EL ASALTO AL PALACIO PRESIDENCIAL DE LA HABANA
El 24
de febrero de 1957, el “New York Times” publicó en su primera plana el
reportaje que Herbert Matthews le había hecho a Fidel Castro en la selva. La
novedad estalló como una bomba en los Estados Unidos y puso en serios aprietos
al régimen de Batista que hasta ese momento seguía asegurando que la fuerza
guerrillera había sido
aniquilada.
El mundo supo de Fidel y su “cruzada” y que
estaba enfrentando con éxito a las fuerzas gubernamentales. Su figura se acrecentó
y la leyenda de la guerrilla cobró dimensiones inusitadas.
En los días que siguieron a la acción de los Altos
de Espinosa y la ejecución de Eutimio Guerra, se incorporaron al grupo tres
nuevos combatientes, elevando su número a veinte. El 23, la columna atravesó un
pequeño riacho, cerca de Las Mercedes y por la noche acampó en la finca de un
campesino llamado Emiliano.
El asma
tuvo a maltraer a Ernesto en esos días, incentivada por las lluvias, la humedad
y las largas caminatas. Por eso, cuando el día 28 Fidel ordenó levantar
campamento y cambiar de posición, sintió como que el mundo se le caía encima.
La causa de tan repentina desición fue el hijo de Emiliano, que al no aparacer
durante su habitual recorrido, provocó el consabido temor en el alto mando
guerrillero.
El
comandante estuvo más que acertado al tomar esa decisión porque alrededor de
las 16.00, Universo Sánchez y Luis Crespo detectaron una columna del ejército
que se desplazaba por el camino de La Vegas, directo hacia la posición que
habían evacuado esa misma mañana.
Era
evidente que si no se movía con celeridad, iban a quedar inmovilizados y que
dado el número de sus adversarios y el armamento del que disponía, terminarían
por ser aniquilados.
Cumpliendo la directiva de Fidel, los rebeldes corrieron
hacia el borde de la loma para cruzarla
antes de que el enemigo les cortara el paso.
Evidentemente las tropas regulares los vieron porque en ese
preciso momento, comenzaron a llover sobre ellos proyectiles de morteros y
ráfagas de ametralladoras que para su alivio, cayeron detrás de su posición,
arrasando el lugar que habían ocupado unos minutos antes.
Cruzaron la altura a la carrera y una vez al otro lado se pusieron
a cubierto, movimiento que para el Che significó un esfuerzo titánico porque en
esos momentos el asma lo golpeaba con más fuerza que nunca.
-¡Argentino de m… - sintió que le decía alguien a sus
espaldas – vas a caminar o te llevo a culatazos!
Era Luis Crespo, su ángel de la guarda, que aún cargando su propio
equipo, lo tomó por debajo de los
hombros y lo ayudó a atravesar el alto, soportando el peso de su cuerpo y el de
su mochila.
La columna guerrillera llegó a una cabaña en la que departían
dos hombres. Fidel Castro se presentó como el comandante González del ejército
regular, que en esos momentos recorría el monte en busca de guerrilleros. Los
hombres se mostraron amables pero desconfiados y cuando uno de ellos se fue
(era un vecino que estaba de visita), recién ahí el recién llegado le reveló al
dueño de casa su verdadera identidad.
El hombre lo abrazó inmediatamente,
diciéndole que era ortodoxo, que seguía siempre a Chibás y que podía ordenar1.
La actitud de aquel pobre campesino resultó providencial porque el Che
estaba en muy malas condiciones y era necesario dejarlo allí.
El hombre fue enviado a Manzanillo en busca de medicamentos y mientras lo
hacía, el argentino se sentó a recuperar fuerzas en compañía de un combatiente
recién incorporado, El Maestro, que aunque hombre fuerte y curtido, no le
inspiraba confianza.
Los guerrilleros reanudaron la marcha internándose en la espesura. Para el
Che fue un suplicio porque el asma no lo dejaba en paz. Debía avanzar de árbol
en árbol, apoyándose en la culata de su fusil, tosiendo, jadeando y
transpirando. Y para colmo de males, el combatiente que debía asistirlo
temblaba cuando le agarraba alguno de sus ataques.
