jueves, 1 de agosto de 2019

ATAQUE AL CUARTEL DE LA PLATA


La reprimenda de Fidel pegó como un mazazo en el ánimo del Che. Anderson sugiere que el argentino pudo haber quedado resentido pero lo más seguro, dado su temperamento, es que haya acusado el golpe y lo haya asimilado al admitir en su fuero interno, que su admirado jefe tenía razón.
Es cierto, a Fidel se le podían reprochar muchas cosas, la principal, el pésimo sitio que había escogido para el desembarco, sus prolongados retrasos a la hora de ponerse en marcha y hasta no haberle ordenado a sus hombres colocarse a cubierto cuando los aviones sobrevolaban Alegría de Pío, pero la pérdida de su arma para un guerrillero constituía una falta grave.
Esa noche al Che le sobrevino un fuerte ataque de asma, provocado por la angustia que el complejo de culpa le había generado, pero esos sentimientos no serían nada en comparación con lo que le esperaba al día siguiente.
El 22 de diciembre llegó una partida de armas enviada por Frank País desde Santiago de Cuba, entre ellas varios rifles y cuatro ametralladoras Thompson.

Llegado el momento del reparto, cuando menos se lo esperaba, Fidel le quitó al Che su pistola automática de última generación y en su lugar le entregó una vieja carabina que apenas funcionaba.
Otro golpe tremendo para el médico de la expedición y un nuevo momento de consternación que, según su propio decir, siempre recordaría con vergüenza.
Pero Castro sabía muy bien lo que hacía. “Fue una dura lección sobre la destreza magistral con que Fidel manipulaba los sentimientos de quienes le rodeaban al otorgar o retirar favores sin previo aviso”1.
El Che se debe haber querido morir en ese momento; seguramente sintió que el mundo se le venía abajo porque aquello constituía una suerte de degradación. ¡Y frente a toda la tropa! Sin embargo, Fidel lo conocía y por esa razón, al día siguiente, le encomendó una tarea que le devolvió el alma al cuerpo. Le encargó que transmitiese en su nombre la orden de batalla para un simulacro de combate que pensaba llevar a cabo ese mismo día para mantener ocupada a la tropa y eso elevó su alicaído ánimo, devolviéndole en parte la confianza.
En efecto, sintiendo que volvía a renacer, el Che transmitió la directiva y se movió como el mejor, apuntando en su diario, al llegar la noche, que los hombres habían manifestado un alto espíritu de pelea.
El 24 de diciembre llegaron desde Manzanillo varias cajas con municiones, incluyendo nueve cartuchos de dinamita y los tres libros que había pedido el Che, una historia elemental de Cuba, otro de su geografía y el tercero de álgebra.
Fidel demostró gran habilidad a la hora de organizar una red campesina de apoyo y para ello envió a Faustino Pérez a La Habana en calidad de representante.
Fue un momento de gloria para el Che porque antes de partir, su colega le entregó el fusil con mira telescópica que venía usando hasta entonces, una verdadera joya según su decir. Tan motivado estaba, que esa misma noche preparó un excelente asado de cerdo y ternera para festejar la Nochebuena, dejando en alto su condición de argentino.
El 25 por la mañana Fidel organizó su estado mayor, designando para integrarlo a Crescencio Pérez, su hijo Primitivo, Universo Sánchez y el Che. Su hermano Raúl y Almeida fueron designados jefes de pelotones (integrado cada uno por cinco hombres) y Ramiro Valdés, Calixto Morales y Armando Rodríguez, miembros de la vanguardia.
De ese modo, en horas de la tarde, la columna se puso en marcha hacia un punto denominado Los Negros, situado varios kilómetros al este, donde Castro había decidido acampar. Avanzaron lentamente, con mucha dificultad, cortando incluso un alambrado que se les interpuso en el camino, un error garrafal, según el Che, porque constituía una evidencia clara de su paso por el lugar.
A lo largo de la marcha, se hicieron varios ejercicios de combate, uno de los cuales consistía en tomar por asalto una casa que a la distancia parecía abandonada. Pero ocurrió que cuando estaban a punto de ingresar, apareció su propietario, un tal Hermes, que al verlos llegar salió a recibirlos amablemente y les convidó café.
Al Che le parecieron una eternidad las dos horas que estuvieron allí hablando con el agricultor, pero se cuidó de decir nada y esperó pacientemente. Recién en la madrugada del 26 reanudaron el avance y pocas horas después alcanzaron la meta. Para entonces, ya se les habían unidos cuatro campesinos quienes, según Kalfón, trajeron consigo algunas de las armas perdidas en Alegría de Pío2, iniciativa que Fidel saludó con entusiasmo.
Inmediatamente después, se despacharon algunos emisarios de la red clandestina para que le transmitiesen a Frank País la urgente necesidad de enviar periodistas hacia la zona de operaciones, pues era imperioso mostrarle al mundo que Fidel se hallaba vivo. Al Che aquella decisión le pareció algo apresurada pero tampoco dijo nada y solo se limitó a apuntarla vagamente en sus anotaciones.
A medida que el tiempo pasaba, la red llano-sierra que a la larga acabaría por darles el triunfo a la revolución, se iba fortaleciendo.
El 30 de diciembre la columna se desplazaba por la selva, bajo una lluvia helada, cuando al desembocar en un claro, divisó a lo lejos la cima de los montes Caracas.

