miércoles, 14 de agosto de 2019

LA BATALLA DE SANTA CLARA (2a. Parte)


Descarrilamiento del tren blindado


Placetas, Remedios y Caibarién fueron los últimos jalones en el camino a Santa Clara. Cuando el 28 de diciembre Camilo Cienfuegos estrechó el cerco sobre Yaguajay, luego de apoderarse de una serie de poblaciones al norte de Las Villas, el Che Guevara ordenó a sus fuerzas avanzar hacia la gran ciudad central, la tercera en importancia después de La Habana y Santiago de Cuba, decidido a propinar el golpe mortal.

Para entonces, el comando del Tercer Distrito Militar, a cargo del coronel Cándido Hernández, había organizó la defensa dentro del perímetro urbano, sobre la base de 3000 a 4000 efectivos, que se distribuyeron en posiciones estratégicas como el Palacio de Gobierno, la Jefatura de Policía, la Cárcel, la Audiencia, el Teatro “Martí” y el Gran Hotel.
Al Escuadrón 31 se lo envió a cubrir los accesos de Manicaragua y Báez así como el cuartel de Los Caballitos, sobre la carretera Central, en dirección a Camajuaní y la línea ferroviaria a la altura de las lomas de El Capiro. Los defensores contaban además con dos destacamentos blindados (tanques medianos y livianos) y el apoyo de la Fuerza Aérea que operaba desde sus bases de San Antonio de los Baños y San Julián, al sur y este de La Habana, respectivamente.

Como asegura Ramón Pérez Cabrera en su voluminosa obra Pilares del socialismo. La Revolución, ese planteo dejó libradas a su suerte las posiciones exteriores y obligó al Che a aplicar una estrategia alternativa, disgregando parte de sus limitadas fuerzas para implementar nuevas tácticas de combate1. Las experiencias anteriores habían consistido en el ataque a dos o tres puntos determinados en los que las fuerzas del gobierno se habían hecho fuertes y eso terminó por facilitar en mucho las cosas, no solo por las dimensiones de las poblaciones atacadas sino por el tamaño de las guarniciones que las defendían.
El coronel Joaquín Casillas Lumpuy, designado apenas dos días antes comandante de la defensa de Santa Clara, llegó el 27 de diciembre, acompañado por su segundo, el coronel Cecilio Fernández Suero y de manera inmediata, se puso a trabajar con Cándido Hernández en la distribución de las tropas y el refuerzo de los enclaves.
El fuerte del dispositivo era el Regimiento Nº 3 “Leoncio Vidal”, con sus 1300 hombres, reforzado por un destacamento blindado, morteros y piezas de grueso calibre, que debían custodiar el puesto de mando sito al noroeste de la ciudad, a 500 metros de la estación del ferrocarril.
La sede del Escuadrón 31 de la Guardia Rural, un sólido edificio con azoteas sobre la calle Colón, contaba con 300 defensores, también apoyados por tanques, morteros y ametralladoras pesadas de 30 y 50 mm. Igual número de efectivos fue ubicado en la Estación de Policía, frente al parque de El Carmen, reforzada por agentes del orden y milicianos civiles, partidarios del gobierno, cubiertos a su vez por secciones de ametralladoras pesadas, tanques livianos y un muro de sacos de arena levantado apresuradamente en el sector frontal.
En el Palacio de Gobierno, fueron apostados otros treinta hombres fuertemente armados (algunos de ellos civiles) y al otro lado del Parque Vidal, que se extendía enfrente, una docena de francotiradores aguardaban parapetados en el décimo piso del Gran Hotel, el edificio más alto de la ciudad.
Casillas envió otros ochenta soldados al Aeropuerto, situado 20 kilómetros al norte, quienes se apresuraron a cavar trincheras y protegerlas con sacos de arena, cubriendo de ese modo el principal acceso desde La Habana.
Otros puntos reforzados por el comando fueron la Audiencia2, sobre la carretera Central, en su intersección con la Av. de la Paz (treinta hombres entre militares y policías), la Cárcel, calle de por medio con la anterior (veinte hombres) y el Cuartel de Vigilancia de Carreteras, en la entrada sudeste, sobre la ruta que conducía a Placetas (treinta hombres). Una compañía ligera del Ejército apoyada por unidades blindadas, sirvió para fortalecer el dispositivo por el lado exterior.
Se apostaron otros pelotones en la iglesia del Buen Viaje, próxima a la Cárcel, en la del Carmen, calle de por medio con la Estación de Policía, en la Clínica “Marta Abreu”, sobre la carretera Central, en el sector este de la ciudad y en un edificio de departamentos frente a la estación del ferrocarril.
El punto fuerte lo constituían las lomas de El Capiro, en las afueras de la población, una elevación de casi 200 metros que se alzaba en la zona este, dominando la carretera Central y la que conducía a Camajuaní. A escasa distancia por el sudoeste, pasaba la línea ferroviaria que unía Santa Clara con Guantánamo y Boquerón (la misma que atravesaba Placetas, Cabaiguán, Guayos, Jatibonico, Majagua, Ciego de Ávila, Florida y Camagüey) constituyendo una fortificación más que aceptable.
Contra semejante dispositivo, el Che Guevara se disponía a lanzar una fuerza de apenas 400 a 450 guerrilleros, confiando plenamente en la capacidad de esos hombres y en la posibilidad de que la población se volcase masivamente a la lucha.
Antes de ponerse en marcha, dividió a su tropa en nueve secciones, distribuyendo a sus hombres de la siguiente manera:

Compañía al mando del comandante Víctor Bordón: 75 hombres.
Pelotón al mando del capitán Rogelio Acevedo: 30 hombres.
Fuerzas del Directorio Revolucionario “13 de Marzo”: 120 hombres.
Pelotón al mando del teniente Alberto Fernández: 10 hombres.
Pelotón Suicida al mando de El Vaquerito: 24 hombres.
Pelotón de Vanguardia al mando de Emerio Reyes3: 30 hombres.
Pelotón del capitán Alfonso Zayas: 50 hombres.
Pelotón del capitán Ramón Pardo Guerra: 40 hombres.
Pelotón de la Comandancia al mando del capitán Miguel Álvarez: 30 hombres.