En los Altos de Merino la columna se dividió en dos, un error que les pudo
haber costado caro. Doce se encolumnaron detrás de Fidel y los seis restantes siguieron
a Ciro Frías, quien los llevó directamente a una emboscada de la que, para su
fortuna, lograron salir ilesos tas un breve aunque nutrido intercambio de
disparos.
Recién el 11 de marzo estuvieron de regreso en lo de Epifanio Díaz, donde
el Che se dejó caer exhausto, ya sin fuerzas para seguir.
Allí se encontraba el ejérccito rebelde cuando hizo su arribo Jorge Sotús, al
frente de un pequeño grupo de voluntarios seleccionado por Frank País. El
recién llegado, que venía a sumarse a la lucha, trajo consigo una novedad
inquietande: Frank había sido detenido en Santiago pero que los hombres que había escogido para enviar a
la Sierra, se hallaban en marcha y llegarían de un momento a otro.
El 13 de marzo de
1957 se produjo el violento ataque al Palacio Presidencial de La Habana con el propósito
de acabar con el gobierno de Batista.
Los guerrilleros escucharon
la noticia en lo más profundo de la selva a través de su equipo de radio,
mientras aguardaban los refuerzos que les habían enviado Frank País.
El Partido
Revolucionario Cubano Auténtico y el Directorio Revolucionario habían decidido
acabar con el régimen y para ello pusieron en marcha un ambicioso plan destinado
a asesinar a Batista y tomar el poder.
La idea era en
extremo arriesgada: capturar el Palacio Presidencial de La Habana y ocupar la
emisora Radio Reloj para propagar el comunicado anunciando la muerte del
dictador y el fin de su gobierno.
José Antonio Echeverría |
Recién en agosto del
siguiente año, tras la firma de la Carta de México2, las condiciones
estuvieron dadas para poner en marcha la operación.
El asesinato de
Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, el 28 de
octubre de 1956, a cargo de un grupo comando del Directorio encabezado por Juan
Pedro Carbó Serviá, pareció precipitar las cosas, lo mismo la rebelión de
Santiago de Cuba el día 30 y el desembarco de la fuerza expedicionaria en
Oriente.
La primera reunión
formal entre los conspiradores se llevó a cabo en enero de 1957 y a partir de
la misma, comenzó el reclutamiento de hombres y el acopio de armas.
El plan consistía en
el asalto al Palacio Presidencial a cargo de un pelotón de 50 hombres
fuertemente armados, que estaría cubierto por un grupo de apoyo. Mientras eso
sucedía, Echeverría tomaría la emisora y después de anunciar al pueblo de Cuba
la muerte del dictador e, ocuparía las instalaciones de la Universidad de La
Habana con el objeto de establecer allí su cuartel general.
El grupo de apoyo,
provisto de fusiles, diez ametralladoras calibre 30, igual número de fusiles
automáticos y una ametralladora pesada calibre 50, montada sobre el eje de un
camión, debería apoderarse de los edificios próximos a la sede de gobierno (el
Hotel Sevilla, la Escuela de Bellas Artes, la fábrica de habanos y cigarros) y
desde allí abrir fuego sobre la guarnición defensora, apostada en las azoteas del
Palacio.
El operativo se puso
en marcha el 13 de marzo a las 15.15 horas, cuando el automóvil que conducía a
Carlos Gutiérrez Menoyo y su grupo, partió desde el barrio residencial del
Veadao, seguido por el camión de Fast Delivery guiado por Amado Silveriño y un
segundo vehículo que avanzada detrás.
La columna tomó por
la Calle 17 y después de doblar por O, siguió por Vapor, Espada, San Miguel,
Campanario y Dragones hasta alcanzar la zona céntrica. En el camión, donde se
hallaba montada la ametralladora pesada, viajaban agobiados por el calor unos
cuarenta hombres, entre ellos Juan Pedro Carbó, Mario Casañan, Evelio Prieto
(el único que llevaba puesta su gabardina), Manuel Gómez Sartorio, Ángel Eros y
Machadito quien al mirar por la ranura de la puerta trasera, alcanzó a ver a su
novia caminando despreocupada por la vereda, ignorante de lo que estaba por
suceder.