-Nadie podrá sacarnos de aquí – dijo Fidel mientras observaba el cerro.

La formación reanudó su avance en dirección a la costa, donde se esperaba alcanzar la desembocadura del río La Plata, sabiendo que en sus inmediaciones se levantaba un puesto militar. En el camino, los hombres adquirieron algunos víveres a los campesinos de la región, uno de ellos Dariel Alarcón Ramírez, muchacho blanco de 16 años, apodado “Benigno”, que se ganaba la vida como jornalero en las plantaciones de la zona y tenía una novia que esperaba un hijo suyo3.
Los revolucionarios pasaron el día en un bohío desierto que se alzaba a la vera del monte y ahí se encontraban cuando otros seis campesinos se les unieron.
El 31 de diciembre Fidel y su estado mayor evaluaban la situación cuando un mensajero les trajo una noticia preocupante: el ejército había enviado tropas a la región y se disponía a entrar en la sierra.
Lejos de allí, a miles de kilómetros de distancia, alguien se acercó sigilosamente al hogar de los Guevara, en Buenos Aires y deslizó un sobre por debajo de la puerta. Era la noche de Fin de Año y la familia se disponía a cenar, abrumada por la angustia y la incertidumbre de no saber que había sido de Ernesto después de Alegría de Pío.
Un clima sombrío pesaba sobre esa gente porque las gestiones realizadas por don Ernesto y su esposa, tendientes a averiguar la suerte de su hijo, no habían dado resultados, ni siquiera la intervención de Raúl Guevara Lynch, primo del padre de familia, en esos momentos, embajador argentino en Cuba.
Nadie celebraba esa noche en el departamento, mucho menos la madre, que pese a disimular muy bien su preocupación, no podía ocultar su angustia.
De repente, alguien reparó en el sobre y lo levantó. No llevaba remitente ni destinatario, pero eso apenas fue un detalle. Don Ernesto lo abrió y al leer su contenido, el alma le volvió al cuerpo: “Queridos viejos: estoy perfectamente, gasté solo 2 y me quedan cinco. Sigo trabajando en lo mismo, las noticias son esporádicas y lo seguirán siendo, pero confíen en que Dios es argentino. Un gran abrazo a todos Teté”.
Hubo gritos de alegría, abrazos, saltos y besos. Ernesto estaba vivo y las esperanzas renacían.
La familia se dispuso a pasar la noche al mejor estilo Guevara, ruidosamente, llamando a amigos y familiares para darles la buena nueva y descorchando botellas de sidra y champagne. No cabía duda de que el hijo mayor estaba vivo porque esa era su caligrafía y su inconfundible modo de escribir.
Pero aquella agradable sorpresa no iba a ser lo único. En pleno festejo se hallaban los Guevara Lynch-De la Serna cuando otro sobre se deslizó furtivamente por debajo de la puerta: “Feliz Año Nuevo. TT está perfectamente bien”.


