jueves, 1 de agosto de 2019

EL ASALTO AL PALACIO PRESIDENCIAL DE LA HABANA

El 24 de febrero de 1957, el “New York Times” publicó en su primera plana el reportaje que Herbert Matthews le había hecho a Fidel Castro en la selva. La novedad estalló como una bomba en los Estados Unidos y puso en serios aprietos al régimen de Batista que hasta ese momento seguía asegurando que la fuerza guerrillera había sido aniquilada.
El mundo supo de Fidel y su “cruzada” y que estaba enfrentando con éxito a las fuerzas gubernamentales. Su figura se acrecentó y la leyenda de la guerrilla cobró dimensiones inusitadas.
En los días que siguieron a la acción de los Altos de Espinosa y la ejecución de Eutimio Guerra, se incorporaron al grupo tres nuevos combatientes, elevando su número a veinte. El 23, la columna atravesó un pequeño riacho, cerca de Las Mercedes y por la noche acampó en la finca de un campesino llamado Emiliano.

 
El asma tuvo a maltraer a Ernesto en esos días, incentivada por las lluvias, la humedad y las largas caminatas. Por eso, cuando el día 28 Fidel ordenó levantar campamento y cambiar de posición, sintió como que el mundo se le caía encima. La causa de tan repentina desición fue el hijo de Emiliano, que al no aparacer durante su habitual recorrido, provocó el consabido temor en el alto mando guerrillero.
El comandante estuvo más que acertado al tomar esa decisión porque alrededor de las 16.00, Universo Sánchez y Luis Crespo detectaron una columna del ejército que se desplazaba por el camino de La Vegas, directo hacia la posición que habían evacuado esa misma mañana.
Era evidente que si no se movía con celeridad, iban a quedar inmovilizados y que dado el número de sus adversarios y el armamento del que disponía, terminarían por ser aniquilados.
Cumpliendo la directiva de Fidel, los rebeldes corrieron hacia el borde de la loma para  cruzarla antes de que el enemigo les cortara el paso.
Evidentemente las tropas regulares los vieron porque en ese preciso momento, comenzaron a llover sobre ellos proyectiles de morteros y ráfagas de ametralladoras que para su alivio, cayeron detrás de su posición, arrasando el lugar que habían ocupado unos minutos antes.
Cruzaron la altura a la carrera y una vez al otro lado se pusieron a cubierto, movimiento que para el Che significó un esfuerzo titánico porque en esos momentos el asma lo golpeaba con más fuerza que nunca.

-¡Argentino de m… - sintió que le decía alguien a sus espaldas – vas a caminar o te llevo a culatazos!

Era Luis Crespo, su ángel de la guarda, que aún cargando su propio equipo, lo tomó por debajo de  los hombros y lo ayudó a atravesar el alto, soportando el peso de su cuerpo y el de su mochila.
La columna guerrillera llegó a una cabaña en la que departían dos hombres. Fidel Castro se presentó como el comandante González del ejército regular, que en esos momentos recorría el monte en busca de guerrilleros. Los hombres se mostraron amables pero desconfiados y cuando uno de ellos se fue (era un vecino que estaba de visita), recién ahí el recién llegado le reveló al dueño de casa su verdadera identidad.

El hombre lo abrazó inmediatamente, diciéndole que era ortodoxo, que seguía siempre a Chibás y que podía ordenar1. 

