miércoles, 14 de agosto de 2019

MÁS COMBATES




Campamento del Che en El Pedrero


Una tarde se dirigía el Che a bordo de un jeep hacia Cabaiguán cuando al pasar por El Pedrero, reparó en una bella muchacha rubia sentada a la vera del camino, con su neceser de viaje en la falda. Era la misma joven que apenas unas horas atrás le había presentado Oscar Fernández Mell, a poco de su llegada al Los Gavilanes, portando los $50.000 que le enviaban desde Santa Clara. Guevara la recordaba bien porque debajo de su uniforme, evidenciaba buenas curvas y sus rasgos eran hermosos. Recordó que después de cumplir su misión, solicitó un arma para unirse a la guerrilla pero que él se la había negado, encomendándole tareas menores. Incluso vino a su mente cierta expresión de enfado que le notó ante la negativa.
Sin darse cuenta detuvo el vehículo y sin más preámbulos le propuso que lo acompañara.


- Ven. Vamos a tirar unos tiritos conmigo1 – le dijo.

La joven, que había quedado flechada con la mirada de aquel extranjero de fama legendaria, no lo pensó dos veces. Se incorporó y se subió al jeep “para no bajarse nunca más”.
El Che manejaba y cuando ella se sentó en medio del asiento delantero, pegando su cuerpo al del conductor, un escalofrío le recorrió el cuerpo; algo en su interior había movido sus fibras más íntimas.
Aleida provenía de una familia de terratenientes arruinados, propietarios de plantaciones de azúcar, tanto por parte de padre como de madre. Nacida en una finca rural próxima a Seibado, su padre, Juan  March, hombre alto, apuesto, de rubios cabellos y ojos celestes, descendía de catalanes y aseguraba poseer sangre noble2. Su madre, Eudoxia de la Torre, era una mujer menuda, de apenas 1,50 de estatura y como su marido, pertenecía también a una familia empobrecida que perdió sus posesiones a causa de las diversas crísis que habían azotado a la isla. Anderson refiere que como único vestigio de aquel antiguo esplendor, los March conservaban una bombonera de cristal que lucían orgullosos en una vitrina de la sala principal.
Como buenos agricultores blancos, los March eran racistas y anticomunistas y veían con agrado la verja que impedía a los negros acceder al Parque Central de Santa Clara. En la región predominaban campesinos blancos, descendientes en su mayoría de gallegos, andaluces, aragoneses, catalanes y canarios y de todos ellos los March eran de los más elevados.
La parcela que su padre trabajaba había sido parte de la hacienda de los De la Torre, la familia de Eudoxia, perdida tras la crisis de 1929 y en ella cultivaba frutos y criaba algo de ganado, además de aves de corral. La casa era una de las más sólidas de la región, de ahí que la maestra de la escuelita de pisos de tierra a la que asistían Aleida y sus hermanos, viviese con ellos.
La edificación disponía de tres dormitorios, uno de ellos en la parte anterior, destinado a los huéspedes, una sala de estar, cocina, baño y un altillo, donde el padre guardaba los sacos de arroz. Sus pisos eran de material, sus paredes de adobe estaban pintadas a la cal y su techo, sostenido por una gran viga central, había sido construido con hojas de palmera.
Finalizado su ciclo primario, Aleida se fue a Santa Clara, más precisamente a la casa de una hermana mayor, casada, para cursar el ciclo secundario. Una vez obtenido el diploma, se inscribió en la Universidad con el propósito de estudiar Pedagogía y allí se encontraba cuando se produjo el asalto al cuartel Moncada.
La bella muchacha, que por esos años fue Reina de la Primavera, siguió con interés los acontecimientos, lo mismo cuando la expedición del “Granma” tocó tierra y comenzó la revolución. Para entonces, ya era maestra y se hallaba afiliada al M-26-7, para la que realizó varias tareas. Precisamente, durante una misión de enlace fue que conoció por primera vez la capital del país, una experiencia que la dejó completamente fascinada porque hasta entonces, el centro urbano más grande que había visto en su vida era, precisamente, la ciudad en la que se había radicado para estudiar. Ahí fue donde conoció a Gino Donè, el marino italiano que había integrado la expedición del “Granma”, quien le habló por vez primera del Che y de sus fascinantes experiencias durante la travesía. Fue quien le presentó a María Dolores Rusell, conocida por su apodo de “Lolita” y a su hermano Allan, otro militante del M-26, con quienes trabó fuerte amistad.
El Che junto a Aleida, su verdadero amor

