ATAQUE AL CUARTEL DE LA PLATA
La
reprimenda de Fidel pegó como un mazazo en el ánimo del Che. Anderson
sugiere que el argentino pudo haber quedado resentido pero lo más
seguro, dado su temperamento, es que haya acusado el golpe y lo haya
asimilado al admitir en su fuero interno, que su admirado jefe tenía
razón.
Es
cierto, a Fidel se le podían reprochar muchas cosas, la principal, el
pésimo sitio que había escogido para el desembarco, sus prolongados
retrasos a la hora de ponerse en marcha y hasta no haberle ordenado a
sus hombres colocarse a cubierto cuando los aviones sobrevolaban Alegría
de Pío, pero la pérdida de su arma para un guerrillero constituía una
falta grave.
Esa
noche al Che le sobrevino un fuerte ataque de asma, provocado por la
angustia que el complejo de culpa le había generado, pero esos
sentimientos no serían nada en comparación con lo que le esperaba al día
siguiente.
El
22 de diciembre llegó una partida de armas enviada por Frank País desde
Santiago de Cuba, entre ellas varios rifles y cuatro ametralladoras
Thompson.
Llegado
el momento del reparto, cuando menos se lo esperaba, Fidel le quitó al
Che su pistola automática de última generación y en su lugar le entregó
una vieja carabina que apenas funcionaba.
Otro
golpe tremendo para el médico de la expedición y un nuevo momento de
consternación que, según su propio decir, siempre recordaría con
vergüenza.
Pero Castro sabía muy bien lo que hacía. “Fue
una dura lección sobre la destreza magistral con que Fidel manipulaba
los sentimientos de quienes le rodeaban al otorgar o retirar favores sin
previo aviso”1.
El
Che se debe haber querido morir en ese momento; seguramente sintió que
el mundo se le venía abajo porque aquello constituía una suerte de
degradación. ¡Y frente a toda la tropa! Sin embargo, Fidel lo conocía y
por esa razón, al día siguiente, le encomendó una tarea que le devolvió
el alma al cuerpo. Le encargó que transmitiese en su nombre la orden de
batalla para un simulacro de combate que pensaba llevar a cabo ese mismo
día para mantener ocupada a la tropa y eso elevó su alicaído ánimo,
devolviéndole en parte la confianza.
En
efecto, sintiendo que volvía a renacer, el Che transmitió la directiva y
se movió como el mejor, apuntando en su diario, al llegar la noche, que
los hombres habían manifestado un alto espíritu de pelea.
El
24 de diciembre llegaron desde Manzanillo varias cajas con municiones,
incluyendo nueve cartuchos de dinamita y los tres libros que había
pedido el Che, una historia elemental de Cuba, otro de su geografía y el
tercero de álgebra.
Fidel
demostró gran habilidad a la hora de organizar una red campesina de
apoyo y para ello envió a Faustino Pérez a La Habana en calidad de
representante.
Fue
un momento de gloria para el Che porque antes de partir, su colega le
entregó el fusil con mira telescópica que venía usando hasta entonces,
una verdadera joya según su decir. Tan motivado estaba, que esa misma
noche preparó un excelente asado de cerdo y ternera para festejar la
Nochebuena, dejando en alto su condición de argentino.
El
25 por la mañana Fidel organizó su estado mayor, designando para
integrarlo a Crescencio Pérez, su hijo Primitivo, Universo Sánchez y el
Che. Su hermano Raúl y Almeida fueron designados jefes de pelotones
(integrado cada uno por cinco hombres) y Ramiro Valdés, Calixto Morales y
Armando Rodríguez, miembros de la vanguardia.
De
ese modo, en horas de la tarde, la columna se puso en marcha hacia un
punto denominado Los Negros, situado varios kilómetros al este, donde
Castro había decidido acampar. Avanzaron lentamente, con mucha
dificultad, cortando incluso un alambrado que se les interpuso en el
camino, un error garrafal, según el Che, porque constituía una evidencia
clara de su paso por el lugar.