Casi al mismo tiempo,
otros tres automóviles abandonaban los sótanos de la casa de la Calle 19 y
enfilaron por B hasta la 17, donde doblaron a la izquierda para alcanzar M, la
arteria que los llevaba directamente al edificio de Radiocentro, en el que se
hallaba la emisora de Radio Reloj. Era el grupo encabezado por Echeverría, que
se movía presuroso para coordinar las acciones con los otros dos escuadrones.
El llegar al Palacio
Presidencial, Carlos Gutiérrez se abalanzó fuera del vehículo y situándose en
las arcadas que dominaban las puertas de la calle Colón, abrió fuego con su
automática, acribillando al joven soldado Verdecia, que en esos momentos hacía
guardia.
Catapultado por una
fuerza desconocida en él, corrió hacia la verja del edificio, seguido por José Castellano
(su segundo), Luis Almeida, Luis Goicochea, Humberto Castelló, Ángel Eros y el
resto del escuadrón, y abrió fuego nuevamente, impidiendo que el soldado
Hernández cerrara la verja con el candado.
Después de abatir al
sargento Ríos y al soldado Lugo, el grupo ingresó en la planta baja dividido en
dos pelotones. El que comandaba Gutiérrez tomó a la derecha y el liderado por
Alfonso Zuñiga a la izquierda.
Al verlos ingresar,
la guardia presidencial abrió fuego con una ametralladora pesada montada bajo
la Escalera de los Embajadores y alcanzó a varios asaltantes, uno de ellos
Faure Chaumón Mediavilla, que voló por los aires y cayó de espaldas, gravemente
herido.
El tiroteo se
intensificó cuando los atacantes alcanzaron el primer piso y mientras Tony
Castell reforzaba el sector del parqueo, la guardia de Batista que se había
refugiado en la Iglesia del Ángel, se asomó por sus ventanucos y comenzó a
disparar, generando un violento intercambio de fuego en el que cayeron abatidos
nuevos cuadros atacantes.
Vista aérea del Palacio Presidencial |
En el edificio de
Radiocentro, mientras tanto, los tres vehículos que transportaban al grupo
encargado de tomar adio Reloj frenaron con estridencia y de ellos descendieron velozmente
sus ocupantes, encabezados por un enardecido Echeverría, que sin medir los
riesgos, se lanzó hacia el interior con su arma en las manos.
Tomada la estación de
radio, José Antonio se colocó frente al micrófono y comenzó a transmitir el
comunicado: “Pueblo de Cuba, en estos
momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el tirano Fulgencio
Batista. En su propia madriguera del Palacio Presidencial el pueblo de Cuba ha
ido a ajustarle cuenta, y somos nosotros, el Directorio Revolucionario, los que
en nombre de la Revolución cubana hemos dado el tiro de gracia a este régimen
de oprobio. Cubanos que me escuchan, acaba de ser eliminado…Si caemos que
nuestra sangre señale el camino de la Libertad. Porque tenga o no nuestra
acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en
la senda del triunfo. Pero es la acción del pueblo la que será decisiva para
alcanzarlo…”.
En ese preciso
momento, Echeverría comprendió que habían cortado la transmisión y que su voz
ya no se escuchaba, por lo que le ordenó a su gente evacuar urgentemente el
edificio y continuar con el plan, es decir, seguir hasta la Universidad de La
Habana para dirigir desde allí las acciones de apoyo al grupo que atacaba el
Palacio Presidencial.
Para entonces,
efectivos de la Marina de Guerra habían acudido a la sede gubernativa,
provenientes del retén de La Punta y se unieron a la lucha, sumándose a los
defensores que disparaban desde la planta baja.
Los atacantes
intentaron alcanzar el despacho presidencial pero fueron interceptados por un
pelotón al mando del teniente Ramos en el Salón del Consejo de Ministros y el
Salón de las Audiencias, donde cayeron acribillados, no sin antes arrojar una
granada que no llegó a estallar.
La situación pareció
desbordar a los asaltantes quienes se desorientaron e intentaron replegarse por
los pasillos, cayendo la mayoría abatidos por la sección del sargento Pimentel.