Por entonces, el embajador Smith, de los Estados Unidos, intentaba convencer a Batista para que entregase el poder a una junta cívico-militar y se retirase, utilizando como argumento las instrucciones que el Departamento de Estado le acababa de hacer llegar, en el sentido de que la Casa Blanca no pensaba apoyar al gobierno de Rivero Agüero. Convencido de que aún había posibilidades de salvar la situación, el primer mandatario no se dejó amedrentar, ni siquiera cuando el jefe de la CIA en la capital cubana, William Pawley, intentó hacer lo mismo4.
Para colmo, en Oriente, la situación empeoraba. Raúl Castro había conquistado Nicaro y el cuartel de La Maya en Guantánamo y eso dejó en sus manos un impresionante arsenal que sirvió para robustecer sus cada vez más aguerridas milicias. Durante esa última acción, se produjo el bautismo de fuego de la fuerza aérea rebelde.
A las 05.30 del 7 de diciembre de 1958, el alto mando revolucionario puso en marcha la Operación A-001, destinada a bombardear la mencionada unidad.
Era de noche aún cuando el teniente Luis Alfonso Silva Tablada5 trepó a la cabina del Vought OS2U-3 Kingfisher matrícula 50, de la Marina de Guerra, estacionado en la plataforma del aeródromo de Mayarí Arriba y después de probar los mandos se puso a repasar mentalmente los pasos a seguir. Mientras se ajustaba los correajes del asiento echó una primera mirada al panel de control en tanto su artillero, el sargento Leonel Paján, se ubicaba en la parte posterior y se ponía a controlar el armamento.
Luis Alfonso Silva Tablada
Cuando el personal de tierra terminó la supervisión de rutina, Silva encendió el motor radial Pratt & Whitney R-985-AN-2 y alzando el pulgar izquierdo indicó que todo estaba en orden. Con la hélice bipala rotando a velocidad constante, hizo un último registro del tablero y empujando la palanca hacia delante comenzó a rodar hacia la cabecera de la pista, seguido con la vista por mecánicos y milicianos.
El aparato llevaba dos bombas de demolición6 sujetas en los anclajes subalares y dos ametralladoras Browning M1919 de 7,62 mm.
A la hora programada, Silva Tablada dio máxima potencia a su planta motriz y a 463 revoluciones por minuto comenzó a carretear, mientras desde la plataforma, los operarios agitaban los brazos y lanzaban vivas a la revolución.
El aparato se elevó lentamente en dirección oeste y al cabo de un par de minutos, viró hacia el sur para iniciar una trayectoria en línea recta hacia Santiago de Cuba. De esa manera, deslizándose a 263 km/h pasó al este de Puerto Escondido, sobrevoló San Benito de Mayarí, Loma Blanca, Dos Amantes y cincuenta minutos después divisó el objetivo.
En esos momentos, el cuartel del Central Baltony se hallaba cercado y los combatientes rebeldes intercambiaban disparos con sus defensores.
El sol ya había asomado cuando el piloto y su artillero distinguieron la ciudad y en su centro, la unidad militar. Al ver al aparato aproximándose hacia ellos, los soldados prorrumpieron en gritos de victoria pues creían que se trataba de la fuerza aérea cubana pero notando que Silva Tablada lanzaba sus bombas en dirección a ellos, la cosa cambió.
Los efectivos corrieron en busca de refugio y al sentir el avión sobre sus cabezas, se arrojaron al suelo, cubriéndose instintivamente las cabezas con sus manos. Para su fortuna, nada sucedió porque las bombas se fueron largas pero en la segunda pasada, Paján acribilló las instalaciones, obligando a los soldados a mantenerse aferrados a sus posiciones. Bastó un tercer sobrevuelo, con las ametralladoras escupiendo fuego, para que el comandante de la unidad, ordenase izar la bandera blanca.
De esa manera, quedaron conectados ambos frentes, el de Raúl y el de Fidel, con la estratégica carretera que unía Santiago de Cuba con Guantánamo sujeta a su control.
La fuerza aérea castrista, pues así podemos llamarla, llevó a cabo tres nuevos raids sobre Sagua de Tánamo, enclave próximo al pico Cristal en cuyo Ayuntamiento, las fuerzas del gobierno se habían hecho fuertes.
En esa oportunidad, intervino un segundo piloto, Jorge Triana Díaz, quien tiempo atrás había desertado hacia las filas revolucionarias para viajar a Miami y traer el monoplaza North American T-28 Trojan, matrícula 121, que se pensaba destinar a misiones de escolta y ataque.
Para familiarizarse con los blancos, el día anterior pilotos y artillero fueron conducidos en un jeep hasta las afueras de la población y una vez allí, los guerrilleros se los marcaron a la distancia.
En la madrugada del 19 de diciembre, cuando los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte, la fuerza aérea rebelde puso en marcha la Operación A-002, con el propósito de brindar apoyo a las tropas de tierra que intentaban ocupar la localidad.
En esta oportunidad, Silva Tablada y Paján decolaron del aeródromo de Cananova, pequeño caserío al sudeste de Moa y enfilaron directamente hacia el objetivo, desplazándose sin contratiempos sobre un territorio llano y despoblado. Jorge Triana partió diez minutos antes desde Yamanigüey, puerto pesquero sobre la bahía del mismo nombre, ubicado algo más al este y volando a 552 km/h alcanzó al Kingfisher para brindarle cobertura.
Silva Tablada junto a su Kingfisher matrícula 50

El primero en llegar fue Silva. Para entonces el sol había salido y sus rayos parecían bañar la pequeña ciudad, que se extendía más allá del río Sagua, rodeada por la exuberante vegetación.
El piloto le hizo una seña a su compañero y empujando la palanca hacia delante, comenzó a descender. Allí delante, situado en el extremo oriental de la localidad, el edificio del Ayuntamiento parecía agrandarse a medida que se acercaban, mientras debajo, comenzaban a pasar las primeras edificaciones.
Cuando el blanco estuvo en la mira, el piloto accionó el dispositivo y las bombas abandonaron sus anclajes para irse largas e impactar en el Parque “José Martí”, frente a la iglesia.
La primera dio en un banco de cemento situado a la izquierda de la estatua del prócer y la segunda cayó algo más adelante, provocando algunos daños aunque, por fortuna, ninguna de las dos explotó.
Al parecer, Silva Tablada confundió al mencionado paseo con el parque “Mariana Grajales” y eso salvó a las fuerzas atrincheradas en el Ayuntamiento.
El aparato se elevó e inició un amplio giro hacia la izquierda para volver sobre sus pasos y acribillar el edificio. Minutos después llegó el T-28 lanzando sus bombas con mejor puntería. Pero estas tampoco estallaron7.
Los aviones se alejaron hacia el norte y regresaron a las 17.50, en el marco de la Operación A-003, con el Kingfisher delante y el T-28 haciendo las veces de numeral. En esta oportunidad, las bombas del primero se negaron a desprenderse de sus anclajes pero la metralla de Paján provocó serios daños en la sede del gobierno e incluso algunos heridos, además de minar la moral de sus defensores.
La última incursión tuvo lugar el 20 de diciembre (Operación A-004), cuando la misma formación se abalanzó una vez más sobre el Ayuntamiento descargando sus tres bombas (dos del Tigerfisher y una del T-28) y barriendo el edificio con la metralla.
Esta vez, el efecto fue demoledor; alcanzado por uno de los proyectiles8, el objetivo quedó envuelto en llamas y la resistencia prácticamente cesó. Testigos oculares aseguran haber visto a uno de los aviones atravesar el barrio La Catalina y escapar por el río Sagua en dirección norte, perseguido por al menos dos aviones que le disparaban9.
Para los altos mandos gubernamentales, la noticia de que Fidel Castro contaba con su propia fuerza aérea despertó preocupación, más cuando se filtró información de que en el aeródromo de Mayarí Arriba, operarios y técnicos rebeldes acondicionaban dos North American F-51 Mustang, traídos desde Miami el 27 de noviembre, por los pilotos Adolfo Díaz Vázquez y Michel Yabor, quienes viajaron especialmente al país del norte para su adquisición10.
Por entonces, la CIA programaba un golpe destinado a derrocar al gobierno y colocar en su lugar al coronel Ramón Barquín, prisionero en la Isla de Pinos. Para ello se valió de los servicios de Justo Carrillo, descendiente de uno de los héroes de la guerra de la Independencia, a quien proveyó de fondos para que pusiera en marcha la maniobra.
Las noticias se filtraron y Castro comprendió que debía apresurarse si lo que quería era ganarle de mano al Departamento de Estado norteamericano. Para peor, jerarcas del gobierno, encabezados por el todopoderoso general Francisco Tabernilla, por entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, también tramaban para hacerse del poder. En ese sentido, Tabernilla le había cursado una orden secreta al general Cantillo indicándole establecer contacto con Fidel e iniciase negociaciones.
El Trojan T-28 matrícula 121 de Jorge Triana Díaz

Como era de esperar, el comandante supremo de las fuerzas rebeldes rechazó de plano todo intento de acercamiento porque solo pensar en una coalición con los militares y la inclusión de Manuel Urrutia como posible candidato a la presidencia, le resultaba intolerable.
Cuando Camilo Cienfuegos inició el asalto a Yaguajay y Víctor Bordón se apoderó de los pueblos periféricos, la situación se tornó insostenible para el régimen, sobre todo después que los comandantes de las fragatas F-303 “Máximo Gómez” y F-302 “Antonio Maceo”, fondeadas en Santiago de Cuba, establecieron contacto radial con las fuerzas revolucionarias para anunciar su intención de plegarse al movimiento, lo que también hicieron el coronel del Ejército José Rego Rubido y el jefe de Policía de la ciudad11.
En vista de la situación, Batista dispuso el envío de 2000 efectivos hacia Santa Clara y despachó un tren blindado de 22 vagones repleto de armas, obuses, piezas de artillería y municiones.
Se trataba de un típico convoy de carga, de los que prestaban servicios entre  La Habana y el interior del país, que la mañana del 20 de diciembre había sido conducido a los talleres ferroviarios de Ciénaga, próximos a la capital para su acondicionamiento. La idea era prepararlo y artillarlo, para transportar una compañía de ingenieros que debían reparar los puentes y caminos destruidos por la guerrilla y de paso servir de apoyo logístico a la defensa.
Para blindarlo, se le soldó una doble chapa metálica en sus paredes laterales, separada por un compacto de arena mojada destinado a amortiguar la acción de las balas; se le abrieron una serie de aspilleras (ranuras) en la parte superior de cada vagón, para que los soldados pudiesen disparar a través de ellas y se montaron ametralladoras y cañones antiaéreos en varios coches abiertos. Pero los constructores cometieron un grave error al conservar las maderas de los pisos y los techos, un detalle que resultaría fatal a la hora de los combates.
Muchos de los obreros que trabajaron en el acondicionamiento del tren integraban clandestinamente el M-26, de ahí el informe que elaboraron para hacérselo llegar inmediatamente al Che.
Finalizados los trabajos, se le engancharon al tren dos locomotoras y se envió por delante un coche motor explorador para que abriese camino.
El día anterior, Batista había mandado llamar al teniente coronel Joaquín Casillas para encomendarle una importante misión.
Cuando el oficial se presentó en su despacho del Palacio de Gobierno, allí frente a algunos de sus ministros y jerarcas militares, lo ascendió a coronel y lo nombró comandante de Santa Clara, a cargo de la defensa. Sin embargo, pese a esas medidas, el mandatario sabía que las posibilidades de éxito eran prácticamente nulas y por esa razón, alertado sobre las conspiraciones de la CIA y los altos mandos castrenses, el día de Navidad ordenó alistar varios aviones y dispuso tenerlos preparados para evacuar en ellos a funcionarios, altos oficiales, familiares y allegados. Dos días después envió a sus hijos menores a Nueva York en compañía del administrador de la Aduana Antonio Pérez Benitoa y le dijo a su hermano Francisco Rubén “Panchín” Batista, gobernador de La Habana, que tuviese todo listo para abandonar el país12.