La actitud de aquel pobre campesino resultó providencial porque el Che estaba en muy malas condiciones y era necesario dejarlo allí.
El hombre fue enviado a Manzanillo en busca de medicamentos y mientras lo hacía, el argentino se sentó a recuperar fuerzas en compañía de un combatiente recién incorporado, El Maestro, que aunque hombre fuerte y curtido, no le inspiraba confianza.
Los guerrilleros reanudaron la marcha internándose en la espesura. Para el Che fue un suplicio porque el asma no lo dejaba en paz. Debía avanzar de árbol en árbol, apoyándose en la culata de su fusil, tosiendo, jadeando y transpirando. Y para colmo de males, el combatiente que debía asistirlo temblaba cuando le agarraba alguno de sus ataques.
En los Altos de Merino la columna se dividió en dos, un error que les pudo haber costado caro. Doce se encolumnaron detrás de Fidel y los seis restantes siguieron a Ciro Frías, quien los llevó directamente a una emboscada de la que, para su fortuna, lograron salir ilesos tas un breve aunque nutrido intercambio de disparos.
Recién el 11 de marzo estuvieron de regreso en lo de Epifanio Díaz, donde el Che se dejó caer exhausto, ya sin fuerzas para seguir.
Allí se encontraba el ejérccito rebelde cuando hizo su arribo Jorge Sotús, al frente de un pequeño grupo de voluntarios seleccionado por Frank País. El recién llegado, que venía a sumarse a la lucha, trajo consigo una novedad inquietande: Frank había sido detenido en Santiago pero que  los hombres que había escogido para enviar a la Sierra, se hallaban en marcha y llegarían de un momento a otro.



El 13 de marzo de 1957 se produjo el violento ataque al Palacio Presidencial de La Habana con el propósito de acabar con el gobierno de Batista.
Los guerrilleros escucharon la noticia en lo más profundo de la selva a través de su equipo de radio, mientras aguardaban los refuerzos que les habían enviado Frank País.
El Partido Revolucionario Cubano Auténtico y el Directorio Revolucionario habían decidido acabar con el régimen y para ello pusieron en marcha un ambicioso plan destinado a asesinar a Batista y tomar el poder.
La idea era en extremo arriesgada: capturar el Palacio Presidencial de La Habana y ocupar la emisora Radio Reloj para propagar el comunicado anunciando la muerte del dictador y el fin de su gobierno.
José Antonio
Echeverría
A fines de 1955 José Antonio Echeverría, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria y secretario general del Directorio, tomó contacto con el abogado Menelao Mora Morales, representante de Organización Auténtica, el brazo armado del PRCA, para plantearle sus intenciones.
Recién en agosto del siguiente año, tras la firma de la Carta de México2, las condiciones estuvieron dadas para poner en marcha la operación.
El asesinato de Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, el 28 de octubre de 1956, a cargo de un grupo comando del Directorio encabezado por Juan Pedro Carbó Serviá, pareció precipitar las cosas, lo mismo la rebelión de Santiago de Cuba el día 30 y el desembarco de la fuerza expedicionaria en Oriente.
La primera reunión formal entre los conspiradores se llevó a cabo en enero de 1957 y a partir de la misma, comenzó el reclutamiento de hombres y el acopio de armas.
El plan consistía en el asalto al Palacio Presidencial a cargo de un pelotón de 50 hombres fuertemente armados, que estaría cubierto por un grupo de apoyo. Mientras eso sucedía, Echeverría tomaría la emisora y después de anunciar al pueblo de Cuba la muerte del dictador e, ocuparía las instalaciones de la Universidad de La Habana con el objeto de establecer allí su cuartel general.
El grupo de apoyo, provisto de fusiles, diez ametralladoras calibre 30, igual número de fusiles automáticos y una ametralladora pesada calibre 50, montada sobre el eje de un camión, debería apoderarse de los edificios próximos a la sede de gobierno (el Hotel Sevilla, la Escuela de Bellas Artes, la fábrica de habanos y cigarros) y desde allí abrir fuego sobre la guarnición defensora, apostada en las azoteas del Palacio.
El operativo se puso en marcha el 13 de marzo a las 15.15 horas, cuando el automóvil que conducía a Carlos Gutiérrez Menoyo y su grupo, partió desde el barrio residencial del Veadao, seguido por el camión de Fast Delivery guiado por Amado Silveriño y un segundo vehículo que avanzada detrás.
La columna tomó por la Calle 17 y después de doblar por O, siguió por Vapor, Espada, San Miguel, Campanario y Dragones hasta alcanzar la zona céntrica. En el camión, donde se hallaba montada la ametralladora pesada, viajaban agobiados por el calor unos cuarenta hombres, entre ellos Juan Pedro Carbó, Mario Casañan, Evelio Prieto (el único que llevaba puesta su gabardina), Manuel Gómez Sartorio, Ángel Eros y Machadito quien al mirar por la ranura de la puerta trasera, alcanzó a ver a su novia caminando despreocupada por la vereda, ignorante de lo que estaba por suceder.
Casi al mismo tiempo, otros tres automóviles abandonaban los sótanos de la casa de la Calle 19 y enfilaron por B hasta la 17, donde doblaron a la izquierda para alcanzar M, la arteria que los llevaba directamente al edificio de Radiocentro, en el que se hallaba la emisora de Radio Reloj. Era el grupo encabezado por Echeverría, que se movía presuroso para coordinar las acciones con los otros dos escuadrones.
El llegar al Palacio Presidencial, Carlos Gutiérrez se abalanzó fuera del vehículo y situándose en las arcadas que dominaban las puertas de la calle Colón, abrió fuego con su automática, acribillando al joven soldado Verdecia, que en esos momentos hacía guardia.
Catapultado por una fuerza desconocida en él, corrió hacia la verja del edificio, seguido por José Castellano (su segundo), Luis Almeida, Luis Goicochea, Humberto Castelló, Ángel Eros y el resto del escuadrón, y abrió fuego nuevamente, impidiendo que el soldado Hernández cerrara la verja con el candado.
Después de abatir al sargento Ríos y al soldado Lugo, el grupo ingresó en la planta baja dividido en dos pelotones. El que comandaba Gutiérrez tomó a la derecha y el liderado por Alfonso Zuñiga a la izquierda.
Al verlos ingresar, la guardia presidencial abrió fuego con una ametralladora pesada montada bajo la Escalera de los Embajadores y alcanzó a varios asaltantes, uno de ellos Faure Chaumón Mediavilla, que voló por los aires y cayó de espaldas, gravemente herido.
El tiroteo se intensificó cuando los atacantes alcanzaron el primer piso y mientras Tony Castell reforzaba el sector del parqueo, la guardia de Batista que se había refugiado en la Iglesia del Ángel, se asomó por sus ventanucos y comenzó a disparar, generando un violento intercambio de fuego en el que cayeron abatidos nuevos cuadros atacantes.
Vista aérea del Palacio Presidencial

