EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO
Lamentablemente no existen imágenes del encuentro entre el Dr. Arturo Frondizi y el Che Guevara |
La
madrugada del 18 de agosto de 1961, cerca de las 06.00 horas, un
automóvil color negro se detuvo en el pequeño aeródromo de Melilla, al
noroeste de Montevideo y de él descendió el Che Guevara, seguido por su
colaborador, Ramón Aja Castro y Jorge Carretoni, político argentino,
diputado nacional por la Unión Cívica Radical Intransigente e integrante
de la representación de su país ante el CIES, como asesor del Consejo
Federal de Inversiones.
Casi
no había gente a esa hora; la poca que se veía, quedó sorprendida al
ver al líder guerrillero, fácilmente ubicable por su uniforme de combate
y su boina.
Para
entonces, Carretoni tenía reservado un pequeño taxi aéreo que había
contratado por $20.000 el día anterior, siguiendo instrucciones de su
presidente, el Dr. Arturo Frondizi. Se trataba del Bechcraft Bonanza,
matrícula 439 CX-AKP, hacia el que la reducida comitiva se dirigió
directamente, sin efectuar ningún trámite1.
Al
llegar junto a la máquina, el piloto les estrechó la mano y les dijo
que estaba listo para partir. El Che se disponía a abordar cuando se dio
cuenta que Carretoni no iría con ellos.
-Que tenga un buen viaje, comandante – le dijo el político tendiéndole la diestra.
-¿Pero cómo…, usted no viene? – preguntó el Che extrañado.
-No, estas son mis instrucciones.
-Entonces yo tampoco viajo2.
Carretoni comprendió que tendría que transgredir las reglas por lo que también subió, detrás de Aja Castro y el comandante.
Ni
bien se cerró la puerta, el aparato comenzó a rodar por la plataforma y
tras unos segundos de espera en la cabecera de la pista, inició el
carreteo para elevarse normalmente, en dirección oeste.
El
sol matinal iluminaba tenuemente las aguas cuando se adentraron en el
Río de la Plata. La vista le trajo nostalgias al Che, que contemplaba el
panorama como extasiado. Quizás ni siquiera reparó en el detalle pero
apenas seis años antes, dos después de su partida definitiva, se había
producido allí el violento combate aeronaval entre la Escuadra de Ríos,
que respondía a los mandos rebeldes y los Gloster Meteor de la Fuerza
Aérea, leal a Perón, durante la segunda fase de la Revolución
Libertadora.
Guevara tenía muchas expectativas con respecto a ese viaje.
¿Qué llevaba al segundo hombre fuerte de la Revolución Cubana de regreso a su país de nacimiento?
Dos
días antes, durante el desarrollo de la penúltima sesión del CIES,
Frondizi contactó a Carretoni para que gestionase el viaje. Necesitaba
hablar con el representante cubano, interesado como estaba en ofrecer su
mediación, interesado en zanjar espinoso asunto del enfrentamiento
entre Cuba y Estados Unidos. Información enviada por Dardo Cúneo desde
la embajada argentina en Washington3, lo había puesto al
tanto de su encuentro con Richard Goodwin y creía poder hacer algo al
respecto junto a su par brasilero, Janio Quadros.
Cuando
Caretoni le confirmó que el Che aceptaba la invitación, el presidente
argentino mandó llamar a dos oficiales de la Armada que integraban la
custodia presidencial, los tenientes de fragata Fernando García Parra y
Emilio Filipich y cuando los tuvo frente, les dijo que el 18 por la
mañana, debían recoger en el aeródromo de Don Torcuato a un visitante
que “reconocerían” cuando lo vieran. El mandatario no entró en mayores
detalles pero puso especial énfasis en cuanto al traslado de esa persona
a la quinta presidencial de Olivos, sin hacer escalas ni detenciones de
ninguna índole y que no debían hablar del asunto con nadie.
El
pequeño Beechcraft Bonanza tardó media hora en cruzar el Río de la
Plata. Cuando estaba a 20 kilómetros de la costa comenzó a descender y a
las 09.30 hora argentina, se posó sobre la pista del pequeño aeródromo
norteño, deteniéndose cerca de su torre.
Carretoni
descendió en primer lugar, seguido por Aja Castro y el Che. Los
custodios presidenciales, que se encontraban en el lugar desde la noche
anterior, apenas dieron crédito a lo que veían. Ahí, parado frente a
ellos, con su uniforme, su boina y su pistola 45 colgando al cinto, se
encontraba el Che Guevara en persona.
