miércoles, 14 de agosto de 2019

LA BATALLA DE SANTA CLARA (1a. Parte)

El 21 de agosto de 1958, tras la estrepitosa derrota de las fuerzas del gobierno en Sierra Maestra, el ejército rebelde inició los aprestos para iniciar la extensa marcha hacia La Habana. El alto mando guerrillero, encabezado por Fidel Castro y el Che Guevara, habían llegado a la conclusión de que para lograr el objetivo era imperioso cortar la isla en dos y para ello, había que posesionarse de la ciudad de Santa Clara, enclave estratégico en el corazón de la isla, tercera ciudad más importante del país después de su capital y Santiago de Cuba. Hacia allí se concentraron todos los esfuerzos, conscientes los mandos, de que para alcanzar el objetivo, iba a ser imperioso capturar previamente las principales poblaciones de Oriente, Camagüey y Villa Clara, en lo que iba a ser, sin ninguna duda, la mayor operación desde el inicio de la guerra civil.
Santa Isabel, Caracusey y Santa Lucía fueron los primeros puntos en caer; a partir de ahí, el asalto a la importante población central, llave de todo occidente, era cuestión de tiempo.

D esa manera, cuando todo estuvo listo, a comienzos de diciembre, el Escambray vio descender sus ejércitos hacia el llano. El Che terminó de impartir las últimas instrucciones e inmediatamente después, las diferentes unidades (Columna Nº 8, M-26, Directorio Revolucionario) se pusieron en marcha, decididas a todo.
La gran batalla estaba a punto de comenzar.


Toma de Tunas de Zaza
Tras la caída de Santa Lucía y mientras se Ultimaban los preparativos para emprender el avance sobre Fomento, Sancti Spiritus y Placetas, la noche del
11 de diciembre, un pelotón al mando de los tenientes José Luis Barceló y Ernesto Valdés, perteneciente al Comando “Juan Pedro Carbó” del Directorio Revolucionario “13 de Marzo”, abordó dos jeeps y desde Yayabo Arriba, sobre la falda oriental del Escambray, enfiló hacia el sur, en dirección al litoral marítimo.
Mientras descendían por las laderas, Barceló iluminó el reloj con su linterna y vio que eran las 23.00. Pensó que era un poco más temprano pero era evidente que se habían retrasado, por eso calculó que pasada la medianoche estarían en Tunas de Zaza, pues una hora, más o menos, les llevaría cubrir los 40 kilómetros que lo separaban del pequeño puerto sobre la costa sur, próximo a Trinidad. Confiaba en que no habría inconvenientes pues por esa época los caminos, pese a estar en bastante mal estado, eran poco transitados.
Tal como lo había previsto, arribaron al objetivo una hora después, en medio de la noche, bajo un cielo estrellado, sin luna. Dejaron los jeeps a un costado del camino, y echaron a andar en silencio, guiándose por las luces del poblado, que se distinguían claramente a unos 2 kilómetros delante, sin percibir ningún movimiento.
Barceló le señaló a Valdés el afluente que desemboca en el río Zaza, un arroyo sobre el que se extendía el puente carretero y después de atravesarlo, guió a sus hombres hacia un área boscosa, rodeando el poblado por el este. Su segundo lo seguía inmediatamente después y detrás de ellos, los hermanos Arcia, Julio Castillo y los nueve hombres que completaban el pelotón.
Ni bien cruzaron el puente, distinguieron una silueta que se desplazaba en las sombras. Los combatientes rodearon al individuo y apuntándole con sus armas le dijeron que se detuviese. Era un pescador que se disponía a cumplir sus faenas, un hombre sencillo y pacífico pero que podía convertirse en un delator ni bien lo dejaran atrás, de ahí la decisión de llevárselo con ellos.
Durante el desplazamiento, fueron tomando más prisioneros, todos pescadores que a esa hora se disponían a hacerse a la mar. Unos metros más adelante se toparon con la bifurcación del terraplén ferroviario, frente al cual, se distinguía claramente el acceso al destacamento naval.
Los combatientes tomaron posiciones y esperaron, con sus armas apuntando hacia el edificio, apenas iluminado por sus faroles exteriores. Más allá, se percibía el riacho que conectaba el mar Caribe con la cercana laguna de Zaza, unos cuatrocientos metros al norte y luego la más cerrada obscuridad.
Atentos a cualquier movimiento, los combatientes esperaron cerca de dos horas y cuando los relojes daban las 06.00, adoptaron posiciones de ataque y abrieron fuego.
Barceló y Valdés fueron los primeros en disparar, seguidos al instante por el resto del pelotón.
Sorprendieron a la mayoría de los marinos durmiendo y eso facilitó en cierto modo las cosas. Los hombres del destacamento tomaron sus armas y devolvieron el fuego, concentrando sus tiros en dirección al terraplén. Sin embargo, no ofrecieron demasiada resistencia porque al cabo de media hora, se escuchó una voz en medio de la balacera, que intentaba hacerse oír.

-¡¡Nos rendimos!! ¡¡Nos rendimos!!

Al escuchar eso, Barceló ordenó alto el fuego y en ese preciso instante, el enfrentamiento terminó. Los guerrilleros se incorporaron y sin dejar de apuntar sus armas, comenzaron a acercarse hacia la unidad militar, donde ya algunos de sus defensores salían con los brazos en alto.
Quien no estaba dispuesto a entregarse era su jefe, un joven alférez de fragata, que en un descuido, abrió una puerta lateral y salió corriendo en dirección a la playa. Barceló le ordenó a Valdés hacerse cargo y detrás del marino, gritándole que se detuviese.

-¡¡Teniente, dese preso!! – le ordenó mientras corrían por la costa.

Pero en lugar de acatar la orden, el marino giró sobre sí y descargó una ráfaga de su Thompson, que por poco mata al jefe rebelde.
Barceló adivinó la intención y se tiró sobre la arena, escapando por muy poco a la lluvia de balas. Sin perder tiempo alzó su fusil y oprimió el gatillo, alcanzando a su enemigo en la cabeza.
El hombre cayó pesadamente y quedó tendido inmóvil, mientras se desangraba rápidamente por el orificio de entrada de su occipital derecho.
Barceló se incorporó y en menos de dos zancadas estuvo a su lado, comprobando que el militar aún vivía. En ese momento llegaron algunos de sus hombres y sin perder tiempo les ordenó cargar con mucho cuidado al herido, para conducirlo hasta el destacamento.
Una vez en el interior de la unidad, los combatientes lo depositaron en un colchón y el encargado sanitario de la posta le aplicó las primeras curaciones. Una rápida mirada le permitió comprobar que tenía el cráneo destrozado y que sus posibilidades de sobrevivir eran escasas.
Recién en ese momento, Valdés se percató que después de la rendición, los marinos habían corrido a la playa para arrojar sus armas al agua y evitar que los guerrilleros se las incautaran. Entonces Barceló les ordenó ir en su busca porque de lo contrario, según sus palabras, los iba a ejecutar a todos.

-Cada uno va a sacar su arma sino los voy a zambullir a ustedes junto con ellas.

Así se hizo y al cabo de media hora, los combatientes rebeldes disponían de un considerable arsenal entre los que destacaban fusiles Garand, ametralladoras Springfield, granadas, municiones, uniformes y hasta un equipo de radio.
Barceló le entregó la Thompson del alférez a Julio Castillo, reservándose para sí su pistola.
Viendo que la situación del oficial empeoraba, el jefe guerrillero ordenó confiscar un Buick, propiedad de uno de los pobladores y cuando el mismo estuvo en la puerta, hizo subir al herido, ordenándole a su propietario que lo condujera de inmediato a Sancti Spiritus. Todo sería en vano porque el marino falleció a poco de partir.


La captura de Guasimal
Finalizada la operación, los combatientes emprendieron el regreso hacia Yayabo Arriba, satisfechos por el deber cumplido.
Una vez en el campamento, Barceló se enteró de que Armando Acosta se disponía a atacar Guasimal y por esa razón se le acercó para ofrecerse a ir con él. Acosta aceptó pero cuando estaban a punto de partir, llegó la noticia de que la guarnición militar había huido y que el lugar se hallaba libre de fuerzas leales.
Partieron todos de inmediato, abordando varios jeeps pues se había impartido la orden de ocupar el poblado, situado a 25 kilómetros al sur de Sancti Spiritus y permanecer allí en espera de nuevas instrucciones.
En el trayecto, cuando estaban a punto de alcanzar la localidad, Barceló distinguió movimientos en el terraplén que le llamaron la atención. Al aguzar la vista, vio una zorra ferroviaria que huía por las vías manipulada por dos guardias rurales.