Carlos Gutiérrez y
José Castellanos alcanzaron el despacho presidencial, seguidos por Luis
Goicochea y Pepe Wanguemert y una vez allí arrojaron cuatro granadas, tres de
las cuales no estallaron. Cuando lo hizo la cuarta, ingresaron violentamente
accionando sus armas automáticas3. Dos cuerpos yacían sin vida en el
piso, pero del odiado dictador no había ni rastros. Según Goicochea, intentaron
buscar algún pasadizo secreto que comunicara al despacho con las habitaciones
que Batista tenía en el tercer piso, pero no lo encontraron.
Mientras tanto, en Radiocentro,
Echeverría, Fructuoso, Pedro Martínez Brito y el resto del escuadrón se
abalanzaron por las escaleras y los ascensores, no sin antes acribillar a tiros
la cabina de control.
Escalinata de acceso al despacho presidencial |
Fue tal la premura
con la que arrancaron, que el automóvil en el que viajaba Echeverría tomó una
calle equivocada y se extravió. Debió haber agarraado por M hasta San Lázaro y
ahí doblar por Jovellar, pero lo hizo por una ruta diferente.
Al intentar esquivar
una tanqueta que avanzaba en sentido contrario, el conductor hizo una brusca
maniobra y se estrelló contra un patrullero que les cerró el paso antes de
cruzar la avenida.
Los policías
intentaron retroceder pero Echeverría lo impidió, saltando del vehículo y
disparándole al conductor. En ese preciso momento fue alcanzado por una
descarga que lo tumbó sobre el asfalto y al intentar incorporarse para devolver
la agresión, recibió una ráfaga de metralla que lo mató en el acto.
En el Palacio
Presidencial, mientras tanto, Gutiérrez y sus hombres abandonaron el despacho
presidencial y se abalanzaron por una escalera de caracol para subir hasta el
tercer piso, convencidos que allí se e ncontraba Batista.
En ese momento, el
jefe del pelotón tenía su ametralladora trabada y a Castellanos se le habían
agotado las municiones, lo que les impedía devolver el fuego que les llegaba desde
las azoteas.
En la planta baja,
Gómez Sartorio cambiaba su cargador cuando vio caer a Mario Casañas, que quedó
inconsciente sobre el piso. Sin medir riesgos, corrió hacia él para tomarlo de
un brazo y mientras jalaba para sacarlo del ángulo de fuego, sintió primero un
leve golpe y luego un extraño calor que le envolvía el cuerpo. Era la sangre de
su compañero, que lo había salpicado al recibir los impactos.
En esos momentos
Machadito le dijo a Gutiérrez que bajase en busca de refuerzos, propuesta con
la que aquel estuvo de acuerdo.
Gutiérrez se incorporó, seguido por Castellanos y cuando
se disponía a descender las escaleras fue alcanzado por una ráfaga proveniente
de las azoteas los abatió a ambos.
Machadito los vio
caer y en ese momento comprendió que el asalto había fracasado. Estaban escasos
de municiones, con una importante cantidad de muertos y heridos y el pelotón de
apoyo no aparecía.
En un acto de arrojo
sin precedentes, le dijo a sus compañeros que evacuaran el lugar mientras él
los cubría. Los que estaban a su lado descendieron las escaleras a la carrera y
una vez en planta baja, evacuaron el Palacio en diferentes direcciones.
Machadito también
logró escapar, seguido por Berto Valdez y Evelio Prieto, en dirección a la
calle Monserrat. Carbó, Goicochea y Wanguemert lo hicieron por el Parque Zayas4,
corriendo desesperadamente a través de la mencionada arteria hasta que el
primero fue alcanzado por dos disparos que lo tumbaron sobre la hierba;
Goicochea alcanzó la calle Villegas y por ahí se internó en la ciudad, no así
el tercero que también cayó abatido.
Radio Reloj. Cabina de transmisión acribillada |
En su huída, Antonio
Castell arrojó su fusil, se colocó la pistola en la cintura y sin detenerse a
mirar, atravesó varias calles en dirección a la casa de una tía, ubicada en la
intersección de San Lázaro y
Perseverancia, donde se escondió. Gómez Sartorio hizo lo propio en un hotel de
la zona y Ángel Eros escapó en un auto que abordó en una avenida lateral.