En el edificio de Radiocentro, mientras tanto, los tres vehículos que transportaban al grupo encargado de tomar adio Reloj frenaron con estridencia y de ellos descendieron velozmente sus ocupantes, encabezados por un enardecido Echeverría, que sin medir los riesgos, se lanzó hacia el interior con su arma en las manos.
Tomada la estación de radio, José Antonio se colocó frente al micrófono y comenzó a transmitir el comunicado: “Pueblo de Cuba, en estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el tirano Fulgencio Batista. En su propia madriguera del Palacio Presidencial el pueblo de Cuba ha ido a ajustarle cuenta, y somos nosotros, el Directorio Revolucionario, los que en nombre de la Revolución cubana hemos dado el tiro de gracia a este régimen de oprobio. Cubanos que me escuchan, acaba de ser eliminado…Si caemos que nuestra sangre señale el camino de la Libertad. Porque tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar en la senda del triunfo. Pero es la acción del pueblo la que será decisiva para alcanzarlo…”.
En ese preciso momento, Echeverría comprendió que habían cortado la transmisión y que su voz ya no se escuchaba, por lo que le ordenó a su gente evacuar urgentemente el edificio y continuar con el plan, es decir, seguir hasta la Universidad de La Habana para dirigir desde allí las acciones de apoyo al grupo que atacaba el Palacio Presidencial.
Para entonces, efectivos de la Marina de Guerra habían acudido a la sede gubernativa, provenientes del retén de La Punta y se unieron a la lucha, sumándose a los defensores que disparaban desde la planta baja.
Los atacantes intentaron alcanzar el despacho presidencial pero fueron interceptados por un pelotón al mando del teniente Ramos en el Salón del Consejo de Ministros y el Salón de las Audiencias, donde cayeron acribillados, no sin antes arrojar una granada que no llegó a estallar.
La situación pareció desbordar a los asaltantes quienes se desorientaron e intentaron replegarse por los pasillos, cayendo la mayoría abatidos por la sección del sargento Pimentel.
Carlos Gutiérrez y José Castellanos alcanzaron el despacho presidencial, seguidos por Luis Goicochea y Pepe Wanguemert y una vez allí arrojaron cuatro granadas, tres de las cuales no estallaron. Cuando lo hizo la cuarta, ingresaron violentamente accionando sus armas automáticas3. Dos cuerpos yacían sin vida en el piso, pero del odiado dictador no había ni rastros. Según Goicochea, intentaron buscar algún pasadizo secreto que comunicara al despacho con las habitaciones que Batista tenía en el tercer piso, pero no lo encontraron.
Mientras tanto, en Radiocentro, Echeverría, Fructuoso, Pedro Martínez Brito y el resto del escuadrón se abalanzaron por las escaleras y los ascensores, no sin antes acribillar a tiros la cabina de control.
Escalinata de acceso al
despacho presidencial
Una vez en la calle, un policía intentó cortarles el paso pero El Chino Figueredo lo hirió de un disparo. El agente cayó sobre la acera con el muslo derecho atravesado y mientras el escuadrón abordaba los vehículos, Enrique Rodríguez Loeches le quitó el arma y la identificación, y luego se alejó sin rematarlo, pues consideró que no era necesario hacerlo.
Fue tal la premura con la que arrancaron, que el automóvil en el que viajaba Echeverría tomó una calle equivocada y se extravió. Debió haber agarraado por M hasta San Lázaro y ahí doblar por Jovellar, pero lo hizo por una ruta diferente.
Al intentar esquivar una tanqueta que avanzaba en sentido contrario, el conductor hizo una brusca maniobra y se estrelló contra un patrullero que les cerró el paso antes de cruzar la avenida.
Los policías intentaron retroceder pero Echeverría lo impidió, saltando del vehículo y disparándole al conductor. En ese preciso momento fue alcanzado por una descarga que lo tumbó sobre el asfalto y al intentar incorporarse para devolver la agresión, recibió una ráfaga de metralla que lo mató en el acto.
En el Palacio Presidencial, mientras tanto, Gutiérrez y sus hombres abandonaron el despacho presidencial y se abalanzaron por una escalera de caracol para subir hasta el tercer piso, convencidos que allí se e ncontraba Batista.
En ese momento, el jefe del pelotón tenía su ametralladora trabada y a Castellanos se le habían agotado las municiones, lo que les impedía devolver el fuego que les llegaba desde las azoteas.
En la planta baja, Gómez Sartorio cambiaba su cargador cuando vio caer a Mario Casañas, que quedó inconsciente sobre el piso. Sin medir riesgos, corrió hacia él para tomarlo de un brazo y mientras jalaba para sacarlo del ángulo de fuego, sintió primero un leve golpe y luego un extraño calor que le envolvía el cuerpo. Era la sangre de su compañero, que lo había salpicado al recibir los impactos.
En esos momentos Machadito le dijo a Gutiérrez que bajase en busca de refuerzos, propuesta con la que aquel estuvo de acuerdo.
Gutiérrez  se incorporó, seguido por Castellanos y cuando se disponía a descender las escaleras fue alcanzado por una ráfaga proveniente de las azoteas los abatió a ambos.
Machadito los vio caer y en ese momento comprendió que el asalto había fracasado. Estaban escasos de municiones, con una importante cantidad de muertos y heridos y el pelotón de apoyo no aparecía.
En un acto de arrojo sin precedentes, le dijo a sus compañeros que evacuaran el lugar mientras él los cubría. Los que estaban a su lado descendieron las escaleras a la carrera y una vez en planta baja, evacuaron el Palacio en diferentes direcciones.
Machadito también logró escapar, seguido por Berto Valdez y Evelio Prieto, en dirección a la calle Monserrat. Carbó, Goicochea y Wanguemert lo hicieron por el Parque Zayas4, corriendo desesperadamente a través de la mencionada arteria hasta que el primero fue alcanzado por dos disparos que lo tumbaron sobre la hierba; Goicochea alcanzó la calle Villegas y por ahí se internó en la ciudad, no así el tercero que también cayó abatido.
Radio Reloj. Cabina de transmisión acribillada