-¡No nos tiren! ¡No nos tiren! – gritaron los uniformados al ver aproximarse a los guerrilleros.

Barceló les ordenó descender y ni bien saltaron a tierra, les confiscó sus dos Springfield y los mandó maniatar, para llevárselos detenidos a Guasimal1.


El puente carretero de Falcón
El 15 de diciembre de 1958, una sección al mando de Rogelio Acevedo voló el puente carretero que atravesaba el río Sagua la Chica a la altura de Falcón, a solo 20 kilómetros de Santa Clara, cortando al enemigo una importante vía de acceso. Al día siguiente, Faure Chomón despachó hacia el lugar un pelotón provisto de una ametralladora calibre 30, a cargo del teniente Carlos Cabalé (“Camagüey”), ordenándole previamente montar una emboscada en la cabecera occidental del puente e impidiese a toda costa el paso de vehículos y sobre todo, de tropas de refuerzo enviadas desde la ciudad.

-Óyeme Camagüey –le dijo Chomón al encomendarle la misión- esa 30 sólo se puede perder con tu muerte2.

Para el combatiente aquella indicativa fue un baldazo de agua fría; no esperaba semejante orden, pero la tomó como algo sagrado y se dispuso a cumplirla al pie de la letra.
Los comandos rebeldes partieron en horas de la tarde y cuando ya caía el sol, se posicionaron al pie del puente, tal como les había indicado Chomón.
“Camagüey” reparó en un montículo de tierra que le brindaba un ángulo de tiro óptimo y sobre el mismo desplegó con mucho cuidado el trípode de la ametralladora. Una vez asegurado, montó el arma en el adaptador de cabeza y cuando hubo terminado de hacer los últimos ajustes apuntó hacia adelante para calibrar la mira.
Dos horas después, llegó la sección del capitán Acevedo con la misión de derribar el puente ferroviario que corría unos metros más al norte, pues se sabía de la inminente llegada de un poderoso tren blindado con refuerzos y armamento para las tropas que defendían Santa Clara.
El recién llegado puso a “Camagüey” al tanto de su misión y aquel le dio su aprobación. Varios años después, Cabalé se adjudicaría la decisión de derribar la estructura, restándole importancia a todas las versiones que habían circulado hasta el momento.
El equipo de demoliciones se desplazó hacia el objetivo y montó sobre las oxidadas vigas varias cargas de oxígeno y acetileno, sujetándolas con cintas y  una suerte de goma plástica. Cuando todo estuvo listo, se retiró a prudente distancia en dirección sur, y una vez a cubierto, se dispuso a oprimir el percutor.

-¡Túmbalo ya! – gritó “Camagüey”.

Y en ese preciso instante, una fuerte explosión sacudió la región. El puente cedió y buena parte de él se vino abajo mientras una negra columna de humo se elevaba hacia el cielo.


Cabaiguán y Guayos
Cinco días después, el Che Guevara lanzó la ofensiva final sobre Las Villas, dirigiendo personalmente sus fuerzas hacia Cabaiguán y Guayos, puntos estratégico sobre la carretera Central.
La noche del 20 de diciembre, las fuerzas atacantes llegaron a Cuatro Esquinas y allí se detuvieron, para escuchar las últimas instrucciones. Guevara distribuyó a la gente, señalándole los objetivos e inmediatamente después reanudó el avance, dividido en dos columnas, la primera al mando de Víctor Bordón con varios hombres de la Columna Nº 8 en calidad de refuerzo, se encaminó a Guayos y la segunda, bajo su dirección, hizo lo propio sobre Cabaiguán.
El ataque a Guayos se inició a las 03.30 de la madrugada, con un pelotón de avanzada cortando el puente de La Trinchera, sobre la carretera Central y una fuerte concentración de fuego sobre el cuartel por el grueso de la tropa. Francotiradores estratégicamente apostados en las cercanías, especialmente en el edificio ubicado enfrente, contraatacaron con bastante precisión, obligando a los combatientes rebeldes a buscar cobertura.
Eso obligó a Bordón a despachar a varios hombres para intentar desalojarlos y fue entonces que uno de ellos, Ramón Balboa, cayó muerto, atravesado por un disparo en el estómago que le provocó una abundante hemorragia.
Comenzaba a clarear cuando Orlando “Olo” Pantoja Tamayo y Eliseo Reyes (“San Luis”) cayeron heridos, de ahí la decisión de arremeter con vigor para poner fin a la lucha.
Cuando a las 05.00 Bordón intimó a rendición, los defensores respondieron con balas. Recién a las 07.40, después de repetir la intentona, el sargento Cuevas, jefe de las tropas gubernamentales, se rindió.
Bordón envió al grueso de sus hombres a batir aquellos puntos en los que se presumía había apostados francotiradores y de esa manera, al cabo de unos cuantos minutos, el combate finalizó.
En Cabaiguán la situación fue mucho más complicada porque la resistencia que ofrecieron las fuerzas defensoras fue mucho más dura. Al menos ochenta soldados y agentes del orden se habían hecho fuertes en el cuartel de la Guardia Rural, ubicado en la entrada del poblado, sobre la ruta que conducía a Placetas y había hombres también apostados en la fábrica de tabaco y la emisora de radio, sita en La Campana.
Una rápida mirada, le permitió al Che comprobar que una vasta planicie rodeaba a la unidad militar por el frente, la izquierda y la parte posterior en tanto, por el sector derecho, una calle lateral lo separaba de la zona poblada.
Había una planta disecadora de tabaco frente al cuartel y daba toda la sensación de que iba a ser necesario ocuparla para cubrir a los hombres durante la acometida final.
Los defensores habían montado dos ametralladoras pesadas, cubriendo diferentes ángulos, una en la parte posterior, de cara a la calle Valle, que era la principal de Cabaiguán y la otra más hacia el interior, haciendo lo propio con los principales accesos. Las apoyaban numerosos francotiradores que a decir de Ramón Pérez Cabrera (“Arístides”), “…se movían hacia distintas posiciones y batían incesantemente a las fuerzas rebeldes y a la población civil que las apoyaba”3.
El Che comprendió que a su gente no le quedaba otro camino que aproximarse a través de las casas y para dar el ejemplo se lanzó adelante en persona, escalando cercos, cruzando patios, trepando paredes y saltando de tejado en tejado, para llegar al cuartel por el flanco derecho.
Pero cuando se hallaba a solo 150 metros del objetivo, cayó desde de lo alto de una tapia y se fracturó el brazo izquierdo además de provocarse otras contusiones en diferentes partes del cuerpo.
Ni bien se dio la voz de alarma respecto a lo que le había sucedido al comandante, el personal de sanidad corrió hasta la vivienda donde yacía tirado para efectuarle las primeras curaciones.
Mientras tanto, la lucha continuaba y los efectivos rebeldes no la pasaban bien. Cinco de sus hombres habían caído heridos de gravedad y el avance se tornaba en extremo dificultoso por la intensidad del fuego enemigo.
Fue necesario concentrar buena parte de los hombres frente a la estación de radio y arremeter desde allí para doblegar la voluntad de sus defensores. En la acción perecieron el teniente Silverio Blanco y el combatiente Carlos Simón, excelentes cuadros guerrilleros ambos y otros combatientes resultaron heridos.
Pero el combate seguía, con el Che Guevara llevando el brazo en cabrestilla a menos de una hora de haber resultado herido.
Desde la casa de dos plantas sobre la calle Valle, entre la 8ª y 9ª, una ametralladora calibre 30 impedía a las fuerzas rebeldes aproximarse al cuartel. Por más intento que se hiciera, los guardias atrincherados contenían cualquier avance, disparando con extrema precisión.
A las 20.30, el Che decidió reemplazar a la tropa del capitán José Ramón Silva, que desde hora temprana pugnaba por aproximarse a la unidad militar, por el Pelotón Suicida de El Vaquerito.
Media hora después, Jesús Rodríguez García (“Chury”) llegó corriendo hasta la esquina en la que se hallaba resguardado el pequeño oficial guerrillero y una vez a su lado le dijo que disponía de algunos cócteles molotov para ser lanzados sobre la posición. El Vaquerito lo miró y luego le hizo ver que de ser usados, podían incendiar las humildes casas vecinas y hasta matar o herir a algunos de los pobladores, de ahí su consejo de dirigirse hacia la comandancia, para pedirle instrucciones a Ramiro Valdés.
“Chury” partió a la carrera en dirección a la calle Natividad4, sorteando los disparos que repiqueteaban aquí y allá. Una vez frente a su superior, le comentó la propuesta que le había hecho a El Vaquerito y Valdés, después de meditar unos segundos, le aconsejó ponerse en contacto con los máximos representantes de la población, a saberse, el cura párroco, el propietario de la funeraria, algún abogado y gente por el estilo, para que intermediasen ante los guardias y les pidiesen que depusieran su actitud a fin de evitar un innecesario baño de sangre. También propuso contactar a los familiares de los soldados para que hiciesen lo propio pero al final, pasada la medianoche, fue el Che Guevara quien se dirigió a las tropas del gobierno, intentando convencerles de que depusieran su actitud. Lo hizo desde un automóvil, utilizando un megáfono.
El Che y algunos de sus combatientes
tras la toma de Cabaiguán
El vehículo se detuvo a metros del acceso a la unidad militar y una vez allí, el comandante guerrillero descendió, se cubrió detrás de la carrocería, colocó el altoparlante a la altura de la boca e intimó al enemigo a rendición.
Se acordó de ese modo una tregua durante la cual, el jefe sitiado solicitó evacuar al cabo Campito, que presentaba una seria herida en su pierna derecha. Guevara accedió y en el propio automóvil que había utilizado para llegar hasta allí, mandó colocar al suboficial, que fue sacado en hombros de varios compañeros.
Minutos después, el Che se hallaba de regreso en la comandancia. Lo primero que hizo fue anunciar que la guarnición se rendía y después solicitó dos camiones, para evacuar a los guardias hacia Placetas. Todo el mundo sabía que esos hombres podían reforzar las defensas de los siguientes objetivos pero no solo se los enviaba desarmados sino que también “…iban presos de una dolencia contagiosa: la desmoralización. Y el Che sabía que el factor psicológico es también un vital instrumento de guerra”5.
Se había alcanzado un nuevo objetivo, un punto importante de la provincia había sido “liberado” y el avance hacia Santa Clara continuaba implacable. Conocida la información, Radio Rebelde se apresuró a difundirla, a través de la vigorosa voz de Violeta Casals:

¡Atención, última hora! Liberadas las ciudades de Cabaiguán y Guayos en la provincia de Las Villas. Ocupadas infinidad de armas y muchos prisioneros por las fuerzas que comanda Ernesto Che Guevara6.


La conquista de Fomento
En la madrugada del 16 de diciembre, a poco de que la sección del capitán Acevedo volara el puente ferroviario en Falcón, las fuerzas del M-26 y el Directorio Revolucionario, al mando del Che Guevara, atacaron Fomento, arremetiendo de manera simultánea contra el cuartel de la Guardia Rural (Víctor Bordón, Joel Iglesias y Luis Alfonso Zayas), la estación de radio local (Juan Chaviano), el Hotel “Florida” (Miguel Álvarez), la Central Telefónica (Manuel Hernández) y el Teatro “Baroja” (El Vaquerito e Israel Chávez).
La embestida fue mucho más violenta de lo que se esperaba porque las fuerzas del gobierno, comandadas por el teniente Reynaldo Pérez Valencia, ofrecieron tal resistencia, que la Central Telefónica recién pudo ser capturada en horas de la tarde, tomándose diecisiete prisioneros y buen número de armas.
Sin perder tiempo, el Che ocupó el edificio e instaló allí su centro de mando, desde donde siguió dirigiendo las acciones.
Cerca de las 17.00, la sección de Juan Chaviano irrumpió en la emisora de radio, perdiendo en la acción dos de sus mejores hombres, Rolando Cabrera y Wilfredo Hernández. Menos de una hora después, llegó hasta la comandancia un mensaje de Miguel Álvarez, anunciando que el Hotel “Florida” también había sido capturado.
Los guardias se concentraron en el Teatro “Baroja”, donde ofrecieron encarnizado combate hasta la mañana del día siguiente, cuando el Che ordenó incendiar el edificio.
En vista de ello, los defensores depusieron su actitud pero algunos de ellos lograron evadirse y corriendo a través de las calles laterales, llegaron hasta el cuartel para sumarse a la lucha.
Para entonces el Che había mandado cerrar las vías de acceso que conducían a Placetas y Santa Clara, previniendo la llegada de refuerzos, medida prudente pese a que por ese lado, nada sucedió.
La que se hizo presente fue la aviación, para bombardear y acribillar con sus cañones las diferentes posiciones del ejército rebelde.
Los aviones llegaron desde San Antonio de los Baños y Columbia, al sur y el este de La Habana, los T-33 y F-47 en primer lugar, ametrallando las emboscadas sobre las rutas de acceso y los puntos ocupados por la guerrilla en el centro de la ciudad.
Las fuerzas del gobierno resistieron hasta el día 18, cuando solicitaron una tregua para parlamentar. El Che en persona acudió hasta el lugar y al cabo de una hora de deliberaciones, logró que la guarnición depusiera las armas. La ciudad de Fomento se hallaba en su poder.
El Che Guevara tras la toma de Fomento

El ejército perdió ese día tres hombres, nueve resultaron heridos y ciento veintitrés fueron hechos prisioneros. Se capturó además un importante arsenal que el Che, personalmente, se ocupó de distribuir, no sin antes permitirle al teniente Pérez Valencia, comandante de las derrotadas fuerzas defensoras, conservar su arma, como señal de respeto por su buen desempeño7.

Sancti Spiritus ocupada
Cuarenta y ocho horas después el capitán Armando Acosta conquistaba Sancti Spiritus
La noche del 22 de diciembre, fuerzas de la Columna Nº 8 “Ciro Redondo” y el Directorio Revolucionario “13 de Marzo”, atacaron aquella ciudad, capital de la provincia del mismo nombre, dirigidas por los capitanes Armando Acosta8 y Julio Castillo respectivamente. Eran tan solo cincuenta hombres para enfrentar a cuatrocientos.
El objetivo principal sería, como en las otras localidades, el cuartel de la Guardia Rural, ubicado sobre la carretera Central, a la salida de la ciudad, en dirección a Jatibonico, pero para cercarlo iba a ser necesario neutralizar otros puntos.
Las fuerzas rebeldes se pusieron en marcha desde Yayabo, tomando la ruta que conducía a La Habana.
Al llegar a la población, una sección tomó por la calle Independencia y la otra por Máximo Gómez, para reunirse más adelante en San Cristóbal, la arteria que conducía directamente a la unidad militar.
Lo primero que hicieron los guerrilleros fue apoderarse de la Cárcel, cuyo alcaide manifestó su intención de no oponer resistencia porque con ellos residían sus familias. Inmediatamente después atacaron la Estación de Policía, que fue ocupada tras un breve intercambio de disparos, previo acuerdo de respetar a toda esa gente si los uniformados garantizaban no atacarlos durante las acciones.
Ni bien se acordó la rendición, Rodríguez y Castillo pidieron una lista de detenidos y al ver que un hermano del combatiente “Guayo” estaba allí preso, ordenaron soltarlo inmediatamente.
Los rebeldes permanecieron emboscados hasta el amanecer, cuando sus jefes se decidieron a salir. Lo hicieron por el sector de Olivos en dirección a la concesionaria Ford y una vez allí, enfilaron directamente al cuartel.
El Che pronuncia un discurso después de conquistar Fomento
Al igual que en Placetas, los soldados de Batista también se refugiaron en el edificio de la Sociedad Colonia Española y fue necesario intensificar el fuego en ese punto para lograr su evacuación. Pero en esta ocasión, el apoyo de los pobladores resultó decisivo y eso, a la larga, terminaría por confundir al jefe de las fuerzas gubernamentales, al creerse atacado por miles de efectivos. De ahí su decisión de evacuar todos los puntos que aún retenía en la ciudad para concentrarlos en el cuartel.
La llegada de refuerzos, enviados por del Che desde la escuela de reclutas de Caballete de Casas resultó providencial, sobre todo porque en la mañana del 23 de diciembre la aviación reanudó sus ataques con extremada violencia.
Acosta ordenó distribuir el arsenal capturado entre los pobladores que pedían sumarse a la lucha y de esa manera, se lanzó al ataque del último bastión.
La llegada de los aviones aligeró un tanto la situación de los defensores, desmoralizados por las noticias que a cada instante les llegaban, en el sentido de que varios pueblos y establecimientos rurales de los alrededores habían caído en manos del enemigo, estrechando aún más el cerco.
Durante uno de los bombardeos cayó muerto Antonio Rodríguez, miliciano local, al ser alcanzado por las esquirlas. Pero el duro castigo de las fuerzas del aire no logró contener la arremetida. A las 17.00 de aquel agitado 23 de enero, las tropas defensoras evacuaron el cuartel y huyeron en dirección a Jatibonico, 30 kilómetros hacia el este, aprovechando la momentánea inmovilización de sus oponentes durante el último raid aéreo.
Liberada Sancti Spíritus, Acosta enfiló directamente a Placetas, para poner al tanto al Che.
Al escuchar el informe, el comandante miró a su interlocutor y sin perder su temple le preguntó, con el ácido sentido del humor que le era característico.