Faure y Alfonso
Zúñiga corrieron hacia el vehículo en el que habían llegado con Carlos
Gutiérrez pero al notar que no tenía llaves, se encaminaron hacia otro estacionado
algo más adelante y sin perder tiempo, treparon a él y escaparon. Antes de
partir, vieron a Ricardo Olmedo y le gritaron para que se subiera pero como
estaba mal herido, el hombre desistió. Aún así, Zuñiga alcanzó a tomarlo de la
mano y acelerando a gran velocidad escapó, llevándolo a la rastra unos cuantos metros
hasta que pudieron izarlo. Comandos del Movimiento 26 de Julio y el Directorio
Revolucionario rescatarían dos camiones repletos de armas y en los días
posteriores se las enviarían a Fidel Castro en la sierra.
Entre veinticinco y
treinta asaltantes perecieron ese día. Dos más cayeron en la siguiente jornada,
en diferentes enfrentamientos y el 20 de abril fueron acribillados Fructuoso
Rodríguez Pérez, Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado Rodríguez (Machadito) y
Joe Westbrook Rosales. Una partida policial en cabezada por el oficial Esteban
Ventura Novo irrumpió en el edificio de la calle Humboldt 7, donde se habían
refugiado y los mató sin miramientos. Los había delatado un traidor, Marcos
Rodríguez Alfonso, conocido por el apodo de
“Marquitos”, estudiante comunista de la Universidad de La Habana, quien
se presentó en el servicio secreto de la Policía, para pasar la información5.
Otras personas que no
habían participado del ataque también fueron ejecutadas, entre ellas Pelayo
Cuervo Navarro, cuyo cuerpo apareció sin vida en el paraje denominado El
Laguito y varios estudiantes del Partido Revolucionario Cubano Auténtico y el
Directorio Revolucionario. Las fuerzas regulares, por su parte, tuvieron cinco
muertos y 28 heridos, muchos de ellos de consideración6.
El ejército rebelde
escuchó la noticia del fracaso con cierta consternación dado el elevado número
de muertos que se habían producido. Cuando apagaron el equipo de radio, Fidel
manifestó que hubiera preferido contar con José Antonio Echeverría ahí en la
sierra, junto a él y no perderlo inútilmente en un ataque sin sentido e
imposible de concretar, pero ya era tarde para lamentos.
El Che apuntaría al
respecto:
En primer lugar, José Antonio Echeverría,
líder de los estudiantes, y después otros, como el de Menelao Mora. También
personas ajenas al suceso caerían; al día siguiente se sabía que Pelayo Cuervo
Navarro, luchador de la ortodoxia que había mantenido una actitud erecta frente
a Batista, era asesinado y su cuerpo arrojado en el aristocrático rincón del
Country Club conocido por El Laguito. Es bueno apuntar, como extraña paradoja,
que los asesinos de Pelayo Cuervo Navarro y los hijos del muerto, vinieron
juntos en la fracasada invasión de Playa Girón para "liberar" a Cuba
del "oprobio comunista".
En medio de la cortina de la censura se
escapaban algunos detalles del fracasado ataque que el pueblo de Cuba recuerda
bien. Personalmente, no había conocido al líder estudiantil pero sí a sus
compañeros, en México, en ocasión del acuerdo para la acción común a que
llegaron el 26 de Julio y el Directorio Estudiantil. Estos compañeros eran: el
comandante Faure Chomón, Fructuoso Rodríguez y Joe Westbrook, todos ellos
participantes en el ataque.
Como se recordará, sólo faltó un poco de
impulso para llegar al tercer piso donde estaba el dictador, pero lo que pudo
ser un golpe exitoso se convirtió en una masacre de todo el que no pudo salir a
tiempo de la ratonera en que se convirtió el Palacio Presidencial7.
El 16 de marzo, por
la mañana, llegaron al campamento los refuerzos enviados por Frank País,
cincuenta hombres de la más variada extracción, treinta de los cuales estaban
armados.
Arribaron en dos
camiones arroceros conducidos por Huber Matos, un hombre excepcional que habría
de convertirse no solo en uno de los principales cabecillas del ejército
rebelde sino en el emblema de la lucha contra la tiranía castrista.