En su huída, Antonio Castell arrojó su fusil, se colocó la pistola en la cintura y sin detenerse a mirar, atravesó varias calles en dirección a la casa de una tía, ubicada en la intersección de  San Lázaro y Perseverancia, donde se escondió. Gómez Sartorio hizo lo propio en un hotel de la zona y Ángel Eros escapó en un auto que abordó en una avenida lateral.
Faure y Alfonso Zúñiga corrieron hacia el vehículo en el que habían llegado con Carlos Gutiérrez pero al notar que no tenía llaves, se encaminaron hacia otro estacionado algo más adelante y sin perder tiempo, treparon a él y escaparon. Antes de partir, vieron a Ricardo Olmedo y le gritaron para que se subiera pero como estaba mal herido, el hombre desistió. Aún así, Zuñiga alcanzó a tomarlo de la mano y acelerando a gran velocidad escapó, llevándolo a la rastra unos cuantos metros hasta que pudieron izarlo. Comandos del Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario rescatarían dos camiones repletos de armas y en los días posteriores se las enviarían a Fidel Castro en la sierra.
Entre veinticinco y treinta asaltantes perecieron ese día. Dos más cayeron en la siguiente jornada, en diferentes enfrentamientos y el 20 de abril fueron acribillados Fructuoso Rodríguez Pérez, Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado Rodríguez (Machadito) y Joe Westbrook Rosales. Una partida policial en cabezada por el oficial Esteban Ventura Novo irrumpió en el edificio de la calle Humboldt 7, donde se habían refugiado y los mató sin miramientos. Los había delatado un traidor, Marcos Rodríguez Alfonso, conocido por el apodo de  “Marquitos”, estudiante comunista de la Universidad de La Habana, quien se presentó en el servicio secreto de la Policía, para pasar la información5.
Otras personas que no habían participado del ataque también fueron ejecutadas, entre ellas Pelayo Cuervo Navarro, cuyo cuerpo apareció sin vida en el paraje denominado El Laguito y varios estudiantes del Partido Revolucionario Cubano Auténtico y el Directorio Revolucionario. Las fuerzas regulares, por su parte, tuvieron cinco muertos y 28 heridos, muchos de ellos de consideración6.