-¿Sancti Spíritus? ¿Qué aldea es esa? – ocurrencia que todos los presentes festejaron con sonoras carcajadas9.


La caída de Placetas
El siguiente objetivo era Placetas, ciudad que las fuerzas combinadas del M-26 y el Directorio Revolucionario atacaron la madrugada del 23 de diciembre, al mando del Che Guevara.
Para facilitar las acciones, el comandante rebelde había dispuesto cercar a los soldados del gobierno en la estación de radio a microondas y por esa razón, el día 21 envió un pelotón del Directorio al mando del teniente Enrique Oropesa, integrado por Pino Abeledo, el “Negro” Teodoro, “Dorta” y otros combatientes de aquella localidad, quienes tenían órdenes de obligar al enemigo a mantenerse aferrado en las diferentes posiciones que retenía en la ciudad.
Los combatientes, que no superaban la docena de hombres, llegaron a Placetas a bordo de una camioneta y un jeep, tomando por una calle lateral que los condujo directamente hasta la tienda de Alberto Rojas, ubicada frente al edificio de la radio.
Una vez allí, Oropesa le ordenó a uno de sus hombres que estableciese comunicación con los defensores a través del teléfono del comercio y los conminase a rendición.
El combatiente se dispuso a cumplir la directiva y cuando logró establecer contacto, desde el cuartel ubicaron la posición y les dispararon con un mortero, obligando a todo el mundo a echarse cuerpo a tierra para evitar las esquirlas. Inmediatamente después llegó la aviación y como fue una constante a lo largo de toda la campaña, bombardeó los puntos ocupados por el enemigo sin mucha consideración hacia la población civil.
En horas de la noche, el pelotón de Oropesa fue reforzado por la sección del capitán Nieves y eso les permitió mantener inmóviles a las fuerzas del gobierno durante todo el día 22, aún a costa de los bombardeos y la metralla implacable de los aviones.
Durante las acciones, la gente del primero se apoderó de una camioneta militar y tomó prisioneros a sus once ocupantes en tanto las del segundo, se desplazaron hacia un bar donde capturaron a dos delatores.
El grueso de la fuerza rebelde llegó por la carretera Central, procedente de Bibijagua. En ese punto, el Che señaló a sus capitanes los objetivos y luego ordenó avanzar.
Las tropas rebeldes se disponen a movilizarse

Víctor Bordón debía atacar el cuartel, Julio Chaviano y El Vaquerito tomarían el puente elevado y Luis Alfonso Zayas haría lo propio con la Estación de Policía, en el centro de la ciudad, apoyado por la sección de Oropesa. Las restantes columnas, al comando de los capitanes Faure Chomón, Rolando Cubela, Humberto Castelló, Raúl Díaz Argüelles, Gustavo Machín y el propio Che, penetrarían por la calle 7ª del Sur y desde ahí tomarían por las diferentes vías de aproximación hasta alcanzar los objetivos.
Antes de entrar en la ciudad, las tropas rebeldes se dieron cuenta de que hombres fuertemente armados aguardaban en techos y azoteas para acribillar  a todo aquel que se aventurase a aparecer por las calles.
La sección de Ricardo Varona (apodado “Varonita”), formó dos hileras a cada lado de la artería y así llegó a la Estación de Policía, un edificio importante, pegado a la sede de la Sociedad Colonia Española, frente al cual tomó ubicación, más precisamente en el Cine “Pujol” y el edificio del Ayuntamiento, para comenzar a disparar ininterrumpidamente.
Allí estaban los comandos de Juan Abrantes (“El Mexicano”) y la sección de Zayas, que combatían desde hacía una hora intentando contrarrestar el fuego enemigo, lo mismo la gente de Oropesa, que se había desplazado hacia la iglesia y tiraba desde allí.
A esa altura, la policía había desalojado a los socios de la entidad española y después de practicar un hoyo en la medianera, pasó a su edificio, convirtiéndolo en una fortaleza prácticamente inexpugnable. Otros agentes tomaron posiciones en las azoteas del Correo y el Teatro “Caridad”, cubriendo un amplio radio que dificultaba mucho los movimientos a los atacantes.
Oropesa había llegado a la iglesia, corriendo desde su antigua posición. Antes de hacerlo, le había informado a Rolando que pensaba efectuar ese desplazamiento y aquel lo autorizó.
Seguido por varios hombres de su sección, uno de ellos “Camagüey”, que portaba la ametralladora Browning calibre 30 que le había recomendado Chomón, el combatiente se lanzó a la carrera, cubierta su cabeza por un pañuelo amarillo. Eso llamó la atención de los soldados, ubicados a escasos 30 metros, quienes comenzaron a dispararles.
Intentando esquivar las balas, Oropesa saltó el pequeño muro que cercaba la propiedad y cayó en un pequeño patiecito, cubriéndose detrás de una imagen de la Virgen. “Camagüey” intentó alcanzarle la Browning pero al pasársela, su jefe le dijo que no se expusiera. Le ordenó pegarse lo más posible al muro exterior y practicar un boquete, para que los hombres ingresasen con mayor seguridad.
Ni bien terminó de decir eso, Oropesa se arrastró hacia la puerta y tras golpear insistentemente, la misma se abrió dejando al descubierto las figuras de dos sacerdotes, el padre Cattón y su vicario, quienes lo ayudaron a entrar. Una vez en el interior, lo condujeron escaleras arriba, hasta una pequeña habitación, desde la que se dominaban las azoteas vecinas.

-Mira –dijo el primero- esta es la mejor posición. Allí están los guardias.

Y al decir esto, señaló a través de la ventana, apuntando con el índice hacia abajo.
Oropesa se asomó y vio las terrazas de la Estación de Policía y el Teatro “Caridad”, con los soldados enemigos parapetados en ellas. Entonces, sin perder tiempo, apoyó la Browning sobre el marco de la abertura y comenzó a disparar, en el preciso momento en que “Camagüey” y “Dorta”, este último provisto de un M-1, entraban en la habitación.
Los tres abrieron fuego simultáneamente, mientras recibían una lluvia de balas.

-¡¡Salgan de la casa de Dios!! – les gritaban los guardias.

Pero los guerrilleros no respondieron. Siguieron intercambiando disparos en una escala tal, que el propio Rolando mandó decirles que no gastaran tanta munición porque se les iba a agotar. Incluso a uno de los hombres que llegó con “Dorta” le partieron el fusil de un tiro, cuando se asomó por una de las ventanas.
Durante el intercambio de fuego, Oropesa distinguió a un soldado que intentaba ocultarse detrás de una chimenea con el propósito de seguir disparando. Sin pensarlo dos veces, le apuntó y oprimió el gatillo, abatiendo al sujeto, que cayó sin vida sobre el cemento.
A las 13.00 horas, se escuchó por sobre el fragor del combate una voz que solicitaba tregua. Era uno de los guardias, al parecer quien los comandaba, hablando desde la azotea hacia la que daba la ventana de la iglesia.
Oropesa y sus hombres descendieron las escaleras y ganaron el exterior. Miraron hacia el edificio donde se hallaban apostados los soldados enemigos y al ver que aquellos volvían a solicitar un alto el fuego, les hicieron un gesto y volvieron a entrar.
Allí estaba el padre Cattón, a quien solicitaron su mediación. El sacerdote se dirigió hacia la puerta, la abrió cautelosamente, se asomó e hizo una señal hacia los soldados para indicarles que iba a salir.
Durante las conversaciones, los guardias volvieron a solicitar una tregua y en esas estaban cuando llegó el capitán Luis Alfonso Zayas, acompañado por algunos de sus hombres, para apoderarse de la Estación de Policía.
Oropesa y los suyos se les incorporaron y una vez dentro, comenzaron a desarmar a los agentes y a los guardias que allí se encontraban.
Fue entonces que Oropesa, que revisaba la documentación, dio con dos documentos en los que figuraban los nombres de las personas señaladas por el gobierno como subversivos, tanto en el ámbito nacional como local.