Matos, maestro de
escuela y doctor en Pedagogía de la Universidad de La Habana, había nacido en
Yara, provincia de Oriente, el 26 de noviembre de 1918, en el seno de una
familia de propietarios de tierras y cultivos, dueña de la empresa agrícola
“Matos e Hijos Agricultores” a la que pertenecían los camiones y tractores
camuflados en los que acababan de hacer su arribo los nuevos reclutas8.
El Che refiere que esperaron
a esos hombres junto a un arroyo todo el día 15, pero nadie apareció. En sus memorias,
Matos explica las causas:
Establecemos un
sistema de vigilancia a todo lo largo de los treinta y cinco o cuarenta kilómetros
de camino entre el escondite en la finca Santa Rosalía y las
estribaciones de la Sierra Maestra. Fidel, Raúl y Ernesto Che Guevara
recibirán personalmente a estos rebeldes que envía Frank País. La empresa
no será fácil porque toda el área y las vías de acceso a la Sierra,
así como sus primeras estribaciones, están vigiladas o controladas
por el ejército. Debemos movemos en la noche aparentando ser un
contingente militar del gobierno. Tenemos que actuar con astucia y
rapidez. Dos camiones grandes, dedicados al transporte de arroz,
tractores y combustible de nuestra empresa agrícola, son camuflados para
que parezcan transportes del ejército. Cubrimos con un aceite grueso y con
tierra muy fina el nombre de la razón social pintado en las puertas:
MATOS E HIJOS, AGRICULTORES, YARA, ORIENTE.
Durante la
tarde del 15 de marzo ha estado lloviendo con intermitencia en la ruta que
tenemos que recorrer. Como conozco la zona sé que la rápida formación
de lodo en los caminos hará muy difícil el tránsito de los camiones9.
Antes de partir,
Huber les explicó a Celia Sánchez y a Jorge Sotús cuáles eran los riesgos de la
misión y les propuso esperar que se dieran las condiciones para llevarla a
cabo. Los camiones eran grandes, pesados y carecían de doble tracción, lo que
haría que quedasen atrapados en el barro y que los hombres tuviesen que hacer
buena parte del recorrido a pie, con el correspondiente riesgo de ser
detectados por el ejército. Lo máS conveniente, según su parecer, era armarse
de paciencia y esperar que pasase la noche pero Celia no estuvo de acuerdo.
En plena obscuridad,
la columna motorizada se puso en marcha tomando algunos desvíos para evitar los
puestos militares. Tal como vaticinó Matos, los camiones se movieron torpe y lentamente
a causa del barro y el desplazamiento se hizo excesivamente lento.
Cuando llegaron a El
Caney, una finca situada a 25 kilómetros del punto de partida, los hombres
estaban exhaustos. Debían encontrarse en ese punto con uno de los enlaces para
que les indicase la posición de los campamentos y los controles militares que había
a lo largo del recorrido, pero una vez allí, notaron con preocupación que el
individuo no estaba. Era evidente que a causa del retraso, el sujeto se había
retirado, pensando que los camiones no llegarían.
Huber, que llevaba
como segundo a un pariente, Felipe Guerra Matos, decidió seguir adelante. La
columna avanzó muy lentamente a causa del fango y en un momento dado, ambos
camiones se salieron del camino para encajarse en una de las cunetas.
A una orden de Jorge
Sotús, los hombres saltaron fuera de los vehículos y comenzaron a empujar para sacarlos de la trampa. Se
esforzaron por más de media hora pero todo fue en vano, de ahí la decisión de
Matos, de seguir adelante a pie por una región que conocía bastante porque su
familia poseía plantaciones allí.
Sotús propuso
conducir a los hombres por una zona boscosa a través de la cual podrían avanzar
ocultos entre el follaje y luego regresar para sacar los camiones encajados con
la ayuda de tractores, idea con la que Matos estuvo de acuerdo.