El ejército rebelde escuchó la noticia del fracaso con cierta consternación dado el elevado número de muertos que se habían producido. Cuando apagaron el equipo de radio, Fidel manifestó que hubiera preferido contar con José Antonio Echeverría ahí en la sierra, junto a él y no perderlo inútilmente en un ataque sin sentido e imposible de concretar, pero ya era tarde para lamentos.
El Che apuntaría al respecto:

En primer lugar, José Antonio Echeverría, líder de los estudiantes, y después otros, como el de Menelao Mora. También personas ajenas al suceso caerían; al día siguiente se sabía que Pelayo Cuervo Navarro, luchador de la ortodoxia que había mantenido una actitud erecta frente a Batista, era asesinado y su cuerpo arrojado en el aristocrático rincón del Country Club conocido por El Laguito. Es bueno apuntar, como extraña paradoja, que los asesinos de Pelayo Cuervo Navarro y los hijos del muerto, vinieron juntos en la fracasada invasión de Playa Girón para "liberar" a Cuba del "oprobio comunista".
En medio de la cortina de la censura se escapaban algunos detalles del fracasado ataque que el pueblo de Cuba recuerda bien. Personalmente, no había conocido al líder estudiantil pero sí a sus compañeros, en México, en ocasión del acuerdo para la acción común a que llegaron el 26 de Julio y el Directorio Estudiantil. Estos compañeros eran: el comandante Faure Chomón, Fructuoso Rodríguez y Joe Westbrook, todos ellos participantes en el ataque.
Como se recordará, sólo faltó un poco de impulso para llegar al tercer piso donde estaba el dictador, pero lo que pudo ser un golpe exitoso se convirtió en una masacre de todo el que no pudo salir a tiempo de la ratonera en que se convirtió el Palacio Presidencial7.