La columna de Víctor Bordón llegó avanzando en fila india hasta las inmediaciones del cuartel y una vez que tomó ubicación, comenzó a disparar. En el extremo sur, a escasos 200 metros de la unidad militar, el Pelotón Suicida de El Vaquerito, apoyado por la sección de Juan Chaviano, atacaban el Puente Elevado donde los guardias rurales se habían hecho fuertes con el apoyo de soldados de infantería del Ejército, sumando en total una treintena de hombres.
La posición, se hallaba defendida por trincheras y sacos de arena que neutralizaban el efecto de las descargas y desde ellas se tiraba con una ametralladora calibre 30.
Los rebeldes llegaron hasta ahí guiados por Pepe Maurel, vecino de Placetas, quien vivía muy cerca del cuartel. Otro lugareño, el teniente Santiago Hernández, se hallaba en casa de su tía, muy cerca del montículo sobre el que se encontraba el puente, cuando desde una ventana vio pasar a Raúl Díaz Argüelles seguido de su gente, buscando posicionarse para batir a la ametralladora pesada.
Hernández se volvió hacia donde se hallaba su tía, que como el resto de los moradores de la vivienda, se había puesto a cubierto debajo de las camas y le dijo que no se moviese, porque él iba a salir.

-¡¡Hay hijo mío, te van a matar!! – le gritó asustada la mujer, pero su sobrino ya no la oía.

Con su fusil Garand en la mano, ganó la calle y corrió detrás de Raúl para atravesar la carretera Central a la carrera, mientras se les hacía fuego.
Justo en ese momento, Hernández sintió que la correa del arma se le enredaba en los pies y cuando se quiso dar cuenta, comenzó a rodar por el suelo, golpeándose fuertemente las rodillas.
Al ver eso y sobre todo, que las balas comenzaban a repiquetear muy cerca del caído, Díaz Argüelles salió corriendo de la bodega en la que se había refugiado con sus hombres y tomando por el brazo a Hernández, lo sacó rápidamente de ahí.
El fornido oficial cargó al herido sobre su hombro y girando sobre sí, volvió presurosamente sobre sus pasos, sin que un solo disparo los alcanzara.
La guerrilla fue concentrando hombres frente al puente y tras varias horas de combate, logró abatir a algunos de los defensores, forzándolos a capitular e incluso, en ciertos casos, darse a la fuga.


El intercambio de disparos duró desde la madrugada hasta el mediodía, cuando Ricardo Varona y sus compañeros vieron al Che Guevara cruzar decididamente el parque cercano, en dirección al cuartel. En ese momento el combate cesó y todo el mundo corrió para unirse al comandante, “Varonita” entre ellos. Mientras avanzaban podían escuchar a la gente escondida en sus casas o detrás de los vehículos, diciendo con cierta fascinación:

-¡Mira al argentino, mira al argentino!

Los guerrilleros vieron acercarse a los guardias con sus armas en las manos, dispuestos a parlamentar. Cuando el Che se les acercó, pareció que el aire se cortaba con un cuchillo.
El que parecía su cabecilla hizo un ademán, como en señal de saludo e inmediatamente después comenzó a hablar, exigiendo ciertas condiciones.

-Los vencidos no piden condiciones – respondió el Che con expresión severa.

Acto seguido, miró a uno de los guardias que aún sostenía su fusil y le dijo:
–Yo a ti te tomé preso en Fomento.

-Sí, comandante – respondió aquel.

-Te voy a perdonar, pero la próxima vez te fusilo – sentenció el jefe guerrillero10.

La situación era en extremo tensa y hasta los propios guerrilleros sintieron un escalofrío recorriéndoles el cuerpo.

Tú veías eso y te impresionabas. Las cosas del Che eran impresionantes, por eso la gente lo respetaba tanto. Él con un brazo en cabestrillo, de cuando dos días antes se cayó en Cabaiguán y se fracturó el brazo y sin la pistola y sin nada conversando tranquilamente con los guardias, que le repetían: “Sí, comandante”. Los guardias todavía no se habían rendido. Eso era en medio de un alto en el combate. Poca gente conoce esa anécdota del Che y que yo viví frente a la Estación de Policía el 23 de diciembre de 1958, cuando la toma de Placetas11.


A eso de las 14.30, cuando aún resonaban algunos disparos, un jeep repleto de “barbudos” se detuvo en la modesta vivienda de la calle 7ª del Este, entre 1ª y 2ª del Sur, donde vivía Antonio Depedro Fuentes, el joven operador de audio de Radio Nacional de Placetas.
Dos de los recién llegados echaron pie a tierra y uno de ellos golpeó con fuerza la puerta de la casa. Cuando el delgado mozo abrió, el sujeto le pidió la llave para abrir la emisora, distante a unas cuadras de allí, sobre Avenida General Gómez 305, entre 6ª y 7ª del Este.

-No hay problema – dijo Depedro mientras iba a buscar lo que se le solicitaba.

Tardó menos de medio minuto en entrar y salir y una vez fuera, abordó el jeep junto a los guerrilleros y partió raudamente hacia la radio, una construcción moderna, de una sola planta y techo de hormigón fundido12.
Al llegar a destino, Depedro y sus acompañantes descendieron del vehículo y se encaminaron hacia la entrada. El joven placeteño introdujo la llave en la cerradura e ingreso, precediendo a los guerilleros.
Se trataba de una emisora de 100 watts de potencia y 1250 kilociclos, que funcionaba desde 1954, desde las 06.00 hasta las 22.00 con una variada programación que incluía opiniones sobre política, historia, economía, cultura, cine, teatro, deportes, informativos, concursos y, sobre todo, la emisión de música, especialmente cubana, española y mexicana.
La radio, que era propiedad de Argelio García Rodríguez y los hermanos Santana, se encontraba cerrada porque desde hacía dos días, la ciudad carecía de energía eléctrica.
Los combatientes le explicaron a Depedro que necesitaban poner a funcionar la emisora y que para ello, el Che había mandado buscar una planta eléctrica a El Pedrero, incautada a la Cía. Aurífera Guaracabuya S.A., propiedad de un tal Mc Carrie13.
En esas estaban cuando repentinamente irrumpió Guevara, rodeado por algunos de sus hombres.
Depedro y sus compañeros de la radio, que se habían hecho presentes unos minutos antes, sintieron una profunda conmoción al verlo entrar. Ahí estaba el hombre del que tanto habían oído hablar y del que tantas leyendas se estaban tejiendo, impartiendo órdenes y escuchando las últimas novedades.
Poco después, llegó la planta generadora y en ella se pusieron a trabajar un capitán de apellido Lastra, que era ingeniero, Irima de la Lastra y Calixto Morales Hernández, empleados de la emisora. Recién a las 19.00 lograron hacerla funcionar y sería Guevara en persona el encargado de pronunciar las primeras palabras.
El Che en Radio Placetas. En la foto Aleida March y Depedro alcanzándole un café

Intentaba hacerse oír en toda la provincia y dar a conocer los últimos acontecimientos, a saberse, la toma de la ciudad, los combates que se habían desarrollado, la cantidad de muertos y heridos y el arsenal capturado. Habló mucho y luego le cedió el micrófono a Marino Fernández Pérez, que tuvo a su cargo una serie de comunicados de prensa, notas, mensajes y arengas, alternadas todas ellas por el Himno Invasor. Lo que no se pudo lograr fue establecer contacto con Sierra Maestra, el máximo anhelo del comandante argentino pues el alcance de la emisora era bastante limitado. Para ello habría que esperar cuatro días más, cuando se concretase la toma de Sancti Spiritus, pero las esperanzas de lograrlo siempre estuvieron latentes.