Tras la ocupación de Placetas, el Che Guevara mandó llamar a Antonio Núñez Jiménez, profesor de geografía de la Universidad de Santa Clara, indicándole expresamente que le llevase consigo los mapas y planos que tuviese en su poder.
El ataque era inminente y había que cubrir todas las vías de aproximación para bloquear la llegada de refuerzos e impedir cualquier intento de fuga. Cuando el enemigo se retiró de Camajuaní, sin ofrecer resistencia, el camino quedó expedito y la oportunidad se hizo tangente.
Núñez Jiménez llegó a bordo de un jeep conducido por un efectivo rebelde y una vez frente a la mesa de trabajo el Che, desplegó los mapas. El argentino y sus asistentes, entre quienes sobresalía Ramiro Valdés, se inclinaron sobre ellos y comenzaron a estudiarlos detenidamente para hacer enseguida una serie de preguntas, enfocadas principalmente en los accesos a la ciudad y los puntos que ocupaba el enemigo.
Para entonces, el tren blindado, verdadera fortaleza móvil, llegaba desde La Habana y se detenía en la entrada del camino a Camajuaní, cerca de la Universidad Central. Sus cuatrocientos ocho efectivos se desplegaron sobre El Capiro y levantaron una suerte de vivac, confiados en la cobertura que les ofrecían el cercano Regimiento “Leoncio Vidal”. Destacaban entre ellos, oficiales y suboficiales del Cuerpo de Ingeniería del Ejército, especialistas en la reconstrucción de puentes y caminos, según se ha dicho.


La noche del 27 de diciembre las fuerzas del Che Guevara, integradas por efectivos de la Columna Nº 8 y el Directorio Revolucionario, abandonaron Placetas, dispuesta a enfrentar a un enemigo poderoso que lo superaba 9 a 1 en cantidad de hombres y armamento.
Con las primeras luces del 28, el comandante argentino tomó contacto con Lolita Rosell y guiado por ésta, se dirigió con sus hombres a la sede de la Facultad de Pedagogía de la Universidad Central, la antigua casa de estudios de Aleida, donde estableció su cuartel general. Para ese momento, los 50 hombres del capitán Alfonso Zayas que había enviado hacia la loma de El Capiro, se trabaron en combate con los efectivos del tren blindado que desde hacía tres días aguardaban allí, intentando hacerlos regresar al convoy.
Mientras tanto, él mismo partió a la cabeza de una columna motorizada hacia el interior de Santa Clara, decidido hacer un alto en la estación de radio CMQ, situada sobre la carretera de Camajuaní, a 4 kilómetros del centro, para dirigir un mensaje a la población solicitando el concurso de todas aquellas personas que estuviesen en condiciones de pelear. La integraban los pelotones de Ramón Pardo Guerra y Rogelio Acevedo y la seguían algunos vehículos más, buena parte civiles, deseosos de unirse a la lucha. Durante el avance, se produjeron algunos enfrentamientos y se tomaron varios prisioneros que sirvieron para brindar información.
Después que el Che hiciera su llamamiento por radio, apareció por la carretera un jeep militar que al recibir la voz e alto, efectuó un brusco giro de 90 grados y se alejó haciendo chirriar sus neumáticos sobre el pavimento. Al ver esa actitud, Rogelio Acevedo apuntó con su ametralladora y abrió fuego, pero no pudo impedir que el conductor se alejara. Era evidente que iba a dar aviso a sus mandos y por esa razón, se hacía imperioso acelerar la marcha para alcanzar cuanto antes el centro de la ciudad.
Que los militares de aquel jeep llegaron a dar la voz de alerta lo prueba la incursión aérea que tuvo lugar cerca de las 07.00 a.m., cuando cuatro bombarderos B-26, escoltados por varios Sea Fury, llegaron desde el noroeste para bombardear y ametrallar las posiciones guerrilleras en la periferia de la ciudad. Hubo que correr para ponerse a cubierto y moverse muy de prisa para responder con fuego reunido.
Posición rebelde en un potrero de Santa Clara

Los pelotones de vanguardia, al mando de Pardo Guerra y Acevedo, se pusieron en marcha, desplazándose en fila india a ambos lados del camino y una hora después alcanzaron una curva donde se toparon con una tanqueta que efectuaba exploración. El blindado apuntó con su cañón e hizo fuego, forzando a los guerrilleros a diseminarse en busca de protección.
Enrique Oropesa, cubierto tras un muro, vació su cargador e inmediatamente después se echó hacia atrás para escapar de las balas de una ametralladora de 50 mm que le pasaban peligrosamente cerca.
Los combatientes devolvieron el fuego, y el vehículo se detuvo, pero la llegada de una segunda tanqueta los forzó a retirarse hacia una vivienda cercana que ofrecía buen amparo. En el trayecto, debieron saltar una verja de alambres en las que varios de ellos dejaron jirones de su indumentaria e incluso piel y una vez alcanzada la meta, se cubrieron como mejor pudieron.
Enrique se aplastó contra la esquina, donde se alzaba la escuela pública y después de unos breves segundos, se asomó para efectuar varios disparos. El segundo blindado continuó su lenta marcha mientras sus ocupantes hacían fuego desde sus finas aberturas laterales.
En ese preciso momento comenzó el fuego de morteros proveniente de El Capiro y eso obligó a los combatientes a intensificar sus disparos para obligar a los tanques a retirarse. Algunos de ellos corrieron hacia una depresión del terreno en la que se zambulleron para poder disparar con mayor precisión.
Lo de los tanques fue solo una maniobra porque al poco tiempo volvieron a arremeter. Uno de ellos pareció abalanzarse sobre la posición que ocupaba Oropesa en el interior de la casa y eso comprometió la situación en extremo.
Tanto él como el Chino Pimpo comenzaron a dispararle y en esas estaban cuando el primero reparó en su compañero Arancibia, a quien le alcanzó una granada para que la arrojase desde el piso superior.
Arancibia corrió escaleras arriba en tanto Oropesa y Pimpo se pararon junto a la puerta, decididos a lanzarse sobre la tanqueta una vez que la granada hubiese estallado. Antes de comenzar la batalla, el Che les había recomendado a sus hombres que intentasen apoderarse de los blindados intactos para usarlos contra las tropas gubernamentales en el avance hacia La Habana.

-¡¡Tírale la granada!! – le gritó Oropesa a Arancibia.