Huber Matos |
La marcha fue en
extremo penosa, con los hombres avanzando en el mayor silencio, atravesando
sembradíos y regiones fangosas. La finca El Caney, con sus plantaciones de
arroz, quedó a un lado y de ese modo, la columna se fue internando en la
espesura hasta alcanzar el río Jibacoa, que atravesó lentamente con sus armas y
embalajes en alto.
Pocos metros más
adelante, Matos y su pariente decidieron regresar para solicitar al capataz de
El Caney, un tal Ceferino, que les facilitase un tractor con el que sacar a los
camiones del fango, pero en el camino sucedió un hecho inesperado. De repente,
en medio de la obscuridad, los rayos luminosos de varias linternas iluminan sus
rostros y una voz autoritaria los conminó a detenerse. Eran soldados regulares apuntándoles
con sus armas, quienes los detuvieron, los zamarrearon e insultaron mientras
les preguntaban quiénes eran y hacia donde se dirigían.
El temor de Huber, en
ese momento, era que le descubiesen el arma que llevaba encima, razón por la cual, la
hizo deslizar por el interior de su pantalón y muy cautelosamente la empujó hacia
la hierba.
Los soldados no se
percataron del movimiento y eso le permitió a Matos simular una comedia. Fingiendo
indignación explicó que eran agricultores de la zona y que se dirigían a Cayo
Espino para comprar semillas. Y como se dieron cuenta de que los soldados no
les iban a creer, echaron a correr ambos al mismo tiempo, llevándose por
delante a varios uniformados. De ese modo, se pedieron en la selva y para su
fortuna, ningún efectivo atinó a dispararles.
Sin detenerse a descansar, llegaron ambos al
lugar donde habían quedado los camiones y al no poder moverlos, decidieron
seguir hasta Yara, intentando poner la mayor distancia posible con sus
perseguidores.
Llovía copiosamente y
no había señales de vida en los alrededores, así como tampoco pobladores, ni
vehículos a los que poderles hacer señas para detenerlos y pedirles que los
llevasen.
A Matos le
preocupaban varias cosas, una de ellas, que descubriesen los camiones, ambos de
su empresa familiar y que ello les acarrease problemas a su padre y sus hermanos,
Hugo y Rogelio, sus socios en el negocio del arroz. Por esa razón apresuró el
paso, aún a costa de la integridad física de su compañero que, poco antes del
amanecer, cayó al suelo y manifestó no poder seguir más.
-No doy más, me quedo
aquí, que me encuentren y me maten10.
Huber tuvo que hacer
un esfuerzo supremo para convencer a Guerra Matos y después de mucho insistir,
siguieron avanzando bajo la lluvia, en medio de la obscuridad, hasta llegar a
un camino donde después de un tiempo, vieron acercarse un camión.
Cuando el futuro
líder guerrillero le hizo señas al conductor, aquel se detuvo y les preguntó si
necesitaban algo. El hombre viajaba al central Estrada Palma para recoger una
carga de cañas y esa fue la razón que adujo para no desviarse del camino. Fue
necesario compensarlo económicamente para que accediera y así lo hizo.
Para los fugitivos
fue como una bendición. El camión cubrió los pocos kilómetros que lo separaban
de la población y cuando ya era de día, ingresaron por el oeste, después de
cruzar el río homónimo por la ruta que conducía a Manzanillo.
Los dos hombres
descendieron del camión y echaron a andar por las calles desiertas, hasta
llegar a la casa de Huber. Los recibió su esposa María Luisa, que les preparó
café y se ofreció a llamar a sus hermanos.
Una vez reunidos, le
dijo a Guerra Matos que se mantuviera oculto un tiempo y al resto de su familia
que no le quedaba más remedio que desaparecer por un tiempo porque el ejército
estaba tras sus pasos e iba a dar con su persona en cualquier momento. Ese
mismo día, su cuñado Roberto lo condujo en auto hasta la casa de Carmen, la
hermana de su esposa, en Bayamo donde abordó otro vehículo guiado en este caso
por el Dr. Efraín Benítez, para dirigirse a Holguín, distante a una hora de
viaje. Dos compañeros del Colegio de Maestros, Francisco Alaguer y Aníbal
Dotrés le confeccionaron un carnet a nombre de Gustavo Benítez y una vez en
aquel destino, abordó un ómnibus para dirigirse a La Habana, un viaje de varias
horas que le sirvió para dormir y reponer un poco de fuerzas.