El 16 de marzo, por la mañana, llegaron al campamento los refuerzos enviados por Frank País, cincuenta hombres de la más variada extracción, treinta de los cuales estaban armados.
Arribaron en dos camiones arroceros conducidos por Huber Matos, un hombre excepcional que habría de convertirse no solo en uno de los principales cabecillas del ejército rebelde sino en el emblema de la lucha contra la tiranía castrista.
Matos, maestro de escuela y doctor en Pedagogía de la Universidad de La Habana, había nacido en Yara, provincia de Oriente, el 26 de noviembre de 1918, en el seno de una familia de propietarios de tierras y cultivos, dueña de la empresa agrícola “Matos e Hijos Agricultores” a la que pertenecían los camiones y tractores camuflados en los que acababan de hacer su arribo los nuevos reclutas8.
El Che refiere que esperaron a esos hombres junto a un arroyo todo el día 15, pero nadie apareció. En sus memorias, Matos explica las causas:

Establecemos un sistema de vigilancia a todo lo largo de los treinta y cinco o cuarenta kilómetros de camino entre el escondite en la finca Santa Rosalía y las estribaciones de la Sierra Maestra. Fidel, Raúl y Ernesto Che Guevara recibirán personalmente a estos rebeldes que envía Frank País. La empresa no será fácil porque toda el área y las vías de acceso a la Sierra, así como sus primeras estribaciones, están vigiladas o controladas por el ejército. Debemos movemos en la noche aparentando ser un contingente militar del gobierno. Tenemos que actuar con astucia y rapidez. Dos camiones grandes, dedicados al transporte de arroz, tractores y combustible de nuestra empresa agrícola, son camuflados para que parezcan transportes del ejército. Cubrimos con un aceite grueso y con tierra muy fina el nombre de la razón social pintado en las puertas: MATOS E HIJOS, AGRICULTORES, YARA, ORIENTE. 
Durante la tarde del 15 de marzo ha estado lloviendo con intermitencia en la ruta que tenemos que recorrer. Como conozco la zona sé que la rápida formación de lodo en los caminos hará muy difícil el tránsito de los camiones9