Las acciones en Manicaragua
Al tiempo que la sección de Rogelio Acevedo ocupaba Falcón, tropas del Directorio Revolucionario atacaban Manicaragua, intentando estrechar el cerco que se cernía lentamente en torno a Santa Clara.
La noche del 22 de diciembre, dos pelotones del Comando “Rogelio Pando Ferrer” al mando del capitán José Moleón y el teniente Ramón Espinosa, partieron de la escuelita de Mataguá, donde habían pasado la noche, en dirección a Manicaragua, llevando órdenes de desalojar a la guarnición militar y constituir allí una nueva avanzada. Los combatientes abordaron dos jeeps y tomaron la carretera que Santa Clara con el objetivo, armados apenas con carabinas y fusiles que poco y nada podían hacer contra las modernas ametralladoras y granadas con las que contaba el enemigo.
Los conductores ganaron la ruta, atentos a la zanja que los efectivos de Raúl Nieves14 habían abierto en horas de la tarde, con la intención de cortar el avance de las unidades blindadas que el gobierno pudiera enviar en esa dirección.
Era noche cerrada cuando los vehículos atravesaron las montañas y todavía lo era cuando se desviaron del camino y apagaron los motores. Sin perder tiempo, Moleón, Espinosa, Ramón Pérez Cabrera (“Arístides”) y quienes les acompañaban saltaron fuera casi en el mismo momento en que el segundo vehículo se detenía detrás de ellos. Minutos después, el pelotón tomó posiciones en una de las cabeceras del puente de madera que atravesaba un riacho, a escasos 300 metros al noroeste de la ciudad.
A una orden de Moleón, varios de sus hombres se adelantaron para cubrir el afluente que rodeaba el cuartel y una sección hizo lo propio en dirección al puente, para incendiarlo. Los combatientes descendieron por el barranco lateral y procedieron a apilar maderos y ramas en sus pilotes para rociarlos con combustible y acelerar la ignición. Se trató de un típico golpe comando que tenía por objeto, cortar la llegada de refuerzos y la salida de mensajeros en pos de socorro.
Cuando las llamas comenzaban a envolver la estructura, los guerrilleros cubrieron la planicie que los separaba del cuartel y desde una posición, a escasos 200 metros de la unidad, abrieron fuego, recibiendo como respuesta los disparos de una ametralladora calibre 30 montada en la azotea del edificio.
Las descargas barrieron el descampado sobre el que los guerrilleros se habían desplegados y eso los obligó a retirarse en busca de protección.
En ese preciso instante, llegaron por el este los pelotones de Víctor Dreke y Raúl Nieves, quienes se internaron en el poblado por el callejón de Arimao, avanzando en fila india, una a cada lado de la mencionada arteria.
Siguiendo a sus jefes, los recién llegados divisaron las Cuatro Esquinas, un punto emblemático de Manicaragua y cuando se hallaban a solo 50 metros, detectaron la presencia de numerosos uniformados, contra quienes abrieron fuego, forzándolos a huir. De ahí siguieron hasta la Estación de Policía y tras un corto intercambio de disparos, se apoderaron de ella para batir desde ese estratégico punto tanto al cuartel como una casa sobre la calle Juan Bruno Zayas, en la que se habían atrincherado varios guardias.
Mientras eso sucedía, la población ganó las calles provistas de armas y cócteles molotov, decidida a unirse a los recién llegados.
Pasadas las 08.00, aparecieron por el noreste dos B-26, escoltados por varios cazas F-47 y T-33, que descargaron sus bombas y metralla sobre la población. Su repentina entrada en escena tomó por sorpresa a una sección rebelde que se había hecho fuerte junto al río, forzándola a arrojarse al agua para escapar de las balas.
Los aviones pasaron rápidamente sobre los techos del pueblo y se perdieron hacia el oeste, mientras en las calles se seguía combatiendo.
A las 11.00 los guerrilleros se posesionaron de una tabaquería próxima al cuartel pero la llegada de nuevos aviones los forzó a evacuarla y regresar sobre sus pasos. Los combatientes corrieron en dirección a un pequeño bosquecillo y se ocultaron bajo el follaje hasta que, pasado el mediodía, la aviación se retiró.
De esa manera, los guerrilleros recuperaron sus antiguas posiciones pero poco pidieron hacer porque a las 14.00, los aviones regresaron y los mantuvieron inmovilizados durante las cuatro horas siguientes.
El fin de los raids aéreos permitió reanudar las acciones contra el cuartel y las diferentes posiciones que unos pocos guardias retenían obstinadamente.
Para entonces, la mayoría de los defensores habían huido por la cañada que se extendía detrás de la unidad militar, encendiendo previamente algunas hogueras para dar la sensación de que se seguía combatiendo. Los últimos en fugarse lo hicieron durante la noche, llevándose consigo todo el armamento que pudieron.
Manicaragua cayó (23 de diciembre), gracias a la acción combinada de los hombres del Directorio y los civiles, quienes al ganar las calles para unirse a la lucha, disuadieron a los últimos defensores de abandonar la ciudad.
Los guerrilleros apenas tomaron prisionero a un agente de policía judicial, al que le incautaron su M-1 y una vez dueños del cuartel, se apoderaron de todo el arsenal que los soldados no habían podido llevarse. El arma del agente capturado le fue entregada a Roberto Fleites (“Robertico”), por el propio Raúl Nieves ya que todo el mundo sabía que el combatiente había marchado al frente armado son con un revolver 45.
Finalizado el combate, “Arístides” y Evergildo Vigistaín (“El Negro”), se dirigieron a una de las casas del poblado para solicitar un poco de agua. La propietaria los recibió hospitalariamente y después de darles algo de comer, se ofreció a coserle al primero el pantalón, pues se le había rasgado durante el combate.
A la mañana siguiente, la guerrilla abandonó el poblado y a bordo de varios vehículos se dirigió a Placetas, ocupada el día anterior por tropas combinadas del M-26 y el Directorio, dirigidas personalmente por el Che Guevara y Faure Chomón.
El avance del ejército rebelde seguía siendo incontenible en tanto las fuerzas del gobierno, pese a su superioridad, huían desordenadamente abandonando armamento, equipo y suministros.


Remedios y Caibarién
El 26 de diciembre el Che ocupó Cabairén y Remedios, dejando expedito el camino a Santa Clara
Una primera incursión contra el primero de aquellos objetivos, puerto de mar situado sobre la costa norte, frente a las últimas islas del archipiélago de Sabana, la había llevado a cabo Alberto Pis Delgado, el 12 de diciembre, al frente de un reducido grupo de combatientes.
Fue una suerte de ataque relámpago en el que los guerrilleros tomaron contacto con algunas personas del lugar y acribillaron el frente de un conocido bar, propiedad de Cuco Salas, partidario del gobierno.
En su retirada (22.30), los vehículos en los que se movilizaban tomaron la carretera de Yaguajay y al pasar por Guaní, uno de ellos volcó, provocándole la muerte al propio Pis Delgado.
Dos semanas después, se produjo el asalto y toma de la ciudad, operación que llevó a cabo el capitán “Guile” Pardo Guerra, en cumplimiento de directivas emanadas del propio comando.
El 23 de diciembre, el Che Guevara se comunicó con Camilo Cienfuegos para pedirle apoyo en la toma de Remedios y Caibarién, indicándole expresamente que no tomase parte personalmente sino que mantuviese en el frente norte, para concluir el asalto a Yaguajay.
Cumpliendo directivas de Camilo, el 25 de diciembre partió desde Gurugú un pelotón del Destacamento “Marcelo Salado” (Columna Nº 2 “Antonio Maceo”), al mando del capitán Justo Parra Pérez, quien debía dar apoyo a las secciones del la Columna Nº 8 y el Directorio Revolucionario que iban a tomar parte en la acción.
La fuerza guerrillera llegó al matadero de Remedios al mando del Che, cuando hacía unas horas que se combatía en el centro de la población y la aviación atacaba las posiciones de la guerrilla.
Con la ciudad a la vista, el comandante subdividió sus tropas en cuatro escuadrones y designó a los capitanes Rogelio Acevedo, Alfonso Zayas, Miguel Álvarez y El Vaquerito (Roberto Rodríguez), para que los comandasen. Poco tiempo después, se les incorporó un quinto grupo de refuerzo proveniente de Caballete de Casas, cuarenta y cinco reclutas al mando del teniente Alberto Fernández Montes de Oca, el legendario “Pachungo”, quien tendría allí su bautismo de fuego y se haría célebre en el futuro acompañando a Guevara en sus campañas internacionales.
El primer objetivo de las fuerzas rebeldes fue la Junta Electoral, atacada por el Pelotón Suicida de El Vaquerito a las 08.10. La resistencia en ese punto fue escasa y a los pocos minutos, la dependencia se hallaba en manos de los atacantes.
Por el contrario, en la Estación de Policía, la cosa fue bastante más complicada porque sus hombres ofrecieron una resistencia mucho más enconada, que se prolongó durante todo el día hasta el anochecer. Solo a las 10.00 de la mañana los soldados solicitaron un alto el fuego para evacuar a los herido y reanudaron el, combate cuando al despuntar las primeras luces de la mañana apareció la aviación, con los bombarderos B-26 en primer lugar, concentrando el ataque sobre la entrada del poblado y otros puntos de reunión de las tropas rebeldes señalados por observadores del ejército.
Maximino González había salido tarde hacia el frente, doce horas después de la partida del Che. Llegó conduciendo un jeep, cerca de las 15.00, acompañado por otros dos combatientes del Directorio, uno de ellos de nombre Orestes.
En el acceso a la ciudad, un B-26 los detectó y antes de elevarse para emprender la retirada, les arrojó sus cargas. Habrían volado literalmente por el aire de no ser por la providencia. Buscaron refugio en una cuneta y luego reanudaron la marcha, para repetir la acción en varias oportunidades.
Llegaron a una caballeriza que se alzaba a metros de la carretera y del cuartel de la Guardia Rural, donde se cobijaron para escapar de la lluvia de balas que repiqueteaban en torno a ellos. Recién por la noche pudieron abandonar la posición para pasar a una casa cercana y de esta a otras, hasta reunirse con el grueso de la fuerza, que no paraba de hacer fuego.
Lo hicieron a la carrera, arrojándose cuerpo a tierra, arrastrándose varios metros y volviendo a correr, hasta alcanzar una casa ubicada en diagonal a la unidad atacada, cerca de la carretera que conducía a Camajuani y Placetas, donde se hallaba detenido un jeep en cuyo interior se encontraba el Che, acompañado por Aleida, Harry Villegas (el futuro "Pombo"), Jesús Parra, José Argudín y su conductor, Hermes Peña.
Allí se encontraba, mientras se les incorporaban más cuadros, cuando Maximino escuchó a Guevara que le pedía un megáfono.