Mientras eso sucedía en la lejana Buenos Aires, en plena selva de Oriente, Fidel y su grupo  avanzaban lentamente hacia el este.
El 2 de enero de 1957, llegó hasta los expedicionarios la noticia de que Nené Jeréz, un guajiro traidor que había guiado al ejército y la guardia rural hasta Alegría de Pío, había recibido una grave herida y estaba moribundo. La novedad fue bien recibida y sirvió para animar al grupo rebelde que el 5 de enero amaneció con la vista de los montes Caracas casi al alcance de la mano. Las majestuosas elevaciones, con sus 1300 metros de altura y su cima cubierta de vegetación, ofrecían un espectáculo imponente y esperanzador.
Dos días después la columna acampaba en el Valle del Mulato, sobre las faldas del cerro, cuando se les incorporaron otros nueve hombres procedentes de Manzanillo. Traían consigo noticias contradictorias en cuanto a la posición del ejército y la situación en Oriente pero eran prueba evidente de que el reducido grupo expedicionario comenzaba a crecer.
El 9 de enero de 1957 el grupo expedicionario reanudó la marcha, trepando la ladera occidental del Caracas, que se iba tornando cada vez más pronunciada a medida que avanzaban.
Al día siguiente tuvieron las primeras evidencias de que la Marina había desembarcado tropas en el área y que se disponía a “peinar” la zona en un movimiento envolvente de sudoeste a nordeste4.
Fidel comprendió que aún no estaban dadas las condiciones para hacer frente a las fuerzas regulares y por esa razón decidió efectuar un rodeo para no quedar cercado. Al Che aquellos efectivos le parecieron presa fácil porque se estaban adentrando en una zona boscosa y eso les permitía montar una emboscada en la que podían hacerlos caer, pero Fidel no creyó oportuno llevar a cabo ninguna acción y optó por la retirada. Como dice Anderson, demasiada gente sabía de su presencia en la zona y era conveniente alejarse.
La oportunidad se presentaría una semana después, en la desembocadura del río La Plata, donde se alzaba una pequeña guarnición militar no muy bien defendida, en realidad una avanzada de no más de una docena de efectivos, a medio camino entre el curso de agua y la playa.
Durante la marcha, Ramiro Valdés sufrió una caída y se fisuró la rodilla izquierda, lo que hizo necesario cargarlo un trecho. Para agravar la situación, tres de los guajiros que se les habían incorporado recientemente, decidieron desertar, el primero argumentando padecer tuberculosis y los otros dos presas de la indecisión.
Por entonces, Castro tenía pensado asesinar a tres capataces que por sus métodos brutales se habían convertido en el terror de los jornaleros de la zona; eso daría confianza a los pobladores y elevaría el prestigio de la guerrilla a las nubes. Pero los planes iban a cambiar a último momento.
La deserción de los guajiros obligó a acelerar la marcha. Ramiro fue dejado en casa de un campesino amigo, provisto de una pistola para defenderse e inmediatamente después, la columna se alejó, reforzada por nuevos cuadros que habían llegado con Guillermo García.
Durante un alto en la marcha, Fidel Castro aprovechó para explicarle al estado mayor sus planes. La idea era simple pero implicaba riesgos, había que montar una emboscada para hacerse de armas y provisiones y luego huir hacia el interior de la selva, poniendo la mayor distancia posible entre la columna y las fuerzas regulares.
El Che, pensaba diferente. Lo ideal era establecer un campamento central con abundantes provisiones y desde allí enviar patrullas de asalto en diferentes direcciones, pero un a vez más prevaleció la moción de Fidel porque, de acuerdo a la opinión general, todavía no se daban las condiciones para implementar ese plan.
El 14 de enero los rebeldes hicieron prisioneros a dos muchachos que recolectaban miel, quienes resultaron ser familiares del guía. A uno lo dejaron ir pero al otro se lo llevaron con ellos, porque temían ser delatados. En esas condiciones reanudaron la marcha y al día siguiente llegaron a la loma que dominaba el cuartel, posicionámdose a escasos 500 metros de distancia.
Los hombres de Fidel se echaron cuerpo a tierra y a través de sus miras telescópicas pudieron seguir los movimientos que tenían lugar en la unidad militar.
Las instalaciones se hallaban a medio camino entre el río y la playa, destacando una barraca principal de madera y chapas de zinc y un par de construcciones menores algo más allá, una de ellas el depósito y la otra, la casa de uno de los capataces que tenían pensado ejecutar.