Antes de partir, Huber les explicó a Celia Sánchez y a Jorge Sotús cuáles eran los riesgos de la misión y les propuso esperar que se dieran las condiciones para llevarla a cabo. Los camiones eran grandes, pesados y carecían de doble tracción, lo que haría que quedasen atrapados en el barro y que los hombres tuviesen que hacer buena parte del recorrido a pie, con el correspondiente riesgo de ser detectados por el ejército. Lo máS conveniente, según su parecer, era armarse de paciencia y esperar que pasase la noche pero Celia no estuvo de acuerdo.
En plena obscuridad, la columna motorizada se puso en marcha tomando algunos desvíos para evitar los puestos militares. Tal como vaticinó Matos, los camiones se movieron torpe y lentamente a causa del barro y el desplazamiento se hizo excesivamente lento.
Cuando llegaron a El Caney, una finca situada a 25 kilómetros del punto de partida, los hombres estaban exhaustos. Debían encontrarse en ese punto con uno de los enlaces para que les indicase la posición de los campamentos y los controles militares que había a lo largo del recorrido, pero una vez allí, notaron con preocupación que el individuo no estaba. Era evidente que a causa del retraso, el sujeto se había retirado, pensando que los camiones no llegarían.
Huber, que llevaba como segundo a un pariente, Felipe Guerra Matos, decidió seguir adelante. La columna avanzó muy lentamente a causa del fango y en un momento dado, ambos camiones se salieron del camino para encajarse en una de las cunetas.
A una orden de Jorge Sotús, los hombres saltaron fuera de los vehículos y comenzaron a  empujar para sacarlos de la trampa. Se esforzaron por más de media hora pero todo fue en vano, de ahí la decisión de Matos, de seguir adelante a pie por una región que conocía bastante porque su familia poseía plantaciones allí.
Sotús propuso conducir a los hombres por una zona boscosa a través de la cual podrían avanzar ocultos entre el follaje y luego regresar para sacar los camiones encajados con la ayuda de tractores, idea con la que Matos estuvo de acuerdo.
Huber Matos
La marcha fue en extremo penosa, con los hombres avanzando en el mayor silencio, atravesando sembradíos y regiones fangosas. La finca El Caney, con sus plantaciones de arroz, quedó a un lado y de ese modo, la columna se fue internando en la espesura hasta alcanzar el río Jibacoa, que atravesó lentamente con sus armas y embalajes en alto.
Pocos metros más adelante, Matos y su pariente decidieron regresar para solicitar al capataz de El Caney, un tal Ceferino, que les facilitase un tractor con el que sacar a los camiones del fango, pero en el camino sucedió un hecho inesperado. De repente, en medio de la obscuridad, los rayos luminosos de varias linternas iluminan sus rostros y una voz autoritaria los conminó a detenerse. Eran soldados regulares apuntándoles con sus armas, quienes los detuvieron, los zamarrearon e insultaron mientras les preguntaban quiénes eran y hacia donde se dirigían.
El temor de Huber, en ese momento, era que le descubiesen el arma que llevaba encima, razón por la cual, la hizo deslizar por el interior de su pantalón y muy cautelosamente la empujó hacia la hierba.
Los soldados no se percataron del movimiento y eso le permitió a Matos simular una comedia. Fingiendo indignación explicó que eran agricultores de la zona y que se dirigían a Cayo Espino para comprar semillas. Y como se dieron cuenta de que los soldados no les iban a creer, echaron a correr ambos al mismo tiempo, llevándose por delante a varios uniformados. De ese modo, se pedieron en la selva y para su fortuna, ningún efectivo atinó a dispararles.
Sin  detenerse a descansar, llegaron ambos al lugar donde habían quedado los camiones y al no poder moverlos, decidieron seguir hasta Yara, intentando poner la mayor distancia posible con sus perseguidores.
Llovía copiosamente y no había señales de vida en los alrededores, así como tampoco pobladores, ni vehículos a los que poderles hacer señas para detenerlos y pedirles que los llevasen.
A Matos le preocupaban varias cosas, una de ellas, que descubriesen los camiones, ambos de su empresa familiar y que ello les acarrease problemas a su padre y sus hermanos, Hugo y Rogelio, sus socios en el negocio del arroz. Por esa razón apresuró el paso, aún a costa de la integridad física de su compañero que, poco antes del amanecer, cayó al suelo y manifestó no poder seguir más.

-No doy más, me quedo aquí, que me encuentren y me maten10.

Huber tuvo que hacer un esfuerzo supremo para convencer a Guerra Matos y después de mucho insistir, siguieron avanzando bajo la lluvia, en medio de la obscuridad, hasta llegar a un camino donde después de un tiempo, vieron acercarse un camión.
Cuando el futuro líder guerrillero le hizo señas al conductor, aquel se detuvo y les preguntó si necesitaban algo. El hombre viajaba al central Estrada Palma para recoger una carga de cañas y esa fue la razón que adujo para no desviarse del camino. Fue necesario compensarlo económicamente para que accediera y así lo hizo.
Para los fugitivos fue como una bendición. El camión cubrió los pocos kilómetros que lo separaban de la población y cuando ya era de día, ingresaron por el oeste, después de cruzar el río homónimo por la ruta que conducía a Manzanillo.
Los dos hombres descendieron del camión y echaron a andar por las calles desiertas, hasta llegar a la casa de Huber. Los recibió su esposa María Luisa, que les preparó café y se ofreció a llamar a sus hermanos.
Una vez reunidos, le dijo a Guerra Matos que se mantuviera oculto un tiempo y al resto de su familia que no le quedaba más remedio que desaparecer por un tiempo porque el ejército estaba tras sus pasos e iba a dar con su persona en cualquier momento. Ese mismo día, su cuñado Roberto lo condujo en auto hasta la casa de Carmen, la hermana de su esposa, en Bayamo donde abordó otro vehículo guiado en este caso por el Dr. Efraín Benítez, para dirigirse a Holguín, distante a una hora de viaje. Dos compañeros del Colegio de Maestros, Francisco Alaguer y Aníbal Dotrés le confeccionaron un carnet a nombre de Gustavo Benítez y una vez en aquel destino, abordó un ómnibus para dirigirse a La Habana, un viaje de varias horas que le sirvió para dormir y reponer un poco de fuerzas.
Llegó a la capital el 17 de marzo y casi enseguida se alojó en un hostal próximo a la Universidad a cuya propietaria, una amable española llamada Carmen, le reveló su identidad.
Allí se encontraba Matos cuando dos horas después apareció la policía para pedir identificaciones. Todavía se respiraba la tensión que había generado el ataque al Palacio Presidencial (a pocos metros de donde se encontraba había caído muerto José Antonio Echeverría) y las redadas eran contínuas.
Comprendiendo que ahí nos se podía quedar, Huber contactó a su hermana, que vivía en la capital y a través de ella se comunicó con miembros del M-26, quienes le hicieron saber que tanto su esposa como su padre y hermanos habían sido encarcelados y que se hallaban todos detenidos en la jefatura de operaciones de Las Mercedes.
La noticia le cayó como una bomba pero aún asú, tuvo la suficiente presencia de ánimo como para seguir adelante con sus planes de fuga.