A
lo largo de la marcha, se hicieron varios ejercicios de combate, uno de
los cuales consistía en tomar por asalto una casa que a la distancia
parecía abandonada. Pero ocurrió que cuando estaban a punto de ingresar,
apareció su propietario, un tal Hermes, que al verlos llegar salió a
recibirlos amablemente y les convidó café.
Al
Che le parecieron una eternidad las dos horas que estuvieron allí
hablando con el agricultor, pero se cuidó de decir nada y esperó
pacientemente. Recién en la madrugada del 26 reanudaron el avance y
pocas horas después alcanzaron la meta. Para entonces, ya se les habían
unidos cuatro campesinos quienes, según Kalfón, trajeron consigo algunas
de las armas perdidas en Alegría de Pío2, iniciativa que Fidel saludó con entusiasmo.
Inmediatamente
después, se despacharon algunos emisarios de la red clandestina para
que le transmitiesen a Frank País la urgente necesidad de enviar
periodistas hacia la zona de operaciones, pues era imperioso mostrarle
al mundo que Fidel se hallaba vivo. Al Che aquella decisión le pareció
algo apresurada pero tampoco dijo nada y solo se limitó a apuntarla
vagamente en sus anotaciones.
A
medida que el tiempo pasaba, la red llano-sierra que a la larga
acabaría por darles el triunfo a la revolución, se iba fortaleciendo.
El
30 de diciembre la columna se desplazaba por la selva, bajo una lluvia
helada, cuando al desembocar en un claro, divisó a lo lejos la cima de
los montes Caracas.
-Nadie podrá sacarnos de aquí – dijo Fidel mientras observaba el cerro.
La
formación reanudó su avance en dirección a la costa, donde se esperaba
alcanzar la desembocadura del río La Plata, sabiendo que en sus
inmediaciones se levantaba un puesto militar. En el camino, los hombres
adquirieron algunos víveres a los campesinos de la región, uno de ellos
Dariel Alarcón Ramírez, muchacho blanco de 16 años, apodado “Benigno”,
que se ganaba la vida como jornalero en las plantaciones de la zona y
tenía una novia que esperaba un hijo suyo3.
Los
revolucionarios pasaron el día en un bohío desierto que se alzaba a la
vera del monte y ahí se encontraban cuando otros seis campesinos se les
unieron.
El
31 de diciembre Fidel y su estado mayor evaluaban la situación cuando
un mensajero les trajo una noticia preocupante: el ejército había
enviado tropas a la región y se disponía a entrar en la sierra.
Lejos
de allí, a miles de kilómetros de distancia, alguien se acercó
sigilosamente al hogar de los Guevara, en Buenos Aires y deslizó un
sobre por debajo de la puerta. Era la noche de Fin de Año y la familia
se disponía a cenar, abrumada por la angustia y la incertidumbre de no
saber que había sido de Ernesto después de Alegría de Pío.
Un
clima sombrío pesaba sobre esa gente porque las gestiones realizadas
por don Ernesto y su esposa, tendientes a averiguar la suerte de su
hijo, no habían dado resultados, ni siquiera la intervención de Raúl
Guevara Lynch, primo del padre de familia, en esos momentos, embajador
argentino en Cuba.
Nadie
celebraba esa noche en el departamento, mucho menos la madre, que pese a
disimular muy bien su preocupación, no podía ocultar su angustia.
De
repente, alguien reparó en el sobre y lo levantó. No llevaba remitente
ni destinatario, pero eso apenas fue un detalle. Don Ernesto lo abrió y
al leer su contenido, el alma le volvió al cuerpo: “Queridos viejos:
estoy perfectamente, gasté solo 2 y me quedan cinco. Sigo trabajando en
lo mismo, las noticias son esporádicas y lo seguirán siendo, pero
confíen en que Dios es argentino. Un gran abrazo a todos Teté”.
Hubo gritos de alegría, abrazos, saltos y besos. Ernesto estaba vivo y las esperanzas renacían.