Aleida se convirtió en correo del jefe de la agrupación en Villa Clara, de ahí las misiones de enlace, guía, transporte de armas y explosivos, que se le comenzaron a encomendar. En cierta ocasión, debió conducir a un grupo de personas hasta la sierra, varios de ellos potenciales combatientes y en otra oportunidad, se le confiaron aquellos $50.000 que le entregó al Che en persona.
Aleida tenía fama de valiente y decidida, de ahí las misiones de riesgo que sus jefes le encargaron, una de las causas que motivaron su precipitada salida en dirección a la sierra, aunque no la principal. El Servicio de Inteligencia cubano estaba al tanto de que había tomado parte en la rebelión de Cienfuegos (septiembre de 1957) y la huelga general (abril de 1958) y sospechaba que tuvo que ver en la planificación de un atentado contra el jefe de la guarnición militar de Santa Clara, junto con Gino Donè3.
Esa era la mujer que encandiló al Che Guevara, la que se casaría con él y le daría cuatro hijos.
Según parece, cierto día Guevara le pidió que lo acompañase de recorrida por los ingenios azucareros, para cobrar a sus dueños el impuesto de guerra que había establecido en la región y fue a su regreso que supo que la policía la estaba buscando y que incluso, agentes del orden habían irrumpido en su casa intentando dar con su persona e incautar documentación comprometedora.
El 19 de noviembre de 1958, una fuerza guerrillera comandada por el degradado capitán Víctor Bordón y su igual en el mando, Manuel Héctor Osorio, atacó el ingenio azucarero de Santa Isabel, con el propósito de tomar su pista de aterrizaje y apoderarse de la avioneta que el complejo utilizaba para mantener contacto con Santa Clara y otras localidades.
Los efectivos rebeldes llegaron en horas de la madrugada, después de una extenuante marcha nocturna y una vez frente al objetivo, tomaron posiciones en un pequeño cañaveral, distante a escasos 20 metros de la pista, que solo custodiaba una reducida guarnición de once efectivos y allí aguardaron hasta las 08.00 de la mañana, cuando un grupo de soldados pasó por el lugar sin percatarse de su presencia.
Con gestos y ademanes, Bordón y Osorio indicaron a sus hombres permanecer quietos, sin disparar, pues lo que se debía capturar era la avioneta y la misma todavía no había llegado. Sin embargo, dos horas después, apareció de la nada otro soldado, que después de cruzar la pista, se encaminó directamente hacia el cañaveral, sin imaginar el peligro que este representaba. Era evidente que el individuo los iba a descubrir y por esa razón, no quedó más remedio que abrir fuego, generándose de esa manera un violento intercambio de disparos.
Tomados por sorpresa, los guardias devolvieron la agresión, abatiendo a Ramón Ponciano y a un combatiente de apellido Pineda, además de herir de cierta gravedad a Manuel Pérez. Sin embargo, superados ampliamente en número, poco fue lo que pudieron hacer; cuatro de ellos cayeron muertos, dos resultaron heridos y un séptimo se dio a la fuga antes de que los efectivos restantes se rindiesen.
Los rebeldes abandonaron el cañaveral y emergieron con sus fusiles apuntando hacia los soldados, quienes aguardaban junto a la pista con los brazos en alto.
Sin esperar la llegada de la aeronave, requisaron todo el armamento que pudieron y sin perder más tiempo emprendieron el regreso, llevándose consigo a los cuatro prisioneros y los dos heridos, el propio y el ajeno. Avionetas que sobrevolaban la región los ametrallaron en varias ocasiones pero por, no se registraran nuevas víctimas.
Cuando el ingenio azucarero se hallaba algo distante, aparecieron al galope varios jinetes y detrás de ellos una tropa a la que en un primer momento, no pudieron reconocer. Grande fue su sorpresa al ver que el Che Guevara en persona encabezaba a esa gente y que avanzaba a toda prisa pues le habían informado erróneamente que el grupo se había sido rodeado y estaba pronto a ser aniquilado.
La alegría del comandante argentino no tuvo límites, más al ver los resultados del enfrentamiento: nueve fusiles Springfield, una carabina San Cristóbal y una pistola calibre 45.
Guevara abrazó a ambos jefes y ahí mismo le restituyó el grado a Víctor Bordón, devolviéndole, de ese modo sus insignias y el mando que tenía sobre la tropa4.
Tres días después, se llevó a cabo el ataque a Caracusey, acción dirigida por Rolando Cubela y Ángel Frías, quienes al mando de unos sesenta combatientes, se posicionaron frente al cuartel de la localidad y atacaron vigorosamente, tanto por los accesos como por el sector de las caballerizas, cerrado éste último por un cerco de madera que dificultaba el desplazamiento.
Desde ambas posiciones, los guerrilleros arrojaron cócteles molotov sobre los techos mientras sus compañeros acribillaban el frente del edificio y las bazookas comenzaban a perforar sus muros. Sin embargo, la edificación era añeja y sus gruesas paredes tardaron en ceder.
Desde su posición, “Pelongo” (Pedro Cruz) disparaba sin cesar, esperando que el edificio se desplomase; el espectáculo de las llamas era estremecedor y parecía cuestión de tiempo que el techo cediese, pero nada de eso sucedió y los defensores, encabezados por el sargento Cleto, se mantuvieron firmes en sus posiciones.
Fue entonces que Raúl Nieves conminó a los guardias a rendirse. Cubela también lo hizo pero el sargento Cleto respondió que él luchaba por la constitución y por ende, no pensaba entregar la unidad.
Entonces a Cubela se le ocurrió enviar gente al poblado para traer a la mujer de Cleto con la idea de que lo convenciera de no seguir peleando. Así se hizo y cuando la atribulada campesina estuvo ante la unidad militar, imploró a su marido que depusiera su actitud.