Imágenes

Vista actual del Palacio Presidencial


Una tanqueta toma posición
frente al Palacio Presidencial


Carlos Gutiérrez


El cadáver de José Antonio Echeverría
yace tirado en la calle


Patrullas del ejército recorren las calles inmediatamente después del ataque


Socorristas del gobierno trasladan a los heridos


Tras el frustrado asalto al Palacio Presidencial, Batista se dirige a la población
Notas
1 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit., p. 48.
2 Ver Anexo IV.
3 Luis Goicochea relataría varios años después, que al llegar a la puerta del despacho, escucharon en su interior voces agitadas y que Gutiérrez gritó que salieran todos con las manos en alto, recibiendo como respuesta un disparo que hizo añicos los vidrios de la puerta. Inmediatamente después, el jefe atacante arrojó las cuatro granadas. La versión parece inverosímil ya que la idea era matar a Batista, de ahí que resulte absurdo un Gutiérrez intimando a la rendición y contando con el tiempo suficiente como para lanzar cuatro granadas él solo.
4 Actual Memorial del Granma.
5 Marcos Rodríguez fue fusilado en marzo de 1964, por decreto del Tribunal Revolucionario Nº 1 de La Habana, luego de un juicio televisado.
6 Roberto Fernández Miranda, Mis relaciones con el General Batista, capítulo “El ataque a Palacio”, Ediciones Universal, Miami, 1999.
Pedro Antonio García, Movimiento Chileno de Solidaridad con Cuba, “13 de marzo de 1957. Asalto a la madriguera”, Tomado de “Bohemia”, http://www.siporcuba.cl/13_marzo_1957%20ASALTO%20A%20PALACIO.htm
Archivo Nacional de la República de Cuba. “El 13 de marzo de 1957 en La Habana”, 13/3/2014 http://www.arnac.cu/index.php/noticias/13-de-marzo-de-1957-en-la-habana/1982.html
José Félix Hernández, “El ataque al Palacio Presidencial de La Habana en 1957”, Semanario “Cuba Nuestra”, sección Historia, París, 23 de marzo de 2013.
Baracutey Cubano, “El asalto al Palacio Presidencial en 1957. Dos versiones: La de los asaltantes y la de los defensores”, domingo 14 de marzo de 2010, http://baracuteycubano.blogspot.com.ar/2010/03/el-asalto-al-palacio-presidencial-en.html
Elías Argudín; “Asesinato en Humboldt 7”, diario “Tribuna de La Habana”, sección Historia, sábado 20 de abril de 2013.
Osvaldo Fructuoso Rodríguez; “Humboldt 7 y el hombre que delató a mi padre”, diario “Miami Herald”, 20 de abril de 2007.
7 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit., p. 51.
8 Eso desmiente algunas versiones que sostienen que Matos nació en el seno de una familia humilde, tal como se lee en la edición de sus memorias publicada por la editora TusQuets.
9 Huber Matos, Cómo llegó la noche. Memorias, Tiempo de Memoria. TusQuets Editores, Barcelona, 2003, 5ª Edición.
10 Ídem, p. 64.