La
familia se dispuso a pasar la noche al mejor estilo Guevara,
ruidosamente, llamando a amigos y familiares para darles la buena nueva y
descorchando botellas de sidra y champagne. No cabía duda de que el
hijo mayor estaba vivo porque esa era su caligrafía y su inconfundible
modo de escribir.
Pero
aquella agradable sorpresa no iba a ser lo único. En pleno festejo se
hallaban los Guevara Lynch-De la Serna cuando otro sobre se deslizó
furtivamente por debajo de la puerta: “Feliz Año Nuevo. TT está perfectamente bien”.
Mientras eso sucedía en la lejana Buenos Aires, en plena selva de Oriente, Fidel y su grupo avanzaban lentamente hacia el este.
El
2 de enero de 1957, llegó hasta los expedicionarios la noticia de que
Nené Jeréz, un guajiro traidor que había guiado al ejército y la guardia
rural hasta Alegría de Pío, había recibido una grave herida y estaba
moribundo. La novedad fue bien recibida y sirvió para animar al grupo
rebelde que el 5 de enero amaneció con la vista de los montes Caracas
casi al alcance de la mano. Las majestuosas elevaciones, con sus 1300 metros de altura y su cima cubierta de vegetación, ofrecían un espectáculo imponente y esperanzador.
Dos
días después la columna acampaba en el Valle del Mulato, sobre las
faldas del cerro, cuando se les incorporaron otros nueve hombres
procedentes de Manzanillo. Traían consigo noticias contradictorias en
cuanto a la posición del ejército y la situación en Oriente pero eran
prueba evidente de que el reducido grupo expedicionario comenzaba a
crecer.
El
9 de enero de 1957 el grupo expedicionario reanudó la marcha, trepando
la ladera occidental del Caracas, que se iba tornando cada vez más
pronunciada a medida que avanzaban.
Al
día siguiente tuvieron las primeras evidencias de que la Marina había
desembarcado tropas en el área y que se disponía a “peinar” la zona en
un movimiento envolvente de sudoeste a nordeste4.
Fidel
comprendió que aún no estaban dadas las condiciones para hacer frente a
las fuerzas regulares y por esa razón decidió efectuar un rodeo para no
quedar cercado. Al Che aquellos efectivos le parecieron presa fácil
porque se estaban adentrando en una zona boscosa y eso les permitía
montar una emboscada en la que podían hacerlos caer, pero Fidel no creyó
oportuno llevar a cabo ninguna acción y optó por la retirada. Como dice
Anderson, demasiada gente sabía de su presencia en la zona y era
conveniente alejarse.
La
oportunidad se presentaría una semana después, en la desembocadura del
río La Plata, donde se alzaba una pequeña guarnición militar no muy bien
defendida, en realidad una avanzada de no más de una docena de
efectivos, a medio camino entre el curso de agua y la playa.
Durante
la marcha, Ramiro Valdés sufrió una caída y se fisuró la rodilla
izquierda, lo que hizo necesario cargarlo un trecho. Para agravar la
situación, tres de los guajiros que se les habían incorporado
recientemente, decidieron desertar, el primero argumentando padecer
tuberculosis y los otros dos presas de la indecisión.
Por
entonces, Castro tenía pensado asesinar a tres capataces que por sus
métodos brutales se habían convertido en el terror de los jornaleros de
la zona; eso daría confianza a los pobladores y elevaría el prestigio de
la guerrilla a las nubes. Pero los planes iban a cambiar a último
momento.
La
deserción de los guajiros obligó a acelerar la marcha. Ramiro fue
dejado en casa de un campesino amigo, provisto de una pistola para
defenderse e inmediatamente después, la columna se alejó, reforzada por
nuevos cuadros que habían llegado con Guillermo García.
Durante
un alto en la marcha, Fidel Castro aprovechó para explicarle al estado
mayor sus planes. La idea era simple pero implicaba riesgos, había que
montar una emboscada para hacerse de armas y provisiones y luego huir
hacia el interior de la selva, poniendo la mayor distancia posible entre
la columna y las fuerzas regulares.