Y a continuación le dijo a Pimpo que estuviese preparado para correr hacia la tanqueta, saltar sobre su torreta y dispararles a sus ocupantes en el interior. Pero el explosivo de Arancibia no estalló y eso obligó a los combatientes a evacuar el lugar porque la tripulación del blindado se lanzaba al asalto de la posición.
Salieron todos corriendo en dirección a la cerca salvo Arancibia, que no aparecía por ningún lado. En vista de ello, Oropesa se lanzó escaleras arriba gritando su nombre y al ingresar a una habitación que daba al frente, un disparo efectuado por la tanqueta tumbó la pared principal.
Una lluvia de escombros cayó sobre el efectivo rebelde, provocándole una seria herida, pero la desesperación pudo más y eso le dio fuerzas para arrastrarse hacia la escalera y descender presurosamente. Al ganar el exterior, los soldados que ocupaban la tanqueta salían por la torreta y cuando lo vieron, le empezaron a disparar; él les apuntó con su Browning y devolvió el fuego como mejor pudo y cuando hubo vaciado el cargador, se alejó a todo correr. Llevando su preciada arma en los brazos, como si se tratara de un niño pequeño, Oropesa cruzó por debajo la cerca y después de travesarla, se dirigió a una zanja para arrojarse en su interior. Armó presurosamente el bípode, montó encima la ametralladora, le cambió el cargador y cuando se disponía a tirar, vio que el enemigo no avanzaba y por eso esperó. Y en esas estaba cuando se quedó profundamente dormido.
Nunca supo cuanto tiempo pasó; lo despertó la lluvia, que lo ayudó a volver en sí y sin perder tiempo se incorporó para intentar reagrupar a su gente y seguir adelante13.
El Che imparte directivas
durante la batalla
Unas horas antes, cuando aún era de noche, las tropas rebeldes al mando del capitán Juan José Abrantes, se posicionaron en las inmediaciones del cuartel de Los Caballitos para comenzar a disparar. El enfrentamiento se tornó intenso y pareció arreciar cuando los combatientes ubicaron su ametralladora pesada sobre la azotea de una casa situada sobre la Doble Vía, frente a la unidad militar y empezaron a batir las defensas exteriores, forzando a los soldados a refugiarse en el interior.
Acosados desde dos puntos diferentes (los puntos ocupados por Oropesa y El Mexicano), los defensores no tuvieron más opción que replegarse.
En horas de la noche, llegó a Santa Clara la sección de Rolando Cubela, que sin detenerse se dirigió hacia la zona de Los Caballitos, para fortificar a los hombres que atacaban el cuartel. El enfrentamiento cobró una violencia inusitada, con los proyectiles de 30 y 50 mm perforando las paredes de las viviendas en las que se hallaban refugiado los combatientes, uno de los cuales alcanzó a Rolando, provocándole una herida de consideración.
El oficial guerrillero cayó pesadamente al suelo y cuando era evacuado hacia un lugar más seguro, alguien le dijo que Enrique Dorta había muerto14. En realidad Dorta estaba herido al haberle caído encima los cristales rotos de las ventanas y eso confundió a la gente que lo rodeaba.
Furioso ante lo que creía era la pérdida de un gran combatiente, Rolando pidió ser llevado a donde se creía yacía Enrique y al verlo en buen estado se tranquilizó. Entonces ordenó montar la ametralladora 30 de su sección en una de las aberturas y él en persona comenzó a disparar.
Pasado un tiempo, bajó al piso inferior y tomando un M3 salió a la calle para tirar desde allí, sin tomar ningún tipo de precaución.
Parado en medio de la arteria constituía un blanco fácil y fue por eso que una bala le dio en el brazo y lo tumbó por segunda vez.
Los hombres del Directorio fueron quienes lo retiraron hacia un lugar seguro y entonces entró en escena Tavo Machín, vistiendo su traje negro y su extraño sombrero, para hacerse cargo del pelotón.
El paso de las horas fue inclinando la balanza en favor de los rebeldes quienes a fuerza de coraje y tesón, lograron estrechar el cerco, avanzando desde ambos sectores, movimiento que confundió al jefe de la guarnición y lo decidió a abandonar el lugar.
Protegidos por las sombras de la noche y el fuego de dos tanques livianos, los soldados escaparon por una salida lateral para abordar dos camiones y perderse en dirección al Regimiento Nº 3, escoltados por una de los blindados y cerrada su formación por el otro. Acababan de ceder al enemigo el primer enclave del dispositivo defensivo.
Ese mismo día (28 de diciembre), las autoridades gubernamentales difundieron la falsa noticia de que el Che había muerto. Fue necesario que Radio Rebelde saliese al aire desde la sierra, para desmentir el trascendido y evitar una posible desbandada en el frente principal.

Para tranquilidad de los familiares en Sudamérica y de la población cubana, aseguramos que Ernesto Che Guevara se encuentra vivo y en la línea de fuego y… dentro de muy poco tiempo tomará la ciudad de Santa Clara15.

Durante la noche, Guevara trasladó su puesto de mando al edificio de Obras Públicas y movió sus fuerzas hacia el centro de la ciudad, reservándose una sección especial para lanzarla contra el tren blindado.

El 29 de diciembre iniciamos la lucha. La Universidad había servido en un primer momento, de base de operaciones. Después establecimos la Comandancia más cerca del centro de la ciudad. Nuestros hombres se batían contra tropas apoyadas por unidades blindadas y las ponían en fuga, pero muchos de ellos pagaron con la vida su arrojo y los muertos y heridos empezaron a llenar los improvisados cementerios y hospitales16.

Para evitar la fuga del convoy, el Che hizo llamar a “Guile” (Ramón Pardo Guerra) y le ordenó levantar un tramo de las vías del ferrocarril con el objeto de descarrilarlo en caso de que intentase retroceder.
“Guile” partió al frente de veintitrés hombres, llevándose consigo una topadora Bulldozer de la Facultad de Agronomía y una vez en las proximidades de la loma de El Capiro, se adelantó hacia el Puente de la Cruz, ubicado en la intersección de la carretera a Camajuaní con la línea ferroviaria y les ordenó a sus hombres iniciar los trabajos.
Utilizando una pata de cabra, aquel verdadero grupo comando desajustó tuercas y tornillos y valiéndose de la topadora, levantó veinte metros de rieles, dejando el tramo cortado.
Inmediatamente después, “Guile” mandó atravesar una motoniveladora en medio del paso a nivel y luego emboscó a sus efectivos, en espera del tren. No pasó mucho tiempo para que el Che lo mandara llamar con el objeto de recorrer los diferentes frentes de combate. Por esa razón, antes de retirarse junto a cuatro de sus hombres, le indicó al teniente Roberto Espinosa Puig que se hiciera cargo de la situación.
En ese preciso instante, el escuadrón de Enrique Dorta se introducía por una alcantarilla ubicada frente al recientemente evacuado cuartel de Los Caballitos y a través del sistema de cloacas comenzó a aproximarse al tren.
Siguiendo el recorrido del vertedero, pasó por debajo de la Central y al llegar al otro extremo emergió a una suerte de potrero sobre el que su gente se desperdigó, tomando posiciones cerca del convoy.
A una indicación de su jefe, los combatientes comenzaron a disparar contra los efectivos del gobierno sobre la loma, decidiendo a su comandante, el coronel Florentino E. Rosell Leyva, del Cuerpo de Ingenieros en Operaciones del Ejército, a evacuar la posición en dirección a los vagones.
Era mediodía cuando la formación comenzó a retroceder en dirección a la estación, pues ahí cerca se encontraba el cuartel del Regimiento Nº 3 “Leoncio Vidal”, al que su jefe pensaba solicitar apoyo.
El tren llegó precedido por el coche motor explorador y al toparse con el tramo cortado, descarriló, provocando un desastre de proporciones. En medio del espantoso estruendo y los alaridos de los ocupantes del los cuatro primeros vagones, los combatientes de Espinosa Puig abrieron fuego, intentando impactar la parte inferior de los coches tumbados.
Uno de ellos quedó atravesado sobre la vía, la locomotora tumbó hacia la derecha y al menos dos chocaron contra un garaje situado sobre la ruta a Camajuaní, en la cabecera norte del puente.

Ya en ese momento se habían cortado las comunicaciones entre el centro de Santa Clara y el tren blindado. Sus ocupantes, viéndose rodeados en las lomas del Capiro, trataron de fugarse por la vía férrea y con todo su magnífico cargamento cayeron en el ramal destruido previamente por nosotros, descarrilándose la locomotora y algunos vagones. Se estableció entonces una lucha muy interesante en donde los hombres eran sacados con cócteles Molotov del tren blindado, magníficamente protegidos, aunque dispuestos solo a luchar a distancia, desde cómodas posiciones y contra un enemigo prácticamente inerme, al estilo de los colonizadores del Oeste norteamericano17.

