. A la derecha el portero es reporteado por los medios
(Imagen: "La Razón")

El cortejo con el pequeño Pablo Gustavo Laguzzi se pone en marcha hacia la Chacarita
(Imagen: "La Razón")

Ottalagano haciendo el saludo fascista.
De estos funcionarios se rodeó Perón
durante su tercer mandato
(Imagen: "Gente")

Imprenta clandestina allanada en Lomas de Zamora
(Imagen: "La Razón")

Dos de los detenidos durante la requisa a la imprenta
subversiva de Lomas de Zamora. A la izq. Ricardo J.
Mónaco, a su lado Rubén Batallés, amnistiado por el
gobierno de Cámpora el 25 de mayo de 1973
(Imagen: "La Razón")

El general Rosando Fraga hace uso de la palabra durante el acto conmemorativo
del Día de la Infantería. Campo de Mayo, 13 de septiembre de 1974
(Imagen: "La Razón")

La Armada incorpora los submarinos 209/1200
de origen alemán, en la foto el ARA "Salta" (S-31)
(Imagen: "La Razón")

Marcado con una X el lugar donde apareció
el cuerpo del abogado Alfredo A. Curutchet
(Imagen: "La Nación")

La puerta del ascensor fue arrancada de cuajo en el
edificio donde vivía Laguzzi
(Imagen: "La Razón")
El vecino que ayudó a Laguzzi a encontrar a su hijo dialoga con la prensa
(Imagen: "La Razón")

El edificio de Senillosa 292. A la derecha el portero es reporteado por los medios
(Imagen: "La Razón")
El cortejo con el pequeño Pablo Gustavo Laguzzi se pone en marcha hacia la Chacarita
(Imagen: "La Razón")

Ottalagano haciendo el saludo fascista.
De estos funcionarios se rodeó Perón
durante su tercer mandato
(Imagen: "Gente")
Imprenta clandestina allanada en Lomas de Zamora
(Imagen: "La Razón")

Dos de los detenidos durante la requisa a la imprenta
subversiva de Lomas de Zamora. A la izq. Ricardo J.
Mónaco, a su lado Rubén Batallés, amnistiado por el
gobierno de Cámpora el 25 de mayo de 1973
(Imagen: "La Razón")

El general Rosando Fraga hace uso de la palabra durante el acto conmemorativo
del Día de la Infantería. Campo de Mayo, 13 de septiembre de 1974
(Imagen: "La Razón")
La Armada incorpora los submarinos 209/1200
de origen alemán, en la foto el ARA "Salta" (S-31)
(Imagen: "La Razón")

Marcado con una X el lugar donde apareció
el cuerpo del abogado Alfredo A. Curutchet
(Imagen: "La Nación")
Notas
1 Marcelo
Larraquy, “Septiembre negro: el
atentado contra el bebé del rector de la UBA que desencadenó el terrorismo en
las aulas”, Infobae, 28 de febrero de 2018.
2
Se trataba de un edificio de semipisos, es decir, dos apartamentos por nivel
desde el 6º nivel hasta el 8º y cuatro del 5º hacia abajo.
3
A 44 años de los hechos Laura Laguzzi, hija del ex rector de la UBA le
manifestó a Larraquy que su padre escuchó los tacos de la mujer cuando caminaba
por el pasillo.
4 Alberto
N. Manfredi (h), “Hitler y la Iglesia”, La Voz de la Historia
(https://lavozdelahistoria.blogspot.com/2014/09/quienes-somos_15.html).
5 El hecho
tuvo lugar el domingo 8 de septiembre a las 5:45 a.m.
6 En la
oportunidad, fueron detenidos Ricardo J. Mónaco, Rubén Batallés, Rodolfo Camilo
Cabral, Ángel Mónaco (italiano de 51 años) y la joven Alicia Cristina Bello. La
maquinaria secuestrada constaba de cinco impresoras Rotaprint, una sexta
offset, una abrochadora de pie Labor, una copiadora Termofax, dos prensas
neumáticas para copias por contacto ION, dos equipos Repromaster, dos
copiadoras Copier 536, una fotocopiadora A-B Dick, una guillotina, máquinas de
escribir, repuestos y toneladas de papel resma. El armamento confiscado
consistía en escopetas Batán Súper 71 y 54, carabinas 22 de alta precisión
(algunas con mira telescópica), una pistola Browning calibre 9 (número se serie
04758) con cargador Nº 05165, la primera robada al asesinado agente de policía
PBA Rodolfo Isidoro Rivas el 9 de mayo anterior y el segundo al cabo Carlos
Luna, abatido el 25 de mayo en Adrogué.
7 “La
Razón”, Bs. As, miércoles 4 de septiembre de 1974.
8 Durante los dos conflictos en los cuales la Argentina se vio
comprometida, los submarinos de origen alemán demostraron graves fallas y
desperfectos, quedando de manifiesto su pésima calidad y la desmedida
sobrevaloración que se había hecho de ellos. Aun así, debido a su procedencia germana,
hay quienes los siguen considerando productos de calidad. En ocasión del
conflicto del Beagle, los motores del "San Luis" presentaron fallas
que redujeron su capacidad a un 50%. Comunicado el problema a la base, se le asignó
un área en el Atlántico al este del Estrecho de Magallanes, más precisamente a
la Isla de los Estados donde permaneció sin poder ser reparado. Durante la
guerra del Atlántico Sur, la computadora de a bordo de la misma unidad dejó de
funcionar y eso le impidió efectuar los disparos de manera precisa. Para peor,
los cables de filoguiado de los tres torpedos lanzados durante los ataques se
cortaron evitando de ese modo alcanzar los objetivos. Un desastre. En cuanto al
"Salta", su eje central hacía tanto ruido que no pudo ser empleado y
para peor, sus torpedos no salían. Quedaban detenidos en los tubos. Fue enviado
al Golfo Nuevo para ajustar este último defecto y recién el 15 de junio logró
lanzar uno, cuando las acciones en Malvinas habían finalizado.