-¡Cleto, mi vida entrega el cuartel no pelees más, yo no doy más con los nervios, que no haya más derramamiento de sangre!
Pero la treta no dio resultados. Después de media hora, la mujer fue retirada y el combate se reanudó con más violencia que nunca.
Los techos del edificio eran una hoguera, sus paredes se hallaban prontas a ceder y buena parte del frente estaba acribillado, pero los soldados seguían resistiendo. Entonces llegó corriendo hasta donde se hallaba Cubela un combatiente, extremadamente agitado, para comunicar que un grupo considerable de soldados avanzaba hacia el lugar, dispuestos a socorrer a los sitiados.
En vista de ello y de que comenzaba a clarear, Cubela llamó a retirada, pues  sabía que en cualquier momento, la aviación se haría presente para bombardear sus posiciones.
El cuartel no pudo ser tomado y los guerrilleros se retiraron, pero con las primeras luces quedó en evidencia que el edificio había colapsado y por consiguiente, a los militares no les quedó otro camino que evacuar la población.
De esa manera, Caracusey fue liberado y el Che Guevara se anotó una nueva victoria5.
A comienzos de diciembre, el campamento de la Columna Nº 8 en el Escambray se hallaba ubicado en El Pedrero, sobre las estribaciones orientales de la sierra. Precisamente el día 1, mientras su comandante mantenía una reunión con Rolando Cubela y Humberto Castelló, éste último emisario del Directorio Revolucionario, para la firma del célebre pacto que lleva el nombre del lugar6, la Fuerza Aérea cubana llevó a cabo un bombardeo que obligó a todo el mundo a correr en busca de cobertura. Nueve días después, el ejército lanzó una violenta ofensiva sobre las posiciones rebeldes.
Para entonces, el Che había desplazado su cuartel general a Caballete de Casa, en las laderas del noreste y desde allí había despachado un mensaje para Camilo Cienfuegos, estacionado con su columna en el campamento de Juan Francisco, al norte de las Villas, solicitándole un encuentro en El Pedrero. En vista de la tormenta que se cernía sobre la región, Guevara quería coordinar las acciones para contrarrestar el embate.
Ni bien recibió la nota, Camilo montó su caballo y en compañía de los ocho hombres de su escolta, se dirigió hacia el nuevo puesto de mando del Che, en aquel paraje cubierto por abundante vegetación desde donde se dominaba el área comprendida entre Sancti Spiritus, Cabaiguán y Fomento.
Para defender el sector, el Che había dispuesto una serie de posiciones escalonadas, desplegando a los pelotones de manera estratégica a lo largo de las laderas. A Víctor Bordón le ordenó tomar ubicación en el camino elevado que unía Sipiabo con Fomento, con la sección de Rogelio Acevedo como refuerzo; en el caserío de Santa Lucía posicionó al grupo de Manuel Hernández, a Joel Iglesias le pidió que montase una emboscada en Las Tunitas, a medio camino entre El Pedrero y aquella última localidad y en el sendero que llevaba desde esta a Molta, situó a la gente de Ángel Frías, quien contaba con el apoyo de Luis Alfonso Zayas.
El Che Guevara en Fomento. A la izquierda, con sombrero, Víctor Bordón
El Che instaló su puesto de mando lo montó en Manacas Ranzola, una finca próxima a Santa Lucía, al sudeste de Fomento y allí se encontraba el 1 de diciembre, en espera del enemigo.
Las fuerzas del gobierno se pusieron en camino la noche del 30 de noviembre, desde Cabaiguán y Fomento. Se trataba de dos columnas motorizadas, encabezadas por tanques Sherman y T-17, que transportaban más de un millar de efectivos de infantería provistos de bazookas, morteros y ametralladoras pesadas. Se decía que el propio Sánchez Mosquera y el coronel La Rubia, comandaban aquella fuerza, lo que según Gustavo Castellón, era cierto7.
La columna que salió de Cabaiguán, tomó por la ruta asfaltada que conducía a Santa Lucía, un trayecto de siete kilómetros por el que se podía llegar a las mismas puertas de El Pedrero. La que lo hizo desde Fomento, tomó el camino de Piedra Gorda, que conducía hacia Sipiabo, avanzando directamente hacia el sector que cubría Víctor Bordón, también rumbo a El Pedrero, punto de reunión de ambas secciones.
Fue precisamente esta última, la que inició el combate, al chocar de frente contra la posición de Bordón. La lucha se tornó intensa y durante la misma, uno de los tanques quedó fuera de combate al recibir un certero disparo de bazooka. Aún así, las tropas del gobierno lograron abrir una brecha y llegar a Sipiabo, pero se toparon con una tenaz resistencia, perdiendo otro tanque y buena parte de su armamento, después de caer heridos varios de sus cuadros.
El tiroteo fue tal, que en horas del mediodía, los soldados cedieron y se retiraron hacia Fomento, incendiando varias casas del lugar (se habla de veintiocho).
Se combatía intensamente en el camino que unía El Pedrero con Fomento cuando un grupo de jinetes se detuvo frente al puesto de mando de Guevara y efectuó varios disparos al aire, lanzando gruesos epítetos contra el comandante. Julio Chaviano Fundora se asomó para ver que ocurría, y quedó completamente desconcertado cuando vio al Che lanzar una carcajada y ganar el exterior muerto de risa.
Los recién llegados eran Camilo Cienfuegos y su escolta, quienes acudían al llamado efectuado dos días atrás.
El Che y Camilo se fundieron en un abrazo y después de darse varias palmadas y hacerse algunas chanzas, se pusieron a dialogar8. Entonces el recién llegado espetó en tono de broma a su interlocutor.