El escuadrón de Espinosa Puig inició la aproximación, intentando esquivar los disparos que se les hacía desde los vagones más cercanos.
En esos momentos, el Che se encontraba en el Parque Vidal, dirigiendo las acciones junto a Ramón Pardo y otros oficiales. Su gente intercambiaba disparos con una tanqueta del ejército cuando alguien llegó corriendo hasta su puesto de mando para informar que en el extremo oriental de Santa Clara el tren blindado había descarrilado y sus ocupantes estaban ofreciendo resistencia.
Seguido por varias personas, el comandante argentino echó a correr hacia la zona del siniestro, decidido a rendir al enemigo.
Para entonces, la gente de Espinosa Puig había desalojado otros tres vagones y tomado 41 prisioneros, entre ellos un herido grave que falleció a poco de finalizar las acciones.
En ese momento, el garaje y los dos coches que habían impactado contra él ardían, desprendiendo altas lenguas de fuego que podían verse a varios metros a la redonda. Pero pese al calor sofocante y la incertidumbre, sus ocupantes se negaban a abandonar la blindada seguridad y continuaban disparando aunque cada vez con menos intensidad.
Había transcurrido una hora y media desde el descarrilamiento (17.00), cuando Espinosa Puig le propuso al coronel Rosell una tregua.
El tren blindado ha descarrilado

Rosell aceptó, pero se negó a dialogar con él, por considerarlo un individuo de segundo orden. Pidió por el Che y aclaró que solo con aquel trataría.
Cuando Guevara llegó al lugar, ordenó arreciar el fuego y organizó grupos de civiles para que atacasen los vagones con cócteles molotov18, indicándoles expresamente que los arrojasen debajo o en los techos, por ser los lugares más vulnerables.
En esos momentos otros furgones comenzaban a arder y el calor concentrado en su interior los iba transformado en un infierno; una trampa mortal para sus ocupantes.
El Che intimó al jefe enemigo a rendirse en un plazo de 15 minutos aclarando que de no hacerlo, lo responsabilizaría por las muertes que se produjeran a partir de ese momento, agregando sobre el final que una vez victoriosa la revolución, lo sometería a un tribunal castrense.
No hizo falta esperar tanto; menos de diez minutos después, varios pañuelos blancos asomaron por las ranuras y casi enseguida, comenzaron a emerger los primeros soldados con los brazos en alto.

Acosados por hombres que, desde puntos cercanos y vagones inmediatos lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertía- gracias a la chapas del blindaje-en un verdadero horno para los soldados. En pocas horas se rendía la dotación completa, con sus veintidós vagones, sus cañones antiaéreos, sus ametralladoras del mismo tipo, sus fabulosas cantidades de municiones (fabulosas para lo exiguo de nuestras dotaciones, claro está)19.

Tal como han afirmado analistas e historiadores, la captura del tren blindado significó un durísimo golpe para las fuerzas del régimen, no solamente por el impresionante arsenal capturado sino también por su significado, al disminuir la capacidad del enemigo reduciendo su potencial bélico, entorpeciendo considerablemente la continuidad de las operaciones y lo que era peor, echando por tierra la moral de sus cuadros.
Las fuerzas del Che estaban exultantes, Santa Clara estaba cayendo y el armamento del ejército revolucionario había aumentado de manera considerable, a saberse, cinco bazookas (una de ellas le sería enviada a Camilo Cienfuegos en Yaguajay), igual número de morteros calibre 60, catorce ametralladoras pesadas calibre 30, treinta y ocho fusiles Browning, trescientos ocho Garand, piezas antiaéreas (ametralladoras y cañones), un considerable número de armas cortas y otras de menor calibre, junto a elementos de ingeniería, repuestos, municiones y suministros a granel. Como sostiene Ramón Pérez Cabrera: “Fue el mayor cargamento militar ocupado por el Ejército Rebelde al ejército batistiano en un combate en toda la Guerra de Liberación”20.
En este punto no podemos soslayar los patéticos esfuerzos de quienes creen que para combatir al comunismo se debe mentir, tergiversar, manipular los hechos y adaptarlos a su conveniencia.
Con absoluta ligereza, cubanos en el exilio, no más anticomunistas que quien esto escribe, han dedicado buena parte de su vida a elaborar teorías conspirativas en el sentido de que toda la campaña fue una farsa, que la guerra fue un simple paseo y que todo se pactó de antemano.
En el blog “Baracutey Cubano”, sitio dedicado a minimizar lo ocurrido durante la revolución cubana, después de confirmar que en las fuerzas de Batista imperaba la corrupción y la desmoralización, se afirma, sin más pruebas, que “Según se comenta en Cuba, el tren blindado fue ‘vendido’ por 20.000 pesos cubanos o dólares por militares del Ejército Constitucional a las fuerzas rebeldes; algunos señalan al Coronel Florentino Rosell. Una de las últimas conspiraciones que tuvo en su contra Fulgencio Batista, según se narra en el libro oficialista El Último Año de Aquella República, de Juan J. Abreu y publicado en Cuba en los años 80, fue la de Rio Chaviano y Florentino Rosell”.
El sitio reproduce afirmaciones del post “El héroe que nunca existió” del blog “Herejías y Caipirinhas 2.0 que administra un tal Rui Ferreira, quien sostiene con absoluta ligereza que Eloy Gutiérrez Menoyo hizo contacto con el coronel Rosell para acordar la entrega del tren por una suma de dinero y salvoconductos para Miami y que enterado el Che, “…aprovechó la indefensión de la tropa que se transportaba en él y se adelantó a Gutiérrez Menoyo para rendirlo sin mayores esfuerzos”21. 
¿Cuáles son las pruebas que aportan estos historiadores para sostener sus dichos? Pues nada más que supuestos basados en afirmaciones tales como “Según se comenta en Cuba…”; “…si mal no recuerdo…”,  “según vi en un noticiero de la época…”.
Los detractores especulan con que el personal del convoy pertenecía al cuerpo de ingenieros encargado de la reparación de puentes y caminos, lo que es cierto, pero no dicen que entre los 408 efectivos que viajaban a bordo, la mayoría eran tropas de infantería destinadas a cubrir la labor de esos trabajadores (de ahí las antiaéreas, los cañones y las ranuras para disparar desde el interior), que esos hombres entablaron un combate de una hora y media contra las reducidas milicias rebeldes y que llevaban un arsenal que no se condecía con esas labores.
Lo que esos sitios aportan, para contrarrestar la verdad, son solo los dichos del nieto de un supuesto combatiente de Batista que habría tomado parte en la batalla de Santa Clara, extraídos del “blog especializado” en idioma inglés trenblindado.com, armado a los apurones por un cubano norteamericano llamado Henry Louis Gómez, quien se devanea por denigrar la figura de Guevara y minimizar su participación en la campaña.
Estas son las “pruebas contundentes” que esta gente aporta, los “documentos incuestionables” que según ellos, han sacado a la luz la verdad.
Como no podía ser de otro modo, Nicolás Márquez aporta lo suyo al transcribir pasajes de Juan José Sebrelli en los que el mencionado autor afirma que el único triunfo del Che en toda la campaña fue la batalla de Santa Clara, que solo se redujo al asalto a un tren blindado y que los soldados de Batista se entregaron sin luchar. Las afirmaciones son falsas en todo sentido dado que además de la toma de la gran ciudad, acción que se debió pura y exclusivamente a Guevara, Falcón, Guasimal, Cabaiguá, Guayos, Sancti Spiritu, Fomento, Manicaragua, Remedios, Caibarién y Placetas, fueron victorias suyas, que costaron sacrificios y vidas humanas y que nadie, salvo estos opinadores improvisados, ha salido a cuestionar. Se trata, para más, de una campaña que ha llamado la atención de numerosos especialistas, no solo por la abrumadora diferencia numérica y de armamentos entre un bando y otro sino porque fue llevada a cabo por un simple civil, devenido en combatiente, sin más experiencia militar que sus lecturas, su coraje y su determinación.
Cnel. Joaquín Casillas Lumpuy
¿Si la entrega del tren blindado estuvo arreglada, por qué el mismo retrocedió hasta la estación y terminó descarrilando? ¿Por qué le disparó la gente de Dorta si se había arreglado su entrega? ¿Por qué no se quedó quieto donde estaba para que los guerrilleros se apoderasen de él? ¿Y si todo había sido pactado de antemano, por qué los soldados que se encontraban en su interior abrieron fuego e intentaron resistir por más de una hora?
Como tales afirmaciones no tienen asidero, continuaremos con el relato de la batalla.
Tomado el tren blindado, el siguiente objetivo fue la Estación de Policía Nacional, en el extremo norte de la ciudad, el tercer punto mejor fortificado de las fuerzas gubernamentales, al mando del coronel Cornelio Rojas. Hacia allí envió el Che al Pelotón Suicida de El Vaquerito, cincuenta hombres decididos, preparados para enfrentar a más de trescientos oponentes, mucho mejor armados y muy bien posicionados.
La unidad militar se hallaba fuertemente protegida por el lado del Parque de El Carmen, una plaza situada frente a sus accesos, donde un fuerte contingente de soldados, guardias y agentes policiales aguardaban parapetados la llegada de los rebeldes. Intentar avanzar por las adyacencias o la parte posterior era una verdadera locura porque callejuelas en extremo estrechas la separaban de las viviendas y eso hacía imposible cualquier posibilidad de desplazamiento.
Ni bien El Vaquerito estuvo a tiro de la estación, se percató de que al otro lado del parque, se alzaba la iglesia del Carmen. Una rápida inspección ocular le permitió determinar que lo más adecuado era llegar hasta ella, practicando boquetes a través de las casas colindantes y una vez allí, posicionar varios tiradores para que batiesen a los efectivos apostados en el paseo.
El Vaquerito le explicó el plan a Esmérido Meriño (“Mero”) y le ordenó llevarlo a cabo al tiempo que enviaba a las escuadras de Leonardo Tamayo y Hugo del Río, a tomar ubicación en los extremos transversales para tirotear desde allí a las tropas agazapadas en el parque y la unidad policial.
Con Meriño avanzando a través de las casas y varios escuadrones de tiradores en sus azoteas, El Vaquerito se lanzó a la carrera, seguido por El Mexicano, Orlando Beltrán, Leonardo Tamayo y algunos de sus hombres. Intentaba alcanzar la casa de la calle Garófalo Nº 15 que se encontraba frente la plaza, entre Máximo Gómez y Luis Estévez, porque su azotea ofrecía un ángulo ideal para disparar contra la estación policial, distante a solo 50 metros al oeste. Así lo hicieron y una vez en los techos, se guarecieron todos detrás de la pequeña pared de mampostería que daba al frente, listos para empezar a tirar.
En ese mismo momento, seis soldados gubernamentales pasaron corriendo por el parque, frente a su posición por lo que, de manera inmediata apuntaron con sus armas y les dispararon, sin percatarse que al menos dos tanques detenidos en la esquina de Garófalo y Máximo Gómez, giraban sus torretas para abrir fuego contra ellos.