Al día siguiente, 15 de enero, avistamos el cuartel de La Plata, a medio construir, con sus láminas de zinc y vimos un grupo de hombres semidesnudos en los que se adivinaba, sin embargo, el uniforme enemigo. Pudimos observar cómo, a las seis de la tarde, antes de caer el sol, llegaba una lancha cargada de guardias, bajando unos y subiendo otros. Como no comprendimos bien las evoluciones decidimos dejar el ataque para el día siguiente5.

De la lancha patrullera que el Che menciona en su diario descendieron varios hombres que se dirigieron al edificio principal donde los esperaban media docena de soldados con el torso desnudo. Se trataba de los relevos y algunos efectivos de refuerzo, que aumentaron el número de efectivos al doble.
Los rebeldes se mantuvieron a distancia durante toda la noche, apostando vigías en diferentes puntos y el día 16, lo dedicaron a observar, estudiando detenidamente los movimientos del enemigo que, ignorante del peligro que lo acechaba, seguía con su rutina diaria.
La lancha patrullera partió antes del amanecer y no habiendo más gente en los alrededores, Fidel Castro decidió iniciar el avance para estrechar el cerco sobre la unidad.
A un gesto suyo, los hombres se pusieron de pie y comenzaron a descender lentamente por el barranco, dispuestos a vadear el río. Era de noche todavía y eso posibilitó que el cruce de las aguas se hiciera sin inconvenientes, al amparo de la obscuridad y en el más completo silencio. Una vez en la orilla opuesta, los rebeldes se apostaron “…al borde de la senda que conducía a la barraca”6 y allí esperaron, con las armas listas.

Desde el amanecer del 16 se puso observación sobre el cuartel. Se había retirado el guardacostas por la noche; se iniciaron labores de exploración pero no se veían soldados por ninguna parte. A las tres de la tarde, decidimos ir acercándonos al camino que sube del cuartel bordeando el río para tratar de observar algo; al anochecer, cruzamos el río de La Plata que no tiene profundidad alguna y nos apostamos en el camino; a los cinco minutos, tomamos prisioneros a dos campesinos. Uno de los hombres tenía algunos antecedentes de chivato; al saber quiénes éramos y expresarles que no teníamos buenas intenciones si no hablaban claro, dieron informaciones valiosas. Había unos soldados en el cuartel, aproximadamente una quincena, y, además, al rato debía pasar uno de los tres famosos mayorales de la región: Chicho Osorio. Estos mayorales pertenecían al latifundio de la familia Laviti que había creado un enorme feudo y lo mantenía mediante el terror con la ayuda de individuos como Chicho Osorio. Al poco rato, apareció el nombrado Chicho, borracho, montado en un mulo y con un negrito a horcajadas. Universo Sánchez le dio el alto en nombre de la guardia rural, y éste rápidamente contestó: “mosquito”; era la contraseña7.