Llegó a la capital el
17 de marzo y casi enseguida se alojó en un hostal próximo a la Universidad a
cuya propietaria, una amable española llamada Carmen, le reveló su identidad.
Allí se encontraba
Matos cuando dos horas después apareció la policía para pedir identificaciones.
Todavía se respiraba la tensión que había generado el ataque al Palacio
Presidencial (a pocos metros de donde se encontraba había caído muerto José
Antonio Echeverría) y las redadas eran contínuas.
Comprendiendo que ahí
nos se podía quedar, Huber contactó a su hermana, que vivía en la capital y a través
de ella se comunicó con miembros del M-26, quienes le hicieron saber que tanto
su esposa como su padre y hermanos habían sido encarcelados y que se hallaban todos
detenidos en la jefatura de operaciones de Las Mercedes.
La noticia le cayó
como una bomba pero aún asú, tuvo la suficiente presencia de ánimo como para
seguir adelante con sus planes de fuga.
Imágenes
Vista actual del Palacio Presidencial |
Una tanqueta toma posición frente al Palacio Presidencial |
Carlos Gutiérrez |
El cadáver de José Antonio Echeverría yace tirado en la calle |
Patrullas del ejército recorren las calles inmediatamente después del ataque |
Socorristas del gobierno trasladan a los heridos |
Notas
1 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit., p. 48.
2 Ver Anexo IV.
3 Luis Goicochea
relataría varios años después, que al llegar a la puerta del despacho,
escucharon en su interior voces agitadas y que Gutiérrez gritó que salieran
todos con las manos en alto, recibiendo como respuesta un disparo que hizo
añicos los vidrios de la puerta. Inmediatamente después, el jefe atacante
arrojó las cuatro granadas. La versión parece inverosímil ya que la idea era
matar a Batista, de ahí que resulte absurdo un Gutiérrez intimando a la
rendición y contando con el tiempo suficiente como para lanzar cuatro granadas
él solo.
4 Actual Memorial del
Granma.
5 Marcos Rodríguez fue
fusilado en marzo de 1964, por decreto del Tribunal Revolucionario Nº 1 de La
Habana, luego de un juicio televisado.
6 Roberto Fernández
Miranda, Mis relaciones con el General
Batista, capítulo “El ataque a Palacio”, Ediciones Universal, Miami, 1999.
Pedro Antonio García,
Movimiento Chileno de Solidaridad con Cuba, “13 de marzo de 1957. Asalto a la
madriguera”, Tomado de “Bohemia”, http://www.siporcuba.cl/13_marzo_1957%20ASALTO%20A%20PALACIO.htm
Archivo Nacional de
la República de Cuba. “El 13 de marzo de 1957 en La Habana”, 13/3/2014 http://www.arnac.cu/index.php/noticias/13-de-marzo-de-1957-en-la-habana/1982.html
José Félix Hernández,
“El ataque al Palacio Presidencial de La Habana en 1957”, Semanario “Cuba
Nuestra”, sección Historia, París, 23 de marzo de 2013.
Baracutey Cubano, “El
asalto al Palacio Presidencial en 1957. Dos versiones: La de los asaltantes y
la de los defensores”, domingo 14 de marzo de 2010, http://baracuteycubano.blogspot.com.ar/2010/03/el-asalto-al-palacio-presidencial-en.html
Elías Argudín; “Asesinato en Humboldt 7”,
diario “Tribuna de La Habana”, sección Historia, sábado 20 de abril de 2013.
Osvaldo
Fructuoso Rodríguez; “Humboldt 7 y el hombre que delató a mi padre”, diario
“Miami Herald”, 20 de abril de 2007.
7 Ernesto “Che”
Guevara, op. Cit., p. 51.
8 Eso desmiente algunas
versiones que sostienen que Matos nació en el seno de una familia humilde, tal
como se lee en la edición de sus memorias publicada por la editora TusQuets.
9 Huber Matos, Cómo llegó la noche. Memorias, Tiempo de
Memoria. TusQuets Editores, Barcelona, 2003, 5ª Edición.
10 Ídem, p. 64.