-¡¡Tírate al suelo que te van a matar!! – le gritó Orlando a El Vaquerito22.

Pero era tarde, una de las balas le dio de lleno en la cabeza tumbándolo hacia atrás. El bravo combatiente cayó sobre la loza, con su cabeza encima de las botas de su compañero y allí quedó tendido, sin moverse.
Orlando creyó que su superior se había arrojado cuerpo a tierra y por eso, al ver que los tanques se retiraban, le dijo que podía incorporarse.

-Ya puedes levantarte; los tanques se alejaron.

Pero El Vaquerito no se movió. Beltrán volvió a insistir pero al ver el hilo de sangre que comenzaba a correr por debajo de su cabeza, comprendió que aquel agonizaba.
Desesperado miró a El Mexicano y luego a Tamayo e inmediatamente después se inclinó sobre el cuerpo de su amigo para intentar reanimarlo, Pero a esa altura nada se podía hacer.
Los dos lugartenientes y los hombres que estaban con ellos sintieron que la sangre les bullía en las venas.

-¡¡Maldición!! – gritó Orlando y enseguida se adoptaron las medidas necesarias para evacuar al herido.

Cuando el Che supo la noticia creyó que iba a desfallecer.

-Me han matado cien hombres – exclamó apesadumbrado y enseguida le ordenó a Fernández Mell que se hiciera cargo de su apreciado subalterno23.

El Vaquerito fue subido a un jeep y conducido hasta el pequeño sanatorio que funcionaba sobre la carretera de Camajuaní pero cuando lo depositaron en el quirófano de la planta alta para someterlo a una intervención quirúrgica, era demasiado tarde. Ni el médico amigo del Che ni el doctor Serafín Sánchez, a cargo de la clínica, pudieron hacer nada.


En el cuartel del Escuadrón 31 la situación era peor. Cercados desde el 28 de diciembre, sus defensores supieron resistir con fiereza, tanto, que cerca del mediodía, la columna del Directorio comandada por Carlos Figueredo Rosales, llegó a considerar la posibilidad de retroceder. Los sorpresivos embates de los soldados, saliendo del cuartel detrás de sus tanques, para barrer las posiciones rebeldes y regresar al amparo de los muros, comenzaban a debilitar su sección.
En vista de ello, Víctor Dreke le ordenó a un grupo de civiles recientemente incorporados a la lucha, que preparasen cócteles molotov y los arrojasen contra los blindados ya que los mismos, al ganar el exterior por el lado de la explanada que se extendía frente a la unidad, ocasionaban mucho daño sin que las balas llegasen a inutilizarlos.
Dreke les señaló a los milicianos los techos de una casa y desde allí, los voluntarios arrojaron sus botellas, pero la mayoría no estallaron.
Combates en las calles

De manera repentina, una tanqueta seguida por tropas de infantería arremetió contra la vivienda y eso obligó a quienes se hallaban apostados en ella a emprender la huida.
En plena desbandada, Ariel Barreras intentó reagrupar a sus compañeros pero no lo logró.
Durante el repliegue (lo seguía un miliciano armado con un fusil San Cristóbal), pasó junto al cuerpo de un soldado muerto sobre la calle y eso lo detuvo. Se inclinó sobre él, le quitó la documentación y después de leer su nombre y comprobar que era de Trinidad, siguió corriendo hacia una casa baja, a cuya azotea treparon por la pared medianera.
Comenzaba a llover cuando los dos combatientes tomaron ubicación detrás de una pequeña pared y empezaron a disparar hacia el cuartel. En ese preciso instante, apareció una segunda tanqueta que apuntó hacia donde se hallaban emboscados y abrió fuego, destruyendo la parte superior de la vivienda, a la altura de la esquina. Barreras cayó sobre un muro lateral cuya parte superior se hallaba protegida por vidrios de botellas y se lastimó el cuerpo en varias partes. Cuando quiso recoger su fusil se dio cuenta que se había cortado los tendones de las manos y estas no le respondían. Fue retirado del lugar por varios compañeros y evacuado hacia el hospital de campaña para ser operado. La guerra para él había terminado.
Quien no la pasó mejor fue Enrique Dorta, llegado para reforzar las posiciones guerrilleras después que los guardias abandonaran el cuartel de Los Caballitos.
Era tarde ya cuando en medio del tiroteo, se le acercó “Camajuaní”, un combatiente oriundo de aquella ciudad, para decirle que los efectivos gubernamentales estaban abordando en un camión parado en la parte posterior del acantonamiento.

-¡Vamos para allá! – le gritó Dorta y ambos partieron a gran velocidad.

Atravesaron un terreno que se extendía por la parte posterior y a escasos 30 metros de la caballeriza, se escondieron trás una pared para echar un vistazo. Efectivamente, en el sector ocupado por los establos, los soldados de Batista trepaban a la parte posterior de un camión militar.
Repentinamente, estos los vieron y les empezaron a tirar, hiriendo a Dorta en el brazo derecho.

-¡¡Camajuaní, me hirieron!! – gritó el combatiente mientras intentaba sujetarse la herida.