-Tráeme un carro altoparlante – le ordenó de manera repentina.

El combatiente notó que en esos momentos a su superior lo aquejaba uno de sus típicos ataques de asma y por eso partió a la carrera, intentando satisfacer su orden.
Corrió sin parar hasta el centro de la ciudad y tras mucho deambular (incluso le sirvieron café en una casa de familia), abordó un automóvil y en compañía de dos guerrilleros (uno de ellos al volante), se dirigió a Placetas pues le habían indicado que Miguel Oliver, dueño de la farmacia y militante del M-26, tenía un Mercedes Benz con un altoparlante en el techo.
Al llegar a destino era ya noche cerrada, de ahí que tuvieran que golpear para despertar al farmacéutico. El hombre abrió la puerta un tanto desconfiado pero cuando le explicaron lo que buscaban, aceptó ayudar, con la sola condición de que fuera él quien conduciría el vehículo.
Partieron raudamente y una vez en Remedios, se dirigieron hacia la esquina en la que se encontraba estacionado el jeep del Che. Comenzaba a amanecer y el intercambio de disparos continuaba.
Al verlos llegar, el comandante descendió del rodado y tomando el micrófono con su mano derecha, le habló a su propia gente ordenándole suspender el fuego.

-¡No disparen, les habla el Che! ¡Paren el fuego que voy a parlamentar!

Pero capitán Guerrero, jefe de los sitiados, se negó a dialogar, de ahí la intempestiva partida de Guevara hacia Caibarién.
El combate se reanudó en toda su intensidad y fue necesario incendiar las instalaciones con bombas molotov para que el mencionado oficial recapacitara.
Fue entonces que se le hizo a Guerrero una nueva propuesta. Este pidió hablar con el Che pero para entonces, el argentino se encontraba en Caibarién. Guerrero insistió y entonces Zayas envió un mensajero para poner a su comandante al tanto de lo que sucedía.
Un correo llegó a la carrera, en el improvisado puesto de mando y el Che lo escuchó con mucha atención. Cuando el mensajero terminó de hablar, lo envió de regreso en compañía del teniente Reynaldo Pérez Valencia, oficial de Batista que había dirigido a las tropas del gobierno en Fomento, pasado ahora al ejército rebelde, para convencer a Guerrero de deponer su actitud.
Valencia y el jefe de los sitiados dialogaron fuera de la unidad militar y cuando aquel lo convenció de que tras la capitulación de Fomento se les había respetado la vida, el oficial accedió.
Con buena parte del edificio envuelto en llamas, acribillado a tiros desde los cuatro ángulos, a las fuerzas del gobierno no les quedó más remedio que rendirse y entregar las armas.
El capitán Guerrero ingresó nuevamente en el cuartel para exponer a sus hombres la situación e inmediatamente después les ordenó formar en el patio central y esperar el ingreso de los combatientes. Para el comando guerrillero, su capitulación había sido honrosa.
Las fuerzas rebeldes tomaron un centenar de prisioneros a quienes les secuestraron un considerable arsenal, consistente en ciento cincuenta fusiles, ametralladoras, pistolas y municiones, además de granadas y el equipo de radio.


En Caibarién, mientras tanto, milicianos del M-26 y otras agrupaciones (PSP, Directorio Revolucionario “13 de Marzo”, Organización Auténtica), al mando de Ramón Pardo Guerra, mantenían permanente contacto con los diferentes grupos, informándoles sobre la situación, las posiciones que ocupaba el enemigo y las vías de acceso que debían tomar.
Antes de iniciar el ataque, Pardo Guerra estableció comunicación con el jefe del cuartel intentando que depusiera las armas y evitar un inútil derramamiento de sangre. Ante la negativa, dispuso todos los medios para iniciar el asalto, dividiendo su fuerza en varios escuadrones a los que les ordenó tomar posiciones en cercanías del cementerio y sobre la línea ferroviaria que pasaba al oeste de la ciudad, montando emboscadas en los accesos de Reforma y Dolores.
Desde las 17.00, guardias rurales junto a efectivos del ejército, agentes de policía y colaboradores civiles del régimen se habían atrincherado en el interior de la unidad militar al tiempo que los efectivos de la Marina, al mando del teniente de navío Luis M. Aragón García, hacían lo propio en su destacamento, sobre la calle Goicuría, en su intersección con la Calle 4 (hoy Parrado), plano sector portuario.
En horas de la madrugada, Ramón reunió a sus jefes de pelotones para impartirles las últimas instrucciones e inmediatamente después, ordenó iniciar el desplazamiento hacia los objetivos.
Recibidas las indicaciones por parte de su superior, Justo Parra hizo un ademán a su gente y se puso en marcha hacia el área del puerto, atravesando el Reparto Pilar en dirección al antiguo molino arrocero ubicado en la intersección de Avenida 7 con la Calle 22 (hoy Independencia). Allí se detuvo unos instantes y después de controlar que todo estuviera en orden tomó por Cuba (Calle 20) y por esa vía llegó a Goicuría donde su gente se dividió en tres secciones. La primera tomó por Maceo, la segunda por Hipólito Escobar y la tercera por Justa, con la intención de alcanzar el destacamento naval por tres sectores diferentes.
Una vez frente al objetivo, Parra estableció comunicación con el teniente Aragón García, comandante de la unidad y lo conminó a que en el término de diez minutos depusiera las armas porque de no acatar la orden, iniciaría el asalto.
Mientras tenían lugar esos hechos, en el centro de la ciudad, el grueso de la fuerza atacante, encabezada por el propio Ramón Pardo Guerra, se lanzó al ataque del cuartel (03.10), acometiendo por la parte posterior desde varias direcciones.
En ese preciso momento, el Che estableció contacto radial con Pardo para informarle que él en persona conduciría los refuerzos y para pedirle especialmente que no adoptara decisiones extremas y aguardara su llegada.
Para entonces, varios milicianos e incluso pobladores de Caibarién, se habían incorporado a la lucha, engrosando los pelotones atacantes.


A las 04.00 del 26 de diciembre, los diecisiete marinos que debían defender el destacamento naval de Caibarién salieron a la calle con los brazos en alto.
A un gesto de Parra, los guerrilleros bajaron sus armas (aún no habían disparado) y esperaron. Los uniformados caminaron en hilera por la calle Goicuría y al llegar a su intersección con Justa, se detuvieron para concentrarse en las ruinas del antiguo cuartel de la Guardia Civil, frente a la antigua Aduana.
Los combatientes rebeldes se les acercaron y tras una minuciosa revisación, los despojaron de sus armas. Parra con algunos de sus hombres entró del destacamento y una vez seguro de que todo estaba en orden, mandó que los prisioneros fuesen conducidos de regreso al edificio.
Permanecieron allí, fuertemente custodiados, hasta las 06.00 cuando se dispuso su traslado a la sede de la Sociedad “El Liceo”, una caminata de cinco cuadras que se hizo bajo la vigilancia de dos combatientes armados y varios milicianos locales15.
A esa misma hora, llegó el Che desde Remedios, a la cabeza del Pelotón Suicida de El Vaquerito.