El
Che, pensaba diferente. Lo ideal era establecer un campamento central
con abundantes provisiones y desde allí enviar patrullas de asalto en
diferentes direcciones, pero un a vez más prevaleció la moción de Fidel
porque, de acuerdo a la opinión general, todavía no se daban las
condiciones para implementar ese plan.
El
14 de enero los rebeldes hicieron prisioneros a dos muchachos que
recolectaban miel, quienes resultaron ser familiares del guía. A uno lo
dejaron ir pero al otro se lo llevaron con ellos, porque temían ser
delatados. En esas condiciones reanudaron la marcha y al día siguiente
llegaron a la loma que dominaba el cuartel, posicionámdose a escasos 500
metros de distancia.
Los
hombres de Fidel se echaron cuerpo a tierra y a través de sus miras
telescópicas pudieron seguir los movimientos que tenían lugar en la
unidad militar.
Las
instalaciones se hallaban a medio camino entre el río y la playa,
destacando una barraca principal de madera y chapas de zinc y un par de
construcciones menores algo más allá, una de ellas el depósito y la
otra, la casa de uno de los capataces que tenían pensado ejecutar.
Al
día siguiente, 15 de enero, avistamos el cuartel de La Plata, a medio
construir, con sus láminas de zinc y vimos un grupo de hombres
semidesnudos en los que se adivinaba, sin embargo, el uniforme enemigo.
Pudimos observar cómo, a las seis de la tarde, antes de caer el sol,
llegaba una lancha cargada de guardias, bajando unos y subiendo otros.
Como no comprendimos bien las evoluciones decidimos dejar el ataque para
el día siguiente5.
De
la lancha patrullera que el Che menciona en su diario descendieron
varios hombres que se dirigieron al edificio principal donde los
esperaban media docena de soldados con el torso desnudo. Se trataba de
los relevos y algunos efectivos de refuerzo, que aumentaron el número de
efectivos al doble.
Los
rebeldes se mantuvieron a distancia durante toda la noche, apostando
vigías en diferentes puntos y el día 16, lo dedicaron a observar,
estudiando detenidamente los movimientos del enemigo que, ignorante del
peligro que lo acechaba, seguía con su rutina diaria.
La
lancha patrullera partió antes del amanecer y no habiendo más gente en
los alrededores, Fidel Castro decidió iniciar el avance para estrechar
el cerco sobre la unidad.
A
un gesto suyo, los hombres se pusieron de pie y comenzaron a descender
lentamente por el barranco, dispuestos a vadear el río. Era de noche
todavía y eso posibilitó que el cruce de las aguas se hiciera sin
inconvenientes, al amparo de la obscuridad y en el más completo
silencio. Una vez en la orilla opuesta, los rebeldes se apostaron “…al borde de la senda que conducía a la barraca”6 y allí esperaron, con las armas listas.
Desde
el amanecer del 16 se puso observación sobre el cuartel. Se había
retirado el guardacostas por la noche; se iniciaron labores de
exploración pero no se veían soldados por ninguna parte. A las tres de
la tarde, decidimos ir acercándonos al camino que sube del cuartel
bordeando el río para tratar de observar algo; al anochecer, cruzamos el
río de La Plata que no tiene profundidad alguna y nos apostamos en el
camino; a los cinco minutos, tomamos prisioneros a dos campesinos. Uno
de los hombres tenía algunos antecedentes de chivato; al saber quiénes
éramos y expresarles que no teníamos buenas intenciones si no hablaban
claro, dieron informaciones valiosas. Había unos soldados en el cuartel,
aproximadamente una quincena, y, además, al rato debía pasar uno de los
tres famosos mayorales de la región: Chicho Osorio. Estos mayorales
pertenecían al latifundio de la familia Laviti que había creado un
enorme feudo y lo mantenía mediante el terror con la ayuda de individuos
como Chicho Osorio. Al poco rato, apareció el nombrado Chicho,
borracho, montado en un mulo y con un negrito a horcajadas. Universo
Sánchez le dio el alto en nombre de la guardia rural, y éste rápidamente
contestó: “mosquito”; era la contraseña7.