Los guerrilleros se hallaban posicionados a la vera del camino cuando apareció el tal Osorio completamente borracho, cabalgando sobre el mulo que menciona el Che, acompañado por un negrito que lo seguía a pie.
Tal como anotó en su diario, Universo salió de entre el follaje, encañonándolo con su arma y el mayoral se detuvo en seco, dándole la contraseña.

-¡Mosquito!

Los recién llegados se vieron rodeados por varios hombres que les apuntaban amenazadoramente; inmediatamente después entró en escena Fidel para representar una de sus mejores comedias. Se hizo pasar por un coronel del ejército que perseguía a los rebeldes desde hacía semanas a través de la selva y esa fue la razón que dio para justificar su barba y su aspecto. Reprendió a Osorio por su embriaguez y le dijo que la actitud de las fuerzas armadas era una verdadera “basura” pues era una vergüenza que todavía no hubieran acabado con los sediciosos.
A todo respondió Osorio mansamente, asintiendo lo que el “alto oficial” le echaba en cara. Dijo que era cierto que el ejército no hacía nada, que los soldados se la pasaban comiendo y descansando en el cuartel, que salvo alguna ronda de pocos metros en torno al acantonamiento, lo único que hacían era holgazanear y luego agregó que era imperioso aniquilar a los rebeldes. Tal fue el énfasis que puso al hablar, que creyendo estar cumpliendo con su deber mencionó a todos los campesinos “buenos” que ofrecían su concurso ayudando al ejército y a los “malos”, que no prestaban ninguna colaboración. Eso le sirvió a Fidel para saber quiénes eran los amigos y quienes los enemigos e incluso, para confeccionar una lista con sus nombres.
Cada vez más embalado, Osorio siguió largando información y así fue como desembocó en aquella frase que lo condenó a muerte:

…nos dijo cómo acababa de darles unas bofetadas a unos campesinos que se habían puesto “un poco malcriados” y que, además, según sus propias palabras, los guardias eran incapaces de hacer eso; los dejaban hablar sin castigarlos. Le preguntó Fidel qué cosa haría él con Fidel Castro en caso de agarrarlo, y entonces contestó con un gesto explicativo que había que partirle los... igualmente opinó de Crescencio [Pérez]. Mire, dijo, mostrando los zapatos de nuestra tropa, de factura mexicana, “de uno de estos hijos de... que matamos”8. 