Cerca de las 09.00, tuvo lugar un hecho que se comentó en toda la ciudad. El Che se encontraba en el primer piso de la Sociedad “El Liceo”, sentado sobre un sofá, muy fatigado a causa del asma, cuando al escuchar las campanas de la iglesia marcando la hora, mandó buscar a David Pardo Cabeza, un enlace del M-26 que vivía en las inmediaciones.
Pardo Cabeza se encontraba en su domicilio cuando sintió que alguien llamaba a la puerta. Sobresaltado, pues a esa hora el combate seguía, abrió y al hacerlo vio a dos hombres barbados, de grave expresión.

-El comandante quiere verte, síguenos –le dijeron.

Los tres individuos echaron a andar y en pocos minutos se hallaban en las puertas del Liceo, custodiadas por dos sujetos armados.

-Suban –les dijeron- el comandante los está esperando.

Pardo sintió una sensación fuerte en presencia del argentino; era la primera vez que lo veía y lo notó bastante agotado, con su brazo en cabestrillo y la camisa abierta.

-Ven, acércate – le dijo el Che al verlo entrar.

Pardo obedeció.

-Escucha, quiero que prepares un buen almuerzo para los prisioneros -y al decir esto se incorporó y le colocó una mano sobre el hombro- Compañero, que quede bueno y que tenga carne.

Pardo sintió una profunda conmoción; nunca había visto a aquel hombre y pese a ello, le hablaba como si lo conociera de toda la vida. Además, era la primera vez que lo llamaban “compañero” y nada menos que el Che Guevara lo hacía. Nunca más en su vida olvidaría ese momento.

-Si comandante, como ordene – balbuceó con un hilo de voz antes de abandonar el lugar.

Como el Che se sentía mal, dijo que se iba hasta el hospital, pues quería que alguien lo atendiera. Por supuesto no lo hizo solo sino que varios hombres se ofrecieron a acompañarlo.
Le señalaron la casa del Dr. Luis Cabrera, reconocido facultativo de la ciudad y hacia allí se dirigió a bordo de un jeep.
Al verlo llegar, el médico corrió hacia su gabinete y se preparó para atender  a tan importante paciente, pero en ese instante, llegó un pescador junto a su esposa, llevando a su pequeño hijo enfermo y entonces el Che le cedió su turno, para que lo atendieran primero.


Las acciones se sucedían ininterrumpidamente, con fuerte intercambio de disparos por ambas partes y parecieron incrementar cuando a las 10.00, las tropas atacantes recibieron una segunda sección de refuerzo.
Entonces El Vaquerito se adelantó hacia el cuartel y utilizando un megáfono, conminó a los sitiados a rendirse.
Casi en ese mismo momento, las fuerzas guerrilleras supieron que en el puerto se hallaba anclada la fragata GC-104 “Baire” y eso generó preocupación ya que debido a su artillería y su poder de fuego, constituía una seria amenaza para las posiciones atacantes.
Guevara ordenó establecer comunicación con su puente de mando y una vez al habla, intimó a su comandante a rendición.
Lejos de aceptar, aquel ordenó levar anclas y en horas de la tarde se alejó hacia el noreste, en dirección a los cayos Fragoso y Santa María. El oficial a cargo había obrado con sensatez porque de haber hecho fuego con sus piezas, buena parte de la ciudad habría sido destruida.
El Vaquerito intimó una vez más a deponer las armas, dando un plazo de diez minutos para hacerlo y eso pareció ser suficiente para que los defensores cediesen. Poco a poco, los soldados comenzaron a abandonar la unidad y a las 15.00 de aquella soleada jornada, la bandera blanca ondeaba en el mástil del cuartel.
Los combatientes se apoderaron del edificio y recién entonces algunos pobladores salieron a la calle para ver que sucedía.
En medio del ajetreado movimiento, el Che mandó varios vehículos provistos de megáfonos para convocar a la población a una reunión en el Parque “La Libertad”, la plaza principal del pueblo, enmarcada por las calles 22 (hoy Avenida Independencia), La Victoria, Avenida 9 y Justa.
Llegada la noche, frente al templo parroquial, la multitud vio al Che, junto a otros jefes guerrilleros, designar comisionado municipal a Marcelo Salado de la Torre, vecino de la villa y comandante militar del puerto al capitán Justo Parra. Para entonces, los heridos eran atendidos en el hospital regional y el Che en persona había visitado a las familias de los caídos caibarienenses durante la guerra16.
Las fuerzas de Guevara habían ocupado una nueva población, un  puerto de vital importancia en el camino a Santa Clara, en este caso, el mismo día, pero sesenta años después, de que el Ejército Libertador entrara victorioso allí mismo, durante la Guerra de la Independencia17.
Nicolás Márquez, dice en su libro El canalla, que en realidad, “…los guerrilleros del Segundo Frente del Escambray (sector rebelde pero no castrista que venía dando batalla en las Sierras del Escambray) ya había conversado con los soldados de Batista y estos manifestaron (al igual que la mayoría de unidades y cuarteles militares), la total voluntad de no pelear en Santa Clara”18. Y luego sigue:

Los soldados de Batista avisaron previamente a los rebeldes que llegarían en tren y entregarían sus armas en el acto. Los laureles se los llevaría el Segundo Frente Nacional del Escambray y no las tropas de Guevara que tenían la misma zona de operaciones19.

Los hechos hasta aquí narrados, desmienten categóricamente esas afirmaciones. El avance hacia Santa Clara fue una sucesión de combates en los que las fuerzas del gobierno llegaron a resistir uno, dos y hasta tres días antes de deponer las armas; el Che Guevara encabezó las acciones y las fuerzas de su columna combatieron codo a codo con elementos del Directorio Revolucionario y el M-26, que se le habían subordinado en el Escambray.
El camino hacia La Habana estaba expedito. Solo quedaba la gran urbe mediterránea y hacia allí marchaban los ejércitos rebeldes, decididos a dar el golpe decisivo.

Notas
1 Ramón Pérez Caberra. Arístides, De Palacio hasta Las Villas: en la senda del triunfo, editorial Juan Carlos Pérez Hernández, La Habana, 2009, pp. 385-386.
2 Ídem, p. 387.
3 Ídem, p. 397.
4 En la actualidad, Avenida de la Libertad. Ver Pastor Guzmán, “El Che en tierras de Cabaiguán”, publicado el viernes 19 de diciembre de 2014 en “Escambray” (periódico de Sancti Spiritus), http://www.escambray.cu/2014/el-che-en-tierras-de-cabaiguan/
5 Pastor Guzmán, op. Cit.
6 Ídem.
7 Tiempo después, Pérez Valencia se incorporaría al ejército rebelde.
8 Su verdadero nombre era Erasmo Rodríguez.
9 Cristóbal Álamos Pérez, “Fuerzas del Che liberan Sancti Spiritus”, Servicio Especial de la AIN (Agencia Informativa Nacional), ACN Agencia Cubana de Noticias, 2008 (http://www.ain.cu/2008/diciembre/revolucion5.htm).
10 Ramón Pérez Caberra. Arístides, op. Cit, pp. 400-403.
11 Ídem, p. 403.
12 Luis Machado Ordetx y Horacio Pérez Noa, “Cifrados en Placetas”, diario “Vanguardia”, Santa Clara, 21 de diciembre de 2013 (http://www.vanguardia.cu/villa-clara/104-cifrados-en-placetas).
13 Ídem.
14 La sección de Nieves había tomado Mataguá ese mismo día.
15 Horas después, dos de los marinos solicitaron incorporarse a las fuerzas guerrilleras.
16 Caibarién había dado varios mártires a la causa revolucionaria, entre ellos Luis Arcos Bergnes, ejecutado tras el combate de Alegría de Pío, el 8 de diciembre de 1956, Alberto Pis Delgado, muerto en el accidente anteriormente descripto, luego de la acción relámpago sobre Caibarién, el 12 de diciembre de 1958 y Marcelo Salado Lastra, ejecutado en las calles de La Habana junto a otros militantes, por los servicios de Inteligencia de Batista, el 9 de abril de ese año.
17 Máximo Luz Ruiz, “26 de diciembre de 1958: liberación de Caibarién”, Radio Caibarién, 25 de diciembre de 2010 (http://www.radiocaibarien.cu/index.php/features/le-recomendamos/3472-26-de-diciembre-de-1958-liberacin-2).
18 Nicolás Márquez, El canalla. La verdadera historia del Che, edición del autor, Buenos Aires, 2009, pp. 89-90.
19 Ídem, p. 90.