Los
guerrilleros se hallaban posicionados a la vera del camino cuando
apareció el tal Osorio completamente borracho, cabalgando sobre el mulo
que menciona el Che, acompañado por un negrito que lo seguía a pie.
Tal
como anotó en su diario, Universo salió de entre el follaje,
encañonándolo con su arma y el mayoral se detuvo en seco, dándole la
contraseña.
-¡Mosquito!
Los
recién llegados se vieron rodeados por varios hombres que les apuntaban
amenazadoramente; inmediatamente después entró en escena Fidel para
representar una de sus mejores comedias. Se hizo pasar por un coronel
del ejército que perseguía a los rebeldes desde hacía semanas a través
de la selva y esa fue la razón que dio para justificar su barba y su
aspecto. Reprendió a Osorio por su embriaguez y le dijo que la actitud
de las fuerzas armadas era una verdadera “basura” pues era una vergüenza
que todavía no hubieran acabado con los sediciosos.
A
todo respondió Osorio mansamente, asintiendo lo que el “alto oficial”
le echaba en cara. Dijo que era cierto que el ejército no hacía nada,
que los soldados se la pasaban comiendo y descansando en el cuartel, que
salvo alguna ronda de pocos metros en torno al acantonamiento, lo único
que hacían era holgazanear y luego agregó que era imperioso aniquilar a
los rebeldes. Tal fue el énfasis que puso al hablar, que creyendo estar
cumpliendo con su deber mencionó a todos los campesinos “buenos” que
ofrecían su concurso ayudando al ejército y a los “malos”, que no
prestaban ninguna colaboración. Eso le sirvió a Fidel para saber quiénes
eran los amigos y quienes los enemigos e incluso, para confeccionar una
lista con sus nombres.
Cada vez más embalado, Osorio siguió largando información y así fue como desembocó en aquella frase que lo condenó a muerte:
…nos
dijo cómo acababa de darles unas bofetadas a unos campesinos que se
habían puesto “un poco malcriados” y que, además, según sus propias
palabras, los guardias eran incapaces de hacer eso; los dejaban hablar
sin castigarlos. Le preguntó Fidel qué cosa haría él con Fidel Castro en
caso de agarrarlo, y entonces contestó con un gesto explicativo que
había que partirle los... igualmente opinó de Crescencio [Pérez]. Mire,
dijo, mostrando los zapatos de nuestra tropa, de factura mexicana, “de
uno de estos hijos de... que matamos”8.
Para
Castro aquello fue suficiente. Le dijo a Osorio que lo iban a maniatar
para aproximarse con él al frente y así “poner a prueba” a la guarnición
y aquel aceptó encantado. Al negrito, en cambio, lo llevaron a un
costado y le dijeron que se quedase quieto allí, que nada le iba a
pasar. El pobre chico estaba tan asustado que obedeció sin chistar.
Fidel
dividió a su gente en tres secciones e inició el avance, llevando al
mayoral delante. Los hombres se movieron con la mayor cautela, sin hacer
ningún ruido y a las 02.40 del 17 de enero, se pusieron a tiro del
objetivo, situado a 40 metros de distancia.
Osorio
señaló el lugar donde se hallaba apostado el guardia y luego fue
llevado a la retaguardia, donde quedó al cuidado de dos de los
guerrilleros a quienes Fidel les ordenó ejecutarlo ni bien comenzara el
combate.
Pese
a que superaban en número a sus adversarios, los rebeldes casi no
tenían municiones y las pocas de las que disponían estaban vencidas o
eran de muy mala calidad, por lo que era imperioso ser extremadamente
precisos a la hora de disparar.
Eran
las 02.45 cuando Fidel Castro alzó su ametralladora y efectuó dos
descargas cortas que acribillaron el frente del cuartel. Siguiendo su
ejemplo, sus hombres abrieron fuego y enseguida se escucharon voces
intimando a la rendición. Lejos de acatarlas, los soldados respondieron,
generando un intenso intercambio de proyectiles que se prolongó por
varios segundos.