Los recién llegados se despedían del piloto uruguayo cuando fueron abordados por los oficiales navales.
-Señor ministro, fuimos asignados por el presidente de la Nación para escoltarlo – le dijo Filipich.
-Yo estoy a cargo de su custodia personal – agregó García Parra.
Y
a continuación, les señalaron los dos Peugeot 403 negros, estacionados
junto al edificio principal, donde distinguieron a otros dos hombres
esperando al volante.
Por
entonces, el aeródromo de Don Torcuato era un sitio de esparcimiento al
que los porteños de la zona norte solían ir de paseo para tomar el té
en su agradable salón-confitería, pero a esa hora de la mañana, solo
personal de la estación aérea se encontraba en el lugar, escaso por
cierto.
El
Che y Aja Castro subieron en el primer vehículo, acompañados por García
Parra; Carretoni los hizo con Filipich en el segundo y enseguida
partieron en dirección a Olivos.
Los
vehículos tomaron por la Ruta 202, hacia San Fernando, localidad que
alcanzaron al cabo de veinte minutos. Cruzaron las vías del Ferrocarril
Gral. Mitre, que unía la estación Retiro con la vecina Tigre y a las
cuatro cuadras doblaron por la Av. 11 de Septiembre, en dirección sur.
El
Che comenzó a recordar los lugares de su infancia y al entrar en San
Isidro, los recuerdos afloraron como torbellino. Y mientras avanzaban,
le iba señalando a Aja Castro sitios que le eran familiares. Le habló de
la casa de sus padres, sobre la calle Leandro N. Alem, la de sus tíos
Martínez Castro, sobre Martín y Omar, el San Isidro Club, los amigos del
rugby, los entrenamientos, los partidos. Entonces, de lo más profundo
de su ser brotó una pregunta que nadie esperaba:
-¿Y cómo anda el SIC?
Quería
saber sobre el San Isidro Club, el club de sus amores, donde había
practicado su deporte preferido pero al parecer, el rugby no era le
fuerte ni del chofer ni de García Parra.
-¿Cómo anda quién, señor? – inquirió el conductor mirando por el espejo retrovisor.
-¿Rosario Central, cómo anda? – corrigió el recién llegado.
Seguramente
el hombre algo le habrá informado, pero al Che poco y nada le importaba
el fútbol y menos un equipo al que nunca fue a ver en su vida4.
Llegaron
a la Quinta Presidencial de Olivos entre las 10.30 y las 11.00.
Doblaron por Carlos Villate y entraron por el acceso lateral que da a
esa calle. Los guardias los recibieron haciéndoles la venia y les
franquearon el paso, corriendo los grandes portones. Los automóviles
cubrieron los pocos metros hasta la edificación principal y se
detuvieron en la entrada, donde aguardaban más custodios y el personal
de protocolo.
Una
persona se les acercó y les indicó el interior de la mansión. El Che
fue el primero en transponer el umbral, conducido por un integrante del
personal asignado a la residencia, que lo guió hasta el escritorio. El
hombre golpeó la puerta y el presidente de la Nación en persona abrió.
Frondizi
invitó al Che a pasar y enseguida cerró, dejando a Aja Castro fuera. En
algunas fuentes se dice que la reunión duró aproximadamente tres horas
pero el propio Frondizi ha referido que la misma se extendió unos
setenta minutos.
Lo
primero que hizo, fue invitar al ministro de Industria cubano a tomar
asiento y después de un breve preámbulo en el que le preguntó por su
familia, Fidel Castro y la reunión de Punta del Este, pasó directamente a
los hechos.
Le
propuso abiertamente intermediar entre el gobierno cubano y Washington,
una posibilidad que había evaluado con el presidente Quadros de Brasil.
El
Che le respondió que creía improbable que la Casa Blanca accediera a la
propuesta porque la resistencia que ofrecían los grupos más radicales
era fuerte, pero no tenía inconvenientes en que se explorase alguna vía
para lograr el diálogo pues Cuba necesitaba imperiosamente salir del
aislamiento en el que se la estaba situada. Si se lograba que los
gobiernos de América Latina llegasen a un entendimiento con el país del
norte, la nación caribeña permanecería en el sistema interamericano, en
caso contrario, no le quedaría más remedio que establecer un acuerdo con
Rusia e ingresar en el Pacto de Varsovia, lo que sería en extremo
riesgoso y contraproducente para los estadounidenses, algo que ya le
había sugerido a Goodwin. Inmediatamente después, hizo referencia a lo
que podía llegar a pasar si eso ocurría: América Latina se transformaría
en un gigantesco Vietnam y nada ni nadie podría detener la escalada de
violencia.