Para Castro aquello fue suficiente. Le dijo a Osorio que lo iban a maniatar para aproximarse con él al frente y así “poner a prueba” a la guarnición y aquel aceptó encantado. Al negrito, en cambio, lo llevaron a un costado y le dijeron que se quedase quieto allí, que nada le iba a pasar. El pobre chico estaba tan asustado que obedeció sin chistar.
Fidel dividió a su gente en tres secciones e inició el avance, llevando al mayoral delante. Los hombres se movieron con la mayor cautela, sin hacer ningún ruido y a las 02.40 del 17 de enero, se pusieron a tiro del objetivo, situado a 40 metros de distancia.
Osorio señaló el lugar donde se hallaba apostado el guardia y luego fue llevado a la retaguardia, donde quedó al cuidado de dos de los guerrilleros a quienes Fidel les ordenó ejecutarlo ni bien comenzara el combate.
Pese a que superaban en número a sus adversarios, los rebeldes casi no tenían municiones y las pocas de las que disponían estaban vencidas o eran de muy mala calidad, por lo que era imperioso ser extremadamente precisos a la hora de disparar.
Eran las 02.45 cuando Fidel Castro alzó su ametralladora y efectuó dos descargas cortas que acribillaron el frente del cuartel. Siguiendo su ejemplo, sus hombres abrieron fuego y enseguida se escucharon voces intimando a la rendición. Lejos de acatarlas, los soldados respondieron, generando un intenso intercambio de proyectiles que se prolongó por varios segundos.
El Che y Luis Crespo arrojaron dos granadas contra el edificio principal pero las mismas no explotaron; Raúl hizo lo propio con un cartucho de dinamita (según el libro de Anderson quien lo hizo fue Fidel) pero este tampoco estalló, lo que provocó su enfado y una serie de imprecaciones que apenas escucharon quienes estaban más cerca porque los disparos tapaban todo.
En ese preciso instante, uno de los guardias que custodiaba a Chicho Osorio apuntó su pistola a la cabeza del reo y disparó, matándolo en el acto. Inmediatamente después, esos hombres se adelantaron y se incorporaron a la lucha, disparando sus armas largas9.
A poco de arrojar la dinamita, Raúl ordenó a viva voz incendiar la casa del mayoral y para dar cumplimiento a esa orden, Universo Sánchez intentó aproximarse al edificio pero fue rechazado por los defensores. Camilo quiso hacer lo propio pero también fracasó, por lo que tanto el Che como Crespo se desplazaron en esa dirección y se apostaron detrás de unos árboles, esperando el momento oportuno para repetir la acción.
A esa altura era evidente que si no lograban el cometido en breve, la acometida iba a fracasar, de ahí que tanto el argentino como su compañero, se apurasen a llevar a cabo la acción.
Tomando unos improvisados cócteles molotov, ambos se incorporaron y echaron a correr hacia la vivienda para arrojarlos contra su frente.
Para su satisfacción, la estructura comenzó a arder pero pronto cayeron en la cuenta de que en lugar de la casa del mayoral habían incendiado el depósito donde la guarnición guardaba cocos. Aún así, su accionar intimidó a los soldados, quienes creyéndose atacados por una fuerza poderosa, decidieron capitular.
En su huída, uno de los efectivos se llevó por delante a Luis Crespo quien, según el relato del Che, logró herirlo en el pecho y le quitó el arma. Y mientras Camilo Cienfuegos, parapetado detrás de un árbol, le disparaba a un sargento que escapaba por el mismo sector, el argentino y su compañero vaciaron sus cargadores sobre el edificio principal, que en esos momentos era blanco de los milicianos.
El Che le disparó a otro soldado que corría y lo hirió. En esos momentos, se escucharon gritos de rendición provenientes del interior del edificio principal y casi enseguida aparecieron varios hombres con los brazos en alto. El combate había finalizado con una gran victoria para el ejército rebelde.
Fidel estaba eufórico y sus hombres también; habían vencido a una guarnición de las fuerzas gubernamentales y una invalorable cantidad de armas quedaba en su poder, a saberse, ocho fusiles Springfield, una ametralladora Thompson y mil balas, según lo que anotó el Che en su diario.
El saldo del enfrentamiento también había sido altamente favorable para los guerrilleros: ninguna baja en sus filas, ni siquiera un herido leve en tanto sus opinentes habían tenido dos muertos y varios heridos, tres de ellos graves (fallecerían en las horas siguientes). Incluso hubo uno de ellos que se pasó al bando castrista y haría toda la campaña de la sierra en sus filas.
Después de apoderarse de todo el arsenal y de los víveres de la guarnición, los guerrilleros incendiaron las instalaciones y a las 04.30, se alejaron hacia el este, dejando a los heridos al cuidado de sus compañeros.



Notas

1 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 212.

2 Pierre Kalfon, op. cit, p. 189.

3 Nacido en Manzanillo en 1939, jugaría un papel preponderante en la historia revolucionaria.

4 Se trataba de refuerzos procedentes de la guarnición de Macías.

5 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 15.

6 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 220.

7 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit.

8 Ídem, p. 17.

9 Nicolás Márquez incluye a Chicho Osorio en la lista de personas ejecutadas por el Che. La afirmación es incorrecta. La orden de ejecutar al mayoral partió de Fidel Castro y quienes la llevaron a cabo fueron los dos hombres seleccionados para vigilarlo. En el momento en que se produjo la muerte de Osorio, el Che se hallaba empeñado en combate.