El
Che y Luis Crespo arrojaron dos granadas contra el edificio principal
pero las mismas no explotaron; Raúl hizo lo propio con un cartucho de
dinamita (según el libro de Anderson quien lo hizo fue Fidel) pero este
tampoco estalló, lo que provocó su enfado y una serie de imprecaciones
que apenas escucharon quienes estaban más cerca porque los disparos
tapaban todo.
En
ese preciso instante, uno de los guardias que custodiaba a Chicho
Osorio apuntó su pistola a la cabeza del reo y disparó, matándolo en el
acto. Inmediatamente después, esos hombres se adelantaron y se
incorporaron a la lucha, disparando sus armas largas9.
A
poco de arrojar la dinamita, Raúl ordenó a viva voz incendiar la casa
del mayoral y para dar cumplimiento a esa orden, Universo Sánchez
intentó aproximarse al edificio pero fue rechazado por los defensores.
Camilo quiso hacer lo propio pero también fracasó, por lo que tanto el
Che como Crespo se desplazaron en esa dirección y se apostaron detrás de
unos árboles, esperando el momento oportuno para repetir la acción.
A
esa altura era evidente que si no lograban el cometido en breve, la
acometida iba a fracasar, de ahí que tanto el argentino como su
compañero, se apurasen a llevar a cabo la acción.
Tomando
unos improvisados cócteles molotov, ambos se incorporaron y echaron a
correr hacia la vivienda para arrojarlos contra su frente.
Para
su satisfacción, la estructura comenzó a arder pero pronto cayeron en
la cuenta de que en lugar de la casa del mayoral habían incendiado el
depósito donde la guarnición guardaba cocos. Aún así, su accionar
intimidó a los soldados, quienes creyéndose atacados por una fuerza
poderosa, decidieron capitular.
En
su huída, uno de los efectivos se llevó por delante a Luis Crespo
quien, según el relato del Che, logró herirlo en el pecho y le quitó el
arma. Y mientras Camilo Cienfuegos, parapetado detrás de un árbol, le
disparaba a un sargento que escapaba por el mismo sector, el argentino y
su compañero vaciaron sus cargadores sobre el edificio principal, que
en esos momentos era blanco de los milicianos.
El
Che le disparó a otro soldado que corría y lo hirió. En esos momentos,
se escucharon gritos de rendición provenientes del interior del edificio
principal y casi enseguida aparecieron varios hombres con los brazos en
alto. El combate había finalizado con una gran victoria para el
ejército rebelde.
Fidel
estaba eufórico y sus hombres también; habían vencido a una guarnición
de las fuerzas gubernamentales y una invalorable cantidad de armas
quedaba en su poder, a saberse, ocho fusiles Springfield, una
ametralladora Thompson y mil balas, según lo que anotó el Che en su
diario.
El
saldo del enfrentamiento también había sido altamente favorable para
los guerrilleros: ninguna baja en sus filas, ni siquiera un herido leve
en tanto sus opinentes habían tenido dos muertos y varios heridos, tres
de ellos graves (fallecerían en las horas siguientes). Incluso hubo uno
de ellos que se pasó al bando castrista y haría toda la campaña de la
sierra en sus filas.
Después
de apoderarse de todo el arsenal y de los víveres de la guarnición, los
guerrilleros incendiaron las instalaciones y a las 04.30, se alejaron
hacia el este, dejando a los heridos al cuidado de sus compañeros.
Notas
1 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 212.
2 Pierre Kalfon, op. cit, p. 189.
3 Nacido en Manzanillo en 1939, jugaría un papel preponderante en la historia revolucionaria.
4 Se trataba de refuerzos procedentes de la guarnición de Macías.
5 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 15.
6 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 220.
7 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit.
8 Ídem, p. 17.
9 Nicolás
Márquez incluye a Chicho Osorio en la lista de personas ejecutadas por
el Che. La afirmación es incorrecta. La orden de ejecutar al mayoral
partió de Fidel Castro y quienes la llevaron a cabo fueron los dos
hombres seleccionados para vigilarlo. En el momento en que se produjo la
muerte de Osorio, el Che se hallaba empeñado en combate.