El miliciano tomó el pañuelo que llevaba consigo y le aplicó un torniquete, intentando desesperadamente cortar la hemorragia.
En ese preciso instante llegaron varios aviones para arrojar sus cargas muy cerca de donde se hallaban ubicados ambos24.
Los estallidos sacudieron la zona y provocaron algunos derrumbes pero pese a las esquirlas, los trozos de mampostería que volaron hacia todas partes y la cortina de balas que llegaba desde el cuartel, los dos combatientes se mantuvieron inmóviles y eso les salvó la vida. Esperaron hasta el anochecer y recién entonces se replegaron. Dorta fue evacuado a bordo de un jeep y en la misma clínica en la que había muerto El Vaquerito, procedieron a operarle el brazo.
La lucha, mientras tanto, continuaba.
Víctor Bordón recapturó Santo Domingo, que se había perdido en manos del las fuerzas del gobierno durante un asalto relámpago; Faure Chomón hizo lo propio con Trinidad, al sur y Ramiro Valdés de ocupó de Jatibonico, al este, para cortarle el paso a una columna blindada que intentaba perforar la línea por ese sector.
Santa Clara iba quedando aislada y los mandos en La Habana comenzaban a preparar la fuga dado que en Oriente, el Ejército Rebelde obtenía resonantes triunfos. Maffo cayó después de diez días de asedio, Fidel cercaba Santiago y Huber Matos rodeaba la ciudad por El Cristo y El Aguacate (Guantánamo), para entrar por el este.
Pero en el centro de Santa Clara, algunas unidades regulares continuaban luchando, sobre todo las que se habían apostado en el décimo piso del Gran Hotel.
Un combatiente rebelde dispara desde una tanqueta recientemente capturada

El 28 de diciembre por la tarde, aterrizaron en el ingenio Santa Isabel de Fomento, dos avionetas procedentes de Miami, la primera, trayendo a un grupo de combatientes del Directorio Revolucionario “13 de Marzo” encabezado por el capitán Carlos Figueredo Rosales (“El Chino”), quien llevaba consigo un cañón sin retroceso de 20 mm. La aeronave venía al cokmando del piloto norteamericano Charles Hormel y traía, además de Rosales, a otros dirigentes, a saberse Enrique Montero y un sujeto de apellido Puente25.
En el segundo, un Cessna 185, hacían lo propio Fiti Cárdenas, Yuyi González Tapia, Julio Fernández Cossio y el piloto cubano Enrique Causso a los mandos, llevando consigo una ametralladora calibre 30 de enfriamiento por agua y municiones para el cañón26.
Al día siguiente, procedieron a trasladar todo ese material hasta las posiciones que sitiaban al Escuadrón 31, escoltados por un pelotón de refuerzo al mando del capitán Miguel Álvarez, enviado por el Che a pedido de Raúl Nieves.
Tal como explica Ramón Pérez Cabrera, Rosales fue quien adiestró a Víctor Dreke en el manejo de la ametralladora (fue instalada sobre el techo de una vivienda próxima a la unidad), advirtiéndole expresamente que no debía disparar de manera continua porque podía recalentarse y generar desperfectos.
Rosales se retiró y Dreke comenzó a tirar, apuntando hacia la parte alta del edificio y a medida que lo hacía fue ganando seguridad.
Habiendo descubierto su posición, los defensores concentraron sobre ella todo su poder de fuego, obligando al grupo integrado por Dreke, Gustavo Castellón, Ricardo Varona, Pedro Cruz y Santiago Hernández, a retroceder hasta el portal que daba a la terraza y luego hacia la cocina de la casa, ubicada frente al cuartel. La ametralladora de Dreke fue destruida y él mismo resultó herido cuando las balas enemigas comenzaron a perforar las paredes del recinto y alcanzaron un pasillo lateral próximo al comedor, donde la familia propietaria intentaba cubrirse.
Fue entonces que a lo lejos, Dreke y sus hombres distinguieron la inconfundible silueta de un B-26 en el preciso instante en que abría fuego con sus cañones.
Los combatientes corrieron hacia el interior de la vivienda para sacar a los propietarios y al salir a la calle Cuba, los alcanzó de lleno una ráfaga, hiriendo en las piernas a una mujer mayor que apenas podía caminar.
La pobre anciana rodó sobre el pavimento, aullando de miedo y dolor y cuando el avión se hallaba casi encima de ella, los guerrilleros la tomaron de los brazos y se la llevaron a la rastra.
Justo en ese momento, el aparato soltó sus bombas de 500 kg y una de ella alcanzó la vivienda, reduciendo a escombros buena parte de ella.


Después de dejar a aquella pobre gente en un lugar seguro, los combatientes corrieron hacia la distribuidora de Coca Cola y una vez allí, subieron hasta el segundo piso para montar la ametralladora. Los soldados enemigos los ubicaron y comenzaron a dispararles, lo mismo una tanqueta que accionó su cañón en tres oportunidades.
Los proyectiles perforaron las paredes y las balas hirieron de gravedad a “Camajuaní” y a varios cuadros más que debieron ser retirados. Entonces Pedro Cruz vio unos sacos de azúcar y ordenó apilarlos en la parte frontal para que hiciesen de contención y les permitiesen disparar.
En ese preciso instante se escuchó el disparo de un cañón, seguido por otro y luego varios más. Era Figueredo que a riesgo de su vida, accionaba el cañón sin retroceso traído desde Miami.
Mientras Rigoberto Carvajal intentaba aplicarles a los heridos las primeras curaciones, sus compañeros vieron llegar la columna motorizada con los soldados que acababan de evacuar el cuartel de Los Caballitos.
Sin perder tiempo, Ricardo Varona alzó su M2 y después de apuntar, comenzó a tirarles, lo mismo “Alpizar” con su San Cristóbal, abatiendo e hiriendo a varios soldados.
Los vehículos lograron pasar pero dejaron abandonado uno de los jeeps que fue abordado por los guerrilleros y llevado detrás de sus líneas.
Al día siguiente, mientras los milicianos revolucionarios evacuaban a los heridos hacia el sanatorio de la carretera de Camajuaní, las tropas de Batista enterraban a sus muertos, cavando varias fosas en el patrio central del cuartel.
Pero el combate seguía y hacia el anochecer, pareció intensificarse. Entonces, en medio del fragor que producía el intercambio de disparos, comenzó a percibirse el ruido de varios motores que se ponían en marcha. Rosales y Tavo Machín se miraron desconcertados y enseguida comprendieron que los soldados se disponían a abandonar la unidad.
El Che Guevara dirige las acciones. En el extremo izquierdo Ramiro Valdés

El sonido fue creciendo en intensidad hasta que, en determinado momento, los grandes portones se abrieron y los vehículos comenzaron a salir, encabezados por un tanque T-16.
Las tropas rebeldes intensificaron sus disparos y los resplandores de las balas trazadoras iluminaron las siluetas de varios camiones blindados cuando se movían detrás del tanque.
Rosales apuntó con el cañón y disparó en momentos en que aquel transponía el umbral e intentaba ganar la calle. El T-16 giró bruscamente y quedó de costado, ofreciendo su flanco derecho.
El Chino tiró cuatro veces más alcanzando ahora el interior del cuartel, desde donde comenzaron a llegar los gritos desesperados de quienes aún estaban dentro, pero las tra sexta descarga, el relleno la trinchera cedió y el arma se empantanó, perdiéndo el ángulo de tiro. Con la ayuda de Machín, Rosales intentó equilibrarlo, colocando la parte delantera sobre el borde del talud, al tiempo que apoyaba el segmento más pesado en su hombro.
Machín lo tomó fuertemente por la cintura y clavando sus talones en el fondo de la trinchera, logró mantener a su compañero derecho y de esa manera, lograron colimar el arma y con los resplandores de los estallidos alumbraron el interior del cuartel posibilitando, sin proponérselo, que el resto de los combatientes disparasen con mayor precisión.
El enemigo concetró el fuego sobre su posición pero a esa altura, la situación de las tropas defensoras era desesperante. Entonces se escucharon por sobre el fragor de la lucha, las voces de  Raúl Nieves y Víctor Dreke, conminando a los soldados a rendición.

-¡¡No es necesario que pierdan la vida por gusto, para que un puñado de sinvergüenzas se enriquezca sobre sus cadáveres y los de su pueblo. Que la historia no se avergüence de ustedes...entréguense!!

Los primeros rayos de luz encontraron la zona en la más completa calma. No se escuchaban disparos y nada parecía moverse. Era el 1 de enero de 1959 y nadie imaginaba lo que acababa de suceder.
Los soldados enemigos comenzaban a asomar sus cabezas fuera de las defensas mientras se quitaban los cascos y poco después, se vio una bandera blanca ondear en lo más alto del cuartel.
Ricardo Varona se encontraba en el interior de una vivienda, más precisamente en el baño de la planta superior, cuando distinguió a un soldado enemigo parado junto al cerco que marcaba el perímetro de la unidad militar. Habían estado disparándole desde ahí y la lluvia de balas que recibió perforó buena parte de la mampostería.
El hombre estaba quieto, mirando en esa dirección, dando toda la sensación de que se preparaba a abrir fuego. Sin pensarlo dos veces, el combatiente rebelde alzó su fusil, descorrió el seguro y apuntó, decidido a abatirlo. Pero cuando estaba a punto de oprimir el gatillo, una voz quebró el silencio anunciando el fin de la guerra27.

-¡¡Alto el fuego!! ¡¡Alto el fuego!! ¡¡Se fue Batista!!

Era un combatiente de apellido Infante que gritaba a todo pulmón, exultante de alegría.

-¡¡La guerra se terminó!!