-¡¡¿Pero que coño haces aquí?!! ¡¡La lucha es por allá!! – dijo riendo mientras señalaba hacia la espesura.

Sin dejar de mofarse uno del otro, ambos comandantes montaron sus caballos y seguidos por su gente, enfilaron directamente hacia el frente.
Galopaban raudamente por la ladera, siempre rodeados por el follaje, cuando en pleno trayecto, una avioneta artillada comenzó a descender vertiginosamente hacia ellos, disparando incesantemente. Los guerrilleros se arrojaron de sus caballos y buscaron cobertura en el monte y en el momento en que la aeronave pasaba sobre sus cabezas, vieron al Che y a Camilo alzar sus armas y disparar contra ella.
La avioneta se alejó a gran velocidad, perdiéndose más allá los árboles, entonces los combatientes volvieron a montar y reanudaron la marcha, dirigiéndose velozmente hacia Sipiabo. Su llegada insufló el ánimo de los hombres, quienes incentivados por la presencia de sus legendarios jefes, forzaron al ejército a retirarse, persiguiéndolo incluso hasta la entrada de Fomento.
En Cabaiguán, mientras tanto, Manuel Hernández hacía lo imposible por detener a la segunda columna motorizada pero arrollado por los blindados de su vanguardia, se vio forzado a replegarse y ceder la posición al enemigo.
Las fuerzas del gobierno continuaron avanzando y así llegaron a El Corojo y Mota, instalando su comando en aquel último punto, a solo 10 kilómetros de la línea guerrillera.
En vista de la situación, el Che se apresuró a reagrupar a su gente y la lanzó contra Mota, urgido por hostigar a las fuerzas que allí se habían posicionado, a saberse, un batallón del Regimiento Nº 3 “Leoncio Vidal” de Las Villas, reforzado por una compañía de infantería más la sección de blindados y la artillería.
El Che en el Escambray con el periodista Tirso Martínez