El
primer mandatario fue directo cuando abordó el tema de la injerencia
cubana en el exterior, solicitándole a su hésped una señal en el sentido
de que evitar cualquier intento de exportar la revolución. Le propuso
directamente evitar esas tentativas porque no hacían más que entorpecer
el diálogo, sugerencia que Guevara escuchó con atención para advertir
que aún sin la intervención de su tierra de adopción, la revolución en
América Latina era inevitable pues los caminos de una solución pacífica
estaban completamente cerrados.
Frondizi
creyó percibir cierto desaliento en su interlocutor cuando se refirió a
la industrialización de Cuba; según él, iba a ser imposible lograrla no
solo por el bloqueo impuesto por Estados Unidos sino también, por falta
de financiamiento adecuado.
El
sagaz estadista argentino comprendió enseguida que su revolucionario
compatriota tenía una visión distorsionada de la realidad
latinoamericana y que eso, en breve tiempo, llevaría a un serio
conflicto internacional y trató de ser condescendiente cuando le expuso
su punto de vista.
El
Che agradeció a Frondizi su posición con respecto a Cuba, aún cuando
las Fuerzas Armadas no la compartían y poco después la entrevista
finalizó.
Antes
de incorporarse, el líder revolucionario solicitó un favor. Le pidió al
presidente autorización para detenerse en San Isidro y visitar a una
tía enferma, de la que se quería despedir. Frondizi aceptó y ahí mismo
se pusieron de pie.
Cuando
salían al hall, el Che comentó algo risueño que había sido necesario
“encañonar” a los rusos para que finansiasen una planta de acero con
capacidad para 700.000 toneladas, algo que los presentes, incluyendo al
presidente, festejaron con algunas risas.
En
ese momento, Frondizi se dirigió a García Parra y le dijo que debía
conducir al visitante de regreso a Don Torcuato, pero que antes, debía
pasar por San Isidro para visitar a un familiar.
–Teniente,
usted me va a garantizar la salida de este señor del país. Va a contar
con cinco minutos para ver a una tía, él le va a indicar dónde queda.
¿Comprendido? Lo llama al brigadier Rojas Sylveira, y le dice que deje
salir el avión. Que después va a ir todo el permiso judicial, de parte
de él.
Después
de decir eso, el presidente argentino estrechó la mano de Guevara
deseándole la mejor de las suertes, hizo lo propio con Aja Castro e
inmediatamente después se retiró a sus habitaciones, para prepararse,
pues debía dirigirse a la Casa de Gobierno.
El
Che se quedó dialogando con los presentes y en esas estaba cuando
aparecieron doña Elena Faggionato de Frondizi y su hija Elena, ambas
ansiosas por saludarlo.
Tuvo lugar entonces un diálogo que ha quedado para el anecdotario, pero que vale la pena ser reproducido.
-Comandante, ¿usted comió? – preguntó la Primera Dama.
Guevara no pudo ocultar su apetito:
-La verdad, señora, que apenas tomé unos mates a las seis de la mañana, antes de salir para acá.
El
Che miró al resto de la comitiva, intentando aseverar su respuesta.
Mientras tanto Elena Faggionato continuó con su invitación:
-¿Y
no quiere que le haga preparar un churrasco… ? Es que los quería
invitar a comer algo, por la hora que es. Supongo que tendrán hambre.
Y a continuación, le preguntó si tenía problemas en demorarse unos minutos. Guevara le contestó que en absoluto:
-En realidad ya no sé, me parece que a todos lados donde vamos, genero algún problema.
Doña Elena respondió:
-¡No!
¡Esto no! Comer no es un problema. Les voy enviar a preparar un
almuerzo informal. Un bife, una ensalada y fruta… por la hora.
El Che con cara de satisfacción y agradecimiento manifestó.
-Bueno, ¿quién le dice que no a un pedazo de carne argentina?
Años después, García Parra recordaría el momento: “Así
que, nos quedamos a almorzar. Después de hablar durante un rato nos
invitaron a pasar al comedor. Durante la comida Guevara nos habló sobre
el desarrollo de China”.