Varonita bajó su arma, volvió a correr el seguro y descendió a la calle para ver que sucedía.
Ahí estaba Infante, caminando con su fusil en la diestra en dirección al cuartel. Varona corrió hacia él decidido a unirse al grupo de hombres que lo seguía y cuando transpusieron los límites de la unidad militar, vieron que Víctor Dreke ya se encontraba allí, conversando con los militares. Enseguida llegó El Mexicano y poco a poco lo fueron haciendo más personas, hasta copar completamente el patio central. Al parecer, el hedor que despedían los combatientes de ambos bandos era intolerable.
¿Qué había ocurrido?
En las primeras horas del 1 de enero, el capitán José Milián Pérez, comandante del Escuadrón 31, se dirigió por radio a Raúl Nieves, solicitando una tregua. Su unidad había sufrido buen número de bajas y era imperioso evacuar a los heridos. Nieves accedió y de manera inmediata se procedió al traslado de aquellos hombres que se encontraban en peor estado.
Inmediatamente después, Milián Pérez acordó un encuentro con Nieves y Rolando Cubela y estos le pasaron la novedad al Che para tenerlo al tanto.
La reunión se llevó a cabo en una vivienda de las inmediaciones, donde el jefe de las fuerzas regulares rindió su escuadrón. Solo pidió como condición, que se le permitiera retirarse junto a sus efectivos hacia las instalaciones del Regimiento Nº 3 “Leoncio Vidal” y previa comunicación radial con sus superiores.
Nieves y Cubela le manifestaron que antes de tomar una decisión, debían consultar a su superior, el comandante Ernesto “Che” Guevara, pero lo autorizaron a ponerse en contacto con el coronel Cándido Hernández, para transmitirle su decisión. Un vehículo militar provisto de una planta transmisora de microondas sirvió de enlace y cuando Milián terminó de hablar, se le pidió que entregase el arma y siguiese a Cubela en calidad de prisionero.
El cuartel del Escuadrón 31 acribillado durante los combates

Cubela condujo al jefe enemigo hasta la comandancia. Una vez allí, solicitó autorización para hablar con el Che y cuando estuvo delante suyo, lo puso al tanto de de las últimas novedades.
El Regimiento Nº 3 “Leoncio Vidal”, último reducto del régimen, se rindió al mediodía de aquel 1 de enero de 1959. No fue necesario pelear; las tropas estaban exhaustas y sabían que los mandos, en La Habana, se habían dado a la fuga.
Las tratativas comenzaron de manera inmediata y poco después, llegó hasta el edificio de Obras Públicas un emisario del coronel Casillas, solicitando parlamentar.
El Che lo recibió inmutable, sentado detrás de un escritorio, con los codos apoyados sobre los mangos de la silla y los dedos de las manos juntos, delante del mentón. Hombres fuertemente armados custodiaban el lugar.
Yendo directo al grano, el recién llegado pidió prolongar la tregua pero el argentino se negó.

-Mire, Comandante -le dijo con firme tono de voz- mis hombres ya han hablado por esta Comandancia. La cuestión es rendición incondicional o fuego, pero fuego de verdad, sin ninguna tregua. Ya la ciudad está en nuestras manos. A las doce y quince doy la orden de reanudar el ataque con todas nuestras fuerzas y tomaremos el cuartel al precio que sea necesario. Ustedes serán responsables por la sangre derramada28.

Después de escuchar a su oponente, el oficial se retiró y una vez de regresó en el cuartel, comunicó a sus superiores la respuesta. Los militares comprendieron que nada más podían hacer y que seguir resistiendo iba a ser inútil. Acordaron la rendición de la unidad y la de todas las fuerzas de Las Villas. Santa Clara había caído.


Imágenes



Las fuerzas del Che camino a Santa Clara

El Che Guevara junto a Víctor Bordón

En contacto con las avanzadas

Puente de la Cruz, en cercanías de la estación ferroviaria

Se combate en las calles



El Che recibe información de la situación en los diferentes frentes

Tropas del Regimiento "Leoncio Vidal" cercadas

Efectivos regulares abandonan el tren blindado tras la rendición

La imagen más difundida de El Vaquerito

Edificio dañado durante los combates

Ramiro Valdés

Rolando Cubela

Antonio Núñez Jiménez junto a su esposa Lupe, luego de la victoria

Aleida March posa junto a la locomotora tumbada del tren blindado luego de los combates.
El Che llegó a temer por ella durante las acciones

Notas
1 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, Pilares del socialismo en Cuba. La Revolución 1956-1959, p. 449.
2 Se trata del Palacio de Justicia.
3 Sustituyó al capitán Manuel Hernández, quien había sido herido en combate.
4 Jon Lee Anderson, op. Cir, p. 348. Pawley había sido embajador en Cuba y había fundado la Compañía Cubana de Aviación.
5 Nacido en Santiago de Cuba el 13 de junio de 1914, Luis Alfonso Silva Tablada se graduó con la promoción de pilotos del Cuerpo Aéreo en 1941. Durante la Segunda Guerra Mundial se le encomendaron misiones de patrulla sobre las aguas cubanas, en busca de submarinos alemanes. Después del golpe de estado que entronizó a Batista, se unió a los conspiradores que luchaban en su contra y fue encarcelado. Forzado a exiliarse en Estados Unidos, en 1956 se unió al Movimiento "26 de julio" y el 13 de noviembre del año siguiente llegó a la Sierra de Cristal, piloteando un Cessna-180 con armas procedente de Miami. Se incorporó a la guerrilla en calidad de piloto.
6 Posiblemente bombas de demolición Spreng Dicken Wand SD-500 de 500 kg.
7 Ese mismo día, la Fuerza Aérea del Ejército Cubano (FAEC) atacó las posiciones enemigas y hasta arrojó en paracaídas un par de cajas con armas, municiones e incluso, los cheques con los sueldos de la tropa. La primera cayó en una vivienda próxima al Stadium y la segunda dentro del almacén que funcionaba en la esquina de Columbia y Hechavarria, muy cerca de la iglesia.
8 Según Jon Lee Anderson eran bombas de napalm de las cuales una alcanzó el objetivo.
9 José A. Hechavarría, “Incendio en Sagua de Tánamo”, https://lomadelfuerte.wordpress.com/2012/03/01/incendio-de-sagua-de-tanamo-en-1958/
10 El dinero para la adquisición había sido provisto por el M-26. Los Mustang estuvieron listos para operar el 31 de diciembre. El comandante del aeródromo de Mayarí Arriba y de la fuerza aérea revolucionaria era el capitán Orestes del Río, designado por Raúl Castro. El 4 de diciembre aquel lo destituyó y nombró en su lugar al recientemente ascendido capitán Evans Rosales. Ver: Rubén Urribarres, “Acciones de la Fuerza Aérea Rebelde contra Batista”, en el sitio Cuban Aviation, http://www.urrib2000.narod.ru/Mil2-6.html
11 Rego Rubido abordó un helicóptero para trasladarse hasta el puesto de mando de Fidel Castro.
12 Pérez Benitoa era hermano del consuegro de Batista; consigo se llevó la suma de tres millones de dólares en efectivo. Panchín Batista había sido alcalde de Marianao entre 1946 y 1948. En las elecciones de 1940 fue electo representante.
13 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, pp.459-460.
14 Ídem, p. 460.
15 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 351.
16 Ernesto “Che” Guevara, Pasajes de la guerra revolucionaria, p. 283.
17 Ídem, p. 284.
18 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, p. 464.
19 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, p. 284.
20 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, p. 464.
21 Baracutey Cubano, http://baracuteycubano.blogspot.com.ar/2010/09/las-mentiras-sobre-el-ataque-y.html
22 Según algunas versiones, fue Leonardo Tamayo quien le gritó que se pusiera a cubierto.
23 Diría el Che después de la batalla: “… recuerdo que tenía el dolor de comunicar al pueblo de Cuba la muerte del Capitán Roberto Rodríguez “El Vaquerito”, pequeño de estatura y de edad, jefe del Pelotón Suicida quien jugó con la muerte una y mil veces en lucha por la libertad”.
24 Ramón Pérez Cabrera. Arístides, op. Cit, p. 467.
25 Ídem.
26 Ídem. Extraído de Carlos Figueredo Rosales (El Chino). Todo tiene su tiempo. Edición digital.
28 Ídem, p. 476. Extraído de Antonio Núñez Jiménez, El Che en combate, Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, Universidad de Michigan, 2008, p. 310.