Los combates se sucedieron hasta el 2 de diciembre y fueron de una violencia nunca vista en el Escambray, finalizando con el retiro de las tropas gubernamentales hasta Santa Lucía.
Mientras los guardias se reagrupaban en aquella localidad, la aviación arrasó el área, para que su gente pudiese movilizarse y recuperar Mota.
Cuando el grueso de la tropa se disponían a cruzar el puente que atravesaba el afluente del río Santa Lucía, que corre por el sudoeste, una mina de cien libras colocada en una de sus cabeceras por las secciones de Roberto Rodríguez, Luis Alfonso Zayas y El Vaquerito, estalló con inusitada violencia, matando a varios hombres e hiriendo a otros más. Eso detuvo el avance y obligó a los soldados a retroceder nuevamente, esta vez en dirección a Cabaiguán, dejando en el campo de batalla una ametralladora pesada Browning calibre 30, tres fusiles ametralladoras de la misma marca, ocho M-1 y municiones a granel. La fuerza guerrillera solo sufrió la pérdida de Sergio Soto, apodado “Sotico”, joven y entusiasta combatiente de Cabaiguán que había demostrado muy buen desempeño a lo largo de la campaña.
Tal como el Che le explicó a un reportero que lo fue a entrevistar a la sierra el 13 de diciembre, su columna no solo había logrado rechazar a las fuerzas gubernamentales sino que el ejército había sufrido una humillante derrota, no había luchado y se había retirado presurosamente, dejando en su poder armas y equipo9.
Inmediatamente después, se iniciaron los preparativos para el gran asalto a Santa Clara, coordinándose todas las acciones con el Directorio Revolucionario, el M-26 y las diferentes facciones unificadas, que se habían subordinado a la autoridad del Che.
El momento de la verdad había llegado, las fuerzas de la revolución se aprestaban a dar el golpe de gracia y el mundo especulaba con el escaso tiempo que aún le quedaba al régimen.

Notas
1 Aleida March, Evocaciones, mi vida al lado del Che, Ocean Sur, La Habana, 2011, pp. 47-48.
2 La misma Eudoxia de la Torre sostenía que su marido descendía de nobles catalanes. En su juventud, Aleida llegó a asegurar que los duques de Castilla eran ancestros suyos.
3 Intensamente buscado por las fuerzas de seguridad, Donè abandonó el país con destino a Estados Unidos y Aleida March fugó hacia la sierra, para incorporarse permanentemente a la guerrilla.
4 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, pp. 207-208.
5 Precisamente la unificación y concordancia de las fuerzas revolucionarias.
6 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, pp. 209-210. Cita su obra De Palacio hasta Las Villas. En la senda del triunfo, editorial Juan Carlos Pérez Hernández, La Habana, 2009, pp. 259-260. Para el texto del Pacto ver Anexo 8.
7 Así lo relató Gustavo Castellón en El caballo de Mayaguara de Osvaldo Navarro (pp-62-66), citado por Arístides Ramón Pérez Cabrera en su libro (p. 214).
8 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, pp. 210-212. Cita a Julio O. Chaviano Fundora, La lucha en Las Villas, pp. 110-111.
9 Ídem, p. 215.



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