Durante
el almuerzo, el oficial naval aprovechó para hablar de su paso por Cuba
durante su viaje de instrucción como cadete, recordando el nighy-club
Tropicana y las carreras de galgos.
Fue un momento en extremo agradable, en el que abundaron los comentarios jocosos y las risas.
Finalizado
el almuerzo, Guevara y sus acompañantes se pusieron de pie. Se
despidieron amablemente de doña Elena y su hija y se encaminaron hacia
el exterior, para abordar los vehículos y emprender el regreso.
Por
el comentario que el Che hizo al llegar al elegante suburbio en el que
había transcurrido parte de su vida, debieron haber tomado por Av. Maipú5.
Según
recuerda García Parra, el líder revolucionario, mucho más distendido
que en el viaje de ida, conversaba animadamente y le relataba a Aja
Castro algunas anécdotas de juventud6.
-Como
ha progresado esto. Acá es donde tomaba el colectivo para ir al SIC –
dijo al cruzar la Av. Márquez, señalando hacia su izquierda7.
El
rugby y su club estuvieron muy presentes durante el viaje ya que
después de ese comentario, explicó de lo que ese deporte significó para
él y como le había servido de terapia para el asma.
Tres
cuadras después, le indicó al conductor que doblase a la derecha. El
auto giró por la calle Belgrano y dejando a un lado el bar Focaccia, con
sus mesas y sus billares, se internó en el centro de San Isidro, donde
los recuerdos se tornaron más fuertes.
Al
Che apenas le alcanzaban los ojos para mirarlo todo. Los autos cruzaron
las vías y siguieron en dirección al mástil que se levanta en la
intersección de Belgrano, 9 de Julio y Acassuso. Hicieron dos cuadras
más, doblaron por 25 de Mayo y a los cien metros, giraron nuevamente a
la derecha para tomar Martín y Omar.
Los
vehículos se desplazaron lentamente sobre los adoquines, dejando a la
izquierda el viejo teatro “Stella Maris” de la Sociedad Italiana de
Socorros Mutuos. Cien metros más adelante se detuvieron frente a una
gran casona colonial, la misma donde hoy funciona el Colegio de Abogados
de San Isidro.
El
Che descendió, seguido por Aja Castro y García Parra y sin llamar,
abrió la puerta de la casa. En el amplio jardín, trabajaba un jardinero,
quien al ver al recién llegado quedó como petrificado.
-Sí, sí, es acá – dio el Che.
-¿Por qué no tocamos timbre? – propuso García Parra.
–No, no, es acá, es acá – respondió con seguridad.
Y entraron, sin esperar.
Repentinamente, un hombre se asomó al hall, desde una de las habitaciones y al ver al recién llegado pegó un grito de emoción.
-¡¡Huy –gritó- Ernestito…!! – y se estrechó con el comandante en un abrazo.
Era
su tío, Martín Martínez Castro, esposo de María Luisa Guevara Lynch, la
segunda hermana de su padre, quien emocionado, palmeaba y zamarreaba al
“muchacho”.
Tras las presentaciones correspondientes, se dirigieron todos a la habitación donde yacía recostada su tía.
-¡María Luisa, mirá quien te vino a visitar! – exclamó Martínez Castro pletórico.
Al ver a su sobrino parado en el umbral, la pobre mujer lanzó una exclamación y se estrecharon ambos en un abrazo.
-¡¡Ernestito, que sorpresa!! – dijo emocionada.
Permanecieron
abrazados largo rato, con la tía llorando y él intentando mantener la
compostura. Y luego comenzaron a hablar, a recordar viejos tiempos,
anécdotas familiares, travesuras, historias en común.
-¿Qué alegría me has dado, hijo querido! – decía María Luisa a cada momento.
De
tanto en tanto Martínez Castro hacía algún comentario y los tres reían o
rememoraban alguna anécdota; “¿Te acordás de esto…?”, “¿Y qué es de
fulano?”, “¿Cómo están los chicos…” y así sucesivamente.
Finalmente,
se despidieron. El Che volvió a abrazar a su tía, la besó cariñosamente
y profundamente conmovido, salió de la habitación, sabiendo que esa era
la última vez que la veía.
-Ernestito,
¿te acordás de esta habitación? –le dijo Martínez Castro señalándole un
ambientes de la casa- Acá es donde vos dormías con tu hermano. Donde
jugaban con los chicos.
El Che se detuvo unos minutos a mirar y recorrer con la vista otros rincones de la propiedad.
-Si, claro que me acuerdo. Lo que habremos jugado y correteado en ese jardín.
Luego
recordaron los tiempos del SIC, club del que su tío había sido
presidente en dos oportunidades y finalmente se despidieron,
estrechándose ambos en un fuerte abrazo.
-Bueno
tío -dijo el Che una vez en la puerta-, yo creo que esta es la última
vez que nos vamos a ver. No creo que tenga posibilidad de volver a la
Argentina, pero la he pasado muy bien… fue una gran alegría haberte
visto.
Volvieron
a abrazarse nuevamente y mientras lo hacían, don Martín derramó algunas
lágrimas. Entonces el Che, intentando a duras penas mantener su
característica postura de “duro”, le ordenó a sus acompañantes regresar a
los vehículos. Y así se alejaron de regreso a Don Torcuato.
El Che estuvo mudo casi hasta San Fernando, cuando rompió el silencio para decir que su tía no estaba tan mal como creía.
-Tiene los achaques lógicos de su edad –comentó. Y siguió mirando hacia afuera sin decir más.
En
Don Torcuato esperaba el Bonanza, con su piloto tomando unos mates. Los
viajeros bajaron del auto y se dirigieron hasta el aparato, seguidos
por Filipich y García Parra. Al despedirse de ellos, el Che pronunció
palabras de agradecimiento y luego se ubicó en el interior del avión,
seguido por Aja Castro.
El
piloto puso en marcha el motor y al cabo de unos minutos, solicitó
autorización para despegar. La misma llegó enseguida y de ese modo, el
avión rodó por el asfalto hasta la pista, desde donde partió hacia el
sur, virando luego al este, en dirección a la capital uruguaya.
El
Che dejaba atrás sus afectos, sus recuerdos más preciados, su infancia y
juventud, sus estudios y el rugby; aquella bohemia que lo había
caracterizado y todo lo que lo ligaba a su tierra de nacimiento, que
nunca más volvería a ver.
Notas
1 Según otras fuentes, se trataba de un Piper.
2 Jorge Palomar, “Historias
de la quinta presidencial: en la intimidad del poder”, “La Nación”
Revista, sección Política/Lugares, domingo 19 de septiembre de 2004.
3 Enrique
Dardo Cúneo, escritor, periodista y político argentino nacido en Buenos
Aires el 14 de febrero de 1914 y fallecido en la misma ciudad, el 15 de
abril de 2011, a los 97 años de edad. Militante socialista desde su
juventud, fue dos veces presidente de la Sociedad Argentina de
Escritores (SADE). Combatió con energía al régimen de Perón y defendió
la libertad de expresión. Después de renunciar a la mesa directiva del
Partido Socialista (1951), se unió a la Unión Cívica Radical
Intransigente (UCRI), liderada por Frondizi, agrupación de la que fue
encargado de prensa. Tras el triunfo en las elecciones del 23 de febrero
de 1958, el nuevo mandatario lo nombró secretario de Prensa de la
Presidencia y luego embajador en México, pero como el Senado rechazó su
nominación, lo designó ministro consejero ante la Organización de
Estados Americanos. Ganador del Gran Premio de Honor de la SADE, fue
autor de trabajos de notable repercusión como Unamuno y Sarmiento, El periodismo obrero y socialista en la Argentina, La batalla de América Latina, El desencuentro argentino (1930-1955), La crisis de la clase empresaria e interesantes biografías sobre Juan B. Justo y Lisandro de la Torre.
4 Extraído de G-Portál, “Entrevista de Ernesto ‘Che’ Guevara con Arturo Frondizi", 2 de agosto de 2014
(http://cheguevarasiempre.gportal.hu/gindex.php?pg=36125108&nid=6532553). Para pesar del Che, ese año el campeonato lo obtuvo el Club Atlético San Isidro (CASI), clásico rival del SIC.
5 Como
ya hemos dicho, las dos arterias que conectan el centro de la ciudad
con la Zona Norte son Av. Libertador y Av. Santa Fe, que a lo largo del
recorrido cambia de nombre en varias oportunidades (Santa Fe, Cabildo,
Maipú, Santa Fe, Centenario, 11 de Septiembre y Cazón).
6 Deducción del autor, que ha vivido toda su vida en la Zona Norte del Gran Buenos Aires.
7 Se
refería, sin duda, al colectivo 707, el único que se dirigía al San
Isidro Club (SIC). Su parada se encuentra ubicada aún hoy en la
intersección de las avenidas Centenario y Márquez.